Encarnación del Hijo de Dios.
¿Por qué el Hijo de Dios
se hizo hombre?
Iluminación. En el mundo estaba, y el
mundo fue hecho por ella, pero el mundo no la conoció. Vino a los suyos, mas
los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de
hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre (Jn 1, 10- 12)
1. La finalidad de la
Encarnación
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El Verbo se hizo carne
para ofrecernos en un estado visible la actuación generadora que su Padre va entretejiendo dentro de la vida
trinitaria (DH 11).
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Para hacer posible en
nosotros una vida espiritual capaz de despertar alabanza auténtica de la
criatura a Dios omnipotente. (SC 5)
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Para permitirnos percibir
cómo va actuando la acción divina en la intimidad de cada criatura respetando
su dignidad personal autónoma. (AG 3).
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Para poder hace efectiva
entre los hombres la salvación definitiva. (S 10)
“El, Cristo Nuestro Señor
siendo originalmente espíritu se ha hecho carne”. Para hacer de la carne,
espíritu, es decir, capaz de iniciarse en la vida trinitaria, Cristo pneumatizó
la carne, para poder así, hacer que la carne lograra la finalidad querida por
Dios: dar a todo hombre vida en abundancia; entrar en comunión con todos los
hombres. “La carne no sirve, el espíritu
es el que vivifica” (2 Cor, 3, 16)
La meta de los hombres espirituales es la carne pneumatizada del
Verbo, para hacernos miembros del Cristo integral. Una meta que podemos
realizarla, por nuestra participación en su pascua: “De su plenitud todos hemos recibido” (Jn. 1, 12). ¿Qué significa
participar de la Pascua de Cristo.
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En primer lugar significa
apropiarnos de los frutos de la Redención del Señor: el perdón y la paz. El Sacramento del bautismo nos hace partícipes del “Espíritu de adopción
que nos hace hijos de Dios, nos guía hacía la verdad plena” (Jn. 16, 9-13)
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En segundo lugar significa darle muerte al hombre viejo con
sus pasiones y malos deseos. “Morir al pecado y vivir para Dios” (Rom
6, 12)
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En tercer lugar significa
crecer en el conocimiento de Dios, mediante la práctica de las virtudes humanas y
cristianas.
2. La vida
espiritual de Jesucristo.
Dos cosas sobre este tema podemos decir para comprender más
profundamente la vida espiritual en Jesús:
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La concepción de Jesús fue
por obra del Espíritu Santo. (Lc. 1, 35)
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En Jesús el Espíritu Santo
actuaba como en su propia casa (Mt. 3, 17).
Jesús en la medida que se iba iniciando en el estado espiritual, iba
siendo asumido por la persona del Verbo. En Jesús se encontraban El Verbo de
Dios y el Espíritu Santo, de donde podemos decir que la vida espiritual de
Jesús es muy singular, en la que se
comunicaban las divinas personas.
La historia de Jesús es la historia de su filiación divina
expresándose progresivamente en su propia carne. Toda la vida de Jesús fue un
donarse y entregarse a la voluntad del Padre (Jn 4, 34). Vivió todos los
instantes de su vida en comunión con
Dios, a quién llamó “Abbá”, “mi Padre y
yo somos unos”, “Yo siempre hago lo
que veo hacer al Padre”, “Mi Padre siempre me escucha”, “mi enseñanza no es mía
sino del Padre que me ha enviado”, “nadie conoce al Padre sino el Hijo, y nadie
conoce al Hijo sino el Padre”, “Te alabo Padre y te bendigo”, “Padre aparta de
mí este cáliz”, “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”, estos y otros
textos bíblicos nos dicen de profunda relación que existía entre Jesús y su
Padre.
La conciencia de ser hijo de Dios unificó y animó la vida terrena de
Jesús, le confirió la identidad profunda de su personalidad; dio un sentido
trascendente a toda su existencia. No fue una conciencia estática, El fue
profundizando en su cualidad de Hijo de Dios; fue llevando a cabo una unificación cada vez más
unificaste con su vida personal.
Jesús no sólo gozó de una presencia del Espíritu operando directamente
en su intimidad, sino que al ser una humanidad pneumatizada vivió también y
atestiguó una especial experiencia ético espiritual según las virtudes
teologales.
Lo ético y lo espiritual estaban en Jesús de una manera
interrelacionada que reflejaban el devenir de su ser humano. Gracias a la unión
hipostática de las dos naturales de Jesús lo ético y lo espiritual cohabitaban
en El en una no confusión y no separación. En otras palabras, Jesús, por ser
realmente hombre, actuó lo divino de un modo no conforme a Dios; por ser
realmente Dios, actuó lo humano de un modo no conforme al hombre.
El Espíritu Santo se da en plenitud siempre que se comunica a alguien;
pero es acogido según la amplitud de acogida del espíritu resucitado de que
dispone el receptor. También Jesús durante su vida terrena estuvo lleno del
Espíritu Santo, pero con las limitaciones propias del hombre en camino,
destinado a profundizar en su vida espiritual mediante infusiones ulteriores
del Espíritu.
Al mismo tiempo su
personalidad divina lo urgía continuamente a trascender lo ético humano de
manera que se estableciera totalmente sólo la experiencia espiritual. El era
consciente de que, para quedar inmerso en la vida de Dios Padre a que aspiraba
con todo su ser tenía que superar su fragilidad ética y vivir como el hombre
espiritual en la koinonia caritativa con el Padre en el Espíritu. Jesús quiere
ser cada vez el hijo que se configura con los sentimientos del Padre, acogiendo
con misericordia a los pecadores.
Su muerte en la cruz es la proclamación solemne definitiva de que ya
comienza a establecerse en su total experiencia espiritual, más allá de todo lo
ético humano. En la cruz sacrifica todo lo humano- persona, a pesar de lo que lo amaba, para ser
totalmente espíritu resucitado.
Con su muerte en la cruz Cristo llega al término de su andadura divino
humana, que es la unión final con el Padre en el Espíritu Santo: Experimentó la
obediencia filial con lo que padeció la muerte de cruz. Lo aceptó todo para
convertirse en espíritu resucitado.
3.
Nuestra vida espiritual es comunión con Cristo Jesús.
Nuestra vida espiritual se caracteriza como comunión íntima con el
Espíritu de Dios. Sin embargo, Dios, a pesar de ser potencia infinita de
comunicación, nos resulta “imparticipable” Todo ello se debe a nuestro ser
humano, que es opaco y refractario a lo divino. Razón por la que nuestra vida
espiritual se reduce prácticamente a nuestra unión con Jesucristo que nos concede
la gracia del Espíritu. ¿Cómo unirnos a Jesucristo?
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Al escuchar su Palabra con
fe, es decir, con disponibilidad de abrirnos a lo que El nos propone y
encarnarla en nosotros.
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En el cultivo de los
valores humanos auténticos: la verdad, la justicia, la libertad, el amor.
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Un medio eficaz para
entrar en comunión con Jesús es la Liturgia, especialmente los Sacramentos por
medio de los cuales recibimos su Palabra, su Perdón y lo recibimos como
alimento en la Eucaristía. (DV 21). Confortados con la gracia sacramental
podemos actuar como cristianos y como
Apóstoles.
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San Pablo nos recuerda que
hemos de adentrarnos desde Jesús hombre hasta el Señor Espíritu; desde nuestro
obrar según la virtud evangélica hasta dejarnos llevar por el Espíritu como
hijos de Dios, siendo dóciles al Espíritu Santo, para llegar a ser con Jesús: espíritus resucitados.
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Nos unimos a Jesús cuando abrazamos
su voluntad hasta el fondo, hacemos nuestros su misión y su destino; cuando nos
acercamos a los pobres para llevarles la Alegre Noticia de la Salvación. En el
apostolado en el cual Jesús nos garantiza su presencia: “Estaré con ustedes”. (Mt. 28, 20)
Se trata de injertarnos espiritualmente en la espiritualidad de Cristo
Señor, hasta que nos hagamos espíritus
resucitados uniformados en todo a su Espíritu, estableciendo así una
relación filial en el Espíritu de Cristo con Dios Padre. Esta perspectiva
espiritual no se da de un día para otro, como tampoco es algo terminado en
nosotros; como creyentes tenemos la tarea de estar descubriendo continuamente a
Jesucristo: La tarea es abrirnos a la acción de Dios para padecer en nosotros
la acción del Espíritu para que el Hijo nos vaya dando progresivamente el amor
de Dios, de acuerdo a nuestra disponibilidad.
La experiencia de Cristo consiste en un abandonarse en Jesús el Señor
para vernos introducidos por su Espíritu
a adorar al Padre en espíritu y en verdad. (Jn. 4, 23). Nos dirigimos a
Cristo para obtener de El algo que no ha sucedido todavía: Para que El nos
sumerja en su Espíritu, perdiendo de alguna manera nuestra vida espiritual
moral para ser sólo hombres espirituales. (San Atanasio)
Sin Jesús nuestra vida está falta de sentido, no importa que estemos
rodeados de personas, cosas, libros, etc. sólo Jesús llena los vacíos del
corazón humano.
4.
El Espíritu Santo en la vida de Jesús.
El Espíritu
Santo es el don por el que se ofrece Dios a sí mismo. Es la suavidad de la
existencia divina estructurada por completo en una íntima oblatividad total
(AG. 2).
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El Espíritu Santo sometió la carne de Jesús al amor
generativo del Padre, hasta hacerla partícipe del amor filial del verbo
encarnado a Dios Padre.
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Cuando el Espíritu derramó todo su Amor sobre Cristo
resucitado, entonces se verificó de manera perfecta y consumada la encarnación
del Verbo en su carne-espíritu. Toda la vida de Jesús, fue un irse impregnado,
de manera creciente y progresiva del Amor del Padre por la acción del Espíritu
en El, realidad que le permitió asumir al Hijo de Dios, el Verbo del Padre,
asumir hasta el fondo la voluntad del Padre y desarrollar toda su actividad en
presencia del Espíritu. El Espíritu Santo no sólo hizo que la carne de Jesús se insertase
substancialmente en la persona del hijo de Dios, sino que la convirtió en la
única fuente y en el único sacramento de comunicación y entrega a todas las
demás criaturas humanas. (DV 2
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Podemos afirmar que en su vida, Jesús fue el que
recibió el Espíritu en plenitud.
Después de su Pascua, Cristo es el
que bautiza con Espíritu santo y fuego.
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También nos es lícito decir que la vida espiritual y
redentora de Jesús depende fundamentalmente del Espíritu Santo.
5. El Espíritu Santo en los Creyentes.
Juan 14, 16;
16,7. Es el Nuevo Abogado de los creyentes.
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Romanos 5, 5. Ha sido derramado en el corazón del
creyente.
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Da Gloria Jesús en los creyentes (Jn. 16,13ss)
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Da inteligencia a los discípulos Jn. 14, 26)
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Romanos 8. Guía los hijos de Dios y ora en ellos.
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Efesios 3, 14ss. Fortalece en nosotros el hombre
interior.
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Por la acción del Espíritu Santo en nosotros somos
hombres nuevos (2 Cor. 5, 17).
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