LA IGLESIA UNIVERSAL. "UN PUEBLO REUNIDO EN VIRTUD DE LA UNIDAD DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO" Objetivo. Ayudar a tomar conciencia de que la salvación es, ante todo, una iniciativa divina; nos viene de Dios por medio de Jesucristo y que en la Iglesia es radicalmente comunión de Dios con el hombre en Cristo. Iluminación. La Iglesia procede del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La comunión entre los miembros de la Iglesia en Cristo-Jesús es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu. La unidad del misterio trinitario de Dios es fundamento de la unidad de la Iglesia. ¿Dios tiene un plan sobre mi vida? 1. No es raro encontrarnos con afirmaciones tan contrapuestas como las siguientes. Unos dicen: "Todo es absurdo". Otros: "Todo tiene un sentido". Unos dicen: "El mundo está regido por un destino ciego, inexorable". Otros: "Dios tiene un plan sobre mi vida". También nos encontramos con interrogantes tan fundamentales como éstos: "¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?" (GS 10). Respuestas no cristianas 2. Son muchos los que, arrastrados por un materialismo práctico, no se plantean este tipo de preguntas. Otros piensan hallar su descanso en una interpretación de la realidad propuesta de múltiples maneras. Otros esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad. Y no faltan quienes, desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la insolencia de quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo (Cfr.GS 10). Dios toma la iniciativa de la salvación del hombre 3. Antes de que el hombre pensara en liberarse de sus limitaciones fundamentales, ya Dios había decidido ofrecerle algo que el hombre no podía sospechar: la posibilidad de participar en la felicidad y en la vida misma de Dios para siempre. "Dios quiere que todos los hombres se salven" (1 Tm 2, 4). La razón está en el amor que Dios tiene al mundo, amor que ha manifestado enviando a su Hijo Jesucristo. Así lo dice Jesús a Nicodemo: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Jn 3, 16). Dios ha tomado la iniciativa de la salvación del hombre. Por ello, Dios intervino en la historia, eligiendo al pueblo de Israel y comunicándole poco a poco su plan de salvación que en Cristo y por medio de la Iglesia ofrecerá después a todos los hombres. En efecto, el Padre "estableció convocar a quienes creen en Cristo en la Santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el comienzo del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la antigua Alianza, constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos" (LG 2). El plan de Dios, esbozado en el Antiguo Testamento 4. Por la acción de Dios en medio de la historia, Israel llega a comprender que Dios tiene un plan sobre el mundo. La historia humana no se desenvuelve según los impulsos de un destino ciego, sino que está polarizada de un extremo a otro por un término, señalado antes de la creación del mundo. Por ello dice el libro de la Sabiduría que Dios lo dispuso todo "con peso, número y medida" (Sb 11, 20). En efecto, oculto durante mucho tiempo, el plan de Dios fue esbozado en la revelación del Antiguo Testamento: elección de los antepasados de Israel, promesa de una posteridad y de una tierra, cumplimiento de la promesa a través de los acontecimientos providenciales que dominan el éxodo, la alianza del Sinaí, el don de la Ley, la conquista de Canaán. El plan de Dios es la realidad fundamental que los profetas dan a conocer al pueblo de Dios: "No hará cosa el Señor sin revelar su plan a sus siervos los profetas" (Am 3, 7). La oración de Israel se nutre del conocimiento del plan de Dios, revelado a través de los hechos (Sal 76; 77; 104; 105). Israel, en suma, se comprende a sí mismo como implicado en un drama que está en curso, cuyo desenlace sólo le es parcialmente conocido y hacia el cual Dios hace caminar a la historia: "De antemano yo anuncio el futuro; por adelantado, lo que aún no ha sucedido. Digo: Mi designio se cumplirá, mi voluntad la realizo" (Is 46, 10). El plan de Dios es la salvación, una salvación que será ofrecida a Israel y, con él, a todas las naciones (Is 2, 1-4; Za 8, 20ss; 14, 16; Is 56, 6-8; 60, 11-14), una salvación que Dios, en su amor, va dando a conocer, iluminando así el sentido de la existencia. Jesús, en el centro del plan de Dios. La plenitud de los tiempos 5. Con Jesús, el plan de Dios llega a su etapa decisiva, la plenitud de los tiempos. Jesús, el enviado del Padre (Mt 15, 24; Jn 6, 57; 10, 36) obra constantemente en función de ese plan: en cumplimiento de la voluntad del Padre (Jn 4, 34; 5, 30, 6, 38), y de las Escrituras (Lc 22, 37; 24, 7.26.44; Jn 13, 18; 17, 12; 19, 28.36; 20, 9). Si predica la buena nueva del reino (Mt 4, 17.23), si cura a los enfermos y arroja a los demonios, es para significar que él es el que había de venir (Mt 11, 3ss) y que el reino de Dios ha llegado ya (Mt 12,28). El plan de Dios alcanza una nueva etapa que se sitúa entre la plenitud de los tiempos y el fin de los siglos: la etapa de la evangelización de los pueblos. Jesús confía el desarrollo de esta misión a la Iglesia: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20). El plan de Dios, realizado en la Iglesia 6. La Iglesia lleva adelante el plan de Dios. El Evangelio que ella proclama ante la faz del mundo es el de la salvación acaecida en Jesús, muerto y resucitado, salvación accesible desde ahora a todos aquellos que crean en su nombre (Hch 2, 36-39; 4, 10ss; 10, 36; 13, 23). San Pablo no hace otra cosa sino anunciar el plan de Dios en su totalidad (Hch 20, 27). Para los que Dios ama, este plan se desarrolla conforme a ciertas etapas preparadas de antemano: "sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó" (Rm 8, 28-30). "Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra" 7. En el himno que abre la carta a los Efesios (Ef 1, 3-14), San Pablo proclama gozosamente el plan divino de la salvación realizado en la Iglesia, misterio de elección, de redención, de perdón, de gracia, de bendición, de glorificación; misterio que nos revela el plan amoroso de Dios Padre, tomado de antemano y realizado en la plenitud de los tiempos por medio de Cristo: "Por él, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el Misterio de su Voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra" (Ef 1, 7-10). Cristo Resucitado, silenciosamente, como el imán atrae los gránulos de plomo, atrae todo hacia sí, según las líneas de un trazado progresivamente visible. La Iglesia, comunión de Dios con el hombre en Jesucristo. La Iglesia, culminación del misterio de Cristo 8. Según el plan de Dios, Cristo ha sido constituido también "Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo" (Ef 1, 22-23; cfr. Col. 2, 9-10). De esta manera, en Jesucristo, la Iglesia, es misterio de comunión entre Dios y los hombres. La Iglesia es ya, en germen, la Nueva Jerusalén, que contempla el libro del Apocalipsis: "Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos" (Ap 21, 3). La Iglesia en su aspecto más fundamental es la comunidad de vida resultante de la participación de los hombres en la gracia de Cristo. En este sentido, aunque la Iglesia no puede añadir nada a la gracia de Dios, representa, sin embargo, la culminación del misterio de Cristo (Cfr. LG 7; GS 32d; 40b; 42a). Por la fe y los sacramentos entramos en comunión con Cristo salvador, participamos de su muerte y resurrección (Cfr. Rm 6), quedamos constituidos hijos de Dios y convertidos en miembros de su cuerpo que es la Iglesia (Cfr.Ga 3, 26-29; Me 16, 16; In 3, 3; 6, 53). Estos miembros se unen entre sí en Cristo Jesús, de una manera especial, por la participación en la Eucaristía. "La unidad de los fieles que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (cfr. 1 Co 10, 17)" (LG 3). La Iglesia, comunión de los hombres entre sí 9. En la persona de Cristo y en su Cuerpo que es la Iglesia, Dios restaura la unidad de los hombres. Judíos y gentiles son reconciliados y forman un solo pueblo, el pueblo de Dios. Así Cristo "es nuestra paz. El ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio" (Ef 2, 14). Aquí, San Pablo alude al muro que separaba el atrio de los gentiles y el de los judíos en el Templo de Jerusalén (Cfr. Hch 21, 28-29). Barreras seculares y viejas divisiones son superadas en la unidad de Cristo, que hace de todos "un solo Hombre Nuevo" (Ef 2, 15): "ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 28). El Espíritu Santo une a los hombres en Cristo; vínculo de unión entre los miembros de la Iglesia 10. La comunión de todos en el Cuerpo de Cristo se hace posible por la intervención del Espíritu Santo. El Espíritu, enviado por el Padre y por el Hijo, nos transforma en hijos de Dios, haciéndonos partícipes de la condición filial de Jesucristo; infunde en nosotros los sentimientos del mismo Cristo y nos une en comunión de vida y de amor con El y con el Padre (Cfr. Rm 8, 14-17; Jn 7, 39; Flp 2, 1-5; Jn 14, 17; 20, 22). "Allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda su gracia" (S. Ireneo, Adv. Haer III, 24, 1). El Espíritu Santo, que es el vínculo de unión entre el Padre y el Hijo es también la fuerza que une entre sí a los discípulos de Cristo en la unidad de la fe y de la caridad. "El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cfr. 1 Co 3, 16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cfr. Ga 4, 6; Ro 8, 15-16.26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cfr. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cfr. Ef 4, 11-12; 1 Co 12, 4; Ga 5, 22). Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡Vén! (cfr. Ap 22, 17)" (LG 4). La Iglesia universal es como "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo del Espíritu Santo" 11. Por tanto, según lo desarrollado en los párrafos precedentes, la Iglesia no es el resultado de una iniciativa de los discípulos de Jesús, sino un don gratuito que procede del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, un don que manifiesta al mundo y a cada hombre el plan divino de la salvación. El Concilio Vaticano II recuerda en repetidas ocasiones este carácter trinitario de la Iglesia; lo expresa en particular con el siguiente texto de San Cipriano: "Y así la Iglesia universal aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4; cfr. GS 24c). Por ser la Iglesia Cuerpo de Cristo, que nos hace participar en su vida de Hijo de Dios, es, por esto mismo, un misterio de comunión con la Trinidad: "por medio de El los unos y los otros tenemos acceso, en un solo Espíritu, al Padre" (Ef 2, 18). La unidad de las tres divinas personas es el fundamento de la unidad de la Iglesia (Cfr. Ef 4, 4.5.6). El Padre, por medio de Jesucristo y con la fuerza del Espíritu Santo, congrega constantemente a su pueblo, la Iglesia 12. En la liturgia se expresa con frecuencia esta relación íntima de la Iglesia con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así en la Plegaria Eucarística JI!, el celebrante, dirigiéndose al Padre, dice: "Santo eres en verdad, Señor, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso". Y después de la consagración, añade: "Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu". El Padre, por medio de Jesucristo, y con la fuerza del Espíritu. Santo, congrega y une constantemente a la Iglesia.






LA IGLESIA UNIVERSAL.
"UN PUEBLO REUNIDO EN VIRTUD DE LA UNIDAD DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO" 

(Catecismo de la Conferencia Española)

Objetivo. Ayudar a  tomar  conciencia de que la salvación es, ante todo, una iniciativa divina; nos viene de Dios por medio de Jesucristo y que en la Iglesia es radicalmente comunión de Dios con el hombre en Cristo.

Iluminación. La Iglesia procede del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La comunión entre los miembros de la Iglesia en Cristo-Jesús es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu. La unidad del misterio trinitario de Dios es fundamento de la unidad de la Iglesia.

¿Dios tiene un plan sobre mi vida?
1. No es raro encontrarnos con afirmaciones tan contrapuestas como las siguientes. Unos dicen: "Todo es absurdo". Otros: "Todo tiene un sentido". Unos dicen: "El mundo está regido por un destino ciego, inexorable". Otros: "Dios tiene un plan sobre mi vida". También nos encontramos con interrogantes tan fundamentales como éstos: "¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?" (GS 10).

Respuestas no cristianas
2. Son muchos los que, arrastrados por un materialismo práctico, no se plantean este tipo de preguntas. Otros piensan hallar su descanso en una interpretación de la realidad propuesta de múltiples maneras. Otros esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad. Y no faltan quienes, desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la insolencia de quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo (Cfr.GS 10).

Dios toma la iniciativa de la salvación del hombre
3. Antes de que el hombre pensara en liberarse de sus limitaciones fundamentales, ya Dios había decidido ofrecerle algo que el hombre no podía sospechar: la posibilidad de participar en la felicidad y en la vida misma de Dios para siempre. "Dios quiere que todos los hombres se salven" (1 Tm 2, 4). La razón está en el amor que Dios tiene al mundo, amor que ha manifestado enviando a su Hijo Jesucristo. Así lo dice Jesús a Nicodemo: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Jn 3, 16). Dios ha tomado la iniciativa de la salvación del hombre. Por ello, Dios intervino en la historia, eligiendo al pueblo de Israel y comunicándole poco a poco su plan de salvación que en Cristo y por medio de la Iglesia ofrecerá después a todos los hombres. En efecto, el Padre "estableció convocar a quienes creen en Cristo en la Santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el comienzo del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la antigua Alianza, constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos" (LG 2).

El plan de Dios, esbozado en el Antiguo Testamento
4. Por la acción de Dios en medio de la historia, Israel llega a comprender que Dios tiene un plan sobre el mundo. La historia humana no se desenvuelve según los impulsos de un destino ciego, sino que está polarizada de un extremo a otro por un término, señalado antes de la creación del mundo. Por ello dice el libro de la Sabiduría que Dios lo dispuso todo "con peso, número y medida" (Sb 11, 20).

En efecto, oculto durante mucho tiempo, el plan de Dios fue esbozado en la revelación del Antiguo Testamento: elección de los antepasados de Israel, promesa de una posteridad y de una tierra, cumplimiento de la promesa a través de los acontecimientos providenciales que dominan el éxodo, la alianza del Sinaí, el don de la Ley, la conquista de Canaán. El plan de Dios es la realidad fundamental que los profetas dan a conocer al pueblo de Dios: "No hará cosa el Señor sin revelar su plan a sus siervos los profetas" (Am 3, 7). La oración de Israel se nutre del conocimiento del plan de Dios, revelado a través de los hechos (Sal 76; 77; 104; 105). Israel, en suma, se comprende a sí mismo como implicado en un drama que está en curso, cuyo desenlace sólo le es parcialmente conocido y hacia el cual Dios hace caminar a la historia: "De antemano yo anuncio el futuro; por adelantado, lo que aún no ha sucedido. Digo: Mi designio se cumplirá, mi voluntad la realizo" (Is 46, 10). El plan de Dios es la salvación, una salvación que será ofrecida a Israel y, con él, a todas las naciones (Is 2, 1-4; Za 8, 20ss; 14, 16; Is 56, 6-8; 60, 11-14), una salvación que Dios, en su amor, va dando a conocer, iluminando así el sentido de la existencia.

Jesús, en el centro del plan de Dios. La plenitud de los tiempos
5. Con Jesús, el plan de Dios llega a su etapa decisiva, la plenitud de los tiempos. Jesús, el enviado del Padre (Mt 15, 24; Jn 6, 57; 10, 36) obra constantemente en función de ese plan: en cumplimiento de la voluntad del Padre (Jn 4, 34; 5, 30, 6, 38), y de las Escrituras (Lc 22, 37; 24, 7.26.44; Jn 13, 18; 17, 12; 19, 28.36; 20, 9). Si predica la buena nueva del reino (Mt 4, 17.23), si cura a los enfermos y arroja a los demonios, es para significar que él es el que había de venir (Mt 11, 3ss) y que el reino de Dios ha llegado ya (Mt 12,28). El plan de Dios alcanza una nueva etapa que se sitúa entre la plenitud de los tiempos y el fin de los siglos: la etapa de la evangelización de los pueblos. Jesús confía el desarrollo de esta misión a la Iglesia: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20). 

El plan de Dios, realizado en la Iglesia
6. La Iglesia lleva adelante el plan de Dios. El Evangelio que ella proclama ante la faz del mundo es el de la salvación acaecida en Jesús, muerto y resucitado, salvación accesible desde ahora a todos aquellos que crean en su nombre (Hch 2, 36-39; 4, 10ss; 10, 36; 13, 23). San Pablo no hace otra cosa sino anunciar el plan de Dios en su totalidad (Hch 20, 27). Para los que Dios ama, este plan se desarrolla conforme a ciertas etapas preparadas de antemano: "sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó" (Rm 8, 28-30).

"Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra"
7. En el himno que abre la carta a los Efesios (Ef 1, 3-14), San Pablo proclama gozosamente el plan divino de la salvación realizado en la Iglesia, misterio de elección, de redención, de perdón, de gracia, de bendición, de glorificación; misterio que nos revela el plan amoroso de Dios Padre, tomado de antemano y realizado en la plenitud de los tiempos por medio de Cristo: "Por él, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el Misterio de su Voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra" (Ef 1, 7-10). Cristo Resucitado, silenciosamente, como el imán atrae los gránulos de plomo, atrae todo hacia sí, según las líneas de un trazado progresivamente visible.

La Iglesia, comunión de Dios con el hombre en Jesucristo. La Iglesia, culminación del misterio de Cristo
8. Según el plan de Dios, Cristo ha sido constituido también "Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo" (Ef 1, 22-23; cfr. Col. 2, 9-10). De esta manera, en Jesucristo, la Iglesia, es misterio de comunión entre Dios y los hombres. La Iglesia es ya, en germen, la Nueva Jerusalén, que contempla el libro del Apocalipsis: "Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos" (Ap 21, 3). La Iglesia en su aspecto más fundamental es la comunidad de vida resultante de la participación de los hombres en la gracia de Cristo. En este sentido, aunque la Iglesia no puede añadir nada a la gracia de Dios, representa, sin embargo, la culminación del misterio de Cristo (Cfr. LG 7; GS 32d; 40b; 42a). Por la fe y los sacramentos entramos en comunión con Cristo salvador, participamos de su muerte y resurrección (Cfr. Rm 6), quedamos constituidos hijos de Dios y convertidos en miembros de su cuerpo que es la Iglesia (Cfr.Ga 3, 26-29; Me 16, 16; In 3, 3; 6, 53). Estos miembros se unen entre sí en Cristo Jesús, de una manera especial, por la participación en la Eucaristía. "La unidad de los fieles que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (cfr. 1 Co 10, 17)" (LG 3).

La Iglesia, comunión de los hombres entre sí
9. En la persona de Cristo y en su Cuerpo que es la Iglesia, Dios restaura la unidad de los hombres. Judíos y gentiles son reconciliados y forman un solo pueblo, el pueblo de Dios. Así Cristo "es nuestra paz. El ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio" (Ef 2, 14). Aquí, San Pablo alude al muro que separaba el atrio de los gentiles y el de los judíos en el Templo de Jerusalén (Cfr. Hch 21, 28-29). Barreras seculares y viejas divisiones son superadas en la unidad de Cristo, que hace de todos "un solo Hombre Nuevo" (Ef 2, 15): "ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 28).

El Espíritu Santo une a los hombres en Cristo; vínculo de unión entre los miembros de la Iglesia
10. La comunión de todos en el Cuerpo de Cristo se hace posible por la intervención del Espíritu Santo. El Espíritu, enviado por el Padre y por el Hijo, nos transforma en hijos de Dios, haciéndonos partícipes de la condición filial de Jesucristo; infunde en nosotros los sentimientos del mismo Cristo y nos une en comunión de vida y de amor con El y con el Padre (Cfr. Rm 8, 14-17; Jn 7, 39; Flp 2, 1-5; Jn 14, 17; 20, 22). "Allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda su gracia" (S. Ireneo, Adv. Haer III, 24, 1).

El Espíritu Santo, que es el vínculo de unión entre el Padre y el Hijo es también la fuerza que une entre sí a los discípulos de Cristo en la unidad de la fe y de la caridad. "El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cfr. 1 Co 3, 16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cfr. Ga 4, 6; Ro 8, 15-16.26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cfr. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cfr. Ef 4, 11-12; 1 Co 12, 4; Ga 5, 22). Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡Vén! (cfr. Ap 22, 17)" (LG 4).

La Iglesia universal es como "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo del Espíritu Santo"
11. Por tanto, según lo desarrollado en los párrafos precedentes, la Iglesia no es el resultado de una iniciativa de los discípulos de Jesús, sino un don gratuito que procede del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, un don que manifiesta al mundo y a cada hombre el plan divino de la salvación. El Concilio Vaticano II recuerda en repetidas ocasiones este carácter trinitario de la Iglesia; lo expresa en particular con el siguiente texto de San Cipriano: "Y así la Iglesia universal aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4; cfr. GS 24c). Por ser la Iglesia Cuerpo de Cristo, que nos hace participar en su vida de Hijo de Dios, es, por esto mismo, un misterio de comunión con la Trinidad: "por medio de El los unos y los otros tenemos acceso, en un solo Espíritu, al Padre" (Ef 2, 18). La unidad de las tres divinas personas es el fundamento de la unidad de la Iglesia (Cfr. Ef 4, 4.5.6).

El Padre, por medio de Jesucristo y con la fuerza del Espíritu Santo, congrega constantemente a su pueblo, la Iglesia
12. En la liturgia se expresa con frecuencia esta relación íntima de la Iglesia con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así en la Plegaria Eucarística JI!, el celebrante, dirigiéndose al Padre, dice: "Santo eres en verdad, Señor, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso". Y después de la consagración, añade: "Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu". El Padre, por medio de Jesucristo, y con la fuerza del Espíritu. Santo, congrega y une constantemente a la Iglesia.












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