EL ARTE DEPERDONAR


Aprender el arte de perdonar.


1.    ¿Porqué hablar del perdón?
Porque existen recuerdos, situaciones, acontecimientos en las personas, que más que huellas han dejado heridas en el alma y se convierten en la piedra en el zapato que no nos deja avanzar puesto que duele y lastima cada vez que intentamos caminar… es necesario, urge, aprender a perdonar… pensemos que el pasado ya pasó. Nada se puede cambiar, lo hecho, hecho está. Lo que si podemos hacer es “redimir el mal”. Redimir es vencer, sacarlo fuera para que deje de hacer daño y en su lugar dejar lugar al amor, a la verdad y a la vida.
 
La fuerza del perdón que recibimos y que damos tiene como fundamento la pasión, el sufrimiento y la muerte del Señor Jesús. Así lo dijo el profeta Isaías: “Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados” (Is 53, 5) En virtud de los méritos de Jesucristo, con la fuerza de su sangre podemos pedir perdón a quienes hemos nosotros ofendido y dar perdón a quien nos ha ofendido. 
 
2.    ¿Y qué es el perdonar?
El perdón es un don de Dios y una respuesta del hombre. Con la ayuda de la Gracia y con nuestra cooperación podemos perdonar a quienes nos hayan herido. Cuando abrimos la puerta del corazón al rencor nos llenamos de amargura. Cuando hemos permitido que el odio eche raíces en nuestro interior, se pierde la sonrisa y la capacidad de vivir en armonía con Dios, con uno mismo y con los demás. Sólo se puede perdonar cuando nos abrimos a la Palabra, a la oración, al amor de Cristo, que nos amó primero (1 Jn 4, 10). Jesús nos dice: “Sólo unidos a mí podréis dar fruto” (Jn 15 1-7); sólo entonces comprenderemos que la “fiesta” del corazón es fruto del perdón que Dios nos otorga y que nosotros damos a nuestros deudores.
 
2.1 Digamos primero lo que no es perdonar.
a)     No es un sentimiento… el perdón no se da en los afectos, no es un acto emocional. No se trata de perdonar porque el corazón siente. El perdón trabaja, tanto en los afectos, como en la inteligencia y en la voluntad. La gente dice: No me nace perdonar. No puedo perdonar. El perdón no me nace… es una decisión que está en la voluntad iluminada por la inteligencia. Lo sienta o no lo sienta, me guste o no me guste, me conviene perdonar para no verme privado de la gracia de Dios. Recordemos lo que dice la Biblia: “El pecado nos priva de la gracia de Dios”. (Rm 4, 23). ¿Por qué me conviene? Jesús ha dicho: “el que guarda mis mandamientos y mis palabras, ese es el que me ama, y mi Padre, también lo ama y venimos y nos manifestamos en él y hacemos de él nuestra morada” (cfr Jn 14, 18.21)

b)    Perdonar no es decir: perdono pero no olvido… por eso cada vez que lo recuerdo me gruñen las tripas, me dan cólicos, me lleno de rabia y agarro el pesado y lo refriego en la cara de aquellos que están a mi lado. El perdón no se condiciona. Escuchamos a la gente decir: “lo perdono si me pide disculpas”. “Lo perdono si se humilla y se arrodilla a mis pies”. Eso no es perdonar, es más bien egoísmo y soberbia. Otros dicen que perdonan, pero viven recordando las ofensas recibidas en el pasado y echándolas en cara, eso es ser neurótico…hace daño, hace sufrir y da muerte a la familia. Por ejemplo, una infidelidad de años atrás, cuando se recuerda y el corazón está vacío de amor, trae mucho dolor y sufrimiento.

Los que conocemos la historia del hijo pródigo hemos aprendido que el amor del Padre es incondicional, nunca es negociado. El Padre corre a su encuentro, lo abraza, lo besa, no lo deja terminar su discurso. Pronto, ordena a sus siervos, tráiganle la mejor ropa, el mejor anillo, las mejores sandalias, traigan el becerro gordo y preparen la fiesta, “la fiesta del perdón” (cfr Lc 15, 11ss). En esta historia Jesús nos enseña que para el Padre perdonar es amar. Nos acepta tal como somos, nos acoge y hace una fiesta.

2.2 Ahora digamos lo que sí es perdonar.
a)     Perdonar es la decisión de amar a una persona, como ella es, permanentemente, es decir, siempre; perdonar es amar; amar a una persona concreta, real de carne y hueso que me hizo sufrir, destruyó mi matrimonio; me despojó de mis bienes; me levantó una calumnia que me llenó de vergüenza y fui el hazme reír de la gente; esa persona puede ser mi padre, mi madre, mis abuelos, vecinos, maestros, novios, amigos, etc. Sin perdón no hay Paz, no hay vida, no hay alegría.

b)    Perdonar es aceptar a una persona como ella es y no como yo quisiera que fuera. Cuando acepto a alguien incondicionalmente, con sus defectos y con sus debilidades, con su historia y con su pasado, me estoy abriendo al perdón, para que fluya en mi interior la paz, el amor y el gozo del Señor.

c)     Perdonar es aceptar un pedido de disculpa. Si queremos que nuestra oración sea poderosa hemos de estar listos a dar perdón a quien nos haya ofendido, y dispuestos a pedir perdón a quien hayamos ofendido. A una persona real, no la persona ideal, aquella que yo idealizo, pero que al llegar el momento del conocimiento real me lleno de frustración.

d)    Para el cristiano que ha recibido el perdón de Dios a pesar de sus muchos crímenes, perdonar es mostrar la misma misericordia que ha recibido del Señor: “sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (Lc 6, 36). Misericordia significa amar con el corazón al otro con su miseria. Dios ama al pecador, no ama el pecado, no obstante, lo acoge y lo perdona incondicionalmente.

El Perdón es medicina que sana el dolor del alma, es el alivio que devuelve la esperanza, es el milagro que renueva o restaura la paz, es la magia que nos permite recordar sin sufrir, y muchas veces olvidar aquello que tanto nos hizo llorar, nos robó la fe en el amor, en la amistad, en Dios, en uno mismo o en los demás. Por todo esto   hemos de aprender a “Perdonar”, nos conviene, nos es útil y lo necesitamos para ser personas libres de rencores, resentimientos y odios.  Perdonar es remover el tapón del “botellón” de nuestro corazón, para que podamos llenar de la Gracia redentora de Cristo, de su amor, de su paz y de su gozo. Mientras el “botellón” esté sellado, aunque nos caiga el agua, sólo será superficial, no penetrará lo profundo y seguiremos secos por dentro.

3.    ¿Cuántas veces tengo que perdonar?

En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18, 23). Es decir, siempre. Esto sólo es posible si el perdonar se convierte en algo habitual: es decir, lo de diario, lo de todos los días. Pablo nos dice: “Enójense, pero no den lugar al diablo, reconcíliense antes de la puesta del sol” (Ef 4, 26). Cuando hay enojos y no hay reconciliación damos lugar a los resentimientos, al rencor, al odio, a la venganza… a la enemistad. Enemigo es todo aquel que me hace sentir mal, que me roba la paz, que estorba a mis intereses que pienso que no me ama, que habla mal de mí, que no está de acuerdo conmigo. La verdad es que me he llenado de cizaña, y lo negativo ha invadido mi alma. 

4.    La enseñanza de Jesús.

El Señor Jesús es Maestro que da vida a los que hacen de su Palabra la delicia de su vida. A los que hacen de su Palabra la Norma para su vida. Él nos enseña a vivir. Como personas dignas, valiosas e importantes. Quien escuche su Palabra se hace inteligente. Para la Biblia ser inteligente es saber vivir: una persona que odia y es rencorosa no sabe vivir, no obstante, tenga muchos títulos y diplomados, pero en su interior guarda resentimientos, rencores, odios venganzas, se le complica la vida. Jesús nos enseña “el arte de vivir en comunión” con Dios, como Padre; con los demás como hermanos y con nosotros mismos como amos y señores de las cosas.

La enseñanza del perdón en el Evangelio.

  • “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente, más yo os digo que no resistáis al mal” (Mt 5, 38-39). 
  •  “Perdonen para que puedan ser llamados hijos de su Padre celestial que es bueno hasta con los malos” (Mt 5, 44).
  •  “Qué si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6, 14- 15).
  • En el Padre nuestro rezamos: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6, 12).
  •  “Amen a sus enemigos; hagan el bien a los que los odien; bendigan a los que los maldiga; rueguen por los que los difamen” (Lc 6, 27s).
  •  “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados “Perdonad y seréis perdonados”. Dad y se os dará: una medida buena, apretada a rebasar… Porque con la medida con que midáis se os medirá a vosotros” (Lc 6, 36- 38).
Jesús sella su enseñanza sobre el perdón diciendo desde la cruz: “Perdónalos Padre, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Lo dice al mismo tiempo que derrama su sangre sobre la humanidad. Él nos había dicho: “No hay amor más grande que el dar la vida por los amigos” (Jn 15, 15). Al final de la vida nos enseña que el amor a los enemigos y dar la vida por ellos, es aún mayor que el primero.

Una enseñanza que debe de vivirse.

Para profundizar en la enseñanza del perdón Jesús nos dejó una historia sacada de la experiencia del pueblo: Entonces Jesús les dijo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con que pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: “ten paciencia conmigo y te pagaré todo”. El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.

Pero apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía apoco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras decía: Págame lo que me debes. El compañero se le arrodilló y le rogaba: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda. Al ver lo sucedido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo mandó y le dijo: Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Y el Señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara todo lo que debía. Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano (Mt 6, 12).

Encontramos en la parábola dos tipos de personas: una llena de generosidad y de misericordia; la otra llena de resentimientos, de maldad y avaricia. La enseñanza de Jesús nos descubre el corazón del rey que no es otro, que su Padre celestial, y el corazón del hombre individualista y tacaño que puede ser uno de nosotros; encerrados en sí mismos y llenos de ambición, como aquel hombre que no fue capaz de perdonar a su prójimo que le debía una deuda pequeñísima comparada con lo que a él se le había perdonado.

¿A quién tenemos que perdonar?

a)     Perdonar a Dios, es el primer perdón. 
 
No porque haya hecho algo mal contra nosotros, Él sólo nos da lo bueno, salimos de sus manos muy bellos: “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra” /Gn 1, 26). Cuando Dios terminó su obra dijo que estaba muy buena, es decir, muy bella. De Dios sólo se recibe lo bueno, lo noble, lo justo, lo que construye y nos hace ser mejores: más responsables, más libres y más capaces de amar.  Sin embargo, por tener una falseada imagen de Dios, del hombre y de la vida, pensamos que toda cosa desagradable que nos sucede viene de Dios. Por ignorancia lo culpamos por: enfermedades, accidentes, consecuencias de los errores de la humanidad, infertilidades, hijos con características no esperadas, abundancias o carencias, inconformidades propias que nos impiden encontrar la paz, por la pérdida de un ser querido.
 
Hacemos de nuestra oración un muro de lamentos, nos alejamos de Él porque no logramos entender o discernir cuál es Su voluntad, le culpamos de los errores de otros. Nos enojamos y nos vamos a buscar quien haga nuestros gustos. Para poder renovar nuestro interior, es preciso liberar de toda culpa a Dios, aprender a descubrir y experimentar su inmenso amor por cada uno de nosotros y encontrar en él la sanación interior.
 
b)     Perdonarnos a nosotros mismos, es el segundo perdón. 
 
Hay casos en los que nos cuesta reconocer, que es a nosotros mismos a los que debemos perdonar; porque nos culpamos de muchas de las cosas que pasan a nuestro alrededor, juzgamos muy severamente nuestros errores, nos atormentamos por lo que dejamos de hacer o hicimos mal; divorcios, muertes, separaciones, palabras dichas y otras que no se dijeron, flores marchitas, historias de amor y amistad que no lograron terminar de escribirse o que tuvieron un triste final, y nos quedamos estancados en el pasado sin poder avanzar; arrastramos complejos de culpa, negándonos la oportunidad de empezar de nuevo, liberarnos, restaurarnos y renovarnos. Perdonarnos, es ser capaces de aceptar e indultar nuestra propia humanidad; pasar la hoja, atrevernos a escribir un nuevo capítulo de nuestra historia personal.
 
c)     Perdonar a los demás, es el tercer perdón. 
 
Para encontrar la paz del alma, hace falta perdonar también a los demás; la palabra que dolió, la traición que golpeó, la acción que la vida destrozó, por el abandono que nos dejó vacío nuestro interior, la omisión, la indiferencia, los acosos, el cansancio, la fragilidad humana del otro que tanto nos hirió, que robó la fe y la esperanza de creer en el amor, en la amistad, aún en el mismo perdón. 
 
Perdonar al otro es liberarnos de sentimientos que causan mucho más dolor; porque nos encasillan en hechos que ya pasaron, en tormentas que cesaron, en diluvios y terremotos que aunque arrasaron con lo mejor de nosotros mismos, no todo se lo han robado; porque mientras nuestro corazón siga latiendo, tenemos la oportunidad de seguir viviendo, restaurando lo que está destruido, renovar el corazón herido, devolviendo la fe y la paz que se había perdido.
 
d)     Perdonar a nuestros enemigos, es el cuarto perdón. 
 
Enemigo es todo aquel que nos estorba en nuestros proyectos, que ha destruido nuestro hogar, que nos llevó a la quiebra, que nos ha calumniado, que no piensa como nosotros o que nos contradice, el esposo que traicionó y se fue, etc. Jesús nos enseñó: “Ama a tu enemigo y reza por el que te persigue para que puedas llamarte hijo de Dios” (Mt 5, 44) En el Padre nuestro nos enseñó: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. No nos engañemos, la medida del perdón que damos es la medida del perdón que recibimos. Pudiéramos también decir: “Enséñanos a perdonar como Tú nos has perdonado. Enséñanos a dar vida a nuestros enemigos como tú nos has dado vida a nosotros.
 
5.    Actitudes para tener en cuenta en arte de perdonar.
 
·   Aceptar que no somos agradables para todo el mundo. A muchos pueden agradar nuestras enseñanzas, nuestra personalidad, nuestras acciones y a otros no. Muchas son las personas que se hunden cuando no son invitadas a una fiesta o no son tenidas en cuenta. Aceptemos que no somos: “moneditas de oro” para caerle bien a todos.
·   Saber aceptar nuestros errores es una buena medida para no deprimirnos y desanimarlos, y también para no llenarnos de rabia o rencor hacia nosotros mismos.
·   Aceptar que los demás son distintos a nosotros. No piensan como pensamos y pueden no estar de acuerdo con nuestros criterios. Cuando no se acepta esta verdad podemos caer en el “fanatismo” agresivo y violento.
·   Ser personas positivas y optimistas para no andar viendo enemigos en todas partes, pensando que los demás no nos quieren o nos tienen envidia. 
·   Aceptar que no siempre se cumplen nuestras expectativas y hagamos nuestro el principio de: “Nunca añadir sufrimiento a los demás”. 
·   Aceptar que los otros pueden saber más que nosotros; pueden tener y más hacer las cosas mejor que nosotros para no llenarnos de envidia o de tristeza. El tener o el saber no nos dan el valor esencial y fundamental, no nos sintamos ni menos ni más que los demás. Como tampoco doblemos la rodilla ante el “oro y ante el poder”.
·   Tener una actitud vigilante para no dejarnos sorprender por el enojo y la rabia; para no ser personas de impulsos, arrebatos y berrinches. No dejarnos sorprender por el espíritu de grosería, de crítica y de juicios negativos.
 
 
6.    El Arte de Aprender a Perdonar.
 
a)     Buscar el perdón de Dios. 
El perdón sale de nosotros mismos, cuando estamos en comunión con Dios. Él es fuente de todo Perdón. De nuestra unión con Él depende nuestra capacidad de amar, de volver a empezar. Digamos que el aprender a perdonar surge de la experiencia del “Encuentro con Dios” que nos enseñó a perdonar, saldando Él mismo todas nuestras deudas, liberándonos de toda culpa, regalándonos la nueva vida en el amor que a diario nos manifiesta en esa Cruz, que más que condenarnos nos redime y nos libera. Perdonar es empezar de nuevo, amar con tanta intensidad que hagamos del perdón el milagro que restaure nuestra vida, nos devuelva la paz y la esperanza perdida,  nos llene de fuerza y fe para hacer nuestros anhelos realidad. Solo Dios es fuente de perdón. Sólo Él hace las “cosas nuevas” y nos da esa capacidad de perdonar; de Él recibimos y aprendemos el perdón que le devuelve la paz al corazón. Sólo cuando en nuestros corazones está el amor de Dios seremos capaces de perdonar sin tanto pujido. Digamos con claridad: “Nadie da lo que no tiene”.
 
Desde la edad de los quince años hasta pasados los treinta años de edad yo abandoné la oración del Padre nuestro. Sólo rezaba tres “aves Marías” antes de dormirme. Un día al comenzar mi rezo, vino a mi mente un pensamiento, pareciera que la Madre me hablaba: “Rézale también a mi Hijo”. Entendí el mensaje, y me dije: ¿Qué le digo?, yo no sé rezar. Se ilumina mi mente y me digo a mi mismo: “Ya sé”, rezaré tres “Padres nuestros y tres Aves Marías”. Y comencé diciendo: “Padre nuestro”, no  pude proseguir. Lo volví a intentar dos o tres veces más, y nada. Se me había olvidado. Antes de los quince años, lo rezaba en latín, español y en inglés, ahora, mi mente se quedaba en blanco y mis labios quedaban sellados. Me embriagó la angustia y la tristeza, no pude rezar al Padre, como hijo, en el Espíritu. La verdad es dolorosa, pero poco a poco  fui entendiendo el ¿porqué?. No vivía como hijo de Dios. Había pasado más de veinte años viviendo en las tinieblas y como hijo de las tinieblas. 
 
Por esos días recordé que mi madre me había enviado un libro de oración. Lo busqué y encontré en él la oración del Padre nuestro. Comencé a leerla, a musitarla con un deseo reprimido que en ese momento se liberaba y cuando decía: “Padre nuestro… Santificado sea tu Nombre... Hágase tu voluntad…Venga a nosotros tu Reino” experimenté en mi pecho una hermosa sensación… había comenzado el regreso a casa… La oración lleva al Encuentro con Cristo.
 
b)     Aceptar el perdón de Dios. 
 
Bajo la acción del Espíritu Santo y en los hombres del buen Pastor vamos caminando hacia “La experiencia del Perdón”. Experiencia fuerte que penetra todo nuestro ser; un verdadero terremoto interior que remueve la piedra de nuestros sepulcros para que entre la Luz a sanar nuestro pasado y llenarnos del consuelo, la paz y el gozo del Señor. Cuando el Señor redime nuestro pasado, éste se convierte en fuente de enseñanza, deja de hacernos daño. Tengamos la certeza de que Dios no nos acusa, no nos recrimina, no nos regaña; todo lo contrario, Él es Amor y nos ama. Nos recibe con sus brazos abiertos y organiza una fiesta para los pecadores que vuelven a Él con un corazón contrito y abatido.
 
c)     Haz el bien a los que te odian. 

En el Encuentro con Cristo hay liberación de las cargas del odio, del rencor, de la venganza y del odio. Todo ha sido clavado en la Cruz de Cristo, todo, también yo con mi naturaleza humana; la Cruz de Cristo es el lugar donde yo me siento en las manos de Dios, dando muerte al “hombre viejo” y dando vida al “hombre nuevo” (Gál 5, 24). Le damos vida al hombre cuando hacemos la voluntad de Dios: Cuando al pensar en alguien que nos había hecho sufrir dirigimos nuestro pensamiento al Señor Jesús y le decimos: “Señor Jesús quiero perdonar a esta persona como yo mismo fui perdonado en la Cruz. Ámala, perdónala y sálvala, dale Señor el don de tu Espíritu”. Esta es la señal de que el amor de Dios ha comenzado a fluir en nuestra existencia.
 
d)     Fortaleceos en el Señor. 

Hacerse fuertes en el Señor con la energía de su Poder para poder resistir los ataques del “hombre viejo” que siempre pretende recuperar el lugar que ha perdido (Egf 6,10s), y que ahora ocupa el Señor Jesús. “Vigilar y orar” son las recomendaciones del Señor (Mt 26, 41) ¿Cómo podemos fortalecernos en el Señor? Pablo nos advierte: “No se dejen vencer por el mal, al contrario venzan con el bien al mal” (Rm 12, 21) 
 
La Nueva vida que el Señor ha puesto en nuestro corazón se debe proteger y cultivar. ¿Cómo hacerlo? Pensemos que amar se aprende amando; a orar se aprende orando; a servir se aprende sirviendo; a perdonar se aprende perdonando. La clave de todo está en: “Ser dóciles al Espíritu de la Verdad” que guía a los que son hijos de Dios (Rm 8, 14s). Nos lleva a vivir de encuentros con el Señor Jesús en la oración, en el contacto con su Palabra, en los Sacramentos, en el trato con los pobres y en el Apostolado que se hace con amor. La obra del Espíritu es revestirnos de Cristo y llenarnos con su Fuerza poderosa para podamos tener los mismos sentimientos de Cristo: Sentimientos de Bondad, Justicia y  Misericordia.
 
e)     Fuera toda violencia y agresividad. 

Cuando Dios ha derramado su Amor en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha dado” (Rm 5, 5) ha comenzado en nuestro corazón una nueva época: la época de la Gracia, que da fin al reinado del pecado, al dominio de los instintos y de los impulsos. El Amor de Dios llena el vacío de nuestro corazón que es habitado por la Paz del Señor. Paz que tenemos que proteger y defender con todo nuestro Señor. Ahora podemos hablar las lenguas nuevas que son las señales de la vida en nuestro interior: “Estas señales acompañaran a los que crean: en mi Nombre hablaran nuevas lenguas” (Mc 16, 15s). 
 
f)      Con la fuerza del Espíritu. 

“Los demonios son expulsados, hablaran nuevas lenguas, no les hará daño en veneno, nos los matará la mordida de la serpiente venenosa y sanarán a los enfermos”. Lo anterior es posible si con la ayuda de la Gracia cultivamos nuevas actitudes y nuevos hábitos. Se trata de cultivar el barbecho de nuestro corazón (Jer 4, 3). Todo jardín necesita de un jardinero que lo cuide y lo cultive. Cada uno de nosotros ha de ser el jardinero de nuestro propio jardín: nuestro corazón. La planta del perdón para que crezca ha de ser regada, se le debe ablandar la tierra, poner fertilizante, ponerle mata plagas, podar para que pueda crecer y dar frutos. Consiste en un estilo de vida que nos ayuda a vivir en la verdad y en amor que nos llevan a ser personas que trabajan por la “Paz”. Las nuevas actitudes son la amabilidad, la generosidad y la servicialidad. Actitudes que generan en nosotros acciones concretas al servicio del perdón. Nos hacen amables, generosos y serviciales. Nuestra manera de hablar deja de ser agresiva para dar lugar a un nuevo vocabulario de palabras amables, limpias y veraces.
 
g)     Los medios para crecer en el arte de perdonar
 
¿Qué te hace falta para perdonar? ¿Qué te impide avanzar? ¿Estás listo para empezar de nuevo y reparar todo el caos que haya en tu vida? ¿De quién viene la capacidad de perdonar? ¿Quieres realmente perdonar? El Señor en su gran Misericordia nos ha dejado en sus Iglesia los medios, las armas de luz para curar nuestras almas de la enfermedad del pecado y para que luchemos contra los enemigos que quieren arrebatarnos la Paz que Cristo nos ha dado. Son medios de crecimiento.

  • La Palabra de Dios. Luz en nuestro camino; lámpara para nuestros pies; vida para nuestro espíritu.
  • La oración individual y comunitaria. Fuerza y poder de Dios que nutre y fortalece el espíritu humano. La oración por los enemigos nos levanta, nos conduce y nos llena de fervor y de esperanza.
  • El Sacramento de la reconciliación. Lugar del Encuentro con Cristo. Quirófano de Jesús; Fuente de toda curación espiritual; basurero de Jesús.
  • El Sacramento de la Eucaristía. Fuente de vida y de perdón; Culmen y fuente de todo apostolado; Fuente de vida, de luz y de amor. Lugar del Encuentro con Cristo Vivo.
  • Las Obras de misericordia. Lugar de encuentro con Jesús; Fruto de la acción del Espíritu; encuentro con los pobres; Palabras puestas en práctica; lavatorio de los pies: servicio a los demás.
  • El Apostolado. Lugar de encuentro con el Señor; momento para sembrar, regar y cultivar las plantas del perdón. Momento para hacer discípulos y consagrar las almas a Dios.

Oración:
Libéranos Padre, en virtud de tu sangre preciosa de tú Hijo de toda rabia, odio y resentimiento. Derrama en nuestro corazón el don divino de tu Amor que es el mismo Espíritu Santo para que podamos  ejercitarnos en la constante práctica del perdón. Que sepamos apropiarnos de la gracia de cada sacramento, para alcanzar el don del perdón total. Amén.

Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros para que seamos capaces de pedir y dar perdón a quien hayamos ofendido o a quienes nos hayan herido.



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