LA TRISTEZA DE CARA A DIOS LLEVA A LA VIDA





La tristeza de cara a Dios lleva a la vida

“En efecto, la tristeza de cara a Dios produce un irreversible arrepentimiento para la salvación; en cambio, la tristeza meramente mundana desemboca en la muerte” (2 Cor 7, 10).

¿Cuál es el origen de la tristeza que lleva a la Salvación?

“Sin miedo digamos es el arrepentimiento”.  Sin arrepentimiento no hay perdón. Romper con el pecado y guardar los Mandamientos de Dios, unidos a la práctica de las virtudes cristianas configuran el camino estrecho que nos lleva a la vida (Mt 7, 13- 14) Un camino de verdad, de bondad y de justicia (cf Ef 5, 5) El Señor Jesús comenzó su predicación haciendo una invitación a la fe y al arrepentimiento: “Después que Juan fuese entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 14- 15) San Pablo confirma lo anterior diciendo la importancia de la predicación de la Palabra, origen y meta de la salvación:  “Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo” (Rom 10, 17; cf 2 Tim 3, 14ss)) El Señor recomienda a sus creyentes “un permanecer en su Palabra:” “Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31- 32)

Creer en el Evangelio y convertirse son el medio para entrar al Reino de Dios por el camino del Nuevo Nacimiento (cf Jn 3, 1- 5). Jesús vino a los suyos y no lo recibieron, no creyeron, fue rechazado por los suyos, pero a unos pocos que lo recibieron por la fe, se les dio el poder de hacerse hijos de Dios (cf Jn 1, 11-12).  Escuchar la Palabra y obedecerla nos lleva de ser creyentes a discípulos de Cristo Jesús. La Palabra es la Verdad que nos hace libres (cf Jn 17, 17) para ser transformados en “hijos de Dios”.

El itinerario de la Palabra.

¿Cómo pueden los hombres al conocimiento de la verdad? (cf 1 Tim 2, 4) Por medio de la Evangelización, de la predicación de la Palabra de Cristo. “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16) Conocer la Palabra es conocer a Cristo (San Jerónimo), y conocer el “misterio de la voluntad de Dios manifestada en Cristo Jesús (cf Ef 1, 8)

V  La Palabra nos convence de que todo hombre es amado por Dios. “Dios nos ama”. Con estas tres palabras podemos sintetizar toda la Biblia.

V  La Palabra nos convence de que somos personas valiosas, importante y dignas a pesar de nuestras fragilidades, debilidades y defectos (cf Is 43, 1- 5).

V  La Palabra nos convence de que somos pecadores necesitados de la Gracia de Dios.(cf Rom 3, 2) “Cuando el Espíritu Santo venga mostrará al mundo su pecaminosidad” (cf Jn 16, 8).

V  La Palabra nos convence que ningún hombre puede salvarse a sí mismo: “Sin mí nada podéis hacer” (Jn 15, 1, 5) “El que quiera salvar su vida la perderá” (cf Lc 9, 24).

V  La Palabra nos convence que sólo Cristo Jesús ha muerto para perdón de nuestros pecados y ha resucitado para nuestra justificación (Rom 4, 25; Hech 4, 12)

V  La Palabra nos convence que por la acción del Espíritu Santo quedamos libres de todo lo malo (cf Jn 8, 32) y que la Palabra nos conduce a la salvación por la fe en Cristo Jesús y nos guía a la perfección cristiana ( 2 Tim 3, 14. 17).

Creer en la Palabra que se escucha.

Escuchar la palabra nos hace ser portadores de una Presencia que antes no se poseía. Presencia que nos abre a la conversión y a la transformación de la mente, de la voluntad y del corazón. Presencia que es recibida en nuestros corazones como  “semilla” de Luz, Vida, Amor, Libertad, Santidad. Palabra que ilumina nuestro caminar hacia la Casa del Padre. Es Luz que orienta nuestra orientación a nuestra vida para que nadie se desviara ni a izquierda ni a derecha (cf Jos 1, 3-6).
Todo que escucha la Palabra y la ponga en práctica, por la acción de la palabra en el corazón del hombre, se reconoce pecador, necesitado de la gracia de Dios y orienta su vida al Señor con un corazón contrito y arrepentido buscando el perdón y la paz (cf Slm 51, 9; Lc 15, 11ss) Con el perdón recibido de modo gratuito se realiza el “Nuevo Nacimiento”, el hombre es justificado y recibe el Espíritu Santo (cf Rom 5, 1; Gál 4, 6)

Obedecer la Palabra.

«No todo el que me diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán aquel Día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’ Pero entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, malhechores!’ (Mt 7, 21- 23)

«¿Por qué me decís ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que digo? «Voy a explicaros a quién se parece todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica. Se parece a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. Pero el que las ha escuchado y no las ha puesto en práctica se parece a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente: la casa se desplomó al instante y su ruina fue estrepitosa (Lc 6, 46- 49)

El camino del crecimiento.

El crecimiento espiritual nos recuerda que Dios no nos da las cosas hechas. Él por amor nos da los medios para el crecimiento: La Oración, la Palabra, la Liturgia de la Iglesia, las Obras de misericordia, las pequeñas comunidades y el apostolado. El crecimiento pide caminar con otros para compartir las experiencias de la fe que nos dejan el “seguimiento a Cristo Jesús”.

¿Qué podemos hacer para crecer en la fe? San Pedro nos dice: “Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno” (1 Pe 2,1). Pablo nos diría con Pedro: pónganse en camino: “Ellos mismos comentan cómo llegamos donde vosotros y cómo os convertisteis a Dios, tras haber abandonado los ídolos, para servir a Dios vivo y verdadero” (1 Ts 1, 9) La Palabra nos introduce al “camino del arrepentimiento”, para con alegría despojarse del hombre viejo y revestirse del hombre nuevo (cf Ef 4, 23-24)

Pedro nos exhorta a crecer en la fe mediante la práctica del bien: Por esta misma razón, poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la paciencia activa, a la paciencia activa la piedad, a la piedad el amor fraterno, y al amor fraterno la caridad. Pues si poseéis estas cosas en abundancia, no os dejarán inactivos ni estériles para llegar al conocimiento perfecto de nuestro Señor Jesucristo. Quien no las tenga es ciego y corto de vista, y ha echado en olvido que ya ha sido purificado de sus pecados pasados. Por tanto, hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección. Obrando así nunca caeréis. Y así se os dará amplia entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pe 1, 5- 11)

Nuevamente es san Pablo quien nos dice como debemos vivir para poder el crecimiento espiritual tan anhelado: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis a la forma de pensar del mundo presente; antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto. Humildad y caridad en la Comunidad. En virtud de la misión que me ha sido confiada, debo deciros que no os valoréis más de lo que conviene; tened más bien una sobria autoestima según la medida de la fe que Dios ha otorgado a cada cual. Pues así como nuestro cuerpo, aunque es uno, posee muchos miembros, pero no todos desempeñan la misma función, así también nosotros, aunque somos muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo: los unos somos miembros para los otros. Pero tenemos dones diferentes, según la gracia que Dios nos ha concedido: si es el don de profecía, ejerciéndolo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, sirviendo en el ministerio; si es la enseñanza, enseñando; si es la exhortación, exhortando. El que da, que dé con sencillez; el que preside, que sea solícito; el que ejerce la misericordia, que lo haga con jovialidad. Que vuestra caridad no sea fingida; detestad el mal y adheríos al bien; amaos cordialmente los unos a los otros, estimando en más cada uno a los otros. Sed diligentes y evitad la negligencia. Servid al Señor con espíritu fervoroso. Alegraos de la esperanza que compartís; no cejéis ante las tribulaciones y sed perseverantes en la oración. Compartid las necesidades de los santos y practicad la hospitalidad (Rom 12, 1- 13).
                                                                                         

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