LA IGLESIA UNIVERSAL.
(Catecismo de la Conferencia Española)
Objetivo. Ayudar a tomar conciencia de que la salvación es, ante todo, una
iniciativa divina; nos viene de Dios por medio de Jesucristo y
que en la Iglesia es radicalmente comunión de Dios con el hombre en
Cristo.
Iluminación. La Iglesia procede del amor del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo. La comunión entre los miembros de la Iglesia en
Cristo-Jesús es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu. La
unidad del misterio trinitario de Dios es fundamento de la unidad de la
Iglesia.
¿Dios tiene
un plan sobre mi vida?
1. No es raro
encontrarnos con afirmaciones tan contrapuestas como las siguientes.
Unos dicen: "Todo es absurdo". Otros: "Todo tiene un
sentido". Unos dicen: "El mundo está regido por un destino ciego,
inexorable". Otros: "Dios tiene un plan sobre mi vida". También
nos encontramos con interrogantes tan fundamentales como éstos: "¿Qué es
el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar
de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias
logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede
esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?" (GS 10).
Respuestas
no cristianas
2. Son muchos
los que, arrastrados por un materialismo práctico, no se plantean este
tipo de preguntas. Otros piensan hallar su descanso en una interpretación de la
realidad propuesta de múltiples maneras. Otros esperan del solo esfuerzo humano
la verdadera y plena liberación de la humanidad. Y no faltan quienes,
desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la insolencia de
quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se
esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo (Cfr.GS 10).
Dios toma la
iniciativa de la salvación del hombre
3. Antes de que
el hombre pensara en liberarse de sus limitaciones fundamentales, ya Dios
había decidido ofrecerle algo que el hombre no podía sospechar: la
posibilidad de participar en la felicidad y en la vida misma de Dios
para siempre. "Dios quiere que todos los hombres se salven" (1 Tm 2,
4). La razón está en el amor que Dios tiene al mundo, amor que ha manifestado
enviando a su Hijo Jesucristo. Así lo dice Jesús a Nicodemo: "Tanto amó
Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los
que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Jn 3, 16). Dios ha tomado
la iniciativa de la salvación del hombre. Por ello, Dios intervino en la
historia, eligiendo al pueblo de Israel y comunicándole poco a poco su plan de
salvación que en Cristo y por medio de la Iglesia ofrecerá después a todos los
hombres. En efecto, el Padre "estableció convocar a quienes creen en Cristo
en la Santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el comienzo del mundo,
preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la antigua
Alianza, constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del
Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos" (LG 2).
El plan de
Dios, esbozado en el Antiguo Testamento
4. Por la
acción de Dios en medio de la historia, Israel llega a comprender que Dios
tiene un plan sobre el mundo. La historia humana no se desenvuelve según los
impulsos de un destino ciego, sino que está polarizada de un extremo a otro por
un término, señalado antes de la creación del mundo. Por ello dice el libro de
la Sabiduría que Dios lo dispuso todo "con peso, número y
medida" (Sb 11, 20).
En efecto,
oculto durante mucho tiempo, el plan de Dios fue esbozado en la revelación del
Antiguo Testamento: elección de los antepasados de Israel, promesa de una
posteridad y de una tierra, cumplimiento de la promesa a través de los
acontecimientos providenciales que dominan el éxodo, la alianza del Sinaí, el
don de la Ley, la conquista de Canaán. El plan de Dios es la realidad
fundamental que los profetas dan a conocer al pueblo de Dios: "No hará
cosa el Señor sin revelar su plan a sus siervos los profetas" (Am 3, 7).
La oración de Israel se nutre del conocimiento del plan de Dios, revelado a
través de los hechos (Sal 76; 77; 104; 105). Israel, en suma, se comprende a sí
mismo como implicado en un drama que está en curso, cuyo desenlace sólo le es
parcialmente conocido y hacia el cual Dios hace caminar a la historia: "De
antemano yo anuncio el futuro; por adelantado, lo que aún no ha sucedido. Digo:
Mi designio se cumplirá, mi voluntad la realizo" (Is 46, 10). El plan de
Dios es la salvación, una salvación que será ofrecida a Israel y, con él, a
todas las naciones (Is 2, 1-4; Za 8, 20ss; 14, 16; Is 56, 6-8; 60, 11-14), una
salvación que Dios, en su amor, va dando a conocer, iluminando así el sentido
de la existencia.
Jesús, en el
centro del plan de Dios. La plenitud de los tiempos
5. Con Jesús,
el plan de Dios llega a su etapa decisiva, la plenitud de los tiempos. Jesús,
el enviado del Padre (Mt 15, 24; Jn 6, 57; 10, 36) obra constantemente en
función de ese plan: en cumplimiento de la voluntad del Padre (Jn 4, 34; 5, 30,
6, 38), y de las Escrituras (Lc 22, 37; 24, 7.26.44; Jn 13, 18; 17, 12; 19,
28.36; 20, 9). Si predica la buena nueva del reino (Mt 4, 17.23), si cura a los
enfermos y arroja a los demonios, es para significar que él es el que había de
venir (Mt 11, 3ss) y que el reino de Dios ha llegado ya (Mt 12,28). El plan de
Dios alcanza una nueva etapa que se sitúa entre la plenitud de los tiempos y el
fin de los siglos: la etapa de la evangelización de los pueblos. Jesús confía
el desarrollo de esta misión a la Iglesia: "Se me ha dado pleno poder en
el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20).
El plan de
Dios, realizado en la Iglesia
6. La Iglesia
lleva adelante el plan de Dios. El Evangelio que ella proclama ante la faz del
mundo es el de la salvación acaecida en Jesús, muerto y resucitado, salvación
accesible desde ahora a todos aquellos que crean en su nombre (Hch 2, 36-39; 4,
10ss; 10, 36; 13, 23). San Pablo no hace otra cosa sino anunciar el plan de
Dios en su totalidad (Hch 20, 27). Para los que Dios ama, este plan se
desarrolla conforme a ciertas etapas preparadas de antemano: "sabemos que
en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos
que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció,
también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el
primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los
llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a
ésos también los glorificó" (Rm 8, 28-30).
"Recapitular
en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra"
7. En el himno
que abre la carta a los Efesios (Ef 1, 3-14), San Pablo proclama gozosamente el
plan divino de la salvación realizado en la Iglesia, misterio de elección, de
redención, de perdón, de gracia, de bendición, de glorificación; misterio que
nos revela el plan amoroso de Dios Padre, tomado de antemano y realizado en la
plenitud de los tiempos por medio de Cristo: "Por él, por su sangre, hemos
recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para
con nosotros, dándonos a conocer el Misterio de su Voluntad. Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra" (Ef 1,
7-10). Cristo Resucitado, silenciosamente, como el imán atrae los gránulos de
plomo, atrae todo hacia sí, según las líneas de un trazado progresivamente
visible.
La Iglesia,
comunión de Dios con el hombre en Jesucristo. La Iglesia, culminación del
misterio de Cristo
8. Según el
plan de Dios, Cristo ha sido constituido también "Cabeza suprema de la
Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo" (Ef
1, 22-23; cfr. Col. 2, 9-10). De esta manera, en Jesucristo, la Iglesia, es
misterio de comunión entre Dios y los hombres. La Iglesia es ya, en germen, la
Nueva Jerusalén, que contempla el libro del Apocalipsis: "Esta es la
morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y
Dios estará con ellos" (Ap 21, 3). La Iglesia en su aspecto más
fundamental es la comunidad de vida resultante de la participación de los
hombres en la gracia de Cristo. En este sentido, aunque la Iglesia no puede
añadir nada a la gracia de Dios, representa, sin embargo, la culminación del
misterio de Cristo (Cfr. LG 7; GS 32d; 40b; 42a). Por la fe y los sacramentos
entramos en comunión con Cristo salvador, participamos de su muerte y
resurrección (Cfr. Rm 6), quedamos constituidos hijos de Dios y convertidos en
miembros de su cuerpo que es la Iglesia (Cfr.Ga 3, 26-29; Me 16, 16; In 3, 3;
6, 53). Estos miembros se unen entre sí en Cristo Jesús, de una manera
especial, por la participación en la Eucaristía. "La unidad de los fieles
que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el
sacramento del pan eucarístico (cfr. 1 Co 10, 17)" (LG 3).
La Iglesia,
comunión de los hombres entre sí
9. En la
persona de Cristo y en su Cuerpo que es la Iglesia, Dios restaura la unidad de
los hombres. Judíos y gentiles son reconciliados y forman un solo pueblo, el
pueblo de Dios. Así Cristo "es nuestra paz. El ha hecho de los dos pueblos
una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio"
(Ef 2, 14). Aquí, San Pablo alude al muro que separaba el atrio de los gentiles
y el de los judíos en el Templo de Jerusalén (Cfr. Hch 21, 28-29). Barreras
seculares y viejas divisiones son superadas en la unidad de Cristo, que hace de
todos "un solo Hombre Nuevo" (Ef 2, 15): "ya no hay
distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres,
porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 28).
El Espíritu
Santo une a los hombres en Cristo; vínculo de unión entre los miembros de la
Iglesia
10. La comunión
de todos en el Cuerpo de Cristo se hace posible por la intervención del
Espíritu Santo. El Espíritu, enviado por el Padre y por el Hijo, nos transforma
en hijos de Dios, haciéndonos partícipes de la condición filial de Jesucristo;
infunde en nosotros los sentimientos del mismo Cristo y nos une en comunión de
vida y de amor con El y con el Padre (Cfr. Rm 8, 14-17; Jn 7, 39; Flp 2, 1-5;
Jn 14, 17; 20, 22). "Allí donde está la Iglesia, allí está también el
Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y
toda su gracia" (S. Ireneo, Adv. Haer III, 24, 1).
El Espíritu
Santo, que es el vínculo de unión entre el Padre y el Hijo es también la fuerza
que une entre sí a los discípulos de Cristo en la unidad de la fe y de la
caridad. "El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles
como en un templo (cfr. 1 Co 3, 16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de
su adopción como hijos (cfr. Ga 4, 6; Ro 8, 15-16.26). Guía la Iglesia a toda
la verdad (cfr. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna
con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos
(cfr. Ef 4, 11-12; 1 Co 12, 4; Ga 5, 22). Con la fuerza del Evangelio
rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión
consumada con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor
Jesús: ¡Vén! (cfr. Ap 22, 17)" (LG 4).
La Iglesia
universal es como "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y
del Hijo del Espíritu Santo"
11. Por tanto,
según lo desarrollado en los párrafos precedentes, la Iglesia no es el
resultado de una iniciativa de los discípulos de Jesús, sino un don gratuito
que procede del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, un don que manifiesta al
mundo y a cada hombre el plan divino de la salvación. El Concilio Vaticano II
recuerda en repetidas ocasiones este carácter trinitario de la Iglesia; lo
expresa en particular con el siguiente texto de San Cipriano: "Y así la
Iglesia universal aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4; cfr. GS 24c). Por ser la
Iglesia Cuerpo de Cristo, que nos hace participar en su vida de Hijo de Dios,
es, por esto mismo, un misterio de comunión con la Trinidad: "por medio de
El los unos y los otros tenemos acceso, en un solo Espíritu, al Padre" (Ef
2, 18). La unidad de las tres divinas personas es el fundamento de la unidad de
la Iglesia (Cfr. Ef 4, 4.5.6).
El Padre,
por medio de Jesucristo y con la fuerza del Espíritu Santo, congrega
constantemente a su pueblo, la Iglesia
12. En la liturgia
se expresa con frecuencia esta relación íntima de la Iglesia con el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. Así en la Plegaria Eucarística JI!, el
celebrante, dirigiéndose al Padre, dice: "Santo eres en verdad, Señor, y
con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo,
Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y
congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin
mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso". Y después de la
consagración, añade: "Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y
reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu
amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos
de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo
espíritu". El Padre, por medio de Jesucristo, y con la fuerza del
Espíritu. Santo, congrega y une constantemente a la Iglesia.
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