DIOS SE HIZO HOMBRE PARA AMARNOS CON UN CORAZÓN DE HOMBRE.

 

DIOS SE HIZO HOMBRE PARA AMARNOS CON UN CORAZÓN DE HOMBRE.

“Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva.” (Gál 4, 4- 5) Jesús nació para rescatarnos de la opresión del pecado y darnos Espíritu Santo, para hacernos hijos de Dios.

Jesús vino a traernos “La Paz, el Amor, el Gozo, la Vida” Es decir, vino a traernos a Dios. Para hacer posible esto, Jesús nos habló de un nuevo Nacimiento. Nacer de los Alto, nacer de Dios. (Jn 1, 11)

La Palabra se hizo carne para amarnos y darnos Vida, para reconciliarnos con Dios y entre los hombres. Jesús, con su Palabra y con su vida nos enseñó el “Arte de Amar y de Servir y el Arte de compartir, para que vivamos en Comunión.” Al final de su vida nos redimió, dio su Vida por nosotros y resucitó para justificarnos. (Rm 4,25)

Después envío a su Iglesia para que anunciáramos todo lo referente al Reino de Dios; para que hiciéramos discípulos, bautizáramos y enseñáramos todo lo que Él había hecho. También nos hizo la Promesa de estar con nosotros hasta el fin de los tiempos. (Mt 28,19- 20)

Sin la escucha de la Palabra no hay Navidad, hoy en nosotros. Lo primero es escuchar su Palabra y obedecerla para ser portadores de la Vida, del Amor, de la Verdad. Esta Palabra hace la Obra de Dios en nuestro interior y nos lleva al nuevo Nacimiento, para nacer en el Reino de Dios. (Jn 3, 1- 5) La Palabra nos conduce a la Salvación por la fe y a la perfección cristiana (2 Tim 3, 14- 17)

La perfección cristiana se da en el Amor a Dios y a los hombres, es don y entrega. Amar es Navidad. Amar es compartir, es darse, es donarse, es entregarse, sin miedo y sin tacañería. Para compartir hay que hacer presencia para acompañar. ¿Qué podemos compartir?

Compartir el “pan de vida” Todo aquello que ayuda a realizarse como personas y vivir con dignidad. Compartir la Palabra para dar testimonio del amor que se ha manifestado en Cristo Jesús. Compartir el “tiempo” para hacer presencia con la familia, con los enfermos, con los presos, con los que tienen hambre de ser escuchados. Compartir “nuestra casa,” siendo hospitalarios. La hospitalidad se hace en nuestros corazones. En nuestro corazón, se practica o se rechaza. Compartir “el camino” de la fe; camino de sinodalidad, caminar con otros, caminar con Jesús, su Madre, sus Apóstoles; caminar con todos, preocupándonos por los demás y compartiendo lo que sabemos, lo que tenemos y lo que somos. Lo anterior es poner en práctica las palabras de Jesus. Poniendo en práctica el Arte de amar, el Arte de servir y el Arte de compartir, como discípulos y apóstoles de Jesús, siguiendo sus huellas, amándolo, siguiéndolo y sirviéndolo.

La Misión de Jesús fue anuncia el Reino de su Padre, el Reino de Dios y de Cristo. Él sembró el Reino en el corazón de los hombres con la predicación de su Palabra, con sus milagros, con sus exorcismos y de manera especial con su estilo de vida, viviendo como Hijo de Dios: “se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos or el mal porque Dios estaba con él” (Hch 10, 38)

Jesús vino a reconciliar a los pecadores con Dios y entre ellos. Llamó a los Doce para estar con él y para enviarlos con poder a predicar el Reino de Dios a las naciones (Mc 3, 13; Mc 16, 15) Hizo de los Doce una Comunidad fraterna, solidaria y servicial, y los puso como fundamente de su Iglesia (Mt 16, 18; Ef 2, 20) Los hizo participes de su Destino y de su Misión: "Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»" (Mt 28, 18- 20) No los dejaré solos; no los dejaré huérfanos, les daré Espíritu Santo, para que los guie, los una, los reconcilie y los santifique. “Él los llevará a la verdad plena” (Jn 16, 13)

Jesús vino a salvarnos, y para eso entregó su vida, ofreciéndose al Padre como un sacrificio perfecto por toda la humanidad (Hb 9, 11- 13) Por su sangre nuestros pecados son perdonados y limpia nuestros corazones de los pecados que llevan a la muerte (Ef 1, 7; Hb 14, 9) En virtud de su sangre somos reconciliados con Dios y entre nosotros. Su sangre abre el camino para que el Espíritu Santo venga a nosotros y more en nuestros corazones. La salvación que Jesús nos ofrece conlleva el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo: Nos hace hijos de Dios en Cristo (Ef 1, 5) Nos da la vida eterna. A eso ha venido y a sí lo dijo: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10) El que tenga a Cristo tiene esa vida, y el que no lo tenga, no la tiene (cf 1 Jn 5, 12)

Jesús es nuestro Redentor, ha pagado el precio para sacarnos del reino de las tinieblas para llevarnos al reino de la Luz, del Amor, de la verdad y de la Vida (cf Col 1, 13) La Redención hace referencia al sacrifico de Cristo por toda la Humanidad. Creyentes y no creyentes, el vino por todos y murió por todo. Toda la Humanidad ha sido redimida.

Jesús es el Salvador de los que creen en él. La salvación es el don de Dios a todos los hombres, pero no a fuerza, unos la aceptan y otros la rechazan. “Vino a los suyos, pero muchos lo rechazaron” (cf Jn 1, 11-12) Somos justificados por la fe (Gal 2, 16; Rm 5, 1) Por la justificación nos apropiamos de la Salvación y recibimos los frutos de la Redención: el Perdón, la Paz, la Resurrección y el don del Espíritu Santo. La salvación es un don gratuito, no se compra y no se vende, pero no es barato. Hay que pagar el precio: la fe en Jesucristo. Creer y convertirse nos lo ha dicho el mismo Jesús (Mc 1, 15; Mc 16, 16) Creer y convertirse es una misma realidad. Consiste en pasarse a Jesucristo: pasar del judaísmo a Jesús; en pasar del paganismo y de la idolatría a Jesús. Es pasar de una vida mundana a Jesús para llenarse de él y revestirse de Jesucristo dejando al hombre viejo.

Para todo el que crea recibe de Jesús la “Vida eterna y el don del Espíritu Santo” Experiencia inolvidable. La presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en nuestro corazón. Elegidos y amados por el Padre. Redimidos, reconciliados y perdonados por el Hijo y santificados y conducidos por el Espíritu Santo. Esta experiencia es el Motor de la Vida Nueva, lo que sigue es un enamoramiento de Cristo, de su Palabra de la Oración y de su Iglesia. Para, conducidos por el divino espíritu , servir a lavar pies y amar los unos a los otros como Jesús nos amó a todos, hasta el extremo (Jn 13)

Al entrar al servicio a Cristo aparecen en nuestra vida manifestaciones llamadas carismas, son los medios que el Señor nos da para el bien de todos, para edificar la Iglesia. Los carismas crecen con el uso de su ejercicio. Van acompañados por el gozo del Señor. Un gozo inefable, no hay palabras para explicarlo, sólo se vive y se goza.

La fe en Cristo, cuando es auténtica, nos hace saber que Dios nos ama, nos perdona, nos salva y nos da Espíritu Santo. Nos da conciencia que somos Familia de Dios, la Comunidad de Cristo en la que todos hemos de preocuparnos unos de los otros. Vivir reconciliándonos unos con los otros y compartiendo con los demás lo que sabemos, lo que tenemos y lo que somos. Somos un regalo del Señor para los demás. Les pertenecemos y ellos nos pertenecen, por eso, hemos de profundizar en la Misión que el Señor nos ha entregado: Cargar con las debilidades de los demás. Y esto con Amor.

L

 

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