VENID A MÍ LOS QUE ESTÁN CARGADOS Y FATIGADOS Y YO OS DARÉ DESCANSO.

 


VENID A MÍ LOS QUE ESTÁN CARGADOS Y FATIGADOS Y YO OS DARÉ DESCANSO.

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 1, 28- 30)

Nuestro descanso es Cristo y, para participar de su descanso hay que romper con el pecado, con la carga que pesa, oprime y aplasta. Al recibir el perdón de los pecados recibimos el perdón y el amor, la vida eterna y el don del Espíritu Santo. Quedamos en comunión con Cristo, podemos caminar y trabajar con él, podemos amar y servir con él para eso nos uncimos con él. Él es el experto, nosotros no tenemos la experiencia, pero invita a que aprendamos de él como nuestro Maestro: A ser mansos y humildes de corazón.

En el corazón como el de Jesús, hay mansedumbre, no hay violencia y no hay agresividad, como tampoco hay venganza, rencor, y odio, por eso pudo decir a sus discípulos: «Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. (Lc 6, 27, 31)

Juan el Bautista nos enseña lo que es la humildad: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya.” (Jn 3, 30) Y Pablo nos enseña como debe ser nuestra humildad: Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza.(2 de Cor 8, 9) Su pobreza es la encarnación, su pasión su muerte, y todo para enriqucernos. Su riqueza es ser el Hijo de Dios, el Hermano universal y el Salvador de todos. Jesús por amor nos comparte su herencia (Rm 8, 17) Nos hace hijos de Dios, hermanos de los demás y servidor de todos. Así lo había dicho: No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.» (Mt 20, 26- 28) Jesús es el servidor porque es humilde. Así lo entendió Pablo al decirnos: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.(Flp 2, 6- 8) Porque humilde se hizo pobre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte de cruz.

El encuentro con Cristo nos hace humildes y pobres de espíritu. Como en el caso de Zaqueo que lo bajó del árbol de grandeza, de su monopolio económico. A Pablo lo bajó de su fariseísmo legalista, rigorista y perfeccionista. Por eso Jesús propuso la conversión como hacerse como niños para poder entrar en el reino de Dios (cf Mt 18, 3- 5) Reconocer nuestra pecaminosidad y confesarla es un acto de humildad que cuesta mucho. Por eso reconocernos pecadores y reconocer cuales son nuestros pecados es con la ayuda del Espíritu Santo (Jn 16, 8) Llegar a tener un corazón pobre y arrepentido es Gracia de Dios. Donde hay una verdadera humildad hay pobreza espiritual, hay desprendimiento y hay generosidad. La humildad es inseparable de la caridad y de la actitud del servicio. Sólo los humildes aman y sirven. Sin la humildad el hombre está tullido, tiene parálisis, no puede amar y servir. Por eso Jesús nos presenta una liberación:

Entró de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio.» Y les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?» Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano.» El la extendió y quedó restablecida su mano. (Mc 3, 1- 5) Extender la mano es compartir, es darse en servicio por amor a los demás. El hombre soberbio dice: “No amaré, no serviré y no obedeceré.” Es un ser tullido, es un hombre con parálisis.

Hay fe donde hay mansedumbre  y donde hay humildad. La fe nos deja luz, fuerza y amor. Luz que ilumina nuestras tinieblas y reconocemos nuestros pecados. Fuerza para rechazar la agresividad y toda maldad y amor para que amemos a Dios y a los demás. Hija de la fortaleza es la sencillez de corazón que nos hace ser mansos y humildes de corazón, las dos virtudes que son las columnas de nuestra espiritualidad, sin las cuales todo se viene abajo. Son vigor y fuerza para vencer y echar fuera de nuestra vida los enemigos de la fe: El individualismo, el conformismo, el totalitarismo y el secularismo y otros. Por que las dos están estrechamente unidas a la misericordia y al amor, motor de todo servicio, de toda donación y entrega. (cf Col 3, 12s)

Escuchemos al profeta decirnos: «Se te ha declarado, hombre, lo que es bueno, lo que Yahveh de ti reclama: tan sólo practicar la equidad, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios.»(Miqueas 6, 8)

 

 

 

 

 

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