Desde la perspectiva del Nuevo
Nacimiento que nos presenta a Jesús el Señor como el Buen
Pastor que da la vida por sus
ovejas, la Iglesia ha concebido a sus ministros como pastores de la Nueva
Alianza. Jesús es el pastor supremo,
Cabeza de la Iglesia, el primero en morir y el primero en resucitar para
salvarnos y ser ejemplo y modelo para sus discípulos. La Iglesia entiende la
pastoral como la acción específica del Pastor que por amor se dona y entrega en
servicio por los demás.
INDICE PÁG.
1. El Dios de las Alianzas………………………………….. ……….2
2. La Nueva Alianza………………………………………………... 8
3. La Pastoral de Jesús…………………………………...................11
4. ¿Cómo fue la Pastoral de la Iglesia
Primitiva?........... …………17
5. La Iglesia existe para evangelizar…………………… ……. ….. 23
6. La Iglesia existe para servir…………………………. ………….28
7. Criterios y actitudes del Evangelizador…………….. ………….32
8. Exigencias de
la Misión……………………………... ………….38
9. Llamados a ser Apóstoles………………………………………..42
10.
La
Evangelización como Proceso…………………… ………….46
11.
La Iglesia
es el Pueblo de Dios……………..................... ……….51
12.
¿Cómo vivir
la Nueva Alianza…….…………………………. ….56
Prologo.
La imagen de pastor propia del
Oriente Medio, es la de un rey que protege y guía a sus rebaños de hombres,
ayuda a los débiles y protege a los enfermos. Para la Biblia Dios aparece como
un pastor que cuida el rebaño de los hombres, especialmente su pueblo Israel
(Is 40,11) El Antiguo Testamento sabe que Dios es el Pastor de Israel: “Yahvé es mi pastor, nada me falta. En verdes
pastos me hace reposar. Me conduce a fuentes tranquilas” (Slm 23, 1-2).
También los jefes de Israel reciben rasgos de pastor (sacerdotes, profetas y
reyes). Dios sacó a David de detrás del rebaño para constituirlo en pastor de
su Pueblo (1Sm 16, 13). Jeremías nos habla del designio de Dios de darle a su
Pueblo “pastores según su corazón” (Jer 3, 15) Ezequiel nos dice que Dios
quitará a los malos pastores: “Les daré un pastor único que los pastoree: mi
siervo David, él los apacentará, él será su pastor. Yo el señor, seré su Dios”
(Ez 34, 23- 24). El profeta se refiere a Jesús,
el rey mesiánico.
En el Nuevo Testamento el rebaño
aparece como grupo de hombres libres: “El Rebañito de Jesús”, los Doce: “No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro
Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino” (Lc 12, 32) .En el
evangelio de Juan, el señor Jesús se afirma como el Pastor ( Jn 10, 11) que
llama y guía a su pueblo a pastos de conocimiento y discernimiento, y como el
que da la vida para llevar a los “hombres a la unidad de la fe, al conocimiento
de Dios, al estado del hombre perfecto, a la madurez en Cristo” (cf Ef 4, 13)
La acción pastoral del Pastor Mesiánico tiene como finalidad la “Unidad de las
ovejas, hacer en virtud de su sacrificio redentor un solo rebaño: “Porque él es nuestra paz: el que de los dos
pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad, y anulando en su
carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo, de
los dos, un solo Hombre Nuevo. De este modo, hizo las paces y reconcilió con
Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte
a la Enemistad” (Ef 2, 14- 17); Jesús es pastor que liberta a los
hombres de las esclavitudes y los promueve para que sean sus discípulos y
apóstoles para que continúen en la historia la obra comenzada por él: “Reunir a
los hijos de Dios dispersos entre las naciones, para formar al nuevo pueblo de
Dios con hombres venidos de todas las naciones”: La Iglesia.
Jesús es el Mesías- Pastor, que se
identifica con los más pobres, sencillos, enfermos según el Evangelio de Mateo
(25, 36. 41) y exhorta a sus discípulos a ser como él: “Servidor de sus
hermanos (Mt, 20, 28) Pastor manso y humilde de Corazón (Mt 11, 29) que invita
a sus ovejas a confiar en él, seguirlo y amarlo: “El que tiene mis mandamientos y los lleva a la práctica, ése es el que
me ama; y el que me ame será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré
a él.» Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre
le amará; y vendremos a él y haremos morada en él (Jn 14, 21.23).
San Pedro, pastor del rebaño del
Señor Jesús nos da las pautas como deben ser los pastores para los tiempos de
la Iglesia: “Quiero exhortar ahora a los
ancianos que están entre vosotros, aprovechando que soy anciano como ellos,
testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para
manifestarse. Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no
forzados, sino voluntariamente, según Dios. Y no lo hagáis por mezquino afán de
ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino
siendo modelos de la grey. Y cuando aparezca el Mayoral, recibiréis la corona
de gloria que no se marchita (1 Pe
5, 1-4). San Pablo, siguiendo la
enseñanza recibida dice a Timoteo: “Hijo
mío, mantente fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y cuanto me has oído en
presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su
vez, de instruir a otros. Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de
Cristo Jesús. Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la
vida, si quiere complacer al que le ha alistado. Y lo mismo el atleta, que no
recibe la corona si no ha competido según el reglamento. Y el labrador que
trabaja es el primero que tiene derecho a percibir los frutos. (2 Tim 2, 1- 7).
Como discípulos de Jesús somos su
Pueblo, su Iglesia y su Familia. El Señor nos asocia a su Obra redentora, a su
Misión y a su Destino: “Pero vosotros
sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, destinado
a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su
admirable luz; vosotros, que si en un tiempo no fuisteis pueblo, ahora sois
Pueblo de Dios: ésos de los que antes no se tuvo compasión, pero que ahora son
compadecidos” (1Pe 2, 9- 10). Como ministros de la Nueva Alianza nuestra
vocación y nuestra razón de ser, es el servicio, manifestación del Amor de Dios
derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que hemos recibido (cf
Rom 5, 5).
En los Apóstoles toda la Iglesia
es enviada por Cristo Resucitado al Mundo para proclamar las maravillas del
Señor: “El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a
proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la
libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc4.
1819). Para que la Iglesia pueda realizar la Misión, ha recibido los dones del
Resucitado: La Paz, la Alegría, la Misión, el don del Espíritu y el Ministerio
de la Reconciliación (Jn 20, 20s). Ha recibido los “dos denarios” de los que
habla la parábola del buen Samaritano: La Palabra y los Sacramentos (Lc 10,
38).
Todos y cada uno de los
evangelizadores ha de aceptar las recomendaciones que el Apóstol
Pablo da a su hijo Timoteo: “Hijo mío, mantente fuerte en la gracia de
Cristo Jesús; y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a
hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros. Soporta las
fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús. Nadie que se dedica a la
milicia se enreda en los negocios de la vida, si quiere complacer al que le ha
alistado. Y lo mismo el atleta, que no recibe la corona si no ha competido
según el reglamento. Y el labrador que trabaja es el primero que tiene derecho
a percibir los frutos” (2 tim 1,1- 6). La fidelidad a la Palabra de Dios
nos hace discípulos de Jesucristo (Jn 8, 31) Llamados a ser constructores de
“Comunidades fraternas, solidarias y misioneras”. Que sean verdaderos focos de
Evangelización para que el mundo crea en Jesús, el Salvador, que Dios ofrece a
los hombres. En estas Comunidades encontramos el lugar apropiado para vivir el
Mandamiento Regio: “Os doy un mandamiento
nuevo: que os améis los unos a los otros; que, como yo os he amado, así os
améis también entre vosotros. Todos conocerán que sois discípulos míos en una
cosa: en que os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 34- 35).
1. El Dios de
las Alianzas
Objetivo. Enseñar
a la luz de la Sagrada Escritura, el
deseo salvífico de Dios que se hace cercano para liberar y comprometerse con su
pueblo, que no era pueblo con el que hace Alianza para asociarlo a su designio
salvífico y hacerlo luz de las naciones.
Iluminación.
Yahvé bajó al monte Sinaí, a la cumbre
del monte, y mandó a Moisés que subiera a la cima. Moisés subió” (Ex 19,
20) “Dios pronunció estas palabras: «Yo soy Yahvé, tu Dios, que te he sacado del
país de Egipto, del lugar de esclavitud (Ex 20,1).
1. La Alianza: (Pacto/ Mandamientos/ Eucaristía)
El pueblo de Israel es en sus orígenes era un “un
grupo de tribus nómadas que van de un lugar a otro buscando pastos para sus
rebaños. Para ellos su Dios no era como los dioses de los demás pueblos. Para
los otros pueblos de la tierra su dios era de acá abajo: es un animal, el
fuego, la lluvia… Para Israel su Dios es de allá arriba y le nombran el Dios de
las Alturas: El Saday. Para los pueblos paganos su dios es sanguinario y pide
víctimas humanas, en cambio para Israel su Dios, “Es Santo” y lo nombran el Qadosh,
el Santo de Israel. Es un Dios cercano, amigo que camina con ellos y se ha
revelado como “Yahve”. Para los otros pueblos su dios cambiaba, como cambian
las estaciones; para los padres de Israel su Dios no cambia y le llaman el
Olam: el Eterno, el que no cambia. La Roca de Israel que cumple lo que promete.
Es el Dios de la Promesas, el Dios de la Alianza.
En la Alianza, igual que la creación, es una
iniciativa divina, completamente libre y soberana. Es el Dios que nos ama por
primero” (1Jn 4, 10). Toma la iniciativa para acercarse a los hombres, ya que
ellos no pueden acercarse a Él. Dios es el totalmente libre para revelarse a sí
mismo y revelarnos el misterio de su Voluntad, su designio eterno de salvación.
El Dios de la Alianza es Amigo que “se comunica,
se dona y se entrega” para hacer a los hombres partícipes de su Naturaleza
divina (2 Pe 1, 4) y asociarlos en su Designio de salvación. El Dios de la
Alianza es el Dios de la Revelación y el Dios de la Gracia.
2. Dios el misionero del Cielo, se hace cercano.
Dios se hace cercano: Moisés vio que la zarza
ardía, pero no se consumía. Pensó, pues, Moisés: «Voy a acercarme para ver este
extraño caso: por qué no se consume la zarza.» Cuando Yahvé vio que Moisés se
acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza: «¡Moisés, Moisés!» Él respondió: «Aquí estoy.» Le dijo: «No te acerques aquí; quítate las sandalias
que llevas puestas, porque el lugar que pisas es suelo sagrado.» (Ex 3,
1- 5) «He
visto la aflicción de mi pueblo en Egipto; he escuchado el clamor ante sus
opresores y conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo de la mano de los
egipcios y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una
tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, de los hititas, de
los amorreos, de los perizitas, de los jivitas y de los jebuseos (Ex 3, 6-
8).
3. Moisés es el misionero del Padre
“El clamor de los israelitas ha llegado
hasta mí y he visto la opresión con que los egipcios los afligen. Así que ponte en camino: yo te envío al faraón para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto.» Moisés
dijo a Dios: «¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los
israelitas?» Dios le respondió: «Yo estaré contigo, y ésta será la señal de que
yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en
este monte*. (Ex 3, 9- 12).
4. Dios se da a conocer y nos revela el Misterio de su
Voluntad.
El Dios de la Alianza de Moisés sigue
vinculado, al Dios de los padres de Israel, de manera que empieza diciendo; “Yo
soy el Dios de sus padres, de Abraham,
Isaac y Jacob. (Ex 3, 6) Pero después añade: “Soy el que soy” (soy Yahvé Ex 3,
14) , Contestó Moisés a Dios: «Si, cuando vaya a los israelitas y les diga:
‘El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros’, ellos me preguntan:
‘¿Cuál es su nombre?’, ¿qué les responderé?» Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que
soy.» Y añadió: «Esto dirás a los israelitas: ‘Yo soy’ me ha enviado a
vosotros.» Siguió Dios diciendo a Moisés: «Esto dirás a los israelitas: ‘Yahvé,
el Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob, me ha enviado a vosotros’. Éste es mi nombre para siempre;
Al enviar a Moisés en virtud de este Nombre, Dios
-Yahvéh- se revela sobre todo como del Dios de la Alianza: "Yo soy el que
soy para vosotros; estoy aquí como Dios deseoso de hacer alianza y de dar
salvación, como el Dios que os ama, os libera y os salva. Podemos afirmar que
la iniciativa del Dios de la Alianza sitúa, desde el principio, la historia del
hombre en la perspectiva de la salvación. La salvación es comunión de vida sin
fin con Dios;
5. La Alianza del Sinaí (Éxodo 19- 24) (Fecha 1250 a.C.)
Después de cruzar el mar Rojo, Moisés recibió la orden
de Yahvé de llevarse el pueblo al desierto, rumbo a la “Montaña de Dios” para hacer a alianza con él. Dios primero
libera y luego hace alianza. Lo que nos hace pensar que nuestro Dios no
hace alianza con esclavos (cfr Éx. 19, 1).
EL Dios de la Alianza es ante todo un Dios vivo y personal que llama al
hombre a un encuentro personal con Él; un
amigo muy cercano que camina con su Pueblo, lo defiende, le da de beber, de
comer, lo corrige para manifestarle abiertamente su amor y le invita a
corresponder. Este Dios que se va revelando, es un Dios Único, que se
revela a su pueblo como fuente de amor y
de vida. El pueblo es su propiedad, y por eso le exige
“No tendrás otro Dios fuera de mí”
(Éx. 20,3)
El Pueblo comprende que la liberación y la alianza
exigen una conversión de corazón y una fidelidad en el cumplimiento de la
Alianza que esclarece la relación con Dios y las relaciones fraternas y
respetuosas con los demás (Éx. 20, 1-17) Fe y obediencia serán las exigencias
de Dios para el pueblo de la Alianza. Dios se compromete con su Pueblo y éste
se compromete con su Dios a ser fiel a la Alianza para gozar de los cuidados de
su Dios. “Yo soy tu Dios y tu eres mi pueblo”. De la experiencia de la alianza
nace la fe de Israel y es constituido como pueblo de Dios. La alianza es además
el fundamento del culto israelita.
Puede
hablarse de la alianza de Dios con Noé (Gn 9) y con Abraham (Gn 15), pero la
fundamental, la que define a Israel, es la Alianza del Sinaí, que constituye el
momento fundante del nacimiento de Israel como pueblo. La Alianza es posible
porque Dios se manifiesta al pueblo por medio de truenos y relámpagos y una
densa nube sobre el monte: “El tercer
día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos. Una densa nube cubría el
monte, y podía oírse un fuerte sonido de trompeta. Todo el pueblo, en el
campamento, se echó a temblar. Moisés hizo salir al pueblo del campamento, al
encuentro de Dios, y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba,
porque Yahvé había descendido sobre él en el fuego. El humo ascendía, como si
fuera el de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia. El sonido de la
trompeta se hacía cada vez más fuerte. Moisés hablaba y Dios le respondía con
el trueno*. Yahvé bajó al monte Sinaí, a la cumbre del monte, y mandó a Moisés
que subiera a la cima. Moisés subió”. (Ex 19, 16- 20).
6. El Decálogo de la Alianza.
De los signos cósmicos, propios de
las religiones de la naturaleza, el texto nos lleva a la palabra, en la que Dios se manifiesta como persona: “Dios pronunció estas palabras: «Yo soy Yahvé, tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, del lugar
de esclavitud. No tendrás otros dioses
fuera de mí*. No pronunciarás el nombre de Yahvé, tu Dios en falso * Recuerda
el día del sábado para santificarlo*. Honra a tu padre y a tu madre*, para que
se prolonguen tus días sobre la tierra que Yahvé, tu Dios, te va a dar. No matarás.*
No cometerás adulterio.* No
robarás.* No darás testimonio falso
contra tu prójimo*. No codiciarás la
casa de tu prójimo*, ni codiciarás la mujer de tu prójimo* (Ex 20, 1-8).
7. EL Código de la Alianza.
Las palabras de los Mandamientos se hacen Código,
libro de la Alianza. Sólo donde hay palabras puede haber pacto, es decir,
diálogo amoroso y firme, promesa efectiva por parte de Dios que promete ser el
Dios de unos hombres que le prometen ser fieles a Dios. Los Mandamientos de la Ley de Dios son el signo de la alianza del
Sinaí. El libro de la alianza no es un texto de cantos de guerra ni un poema
que contiene antiguas tradiciones. Aparece más bien como revelación de Dios y
palabra constitutiva de la identidad israelita, es documento de alianza:
testimonio donde se refleja la voluntad creadora de Dios para su pueblo y
compromiso de acción del mismo pueblo para con su Dios. El Grito de la Alianza: “Tenemos Dios y Somos su Pueblo”.
Experiencia que dirige la Historia de Israel y que es fundamento del Culto
israelita al único Dios.
“Entonces
Moisés escribió todas las palabras de Yahvé. Se levantó temprano y construyó al
pie del monte un altar con doce estelas por las doce tribus de Israel. Luego
mandó a algunos jóvenes israelitas que ofreciesen holocaustos e inmolaran
novillos como sacrificios de comunión para Yahvé. Moisés tomó la mitad de la
sangre y la echó en vasijas; la otra mitad la derramó sobre el altar. Tomó
después el libro de la Alianza y lo leyó ante el pueblo, que respondió:
«Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahvé.» Entonces Moisés tomó la
sangre*, roció con ella al pueblo y dijo: «Ésta es la sangre de la Alianza que
Yahvé ha hecho con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras.»Sacrificio y
sangre de la Alianza” (Ex 24, 4-8).
Esta alianza sellada con la sangre de “toros y machos
cabríos” es el fundamento del pueblo israelita que se sabe vinculado a Dios por
una Ley que se expresa a través de unos mandamientos concretos que Dios mismo
ha revelado al pueblo para que viva en libertad. Pues bien, a pesar del
compromiso de la sangre de ellos, el Pentateuco afirma que los israelitas han
roto la alianza, de manera que cuando Moisés desciende del Monte y encuentra al
pueblo bailando alrededor del becerro de oro, tiene que romper las tablas de la
ley. Israel ha roto la Alianza, pero Dios la renueva, en gesto de misericordia.
8. Las Leyes de la Alianza.
“Porque
tú eres un pueblo consagrado a Yahvé tu Dios; a ti te ha elegido para que seas
el pueblo de su propiedad entre todos los pueblos que hay sobre la faz de la
tierra. Si Yahvé os ha sacado con mano fuerte y os ha liberado de la casa de
servidumbre, del poder del faraón, rey de Egipto, ha sido por el amor que os
tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres. Has de saber, pues,
que Yahvé tu Dios es el Dios, el Dios fiel que guarda su alianza y su favor por
mil generaciones con los que le aman y guardan sus mandamientos” (Dt 7,
6.8-9). A la luz del Deuteronomio podemos deducir las Leyes de la Alianza:
a) La Ley de la pertenecía. Se trata de
una pertenencia mutua. Dios es de aquellos que le pertenecen porque Él los ha
adquirido.
b) La Ley del Amor. Se trata de amores
recíprocos. Dios ama a su pueblo con amor incondicional y el pueblo debe amar a
su Dios.
c) La ley del servicio. Dios se dona y se
entrega a su pueblo para asociarlo a su obra y hacer de su pueblo luz de las
naciones.
9. Una Nueva Alianza para tiempos futuros.
Los profetas al ver la dureza de
corazón de los israelitas al no responder a Dios obedeciendo la alianza,
anuncian una nueva: “Van a llegar días
—oráculo de Yahvé— en que yo pactaré con la Casa de Israel (y con la Casa de
Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando
los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues ellos rompieron mi alianza y
yo hice estrago en ellos — oráculo de Yahvé—. Sino que ésta será la alianza que
yo pacte con la Casa de Israel, después de aquellos días —oráculo de Yahvé—:
pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su
Dios y ellos serán mi pueblo (Jer 31, 31- 33) “Concluiré con ellos una alianza de paz, que será para ellos una
alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré mi santuario en
medio de ellos para siempre” (Ez 37, 26). “Me desposaré con ella para siempre” en justicia y en derecho; en amor
y en misericordia, en fidelidad y en conocimiento (Os 2, 12).
2. La Nueva Alianza.
Objetivo. Mostrar
como Dios manifiesta su amor al darnos a su Hijo, y cómo Jesús para hacer que
los hombres salgan del pozo de la muerte, entrega su vida para con su sangre
sellar la Alianza de Amor con su Pueblo elegido.
Iluminación.
La Nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo nos libera de la esclavitud de
la Ley: >>Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él
mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: Maldito el que cuelga de
un madero<< (Gal 3, 13)
1. Llegada la Plenitud de los tiempos.
San
Pablo nos dice: Hermanos, las promesas fueron hechas a Abrahán y a su
descendencia, es decir, Cristo, es el cumplimiento de la Promesas (cfr Gal 3,15s). “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo,
nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley, para rescatar a los que se
hallaban sometidos a ella y para que recibiéramos la condición de hijos. Y, dado que sois hijos, Dios envió a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no
eres esclavo, sino hijo; y, si eres hijo, también heredero por voluntad de
Dios” (Gál 4, 4-7).
2. Jesús toma la firme determinación de subir a
Jerusalén.
San Mateo lo confirma en el tercer
anuncio de la Pasión: “Cuando iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomó aparte a los Doce y les
dijo por el camino: «Ya veis que subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre
será entregado a los sumos sacerdotes y escribas. Lo condenarán a muerte y lo
entregarán a los paganos, para burlarse de él, azotarle y crucificarlo. Y al
tercer día resucitará.» (Mt 20, 17- 19).
Para san Juan, Jesús es el Amor
entregado del Padre a los hombres, Para el discípulo amado
Jesús, acepta su pasión libremente,
entregándose a sí mismo: “Antes de la
fiesta de la Pascua, Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este
mundo al Padre. Él, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el final. (Jn 13, 1-2).
3. La Nueva Alianza es para todos
“Recordad
pues, cómo en otro tiempo vosotros, los gentiles según la carne, llamados,
«incircuncisos» por los que practican la «circuncisión» —una operación
practicada en la carne—, estabais a la sazón lejos de Cristo, excluidos de la
ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la promesa, sin esperanza y
sin Dios en el mundo. Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro
tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo.
Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el
muro divisorio, la enemistad, y anulando en su carne la Ley con sus
mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre
Nuevo. De este modo, hizo las paces y reconcilió con Dios a ambos en un solo
cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad. Vino a
anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban
cerca. Por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu.
Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y
familiares de Dios” (Ef 2, 11- 19).
4. Cristo sella con su sangre la Nueva Alianza.
“Cristo nuestro
cordero pascual ha sido inmolado” (1 Cor 5, 7) La Antigua Alianza fue
sellada con la sangre de toros y de machos cabríos. Los sacrificios de animales
son sustituidos por un sacrifico nuevo, el de Cristo, cuya sangre realiza
eficazmente la unión definitiva entre Dios y los hombres. La muerte de Cristo,
a la vez sacrificio de pascua, sacrificio de alianza y sacrificio expiatorio,
lleva a su cumplimiento las figuras del Antiguo Testamento. Cristo con su
sangre derramada en la cruz, abre el camino para que venga a nosotros el “el
don del Espíritu Santo”.
El Espíritu
Santo es el “Signo de la Nueva Alianza”. “Cuando venga el Paráclito, que yo
os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre,
él dará testimonio de mí” (Jn 15, 26). “Pero yo os digo la verdad: Os conviene
que yo me vaya, porque, si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero
si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7) San Lucas también nos dice: “Yo os bautizo
con agua. Pero está a punto de llegar alguien que es más fuerte que yo, a quien
ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias; él os bautizará
con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3, 16). “Si alguno tiene sed, que venga a mí, y
beberá; del que cree en mí se puede decir lo que afirma la Escritura: De su
seno manarán ríos de agua viva.” Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que
iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues
todavía Jesús no había sido glorificado” (Jn 7, 37- 39).
5. Los efectos de la Nueva Alianza.
Al entrar en la Nueva Alianza por la fe y el bautismo,
los hombres son “justificados por la Fe” (Rom 5, 1ss; Gál 2, 16). La Justificación hace referencia al perdón de
los pecados y a la recepción de la Gracia, por lo que los pecadores pasamos de
la muerte a la vida, de la aridez a las aguas vivas (cfr Jer 2, 13; Jn 7, 38)
En la Nueva Alianza se quitan los pecados: “Vendrá de Sión el Libertador;
alejará de Jacob las impiedades (Is 59, 20).
Y esta será mi alianza con ellos, cuando haya borrado sus pecados” (Rom
11, 26- 27). Ya no es la Alianza de la letra, es la Alianza del Espíritu: “Dios
habita entre los hombres y cambia nuestros corazones: Porque nosotros somos
templo de Dios vivo, como dijo Dios: Habitaré en medio de ellos y caminaré
entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. Dios pone en nuestros corazones su ley (Rom 5, 5; 2 Cor 6, 16) Alianza que aporta la
libertad de los hijos de Dios (Gál 4, 24). En virtud de la sangre de Cristo los
pecados son perdonados (Ef 1, 7) y los corazones son renovados: “¡cuánto más la
sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a
Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto al
Dios vivo! (Heb 9,14). Así se cumple la
promesa de la “Nueva Alianza” anunciada por Jeremías y por Ezequiel: Gracias a
la sangre de Jesús serán cambiados los corazones humanos y se les dará el don
del Espíritu.
3. La Pastoral de Jesús, el Señor.
Objetivo: Conocer la pastoral de Jesús, el Buen Pastor, como modelo de toda pastoral en la Iglesia,
para que siguiendo sus huellas podamos realizar sus obras y hablar sus palabras
para gloria de Dios y bien de los hombres.
Iluminación: “Porque de Él salía un poder que sanaba a
todos y por eso toda la gente procuraba tocarle” (Lc 6, 19). “Se pasó la vida haciendo el bien y
liberando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10, 38).
1. Jesús, es el Pastor de
las ovejas
La profecía del Siervo de Yahvé se cumple plenamente en
Jesús. Cuando Jesús comienza a predicar en Galilea, da cumplimiento a la
esperanza mesiánica: "País de
Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de
los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que
habitaban en tierras y sombras de muerte, una luz les brilló" (Mt
4, 15-16). Galilea de los gentiles es
símbolo de las naciones (paganas): pueblos que necesitan la luz y la encuentra
en la predicación de Jesús. Esta luz se hará, particularmente intensa, única,
en la exaltación del Siervo, en la resurrección de Jesús, que "después
de resucitar el primero de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a
los gentiles" (Hch 26, 23). Dios sale al encuentro del hombre,
enviándole a su Hijo Unigénito. Cristo enviado por el Padre se presenta como la
luz del hombre: "Yo soy la luz del
mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida" (Jn 8, 12; cfr. Jn 1, 9; 9, 39; 12, 35; 1 Jn 2, 8).
La venida de Cristo como luz de los hombres obliga a los hombres a pronunciarse
a favor o en contra (Jn 3, 19-21). Cristo, luz de los hombres, está presente en
su Iglesia: "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo" (Mt 28,
20; cfr. Jn 14, 18-23) para fortalecerla y conducirla hacia la Casa del Padre
como Rey y Pastor.
Jesús es el buen pastor. Él mismo
se dio este nombre (Jn 10, 11). “Él da la vida por sus ovejas y las conoce” (Jn
10, 11-14). El conocimiento de Jesús por sus ovejas es el conocimiento bíblico
y personal, pues, conlleva la entrega
amorosa y la donación por todas y cada una de sus ovejas. “Te conozco y te llamo por tu nombre” (Is 43, 1-3) Jesús es también
“La puerta de las ovejas” (Jn 10,
7) “Camina delante de ellas” y ellas le
siguen porque conocen su voz” (Jn 10, 4). Jesús buen Pastor alimenta al rebaño
con fresca hierba y lo hace abrevar en aguas de reposo lo consuela y lo
defiende con su vara y su cayado (Sal 23), y da su vida por ellas (Jn 10, 11).
Jesús, nos dice el Concilio
Vaticano II, después de haber padecido la muerte de cruz, resucitó, se presentó
por ello constituido en Señor, Cristo y Sacerdote para siempre y derramó sobre
sus Apóstoles el Espíritu prometido por el Padre. Por esto la Iglesia,
enriquecida con los dones de su Fundador recibe la misión de anunciar el Reino
de Cristo y de Dios e instaurarlo en el corazón de cada hombre y de todos los
hombres (LG 6).
2. Cristo es el evangelizador del Padre
Para la Iglesia, Jesús mismo, es
el Evangelio de Dios, y ha sido, el primero y el más grande evangelizador. Lo
ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su
existencia terrena. Evangelizar para Jesús es darse y entregarse hasta el
extremo; es sembrar el reino de Dios en el corazón de los hombres y de las
culturas. Para Él, evangelizar es anunciar el reino de su Padre, es liberar a
los hombres de la servidumbre del pecado y del dominio de Satanás, es
reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos; es dar vida y amar hasta el
extremo (Jn 13, 1) Por eso pudo decirnos: “Vengo para que tengan vida y la
tengan en abundancia” (Jn 10, 10) Dentro
de la evangelización del Señor Jesús, encontramos la promoción de sus
discípulos, a quienes eligió por amor y formó para que continuaran en la
historia la Obra realizada y comenzada por Él: “No os llamo ya siervos, porque
el siervo nunca sabe lo que suele hacer su amo; a vosotros os he llamado
amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,
15) .
3. ¿Cómo fue la Pastoral de Jesús?
Como núcleo y centro de su Buena
Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de
todo 1o que oprime al hombre, pero que es sobre todo liberación del pecado y
del Maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por Él,
de verlo, de entregarse a Él . Todo esto tiene su arranque durante la vida de
Cristo y se logra de manera definitiva por su muerte y resurrección; pero debe
ser continuado pacientemente a través de la historia hasta ser plenamente
realizado el día de la venida final del mismo Cristo, cosa que nadie sabe
cuándo tendrá lugar, a excepción del Padre (EN 9) Bástenos aquí recordar
algunos aspectos esenciales.
a) El anuncio del reino de Dios (EN 7).
Cristo, en cuanto evangelizador, anuncia ante todo su reino, el reino de Dios;
tan importante que, en relación a él, todo se convierte en "1o
demás", que es dado por añadidura. Solamente el reino es, pues, absoluto y
todo el resto es relativo. El Señor se complacerá en describir de muy diversas
maneras la dicha de pertenecer a ese reino (EN 8). Reino en el que nadie vive
para sí mismo, y nadie está por encima de los otros. Todos somos esencialmente
iguales, llamados hacernos pequeños para poder ser servidores unos de los otros
a la luz del Mandamiento Nuevo (cf Jn
13,
34-35)
b) El amor recíproco a los hermanos como lo
confirma el Mandamiento del Amor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os
améis los unos a los otros; que, como yo os he amado, así os améis también
entre vosotros. Todos conocerán que sois discípulos míos en una cosa: en que os
tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 34s).
c) El servicio dentro y fuera de la Comunidad:
“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el Maestro’
y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro,
os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros.
Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis lo que acabo de hacer con
vosotros” (Jn 13, 13ss).
d) La predilección del Señor por los más
pequeños: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino
preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me
disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me
acogisteis, 36 estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la
cárcel y acudisteis a mí.’ Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos? 39 ¿Cuándo
te vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti?’ Y el Rey les dirá: ‘Os
aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me
lo hicisteis.’ (Mt 25; 34- 40)
e) La compasión en todo lo que hacía.
Jesús, movido por la más grande compasión a los hombres y buscando siempre la
gloria de su Padre, se dedicó a salvar a todo el hombre y a todos los hombres,
tal como aparece en el Evangelio: “Al
desembarcar, vio tanta gente que sintió compasión de ellos, pues estaban como
ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,
34) Se preocupó por liberar al pecador del pecado y de todas sus secuelas, sanó
toda enfermedad y dolencia, “Porque de Él
salía un poder que sanaba a todos y por eso toda la gente procuraba tocarle”
(Lc 6, 19). Vendó y sanó heridas del corazón y derramó por todas partes sanidad
interior de odio, miedo, y complejos, liberó de la opresión y aún de la
posesión demoníaca y fue el modelo perfecto de oración y del ejercicio de todas
las virtudes. Jesús con sus palabras, con sus exorcismos, con sus milagros, y
sobre todo con su estilo de vida sembró el reino de Dios en el corazón de los
hombres. “Se pasó la vida haciendo el
bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10, 38).
4. ¿Qué podeos aprender de la Pastoral del Señor Jesús?
«Venid
a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré
descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es
suave y mi carga ligera.» (Mt 11, 28-30) Sólo a la luz del Encuentro con la
Palabra de Dios y en la obediencia de la fe nace en nosotros el deseo de ser
como Jesús: «No está el discípulo por
encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo
ser como su maestro, y al siervo como su amo (Mt 10, 24-25).
a)
La
glorificación del Padre
Lo primero que aparece en la pastoral
de Jesús es el deseo de dar gloria a su
Padre del cielo: “No sabéis que tengo que
estar en las cosas de mi Padre” (Lc 2, 49), “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre que me ha enviado y en
llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). “El
Padre no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,
27-30). “Mi Padre siempre me escucha
porque yo hago lo que a Él le agrada” (Jn 14, 31) “Yo no busco mi propia gloria. “El que habla por su cuenta busca su
propia gloria; pero el que busca la gloria del que le ha enviado, ése es veraz;
y no hay impostura en él” (Jn 7, 18) “Pero
yo no busco mi gloria; ya hay quien la busca y juzga” (Jn 8, 50) “En
verdad, en verdad os digo «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no
valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: ‘Él es
nuestro Dios”(Jn 8, 54). Todas estas palabras nos muestran que el objetivo
principal de la
Pastoral de Jesús fue siempre la
gloria de su Padre y no su interés personal. La recompensa que recibe es la
“exaltación a la diestra de Dios, y ser proclamado como Señor y Mesías. (cf Fil
2, 611).
b)
Amor
fraternal al hombre
Unido a su Amor filial al Padre
existió siempre en el corazón de Cristo un amor ardiente por los hombres,
especialmente por los enfermos y pecadores. El ministerio de Jesús fue siempre
animado por la compasión: “Él tomó
nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8, 17). “Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió
compasión de ellos y curó a sus enfermos” (Mt 14, 14). “Me da lástima esta gente, porque hace ya tres días que permanecen
conmigo y no tienen que comer” (Mt 8, 2). “Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión porque estaban vejados y
abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 11, 28). En su Evangelio
Marcos nos dice: “Sintió compasión por la
gente y se puso a enseñarles muchas cosas y al final del día les dio de comer”
(Mc 6, 34ss). Por eso puede decirnos: “Sed
misericordiosos como vuestro Padre celestial” (Lc 6, 36) Y darnos el
“Mandamiento nuevo” y exhortarnos amar a los enemigos y orar por ellos (cf Lc
6, 27). El Señor Jesús todo lo hizo por amor y sin amor no hizo nada.
c)
Pastoral
nutrida con intensa oración
La eficacia pastoral de Jesús se
debió a su intensa comunión con el Padre, alimentada con una íntima, profunda,
intensa y frecuente oración. La oración de Jesús es uno de los mayores ejemplos
para el ejercicio de nuestra pastoral. Jesús oraba de noche y predicaba de día.
Jesús está en oración cuando recibe la unción del Espíritu Santo en el Jordán
(Lc 3, 21). Prepara su ministerio con cuarenta días de intensa oración y ayuno
en el desierto (cf Mt 4, 1ss). “Después
de despedir a la gente subió al monte a solas para orar” (Mt 14, 23). “De madrugada cuando todavía estaba muy
oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario, donde su puso a orar”
(Mc 1, 35).
Con una noche de oración prepara
la elección de los Doce (Lc 6, 12). Con una intensa noche de oración se prepara
para su Muerte de Cruz: “Sentaos aquí,
mientras que voy allá a orar” (Mt 26,
36). “Sumido en agonía insistía más en su oración” (Lc 22, 44). Oró por
sus verdugos en la Cruz y muere con una oración de entrega al Padre.
La súplica de los discípulos
siempre ha de ser la misma: “Maestro,
enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Jesús atendió la súplica y nos dio algunas
normas para la eficacia de nuestra oración: Pedir perdón, perdonar a los que
nos ofenden y amar a los enemigos (Mc 11, 24-25; Mt 5, 44-45). La oración de Jesús nos pide practicar la
humildad: “Cuando hagáis oración no
seáis como los hipócritas que hacen oración para que los vean” (Mt 6, 5/). Y de manera especial nos invita a vigilar:
“Vigilad y orad para no caer en la
tentación” (Lc 22, 46).
d) Jesús,
Pastor pobre
Jesús, Pastor pobre humilde y
sencillo. Nace pobre y vive pobre, ejerció su pastoral en tal pobreza que pudo
decir: “Las zorras tienen su madriguera y
las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar
la cabeza” (Lc 9, 58). Jesús comienza su “Carta Magna”, las bienaventuranzas, poniendo en primer lugar a los pobres: “Dichosos los pobres de espíritu porque de
ellos es el reino de Dios” (Mt 5, 3) Pablo, al hablarnos de la generosidad
de nuestro Señor Jesucristo nos dice: “El
cual, siendo rico, se hizo pobre, por nosotros a fin de que os enriquecierais
con su Pobreza.” (1Cor 8, 9).
La pobreza de Jesús es el haberse
hecho uno de nosotros; es su estilo de vida, su pasión y su muerte. Pablo nos
describe la pobreza de Jesús en el himno de la carta a los Filipenses: “El cual, siendo de condición divina, no
reivindicó su derecho a ser tratado igual a Dios, sino que se despojó de sí
mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en
su porte como hombre, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 6- 8) Como también podemos decir que
la riqueza de Jesús es ser el hijo amado del Padre, el hermano universal de los hombres y ser el
servidor de todos. Por eso nos invita a ser como Él: “Manso y humilde de
corazón” (Mt 11, 29). Nosotros los discípulos de Jesús, también, somos llamados
a enriquecer a otros con nuestra pobreza. Por eso el Señor nos invita a ser
como él: “Mansos y humildes de corazón” (mt 11, 29)
4. Jesús nos llama a ser testigos del amor de Dios
El primer testigo del amor de Dios
en el mundo es Jesús. Él curaba, consolaba, perdonaba porque quería dar a
conocer el amor que recibía de su Padre, porque quería que el mundo se enterase
de que hay un Dios Creador de todo y de todos que además nos ama, como un Padre
misericordioso, un Padre vigilante que cuida de nosotros, que nos sostiene, que
nos guía para que aprendamos a vivir como personas, queriéndonos los unos a
otros, en una familia universal que recuerde la familia de las personas
divinas, la relación de cariño y de ternura que Dios tiene con nosotros. Este
es el camino que nos lleva hasta Dios, el camino que nos salva de verdad y nos
lleva a la Vida.
La religión de Jesús es el amor,
el amor con el que amaba a su Padre y el amor con que nos quería y nos quiere a
todos. Por eso fue condenado y por eso mismo se dejó matar.”No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,
13) Jesús no podía dejar de hablar de Dios como un Padre universal que quiere
igual a todos los hombres y a todos los pueblos, que perdona los pecados y se
alegra por la conversión de los pecadores.
Desde entonces los cristianos, y
de forma especial los sacerdotes, dedicamos la vida a anunciar a unos y otros
que Dios es Amor, que Dios nos quiere y que la religión verdadera, fuente de la
vida y de la felicidad es el amor que Dios nos da cuando de verdad acudimos a
Él con humildad y confianza, para luego nosotros irradiarlo en el rostro de las
viudas, huérfanos y pobres (Cf Stg 1,
26). Para el Señor Jesús todo
aquel que ama de verdad, es su amigo y es su discípulo (cf Jn 15, 15), es de
los suyos, le pertenece (cf Gál 5, 24). El Señor nos revela la clave para ser
sus testigos:
“Permanezcan en mi amor” como yo permanezco en el amor de mi Padre y
permanezco en su amor” (Jn 15, 9) ¿Cómo permanecer en el amor del Señor?
Guardando sus Mandamientos y sus Palabra, permanecemos en su amor amando y
siendo amados (Jn 14, 21. 23).
5. Llamados a ser Discípulos de Jesús.
El Papa Francisco nos ha recordado
la vocación de todo bautizado a ser discípulo de Jesús para que con la fuerza
del Evangelio, ser impulsado a evangelizar (EG 119- 120) Todo cristiano es
discípulo misionero en la medida que se ha encontrado con el Amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, al estilo de la mujer samaritana (Jn 4, 1ss) de
Zaqueo (Lc 19, 1-11); de Pablo, el Heraldo de Cristo (Hech 9, 20). Para el Papa
Francisco discípulo de Jesús es todo aquel que lleva dentro la disponibilidad
de salir fuera para ir y anunciar el amor de Cristo, de manera espontanea y en
cualquier lugar donde se encuentre (EG 127).
Para san Juan las condiciones para
ser discípulos siguen vigentes hoy día: “Ustedes
me aman sí hacen lo que yo les diga” “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo
les diga” (Jn 15, 14-15) “Permanezcan
en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre”. ¿Cuál es la clave
para permanecer en amor de Jesús? “Guardar sus Mandamientos: “Vayan y anuncien todo lo que yo les he
enseñado” (Mt 28, 19s). EL Mandamiento Regio: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34), y
la Fracción del Pan: “Hagan esto en
memoria mía” (Lc 22, 19). El discípulo que ha dejado sus nidos y sus
madrigueras (Lc 9, 57), puede ahora reproducir la imagen de su Maestro (Rm 8,
29), ser como Él, servidor de los demás (Jn 13, 15) y don de Dios para los
hombres, llevando una vida entregada y partida a favor de sus hermanos, los
hombres.
6. Para la gloria de Dios.
Qué hermoso suenan las palabras del
Apóstoles en los oídos de todo auténtico discípulo del Señor Jesús: “Nosotros, en cambio, con el rostro
descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos
transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por
la acción del Señor, que es Espíritu” (2 Co 3, 16).
Lo anterior es posible cuando del
corazón del discípulo, brota como de su fuente, la “Fidelidad al amor primero”,
al amor de Jesús que según el Apóstol sólo puede brotar de un “corazón limpio, de una fe sincera y de una
recta intención” (1 Tm 1, 5). En corazón del discípulo se convierte
entonces en “manantial” que se desborda y refresca a muchas almas sedientas, y
con la fuerza del Espíritu se convierte en “reparador de casas en ruinas (Is
58, 6,ss).
Todo está orientado para el discípulo de Jesús hacia la
gloria de su Señor. Nada hace por rivalidad ni por interés propio, tanto en la
vida como en la muerte, su Señor recibe el honor, la alabanza y la gloria. Por
eso su descanso, su fuerza, su aliento lo encuentra en la oración, en el
contacto con la Palabra y en la Eucaristía. Su alegría la encuentra en el
servicio a sus hermanos a quienes es enviado y por quienes se gasta y derrocha.
Su cansancio y sus contradicciones, sus posibles fracasos o derrotas son
siempre una hermosa oportunidad para “ofrecerse
como hostia viva, santa y agradable a Dios” (cf Rom 12, 1) a su Señor, a
ejemplo de la Señora del Sagrado Corazón.
María,
Señora del Sagrado Corazón ruega por nosotros.
4. ¿Cómo fue la pastoral de la Iglesia primitiva?
Objetivo: Dar a conocer la pastoral de la primitiva Iglesia para
destacar los más importantes elementos para que sirvan como modelo a la Iglesia
de hoy.
Iluminación:
“Acudían al templo todos los días con
perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan con alegría y sencillez de
corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hech
2, 44-47)
La
Palabra Iglesia significa convocación. Designa la Asamblea de aquellos a
quienes convoca la Palabra de Dios, para formar el Pueblo de Dios y que,
alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en Cuerpo de
Cristo (Catic 777).
1. La predicación del Kerygma.
Dos momentos claves se han de
resaltar: El primer anuncio y la experiencia del Espíritu Santo (Hech 2, 22-36).
El crecimiento en la fe y la organización de la pastoral vendrán después (Hch
2, 42; 61)
a) En
la Iglesia primitiva el orden seguido por los Apóstoles partiendo de la
experiencia de Pentecostés fue, en
primer lugar, el anuncio profético de Pedro que presentó a Jesús como el
Mesías de Dios: “Israelitas, escuchad
estas palabras: A Jesús de Nazaret, hombre acreditado por Dios entre vosotros
con milagros, prodigios y señales…ustedes lo mataron por medio de gente
malvada…a este, Jesús, Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos
testigos…sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor
y Cristo, a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hech 2, 22-
36).
b) Al anuncio profético de los Apóstoles el
pueblo responde compungido: “¿Qué
tenemos que hacer”? “Al oír esto,
dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué hemos
de hacer, hermanos?» Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros
se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para perdón de vuestros pecados y
para que recibáis el don del Espíritu Santo. La Promesa es para vosotros y para
vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor
Dios nuestro». Los Apóstoles hacen la
invitación a la conversión, a la recepción del bautismo para el perdón de los
pecados y a la recepción del Espíritu Santo:
(Hech 2, 37- 40).
El encuentro personal con Jesús
nos da la experiencia del Espíritu Santo: Encuentro liberador, gozoso y
transformador, porque nos quita las cargas, y gozoso, por que experimentamos el
triunfo de la Resurrección. Transformador, porque nos promueve y nos transforma
en Ministros de la Nueva Alianza, “servidores de Cristo por voluntad del Padre”
Ministros de la Palabra y de los Sacramentos. (Palabra y Sacramentos son
inseparables).
2. La catequesis apostólica.
En el segundo momento viene el crecimiento de la Comunidad con cuatro características bien definidas:
a) El
conocimiento creciente de la enseñanza comunicada por los apóstoles, maestros
de esa verdad. Los apóstoles enseñan lo que Jesús les enseñó a ellos. ¿Qué
enseñamos nosotros?
(cf Hech 2, 42) Jesús enseñó a los suyos el “arte de vivir
en Comunión” el “arte de amar” y el “arte de servir a los hermanos”.
b) La
integración de una auténtica comunidad cristiana en donde cada miembro contaba
con la ayuda espiritual y temporal de sus hermanos.
c) La
vida sacramental centrada en la Eucaristía o fracción del pan de vida.
Eucaristía celebrada el primer día de la semana (Hech 20, 7)
d) La
oración asidua en sus diversas formas, recomendada y practicada por Jesús y que
fue el alma y la fuerza de esa comunidad.
3. El servicio a las mesas.
En un tercer momento la primera Comunidad se organiza para el servicio
de las mesas: la pastoral de la caridad.
Según el libro de los Hechos de los
apóstoles la pastoral de la Primera Comunidad sigue pasos muy concretos: la primera predicación apostólica, la catequesis
como segundo término y en tercer lugar el
cultivo organizado de la caridad: “Por
aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas
contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia
cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: «No
parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas.
Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama,
llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo;
mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la
Palabra. Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban,
hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a
Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía; los presentaron a los
apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos. La Palabra de
Dios iba creciendo; en Jerusalén se multiplicó considerablemente el número
de los discípulos, y multitud de sacerdotes iban aceptando la fe” (Hech 6, 1-7).
4. ¿Qué encontramos en la Iglesia primitiva?
A la luz del texto de los Hechos,
encontramos que en la Pastoral de la Iglesia se han de tener presente: La Palabra, la vida comunitaria (los
servicios), los sacramentos y la vida de piedad. Encontramos una gran
sencillez y una gran eficacia en la pastoral de la primitiva comunidad
cristiana. El Espíritu del Señor estaba y actuaba en unos pastores que lo
habían recibido en plenitud y eran dóciles a la acción del Divino Espíritu en
su misión apostólica. La eficacia de esta pastoral la encontramos en la lectura
del mismo libro de los Hechos de los Apóstoles:
• “Todos
los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y
sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada
uno”.
• “Acudían
al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el
pan con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la
simpatía de todo el pueblo” (Hech 2, 44-47)
• “Muchos
de los que oyeron la Palabra creyeron; y el número de hombres llegó a unos
cinco mil” (Hech 4, 4).
• “La
multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie
llamaba suyo a sus bienes, sino que todo lo tenían en común” (Hech 4, 32)
5. ¿Cómo ha de ser la Pastoral de la Iglesia?
a) Lo
primero para tener presente es que nuestra pastoral ha de ser como la de Jesús:
invitando, pero, no imponiendo.
• Ha
de estar llena de los mismos sentimientos de Cristo Jesús, especialmente, la
compasión.
• No
solamente eso, sino que además, toda nuestra predicación debe nutrirse con la
“Palabra de Dios para que no sea palabrería vana”
• y
“La catequesis debe extraer siempre su contenido de la Palabra de Dios” (Juan
Pablo II, CT 27)
• “Es
tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye el
sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del
alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” (DV 27)
b) En
segundo lugar hemos de tener en cuenta el no menospreciar alguna de las
vertientes de la pastoral en detrimento de las demás para no caer en el
reduccionismo: sacramentos sin evangelización, o evangelización sin sacramentos
o sin la práctica de la caridad. Esto reduce y empobrece la pastoral de la
Iglesia. Busquemos siempre la Unidad del Anuncio, del Culto y de la Moral o
práctica de las virtudes.
c) En
tercer lugar se ha de tener siempre en cuenta al hombre integral, hijo de una cultura, poseedor de un cuerpo, un
alma y un espíritu (1 Ts 5, 23) y situado en un contexto familiar y social. La
pastoral de la Iglesia está al servicio del hombre y de la familia. Obra de la
Pastoral es la formación de personas. En la
obediencia al Mandamiento nuevo La Iglesia, los cristianos lavando pies
ayudamos a acrecer y a madurar como personas: “Así ya no seremos como niños, llevados a la deriva y zarandeados por
cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que
conduce al error” (Ef 4, 14).
Lo anterior nos hace ver la
evangelización como proceso y no como acontecimiento. Los grandes cambios no se
dan de la noche a la mañana ni de un día para otro. El cultivo del hombre y de
su espiritualidad requiere tiempo y el uso de los medios adecuados. La
verdadera evangelización no se da como una llamarada de petate. La formación de
criterios, convicciones, principios y
valores humanos nos piden paciencia, confianza y tolerancia.
6. Aplicación en nuestros días.
Los primeros cristianos crecieron
pronto en el conocimiento de la doctrina del Señor, gracias a la enseñanza de
los Apóstoles que trasmitían con toda fidelidad lo que el Señor Jesús les había
trasmitido a ellos: “Jesús se acercó a
ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo
os he mandado. Y estad seguros que yo estaré con vosotros día tras día, hasta
el fin del mundo.» (Cfr Mt 28, 18ss). La primera predicación de los Apóstoles
tenía una mayor pureza doctrinal: eran testigos de las palabras y hechos de
Jesús, de su muerte y de su resurrección, además eran hombres poseídos por el
Espíritu Santo, según la promesa de Jesús: “Sabed
que yo estaré con ustedes hasta el fin de los siglos” (Mt 28, 20).
•
La
pastoral bíblica. Los Apóstoles eran hombres penetrados y poseídos por la
palabra de Dios; verdad que hace que Pablo recomiende a la comunidad de
Colosas: “Que la palabra de Cristo habite
en ustedes con toda su riqueza” (Col 3, 16) y a su discípulo Timoteo le
dice: “Toda Escritura es inspirada por
Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la
justicia: así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda
buena obra” (2 Tim 3, 16)
Hoy por fortuna existen cada vez
más personas que están leyendo la Biblia de una manera asidua y apasionada que
les permite poseer las riquezas de la Palabra. La experiencia y la Iglesia nos
han enseñado que la lectura de la Palabra de Dios ha de ir acompañada por la
práctica de la oración para que según san Agustín se dé un verdadero diálogo
con Dios: A Dios hablamos cuando oramos, y a Dios, escuchamos cuando leemos su
Palabra (Dei Verbum 25). Toda predicación y catequesis en la Iglesia ha de
nutrirse con la Palabra de Dios para que no resulte ser sólo vana palabrería
(Ct 27)
Al gusto por la Sagrada Escritura
(leerla o escucharla asiduamente, meditarla, amarla y ponerla en práctica) Dios
apremia abriendo la mente, explicando su sentido y llenando con su poder a
quienes así lo hagan. El Concilio nos dice: “Dios viene al encuentro de sus
hijos para conversar con ellos, y es tan grande el poder y la fuerza de la
Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe
para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual”
(Dei Verbum 21).
• La pastoral de comunión. El término
comunión que encontramos en texto de Hechos 2, 42, y que constituyó un medio de
gran crecimiento espiritual y comunitario para la Iglesia primitiva, hace
referencia a la creación de pequeñas comunidades cristianas mediante la unión
de espíritus y la solicitud por los pobres y necesitados de todo orden: “todos
los creyentes vivían unidos” (Hech 2, 46). Todo cristiano necesita el apoyo, el
estimulo y la ayuda para cultivar sus valores y virtudes; ayuda que encuentra
eficaz en una pequeña comunidad de hermanos que se preocupen por él, le enseñen
a orar y a servir a la Iglesia desde el “don recibido”. Nadie se realiza solo; nadie camina solo;
nadie aprende a vivir para los demás, cuando camina solo. El cristiano
solitario pronto cae y se queda caído.
La acción del Espíritu Santo que
es Amor, guía a los hombres a la comunión con otros creyentes para que hagan
comunidad con ellos y de esta manera trabajen en la construcción de una
Comunidad fraterna: “Donde dos o tres se
reúnen en mi Nombre... ahí se construye la Comunidad (Mt 18, 20). Lo importante que se ha de saber
es que para que la comunidad sea auténtica ha de ser animada y conducida por el
Espíritu Santo para que pueda proporcionar ayuda a todos sus miembros, esté
centrada en la Eucaristía y esté insertada en la vida parroquial y unidas a los
Pastores que el Señor ha dado a su Iglesia.
• Una Pastoral centrada en la Eucaristía o
“fracción del Pan”. El término “fracción del pan” significa en el lenguaje
cristiano “La cena del Señor”, es la primera forma que la Iglesia uso para
referirse a la “Misa”. Es el sacrificio en el que Cristo se inmola, se
sacrifica, ofreciéndose como pan partido, entregado y como sangre derramada en
favor de toda la Humanidad. Después pasó a conocerse como “Eucaristía” que
significa “acción de gracias”, rito eucarístico que las comunidades cristianas
celebraban en las casas, nunca en el templo de Jerusalén. Dos textos de Pablo
nos ayudan a entender el misterio de la “fracción del Pan”: “El cáliz de
bendición, no es acaso el comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que
partimos, no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (1 de Cor 10, 16). “Porque yo recibí del Señor lo que os he
trasmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y
después de dar gracias, lo partió y dijo: este es mi cuerpo que se da por
vosotros, haced esto en recuerdo mío”…. Este
es el cáliz de la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces lo bebiereis,
hacedlo en recuerdo mío. Pues cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz,
anunciáis la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, quien coma del pan y
beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del
Señor.
Examínese,
pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y
bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo. Por eso hay entre
vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos” (1 Cor 11,
23, 30)
La vida espiritual de los primeros
cristianos estaba centrada en la participación de la Eucaristía. Nosotros si
queremos tener un alimento que nos nutra y nos fortalezca debemos hacer lo
mismo:
comer del pan y beber del cáliz del Señor. El Concilio definió la Eucaristía como
“Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual en
el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da
como prenda de la gloria venidera” (SC No. 47) Para enseguida invitarnos a
participar de una manera consciente, piadosa y activa de todos en la acción
sagrada para que los fieles no sean mudos espectadores, sino aprendan a
ofrecerse a sí mismos como hostias inmaculadas (SC No. 48).
La Eucaristía contiene todo el Bien
espiritual de la Iglesia: Cristo mismo, y a ella se ordenan todos los
ministerios y apostolados. Aparece como la fuente de toda predicación
evangélica y es el centro de toda Asamblea de los fieles que preside el
presbítero” (P O No. 5). Más delante el mismo Documento nos dice como hacer de
la Eucaristía la fuente principal de santificación personal y de crecimiento
pastoral: “practicar la oración frente al
Sagrario para dar testimonio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía,
por la predicación, para mostrar a los fieles la insondable riqueza de la
Eucaristía y la enseñanza diaria a insertarse diariamente en la vivencia de la
Pascua eucarística; ayudando eficazmente a la comunidad a crecer en la fe, la
esperanza y la caridad y a vivir el “sacrificio eucarístico en el que los
Sacerdotes cumplimos nuestro principal ministerio” (PO No. 13)
•
Las
oraciones. La primera comunidad cristiana tuvo tanta vitalidad, pues los cristianos impregnaron sus vidas con
una intensa, continua y cálida oración: Era una comunidad orante. Asistían
asiduamente a las oraciones (Hech 2, 42). La comunidad y los Apóstoles al
frente de ella, seguían el ejemplo de Jesús Buen Pastor que fue para la
comunidad primitiva el modelo de Pastor Orante. Dos modos de orar: personal y
comunitariamente. Oración acompañada siempre con el ayuno y la caridad. Sólo
una vida de intensa oración puede explicarnos el crecimiento y la fortaleza de
las comunidades en tiempo de persecución. Una pastoral que no tenga como alma
la oración estará siempre vacía y sus frutos serán pobres o nulos. Urge que los
pastores aprendamos a orar con la comunidad, con las personas y no solamente
por ellas. Hagamos de nuestra Parroquia una Comunidad orante.
El Libro de los Hechos de los
Apóstoles nos describe la intensidad de oración de la primitiva comunidad.
•
Los Apóstoles reu8nidos con María, la Madre el
Señor y los demás creyentes, esperaron en oración la llegada del Paráclito
Divino
•
(Hech 1, 13s) “Subían al Tempo a orar
diariamente (Hech 3, 1):
•
Los Apóstoles se dedicaban a la oración y a la predicación de la Palabra (Hech 6,
4)
•
Oran en momentos importantes como acciones y
ordenaciones para cargos en la Iglesia (6, 6; 13, 3; 14, 23)
•
Oran con la comunidad en momentos de persecución
(4, 24- 31; 12, 5- 12).
•
Esteban ora al estilo de Jesús por él y sus verdugos
(Hech 7, 59s).
•
Pablo hace oración después de su encuentro con
Cristo (Hech 9,11).
•
Pedro ora cuando el Señor lo envía a casa de
Cornelio (10,9).
•
Pablo y Silas oran mientras estaban en prisión
(16, 25)
•
y en muchas otras ocasiones se dedican a la
oración (20,36; 21,5)
“Acudían
diariamente al Templo con perseverancia y con un mismo espíritu; partían el pan
en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando
a Dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo. Por lo demás, el Señor
agregaba al grupo a los que cada día se iban salvando” b(Hch 2, 46- 47).
Oremos con María y los Apóstoles por la
Iglesia….
5. La Iglesia existe para Evangelizar.
Objetivo:
Manifestar el verdadero fin de la
Iglesia: ser instrumento del Señor Jesús para llevar a término la obra
redentora comenzada por él, para que los hombres al creer en Cristo tenga vida
eterna.
Iluminación: La Evangelización no se agota con la
predicación y la enseñanza de una doctrina, sino que conduce a la vida. Se da una intercomunicación entre
la palabra y los sacramentos que produce la eficacia de la evangelización y es
educación en la fe y vida en la gracia sacramental (EN 47)
1. La Importancia de a evangelización.
La Iglesia ha nacido
con este fin: Evangelizar. Cristo vino para anunciar y realizar entre los
hombres la Buena Noticia. La Iglesia
nació y vive únicamente para evangelizar a los hombres, a todos los hombres. Ella
es el sacramento universal de salvación: la anuncia y realiza. Su renovación
constante tiene aquí su objetivo: potenciar su actividad misionera universal,
buscar nuevos cauces por los que los hombres conozcan, acepten y vivan el plan
de Dios, despojarse de todo aquello que impide, en cada momento, la
evangelización, realizar todo aquello que pueda hacer más creíble la verdad del
Evangelio. Dice el Concilio Vaticano II: "La Iglesia ha nacido con este
fin: propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y
hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora y, por medio
de ellos, ordenar realmente todo el universo hacia Cristo. Toda la actividad
del Cuerpo místico, dirigida a este fin, recibe el nombre de apostolado, el
cual la Iglesia lo ejerce por obra de todos sus miembros, aunque de diversas
maneras" (AA 2).
El mayor remedio para combatir la pobreza, la ignorancia y los
ateísmos, es la enseñanza viva y prolongada de la doctrina evangélica. No
podemos negar que muchas veces se descuida esta enseñanza, se anuncian medias
verdades, otras veces se dan las cosas por hechas (ya están evangelizados) o se
le relega a un segundo plano. Por gusto o por dejarse llevar por la comodidad,
pueden emplearse actividades cuyo resultado espiritual es más brillante que
sólido. Se prepara la cosecha, pero se descuida la siembra, se construye
rápidamente, pero se descuidan los cimientos. Se realizan actividades
evangelizadoras buscando el lucro económico (se cobra en los congresos o en los
retiros de evangelización dejando en duda la recta intención de los
organizadores) Otras veces se exagera en el costo de los estipendios por los
sacramentos causando escándalo en los fieles que tienen una fe débil e
incipiente... Llegan las primeras tempestades y todo se derrumba.
2. ¿Qué es evangelizar?
Evangelizar constituye, en efecto,
la dicha y vocación propia de la
Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es
decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a
los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa,
memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa.
(EN 14). La Iglesia ha sido enviada por su fundador, el señor Jesús, está
presente en el corazón del mundo para anunciar la Buena Nueva a los pobres, la
liberación a los oprimidos y la alegría a los afligidos (cf Lc 4, 18).
1. Evangelizar es ofrecer una Buena Noticia
que se presenta a sí misma como el principio más hondo de salvación para el
hombre. La Buena Noticia consiste en que Jesús de Nazaret, el Cristo de
Dios, que pasó por el mundo haciendo el bien y que fue crucificado está vivo,
presente y operante en los que creen el él para transformarlos en hombres
nuevos, a su propia imagen .
2. “Evangelizar significa para la Iglesia
llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo,
transformar desde dentro y renovar a la misma humanidad” (EN 14, 18).
Evangelizar, es por eso, sembrar el
“poder de Dios” en el corazón de los hombres y de las culturas para instaurar
el Reino del Señor, o sea, continuar como ministros de Cristo, su misma obra
evangelizadora.
3. Evangelizar es enseñar a la gente el arte
de vivir en comunión. Evangelizar es anunciar la persona de Jesús, la
adhesión a su persona, a su destino y a
su misión; dicho de otra manera, anunciar a Jesús, su obra redentora, su Reino
y sus valores.
4. Evangelizar
es ante todo dar testimonio de una manera sencilla y directa, de Dios revelado
por Jesucristo mediante el Espíritu Santo (EN 26) Una clara proclamación de que
en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la
salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de
Dios (EN 27).
3. La acción evangelizadora.
Evangelizar es lo propio de la
Iglesia, su identidad y su razón de ser. Y También de cada uno de sus miembros.
Todo bautizado está llamado a ser discípulo misionero de Jesús. Así lo dice el
documento de Aparecida: “Discípulos Misioneros de Jesucristo para que nuestros
pueblos tengan en él vida eterna” para que el mundo pueda tener vida en Cristo.
(DA 3)
La Iglesia evangeliza cuando
proclama el primer anuncio, cuando celebra la Eucaristía y demás sacramentos,
cuando da testimonio de la caridad de Cristo, cuando reconcilia a los hombres;
cuando ayuda a crecer en la fe y en humanidad. La Iglesia Evangeliza dando
vida. Para esto necesitamos la “unción
poderosa del Espíritu Santo” que Jesús resucitado da a su Iglesia: “Como el Padre me envió también yo os envío.
Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. A quienes
perdonéis los pecados…” (Jn 20, 21-23)
En la Liturgia, la Palabra se hace
acontecimiento, y en la práctica de la Caridad Cristo se hace presente en medio
de los hombres.. Digámoslo con toda claridad: La iniciativa evangelizadora
viene de Dios, autor de las promesas, pero se requiere la cooperación del
evangelizador a modo de acción instrumental. Lo anterior nos lleva a comprender
lo que es la “pastoral de la Iglesia”: >>>continuar o hacer presente la acción liberadora y salvadora de Cristo
en la Historia para que los hombres creyendo, tengan en Él vida eterna<<<
4. ¿Cuál es el contenido de la Evangelización?
• Lo
esencial del anuncio del Evangelio es proclamar que Jesús de Nazaret es el
Cristo de Dios; “es nuestra paz” (Ef
2, 14) “es nuestra vida” (Col 3,
4) “es
nuestra sabiduría”, “nuestra justicia”, “redención y santificación” (1 de
Cor 1, 30), es nuestro “único fundamento”
(1 de Cor 4, 11) y “nuestra única
esperanza” (Col 1, 27). Es también la Cabeza de la Iglesia y la Plenitud de
todo. Lo primero es saber que Cristo
salvador, es el centro de la evangelización (1 de Cor 1, 17ss), que Él, actúa
por medio de la Iglesia para dar a los hombres el contenido, que no es otro,
que la salvación anunciada, proclamada y realizada por Jesús redentor, y es,
hoy día actualizada en nuestras vidas por la acción del Espíritu Santo.
• El anunció de la Buena Nueva tiene en
cuenta la “dignidad humana”. Dios ama y valora a todos y a cada ser humano.
Lo piensa y mira con amor, lo acepta incondicionalmente y lo valora por lo que
es: Persona, creada a su imagen y voluntad por amor. Todos hombres y mujeres,
pobres o ricos, buenos o malos somos poseedores de una y única dignidad humana.
Para Dios el hombre no vale por lo que tiene, ni por lo que sabe ni por lo que
hace, para el Señor y para el evangelizador , toda persona vale por lo que es.
La evangelización cristiana
proclama con fuerza y poder que todos y
cada uno de los seres humanos son amados por Dios y por la Iglesia. Proclama
que Jesús Hijo de Dios (vida, muerte y resurrección), predica la fe y la
conversión, administra el bautismo, la eucaristía, el perdón de los pecados, el
don del Espíritu Santo, enseña sobre los valores del Reino, la dignidad del
hombre y los derechos que le asisten, la práctica de las virtudes, la última
venida de Jesús al final de los tiempos, la comunión eclesial (EN 17).
La oración y el testimonio de
vida, las obras de caridad y los compromisos concretos, personales y sociales
son parte de una gama de posibilidades; son parte del contenido de la
Evangelización. Puede darse la preferencia momentánea en alguno de los puntos,
sea por la vocación de cada uno, sea por las instancias actuales de la acción
del Espíritu Santo, sea por las necesidades concretas de una comunidad humana,
pero nunca debe olvidarse la riquísima gama que abarca la acción
evangelizadora.
5. ¿Qué medios tenemos para evangelizar?
“No habrá nunca evangelización
posible sin acción del Espíritu Santo” (EN 75) La salvación anunciada y
comunicada por Jesús y su Iglesia no pone su esperanza en los medios humanos,
sino en la fuerza de Dios. El Señor Jesús no envió a los “Doce” con las manos
vacías para que realizaran la misión de anunciar el Evangelio, perdonar los
pecados, sanar los enfermos y expulsar el mal (Mc 3, 12-13), los “ungió” con el
Espíritu Santo, el primer y principal evangelizador; es Él quien impulsa a cada
evangelizador a anunciar el Evangelio.
(EN 75).
Hay, en la Iglesia, diversidad de
ministerios, pero, unidad de misión. Cristo ha confiado a los apóstoles y a sus
sucesores, el cargo de enseñar, santificar y gobernar en su nombre y con su
poder. El Papa Pablo VI nos dejó dicho: “Bástenos recordar algunos sistemas de
evangelización, que por un motivo u otro tiene una importancia fundamental:
El
testimonio de vida, una predicación viva, la liturgia de la Palabra, la
catequesis, la utilización de los medios de comunicación social, el contacto
personal, la función de los Sacramentos y la Piedad popular (EN 40-48).
Hoy podemos decir que la
predicación de la Palabra, los Sacramentos y las Obras de Misericordia son
lugares y medios para evangelizar, es decir, para dar vida. Evangelización, ya
sea personal o comunitaria, por medio de retiros, talleres de capacitación,
catequesis, congresos, grupos de oración y estudio bíblico. La Iglesia
evangeliza cuando hace apostolado de casa en casa, visita los enfermos, los
presos, atiende a los pobres mediante dispensarios médicos y comedores
públicos, etc.
EL Documento de Apostolado para los
Laicos nos dice: “Pero los laicos, hechos
participantes del cargo sacerdotal, profético y real de Cristo, asumen en la
Iglesia y en el mundo su parte en lo que es la misión del pueblo de Dios… Los
laicos sacan de su unión misma con Cristo el deber y el derecho de ser
apóstoles…los sacramentos, y sobre todo la Eucaristía, comunica, y alimenta en
los laicos, esa caridad que es como el
alma de todo apostolado” (El apostolado de los laicos, 11-3).
6. Los Carismas en la Iglesia.
Un carisma, sencillamente, podemos
decir que es, el instrumento de trabajo que Dios en Cristo por el Espíritu, pone en nuestras manos para que contribuyamos
en la construcción de la Iglesia. Es una manifestación de la Gracia de Dios en
favor de toda la comunidad. El sentido
del carisma siempre será el bien común, son dados para edificar la Iglesia,
ayudarnos a crecer en Santidad. Para
la “misión” que el Señor ha dado a su Iglesia, la ha dotado de carismas, tanto,
ordinarios como extraordinarios con la finalidad de construir el “Cuerpo de
Cristo”. En la eclesiología de san Pablo encontramos esta distribución de dones
que tienen como objetivo el bien común. Para esto Cristo concede a unos ser
profetas, a otros ser apóstoles y a otros ser maestros. A unos más ser
evangelizadores y a otros ser pastores.
• El
profeta es el que abre brecha; tumba monte, anuncia caminos de liberación,
denuncia las injusticias y los caminos de opresión, y renuncia, a sus propios
criterios para abrirse a la acción del Espíritu.
• El
apóstol viene después del profeta a confirmar el trabajo que se ha hecho y a
organizar nuevas formas de trabajo y nuevos ministerios.
• El
maestro profundiza lo realizado por los carismas anteriores; es un catequista
que explica y ahonda las verdades de la fe.
• El
evangelizador es un sembrador, que siembra y riega los corazones con la Palabra
de Dios, llevando a los hermanos en un proceso de crecimiento a enamorarse de
Jesús, de la Iglesia y de la humanidad.
• El
pastor guía y conduce a los pastos de discernimiento y conocimiento de Dios. El
pastor es también un acompañante, un amigo que camina junto con el rebaño dando
su vida y enseñando a dar vida con su palabra y con su testimonio. “Y esto para capacitar a los fieles, a fin
de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el cuerpo de Cristo”.
El pastor no es peor ni mejor que los demás.
Los carismas que nos presenta san
Pablo son cada uno de ellos, “don y
respuesta”. Son el fruto de la acción pastoral debidamente llevada “en la comunión con Dios, mediante la vida de
oración, la predicación o enseñanza, las oblaciones y los sacrificios, la
organización y la puesta en común de los dones que Dios derrama en su Pueblo. Son ya frutos de la acción pastoral, de la
evangelización. En esta perspectiva las acciones de los “obreros de la
Viña”, según Esquerda Bifet, aparecen como los signos eclesiales de la
evangelización, portadores de gracia y salvación y tienen como finalidad
“implantar la Iglesia” es decir, enraizar en la vida humana la epifanía y la
cercanía de Dios. (Espiritualidad misionera de Esquerda Bifet. Pág. 103).
7. Los Regalos del Resucitado a su Iglesia.
El Señor Jesús hace a su Iglesia
partícipe de lo que él es y de lo que él tiene. No la envía con las manos
vacías:
“Al
atardecer de aquel día, el primero de la semana, los discípulos tenían cerradas
las puertas del lugar donde se encontraban, pues tenían miedo a los judíos.
Entonces se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.»
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de
ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me
envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.» (Jn 20, 19- 23).
• La
Paz del Señor. Cristo mismo es nuestra Paz.
• La
Alegría al ver al Señor. “Se llenaron de alegría al ver al Señor.
• La
Misión del Señor. Es ahora la Misión de la Iglesia
• El
Espíritu Santo. Dios se nos dona en persona para que realicemos la Misión.
• El
Ministerio de la Reconciliación. En la Iglesia y por su medio nos reconcilia
con Él y reconcilia a los hombres entre ellos.
• La
Experiencia de la Resurrección. Es la experiencia de la presencia del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo en nuestra vida. Experiencia que es el Motor de
la vida cristiana.
• El
Don para edificar la Iglesia. Por medio de la Evangelización, los Sacramentos,
Oraciones y Obras de Misericordia.
La Misión de la Iglesia es
continuar en la historia la obra redentora de Cristo para que el mundo
crea, y creyendo se salve. La clave es
la fidelidad a la misión y a la Acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en el
mundo. Teniendo presente las palabras de la Madre, la primera evangelizada y
evangelizadora: “Hagan lo que él les
diga” (Jn 2, 5)
6. La Iglesia existe para servir.
Iluminación: “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco
en el amor de mi Padre; Si guardan mis
mandamientos como yo guardo los Mandamientos de mi Padre, permanecerán en mi
amor, como Yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”
(Jn 15, 9).
“Ustedes
me llaman a mi Maestro y Señor, y en verdad lo soy, pues, si Yo, siendo Maestro
y Señor les he lavado a ustedes los pues, hagan ustedes lo mismo que yo he
hecho con ustedes” ( Jn 13, 13- 14).
1. Somos los servidores del Reino.
Nuestro encuentro con Jesús no
puede limitarse al culto que le tributamos. Él quiere instruirnos con sus
enseñanzas para que las vivamos, llevando así una vida recta en su presencia.
Una vida digna del Señor agradándole en todo y dando frutos de vida eterna. Por
eso el discípulo no puede quedarse únicamente en la escucha fiel de la Palabra
de Dios y en la práctica personal de la misma. El Señor nos quiere enviar como
testigos suyos en el mundo: “Ustedes son
la luz del mundo” (Mt 5, 13). Y esta encomienda apostólica no corresponde
sólo a los Apóstoles y a sus sucesores, sino a toda la Iglesia. Todos debemos
sentirnos involucrados en el anuncio del Evangelio. La Iglesia es por
naturaleza servidora, existe para servir.
2. El verdadero poder se manifiesta en el servicio.
En la Iglesia se vive para servir.
Un servicio al Reino de Dios desde la Iglesia y a favor de toda la humanidad.
No tengamos miedo, unidos a Cristo tenemos poder para aplastar serpientes y
escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada nos podrá hacer
daño (cf Rm 16, 20). Pero no nos engolosinemos con el poder que Dios nos ha
concedido. Esforcémonos con toda valentía para que el Reino de Dios llegue
a los hombres con todo su poder
salvador. Pero antes que nada, que ese Reino que es Cristo, llegue a nosotros
mismos, de tal forma que, revestidos de Él podamos continuar realizando su obra
de liberación y de salvación en el mundo a favor de toda la humanidad. El poder
de la fe se manifiesta en el servicio a los demás. Evangelizar es servir.
3. Nuestra realidad existencial.
¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué
clase de ambiente tenemos a nuestro alrededor? ¿Qué puedo hacer para salir de
la depresión? ¿A quién tengo que ir para tener un poco de alegría y de paz
interior? ¿Por qué otros tienen o se miran bien, y yo no soy feliz? Estas y
otras son preguntas que la gente se hace y que frecuentemente se escuchan.
Preguntas, lamentos, quejas y reproches que muchos se hacen a sí mismos y que
más de una vez le hacen a Dios. Hago oración y parece que Dios no me escucha,
me ha abandonado, está enojado conmigo. Leo la Biblia y no la entiendo. ¿Por
qué? ¿Por qué Dios no me hace justicia?
Lo anterior va unido a una falsa
concepción de Dios, del hombre y de la vida. Muchos son los que no saben de
dónde vienen, para qué están aquí o para donde van. No logran encontrar el
camino que les lleve a encontrar el sentido a su vida, y hasta llegan a
experimentar el deseo de arrojar la toalla y salir por la puerta falsa. La
pérdida del sentido de la vida es manifestación de una frustración, de una no
proyección o de un estilo de vida encerrados en sí mismos que genera miedos,
resentimientos, soledad, apatía, y arroja a muchos al alcoholismo,
drogadicción, prostitución, angustia y más. ¿Qué decir frente a esta cruel
realidad que padece nuestra sociedad? O al menos gran parte de ella.
4. La Respuesta la tiene Jesús.
La respuesta la ha dado Aquel que
caminó sobre las aguas, Jesús, el Señor:
“Vengo para qué tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10) y en
otra parte del Evangelio nos dice: “No he
venido a ser servido, sino a servir, y a dar mi vida por muchos” (Mt, 20,
28) La clave de la felicidad, de la armonía y de la paz interior o exterior ha
sido revelada por el mismo Jesucristo: “Ustedes
me llaman a mi Maestro y Señor, y en verdad lo soy, pues, si Yo, siendo Maestro
y Señor les he lavado a ustedes los pues, hagan ustedes lo mismo que yo he
hecho con ustedes” (Jn 13, 13- 14) La clave es el servicio. Lavar pies en
sentido bíblico-religioso es compartir con los demás el don de Dios, lo que
sabemos, lo que tenemos y lo que somos. Qué hermoso es saber que somos don de
Dios para los demás. Soy un siervo de Dios. Soy alguien que no existe para mí
mismo, mi alegría brota de la paz interior, de la entrega y de la donación a mis
semejantes en el nombre de Dios.
5. Servidores de Cristo.
¿Cómo saber si somos servidores
del Señor o de nosotros mismos? ¿Cómo saber si somos llamados por Él o nos
llamamos a nosotros mismos? “El que busca
su propia gloria, su propio bien o su propio interés, en ese hay maldad, pero
el que busca la gloria de Dios en ese hay verdad.”. (Jn 7,18) Dios amor,
nos llama a salir del pecado, a huir de la corrupción para poder participar de
su Gracia divina (cf 2 Pe 1, 4b). Primero nos perdona y nos da su amor y,
después nos prepara , para luego confíarnos algún servicio.
A quienes llama a dar frutos de vida
eterna nos dice: “Permanezcan en mi amor,
como yo permanezco en el amor de mi Padre;
Si guardan mis mandamientos como yo guardo los Mandamientos de mi Padre,
permanecerán en mi amor, como Yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco
en su amor” (Jn 15, 9) ¿Cómo permanecer en el amor de Cristo? Podemos
permanecer siendo amados, escuchando su Palabra y obedeciendo sus Mandamientos.
Podemos permanecer adorando y
sirviendo al Señor. Ofreciendo nuestro culto en Espíritu y en Verdad,
Si la clave de la felicidad es el servicio,
la ley del vivir bien, es el amor. Escuchemos al Maestro decirnos: “Ámense, los unos a los otros, como Yo les
he amado” (Jn 13, 34). El guardar el Mandamiento Nuevo, pide, estar en
comunión con Jesús, romper con el mal y hacer el bien, es decir, servir, y
servir con amor, es dar vida a los demás.
6. ¿Cómo ha de ser nuestro servicio?
Con amor, fe sincera, solidaridad,
desprendimiento y con recta intención (cf 1 Tim 1, 4-5).
Servir con otros y para otros
buscando siempre la gloria de Dios y el bien de los otros. En la “Empresa” de
Dios no estamos solos, muchos están entre nosotros y con nosotros. Servir con
otros no es fácil; existen los enemigos del servicio: la soberbia, el
individualismo, la envidia, la ambición de poder o de dinero; en otros el
principal enemigo es el miedo al fracaso, al que dirán, a la pobreza. Por eso
Jesús a sus discípulos les pide un cambio de mentalidad y de actitudes para
poder dejar cálculos personales y crecer en generosidad, en misericordia, en la
acogida de los demás como seres portadores de una dignidad que es la misma en
todos: “El tiempo se ha cumplido y el
Reino de Dios ha llegado; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,
15)
Lo importante es el trabajo por el
Reino de Dios, para comprender la importancia
del trabajar unidos, mirando en una misma dirección con Jesús que gastó “su vida haciendo el bien y liberando a los
oprimidos por el Diablo” (Hech 2, 38) Trabajar juntos por un mundo mejor:
más humano y más fraterno; no importa que unos vayan delante y otros vayan
atrás, o que unos lleguen temprano y otros lleguen tarde, sino, que lo
importante es trabajar unidos, prestando un servicio, en apertura y solidaridad
con todos y especialmente con los menos favorecidos, y evitando todo espíritu
de competencia y de proselitismo.
7. No escondamos el Evangelio debajo del tapate nuestras
justificaciones.
No digas que es tarde, que no
tienes tiempo, que no vale la pena. No te auto justifiques, el compromiso
evangélico te espera. La auto justificación es el principio de la decadencia,
primero espiritual, luego moral, después familiar y luego civil. El hombre que
no sirve a los demás no sirve para nada; su realización humana está en peligro;
su vida está en proceso de descomposición; su situación es de desgracia, de no
salvación, y por lo tanto nos es querida por Dios, que nos dice: “Mis pensamientos no son tus pensamientos,
mis caminos no son tus caminos” (Is 55, 9) “Misericordia quiero y no sacrificios” “Aprended a hacer el bien y a
rechazar el mal” (Is 1, 17) para que la tierra de sus frutos a su tiempo.
Los frutos de la tierra, es decir, del corazón, son el amor, la paz y el gozo
en el Espíritu. La satisfacción de hacer lo que se tiene que hacer, con
espontaneidad y no por obligación. Lo que sí creo que se debe tener bien claro,
es aquello de que Dios conoce nuestros corazones y discierne nuestras
intenciones, no podemos ser sus servidores, cuando prestamos un servicio a los
demás con la intención de cultivar la fama, el honor, el prestigio en nuestro
favor; cuando buscamos nuestros intereses personales, nuestras ganancias o
nuestro propio enriquecimiento, y no el bien de los demás.
8. El servicio
a los más pobres.
«Cuando
el Hijo del hombre venga en su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se
sentará en su trono glorioso. Entonces
serán congregadas delante de él todas las naciones, y él irá separando a unos
de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a
su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su
derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado
para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de
comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, estaba
desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y acudisteis a
mí.’ Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y
te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y
te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel,
y acudimos a ti?’ Y el Rey les dirá: ‘Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de
estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.’ Entonces dirá también
a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado
para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve
sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me acogisteis, anduve desnudo
y no me vestisteis, estuve enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.’ Entonces dirán también éstos: ‘Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel,
y no te asistimos?’ Y él entonces les responderá: ‘Os aseguro que cuanto
dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de
hacerlo.’ E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.»
( Mt 25, 36 46)
9. La Regla de oro en el Servicio.
Tengamos siempre presente la regla
de oro: “Has a los demás lo que quieres
que los demás te hagan a ti” (Mt 7, 12) Hoy día se habla mucho de
“excelencia” en los servicios; no podrá haber excelencia si no deseamos para
los demás el bien que queremos para nosotros mismos. El cristianismo es
servicio, es entrega y es donación en Cristo, Camino, Verdad y Vida, y en Él, a
los hombres. En clave de servicio entendemos las palabras de la Escritura: “El que no trabaje que no coma” (2 Tes
3, 10) y “el que no trabajaba, que se
ponga a trabajar, para que pueda con sus manos
ayudar a los demás.” (Ef 4,
28) Recordando que en todo trabajo por el Reino de los Cielos es Dios quien
paga a cada uno y a todos con el mismo “Denario”, su Gracia, y es Dios quien
hace crecer lo que se planta con amor. En el reino nadie vive para sí mismo,
vivimos para Dios y para los demás o nos excluimos a nosotros mismos del
“Reinado de Dios”. Todos nacemos con un destino, destino glorioso, el ser hijos
de Dios y hermanos de los hombres. Todo ser humano es valioso, es de gran
valor; su vida tiene sentido, que se debe buscar, encontrar y realizar. La
felicidad brota de la realización personal que se cultiva y madura en el
servicio a los demás y con los demás. Cuando se frustra el sentido, aparece la
frustración y sus derivados. Animo, no tengas miedo responder a la vida.
Ábreme Señor la mente
para que entienda el sentido de tus Mandamientos.
7. Criterios y actitudes del Evangelizador
Objetivo. Mostrar la importancia del
cultivo de criterios, principios y actit cristianas en el evangelizador para
que con su testimonio de vida y su acción pas pueda ser un servidor probado.
Iluminación: A todos,
pastores y fieles se les pide asumir y profundizar en la aute espiritualidad
cristiana. En efecto, espiritualidad que es un estilo o forma de vivir segú
exigencias cristianas, la cual es la “vida en Cristo” y “en el Espíritu Santo”,
que se ac por la fe, se expresa por el amor y, en esperanza, es conducida a la
vida dentro d comunidad eclesial (I en A 29).
1. Discípulos misioneros de Jesús.
"Quienes acogen con sinceridad la Buena Nueva, mediante
tal acogida y la participación en la fe, se reúnen, pues, en el nombre de Jesús
para buscar juntos el reino, construirlo, vivirlo. Ellos constituyen una
comunidad que es a la vez evangelizada y evangelizadora. La orden dada a los
Doce: "Id y proclamad la Buena Nueva", vale también,
aunque de manera diversa, para todos los cristianos. Por esto Pedro los define "pueblo
adquirido para pregonar las excelencias del que os llamó de las tinieblas a su
luz admirable" (1 P 2, 9). Estas son las maravillas que cada uno ha podido
escuchar en su propia lengua (cfr. Hch 2, 11). Por lo demás, la Buena Nueva dél
reino que llega y que ya ha comenzado es para todos los hombres de todos los
tiempos. Aquellos que ya la han recibido y que están reunidos en la comunidad
de salvación pueden y deben comunicarla y difundirla" (Pablo VI, EN 13).
Por la acción del Espíritu, y una
respuesta generosa de nuestra parte, se
produce en el interior del hombre lo que Jesús el Señor llamó: “Nuevo
Nacimiento” (Jn 3, 1-5); se da un verdadero despertar a la vida de la Gracia
que nos hace poner de pie, abandonar la vida arrastrada para comenzar a caminar
con los pies sobre la tierra, es decir, con dominio propio, con lucidez y
valentía en el “Camino que lleva a Jerusalén”, tras las huellas de Jesús como
sus verdaderos discípulos (cfr Lc 9,
23); nos vamos haciendo servidores de la “Multiforme” Gracia de Dios como
ministros de la Nueva Alianza al servicio del Evangelio (cfr 1 Cor 4, 1-3). La
guía en el nuevo caminar es la Palabra de Dios que por la fe nos conduce a la
salvación (cfr Jn 8, 31); el alimento que nutre y fortalece es la Eucaristía (cfr
Jn 6, 27); su aliento es la vida de oración (cfr Mt 26, 41); la confianza es la
fidelidad al único criterio que se nos da: “El Evangelio de Jesucristo”: “No os llamo ya siervos, porque el siervo
nunca sabe lo que suele hacer su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque
todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (cfr Jn 15, 15).
2. Dos columnas sostienen la estructura del
Evangelizador.
No hay engaños, el camino a
recorrer ha sido ya transitado, primero por Jesús (Lc 9, 51- 52), después por
sus Apóstoles y luego por miles y miles de hombres y mujeres que enamorados de
la persona de Jesús, de su Evangelio, de su Iglesia… fueron al desierto,
hicieron alianza con el Señor, para luego ir con la fuerza del Espíritu a
proclamar la Buena Nueva, y al final, plasmaron su entrega con el sacrifico de
sus vidas, sometieron su voluntad a la voluntad de Dios, para servirle con
todo, al estilo de los grandes personajes de la Sagrada Escritura: Moisés,
Josué, los Profetas, María, los Apóstoles, San Agustín, San Francisco, Monseñor
Oscar Romero, Teresa de Calcuta y miles más. Todos ellos realizaron el objetivo
del Evangelio: la amistad con Jesucristo, el amor fraterno y la donación de sus
vidas.
• Primera
columna. Quién quiera servir al Señor ha de aceptar y respetar
incondicionalmente las “Leyes del Reino”. No hay lugar para vanas ilusiones o
falsos mesianismos. No se puede quemar etapas y ni cortar caminos para llegar
más rápido.
• Segunda
columna. Dejar las madrigueras y los nidos: “Las
zorras tienen sus madrigueras y las aves sus nidos, pero el Hijo del Hombre no
tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9,
52); romper con infantilismos,
vicios, ataduras, para entrar en el proceso que nos lleva a “Encarnar las
grandes actitudes que configuran y definen al cristiano misionero o apóstol de
Jesucristo”, elegido por voluntad del Padre para ser servidor del Evangelio.
Servidores llenos de compasión y misericordia para con todos, al igual que su
Maestro.
La actitud misionera exige una
espiritualidad específica que concierne especialmente a todos aquellos a
quienes el Señor ha llamado a ser sus misioneros. Este modo de vida es
iluminado por la Palabra de Dios y fortalecido por la Eucaristía que da la
fuerza al misionero para ponerse de pie, salir fuera e ir al encuentro de los
hombres para iluminarlos con la “luz de la verdad”; esto es, disponibilidad
para el servicio evangélico.
3. Actitudes del Evangelizador
La actitud, es una inclinación o tendencia hacia algo o hacia
alguien, está presente en la mente y en la voluntad del hombre antes de la
acción. En el fondo de las actitudes, cuando son cristianas, se va formando lo
que en espiritualidad misionera se llama “Pastoral
de la caridad”: la triple
disponibilidad, para hacer la voluntad del Padre, para acercarse al hombre
concreto e iluminarlo con la luz del Evangelio y la disponibilidad de dar la
vida por realizar los dos objetivos anteriores.
La actitud misionera se forja en
la respuesta al llamado iluminador de Dios que invita a crecer y madurar en la
fe, mediante el seguimiento de Jesús, El Misionero del Padre. Nunca será lo
mismo tener criterios mundanos o paganos que a poseer criterios cristianos que
son el fruto del cultivo de una voluntad firme, férrea y fuerte para amar. La práctica asidua, continúa y
permanente de la lectura y escucha de la Palabra de Dios, unida a una vida
centrada en la Eucaristía, a una vida de intensa oración y abierta a la práctica de las “obras de
misericordia” son fuente de las actitudes y criterios de los evangelizadores y
misioneros de Jesús al servicio del Reino de Dios y su justicia.
4. El itinerario del Discípulo Misionero de Cristo.
• El Encuentro personal con Cristo a ejemplo
de san Pablo. Es el punto de partida: Sucedió que, yendo de camino, cuando
estaba cerca de Damasco, de repente lo rodeó una luz venida del cielo, cayó en
tierra y oyó una voz que decía: “Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? El respondió: “Yo soy Jesús a quien tú persigues”.
Pero levántate entra en la ciudad y se te dirá lo que tienes que hacer (Hech
9, 1ss). Pablo, elegido por el Señor para
ser un instrumento de elección para llevar su nombre a los gentiles, los reyes
y los hijos de Israel, recibe también el don de sufrir con Cristo, de padecer
por su nombre” (Hch. 9, 15- 17; Flp
1, 29). El Encuentro con Cristo Resucitado divide la vida del Apóstol en dos:
Antes, Pablo el fariseo y perseguidor de la Iglesia: Después, Pablo el Apóstol,
el Misionero y Heraldo de Cristo.
• La obediencia a la Palabra de Cristo.
Para el Nuevo Testamento la vida espiritual comienza cuando Dios, en Jesús, nos
dirige su Palabra y nos nosotros nos adherimos a ella con nuestro “Fiat”. A
medida que acogemos y vivimos su Palabra, ésta da fruto, y permite que la vida
espiritual, es decir, el hombre nuevo, crezca y se desarrolle hasta alcanzar la
plenitud en Cristo. Para el Apóstol sin obediencia a la Palabra de Cristo no
hay conversión, ni purificación ni renovación espiritual. “Que la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza”
(Col 3, 16). La Palabra que se obedece nos trasmite el mismo modo de pensar y
de actuar de Cristo. Tener la mente de Cristo (cfr Fil 2, 5), exige renunciar a
vivir según los criterios mundanos y paganos (cfr Rom 12, 2) que nos alejan de
la verdad y de la voluntad de Dios.
• La docilidad al Espíritu Santo. Para
Pablo no ser conducidos por el Espíritu Santo es vivir en “la carne”, una vida
mundana y pagana, vida de pecado que embota la mente, endurece el corazón y nos
lleva al desenfreno de las pasiones (cfr Ef 4, 18). Para el Apóstol, cristiano,
es el que vive según el Espíritu de Dios (cfr Gál 5, 25); Espíritu de
Libertad que es quien actúa la
conversión en los creyentes: “Porque el
Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor ahí está la Libertad.
Y nosotros todos, con el rostro descubierto, reflejamos como en un espejo, la
gloria del Señor, y nos vamos transformando en su imagen con esplendor
creciente, bajo la acción del Espíritu del Señor” (2 Cor 3, 17- 18). “Les pido que se dejen conducir por el
Espíritu Santo y así no serán arrastrados por los bajos deseos” (Gál 5,
16).
En la carta a los romanos nos dice: “En efecto todos los que son guiados por el
espíritu de Dios son hijos de Dios. El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu
para dar testimonio de somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos;
herederos de Dios coherederos de Cristo, ya que sufrimos con Él, para ser
también con Él glorificados” (Rom 8, 14. 17). Para el Apóstol, sólo con la gracia del Espíritu Santo, el
cristiano, puede llegar a ser lo que debe ser: un hombre nuevo, justificado,
perdonado, reconciliado y comprometido con la causa de Cristo.
•
La
pertenencia a Cristo. “Porque los que
son de Cristo Jesús han crucificado el instinto con su pasiones y deseos”
(Gál 5, 24). Todo el que es de Cristo es una nueva creación, ha pasado de la
muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz: “Porque si en un tiempo fueron tinieblas,
ahora son luz en el Señor: vivan como hijos de la luz, dando los frutos de la
luz: la bondad, la justicia y la verdad” (Ef 5, 8- 9). “Pero ustedes no están animados por los bajos instintos, sino, por el
Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes. Y si alguno no tiene el
Espíritu de Cristo, no le pertenece” (Rom 8, 9- 10).
Toda la vida del Apóstol estuvo
proyectada hacia su meta: Cristo, Jesús su Señor, hasta el grado de sentirse suave “aroma de Cristo” ofrecido a Dios:
“hostia viva, santa y agradable a Dios”
(cfr Rom 12, 1). “Sé lo que es vivir en
la pobreza y también en la abundancia. Estoy plenamente acostumbrado a todo, a
la saciedad y al ayuno, a la abundancia y a la escasez: Todo lo puedo en Cristo
que me fortalece” (Flp 4, 12- 13). Por eso puede decirnos: “sean imitadores míos como yo lo soy de
Cristo” (Flp 3, 17).
• Listo para el envío. Cuando el
discípulo de Jesús ha encarnado en él la
“libertad afectiva”, es decir, es ya poseedor de una doble certeza: la certeza
de que Dios lo ama incondicionalmente y que él, también ama al Señor, acepta
libremente el llamado a ser enviado como apóstol mensajero. Acepta el
compromiso de la Misión que pide al misionero la experiencia del enamoramiento
de Cristo y de su Iglesia.
5. El Decálogo del Evangelizador.
1. Convertirse al Evangelio. Está primera
conversión implica reconocer la propia debilidad y el propio pecado, aceptar
que se está necesitado de ayuda, y aceptar el amor gratuito de
Dios que se nos da en Cristo Jesús. Convertirse es
“llenarse de Cristo”, sacando fuera todo lo que no “viene de la fe”.
2. Vivir en comunión íntima con Jesús. Esto
nos pide romper en pedazos los ídolos que se llevan en el corazón en lugar de
Cristo. Ser evangelizador es vivir con Cristo, en Cristo y para Cristo, para
poder después ser trasparencia de él ante los demás. Porque el Evangelio es
Jesús mismo.
3. Dejarse guiar por el Espíritu. El
Espíritu es el alma de la Iglesia y el primer agente de la Evangelización. La
clave del éxito para todo evangelizador es la “docilidad al Espíritu” para
dejarse plasmar interiormente por Él, y poder, así llegar a configurase con
Cristo., hasta llegar a decir con San pablo: “Ya no soy yo el que vive, es
Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 19).
4. Tener conciencia de enviado. Aunque
parezca lo contrario, en medio de nuestras muchas debilidades vamos encarnado
una doble certeza: Primero que Dios nos ama y nos ha elegido para ser sus
ministros. Segundo nosotros también lo amamos y con alegría y agradecimiento
hemos decidido servirlo y amarlo
5. La docilidad a la voluntad de Dios. No
servimos a cualquier proyecto, sino al Proyecto que Dios ofrece a toda la humanidad: El Reino de Dios. El Proyecto es
de Dios y es para todos los hombres, razón por la que nos hemos de sentir
responsables de todos y cada uno de ellos. Que nuestra única preocupación sea
poner en práctica la voluntad del Señor.
6. Vivir en comunión con la Iglesia. Jesús
ha confiado el Ministerio de su Palabra, de la Reconciliación y de la
conducción a su Iglesia. Ella animada por el Espíritu continua y prolonga en la
Historia la “Obra Redentora de su Fundador”. Ella llama, forma y envía a los
evangelizadores: Pone en su boca la Palabra que salva.
7. El amor apasionada por la Iglesia.
Amarla como es; débil, enferma y pecadora en sus miembros, pero también, fuerte,
sana, santa y consagrada. En la Iglesia no somos perfectos, tan solo
perfectibles. El evangelizador acoge con fidelidad el mensaje revelado que ella
custodia y trasmite, vive en ella la comunión de fe, de culto y de caridad,
pone al servicio de ella todos los dones recibidos de Dios y participa con su
entrega en sus tareas evangelizadoras.
8. Tener valentía profética. Sin confiar en
sí mismo se lanza como el misionero de Cristo, confiando en la fuerza del
evangelio y en la acción del Espíritu Santo que superan todo esfuerzo humano.
Al evangelizador tan sólo se le pide su “obediencia incondicional a Dios antes
que a los hombres”. Sólo entonces tendrá la fuerza para predicar el
Evangelio, con fidelidad en situaciones
de conflicto, con plena libertad, para corregir, denunciar y construir una
nueva humanidad.
9. Amar a los hombres como Jesús los ha amado.
El evangelizador, elegido por el Señor, ha sido también justificado y
glorificado (cfr Rom 8, 29). Dios ha derramado su Amor en su corazón (Rom 5, 5)
para que ame a Dios y a los que el Señor ama, de manera especial a los más
débiles y pobres. El evangelizador ama todo lo que Dios ama y se gasta por dar
vida a sus hermanos.
10. Buscar a los descarriados. Superando
todas las fronteras y divisiones busca a los que se han perdido, comprende a
los pecadores, les corrige con amor, abre perspectivas nuevas de vida,
reconstruye los lazos de la fraternidad y entrega su vida por los demás.
6. En camino de crecimiento espiritual.
La vida es un viaje que nos pide
ponernos en camino de crecimiento hasta llegar a la Meta. Buscar entender
nuestras actitudes nos pone de frente a una pregunta: ¿Cómo me comporto frente
al dinero, al sexo, al poder, al trabajo, servicio, a la fama, al prestigio?
¿Cómo me comporto frente a un espíritu de soberbia, de lujuria, de amor a la
riqueza? Podemos definir las actitudes en grupos: positivas y negativas,
pesimistas y optimistas, en buenas y malas. A la luz del Evangelio decimos que
las actitudes pesimistas, negativas, derrotistas, deterministas, conformistas o
totalitaristas no vienen de la fe (cf Rm 14, 23), y por lo mismo, no nos ayudan
a ser mejores personas o mejores cristianos misioneros.
Las actitudes cristianas nacen y crecen a la sombra de la
Palabra de Dios, acompañada por una vida de oración para que la Palabra sea: escuchada, guardada, cumplida y orada (Lc
8,21; 11,28). La actitud crece con el uso de su ejercicio, en la práctica en
buenos hábitos, de criterios sólidos, de virtudes cristianas hasta llegar ser
“armas de luz” (Rm 13, 12) o “armadura de Dios”
(Ef 6, 11) para “revestirse del
Señor Jesucristo y no dejarse conducir en la lucha contra el mal por los deseos
del instinto (Rm 13, 14). Una mente iluminada por el Evangelio y una voluntad
fortalecida por el Espíritu Santo hacen unidad con el corazón para dar al
misionero una “conciencia moral, misionera, llena de amabilidad, generosidad,
solidaridad con todos, bondad, justicia y verdad (cfr Gál 5, 22; Ef 5, 9). Las
actitudes cristianas del misionero de Cristo, cuando se convierten en acciones
concretas a favor de la obra del Reino de Dios son para beneficio de toda la
Iglesia. Hagamos presente lo que
comúnmente se dice: >>el que no crece disminuye; el que se estanca no
avanza y el que no avanza retrocede, como “el que no junta desparrama”<<
(Mt 12, 30).
7. Les Leyes del Reino.
Lo que todo misionero debe saber
es que el Reino de Dios crece en el mundo según un dinamismo establecido por el
mismo Dios. Todo el que se integre al Reino y quiera desarrollar su dinamismo
ha de acoger y respetar sus leyes internas. Estas leyes fueron explicadas por
el Señor Jesús a través de sus parábolas.
➢ La ley de la gratuidad. El reino crece
por su sola fuerza. Hay que tener confianza absoluta en que la semilla
fructificará por sí sola. Basta sembrarla con valor, paciencia y perseverancias
(Cfr Mc 4, 26- 29)
➢ La ley de la acogida. La Palabra de
Dios no da fruto automático, ya que éste depende también de la respuesta del
hombre. El Reino es una realidad que se propone y, por tanto, puede ser
aceptada, rechazada y descuidada.
➢ La ley de la gradualidad. El Reino de
Dios empieza siempre de forma sencilla y humilde, para después, siguiendo un
ritmo obscuro, pero creciente de maduración, alcanzar unos resultados
inesperados (Mc 4 19. 13,20). No hay que escandalizarse porque comience pobre,
sencillo y humilde, hay que respetar sus procesos de crecimiento con paciencia
y esperanza.
➢ La ley de la contradicción. El Reino
será juzgado por muchos como impiedad, subversión o locura, y, por eso, será
llevado a la cruz. Sólo si es capaz de aceptar la crisis, la oposición y la
muerte, brotará como una realidad nueva (Cfr Jn 12, 23- 28). El discípulo no es
más que su maestro, ni el siervo es más que su señor. Bástale
al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor” (Mt 10,
24).
➢ La ley de la donación. En el Paraíso de
Dios se encuentra el “Árbol de la vida” (Apoc 2, 7) del cual el misionero ha de
alimentarse para que pueda ser capaz de darlo todo y para poder poseer la “Perla Preciosa”. En el
Reino nadie vive para sí mismo, tanto en la vida como en la muerte somos del
Señor y para el servicio (Cf Rm 14. 8) El Señor no pide poco, tampoco pide
mucho, él lo pide todo (cfr Mt 5, 44- 45). No es válido dejar algo en reserva;
no es válido convertirse a medias; no puede regatear la entrega, la donación,
no se puede perder el tiempo, dejaríamos de ser útiles para el Reino (cfr Lc 9,
59- 62).
La fuerza del reino de Dios es una gracia humanizadora y
trasformadora que irrumpe por la fe en el corazón de los hombres para llevarlos
a su Plenitud en Cristo. Fuerza que nos pone de pie, nos saca fuera de
situaciones menos humanas para hacernos más humanos, más personas y mejores
personas, capaces de “vivir en comunión y participación”, ser hombres y mujeres
para el servicio a la “comunidad fraterna”. Puesto que en el reino de Dios
nadie vive para sí mismo (cfr Rm 14, 8).
Oración: Padre nuestro…venga a
nosotros tu Reino de amor, de paz, de gozo, de justicia.
8. . Exigencias de la Misión.
Objetivo: Descubrir
el sentido de la Misión para despertar el amor y la pasión por ella, para
llamar a os hombres a la salvación
ofrecida por el Padre en Jesucristo su amado Hijo.
Iluminación: “Rueguen al dueño de la mies que envíe
trabajadores a sus campos” (Lc 10, 2).
“Para que la
Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza” (Col
3, 16) “Que todos los hombres puedan
llegar al conocimiento de la verdad y a la salvación, por Cristo Jesús Nuestro
Salvador” (2 Tim 2, 4).
1. La vocación a la Misión.
“El
encuentro con el señor produce una profunda trasformación de quienes no se
cierran a él. El primer impulso que
surge de esta transformación es comunicar a los demás la riqueza adquirida en
la experiencia de este encuentro” (I en A 68). La vocación a la misión
tiene cuatro elementos:
➢ La Llamada. Es Dios quien tiene la
iniciativa y marca la vida del elegido. No somos nosotros quienes elegimos a
Dios; ha sido Él quien por amor nos eligió desde antes de la creación del mundo
(Cfr Ef 1, 4). La elección divina es gratuita, Dios llama por amor. El llamado
suscita la búsqueda y el seguimiento de Jesús. Seguirle es vivir como Él vivió,
aceptar su mensaje, asumir sus criterios, abrazar su suerte, participar su
propósito que es el Plan del Padre.
➢ La Misión. Es llamado para desempeñar
una tarea específica y especial. Llamados para ser enviados con la fuerza del
Espíritu como mensajeros de la Buena Nueva. Primero discípulos y después
apóstoles, pero sin dejar de ser discípulos. Enviados a ofrecer a los hombres la “comunión con Dios y con los
hermanos.
➢ La Respuesta. El hombre tiene que
responder poco a poco por el don de la gracia. Dios llama a crecer y madurar en
la fe, quien responde al llamado vive como hijo de Dios. El don de Dios se
puede rechazar, descuidar o abandonar; la elección es inalterable, está ahí, esperando
que el hombre la descubra y responda con su vida.
➢ La Consagración. El llamado de Dios al
hombre es funcional: es elegido para algo, para una misión que pide que el
misionero comprometa toda su existencia y comprenda que no se pertenece, es
propiedad, total y exclusiva de Cristo.
2. La experiencia de Dios.
Esta experiencia es el
punto de partida de la vida nueva que encarna en el “elegido” una doble
certeza: De que Dios lo ama y que él también ama a su Señor. Dios irrumpe en la vida de una persona,
hombre o mujer, no importa su estrato social, ni su vida moral, fama o
reputación… El Señor, Buen Pastor se acerca, nos hace entender que andamos
equivocados; nos invita a volver al camino que nos
lleva a la casa del Padre; nos perdona, sana y libera; al pecador, tan solo le
toca responder a la iniciativa de Dios
dejándose amar, perdonar y conducir. A esto es lo que llamamos la experiencia
de Dios; experiencia que se vive y que compromete nuestra vida: “Déjame ir contigo
Señor” Le dijo el hombre que Jesús había liberado de una “legión de demonios”.
Jesús lo envía como su primer misionero a tierra de paganos. (Mc 5, 18- 20).
Encontrar
a Cristo vivo es aceptar su amor primero, optar por Él, adherir libremente a su
persona y proyecto, que es el anuncio y la realización del Reino de Dios” (I en
A 68) El encuentro tiene una dimensión eclesial y conlleva al compromiso
misionero.
Un ejemplo de lo anterior es la
“sanación de la suegra de Pedro” (Mc 1, 29- 31), a quien Jesús sanó de la
fiebre, la levantó de la cama, y ella se puso a servirles. La fidelidad
al servicio es la garantía de que el Señor sostiene al elegido en su trabajo;
al misionero tan sólo se le pide que se fiel al amor de aquel que lo llamó.
3. Del encuentro con Cristo a la conversión del corazón.
El
hombre liberado, reconciliado y renovado es ahora un misionero en potencia, con
su testimonio y su palabra estará, en su momento, al servicio de la familia, de
la sociedad o de la Iglesia. No habrá cambio de estructuras en la sociedad, si,
primero, no cambia el corazón de los hombres. La soberbia, madre y raíz de todo
pecado (incluyendo los pecados capitales) es el peor enemigo de la realización
humana. Recordemos a lo largo del camino que el hombre se realiza cuando vive
su compromiso, en la donación y en la entrega a favor de todos los demás.
El
Señor Jesús nos sana de la fiebre de las concupiscencias: la soberbia, la
avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza para que podamos
ser mejores servidores. La enfermedad del pecado atrofia a los hombres y los
incapacita para el servicio a favor de los demás: hedonismo, consumismo,
materialismo, instrumentalismo, individualismo…son manifestaciones de una
sociedad enferma que genera frutos de muerte: angustia, miedo, odio,
frustraciones, resentimientos, supersticiones…mientras la enfermedad persista,
los hombres encerrados en sí mismos, se pasan la vida buscando razones para
sentirse bien; buscan su propio bienestar al margen de los demás. La iniciativa
de Dios para liberar y sanar el corazón de los hombres tiene como fin, además,
del bien individual, el bien de la sociedad. Cuando el corazón del hombre sana
por la acción de Dios, es mejor esposo, mejor, padre…san Lucas nos diría: “Si los demonios empiezan a ser expulsados
es que el Reino de Dios ha llegado a
ustedes” (Lc 11,20).
4. Las exigencias de la misión
Colaborar
en la misión de Cristo tiene sus exigencias y compromete la vida entera de los
misioneros. Es propio del discípulo de Cristo gastar su vida como sal de la
tierra y luz del mundo (DA 110) Veamos cuales son las indicaciones que hace
Jesús a los 72 discípulos recién enviados.
(Lc
10, 1- 11)
➢ Reconocer que Dios es el Dueño de la obra y que uno nos
es más que un jornalero o trabajador.
➢ Que “la cosecha es mucha y los trabajadores pocos”,
que se necesitan muchas manos y corazones bien dispuestos para que la Obra del
reino se extienda y alcance a muchas más personas.
➢ Que la misión es gracia y no voluntarismo humano; y que
por tanto, es necesario no dejar de rogar “al
Dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.
➢ Que la misión está bajo el signo de la debilidad y de la
mansedumbre: “los envío como corderos en
medio de lobos”.
➢ Que la misión es urgente y no hay que perder tiempo en saludos,
reconocimientos y protagonismos: “No se
detengan a saludar a nadie por el camino”.
➢ Que el misionero ha de ser siempre un amante y
protagonista de la paz: “Cuando entren en una casa digan: “Que la paz reine en esta casa”.
➢ Que el misionero ha de estar siempre donde hay más
necesidad y dolor, y ha de mostrar con
signos que Dios es Padre y tiene un Reino para nosotros: “Curen a los enfermos que haya y dígales:
“Ya se acerca a ustedes el reino de Dios”.
➢ Que no hay que sentirse mal por no ser bien recibidos en
algunas ciudades: “Sacúdanse hasta el
polvo de los pies” en señal de protesta y distanciamiento de esa cerrazón.
➢ Y que todo esto ha de hacerse con entusiasmo, confianza y
alegría: “Alégrense más bien de que sus
nombres están grabados en el cielo”.
5. El Misionero conoce el Camino de la
Misión.
Al
misionero fiel y consagrado a su Misión, Dios, por la acción del Espíritu Santo
le abre caminos para que vaya a los lugares y personas que el Señor le designe
para que siembre en ellos la semillas del Reino y abra campos de acción que
sean signos permanentes de Iglesia. Recordemos las palabras del poeta Charles
Péguy: Caminante no hay camino, el camino se hace al caminar. El misionero ha
de estar atento a recibir las indicaciones de lo Alto que siempre serán
confirmadas por los Pastores de la Iglesia.
➢ El contacto con
la Palabra. La lectura asidua de la
Palabra de Dios irá abriendo la mente del misionero y ayudándole a descubrir la
voluntad de Dios para su vida; también, en el contacto con la Palabra, Dios
hace nacer los deseos de conocerlo amarlo y servirlo (cfr Flp 2, 13).
➢ La oración
íntima, cálida y continua. Juntamente
con la “escucha de la Palabra, el misionero orante va creciendo en la capacidad
de escucha y respuesta. Oración y Palabra
van llenando el corazón del misionero de caridad pastoral, de amor por
la voluntad de Dios, por el servicio y de amor a la Iglesia y a las almas.
➢ La opción por
los pobres. El discípulo misionero de
Jesucristo no busca quedar bien y no busca que le vaya bien, razón por la que
siguiendo las huellas de su Maestro, sin excluir a nadie, hace una “opción
preferencial” por los pobres a quienes sirve y ama con alegría.
➢ La universalidad
de la Misión. La oración y Palabra nos
llevan a descubrir que Dios ama a todos los hombres y que Cristo murió por
todos, por lo tanto, Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad (2 Tim 2, 4). El discípulo de Jesús ha de ser un
hombre abierto a la verdad, y a la
universalidad de la salvación.
➢ El
desprendimiento de cargas inútiles.
Seguir a Jesús sin tantas maletas, significa vivir el Evangelio sin componendas
ni arreglos ni matices. Desprenderse de las cargas del corazón es renunciar a
la lujuria, a la soberbia, a todo aquello que hoy se llaman malos deseos o
desorden de las concupiscencias.
➢ Soportar las
pruebas. Pablo, apóstol y siervo de
Cristo Jesús recuerda su discípulo Timoteo la exigencia de soportar como buen
soldad de Cristo Jesús los sufrimientos por la causa de la predicación del
Evangelio (2 Tim 2,4)
➢ Fiel a su
Identidad. De la misma manera le
recuerda, que para recibir el premio y no ser descalificado, hay que jugar
limpio, sin mezclar las cosas del mundo con las cosas de Cristo; sin mezclar la
luz con las tinieblas; la carne con la gracia de Dios: “No se puede servir a
dos señores”. (2 Tim 2, 5 )
➢ Ser primero
para amar. Dios es Aquel que nos amó
primero (1 Jn 4, 10) Él siempre toma la iniciativa. Pablo le dice a Timoteo que
el misionero es como el agricultor: tiene el derecho a ser en primero en comer
de los primeros frutos de la cosecha (2 Tim 2, 6 ) De la misma manera el
misionero tiene que ser el primero en creer, en vivir lo que cree y en anunciar
lo que vive. En apóstol de Cristo habla de su experiencia de fe, iluminada por
la Palabra de Dios.
6. La experiencia del desierto.
La
exigencia fundamental es el ser
llamados, lo que equivale a entrar por la puerta del redil (Jn 10, 1ss) Si
escuchamos la voz del Buen Pastor, la ponemos en práctica, tengamos la
seguridad que nos iremos llenado con sus mismos sentimientos, con sus mismos
pensamientos, con sus mismos preocupaciones, con sus mismas intereses y con sus
mismas luchas (cfr Flp 2, 5)
Una
segunda exigencia, consecuencia de la anterior es la dejarnos conducir al
desierto por la acción del Espíritu Santo. El desierto es la etapa de la
preparación para la misión. Es el lugar de la victoria de Dios, donde al
comprender su voluntad, nos rendimos a su acción amorosa para decir con
Jeremías: “Me sedujiste Señor, y me dejé seducir” (Jer 20, 7). En el desierto el futuro misionero aprende a
escuchar y discernir lo que es y vine de Dios y lo que viene de otros espíritus.
Al
final del desierto, cuando la lección ha sido aprendida, ha llegado el momento
de la opción fundamental: Opción por
Jesucristo, abrazando la voluntad de Dios, se confirma el llamado respondiendo
con una triple afirmación: “Sí amaré, sí obedeceré y sé serviré. Para
confirmarse como el misionero de Cristo que ha vencido al demonio y lo ha atado
para quedar totalmente disponible para servir por amor al Señor en el lugar y
con las gentes que le sean asignadas. Aceptar el momento presente y el lugar
que se le designe es una señal de la madurez y de la fidelidad del Misionero a
la Misión: “Iré a donde Tú Señor, me lleves, y diré las palabras que Tú pongas
en mi boca”. Al salir de misiones el Misionero de Cristo no pide cartas de
recomendación, tampoco exige que le vaya bien o bonito, como de la misma manera
no buscará quedar bien… tan sólo hacer la voluntad del que lo envió.
Oremos con María, Madre y Modelo de
Misioneros: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra.» (Lc 1, 38)
9. Llamados a ser Apóstoles.
Objetivo: Resaltar con toda claridad que la Iglesia es el Apóstol
de Jesucristo. Toda ella es Misionera y
existe para evangelizar para que todos sus miembros tomando conciencia acepten
el compromiso de la misión.
Iluminación: Cristo resucitado, antes de su ascensión al
Cielo envió a sus Apóstoles a anunciar el Evangelio al mundo entero,
confiriéndoles los poderes necesarios para realizar esta misión. Pero, también,
a los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tiene la
vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y
comprometidos en esta tarea por los sacramentos de iniciación cristiana y por
los dones del Espíritu Santo. (I en A 66)
1. ¿Qué significa la palabra apóstol?
"Como el Padre
me envió, también yo os envío". La misión de Jesús continúa en la de
sus propios enviados, los Doce, que por esta razón llevan el nombre de apóstoles. En efecto, la misión de los
Apóstoles enlaza de la forma más estrecha con la de Jesús: "Como el Padre
me ha enviado, así también os envío yo" (Jn 20, 21). Esta palabra ilumina
el sentido profundo del envío final de los Doce por Cristo Resucitado: "Id
por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación" (Mc 16,
15; cfr. Mt 28, 19-20). La misión de Jesús alcanzará así a todos los hombres
gracias a la misión de sus Apóstoles que continúa operante en la misión de la
Iglesia de todos los tiempos, ya que los Doce fueron el inicio de todo el
Pueblo de Dios, del conjunto de los creyentes y de sus pastores auténticos: "Los
apóstoles fueron los gérmenes del Nuevo Israel y, al mismo tiempo, el
&rigen de la jerarquía sagrada" (AG 5).
Apóstol, por lo tanto, significa
enviado, mensajero, servidor, predicador de un Mensaje. Así decimos que Jesús
es el Apóstol del Padre y los Discípulos son los Apóstoles de Jesús. El Padre
envió a su Hijo para realizar la misión de salvar a los hombres y de
comunicarles el don de su Espíritu. Jesús envía a sus discípulos para que
continúen en la tierra la “obra” que Él comenzó,
“anunciando a Cristo con gozo y con fuerza, pero
principalmente con el testimonio de la propia vida” (I en A 67)
2. La vida nueva
“Hermanos os exhorto a
que llevéis una vida según del llamamiento que han recibido”. Es el llamado a la santidad, a vivir como
hijos de Dios, de acuerdo al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué
implica vivir este Evangelio? Un estilo de vida que ha sido vivido por Jesús:
“Qué abrazó la voluntad de su Padre hasta el fondo” (cfr Jn 4, 34)
“Qué se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el
diablo” (Hech 10, 38) Jesús mismo nos dice: Aprendan de mí que soy manso y
humilde corazón (Mt 11, 25). Pablo nos recuerda: sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense
mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el
vínculo de la paz.
La vida nueva es la vida que el
Padre nos da en su Hijo Jesucristo, y que Él nos la da por medio de la Iglesia que es su Cuerpo. Por la
Evangelización y por los Sacramentos, todos los hombres tenemos acceso a la
Verdad de Dios y a la Salvación. Pablo le recuerda a su discípulo Timoteo: “Te escribo estas cosas para que sepas como
hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y
fundamento de la verdad” (1ª de Tim 3, 15)
Este es el trabajo del
evangelizador: anunciar a Cristo y enseñar a vivir en comunión para que los
hombres crean y lleguen a ser discípulos de Jesús. Este es el mandato recibido:
“Vayan y enseñen todo lo que les he
enseñado, bauticen y hagan discípulos míos” (cf Mt 28, 19) ¿Qué enseñó
Jesús a sus discípulos? Y ¿Qué nos enseña hoy a nosotros? ¿Cómo nos enseñó
Jesús? ¿Basta creer que Jesús nos amó y murió por nosotros? No basta que la
gente crea, todos estamos llamados a ser discípulos misioneros de Dios en la
unidad de la fe. Que nuestro creer en Cristo se haga confianza, obediencia y
servicio al Reino de Dios.
3. ¿Cuál es la finalidad del trabajo apostólico?
La construcción del Reino de Dios
en la tierra. Un Reino de amor, de paz y de justicia. Un Reino que para
pertenecer a él, hay que creer y convertirse. Este Reino crece en la Iglesia,
Cuerpo místico de Cristo y se manifiesta en la vida de las comunidades y de los
creyentes. Podemos decir que el fin de todo trabajo apostólico es construir una
comunidad fraterna en la cual todos seamos hijos de Dios y hermanos unos de los
otros; en esta comunidad, llamada también comunidad cristiana, nadie vive para
sí mismo, vivimos para Dios y para los demás o nos excluimos de ella (cf Rm 14,
8).
4. ¿Qué es lo propio de esta comunidad?
Lo propio es la Unidad y la
Comunión que se hace Comunidad. “Un solo
cuerpo, y un solo Espíritu. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un
solo Dios y Padre de todos, que reina sobre todos, actúa a través de todos y
vive en todos. Un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo, la Iglesia. No hay
muchos cuerpos, uno solo como una sola es la Iglesia. Un solo Espíritu, el
Espíritu Santo que es el alma de la Iglesia, que la santifica y la guía a los
terrenos de la santidad, del amor, de la entrega y del servicio.
Cada uno de nosotros ha recibido
la gracia en la medida en que Cristo se la ha dado. Es la gracia recibida en el
bautismo; gracia por la cual somos llamados con toda la Iglesia a ser
servidores. La Iglesia existe para servir, para evangelizar, para comunicar a
los hombres la vida de Dios por medio de la Palabra y por medio de los
Sacramentos. Para esto Cristo concede a unos ser profetas, a otros ser
apóstoles y a otros ser maestros. A unos más, ser evangelizadores y a otros ser
pastores (cf Ef 4,11).
El profeta es el que abre brecha;
tumba monte, anuncia, denuncia y renuncia a sus propios criterios para predicar
los caminos de liberación y denunciar los caminos de opresión. El apóstol viene
después del profeta a confirmar el trabajo que se ha hecho y a organizar nuevas
formas de trabajo y nuevos ministerios. El maestro profundiza lo realizado por
los carismas anteriores; es un catequista que explica y ahonda las verdades de
la fe. El evangelizador es un sembrador, que siembra y riega los corazones con
la Palabra de Dios, llevando a los hermanos en un proceso de crecimiento a
enamorarse de Jesús. El pastor guía y conduce a los pastos de discernimiento y
conocimiento de Dios.
El pastor es también un
acompañante, un amigo que camina junto con el rebaño dando su vida y enseñando
a dar vida con su palabra y con su testimonio. “Y esto para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando
debidamente su tarea, construyan el cuerpo de Cristo.” El desempeñar
debidamente la tarea tiene dos dimensiones que se complementan armoniosamente:
“la Gloria de Dios y el bien de la Iglesia”, el bien de las almas. Por otro
lado, no olvidemos las recomendaciones del Apóstol: “Por esto, investidos de
este ministerio por la misericordia de Dios, no desfallecemos. Antes bien,
hemos repudiado el silencio vergonzoso, evitando proceder con astucia o falsear
la palabra de Dios; al contrario, al manifestar la verdad, nos recomendamos a
toda conciencia humana delante de Dios. Y si todavía se piensa que nuestro
Evangelio está velado, lo está para los que se pierden, para los incrédulos (2
Cor 4, 1- 4).
5. La unidad en la fe
“La
catequesis es el proceso de formación en la fa, la esperanza y la caridad que
informa la mente y toca el corazón, llevando al persona a abrazar a Cristo de
modo pleno y completo (I en A 69)
El objetivo de la Catequesis es
llevarnos a la unidad en la fe y a al crecimiento espiritual:
“Hasta que todos lleguemos a estar unidos en la fe y en conocimiento del
Hijo de Dios y lleguemos a ser hombres perfectos, que alcancemos en todas sus
dimensiones la plenitud de Cristo”. A la unidad en la fe llegamos por la
predicación de un mismo y único Evangelio; por el Bautismo que nos da la fe y
que nos quita el pecado original; por el sacramento de la Reconciliación que
nos perdona los pecados cometidos después del bautismo; por la Eucaristía que nos hace partícipes de
un único Pan, el Pan que el Padre nos
da. Para los creyentes la unidad de la fe se rompe con el pecado y se restituye
por el camino del arrepentimiento. La Iglesia es para nosotros el Sacramento de
la unidad y de la comunión con Dios y con los hombres.
6. ¿Cómo llegar al conocimiento del Hijo de Dios?
Hay que superar la justicia de los
fariseos, su estilo de vida y su religión (cfr Mt 5,20). En la escuela de Jesús
aprendemos a ser discípulos, para un día llegar a ser apóstoles. El
conocimiento de Cristo no está expuesto a la superficialidad ni a la
charlatanería. “El Señor quiere misericordia y no sacrificios”. “Todo el que
ama conoce a Dios y ha nacido de Dios” (1 de Jn 4, 7). A Dios podemos
conocerlo, amarlo y servirlo si guardamos su palabra, sus mandamientos y su
doctrina (Jn 14, 21-23). Esto nos lleva a decir que la práctica de las virtudes
es el camino más confiable para conocer al Hijo de Dios. Las virtudes
teologales: la fe, la esperanza y la caridad, la humildad, la amabilidad, la
solidaridad, la mansedumbre… Quien practica estas y otras virtudes cristianas
se reviste de luz; se reviste de justicia y santidad (Ef 4, 24); se reviste de
Jesucristo (Rm 13, 11s), es el traje de bodas del cual nos habla el Evangelio.
7. ¿Cómo llegar a la Plenitud de Cristo?
San Pablo nos hace una bella
exhortación: “Ser hostias vivas, santas y
agradables a Dios” (Rm 12, 1) ¿Cómo llegar a serlo? “Sin la comunión con
Jesucristo no hay trasformación del corazón”. Lo que exige romper la amistad con el mundo; muriendo
cada día al pecado y dando muerte a las pasiones y deseos desordenados; renovando la mente y el corazón y siguiendo
las huellas de
Jesús; siendo servidores de la
verdad, de la vida, de la palabra; dando misericordia a los débiles; aceptando
las contradicciones que la vida nos presente; ofreciendo con Cristo al Padre
nuestro sacrificio espiritual: aceptar la voluntad de Dios y someterse a ella;
sufriendo con Cristo para también reinar con Él. “No vivo yo, es Cristo el que vive en mí, y la vida que ahora vivo la
vivo de mi fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gál 2,
19-20).Ser hostia viva exige abrazar la cruz con amor y aceptar la voluntad de
Dios para nuestra vida al estilo de María, de Mateo, de Pablo y miles y miles
de cristianos que se animaron a vivir la aventura de la fe: vivir el Evangelio
de Nuestro Señor Jesucristo sin componendas.
8. ¿Cómo vivir la vida apostólica?
Abrazamos la voluntad de Dios con
amor en cada circunstancia de nuestra vida, siendo dóciles a la acción del
Espíritu, en la entrega, donación y servicio al Pueblo santo de Dios. Pablo nos
hace tres exhortaciones
• “Soporta
las fatigas conmigo como un buen soldado de Cristo”. El apóstol tiene que estar
dispuesto a pagar el precio por liberar a los hombres de la opresión del
Maligno. • “Y
lo mismo el atleta no recibe la corona sino ha competido según el reglamento.”
Al apóstol lo que se le pide es que sea fiel a la multiforme gracia de Dios.
• “Y
el labrador que trabaja es el primero que tiene derecho a percibir los frutos
de la cosecha” (2 Tim 2, 2-4) Ser el primero en creer; el primero en vivir lo
que ha creído y en anunciar y trasmitir las experiencias vividas.
Ahora podemos deducir cual es el
alma de todo apostolado: “El amor de Cristo”. La Caridad que inflama el corazón
del apóstol y lo dispone para que tenga la triple disponibilidad: hacer la
voluntad del Padre, ir al encuentro de un hermano concreto para iluminarlo con
la luz del Evangelio y la disponibilidad de dar la vida por realizar los dos
objetivos anteriores. La Caridad pastoral es fuente de motivaciones y es fuerza
que impulsa a la “misión”, al “servicio” a la “entrega” y a la “donación” en el
Nombre del Señor Jesús a favor de los más débiles, de los menos
favorecidos.
Apóstol es aquel que ha sido
enviado, teniendo presente que primero fue llamado a ser discípulo (Mc 3, 13);
realidad que nunca se debe abandonar. El discipulado es tarea permanente. El
único Maestro es Jesús, que elige, llama, capacita y envía a quienes se han
dejado “lavar los pies: amar y enseñar por Él.
María, Señora del
Sagrado Corazón ruega por nosotros.
10. La
Evangelización como Proceso.
Objetivo. Dar a conocer la importancia de aceptar la evangelización
y la vida nueva como proceso y no como acontecimiento para buscar el
crecimiento espiritual y los frutos de la fe como don y respuesta, como cultivo
y conquista.
Iluminación. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación
propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar,
es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar
a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa,
memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa (EN #14)
1. El reino de Dios comienza pobre, sencillo y
humilde.
En los escritos del Nuevo Testamento encontramos la Buena
Nueva anunciada de dos formas: la de un
sencillo y profundo mensaje que Jesús lanzó a todos los vientos, anunciando
el Reino de Dios y exhortando a la conversión y a la fe; y la de una enseñanza más desarrollada que, como
Maestro, dio a sus discípulos. A estas dos formas, que se remontan al mismo
Jesús, corresponden dos actividades esenciales a toda evangelización: la
actividad kerygmática (kerygma:
mensaje, proclamación) y la actividad catequética.
La Iglesia como evangelizadora a de anunciar el testimonio y el anuncio
explícito del Evangelio. Kerigma, predicación y catequesis. Por arte de los
destinatarios se ha de esperar una adhesión vital y comunitaria. Para que con
la fuerza de la palabra los hombres se adhieran de corazón al Reino de Dios, al
nuevo orden de las cosas, a una manera nueva de pensar y de acruar.
El Señor Jesús nos dio claros
ejemplos para que entendiéramos que la evangelización es un proceso y que no
podemos cosechar donde no hemos sembrado y no donde lo que no hemos cultivado: “Decía también: «¿Con qué podremos comparar
el Reino de Dios, o con qué parábola lo explicaremos? Es como un grano de
mostaza que, en el momento de sembrarlo, es más pequeño que cualquier semilla
que se siembra en la tierra. Pero una vez sembrado, crece y se hace mayor que
todas las hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a
su sombra.» (Mc 4, 30- 32) “En
verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).
2. La Iglesia se evangeliza a sí misma.
Evangelizadora, la Iglesia
comienza por evangelizar a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de
esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de
escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento
nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado
por los ídolos, necesita saber proclamar "las grandezas de Dios", (EN
# 41) que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por
El. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de
ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para
anunciar el evangelio (EN # 15). La finalidad de la evangelización es el cambio
interior, la conversión de la conciencia personal y colectiva. Transformar con
la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los
modelos de vida de la humanidad.
3. Ser testigos del Amor de Dios.
La finalidad de la Evangelización
es hacer que los hombres lleguen a ser partícipes del Amor de Dios, de la vida
divina, o con palabras de la segunda carta de Pedro, de la Naturaleza divina (2
Pe 1, 4b) Cuando los hombres han probado lo bueno que es el Señor (Jn 6, 68);
cuando han tenido la experiencia de un encuentro liberador y gozoso con el
Señor Jesús, nace en sus corazones el deseo de compartir esa hermosa
experiencia. He ahí la prueba de la verdad, la piedra de toque de la
evangelización: es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya
entregado al reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y
anuncia (EN # 24).
La Exhortación Apostólica nos
sigue diciendo: “La evangelización, hemos dicho, es un paso complejo, con elementos
variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión
del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de
apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos” .
En realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver
siempre cada uno de ellos integrado con los otros. El mérito del reciente
Sínodo ha sido el habernos invitado constantemente a componer estos elementos,
más bien que oponerlos entre sí, para tener la plena comprensión de la
actividad evangelizadora de la Iglesia (EN # 24).
a) La renovación de la humanidad.
“Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los
ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar
a la misma humanidad: "He aquí que hago nuevas todas las cosas".
(Apoc 21, 5) Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer
lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo (EN # 47) y de la vida según
el Evangelio. (EN # 48) La finalidad de la evangelización es por consiguiente
este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería
que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que
proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva
de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y
ambiente concretos” (E N # 18).
“Vengo para que tengan vida en
abundancia” (Jn 10, 10) “Yo soy el que hace las cosas nuevas” (Apoc 21, 5) Esto
significa que la Evangelización nos ayuda a ser “hombres nuevos”. La Fe es un
camino de humanización. Con la fuerza de la Palabra podemos ser más persona y mejores personas. Es decir, más
humanos. La familia evangelizada es escuela del más rico humanismo. En la
Familia para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión se requieren un
clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una
cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos (GS 52). La
renovación de la humanidad exige humanizar la educación, la economía la
política y la religión. Educar a los niños como lo que son, y están llamados a
ser. La persona es un ser original (único e irrepetible), responsable, libre y
capaz de amar. Toda persona está llamada a madurar para llegar a ser personas
plenas y fecundas.
Evangelizar al hombre es
iluminarlo con la luz de la Verdad para que comprenda que no es una cosa, no es un algo, sino un
alguien, una persona digna y valiosa. Su dignidad no se lo dan las cosas, no
vale por lo que tiene, como tampoco se la dan las personas: Lleva consigo una
dignidad intrínseca, recibida de su Creador. Humanizar al hombre exige
enseñarle a distinguir entre el bien y el mal. El mal deshumaniza y el bien
ayuda a realizarse como personas. Haz el bien y rechaza el mal es un valor que
se aprende dentro del seno familiar. Cuando en la familia se educa para la
responsabilidad, y la libertad en ella se aprende los valores del compartir, de
la dignidad humana, de la solidaridad y del servicio.
b) El testimonio de vida. Ante todo, y sin
necesidad de repetir 1o que ya hemos recordado antes, hay que subrayar esto:
para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de
vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe
interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin
límites. "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan
testimonio que a los que ensenan, decíamos recientemente a un grupo de
seglares, o si escucha a los que ensenan es porque dan testimonio.". San
Pedro 1o expresaba bien cuando exhortaba a una vida pura y respetuosa, para que
si alguno se muestra rebelde a la palabra, sea ganado por la conducta. Sera
sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizara
al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de
pobreza y despego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del
mundo, en una palabra: de santidad (EN # 41).
c) Una predicación viva. No es superfluo
subrayar a continuación la importancia y necesidad de la predicación:
"Pero, como invocaran a Aquel en quien no han creído? Y como creerán sin
haber oído hablar de Él? Y como oirán si nadie les predica? … luego la fe viene
de la audición, y la audición por la palabra de Cristo" (Rom 10, 17). La
palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de
Dios. Por esto conserva también su actualidad el axioma de San Pablo: "la
fe viene de la audición", es decir, es la Palabra oída la que invita a
creer (EN 42). El hombre por la fe es justificado, salvado, santificado (cf Rom
5, 1-5). Se acepta a Cristo como Salvador personal, como Maestro de vida y como
Señor de la historia. El creyente es ahora por la fe un hijo de Dios.
d) La adhesión del corazón a Jesucristo.
La vida nueva de la que nos habla san Pablo no es posible para el hombre lograr
por sí mismo. Brota del Encuentro liberador y transformador con Cristo que
derrama su amor en nuestros corazones (Rom 5, 5). A partir de este momento
comienza realmente la aventura de la fe. Benedicto XVI nos enseña: "No se comienza a ser cristiano por
una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva" (Deus Caritas est 1)
El encuentro con Cristo es el
“motor de la vida nueva” que nos pone en camino de conversión. La conversión no se trata de un mero cambio
de prácticas. Es algo mucho más profundo: Es la obra del Espíritu Santo que
transforma la mente y el corazón ordenándolo todo hacia Cristo quien está por
encima de todo. Antes la mente estaba cerrada en la esfera del ego, en el
placer egoísta, el poder, el dinero, en las pasiones. Pero por el Espíritu el
creyente posee la Gracia de Dios que encuentra en los medios de crecimiento que
la Iglesia nos propone.
e) La entrada en la Comunidad. Del
encuentro con Jesucristo a la incursión en la comunidad cristiana. La Comunidad de fe es la madre
espiritual del cristiano. Por el encuentro con el Señor el hombre entra en
Comunión y se hace portador de una presencia que antes no tenía. Por la acción
del Espíritu Santo y la respuesta del hombre, la Comunión se hace Comunidad, de
manera que la ésta es manifestación de la Comunión, y la comunión es el alma de
la Comunidad.
En la Comunidad cristiana nadie
se realiza sólo (cf Gn 2, 18). En la Comunidad cristiana somos miembros unos de
los otros (Rom 12, 5), Todos somos hijos de Dios (Gál 3, 26), y todos somos
hermanos (Mt 9, 23) Llamados a vivir la espiritualidad de comunión, en donación
y entrega mutua, Comunidad en la que los más fuertes aprenden a cargar con las
debilidades de los más débiles (Rom 15, 1) “Dónde se reúnen dos o tres en mi
nombre yo estoy en medio de ellos” (cf Mt 18, 20) Allí se construye la Iglesia
y se crece como Iglesia.
Mi primer regalo cuando regrese a
la Iglesia fue una parroquia, y dentro de ella una pequeña comunidad que me
enseño a orar, a leer la Biblia, a servir, y de manera especial a socializarme,
a salir del yo para pensar como un nosotros. Sin esa comunidad yo no hubiera
podido permanecer en mi proceso.
f) La acogida de signos e iniciativas de
apostolado. Del encuentro con a la Palabra al encuentro con Cristo en el
sacramento: “Te haré mi esposa para
siempre; te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en compasión; te
desposaré en fidelidad” (Os 2, 21) La Palabra de Dios es el primero de los
regalos que el Señor da una persona o familia, pueblo o comunidad para
salvarla. Guiada la Persona por la
Palabra, es llevada como de la mano a recibir en segundo reglo, el perdón de
los pecados, en el sacramento de la reconciliación por el cual el cristiano
renace a la vida de la Gracia para el dar el paso de la muerte a la vida; de
las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad, y de la aridez a las
aguas vivas en confrontación con las Palabra del Profeta: “Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, manantial de aguas
vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen”
(Jer 2, 13). Se ha dado la vuelta a la
casa del Padre y se ha recibido con el perdón, el don del Espíritu Santo: «Si alguno tiene sed, que venga a mí, y
beberá; del que cree en mí se puede decir lo que afirma la Escritura: De su
seno manarán ríos de agua viva.» (Jn 7, 37s).
4. ¿Y ahora qué? Aprender a caminar en la Nueva Vida.
Ahora, de la mano de la Comunidad, madre y hermana, el
neófito, ha de recibir el alimento espiritual de la Palabra de Dios para
aprender el modo como se ha vivir en la Comunidad de
Dios: “Te escribo estas cosas con la esperanza de ir pronto a ti; pero si tardo, para que sepas cómo hay que
portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y
fundamento de la verdad” (1 Tim 3, 15)
La primera de Pedro nos dice: “Habéis purificado vuestras almas,
obedeciendo a la verdad, para amaros los unos a los otros sinceramente como
hermanos. Amaos profundamente unos a otros, con corazón puro, pues habéis sido
reengendrados a partir de una semilla no corruptible, sino incorruptible: la
palabra de Dios viva y permanente. Pues toda carne es como hierba, y todo su
esplendor como flor de hierba; se seca la hierba y cae la flor, pero la palabra
del Señor permanece eternamente. Y ésta es la palabra: la Buena Nueva que se os
ha anunciado (1 Pe 1, 22ss).
“Rechazad,
por tanto, malicias y engaños, hipocresías, envidias y toda clase de
maledicencias. Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a
fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación, si es que
habéis gustado que el Señor es bueno” (1 Pe 2, 1- 3).
5. Los medios de crecimiento en la Iglesia.
Para llevar una vida conforme a la
verdad, el hombre nuevo aprende de la mano de sus hermanos de comunidad a vivir
las exigencias de la vida nueva: “para
que procedáis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando
en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios. Le pedimos también
que os fortalezca plenamente con su glorioso poder, para que seáis constantes y
pacientes en todo y deis con alegría gracias al Padre, que os hizo capaces de
participar en la luminosa herencia de los santos (Col 1, 10- 12). Los
medios que recibimos de Dios por medio de
la Iglesia para crecer en la fe, la esperanza y la caridad, son:
• La
oración cristiana. Personal, comunitaria y litúrgica,
• La
Palabra de Dios. Leída y meditada a la luz de los padres de la Iglesia.
• La
Liturgia de la Iglesia. Especialmente los Sacramentos y la Lectio divina.
• Las
Obras de Misericordia que nos ayudan a salir del individualismo (Mt 25, 36ss).
• La
pertenencia a una pequeña comunidad de vida. (cf (Mt 18, 20)
• El
apostolado. El envío es para toda la Iglesia (Mt 28, 18ss; Mc 16, 16ss).
6. ¿Cuál es el fruto de la acción pastoral?
“La
catequesis es el proceso de formación en la fa, la esperanza y la caridad que
informa la mente y toca el corazón, llevando al persona a abrazar a Cristo de
modo pleno y completo (I en A 69).
1)
Fruto de la acción pastoral es el “hombre
nuevo”, remido y justificado por Cristo (Rm 5, 1-5; 2 Cor 5, 17); al apropiarse
de los frutos de la redención ha sido reconciliado con Dios y con los miembros
del Cuerpo de Cristo…se ha adherido a la persona de Jesucristo con todas sus
implicaciones teológicas y morales ilustradas por el Magisterio (I en A 52); ha
aceptado el evangelio como norma para su vida…y toma la decisión de seguir a
Cristo. (cnf 2 Cor 5, 15) El Apóstol Pablo nos hace dos exhortaciones que nos
ayudan comprender este estilo nuevo de vida:
“Os exhorto hermanos por la misericordia de Dios a que ofrezcáis
vuestros cuerpos como hostia vida, santa y agradable a Dios, este ha de ser
vuestro culto espiritual.” (Rm 12, 1) Esta palabra de Pablo nos ayuda a
entender que en la Iglesia nadie estorba, todos son importantes y todos, desde
su pobreza, enfermedad o fracaso son útiles a los intereses del Reino. El
sufrimiento y el dolor tienen un sentido oblativo que nos hace decir: “Los
pobres también nos evangelizan”.
“Hermanos os exhorto a que llevéis una vida digna del llamamiento que
han recibido”. Es el llamado a la
santidad, a vivir como hijos de Dios, de acuerdo al Evangelio de Nuestro Señor
Jesucristo (Fil 1, 29).
¿Qué
implica vivir este Evangelio? Un estilo de vida que ha sido vivido por
Jesús que nos invita a aprender de Él: Manso y humilde corazón (cf Mt 11, 29).
Pablo nos recuerda: sean siempre humildes
y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en
mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz. (Ef 4, 1ss)
2)
No podemos olvidar que otro fruto de la acción
apostólica son “los Nuevos Agentes de Pastoral”, los nuevos discípulos y
apóstoles que se han aventurado en el seguimiento de Cristo. Hombres y mujeres
que han tenido un encuentro personal con Jesús, el Señor, que los llevado a encarnar la “doble certeza”
en sus vidas: “La certeza de saberse amados y elegidos por Dios y la certeza de
su amor a Dios y a la Iglesia”. Cuando esta doble certeza se ha enraizado en el
corazón de los creyentes, entonces se puede hacer la “Opción fundamental y
radical por Cristo” aceptando todas las implicaciones que conlleva el
seguimiento. Es tomar la firme decisión de seguir a Cristo.
3)
Un fruto precioso de la Evangelización son las
Comunidades florecientes convocados por la Palabra, alimentadas por la
Eucaristía, revestidas con ministerios y servicios, caminan de la mano de Jesús
y de María en comunión con sus pastores y trabajan en la edificación de una
Comunidad parroquial. Comunidades que son “verdaderas lámparas vivas de fe,
esperanza y caridad (I en A 52).
Todo esto vivido como proceso: No demos las cosas por echas, no
queramos cosechar donde no hemos sembrado, la espiritualidad misionera, nos
pide conocer y vivir las leyes del Reino, para no exigir lo que no hemos dado a
nuestro hermanos de comunidad. Recordando las palabras del Génesis: “Tomó,
pues, Yahvé Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase” (Gn 2, 15). Cultivar y proteger la
fe para poder comer los frutos de la acción pastoral es responsabilidad de todo
evangelizador. Recordando a san Pablo: “Si
alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Ts 3, 10).
Oremos: Padre de toda misericordia, envía
obreros a tu viña…….
11. La
Iglesia es el Pueblo de Dios.
Objetivo: enseñar que la Iglesia es el verdadero Pueblo de Dios,
redimido por Jesucristo, a quien cree,
le obedece y le ama, su une a él, aceptando su Palabra, su Misión y su destino,
para como discípulos colaborar con el Señor en la Obra de la salvación.
1. El Pueblo de su propiedad
“Pero, vosotros sois linaje elegido, sacerdocio
real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que
os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz, vosotros que en otro tiempo
no erais mi pueblo y que ahora sois el
pueblo de Dios”. (1 de Pe 2, 9-10)
Un pueblo
que fue arrancado de las tinieblas y traído
a la luz de la verdad, de la justicia, de la equidad y del amor. Un
pueblo libre que ha hecho alianza con Aquel que lo amó, lo justificó y lo glorificó
(Rm 8, 29). Un pueblo llamado a ser luz, sal y fermento en medio de los pueblos
(Mt 5, 13).
Como Iglesia, somos el pueblo
consagrado a Dios. Tengamos presente esto: cuando decimos el pueblo de Dios no
aludimos al pueblo en general con sindicatos, comercios, empresas, etc. Es una pretensión de los grupos humanos
quererse constituirse en intérpretes del pueblo. El pueblo es muy autónomo, muy
variado, muy pluriforme. Nadie puede arrogarse: "Yo soy la voz del
Pueblo". Por eso, el pueblo de Dios es el grupo de los seguidores de Dios;
es el grupo de los hombres y mujeres que inspirados en la fe en Jesucristo, lo
obedecen, lo siguen, lo sirven, le pertenecen, celebran los sacramentos de la
Iglesia y tienen la palabra divina como norma para su vida; para hacerse más
agradables a Dios y, desde su unión en Cristo, ser un pueblo que sea luz, sal y
fermento para el pueblo en general. Esto es la Iglesia. El Catecismo de la
Iglesia, haciéndose eco del Concilia Vaticano, dice que el pueblo de Dios tiene
características que lo distinguen de los otros pueblos.
2. Características del Pueblo de Dios.
1. Es
el pueblo de Dios; Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero El ha
adquirido para sí pueblo de aquellos que antes no eran pueblo: “una raza
elegida, un sacerdocio real, una nación santa” (1 Pe 2, 9)
2. Se
llega a ser miembro de este pueblo, no por el nacimiento físico, sino por “el
nacimiento de arriba”, “del agua y del Espíritu” (Jn 3,3-5). Por la fe en
Cristo y el Bautismo.
3. Este
Pueblo tiene por Cabeza a Jesús el Cristo. “la Unción de Cristo, Cabeza fluye
de la cabeza al Cuerpo, es el “Pueblo Mesiánico”.
4. La
identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en
cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo”.
5. “Su
Ley, es el Mandamiento Nuevo:” Amar como el mismo Cristo nos amó (Jn 13, 34)
Esta es la Ley nueva del Espíritu” (Rom 8,2)
6. Su
Misión es ser luz, sal y fermento del mundo (cf Mt 5,13-14)
7. “Su
destino es el Reino de Dios. Que él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser
extendido hasta que él mismo lo lleve a su perfección” (LG 9; CATIC 782)
3. El origen de la Iglesia.
Para penetrar en el Misterio de la
Iglesia conviene, primeramente considerar su origen dentro del Designio de la Santísima Trinidad
y su realización progresiva en la Historia. (Catic 758) La Iglesia encuentra su
origen en la eternidad de Dios, que en la Plenitud de los tiempos envió a su
Hijo al Mundo. No obstante, podemos decir que es el Pueblo que en la Pascua
nació, que participa de la Unción de Cristo al pertenecer a la Nueva y eterna
Alianza
Por esta razón la Iglesia se siente
y se sabe “asamblea convocada por el Padre”, Iglesia peregrina que camina para
volver a Él (LG 2) Dios envió a su Hijo a salvar a todos los hombres, pero no
aisladamente, sino en Comunidad. En Cristo, el Padre nos llama a ser “Familia
de Dios”, ese es su gran deseo:”Que todos sean Uno en Cristo Jesús”, para que
de esta manera “los hombres lleguen a la salvación y al conocimiento de la verdad” (cf 2 Tim 2, 4).
La Iglesia es el sacramento de unidad en la que Dios se une íntimamente a los
hombres y realiza la unidad de todo el género humano. (LG 1)
4. La Fundación de
la Iglesia.
Vino el Hijo enviado por el Padre
e instauró en la tierra el Reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su
obediencia realizó la Redención de los hombres y selló con su sangre la Nueva
Alianza. Nuestro Señor Jesucristo con la predicación de la Buena Nueva,
milagros y exorcismos comenzó la fundación de su Iglesia (Catic 763) Siguiendo
la voluntad de su Padre llamó a sus
discípulos: “Venid en pos de mí, seguidme, les dice…que os haré pescadores de
hombres (Lc 5,10) De entre el grupo de discípulos eligió a los Doce (Mt 10,5-7; Mc 3, 13ss; Lc.
6,12-16) Los Doce han sido llamados, elegidos, investidos de autoridad y poder
y enviados expresamente por Jesús a predicar el Evangelio, a curar a los
enfermos y a expulsar a los demonios (Catic 764).
Jesús con su predicación,
milagros, exorcismos y con su estilo de vida, siembra el Reino de Dios en el
corazón de los hombres. Acoger la Palabra de Jesús es acoger el Reino. El
germen y el comienzo del Reino son el “pequeño rebaño” de Jesús (Lc 12, 32). El
Señor Jesús de entre sus discípulos eligió a los Doce, eligió a Simón a quien llamó Pedro como cabeza visible de su
Iglesia, y le dijo: “Te eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y
los poderes del Mal no prevalecerán sobre ella” (Mt 16, 17). Los Doce
representan a las Doce tribus de Israel, ellos son los cimientos de la nueva
Jerusalén (Apoc 21, 12- 14). Los Doce y los otros discípulos participan de la misión
de Cristo, en su poder, y también en su suerte ( cf Mt 10, 25; Jn 15, 20).
(Catic 765).
El Apóstol Juan ve en la muerte de
Jesús, al ser traspasado su corazón por la lanza del soldado, el nacimiento de
la Iglesia: “Y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,34) Muchos de los Padres
de la Iglesia han visto en el agua el símbolo el Bautismo y en la sangre la
Eucaristía, y en estos dos sacramentos han visto, el signo de la Iglesia, nueva
Eva, que nace del nuevo Adán. Jesús muere, y con su sangre compra para Dios su
Padre un Pueblo de su propiedad; con su Resurrección Jesús comienza un “estado
nuevo”, que ya no conoce la muerte; (Catic 766)
El acontecimiento de la
Resurrección de Jesús de entre los muertos; es “el centro de nuestra fe” y
representa además, la máxima revelación de Dios; la Resurrección de Jesús
establece la comunidad apostólica como fundamento y norma de la Iglesia para
todas la épocas. En la Resurrección nace el “Hombre Nuevo”, El Cristo total:
Cabeza y Cuerpo.
Después de su Resurrección confirma lo que en vida había
prometido. Jesús pregunta a Pedro:
“Simón, hijo de Juan, ¿Me amas más
que estos?” Le dice él: “Señor tu sabes que te quiero”. Le dice Jesús apacienta
mis corderos. Vuelve a decirle por segunda vez: “Simón hijo de Juan, ¿Me amas?”
Le dice él: “Señor tu sabes que te quiero” Le dice Jesús apacienta mis ovejas”.
Le dice por tercera vez:”Simón hijo de Juan, ¿me quieres? Y le dijo:”Señor, tú
lo sabes todo; tú sabes que te quiero” Le dice Jesús: apacienta mis ovejas.”
(Jn 21, 15ss)
Después de la muerte-resurrección y ascensión del Señor
Jesús, la Iglesia se reúne al alrededor de la María, la Madre de Jesús; estaban
los Doce, algunas mujeres, y algunos familiares de Jesús, el número de los
reunidos era de unos 120 personas (Hech 1, 12.15) El libro de los Hechos de los
Apóstoles nos narra el “Cumplimiento de la Promesa” “Dentro de pocos días
recibiréis el Poder de lo Alto (cf Hech 1, 8): En Pentecostés, Jesús bautiza a
su Iglesia con el Espíritu Santo, “Y así toda la Iglesia aparece como un pueblo
reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”(LG
4). En Pentecostés, con la Fuerza del Espíritu comiénzala misión y el
crecimiento de la Iglesia.
5. La Misión de la Iglesia.
Jesús antes de su Ascensión convoca a los suyos y como
despedida les comparte la Misión que el mismo Padre le había confiado a Él. En
el libro de los Hechos les dice: “No se
vayan de Jerusalén, dentro de muy pocos días recibiréis Poder y recibiréis la
Promesa de la cual os hablé” (1, 8). El Concilio expresa lo anterior
diciendo: “Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en
la Tierra, fue enviado el Espíritu Santo para que santificará
continuamente a la Iglesia ( LG 4) La
Iglesia ha recibido la misión de “dar vida” “santificar y
“conducir” a los fieles a la
perfección en la Gloria del Cielo (LG
48).
• “Me
ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y
enseñándoles a todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 19-20)
• “Id
por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y
sea bautizado se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc. 16, 15)
• “Todo
poder se me ha dado en el cielo y en la tierra, así como el padre me envió, Yo
los envió a ustedes. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo “Recibid el
Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedaran perdonados… ”
(Jn 20,21ss)
Todo lo anterior nos da razón
suficiente para decir que la Iglesia hunde sus raíces en la
eternidad: El Padre fuente de todo envío, es también la fuente del
origen de la Iglesia.
6. Imágenes de la Iglesia (LG 7)
En la Sagrada Escritura
encontramos multitud de imágenes y figuras relacionadas entre sí, mediante las
cuales la Revelación habla del <misterio inagotable de la Iglesia>. Las
imágenes tomadas del Antiguo Testamento constituyen variaciones de una idea de
fondo, la del Pueblo de Dios. En el Nuevo Testamento (Ef 1, 22; Col 1, 18),
todas estas imágenes adquieren un nuevo centro por el hecho de que Cristo llega
a ser la Cabeza de ese Pueblo (Catic 753).
• La Iglesia redil, cuya única y obligada
puerta es Cristo (Jn 10, 1-10). Es también una grey, de la que el mismo Dios se
profetizó pastor. (Ez 34, 11ss) No obstante sea guiadas por pastores humanos,
es Cristo mismo, Pastor y Cabeza de los pastores quien realmente guía a la Iglesia,
la cuida y la alimenta. (Catic 754)
• La Iglesia es labranza o campo de Dios
(cf 1 Co. 3, 9) En ese campo crece el árbol de olivo, cuya raíz santa fueron
los patriarcas, y en la cual se realizó y se concluirá la reconciliación de los
judíos y de los gentiles (cf Rom 11, 13-26). El Dueño de la “viña” la plantó
como “viña escogida” de la cual Cristo es la Vid verdadera, que comunica vida y
fecundidad a los sarmientos que somos
nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia, y sin Él nada podemos
hacer. (Jn 15, 1-5) (Catic755)
• La Iglesia construcción y edificación de
Dios. (1 de Co 3, 9) Los Apóstoles y los profetas construyen la Iglesia
sobre el “fundamento” que es Cristo (cf 1 de Cor 3, 11; Ef 2, 20). Nosotros
entramos como piedras vivas de esa construcción por nuestro bautismo (1 de Pe 2, 5). La
“Construcción”, Edificio espiritual cimentado en los Profetas y en los Apóstoles tiene siempre como
fundamento Cristo, la “La Piedra Angular”. (Catic 756)
• Casa de Dios fundamento de la verdad (1
de Tim 3, 15) Familia habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-22) Templo
santo, representado en los templos de piedra. Templo que no fue construido por la mano del hombre, sino, por
la acción poderosa de Dios. La Iglesia
la Jerusalén de arriba y madre nuestra (Gal 4, 26; cf Apoc. 12,17)
• San
Juan en el Apocalipsis describe a la Iglesia
como la esposa inmaculada del Cordero Inmaculado (Apoc. 19, 7; 21, 2-9)
“Cristo, la amó y se entregó por ella para santificarla” (Ef. 5,25-26); se unió
a ella en alianza indisoluble, “la alimenta y la cuida (Ef. 5, 29) y la cuida
sin cesar” (LG 6).
7. Un Pueblo sacerdotal, profético y real.
“Pero
vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido,
destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas
a su admirable luz; 10 vosotros, que si en un tiempo no fuisteis pueblo, ahora
sois Pueblo de Dios: ésos de los que antes no se tuvo compasión, pero que ahora
son compadecidos”. (1 Pe 2, 9- 10).
Jesucristo es Aquel a quien el
Padre ha ungido con el Espíritu Santo. Y lo ha constituido “Sacerdote, profeta
y Rey”. Todo el Pueblo participa de estas funciones de Cristo y tiene las
responsabilidades de la Misión y de servicio que se derivan de ellas. (Catic
783) Servicio como el enseñar la verdad, sobre Dios, sobre la Iglesia y sobre
el Mundo. Anunciar y trasmitir la doctrina de la fe y de la moral cristiana,
como una manera para convocar al Pueblo de Dios en torno a Cristo, prepara para
la recepción de la Eucaristía y de la Vida sacramental comenzando por la
Recepción del sacramento del Bautismo y culmina en la disponibilidad para
servir, según el ejemplo de Cristo. (RM 19- 21)
El Catecismo nos sigue diciendo:
“Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo
Pueblo “un reino de sacerdotes para Dios su Padre”. Todos los bautizados
participan de la “unción de Cristo” quedan consagrados para constituir una casa espiritual y un sacerdocio santo
(Catic 784, LG 10)
El Pueblo santo de Dios participa
también del carácter profético de Cristo, todo el Pueblo, laicos y jerarquía
que han recibido la fe y el Bautismo están llamados a profundizar en la
comprensión de las verdades de la fe y a ser testigos de Cristo en este mundo
(Catic 785)
Por último, el Pueblo de Dios,
participa de la función “regia de Cristo”. Cristo realiza su realeza realizando
la “Obra del Padre”, mediante su muerte y resurrección reconcilia a los hombres
con Dios y entre sí en su propio Cuerpo. Cristo rey y Señor es el servidor de
todos. Para el Cristiano, servir es reinar, particularmente en los pobres y en
los que sufren, allí descubren la “imagen de su Fundador pobre y sufriente”. El
Pueblo de Dios realiza su “dignidad regia” viviendo conforme a esta vocación de
servir a Cristo. (Catic 786)
¿Qué podemos ofrecer a Dios? El gobierno de nuestro cuerpo, someter
nuestra voluntad a Dios y servir a nuestros hermanos en comunión con Cristo:
compartiendo con ellos el pan, siendo hospitalarios y poniendo nuestro tiempo
al servicio de los enfermos, pobres y necesitados. Con Palabra de Pablo, el
Pueblo de Dios está llamado a ofrecer un sacrificio vivo, santo y agradable a
Dios. (Rm 12, 1)
La vocación del Pueblo de Dios: ser con Cristo y María Luz, Sal y
Fermento, y así, poder ser ofrenda agradable a Dios. .
12. ¿Cómo vivir
la Ley Nueva?
Objetivo. Resaltar para cultivar la conciencia cristiana y eclesial
a la luz de la Nueva Alianza para comprender el compromiso bautismal.
Iluminación.
“Eliminad la levadura vieja, para ser
masa nueva, pues todavía sois ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo,
ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con
levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de sinceridad y verdad”
(1Cor 5, 8).
i. Escuchemos la Palabra de Dios.
“En
cuanto a vuestra vida anterior, despojaos del hombre viejo, que se corrompe
dejándose seducir por deseos rastreros, renovad vuestra mente espiritual, y
revestíos del Hombre Nuevo, creado según Dios, que se manifiesta en una vida
justa y en la verdad santa” (Ef 4, 22-24)
ii. El Mensajero
de la Gracia.
El cristiano discípulo de Jesucristo
es mensajero del Evangelio de la gracia, no vive para sí mismo, sino para el
Señor a quien le sirve en sus hermanos por amor a Jesús (cf 1 Cor 4, 5). “Ésta es la confianza que tenemos ante Dios,
gracias a Cristo. Pues nosotros no podemos atribuirnos cosa alguna, como si
fuera nuestra, ya que nuestra capacidad viene de Dios. Él nos capacitó para
ser ministros de una nueva alianza, no de
la letra, sino del Espíritu, pues la letra mata, mas el Espíritu da vida. Pensemos que si el ministerio de la muerte,
grabado con letras sobre tablas de piedra, resultó glorioso hasta el punto de
no poder los israelitas mirar el rostro de Moisés a causa del resplandor que
emitía — aunque pasajero—, ¡cuánto más glorioso no será el ministerio del
Espíritu!” (1 Cor 3, 4-8)
De acuerdo al Evangelio de la Gracia la
salvación es un don gratuito de Dios en Cristo Jesús. “Evidentemente sois una carta de Cristo, redactada con nuestro
ministerio; escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; y no en
tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones”. (2 Cor 3,3)
Todo el que cree en el Evangelio de la Gracia ha aceptado a Jesús como su
Salvador, como su Maestro y como su Señor, ha sido justificado por la gracia de
la Fe; ha sido reconciliado, salvado, santificado y glorificado (cf Rom 8, 29).
Lo viejo ha pasado, lo viejo es la ley antigua, la ley vieja, ahora ha entrado
en la Nueva Alianza, sellada con la sangre de Cristo y confirmada por el
Espíritu Santo en Pentecostés.
iii. La ley
mosaica
La ley mosaica es la letra, escrita en tablas de
piedra, la ley vieja que muestra nuestra pecaminosidad, pero, no nos da la
gracia. Nos hace reconocer que somos pecadores, pero, no nos justifica y no nos
salva. A la luz del Nuevo Testamento nos dice que el hombre no puede salvarse
con sus solos esfuerzos: “Ahora bien,
sabemos que cuanto dice la ley lo dice para los que están sometidos a la ley,
para que toda boca enmudezca y el mundo entero se reconozca reo ante Dios, ya
que nadie será justificado ante él porque haya cumplido la ley, pues la ley
sólo proporciona el conocimiento del pecado” (Rom 3, 19-20).
iv. La ley del Espíritu
La ley del Espíritu es la ley
interior, escrita en nuestros corazones. Es
la ley que da vida en Cristo Jesús y nos libera del pecado y de la muerte
(Cf Rom 8, 2). La letra mata, más el Espíritu da vida; la letra esclaviza, el
Espíritu nos libera. Según la teología de san Pablo: “Pero ahora, independientemente de la ley, se ha manifestado la
justicia de Dios de la que hablaron la ley y los profetas. Se trata de la
justicia que Dios, mediante la fe en Jesucristo, otorga a todos los que creen
—pues no hay diferencia; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios—.
Éstos son justificados por Él gratuitamente, en virtud de la redención
realizada en Cristo Jesús (Rom 3, 20-24)
v. Ley – Gracia.
¿De
dónde viene la ley? ¿De dónde viene la gracia? (Jn 1, 17). Ambas vienen de Dios. La ley nos fue dada por
medio de Moisés. Pero, esta gracia viene de la muerte y resurrección de
Jesucristo y justifica al pecador: “Así
pues, una vez que hemos recibido la justificación mediante la fe, estamos en
paz con Dios. Y todo gracias a nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos
obtenido, también mediante la fe, el acceso a esta gracia en la que nos
hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de participar de la gloria de Dios.
Más aún, nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación
engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada,
esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Rom 5,
1-5)
La Ley nueva, llamada también “Ley Espíritu”, o “Ley
del Amor” nos ha llegado por Jesucristo (Jn1, 17). Ley que no fue promulgada en
el monte de las Bienaventuranzas, sino, la escrita por él en los corazones, el
día de Pentecostés. La ley Nueva es la misma gracia del Espíritu Santo que se
ha dado a los creyentes. Ley que actúa a través del amor que el Espíritu Santo
ha infundido en nuestros corazones (cf Rom 5, 5). Este amor es el mismo con el
que Dios nos ama y con el que, al mismo tiempo, hace que nosotros le amemos a
él y al prójimo. La ley Nueva es a lo que Jesús llama “El Mandamiento Nuevo”.
Por lo tanto, el amor, es una ley, “La Ley del Espíritu” “La Ley de Cristo” que
crea en el cristiano el dinamismo de hacer todo lo que Dios quiere, porque ha
hecho suya la voluntad de Dios y ama todo lo que Dios ama.
vi. El Decálogo
y la Ley del Amor.
Después de la venida de Cristo subsiste de hecho la
ley escrita: están los Mandamientos de Dios, el Decálogo, están los preceptos
evangélicos, ahora también las leyes eclesiásticas y el Derecho Canónico. ¿Son
cosas extrañas al cristianismo? ¿Las debemos aceptar o rechazar? ¿Es algo que
se nos impone? La respuesta cristiana a este problema la encontramos en el
Evangelio. Jesús dice: “No he venido
abolir la ley y los profetas” sino, a darle “plenitud y cumplimiento” (Mt
5, 17). ¿Y cuál es el cumplimiento? A esto responde el Apóstol: “El verdadero cumplimiento de la ley es “El
Amor” (Rom 13, 10). Del
Mandamiento del amor, nos dice el
señor Jesús, dependen toda la ley y los profetas (Mt 22, 40) A la luz de lo
anterior podemos decir que el sentido de los Mandamientos es el amor y el
servicio al prójimo.
vii. Como ministros
de la Nueva Alianza ¿Qué debemos hacer?
Por nuestro bautismo, todos hombres y mujeres, pobres
y ricos, somos sacerdotes, profetas y reyes. “Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido, destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado
de las tinieblas a su admirable luz” (1 Pe 2, 9).En cuanto, servidores y
administradores de la Nueva Alianza, lo primero es saber que todo lo que somos,
sabemos y tenemos es gracia de Dios
(1 Cor 4, 7) Por gracia de Dios “Somos ministros de la Nueva Alianza” para ayudar a nuestros
hermanos a vivir la novedad de la Gracia. Con la alegría del Espíritu podemos
decir: “Somos sacerdotes de la Nueva Alianza” “Tenemos los Sacramentos de la
Nueva Alianza” y “Somos el pueblo de la Nueva Alianza” Para la gloria de Dios y el bien de la
Iglesia.
viii. ¿Qué es lo que predicamos?
Como ministros de la Nueva Alianza
predicamos la Buena Nueva del Reino de Dios: “Que Dios en Jesucristo ha
redimido a la Humanidad, está perdonando los pecados y está cambiando los
corazones”. San Pablo nos aclara esta situación y pone las palabras en nuestros
labios. “Nosotros predicamos a un Cristo
crucificado”: escándalo para los judíos, locura para los gentiles; mas para los
llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo que es fuerza de Dios y
sabiduría de Dios. Porque la locura divina es más sabia que las personas, y la
debilidad divina, más fuerte que las personas (1 Cor 1, 23s).
“No nos
predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como
siervos vuestros por Jesús” (2 Cor 4, 5). La salvación es un don gratuito e inmerecido que Dios
ofrece a los hombres por amor. Don gratuito, pero no barato. El precio a pagar
es abrazar la Voluntad de Dios y someterse a ella. No olvidemos que Dios nos
ama incondicionalmente, y nos amó primero. Lo anterior, para que no veamos la
salvación como premio o como recompensa por nuestras buenas obras o por
nuestros méritos personales.
Como mensajeros de la Nueva Alianza, predicamos la
necesidad de volverse a Dios para recibir el perdón de los pecados, la
exigencia de la conversión para entrar al reino de Dios según las palabras del
Señor Jesús: (Mc 1, 15). Conversión que nos hace vivir y abrazar la “Moral
cristiana” mediante la práctica de las virtudes para poder crecer en el
conocimiento de Dios (Col 1, 10). Somos los predicadores de la Buena Noticia
que enseñamos como se debe vivir en la Casa de Dios, columna y fundamento de la
Verdad (cf 1 Tim 3, 15)
Enseñamos el paso de la Antigua Alianza a la Nueva
Alianza que se dio hace más de dos mil años con Jesucristo, históricamente y ha
tenido lugar para siempre. Sacramentalmente se da por la fe y el bautismo, pero
existencial y espiritualmente debe tener lugar siempre de nuevo, en un estarse
renovando interiormente por la acción del Espíritu Santo (Rom 12, 2). En cada
sacramento bien recibido, en cada oración bien hecha, podemos y debemos renovar
la misma novedad. Renovar la Alianza pide hacer “un acto de fe en Dios que se
ha manifestado en Jesucristo” “Aceptar la voluntad de Dios y someterse a ella”
“Hacer de la Palabra de Dios la Norma para nuestra vida”.
ix. Somos Ministros de la Nueva Alianza.
Como ministro de la Palabra debo ser anunciador “de la
gracia de Dios” que se ha manifestado en Cristo para nuestra salvación. Con
palabras de san Pablo: “Dar testimonio
del Evangelio de la gracia de Dios” (Hch 20, 24) Lo esencial no es el
mensaje de las obras de la fe, sino, y por encima de todo, lo que Dios ha hecho
por la humanidad. ”Nos amó primero”
(1Jn 4, 10) No es decir a la gente pórtense bien para que Dios los premie y no
los castigue, sino, decirles: “déjense amar por Dios”, para que les dé de lo
suyo: “su amor y su perdón, es decir, su gracia, para que puedan portarse bien
y convertirse al Reino de Dios. Lo primero es la acción de Dios manifestada en
Cristo Jesús: “Porque tanto amó Dios al
mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca,
sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
No es lo mismo llevar a Cristo en nuestro corazón a
caminar vacíos de su presencia. No es lo mismo hacer cosas para salvarnos que
hacerlas porque ya estamos salvos, ya somos poseedores de la Gracia de Dios. ¿Desde
cuándo? Desde día de mi Bautismo, que fui incorporado al Cuerpo de Cristo y
recibí el don de la Gracia. Desde el día de mi Encuentro con Cristo y que
libremente lo acepte como mi Salvador y mi Señor. Por eso la Escritura nos
llama hijos de Dios (cf Gál 3, 26) y “servidores y administradores de la
multiforme gracia de Dios” (1 Cor 4, 1).
“Por esto, investidos de este ministerio por
la misericordia de Dios, no desfallecemos. Antes bien, hemos repudiado el silencio vergonzoso, evitando proceder
con astucia o falsear la palabra de Dios; al contrario, al manifestar la
verdad, nos recomendamos a toda conciencia humana delante de Dios. Y si todavía
se piensa que nuestro Evangelio está velado, lo está para los que se pierden,
para los incrédulos. El dios de este mundo cegó a éstos su entendimiento, para
impedir que vean el resplandor del
glorioso Evangelio de Cristo, que es imagen de Dios. No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y
a nosotros como siervos vuestros por amor a Jesús (2 Cor 4, 1-5).
Oremos:
Padre de toda Misericordia y Dios de todo consuelo, te pedimos por tu Verbo y
por intercesión de María, la Virgen Madre que nos des Pentecostés, para que podamos ser instrumentos de tu Amor
en favor de toda la Humanidad.
Pbro. Uriel Medina
Romero
Rectoría del Señor de
la Misericordia
Oración
para todos los días.
Ven Espíritu Santo
Ven,
Espíritu Santo, Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego
de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu.
Que
renueve la faz de la Tierra.
Oración:
Oh
Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu
Santo; concédenos que, guiados por el
mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de tu consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
ORACION
AL ESPIRITU SANTO
Cardenal
Verdier
Oh
Espíritu Santo, Amor del Padre, y del Hijo,
Inspírame
siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo
callar, cómo debo actuar, lo que debo hacer, para gloria de Dios, bien de las
almas y mi propia Santificación.
Espíritu
Santo, Dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad
para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar.
Dame
acierto al empezar dirección al progresar y perfección al acabar. Amén.
ORACIÓN
AL ESPÍRITU SANTO
(de San
Agustín)
Espíritu
Santo, inspíranos, para que pensemos santamente.
Espíritu
Santo, incítanos, para que obremos santamente.
Espíritu
Santo, atráenos, para que amemos las cosas santas.
Espíritu
Santo, fortalécenos, para que defendamos las cosas santas.
Espíritu
Santo, ayúdanos, para que no perdamos nunca las cosas santas.
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