ELEGIDOS PARA SERVIR POR AMOR Y PARA AMAR.

 


 ELEGIDOS PARA SERVIR POR AMOR Y PARA AMAR.

 

Aleluya. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Aleluya. Jn 15, 11)

 

Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.» (Jn 15, 12- 17)

 

Por amor a Cristo renuncié  a la vida mundana y pagana. Si Jesús me llama amigo es porque me ama y yo también lo amo, somos amigos. Amigo significa amado, no me llama siervo, me llama amigo, porque sabe que he renunciado al mundo para tomar la firme determinación de seguirlo. Soy elegido por amor y para amar, me ha dado el destino de dar fruto y en abundancia. El fruto es el amor, por eso puedo pedir a su Padre, ahora también mi Padre y me concederé lo que le pida. Me vuelve a recordar su mandamiento: Ámense los unos a los otros como yo los he amado. ¿Qué le puedo pedir al Padre? Tres cosas: Padre, santifícame, dame tu Reino y haz tu voluntad en mi vida (Mt 6, 9- 10)

 

Ahora sus palabras me llenan de consuelo y de alivio, me habla con verdad: Porque amo a Jesús el mundo me odia: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Su fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. (Jn 15, 17- 19) Ya no soy del mundo, soy de Cristo porque le pertenezco, porque lo  amo y tengo la disponibilidad de seguirlo. ¿Cómo sé que lo amo? Porque, ayudado por su Gracia, he hecho la Opción Fundamental de mi vida, amar y seguir a Cristo. He tomado la firme determinación de servir a Cristo, en su Iglesia y desde su Iglesia. Recuerdo el día, la hora y la fecha: el 7 de Noviembre del año 1980, a las diez de la noche, en un antro de los Ángeles, California llamado “Luminarias”. (Recuerdo la tercera de las tentaciones de Jesús) Al llegar a casa, abrí la Biblia y esto es lo que leí, Juan 15, 12- 19.

 

Pocos días después encontré en la Palabra la confirmación de su Promesa: “Hijo, si te llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, manténte firme, y no te aceleres en la hora de la adversidad. Adhiérete a él, no te separes, para que seas exaltado en tus postrimerías. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en los reveses de tu humillación sé paciente. Porque en el fuego se purifica el oro, y los aceptos a Dios en el honor de la humillación.” (Eclo 2, 1- 5) La prueba era la señal que estaba siguiendo a Cristo. En cada prueba el Señor me visitaba para confirmarme en la fe y para corregirme si me estaba desviando. La primera prueba fue para que pusiera mis ojos solo en Jesús, para tener la intención de seguirlo a él por lo que es y no por lo que tiene o por lo que da. La segunda prueba fue para demoler al ídolo, Jesús no admite competencia, fuera toda idolatría. Era un sacerdote al que yo admiraba, lo defendía y lo seguía. Me lo hizo pedacitos. La tercera prueba fue dentro de la Comunidad, aceptar ser criticado, perseguido y enjuiciado por servir a Jesús. A la Iglesia acéptala como es, no como tu quisieras que fuera. Si quieres una Iglesia perfecta, ve y fúndala, pero, no será mi Iglesia, será la tuya. (Es lo que el Señor me dijo)

 

La enseñanza que recibí en esos días fue sobres la Iglesia, como una casa grande: En una casa grande no hay solamente utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos nobles y otros para usos viles. Si, pues, alguno se mantiene limpio de estas faltas, será un utensilio para uso noble, santificado y útil para su Dueño, dispuesto para toda obra buena. (2 de Tim 2, 20- 21) Así en la Iglesia hay santos y hay pecadores, hay fuertes y hay débiles, hay sanos y hay enfermos, el que quiera ser buen servidor que se consagre al Señor. Para un encuentro de cara a cara en su Palabra. Llegó el día y la hora del encuentro, leía el evangelio de Juan:

 

Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida (Jn 6, 51- 55)

 

Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? (Jn 6, 60) Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.» (Jn 6, 66)

 

Jesús no obliga, no manipula, no hace a fuerzas, no engaña:  “Si tú quieres”. Pedro le responde ¿a dónde iría?  Me imaginé a Pedro decir: ¿Volver a la casa de la suegra?  ¿Volver a las redes viejas y remendadas? ¿Volver a la Sinagoga? Vino entonces un pensamiento a mi mente: Y, ¿yo porque sigo al Señor? Yo ni le pido algo, viene la luz a mi mente que me recuerda que si le había pedido una esposa. Y, ¿si te niego lo que me pediste, también tú quieres irte? Mi respuesta fue: ¿a dónde iría? Volver a parrandear de noche y a trabajar de día. Volver al vacío existencial buscando razones para sentirme un poco feliz. Volver al alcohol y a la droga. No, ya probé lo bueno que es el Señor. Me quedo contigo.

 

Volvió nuevamente la luz a mi mente y recordé al sacerdote que había dicho a la comunidad: Hagan oración por Uriel para ver si el Señor lo toca y entra al Seminario. Que la lengua se le haga chicharrón, fue mi respuesta a la intención del sacerdote. Pero, ahora, estaba cara a cara con el Señor y le dije: Sí eres Tú el que me llama, hágase en mi tú voluntad, al decir esta palabra, sentí hermoso en mi interior. El llamado era de Dios. Y Yo le respondí, desde ese día comencé a buscar el Seminario. El llamado era a ser sacerdote de Jesucristo para la Iglesia.

 

Jesús les respondió: «¿No os he elegido yo a vosotros, los Doce? (Jn 6, 70) Elegido por amor y para amar. El Señor tiene su momento para hacernos su llamada. Llamada que pide una respuesta, cada día y cada hora. Puedo decir con Pablo: Señor tu Gracia me basta, tú Amor es todo lo que yo necesito (2 de Cor 12, 9) No me sueltes de mi mano, guíame, condúceme y protégeme. Y aquí estoy, en medio de muchas debilidades, pero aún caminando por la gracia de Dios.

 

La respuesta es en fe: creer en Jesucristo, en su Palabra, en su Misión y en su Servicio: “No he ve4nido a ser servido, sino a servir y a dar mi vida por muchos” (Mt 20, 28) Servir es dar la vida por muchos, voluntariamente y por amor.

 

Recordando las palabras de Pablo: “Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia. Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría” (2 de Cor 9, 6-7)

 

 

 

 

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