Objetivo: Profundizar en el Misterio de la “Fracción del Pan”, para valorar cada vez más el sacrificio redentor de Cristo a favor de toda la Humanidad que se actualiza cada vez que celebramos la Eucaristía
.
Iluminación: “Nuestro salvador, en la última Cena, la noche en
que fue entregado, instituyó el
sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos,
hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la
Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo
de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el
alma se llena de gracia y se nos da una prenda de gloria futura” (SC 47).
1.
El sacrificio
del Altar.
La
Eucaristía contiene todo el bien espiritual y toda riqueza de la Iglesia,
es su Tesoro: la riqueza de la Iglesia es Cristo. Qué bello es creer que vengo
a Misa a experimentar el amor de Dios; vengo a apropiarme de los frutos de la
redención de Cristo: el Amor, el Perdón, la Vida, la Resurrección de Cristo y
el don del Espíritu Santo. El la eucaristía Jesús nos muestra un amor que llega
hasta el extremo, un amor que no conoce medida y que no tiene límites: No solamente nos dice: Tomen y coman…tomen
y beban, para luego decirnos: “Este es mi Cuerpo y esta es mi Sangre” sino que
añadió que será entregado por ustedes… derramada por ustedes (Lc 19, 20).
De esta manera la Iglesia siempre ha visto y creído que la Eucaristía es
“Presencia, Banquete y Sacrificio”. Cristo presente en la Misa nos habla y se
nos da en alimento y se ofrece por nosotros en sacrificio.
San Pablo nos dice: “Cuantas
veces se celebra en el Altar, el sacrificio de la cruz, se realiza la obra de
nuestra salvación” (cfr 1 Cor 5,7) El sacrificio Eucarístico es el mismo y
único sacrificio de la cruz. Jesús había
dicho: “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10);
“Mi vida no me la quitan, Yo la doy, porque soy el buen Pastor que da la vida
por sus ovejas (Jn 10, 18) y no hay amor más grande que el que da la vida por
sus amigos (Jn 15, 13).
2.
¿Qué hace Jesús
para darnos vida?
El catecismo de
la Iglesia nos dice: La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo,
que se ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya
sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los
hombres (Catic 1992). Abrazó la voluntad del Padre
hasta el fondo, de modo que podemos decir que por un acto de obediencia de
Cristo al Padre, y por un acto de amor de Cristo a los hombres, hemos sido
salvados, en ese acto de amor sin límites en el corazón de Cristo se mezclan la
obediencia y el amor al Padre y a los hombres. Eso quiere decir san Juan cuando
afirma: “Nos amó hasta el extremo” (Jn 13, 1) Cristo nos amó humillándose a sí
mismo; entregándose a su Pasión, sufriendo y muriendo en la Cruz.
Al ofrecer Cristo su cuerpo y su
sangre, es toda la persona la que se está ofreciendo, no hay división entre
cuerpo y sangre, la persona es una. Cristo al ofrecer su cuerpo está ofreciendo
todo lo que hizo, todo lo que sucedió desde su nacimiento hasta la Cruz, sus
trabajos, sus milagros, su predicación, no se reserva nada para sí, ni siquiera
a su Madre, lo entrega todo. Y al ofrecer su Sangre significa que nos amó hasta
la muerte: al ofrecer las humillaciones, los desprecios, los rechazos, el
desamor que recibe, significa que nos
amó hasta la muerte, y hasta la muerte de Cruz.
Cristo es sacerdote, víctima y altar.
Sacerdote, porque ofreció un sacrificio para sellar la Nueva Alianza de Dios
con los hombres; víctima porque se ofreció por amor a los hombres, con palabras
de Pablo: “Se humilló a sí mismo para destruir el cuerpo del pecado que nos
separaba de su Padre y nos privaba de su presencia salvadora” (Fil 2, 7-8); y
Cristo es altar, porque hizo de corazón un altar donde se ofreció como Hostia
Santa, viva y agradable a Dios (Catic 1992). Con su muerte y resurrección
Cristo instaura en la tierra el nuevo culto a Dios. Con el único sacrifico
agradable a Dios sella la Nueva Alianza.
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