Objetivo: Mostrar la necesidad de entender el sentido de la Eucaristía para aceptar
libre y conscientemente el mandamiento de “Hagan esto en conmemoración mía.
Iluminación: Juan Pablo II, nos lo dijo con toda claridad: El
encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita en la Iglesia y en cada
cristiano, la exigencia de Evangelizar y dar testimonio de la muerte y la
Resurrección de Jesucristo, recordando las Palabras del Apóstol: “Cada vez que
coméis de este Pan y bebéis de esta copa, proclamareis la muerte del Señor
hasta que vuelva” (1 Cor 11, 26). La fe cristiana se anuncia, se vive, se
celebra y proclama.
1. Jesús: Amor entregado.
Toda la vida de Jesús fue una entrega a su Padre en
servicio a los hombres: “Se pasó la vida haciendo el bien, liberando a los
oprimidos por el diablo” (Hch 10, 38). Al final de sus días lo mataron por
medio de gente malvada, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a
su derecha. Es el mensaje de los Apóstoles el día de Pentecostés, el hombre
Cristo Jesús, el profeta de Dios. El que había dicho: “Vengo para que tengan
vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10), ha muerto y ha resucitado para ser
Señor de vivos y muertos, para ser alimento de vida eterna.
2.
Dios inventó la
Eucaristía.
¡Quédate con
nosotros, Señor porque atardece y el día va de caída! (Lc 24, 28). Es la
invitación que los discípulos de Emaús hacen a su Maestro, después de que Él,
les ha explicado las Escrituras y a ellos les ardía el corazón. ¡Quédate con
nosotros!, es el anhelo más profundo del corazón, Jesús acepta la invitación y
entra en la casa de los discípulos a eso ha venido ¡a quedarse! Y a quedarse
para siempre, es su promesa: “Estaré con ustedes todos los días, hasta la
consumación de los siglos” (Mt 8, 20) y para estar siempre con los hombres,
Cristo Jesús inventa “LA EUCARISTÍA”.
Podemos recordar
que Jesús es Emmanuel: “Dios con nosotros”, “Dios entre nosotros” y “Dios a favor
de nosotros”. Y con esta presencia en la Eucaristía, Cristo se hace presente, a lo largo de los siglos, el Misterio de su
muerte y de su Resurrección. En ella, se le recibe a Él en persona, “Pan
Vivo que ha bajado del Cielo”. Jesús inventó la Eucaristía para ser luz,
alimento de su Cuerpo que es la Iglesia y perpetuar por su medio su
Muerte y Resurrección.
3.
El Camino de Emaús.
¡Volvamos a la
experiencia de Emaús! Jesús se sentó a la mesa con los discípulos, tomó el Pan
en sus manos, dio Gracias, lo bendijo, lo partió, y en ese momento a ellos se
les abrieron los ojos y reconocieron al Señor, al partir el Pan. Esta es la
primera misa que Jesús celebra el mismo día de la Resurrección. Jesús
desaparece ante la vista de los discípulos, pero permanece en el Pan convertido
en su cuerpo y en el vino convertido en su sangre. Los discípulos de Emaús,
vuelven gozosos a Jerusalén a reencontrarse con los demás discípulos y asumir
la misión de llevar a Jesús “a todas las naciones” (Lc 24,47): la obra de Jesús retoma su camino. La Cruz
no fue un fracaso, el grano de trigo murió, pero ha resucitado, y está dando
frutos en abundancia.
4.
El camino de Emaús es nuestra vida.
Muchas veces
caminamos en la vida como los testigos de Emaús: sin sentido y sin esperanza.
Diciendo: todo fue inútil, creíamos que él era nuestro Liberador”, y luego para
que… todo terminó en la Cruz. Nosotros decimos: hago oración y parece que Dios
no me escucha; trabajamos y no vemos frutos y dan ganas de abandonar el
misterio; pero el Señor Jesús se nos acerca y nos da su Palabra, para que
recobremos nuevos ánimos., y vuelve a surgir el grito de nuestro interior:
“Quédate con nosotros, porque se hace de noche”.
Sin la luz de su Palabra, pronto sería de noche y
dejaríamos de ver, seríamos ciegos y necios, hombres sin esperanza y sin
sentido de la vida. La Palabra nos revela el claro proyecto de Dios, se revela
en Jesús porque quiere permanecer con nosotros eternamente, se puede comer a
Jesús, escuchando su Palabra, creyendo en Él y se puede comer a Jesús a través
del Pan Eucarístico.
De esa primera Misa
ha nacido la iglesia misionera que somos nosotros. En nuestro caminar, de
hecho, Emaús inaugura una cadena milenaria de Eucaristías; cada vez que, en
nuestro camino, decimos: “Quédate con Nosotros”, El responde en la mesa
Eucarística que nosotros le preparamos, dándonos su pan y su cuerpo, su vino y
su sangre y a través de ellos, lo reconocemos y somos sanados, perdonados,
fortalecidos, unidos por Él y en Él, haciendo realidad hoy sus palabras: “El que
me come, vivirá por mí” (Jn,6, 57).
Juan Pablo II, nos
lo dijo con toda claridad: El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita en
la Iglesia y en cada Cristiano, la exigencia de Evangelizar y dar testimonio de
la muerte y la Resurrección de Jesucristo, recordando las Palabras del Apóstol:
“Cada vez que coméis de este Pan y bebéis de esta copa, proclamareis la muerte
del Señor hasta que vuelva” (1 Cor 11, 26). La fe cristiana se anuncia, se
vive, se celebra y proclama.
5.
Partir el pan y beber la copa.
El
primer nombre con el cual se llamó a nuestra Misa fue la “fracción del pan” (cf
Hech 2, 42; 20, 7; Lc 24, 28s) Partir pan significa para Jesús “ofrecerse como
hostia viva al Padre”; significa sacrificarse, dándose y entregándose por la
salvación de la Humanidad; significa inmolarse en la presencia de Dios a favor
de toda la humanidad; significa no vivir para sí mismo, sino, para los demás.
Antes de ser “presencia” “banquete” y “sacrificio” la Eucaristía no descubre
cómo vivió Jesús: abrazando al voluntad de su Padre y empeñado en la
construcción del “Proyecto de Dios para la Humanidad”: Un Reino de amor, paz y
justicia para todos los hombres.
En la última cena, el Señor Jesús dejó a su Iglesia
su más hermoso legado: “Esto es mi cuerpo… esta es mi Sangre… que será
entregado y derramada por vosotros. “Hagan esto en Memoria Mía”. Es un
Mandamiento, es una invitación gozosa, no sólo, a actualizar el memorial de la
Muerte y Resurrección hasta que el Señor vuelva, sino también a vivir como
Jesús vivió: haciendo el bien y amando a los suyos. Los cristianos sabemos qué
tanto, en la Iglesia como en el Reino de Dios, nadie vive para sí mismo, sino
para el Señor y para los demás. Vivir para los demás compartiendo con ellos los
dones de Dios, reconociendo en los otros la “dignidad humana y cristiana”,
siendo solidario y servicial con todos, tal como lo pide el Mandamiento Regio
de Jesús (Jn 13, 34-35)
En la “Ultima cena” Jesús celebró toda su vida,
desde su nacimiento hasta su muerte como “Don del Padre” a los hombres y como
“Don de sí mismo”. Toda su vida fue un vivir dándose y entregándose a los suyos
hasta el extremo. La última cena es la hora a la que Él había hecho referencia
diciendo: “Cuanto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes” (Lc 22, 15). Es
la noche en la que fue entregado, y es la noche en la que Él se entregó
anticipadamente: “instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre”.
Y lo dejó a su Iglesia como el “don por excelencia”. Don de sí mismo, de su persona, en su santa humanidad y divinidad,
además, de su obra de Salvación. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía
memorial de su muerte y su resurrección, se hace realmente presente este
acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención.
6. El Mandamiento de Jesús.
"Haced
esto en memoria mía". Asistir a Misa es cumplir este
mandato del Señor. Y no es sólo una memoria histórica, es una memoria que lo
hace presente. Jesús te invita y se te entrega… no responder, ser indiferente a
su llamado, sería un desprecio bastante considerable.
El Concilio Vaticano
II afirma que la Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a
saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y nuestro Pan vivo que, a través de su
“Carne resucitada, vivificada por el Espíritu Santo”, da vida a los hombres,
invitados así, y conducidos a ofrecerse a sí mismos, con sus trabajos y todas
las cosas, juntamente con Él. Por lo cual, la Eucaristía aparece como fuente y
culminación de toda evangelización (Presbyterorum Ordinis, n. 5) (Ver también
Documento de Puebla, n. 923).
“Hagan esto en memoria mía”, es una invitación
amorosa de Jesús a los suyos a vivir como él vivió; invita a ser como él: vida donada, entregada;
vida que se reparte como alimento y como
bebida para todos. La Eucaristía nos hace ser eucaristía, es decir regalo de
Cristo para los hombres.
Cristo Jesús para es el Verbo Eterno del Padre,
hecho hombre por obra del Espíritu Santo, nacido de la María Virgen que vivió y
murió como hombre verdadero y fue resucitado con el poder de Dios y que ahora
está en Cielo sentado a la derecha del Padre como Sacerdote eterno que
intercede por nosotros: Él es nuestro Redentor y Salvador, quien sin dejar el
Cielo está presente en la Hostia consagrada. El es Viático, Alimento y Medicina
mientras avanzamos las jornadas de esta vida. El es Maestro, Amigo, Compañero y
Dialogante, todo sabiduría y encanto, mientras vamos de un lugar a otro, como
aquellos dichosos caminantes de Emaús al atardecer del día luminoso de la
Pascua.
7.
La Eucaristía es una escuela de Amor.
Escuela del Amor más
grande. En la Eucaristía aprendemos a dar la vida y a no guardarla para
nosotros mismos. Aprendemos a darla por todos los hombres sin excepción. Y,
además, es el Señor el maestro que nos enseña dándose Él por amor a todos los
hombres hasta la muerte. ¡Qué bueno es celebrar la Eucaristía y preparar sitio
para todos los hombres! Muy especialmente, buscar y hacer sitio para quienes se
sienten excluidos, rechazados, maltratados, no reconocidos, ausentes en el
concierto al que Dios nos ha convocado a todos los hombres. Es bueno mientras
vamos acompañando al Señor decirle: “Señor mío y Dios mío”. Son las palabras
que Tomás apóstol dijo ante Cristo resucitado que lo invitaba a creer en Él.
Y
es que la Eucaristía dilata el corazón hasta hacer posible que entren todos los
hombres en mi corazón. Por todos doy la vida, me preocupo y ocupo.
Alma de
Santifícame. Cuerpo de Cristo sálvame Sangre de Cristo embriágame. Agua del
costado de Cristo lávame. Pasión de Cristo confórtame. Oh buen Jesús óyeme.
Dentro de tus llagas escóndeme. No permitas que me aparte de Ti Del enemigo
malo, defiéndeme. En la hora de mi muerte llámame y mándame ir a Ti, para que
con tus Santos te alabe, por los siglos de los siglos. Amén.
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