La exhortación de Jesús a los discípulos de todos los tiempos.




La exhortación de Jesús a los discípulos de todos los tiempos.
Objetivo. Dar a conocer las exigencias básicas del seguimiento a Cristo, para poder ser discípulos de Jesús Maestro y llevar a cabo la Obra encomendada a toda Iglesia.
Iluminación. “Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús replicó: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 57- 58)
1.                       Los valores del reino de Dios.
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Lávense los pies unos a los otros, es decir, ayúdense mutuamente a crecer en la fe, a vivir con dignidad, para que el Reino de Dios crezca y se manifieste en ustedes y en el mundo. Esto pide entender que la fe cristiana es confianza en Dios. Abandono en sus manos. Donación, entrega y servicio en favor de los demás. Cuando el Espíritu Santo guía a los hijos de Dios, los valores del reino van apareciendo en nuestra vida. Destaco los cuatro valores esenciales que son manifestación del “arte de amar y del arte de servir”.
V  El compartir.
¿Qué podemos compartir? Todo lo que Dios nos ha dado para nuestra realización. ¿Con quién vamos a compartir? Con los pobres, con la Iglesia, con la familia, para que nadie pase necesidades. Compartimos nuestros bienes materiales, intelectuales y espirituales. El mandamiento nuevo: “ámense los unos a los otros” (Jn 13, 34), llega a afectar hasta lo económico, con alegría podemos cargar las debilidades de los demás y compartir con ellos nuestro pan, nuestra casa y nuestro tiempo. Teniendo presente que es a Jesús a quien hospedamos, alimentamos y visitamos. Lo contrario al compartir es el individualismo, que reza: estando yo bien los demás, allá ellos. El individualismo es el peor enemigo de la salvación, por eso el compartir pasa por la liberación del apego a los bienes materiales, del derroche y del consumismo.
V  La dignidad humana.
El pobre, el marginado, todo ser humano tiene dignidad. Es un ser valioso, importante y digno. No vale por lo que tiene ni por lo que hace, vale por lo que es: persona. Creada a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26) Es tan valiosa como los más sabios o los más ricos. Recordamos que Dios no creó clase de personas. Él creó una sola raza: la raza humana y con ella quiere hacer una familia en la que todos sean iguales, amados, queridos y redimidos por Dios, para que sean su familia, sus hijos y entre ellos sean hermanos (Gal 3, 27; Mt 9, 23; Jn 13, 34). La dignidad a una persona no se la dan las cosas, ni los conocimientos, ni los amigos, ni los familiares. Toda persona es “digna en sí misma”. Su dignidad es un valor intrínseco, recibido de Dios.
V  La solidaridad humana.
 La solidaridad es manifestación de la caridad. Solidaridad significa meterse en los zapatos del otro, hacer nuestro su problema, su necesidad, sus alegrías. El hombre solidario como Jesús es capaz de desprenderse de sí mismo, de sus bienes, de sus lujos, de sus ideas y de sus comodidades para darse, para compartir su vida con los demás. No hablamos de una solidaridad de grupo al servicio de un partido o de una religión, hablamos de la solidaridad humana, evangélica que implica a todos y no excluye a nadie. Para la solidaridad cristiana el otro es de la familia no es un extraño. El otro es un Don y yo soy un regalo para él y por eso la Escritura nos dice que los más fuertes carguen a los más débiles.(Rom 15,1)
V  El servicio por amor a los demás.
El amor que brota de un corazón limpio, de una fe sincera y de una conciencia recta se manifiesta en el servicio al prójimo (cfr 1Tim 1,5). Servir para dar vida, para hacer justicia, para liberar a los oprimidos, para dar vista a los ciegos y esperanza a los desanimados. Servir es consolar, es mostrar a los hombres el rostro del amor, del perdón, de la justicia, de la verdad y de la libertad. Servir es poner nuestras capacidades a los pies de quien las necesite. Recordemos las palabras de Pablo: “Qué tengo que no haya recibido de Dios, y si lo recibí de Dios para qué presumir, mejor pongámoslos al servicio de quien los necesite” (1Cor 4,7).
Servir es dar de comer, es alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos y dar de beber a los sedientos, para poder alcanzar la estatura del hombre nuevo: Cristo Jesús y llegar a tener sus mismos sentimientos, sus mismos pensamientos, sus mismas preocupaciones, sus mismas luchas y sus mismos intereses. Servir es amar.
2.                       Todo servidor es un don de Cristo.
Tomó los cinco panes en sus manos y levantando los ojos al cielo pronunció la bendición, partió las panes y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo” (Mc. 6 41) El pan fluye de sus manos de Jesús como una bendición, como un regalo de Dios. Los Discípulos lo reciben y lo reparen entre la gente. Como un signo de que los dones de Dios pasan por nuestro esfuerzo personal. Es un Mandato: “Dadles vosotros de comer”. También es la puesta en práctica del Mandamiento Nuevo: “Ámense los unos a los otros como yo les ha amado”.
Jesús: “partió los panes y se los dio a sus discípulos para que ellos los distribuyeran entre la gente". Los dones pasan de las manos de Jesús a los discípulos para que ellos los distribuyan entre el pueblo de Dios
3.                       Lo que los discípulos necesitan.
“Tengan ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2, 5) La tarea de todo discípulo es reproducir la imagen de su Maestro (cfr Rom 8, 29) Lo que todo discípulo necesita para realizar las obras de su Maestro, es configurase con Jesús: tener sus mismos sentimientos, entre los cuales destacan:
V  La Compasión. Es la mayor de las virtudes. La compasión es mucho más que un sentimiento. Compadecerse es salir de uno mismo llevando consigo lo que uno tiene, por poco que sea, para compartirlo con el que no lo tiene y que por eso mismo sufre. Lo poco pueden ser cinco panes y dos peces; eran todas las existencias alimenticias del grupo formado por Jesús y sus discípulos. Pero cuando la compasión es sincera y total, la abundancia de lo poco puede ser milagrosa Com-padecerse: padecer con: meterse en la piel del otro: hacer nuestro el problema, el dolor, el sufrimiento, la necesidad del otro. Entendida así la compasión es signo de que el Reino de Dios ya ha llegado.
La compasión, pues, construye el Reino. Pero como un elemento esencial de la compasión es compartir gratuitamente lo que uno tiene, muy a menudo tengo la impresión de que el Reino de Dios debe estar lejos todavía, pues "gratis" parece ser una palabra que sólo tiene existencia en los diccionarios de la lengua. ¿Qué tiene, pues, de extraño que desconozcamos la abundancia milagrosa de lo poco compartido? La compasión a la que el texto invita al discípulo debe moverse en cualquier orden de la vida, pero no es ni mucho menos ajena al Reino de Dios la compasión en el orden de las necesidades básicas, como son la salud y la comida. La compasión de Jesús se movió también en este orden de necesidades.
La compasión de Jesús es una actitud total y liberadora. La compasión en Jesús supone, en ese momento preciso de la vida diaria, una doble actuación: llegar, desde la necesaria convivencia, a dar una respuesta a las necesidades de los hombres; curar a los enfermos y saciar de pan a los que tenían hambre.
Para Jesús la compasión no es lástima, como tampoco es enternecerse. Es comprometerse para que la realidad necesitada de unos hermanos nuestros pueda sufrir una transformación. Es evidente que en el amor es más importante el obrar que el simple decir. No son las palabras, son las acciones las que muestran lo que es el amor. Seguimos estando bajo el peso de una mentalidad verbalista y nominalista. Está tan lejos nuestro prójimo, que sigue resultando fácil y enternecedor pronunciar palabras de amor.
V  La solidaridad. La solidaridad es una virtud cristiana que brilla en el rostro de Jesús. La sola compasión sin la solidaridad es NADA. Jesús empieza "compadeciéndose" de la multitud y termina "compartiendo", que es la terminación normal a donde no llega casi nadie. Compadecerse, todos, sí. Todos tenemos un alma finísima y lloramos mucho por poca cosa. En seguida compadecemos a cualquiera. ¿Y compartir?. Quien se compadece y no comparte, ni compadece ni nada. Hace teatro. ¿Compartir qué y cuánto? Todo, lo que se tenga, lo que se sabe y lo que sé es. Todo, cualquier cosa, unos panes y unos peces, dos pesetas, lo que sea. Verá usted cómo la cosa se multiplica. Compartir es multiplicar.
"Si no tenemos más que cinco panes y dos peces". Lo mismo da: "Traédmelos" y los pondremos a la disposición de todo el mundo. Si esta fuera nuestra manera habitual de comportarnos, realizaríamos el milagro de alimentar al mundo entero y habría sobras abundantes. Pero no, cada uno se reserva lo que tiene, y todavía necesita guardias que lo vigilen y armas para defenderlo de los demás.
Si algo llama la atención de este milagro de la multiplicación de los panes y los peces es la disponibilidad, la apertura a los demás: Jesús, que se retira a un lugar despoblado, se encuentra allí con un gentío, y "le dio lástima y curó a los enfermos"; no quiere que los discípulos envíen a la multitud para que se procure algo de comida: "dadles vosotros de comer. Jesús tiene compasión de la gente, no sólo porque ve que anda desorientada con la enseñanza de falsos maestros, sino porque conoce también sus necesidades materiales. Por eso cura a los enfermos y da de comer a los hambrientos. El milagro de la multiplicación de los panes es una "señal" de la vida que ha venido a traer al mundo.
Siempre que la Iglesia se ha planteado con cierta urgencia la solución de los problemas sociales, se ha llamado la atención sobre este milagro de Jesús. Pero es evidente que la Iglesia no puede multiplicar panes y peces. Ahora bien, si renunciara a multiplicar el amor fraterno y a repartir entre los pobres todo lo que tiene, la Iglesia no entendería este evangelio y el auténtico significado de su misión. Tampoco celebraría debidamente la Eucaristía.
V  La Misericordia. “Ver con el corazón la miseria de otro”. Misericordia es una virtud que inclina el ánimo a compadecerse de las miserias ajenas. (La palabra misericordia procede del latín: miser (i) cor (dia). Esto significa “mirar la miseria con el corazón”). Es el atributo de Dios por el cual perdona los pecados de sus criaturas. Jesucristo es el signo más perfecto de la misericordia de Dios (Juan 14, 9) para con cada hombre que se dirija a él (Romanos 8, 32 y 9, 16). El Espíritu Santo es presencia de Dios en acción (Lucas 13, 12 y 15, 20). Nos abre la conciencia para ver las necesidades de los hermanos. Es el verdadero promotor de la misericordia. También María es Madre de la Misericordia. Ser misericordioso significa no permanecer indiferente ante las necesidades, las injusticias, las violencias, los abusos, las mentiras.
Hoy Jesús nos dice a nosotros lo mismo que le dijo a los apóstoles cuando querían que la multitud se fuera a buscar comida por los campos y los pueblos: “¡DENLES USTEDES DE COMER!”. Y te lo vuelve a repetir a mí y a ti: dale tú de comer a ese pobre que se cruza en tu camino. A ese que rebusca entre la basura un poco de miseria que llevarse a la boca. Sí, tú que gastas lo que quieres en caprichos, que no te falta el plato sabroso en tu mesa limpia. Tú que te permites el lujo de comer manjares prohibitivos para muchísima gente. Que disfrutas de la bebida fresca, el pan blando, el capricho para picar, la buena carne y el buen pescado. Sí, a ti te lo digo, que tal vez te sobra peso en tu cuerpo y grasa en tu sangre. Dale de comer a tu hermano. No te va a faltar a ti de nada. Te sentirás feliz., porque compartir es reconfortante, es humano, es cristiano.  “Hay más felicidad en dar que en recibir” (hech 20, 35)..
Compasión, solidaridad y misericordia llenan el corazón del cristiano de los mismos sentimientos, preocupaciones, intereses y luchas que llenaron el corazón de Jesús que se compadeció de los hombres, se solidarizó con ellos y los amó hasta el extremo. San Pablo expresa  esta hermosa realidad diciendo: “Me amó y se entregó  a la muere por mi”. Gracias a la acción del Espíritu en nuestras vidas, hoy, nosotros podemos seguir sus huellas y darle de comer, de beber y vestir al Maestro que se identificó con los menos favorecidos.
4.   Testimonio personal.
Una noche estaba en un centro nocturno rodeado de amigos y amigas de parranda, al pagar los tragos le día a la mesera una propina de más de cincuenta dólares, vino a mi mente este pensamiento: fanfarrón, con eso que acabas de derrochar para quedar bien podía comer un niño pobre durante un año en un país como Bangladesh. Recuerdo que contesté al pensamiento, yo con el dinero hago lo que me da la gana. La soberbia y la ignorancia llenaban mi mente y mi corazón.
Mi encuentro con la Palabra me hizo arrancar un cable que yo pagaba para ver películas pornográficas pagando al monopolio de la pornografía cuarenta y siete dólares con cincuenta centavos. En las primeras semanas de mi conversión una hermana me dice “comparte con los pobres, tú eres soltero y ganas mucho dinero” y me entregó la dirección de unas misiones en África a las que por primera vez en mi vida les envié la misma cantidad que pagaba al monopolio de la pornografía.
En los primeros días de mi conversión le pedía al Señor: Jesús si agarro este trabajo, (un contrato de construcción) que me dejaría cuatro mil dólares de ganancia en un fin de semana, te prometo darte el diez por ciento. Visualicé a Jesús echándose una carcajada, a la vez que me decía: “No quiero el diez por ciento, yo lo quiero todo”.
Cierto día fui a Medellín, Colombia para tramitar mi visa de estudiante y poder seguir estudiando en el seminario en aquel país, hacía frío, miré un lugar donde vendían donas y café y caminando hacia él, miré a dos pordioseros indigentes que se repartían una pila de desperdicios de restaurantes: frutas, verduras, cascaras de naranja y pedazos de pan que habían recogido de los botes de basura, pensé: los voy a invitar a tomar café, cuando en eso se acercó un tercer indigente, y pensé: lo van a correr; lo que mis ojos presenciaron fue todo lo contrario, de las dos partes hicieron una tercera y compartieron con él la cosecha de aquella mañana. En mi corazón escuché una palabra: “ve y haz tú lo mismo, comparte con tus compañeros los dones de Dios”.


Oración. Padre, Señor del cielo y de la tierra, te pedimos por tu Hijo Jesucristo nos concedas Espíritu Santo, para que podamos penetrar el misterio de la Eucaristía, y, ser transformados con el Poder de tu Espíritu en “hostias vivas, santas y agradables a Ti, para el bien de nuestra santa Madre la Iglesia.

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