LA FRACCIÓN DEL PAN





Objetivo: Mostrar la necesidad de entender el sentido de la Eucaristía para aceptar libre y conscientemente el mandamiento de “Hagan esto en conmemoración mía.

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Iluminación: Juan Pablo II, nos lo dijo con toda claridad: El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita en la Iglesia y en cada cristiano, la exigencia de Evangelizar y dar testimonio de la muerte y la Resurrección de Jesucristo, recordando las Palabras del Apóstol: “Cada vez que coméis de este Pan y bebéis de esta copa, proclamareis la muerte del Señor hasta que vuelva” (1 Cor 11, 26). La fe cristiana se anuncia, se vive, se celebra y proclama.

1.     Jesús: Amor entregado.

Jesús es el amor entregado a los hombres. El Evangelio describe la vida de Jesús como donación y entrega incansable e incondicional a todos y por todos. Nos preguntamos: ¿quién entregó a Jesús? La Escritura nos dice que el Padre entregó a su Hijo (Jn 3, 16) Pero también nos dice que Jesús se entregó a sí mismo: “mi vida yola entrego” (Jn 10, 18) Pablo nos confirma lo anterior diciendo: “Me amó y se entregó por mí” (Gál. 2, 20); “Nos amó y se entregó por nosotros (Ef 5, 1); “Amó a su Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5, 25) Pedro en su primer discurso el día de Pentecostés Nos lo dijo con entera claridad: “Escuchen Israelitas… Jesús de Nazaret fue un hombre… Ustedes entregaron a Jesús para que lo crucificaran por medio de gente malvada…” (Hch 2, 21ss)

Toda la vida de Jesús fue una entrega a su Padre en servicio a los hombres: “Se pasó la vida haciendo el bien, liberando a los oprimidos por el diablo” (Hch 10, 38). Al final de sus días lo mataron por medio de gente malvada, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha. Es el mensaje de los Apóstoles el día de Pentecostés, el hombre Cristo Jesús, el profeta de Dios. El que había dicho: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10), ha muerto y ha resucitado para ser Señor de vivos y muertos, para ser alimento de vida eterna.

2.                 Dios inventó la Eucaristía.

¡Quédate con nosotros, Señor porque atardece y el día va de caída! (Lc 24, 28). Es la invitación que los discípulos de Emaús hacen a su Maestro, después de que Él, les ha explicado las Escrituras y a ellos les ardía el corazón. ¡Quédate con nosotros!, es el anhelo más profundo del corazón, Jesús acepta la invitación y entra en la casa de los discípulos a eso ha venido ¡a quedarse! Y a quedarse para siempre, es su promesa: “Estaré con ustedes todos los días, hasta la consumación de los siglos” (Mt 8, 20) y para estar siempre con los hombres, Cristo Jesús inventa “LA EUCARISTÍA”.

Podemos recordar que Jesús es Emmanuel: “Dios con nosotros”, “Dios entre nosotros” y “Dios a favor de nosotros”. Y con esta presencia en la Eucaristía, Cristo se hace presente, a lo largo de los siglos, el Misterio de su muerte y de su Resurrección. En ella, se le recibe a Él en persona, “Pan Vivo que ha bajado del Cielo”. Jesús inventó la Eucaristía  para ser luz,  alimento de su Cuerpo que es la Iglesia y perpetuar por su medio su Muerte y Resurrección.

3.                 El Camino de Emaús.

¡Volvamos a la experiencia de Emaús! Jesús se sentó a la mesa con los discípulos, tomó el Pan en sus manos, dio Gracias, lo bendijo, lo partió, y en ese momento a ellos se les abrieron los ojos y reconocieron al Señor, al partir el Pan. Esta es la primera misa que Jesús celebra el mismo día de la Resurrección. Jesús desaparece ante la vista de los discípulos, pero permanece en el Pan convertido en su cuerpo y en el vino convertido en su sangre. Los discípulos de Emaús, vuelven gozosos a Jerusalén a reencontrarse con los demás discípulos y asumir la misión de llevar a Jesús “a todas las naciones” (Lc 24,47): la obra de Jesús retoma su camino. La Cruz no fue un fracaso, el grano de trigo murió, pero ha resucitado, y está dando frutos en abundancia.

4.                 El camino de Emaús es nuestra vida.

Muchas veces caminamos en la vida como los testigos de Emaús: sin sentido y sin esperanza. Diciendo: todo fue inútil, creíamos que él era nuestro Liberador”, y luego para que… todo terminó en la Cruz. Nosotros decimos: hago oración y parece que Dios no me escucha; trabajamos y no vemos frutos y dan ganas de abandonar el misterio; pero el Señor Jesús se nos acerca y nos da su Palabra, para que recobremos nuevos ánimos., y vuelve a surgir el grito de nuestro interior: “Quédate con nosotros, porque se hace de noche”.

Sin la luz de su Palabra, pronto sería de noche y dejaríamos de ver, seríamos ciegos y necios, hombres sin esperanza y sin sentido de la vida. La Palabra nos revela el claro proyecto de Dios, se revela en Jesús porque quiere permanecer con nosotros eternamente, se puede comer a Jesús, escuchando su Palabra, creyendo en Él y se puede comer a Jesús a través del Pan Eucarístico.

De esa primera Misa ha nacido la iglesia misionera que somos nosotros. En nuestro caminar, de hecho, Emaús inaugura una cadena milenaria de Eucaristías; cada vez que, en nuestro camino, decimos: “Quédate con Nosotros”, El responde en la mesa Eucarística que nosotros le preparamos, dándonos su pan y su cuerpo, su vino y su sangre y a través de ellos, lo reconocemos y somos sanados, perdonados, fortalecidos, unidos por Él y en Él, haciendo realidad hoy sus palabras: “El que me come, vivirá por mí” (Jn,6, 57).

Juan Pablo II, nos lo dijo con toda claridad: El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita en la Iglesia y en cada Cristiano, la exigencia de Evangelizar y dar testimonio de la muerte y la Resurrección de Jesucristo, recordando las Palabras del Apóstol: “Cada vez que coméis de este Pan y bebéis de esta copa, proclamareis la muerte del Señor hasta que vuelva” (1 Cor 11, 26). La fe cristiana se anuncia, se vive, se celebra y proclama.

5.     Partir el pan y beber la copa.

El primer nombre con el cual se llamó a nuestra Misa fue la “fracción del pan” (cf Hech 2, 42; 20, 7; Lc 24, 28s) Partir pan significa para Jesús “ofrecerse como hostia viva al Padre”; significa sacrificarse, dándose y entregándose por la salvación de la Humanidad; significa inmolarse en la presencia de Dios a favor de toda la humanidad; significa no vivir para sí mismo, sino, para los demás. Antes de ser “presencia” “banquete” y “sacrificio” la Eucaristía no descubre cómo vivió Jesús: abrazando al voluntad de su Padre y empeñado en la construcción del “Proyecto de Dios para la Humanidad”: Un Reino de amor, paz y justicia para todos los hombres. 

En la última cena, el Señor Jesús dejó a su Iglesia su más hermoso legado: “Esto es mi cuerpo… esta es mi Sangre… que será entregado y derramada por vosotros. “Hagan esto en Memoria Mía”. Es un Mandamiento, es una invitación gozosa, no sólo, a actualizar el memorial de la Muerte y Resurrección hasta que el Señor vuelva, sino también a vivir como Jesús vivió: haciendo el bien y amando a los suyos. Los cristianos sabemos qué tanto, en la Iglesia como en el Reino de Dios, nadie vive para sí mismo, sino para el Señor y para los demás. Vivir para los demás compartiendo con ellos los dones de Dios, reconociendo en los otros la “dignidad humana y cristiana”, siendo solidario y servicial con todos, tal como lo pide el Mandamiento Regio de Jesús (Jn 13, 34-35)

En la “Ultima cena” Jesús celebró toda su vida, desde su nacimiento hasta su muerte como “Don del Padre” a los hombres y como “Don de sí mismo”. Toda su vida fue un vivir dándose y entregándose a los suyos hasta el extremo. La última cena es la hora a la que Él había hecho referencia diciendo: “Cuanto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes” (Lc 22, 15). Es la noche en la que fue entregado, y es la noche en la que Él se entregó anticipadamente: “instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre”. Y lo dejó a su Iglesia como el “don por excelencia”. Don de sí mismo, de su persona, en su santa humanidad y divinidad, además, de su obra de Salvación. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía memorial de su muerte y su resurrección, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención.

6.     El Mandamiento de Jesús.

"Haced esto en memoria mía". Asistir a Misa es cumplir este mandato del Señor. Y no es sólo una memoria histórica, es una memoria que lo hace presente. Jesús te invita y se te entrega… no responder, ser indiferente a su llamado, sería un desprecio bastante considerable.

El Concilio Vaticano II afirma que la Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y nuestro Pan vivo que, a través de su “Carne resucitada, vivificada por el Espíritu Santo”, da vida a los hombres, invitados así, y conducidos a ofrecerse a sí mismos, con sus trabajos y todas las cosas, juntamente con Él. Por lo cual, la Eucaristía aparece como fuente y culminación de toda evangelización (Presbyterorum Ordinis, n. 5) (Ver también Documento de Puebla, n. 923).          
           
“Hagan esto en memoria mía”, es una invitación amorosa de Jesús a los suyos a vivir como él vivió;  invita a ser como él: vida donada, entregada; vida que se  reparte como alimento y como bebida para todos. La Eucaristía nos hace ser eucaristía, es decir regalo de Cristo para los hombres.

Cristo Jesús para es el Verbo Eterno del Padre, hecho hombre por obra del Espíritu Santo, nacido de la María Virgen que vivió y murió como hombre verdadero y fue resucitado con el poder de Dios y que ahora está en Cielo sentado a la derecha del Padre como Sacerdote eterno que intercede por nosotros: Él es nuestro Redentor y Salvador, quien sin dejar el Cielo está presente en la Hostia consagrada. El es Viático, Alimento y Medicina mientras avanzamos las jornadas de esta vida. El es Maestro, Amigo, Compañero y Dialogante, todo sabiduría y encanto, mientras vamos de un lugar a otro, como aquellos dichosos caminantes de Emaús al atardecer del día luminoso de la Pascua.

7.     La Eucaristía es una escuela de Amor.
Escuela del Amor más grande. En la Eucaristía aprendemos a dar la vida y a no guardarla para nosotros mismos. Aprendemos a darla por todos los hombres sin excepción. Y, además, es el Señor el maestro que nos enseña dándose Él por amor a todos los hombres hasta la muerte. ¡Qué bueno es celebrar la Eucaristía y preparar sitio para todos los hombres! Muy especialmente, buscar y hacer sitio para quienes se sienten excluidos, rechazados, maltratados, no reconocidos, ausentes en el concierto al que Dios nos ha convocado a todos los hombres. Es bueno mientras vamos acompañando al Señor decirle: “Señor mío y Dios mío”. Son las palabras que Tomás apóstol dijo ante Cristo resucitado que lo invitaba a creer en Él.

Y es que la Eucaristía dilata el corazón hasta hacer posible que entren todos los hombres en mi corazón. Por todos doy la vida, me preocupo y ocupo.


Alma de Santifícame. Cuerpo de Cristo sálvame Sangre de Cristo embriágame. Agua del costado de Cristo lávame. Pasión de Cristo confórtame. Oh buen Jesús óyeme. Dentro de tus llagas escóndeme. No permitas que me aparte de Ti Del enemigo malo, defiéndeme. En la hora de mi muerte llámame y mándame ir a Ti, para que con tus Santos te alabe, por los siglos de los siglos. Amén.

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