LA ESPERANZA MESIANICA


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La Esperanza Mesiánica

Iluminación. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta:  La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros» (Mt 1, 22- 23.

1.    El resto fiel.
El Pueblo de Israel padeció crisis, persecuciones, explotaciones y opresiones por medio de las potencias extranjeras, desde Egipto hasta Babilonia, después los griegos hasta los romanos; por la experiencia del exilio y del destierro, fue encarnando la “Esperanza Mesiánica.” Qué el día del Mesías, toda esclavitud y toda opresión llegaría a su fin para lugar a una época de esplendor.  En la mentalidad de la mayoría del pueblo de Israel había una falseada concepción del Mesías. Esperaban tiempos de gloria, de esplendor, de poderío y de riqueza. Razón por la que el señor Jesús le decía cuando sanaba o les hacía milagros: “No se lo digna nadie” (cf Mc 7, 36) porque querían proclamarlo rey. Para el “Resto fiel,” el pueblo, pobre y humilde esperaba una liberación que sólo podía venir de Dios.

2.     Esperanza que era alimentada por las palabras de los profetas.

«Venid, subamos al monte de Yahvé, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos.» Pues de Sión saldrá la Ley, de Jerusalén la palabra de Yahvé.  Juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará la espada nación contra nación,  (Is 2, 3.4)  “Los que queden en Sión, el resto de Jerusalén, serán llamados santos; todos serán inscritos para la vida en Jerusalén” (Is 4, 3) . Esperaban una liberación espiritual que traería paz y progreso verdadero, al no invertir en armas para la guerra sino, en instrumentos de trabajo.

Aquel día no tendrás que avergonzarte de los delitos cometidos contra mí; entonces arrancaré de tu seno a tus alegres fanfarrones, y no volverás a engreírte en mi santo monte. Dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre; se cobijará al amparo de Yahvé el Resto de Israel. Ya no cometerán injusticias ni dirán mentiras, ya no ocultará su boca una lengua embustera. Se apacentarán y reposarán, sin que nadie los espante. (Sof 3, 11- 13)

El Resto fiel, hombres y mujeres fieles a la Ley de Dios, sufrían y padecían persecución hasta martirio, no por la observancia a un puñado de normas o leyes, sino, por sus principios y convicciones religiosas como lo podemos ver a lo largo de la Historia de la Salvación como la época de los macabeos.
3.   Esperanza que nace de la Palabra de los profetas.
Que se alegren desierto y sequedal, que se regocije y florezca la estepa; que estalle en flores y se regocije, que lance gritos de júbilo. Le va a ser dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Podrá verse la gloria de Yahvé, el esplendor de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón inquieto: ¡Sed fuertes, no temáis! Mirad que llega vuestro Dios vengador, Dios que os trae la recompensa; él vendrá y os salvará. Entonces se abrirán los ojos del ciego, las orejas de los sordos se destaparán. Entonces saltará el cojo como ciervo, la lengua del mudo gritará de júbilo. Pues manarán aguas en el desierto y correrán torrentes por la estepa;  la paramera se trocará en estanque, y el país árido en manantial de aguas. En la guarida de los chacales verdeará la caña y el papiro (Is 35, 1- 7)

Jerusalén, quítate el vestido de luto y aflicción y vístete ya siempre con las galas de la gloria de Dios. Envuélvete en el manto de la justicia divina y adorna tu cabeza con la gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu esplendor a toda la tierra  y te dará para siempre este nombre: «Paz en la justicia y gloria en la piedad».  Levántate, Jerusalén, súbete en alto, mira hacia oriente y contempla a tus hijos convocados desde oriente a occidente por la palabra del Santo, y disfrutando del recuerdo de Dios. Se te marcharon a pie, conducidos por el enemigo, pero Dios te los devuelve encumbrados en gloria y en litera real. Porque Dios ha ordenado rebajarse a todo monte elevado y a las dunas permanentes, y rellenarse a los barrancos, hasta nivelar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios. Y hasta los bosques y los árboles aromáticos darán sombra a Israel por orden de Dios. Porque Dios conducirá a Israel con alegría a la luz de su gloria, con su misericordia y su justicia.

4.     Las Columnas que sostienen la Esperanza Mesiánica

a)     Las promesas del Antiguo Testamento.
Isaías. Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. En su hombro traerá el señorío, y llevará por nombre: «Maravilla de Consejero», «Dios Fuerte», «Siempre Padre», «Príncipe de Paz».  Grande es su señorío, y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su territorio, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia, desde ahora y hasta siempre (Is 9,1- 3. 6) 

Jeremías. Bien conozco los designios que abrigo sobre vosotros —oráculo de Yahvé—. Son designios de paz, no de desgracia; de daros un porvenir cuajado de esperanza. Me invocaréis y vendréis a rogarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis cuando me solicitéis de todo corazón; me dejaré encontrar de vosotros (Jer 29, 11- 13) Para aquellos días, dice el profeta: “pondré mi ley en interior y sobre sus corazones la escribiré” (cf Jer 31, 33)

Amós. Buscad el bien, no el mal. De ese modo viviréis, y estará con vosotros Yahvé Sebaot, tal como decís. Aborreced el mal, amad el bien, implantad el derecho en la Puerta; quizá Yahvé Sebaot tenga piedad del Resto de José. (Am 5, 14- 15). (cf Dt 30, 15; Rm 12, 9)

Oseas. Por eso voy a seducirla: voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón. Allí le daré sus viñas, convertiré el valle de Acor en puerta de esperanza; y ella responderá allí como en los días de su juventud, como cuando subió del país de Egipto. Te haré mi esposa para siempre; te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en compasión; te desposaré en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé (Os 2, 16.21- 22).

b)     El gran acontecimiento. El nacimiento de Jesucristo.
La Anunciación. Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a un pueblo de Galilea, llamado Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David. La virgen se llamaba María. Cuando entró, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» 29 Ella se conturbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, le llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»  María respondió al ángel: «¿Cómo será esto posible, si no conozco varón?»  El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y le llamarán Hijo de Dios.  Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y ya está en el sexto mes la que era considerada estéril,  porque no hay nada imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel la dejó y se fue (Lc 1, 26. 38)
En la Plenitud de los tiempos. Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley, para rescatar a los que se hallaban sometidos a ella y para que recibiéramos la condición de hijos. Y, dado que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y, si eres hijo, también heredero por voluntad de Dios (Gál 4, 4- 6).
En la época de Jesús el Resto fiel estaba presente y sólo a ellos se les envío un ángel para darles la Buena Noticia del nacimiento del Salvador. Ni a los Sumos sacerdotes, ni Cesar de Roma ni a sus generales, ni a sus ejercitos, ni a los terratenientes ni a los comerciantes se los envío Ángel. Estos ni cuenta se dieron, tal vez estaban muy entretenidos estudiando la Biblia o buscando poder para dominar a las naciones o buscando construyendo sus monopolios de dinero para ser los amos y señores de vidas y de haciendas. Pero la razón es que cuenta se dieron de lo que pasaba en Belén de Judá. Entre ellos estaban Zacarías y su Mujer los padres del Juan el Bautista, Simeón,  la profetiza Ana (Cf Lc 2, 25. 36-37) José y su prometida María con sus Familias (Lc 1, 26-38; Mt 1, 18- 21) Pensemos en los pastorcitos a quienes se les envío un coro de Ángeles (Lc 2, 8- 20) Podemos también añadir en el Pequeño Resto a los sabios de Oriente que venían a buscar al Rey de los judíos. Estos fueron conducidos por la estrella de Belén que después de encontrar y adorar al Niño, se fueron por otro camino, avisados que querían matar al Niño. (Mt 2, 1- 12) Mas tarde, en los tiempos de la misión de Jesús, le dijo al pequeño rebaño: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino (Lc 12, 32) Esto me hace pensar que para pertenecer al Pequeño Resto hay que ser “Discípulos de Jesús” para configurarnos con él en amor y en servicio (cf Mt 5, 3- 11; Jn 13,  34; Lc 10, 29- 37)

5.   ¿Qué podemos observar en nuestra realidad actual? 

“Muchísimos bautizados, muchos creyentes, pocos practicantes y poquísimos comprometidos”. Podemos ver grandes muchedumbres, pero, no todos son discípulos de Cristo. ¿De qué serviría ser sacerdote o ser obispo, sino, no somos discípulos de Cristo? El mismo Señor nos dice: “¿Por qué me dicen Señor y no hacen lo que  yo les digo?” (Lc 6, 46) Muchos son los que caminan al margen de su realización, se encuentran al borde del camino como Bartimeo, el ciego de Jericó (Bar-timeo significa el hijo de lo impuro) (Mc 10, 46- 52; Lc 18, 35- 42). ¿Es posible hablar de un minoría que ha tomado en serio el “Seguimiento de Cristo” para comprometerse con él en favor de la inmensa mayoría? La respuesta de Pablo: “Qué los fuertes carguen a los débiles” (Rm 15,1)

La pregunta que le hacen a Jesús, es hoy, tan actual como en su tiempo: ¿Son muchos los que se salvan? “Mientras caminaba hacia Jerusalén, iba atravesando ciudades y pueblos enseñando. Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Él les respondió: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos pretenderán entrar y no podrán” (Lc 13, 22. 24) El camino de la fe es estrecho y pide esfuerzos, renuncias y sacrificios para entrar en la Pascua de Cristo (cf Lc 9, 23) La respuesta de Jesús es para todos: “Esforzaos”. Sin fe y sin conversión nos quedamos fuera (cf Mc 1, 15). Jesús propone a los hombres de siempre lo mismo: Renacer de lo Alto para hacerse hijos de Dios (cf Jn 1, 11- 12)

6.     El Acontecimiento que divide nuestra historia.

Jesús le respondió a Nicodemo: «En verdad, en verdad te digo que el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios.» (Jn 3, 3). El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (cf Jn 1, 4) El anhelo de Dios es que su Hijo nazca por la fe en cada hombre (cf Ef 3, 17) Jesús irrumpe en nuestra historia para liberarnos, reconciliarnos y hacernos hijos de Dios y hermanos de los hombres. “Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; pero ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz,  pues el fruto de la luz consiste en todo tipo de bondad, justicia y verdad” (Ef 5, 8-9). ¿Qué es lo que nos ha sucedido?

V  Por la escucha de la Palabra nos hacemos portadores de una nueva Presencia. “Habéis purificado vuestras almas, obedeciendo a la verdad, para amaros los unos a los otros sinceramente como hermanos. Amaos profundamente unos a otros, con corazón puro, pues habéis sido reengendrados a partir de una semilla no corruptible, sino incorruptible: la palabra de Dios viva y permanente. Pues toda carne es como hierba, y todo su esplendor como flor de hierba; se seca la hierba y cae la flor, pero la palabra del Señor permanece eternamente. Y ésta es la palabra: la Buena Nueva que se os ha anunciado” (1 pe 1, 22- 25). “Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo” (Rm 10, 17). Quién acepte la palabra de Dios queda embarazada de la “Esperanza cristiana.” Escuchemos a san Pablo: “De ahí que tampoco nosotros dejemos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la palabra de Dios que os predicamos, no la acogisteis como palabra de hombre, sino cual es en verdad: como palabra de Dios, que permanece activa en vosotros, los creyentes” (1 ts 2, 13)
V  La escucha de la Palabra nos lleva de la fe, a la esperanza y a la caridad. Es la obra que Dios hace en nuestro interior para iniciar en nosotros el cambio de mente y de corazón. Nos convence de su amor, hace nacer en nosotros la Esperanza, nos convence de nuestra pecaminosidad, nos introduce en el camino del Arrepentimiento y nos lleva al encuentro con Cristo (cf 1 Ts 1, 9)
V  Encuentro liberador porque nos quita las cargas y experimentamos la fuerza de la resurrección: nuestros pecados son perdonados y nace un “hombre nuevo”. Un hombre nuevo, reconciliado, redimido, salvado, santificado, pues se ha apropiado de los frutos de la redención: el perdón, la paz, el don del Espíritu Santo y la incorporación al Cuerpo de Cristo (cf Ef 3, 26- 27: Rm 12, 5; 1 Cor6, 15. 19).
V  Sigamos la recomendación de la Sagrada Escritura: “Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación,  si es que habéis gustado que el Señor es bueno” (1 Pe 2, 2- 3).
V  Hacer la Opción por Cristo Jesús para comprometerse con su Obra Redentora: “aceptar la voluntad de Dios y someterse a ella, para llegar a la unidad por la fe, crecer en el conocimiento de Dios hasta alcanzar la madurez en Cristo (cf Ef 4, 13) En la obediencia ala palabra de Dios, hacemos de nuestro corazón su vivienda (cf jn 14, 23) y nos configurarnos con el Cristo de las Bienaventuranzas:  pobre, puro, sufrido,  compasivo, misericordioso, humilde, manso y pacifico (cf Mt 5, 3ss).
V  El recorrido de la fe no lo hacemos solos, Jesucristo, María, los Apóstoles y miles y miles de hermanos y hermanas caminan siguiendo las huellas del pobre de Nazareth que hizo de la voluntad de Dios el alimento y la delicia de su vida para nuestro Redentor, Salvador, Maestro y Señor de nuestras vidas.

«No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien
daros a vosotros el Reino”

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