1.- LOS VALORES DEL REINO DE DIOS

 

LOS VALORES DEL REINO DE DIOS

 

Objetivo: Profundizar en el conocimiento del Reino y sus valores para vivir de acuerdo a la espiritualidad bíblica, en justicia, compasión, humildad,  solidaridad y servicio.

Iluminación. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). “¿Por qué me dicen señor, y no hacen lo que yo les digo?” (Lc 6, 46) El Valor del Reino es Jesús, quien lo posea tiene en su corazón la Perla Preciosa.

1. La espiritualidad cristiana.

La espiritualidad cristiana, estrictamente hablando es solamente una. Es el vivir en Cristo, vivir de Cristo y el vivir para Cristo. Esto es posible cuando se vive una vida espiritual iluminada y movida por el Espíritu Santo. Entonces podemos hablar de espiritualidad bíblica, una vida que es normada por la Palabra de Dios, y que a la misma vez, es guiada por el mismo Espíritu que invadió a los profetas y a los autores sagrados de la Sagrada Escritura. De esta manera podemos decir que “vivir en Cristo” es lo mismo que “vivir en Dios” o “vivir según el Espíritu”.

2. La espiritualidad del Reino

De la misma manera podemos afirmar que solo hay vida espiritual ahí donde alguien es movido por el Espíritu Santo que nos lleva a “vivir la espiritualidad del Reino”. Del Reino de Dios en el que Jesucristo es “Jefe y Capitán”, “Dueño y Señor”. En el Reino de Dios nadie vive para sí mismo, y nadie considera suyo lo que realmente pertenece a todos. Pensar, sentir y vivir en función del Reino de Dios nos pide ser dóciles al Espíritu que Dios da sin medida a los que creen, aman y siguen al Señor Jesús para gloria de Dios Padre. Muchos son los que sólo actúan cuando se les dice lo que deben hacer, eso, no puede ser así, porque apaga y sofoca al Espíritu que da Libertad.

El modo propio de vivir en el Reino de Dios es amando y siendo amados. Amor que se expresa en el servicio, en la donación y en la entrega a la “Causa de Jesús”. Según las palabras del mismo Señor que nos dijo: “No he venido a ser servido, sino a servir” (Mc 10, 45). En el jueves santo, después de haber instituido la Eucaristía, el Señor nos mostró como debemos vivir sus discípulos: “Ustedes me llaman a mí Maestro y Señor, y dicen bien. Pero si yo que soy Maestro y Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13, 14-15).

La Meta del Reino, no es la búsqueda de grandezas, de bienes materiales, como tampoco ser famosos, importantes, como tampoco lo es el quedar bien o el que tengamos muchos éxitos según el mundo en que vivimos. Nos puede ir bien y podemos quedar bien pero no lo buscamos. Buscamos primero el reino de Dios y sabemos por qué Él nos lo ha revelado que lo demás nos vendrá por añadidura. ¿Qué es entonces lo que buscamos? ¿Cuál es nuestra meta? La respuesta es iluminada por la Escritura: “Les aseguro que el sirviente no es más que su señor, ni el enviado más que el que lo envía” (Jn 13, 16). La Meta es, sencillamente, “Ser como Él” El Hijo obediente hasta la muerte, el Servidor de todos, el Hermano de los pobres y despojados.

En el Reino de Dios existe una igualdad fundamental entre todos y cada uno de los que han entrado que son realmente una “familia” en la cual todos entre ellos son hermanos y por lo tanto, hijos de un mismo Padre. En ésta familia, “el que quiera ser el primero que sea el último” (Mc 9, 35), y “el que quiera ser grande que sea el servidor de los demás” (Mt 20, 26). Para el Evangelio reinar significa servir, y ser grande significa ser servidor. Los criterios cristianos no son los criterios del mundo, la diferencia son como del cielo a la tierra (Is 55, 9).

3. Los valores del Evangelio

 

El Evangelio nos presenta al mismo Jesús como modelo de Valores: La Verdad, el Amor, la Vida, la Libertad. Y también nos aclara los valores por los cuales Él vivió. Cuando nosotros logramos llegar a poseer la libertad interior, la libertad del corazón aprenderemos a interiorizar los Valores del Reino y a vivir de acuerdo a ellos. Podemos afirmar que para Jesús sólo existe un gran valor: las personas, a quienes ama, se dona y se entrega. Para el Señor las personas son más importantes que el dinero, que el lujo y que cualquier otra cosa en el mundo. Verdad que hace decir a Pablo: “Me amó y se entregó o mí” (Gál 2, 20)

4. El Valor de la Verdad

Para los cristianos la verdad no es un principio abstracto o filosófico; es una persona, con nombre propio. En el Evangelio de San Juan encontramos esta afirmación: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6).

El Espíritu Santo es el Espíritu de la Verdad, y es a la vez quien nos guía a la Verdad plena. Lo que exige al creyente pensar la verdad y para llegar a tener el pensamiento de Cristo (Fil 2, 5); llegar a tener criterios cristianos que nos ayuden a encarnar los Valores del Evangelio. San Pablo exhorta a los romanos, a dejarse renovar por la acción del Espíritu en lo más profundo de su mente para poder comprender la voluntad de Dios: Lo bueno, lo justo y lo perfecto (Rom 12, 2-3).

 

No basta con pensar la verdad, hemos a la misma vez de “Honrar la verdad”. Esto exige aprender a vernos como Dios nos mira y a pensarnos como Dios nos piensa. La persona no vale por lo que tiene; tampoco vale por lo que sabe o por lo que hace: La dignidad de la persona no se la dan las cosas ni los conocimientos. El fundamento de toda dignidad humana es Dios que ama a todos y a cada uno. Honra la verdad quien reconoce, acepta, defiende y respeta la dignidad de todo ser humano.

 

En la carta de san Pablo a los Efesios encontramos esta valiosa exhortación: “por lo tanto, eliminen la mentira, y díganse la verdad unos a otros”, ya que todos somos miembros de un mismo cuerpo” (Ef 25). El mismo Señor, en el Evangelio de Juan nos dice: La mentira tiene por padre al diablo” (Jn 8, 44). El cristiano que vive en la verdad sabe que la mentira no comunica, no viene de Dios y por lo tanto, deshumaniza y despersonaliza.

 

5. Mentiras ni piadosas

Hemos dicho que la verdad cristiana no es un concepto, es una Persona, es Jesús, el Hijo de Dios que nos ha dicho: “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32). “Por lo tanto, si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres” (Jn 8, 36). Trabajar por la verdadera libertad, la que nos ofrece el Hijo de Dios, nos comporta el cultivo del corazón. El Espíritu nos induce a trabajar por nuestra propia libertad y por la libertad de otros.

Sólo entonces estaremos caminando en la verdad, venciendo con el Poder del Espíritu al mundo, al maligno y a la carne. Y a la misma vez, caminar en la verdad consiste en ser capaces de vivir los Valores del Reino, con un corazón limpio de maldad pero lleno de compasión, de justicia y de amor.

A la luz de los valores del Evangelio hemos, de repetir que para Jesús, el único valor son las personas: pobres o ricas, enfermas o sanas, hombres o mujeres, cultas o incultas, blancas o negras. Para Él y en Él, todos somos uno; en Cristo hemos sido reconciliados, estamos en paz y somos familia de Dios (cfr Ef 2, 13-17). Miremos por un momento a Jesús defendiendo a la mujer adultera (Jn 8, 1-11), a Zaqueo, el cobrador de impuestos (Lc 19, 1- 10). Jesús es sin más, el defensor de los derechos humanos. Él invita a sus discípulos a ser defensores de la verdad, es decir, del hombre, y especialmente del pobre, de aquellos que no tienen voz, y que por lo tanto, no pueden defenderse.

6. El valor de la justicia

Para los profetas del Antiguo Testamento, conocer a Dios es practicar la justicia (Jer 22, 16). Para el profeta la experiencia de luchar por la justicia es experiencia de Dios. Así podemos entender las palabras de San Juan en su primera carta: “Todo el que practica la justicia, conoce a Dios y ha nacido de Dios” (cfr 1Jn 2, 29). Si hoy nosotros decimos que creemos en Dios y que lo amamos, pero, en nuestra vida cotidiana no tenemos obras de misericordia, nuestra fe es estéril y no tenemos experiencia de Dios, porque no practicamos la justicia. Se trata, pues, de la justicia que brota de la fe, del Encuentro con Cristo, no de cualquier otra justicia. Para los profetas  de la Biblia, un culto, separado de la justicia no es agradable a Dios (cfr Is 1, 11-17).

Le hacemos justicia a Dios cuando elegimos el Camino que Él nos propone: Jesucristo, y, le hacemos justicia al Señor Jesús cuando guardamos el Mandamiento que Él nos ha dejado: “Ámense los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34). Le hacemos justicia a los demás cuando reconocemos su dignidad de personas, sus dones y talentos, cuando les ayudamos a remover los obstáculos que impiden su realización y les aportamos los medios que necesitan para su realización personal. Benedicto XVI nos dice en la “Veritas in Caritatis”:

La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo «mío» al otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es «suyo», lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde.

 Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es «inseparable de la caridad» intrínseca a ella. La justicia es la primera vía de la caridad o, como dijo Pablo VI, su «medida mínima», parte integrante de ese amor «con obras y según la verdad» (1 Jn 3,18), al que nos exhorta el apóstol Juan.

 

Por un lado, la caridad exige la justicia, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas y los pueblos. Se ocupa de la construcción de la «ciudad del hombre» según el derecho y la justicia. Por otro, la caridad supera la justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y el perdón.

 La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo (Veritas in Caritatis 6).

7. El valor de la libertad

La verdad y la justicia como valores del Evangelio son inseparables de la Libertad y del Amor. El Espíritu Santo es un espíritu de libertad (2Cor 3, 17). Todo aquello que oprima, explote, manipule, aplaste a los seres humanos no viene de Dios. No confundamos la libertad con el libertinaje; éste deshumaniza y despersonaliza, mientras que la libertad dignifica y transforma.

La libertad es la belleza de la existencia humana y es el modo de vivir como personas. Hombre libre es aquel que camina con los pies sobre la tierra; camina, no se arrastra; puede y sabe elegir entre lo que realmente tiene valor en miras a su realización personal, y entre lo que no lo tiene; su dignidad es su bandera, por eso camina con la frente levantada; no es esclavo del mal, ni de las personas, como tampoco de las cosas o de la ley. El hombre libre, según el Evangelio, es aquel que es capaz de compartir su pan, su casa y su tiempo con los demás, especialmente con los menos favorecidos.

¿Cómo saber qué realmente estamos en comunión con Dios? Sólo cuando seamos capaces de corresponder al sufrimiento y a las necesidades de los otros con la compasión y la práctica de la justicia. Solo entonces podemos estar seguros de que tenemos vida espiritual. Amor a los que sufren y a los que les falta algo, como también, debemos amar a los que no sufren y no tienen necesidad alguna, pero el amor del Evangelio nos apremia a una entrega más ferviente por aquellos que no tienen lo necesario para vivir con dignidad.  El amor y la justicia, ni se oponen ni se contradicen. El amor compasivo es el corazón de la justicia, y es también nuestro motivo para practicar la justicia.

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