LOS VALORES DEL REINO DE DIOS EN NUESTROS DÍAS
8. El divorcio entre amor y justicia. No
divorciemos el amor de la justicia, haciéndole favores al prójimo en vez de
hacerle justicia. Evitemos el paternalismo, no insultemos la dignidad de las
personas, dando limosnas, hagamos más bien justicia y defendamos los derechos
de los demás. El amor no es un favor, es un mandamiento, el mayor de todos los
Mandamientos de la Ley de Dios. Por lo tanto, mi prójimo tiene derecho a mi
amor, es otro ser humano como yo, hecho a imagen y semejanza de Dios. Otra
manera de evitar el divorcio entre amor y justicia es aprendiendo a aplicar
ambos términos, tanto en nuestra vida privada como en nuestra vida social. El
amor hace comunión, es cuestión de muchos y no de uno solo.
Cuando el amor y
la justicia están juntos, en comunión, se puede construir una comunidad de
personas en la cual existe: solicitud
mutua, reconciliación continua y un compartir permanente. Sin
individualismos ni relativismos ni exclusivismos. Según los planes del Creador,
todo fue creado para todos, y nadie puede o debe apropiarse de aquello que
otros necesitan para vivir con dignidad. Como también, nadie debe gastar en
lujos innecesarios e inútiles, esto sería un fraude a los pobres; escándalo que
hace que muchos rechacen la fe cristiana o nieguen la existencia de un Dios
providente, justo y misericordioso.
El
Valor de la Dignidad humana. Hoy día, como en la sociedad en los
tiempos del Señor Jesús lo que las personas más valoran es “el status social”.
Las relaciones sociales son medidas por el prestigio, la educación, la honra y
la riqueza. ¿Cuánto tienes? Cuánto vales. Las personas son valoradas por el
color de la piel, por los trapos que traen encima, por los títulos que poseen,
por el carro que manejan o por el lugar donde viven. Cuando estos falsos
valores rigen las relaciones sociales, hemos de decir que nuestra sociedad está
determinada por las clases sociales: de primera, de segunda, de tercera y más…
Hablemos claro, el mundo no tiene la mirada de Dios.
La dignidad
humana es la perla preciosa que brilla en el rostro de todo ser humano. A la
misma vez, la dignidad humana, como valor evangélico contradice el valor
mundano de la “status social”. Para Jesús lo más importante es la persona
humana, concreta de carne y hueso. Por eso criticó en especial a los fariseos
por causa del deseo de status: “Les gusta ocupar los primero puestos en las
comidas y los primeros asientos en las sinagogas; que les salude la gente por
la calle y los llame maestros” (Mt 23, 6-7). A sus mismos discípulos los
corrigió por su búsqueda de status. Estaban siempre discutiendo sobre los
primeros lugares y cuál sería el mayor entre ellos (Mt 18, 1). También
competían entre ellos por ocupar los opuestos más honrosos (Mc 10, 35-37).
De acuerdo a la
doctrina del Evangelio, el ser humano redimido por Jesús es una persona valiosa
en sí misma. Vale por lo que es; es un fin en sí mismo. Para el Señor todo
somos iguales en dignidad, en honra, en status y en valor. La interiorización
de este valor es muy importante para la vida espiritual. Podemos decir que es
la base de una verdadera humildad: reconocer que somos débiles y al mismo
tiempo reconocer que todas las cosas buenas que tenemos y somos, son regalo de
Dios.
El Apóstol nos dice: “¿Qué tienes que no lo
hayas recibido? Y sí lo has recibido, ¿Por qué te glorías como si no lo
hubieras recibido?” (1Cor 4, 7). Cuando esta verdad no está en nuestra mente,
todas nuestras capacidades y talentos se pueden convertir en orgullo y
soberbia. Nos creemos superiores y mejores que los demás al edificar una
sociedad piramidal. Como puede ser dañino y vicioso el poseer una falsa
humildad que nos lleve a perder el respeto y el afecto a nosotros mismos.
Nunca debemos de
perder de vista que el respeto por la dignidad de las personas es la base del
amor y de la justicia en las relaciones sociales. Amar a todos es tratar a
todos con igual respeto. Practicar la justicia es estar en lucha contra la
discriminación, la manipulación, la explotación y opresión de los seres
humanos. Luchar contra la injusticia es erradicar toda forma de mentira y fomentar la igualdad y en respeto entre las
personas.
El
valor del Compartir. Este valor evangélico viene a nosotros
como interpelación. Cuando Jesús ha entrado en nuestra existencia, lo primero
que deseamos es configurar nuestra vida con él, para un día llegar a tener sus
mismos sentimientos, sus mismas luchas y sus mismas preocupaciones. Entre otras
cosas incluye: el tipo de casa en el que vivimos, el tipo de comida que
comemos, la marca de ropa que usamos, el modelo de carro que estamos
usando, y todos los otros bienes
materiales que utilizamos. El compartir es un valor que ilumina el dinero y las
posesiones que tenemos, sobre todo nuestro modo de usarlos.
En la época de
Jesús los fariseos eran tenidos como amantes del dinero (Lc 16, 14), y la
mayoría de pobres y ricos consideraban los bienes de fortuna como una bendición
de Dios. No dudamos en decir, que el valor mundano por las cuales se luchaba y
se vivía era el ser ricos y el tener un “patrón de vida alto”. Jesús llamó
ricos a los que escogen el dinero en vez de a Dios. Para Jesús el ser rico no
es un pecado, el pecado está en el no compartir como es el caso de Lázaro y el
rico Epulón (Lc 16, 19). Aquellos que escogen el dinero en vez de a Dios, no lo
comparten con los pobres se excluyen a sí mismos del Reino de Dios.
Jesús recomienda
a los que quieren ser sus discípulos: “Vende tus bienes y comparte el dinero
con los pobres” (Mt 6,19-21; Lc 12, 33-34), “Quien no renuncie a sus bienes no
puede ser mi discípulo” (Lc 14, 33). La renuncia a los bienes es el precio que
se tenía que pagar para ser discípulo de Jesús, o para hacerse cristiano. Así
fue en los primeros días en que los cristianos vendían sus bienes para ponerlos
a los pies de los Apóstoles. (Hech 2, 44-46; 4, 34; 5, 11). El valor evangélico
aquí es el compartir, para asegurar que los pobres sean alimentados, que todos
tengan lo necesario para vivir con dignidad. El compartir es poner en práctica
el Mandamiento Nuevo; es la expresión del amor, de la justicia y de la
compasión, que llega hasta lo económico y afecta los bolsillos o la cartera.
Cuando nos
negamos a compartir, estamos poniendo un obstáculo muy grande a la vida
espiritual. Nos hacemos esclavos de nuestros bienes, del confort material y de
nuestro “patrón de vida”. La vida espiritual se refiere a la presencia de la
Gracia en el interior del cristiano, y al modo como se manifiesta: en “nuestro
estilo o nuestro patrón de vida”. Cuando nuestra vida, no está de acuerdo con
el Evangelio, en vez de cristiana, es mundana, es pagana, es vida de pecado. La
solidaridad con el pobre es el centro de toda espiritualidad bíblica.
El
Valor de la Solidaridad humana.La raza humana está dividida en grupos
sociales, frente a los cuales, podemos encontrar dos posturas una de egoísmo, o
bien, otra de solidaridad. Naciones, tribus, clanes, familias, culturas, clases
y sectas religiosas, conformaciones sociales que nos dan un sentimiento de integridad, de lealtad y
solidaridad de grupo. En la época de Jesús los grupos sociales eran muy
fuertes. Y algunos eran rivales de los otros grupos como fue el caso de los
fariseos, saduceos y herodianos. Mientras que al interior de los grupos podía
haber fuertes experiencias de solidaridad al grado de decir: “lo que le hagas
alguno de mi grupo, a mí me lo haces”.
El problema no
son los grupos, sino el egoísmo frente a los otros. Hablamos, no de un egoísmo
individual, sino entre grupos, mucho más serio, peligroso y perjudicial. El
valor pecaminoso y mundano es el egoísmo y el exclusivismo de la solidaridad
del grupo. Jesús luchó contra la solidaridad de grupo. Salió de su propio grupo
religioso, social y cultural, para abrazar a toda la raza humana como hermanos
y hermanas, como a parientes y vecinos. Jesús nos enseñó con sus palabras y con
su vida a amar aún a los enemigos, a los que te odian y te hacen el mal” (Lc 6,
27-28). Para Jesús, el valor no es la “solidaridad de grupo”, sino la
“solidaridad de humana”.
No obstante,
nosotros podamos amar mucho a nuestro grupo, la solidaridad humana es mucho más
importante. Cuando rompemos la solidaridad humana o no la valoramos
correctamente, nuestra solidaridad de grupo se torna egoísta y pecaminosa. Como
persona, como cristiano que soy y como sacerdote, mi primera lealtad es con la
familia humana. Todo lo demás es secundario. Jesús se identificó con todos los
seres humanos: “Todo lo que hicieras con el menor de mis hermanos, a mí me lo
harías”. Esto es el amor cristiano, compasión divina, eso es lo que llevó al
buen samaritano hacer lo que hizo con un judío socialmente despreciado (Lc 10,
25ss) Para Jesús, todos somos hermanos y hermanas e hijos de Dios.
El
valor del Servicio. La cuarta área de interés es la del
poder. La mayoría de nosotros tiene cierto poder y cierta autoridad. El poder
en sí mismo, no es malo; lo malo es hacer de él un fin en sí mismo, un dios.
Cuando el poder y la autoridad se ejercen para dominar y oprimir a otros, es
entonces cuando se convierte en un valor mundano, pagano y pecaminoso. En todas
partes encontramos personas luchando por el poder, usando y abusando de él,
dominando a otras personas y tratando de controlarlas.
En la época de
Jesús el poder y la autoridad fueron generalmente usados para dominar y
oprimir, tanto a los pueblos como a las personas. Él rechazó el poder como un
valor pagano y lo convirtió en un valor evangélico usando el poder y la
autoridad para servir a los otros.
Jesús llamó a
sus discípulos y les dijo: “Los jefes de las naciones las gobiernan como si
fueran sus dueños, y los poderosos las oprimen con su poder. Entre ustedes no
debe ser así. El que quiera ser el más importante entre ustedes, que se haga el
servidor de todos, y el que quiera ser el primero, que se haga el siervo de
todos. Así como el hijo del Hombre, no vino para que lo sirvieran, sino para
servir y dar su vida por los hombres recatados” (Mc 10, 42-45).
Dos
estilos para usar el Poder. Existen dos estilos para usar el poder y
la autoridad. Una manera es usar el poder para servir y otra para dominar. Una
manera para oprimir y otra para liberar. Una cosa es desear ser servidos y otra
cosa es desear ser servidores de los demás. Una cosa es el espíritu de
dominación y opresión y otra cosa es el espíritu de servicio y de liberación.
Sin el espíritu de servicio y de liberación no hay vida espiritual.
Cuando somos
movidos por el Espíritu Santo comenzamos a erradicar de nuestra vida el egoísmo
y todo obstáculo que impide nuestra realización en el amor. El Espíritu Santo
hace nacer en nosotros el deseo de servir a los demás por amor y no porque
deseamos ser admirados, ser reconocidos o por gratitud. Sin servicio a los demás
el Mandamiento de Jesús se nulifica en nuestra vida: “Ustedes me llaman maestro
y señor, y dicen bien: Pero si yo, que soy maestro y señor, les he lavado los
pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a os otros” (Jn 13-14). Lavar
pies significa servir como Jesús, por amor, sin buscar el bien propio. El
Modelo del servicio es Jesús, no hay otro. “Les aseguro que el sirviente, no es
más que su señor, ni el enviado más que el que lo envía” (Jn 13, 15), la Meta
de todo servidor es “ser como su Señor”, el Servidor de todos.
Oración:
Padre
nuestro que estás en el Cielo. Santificado sea tu Nombre, venga tu Reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo. Danos hoy el pan de cada día,
perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden, no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal (Mt 6, 9-11).
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