Prologo tomado de la CARTA
PASTORAL “DADLES VOSOTROS DE COMER” con
motivo del Año de la fe convocado por Benedicto XVI
¿Todavía tiene sentido y valor que hoy nos siga diciendo el Señor “dadles
vosotros de comer”? ¿Es necesario Jesucristo para el hombre que ha hecho
grandes descubrimientos, que ha alcanzado la Luna y Marte y que está dispuesto
a conquistar el universo? ¿Es necesario que el Señor siga diciendo “dadles
vosotros de comer” al hombre que investiga sin límites los secretos de la
naturaleza y logra descifrar los códigos del genoma humano? ¿Es necesario
Jesucristo para un hombre que ha inventado la comunicación interactiva de
Internet, gracias a las más avanzadas tecnologías que convierten a la tierra en
una casa común o en lo que llaman “pequeña aldea global? Tiene sentido más que
nunca que recordemos las palabras del Señor “dadles de comer” y que lo hagamos
como Él nos dijo, “haced esto en memoria mía”. Y tiene sentido para dar respuesta
a todos los interrogantes que he planteado anteriormente, ya que el hombre, a
pesar de todas esas conquistas, tiene el corazón hambriento. Pues, junto a las
conquistas, muchos siguen muriendo de hambre y de sed, de enfermedad y pobreza,
otros están esclavizados, explotados y ofendidos en su dignidad, hay odios
raciales y religiosos, otros se ven impedidos de profesar libremente su fe por
intolerancias, discriminaciones, injerencias políticas o coacciones físicas o
morales, otros viven en una situación de violencia permanente. Todo ello hace
más urgente y actual hacer verdad el mandato del Señor, “dadles vosotros de
comer”.
¡Qué maravilla en este “Año de la fe”,
poder decir con todas nuestras fuerzas¡ Qué maravilla en este “Año de la fe”,
poder decir con todas nuestras fuerzas que Jesucristo es el Señor; que en Él y
en ningún otro podemos salvarnos (cf. Hch 4, 12)! La fe en Jesucristo es la
fuente de toda esperanza, Él nunca defrauda, da salidas, ofrece horizontes,
cambia nuestro corazón y nos entrega lo que es Dios mismo “amor de comunión”,
la que tenemos que vivir con los demás y hace posible que cumplamos su mandato,
“dadles vosotros de comer”. Por eso, el encuentro con Jesucristo es esencial
para poder seguirlo y anunciarlo: ofrecer la persona del Señor a todos los
hombres es tarea esencial; con ello estamos haciendo realidad, su mandato,
“dadles vosotros de comer”. No hay otro alimento para la vida, para saciar el
corazón del hombre, para cambiar y animar esta historia y el desarrollo de los
hombres, más que Jesucristo. Mirando y realizando el encuentro con Jesucristo
los pueblos y todos los hombres pueden hallar la única esperanza que da
plenitud de sentido a la vida. Como los primeros discípulos, también nosotros
podemos encontrarnos con Él y escuchar su voz: Él está presente en la Sagrada
Escritura, que habla de Él en todas sus páginas, pero de una manera
verdaderamente única está presente en las especies eucarísticas, esa presencia
que se llama “real”, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino
por antonomasia, ya que es sustancial, pues por ella se hace presente Cristo,
Dios y hombre, entero e íntegro (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1374).
¿Estamos dispuestos a vivir de la Eucaristía para hacer verdad ese mandato del
Señor, “dadles vosotros de comer”? La Eucaristía contiene a Cristo mismo, por
ello es fuente y cumbre de toda la vida cristiana (cf. LG, 11). Es alimentado
de Cristo como podemos dar de comer, es en comunión con Jesucristo como podemos
hacer gustar la eternidad en el tiempo.
1.
La
Eucaristía: Presencia Real de Jesucristo
Objetivo: Mostrar
a los fieles católicos la importancia de creer en la Presencia real de
Jesucristo en la Eucaristía para ayudarles a vivir el sentido del Sacramento
del Amor.
Iluminación. ¿Cómo está Jesucristo presente en la Eucaristía?
Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e incomparable. Está
presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial: con su Cuerpo y con
su Sangre, con su Alma y su Divinidad. Cristo, todo entero, Dios y hombre, está
presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies
eucarísticas del pan y del vino. (Compendio del Catecismo de la Iglesia
católica, n. 282)
1.
La
Eucaristía como encuentro con Cristo.
El Encuentro con Cristo siempre
será liberador y gozoso. Liberador porque, en virtud de su sangre preciosa, nos
quita las cargas del pecado, y gozoso por que experimentamos el triunfo de la
Resurrección de Jesucristo. Dos realidades, dos momentos de una misma
experiencia: Muerte y Resurrección. La Pascua del Señor que celebramos en la
Eucaristía. Encuentro que nos lleva a la conversión, a la comunión y a la
solidaridad con todos.
2.
La
Eucaristía como “presencia real” de Jesucristo.
Pablo VI llamó a la presencia de
Cristo en la Eucaristía “Presencia Real”, no por exclusión, porque las otras no
fueran “reales”, sino por antonomasia, ya que es sustancial, ya que por ella
ciertamente se hace presente Cristo, Dios y Hombre, entero e íntegro (Misterio
de Fe No. 39). El grito, el clamor de los fieles debe ser como el de los
testigos de Emaús: “Señor, quédate con nosotros”: Jesús responde con un
permanente sí: “y entró para quedarse con ellos” (Lc 24. 28s) La Iglesia
católica cree firmemente que después de las palabras de la Consagración, Cristo
vivo, está presente sobre el Altar ofreciéndose como “Víctima viva al Padre por
la salvación de la humanidad”. Presente en cada uno de los fieles, miembros de
su Cuerpo; presente en la Palabra que se proclama; presente en el sacerdote
celebrante y presente en las especies eucarísticas del pan y del vino que por
las palabras de la consagración y por la acción del Espíritu Santo son
trasformados en cuerpo y sangre de Cristo. Esta es nuestra fe católica, que la
Iglesia recibió de los Apóstoles.
3.
Las
dos mesas.
La Eucaristía, no obstante es
una, se divide en dos grandes partes, la
Mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía: Palabra y Eucaristía son
inseparables, razón por lo que la Iglesia pide a los fieles pasar a recibir
la comunión, solamente si han estado presentes en la proclamación de la
Palabra. En la misa, encontramos dos mesas, dos comidas que son alimento y
Vida: la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía. Muchos podrán decir: me
hubiera gustado vivir en la época de Jesús para haber escuchado su Palabra,
nosotros hoy más de dos mil años después, no necesitamos hacer un viaje y
regresar a la época histórica de Jesús, hoy y aquí nosotros, gracias a la
Liturgia de la Iglesia, podemos ver a
Jesús, escucharlo, tocarlo, creer en Él, ofrecernos con Él y comérnoslo,
·
La Mesa de la Palabra, hace que
la Eucaristía sea encuentro de Luz, Cristo nos ha dicho: “Yo soy la Luz del
mundo y el que me sigue, no camina en tinieblas” (Jn 8, 12). Su Palabra es Luz,
es Luz en nuestro camino, es antorcha para nuestros pies y alimento para
nuestra alma de acuerdo a las palabras del mismo Señor: “Mi alimento es hacer
la voluntad de mi Padre” (Jn 4, 34). Su Palabra nos ilumina: “Permaneced en Mí
y Yo en vosotros” (Jn 15, 4), es decir nos señala el camino para vivir en
comunión con Dios. La Palabra de Dios es
viva porque es Palabra de Dios vivo, Palabra de vida. Exige adhesión plena
y abandono total a lo que Dios manifiesta en ella. Podemos decir que en la Misa
Dios nos habla, se nos revela y a esa Palabra hay que prestarle la obediencia
de la Fe. Escuchar significa, adherirse plenamente y obedecer significa
adecuarse a lo que Dios dice. Acoger y vivir la Palabra es la respuesta
adecuada al amor de Dios.
·
La Mesa de la Eucaristía. Jesús
nos enseñó con parábolas, pero su misma vida es una parábola, se sienta a la
mesa con pecadores (Mc 2, 15), para enseñarnos que los pecadores son invitados
a sentarse a la mesa con el Padre celestial, de manera que en la enseñanza de
Jesús, Él se entrega a los suyos en la
Palabra y en la Eucaristía, único alimento que suscita y alimenta la vida.
Jesús no dejó lugar a dudas: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si
alguno come de este pan, vivirá para siempre"; "en verdad os digo, si
no coméis la carne del Hijo de Dios y no bebéis su sangre no tendréis vida en
vosotros"; "El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna"
(cfr. Juan 6, 30-58) ¿Qué hacer para tener vida eterna y permanecer en comunión
con Dios?.
4.
La
respuesta es del mismo Jesús.
V
Ésta es la voluntad de mi Padre: que quien vea
al Hijo y crea en él tenga vida eterna, y que yo le resucite el último día.»
V
.Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron
el maná en el desierto, y murieron; éste
es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera.
V
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno
come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi
carne, para vida del mundo.»
V «En
verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es
verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi
sangre permanece en mí, y yo en él Jn 6, 40- 56).
2.
La
Eucaristía como “Banquete”
Objetivo: Resaltar que la Eucaristía es una fiesta
en la que encontramos manjares suculentos y vinos exquisitos a la que todos son
invitados a sentarse a la mesa con el Padre celestial.
Iluminación: “Tomad, comed y
bebed”. Nosotros respondemos: “Señor, yo no soy digno de acercarme
a este Banquete, pero ya que tú me invitas, basta con que digas una sola
palabra y mi alma quedará limpia para siempre”
1.
La Eucaristía es un verdadero banquete.
La
Eucaristía es un banquete anticipado del cielo que se nos da aquí en la tierra.
“Por eso dichosos los invitados a la cena del Señor”. Banquete en el cual,
Cristo se ofrece como alimento, y no se trata de cualquier alimento, sino de
Cristo mismo que nos da a comer su cuerpo y su sangre: “En verdad en verdad os
digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y no bebéis su sangre, no
tendréis vida en vosotros (Jn 6, 55).
Eucaristía es el
banquete de hermanos con Dios, comida
fraterna, comida de fiesta, comida divina, comida del más allá, porque anticipa
desde aquí el banquete del cielo. El Banquete en el que Dios invita a todos a
sentarse a la Mesa y comer “los manjares suculentos y los vinos exquisitos” que
el mismo Dios sirve a sus comensales: Jesús se nos ofrece como pan de vida y
vino de alianza, no como alimento maquinal, mecánico, que obra por fuerza
incontrolable al margen de nuestras decisiones personales. “Tomad, comed y bebed” no es mandato forzoso: es una invitación a
corresponder. Comer el “pan y beber el vino” son expresiones-visibles de
acogida libre y cordial de Él en nuestro corazón y en nuestra vida. A la
invitación: “Vengan y coman gratis”, nosotros respondemos: “Señor, yo no soy
digno de acercarme a este Banquete, pero ya que tú me invitas, basta con que
digas una sola palabra y mi alma quedará limpia para siempre”
Al
comulgar el cuerpo de Cristo podemos decir que gozamos del cielo en la tierra
por la presencia de Jesús Sacramentado, si cielo es estar junto a Dios y gozar de Dios. El cielo es donde está Cristo
y si Cristo es la Eucaristía, esta contiene toda la riqueza espiritual de la
Iglesia, y… ¡Cristo es nuestra Riqueza, es nuestra Paz, es nuestro Cielo!
Cuando recibimos a Cristo en la Eucaristía, Él nos da su persona, su amor, su vida, su Espíritu Santo:
recibimos al Dios vivo y verdadero.
En
la Eucaristía tenemos y vemos a Dios, no con la vista material pero sí con la visión inmaterial del alma, con
la mirada de la fe. Cuando nos acercamos a la Eucaristía nos encontramos “ante
Cristo mismo”. Nuestros ojos corporales
y nuestra alma pertenecen a este mundo y todavía están cubiertos por los velos
del pecado, pero podemos con los ojos de la Fe, decir con Santo Tomás ante
Cristo Eucaristía: “Señor mío y Dios mío”.
Es Banquete para todos: el niño, el adulto, el
pobre, el rico, el sabio, y para el ignorante. Todos son invitados a la Cena
del Señor, y Dios no tiene acepción de personas. No basta con venir a misa,
pero no pasar a la recibir la Eucaristía. No comulgar es no participar, es
quedarse fuera.
2.
La Eucaristía experiencia de intimidad
con el Señor.
La Eucaristía es el sacramento en
el cual, bajo “las especies de pan y vino”, Jesucristo se halla verdadera, real
y sustancialmente presente, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad. Jesús en la Eucaristía
está radiante y glorioso como en el cielo, aunque oculto por las apariencias
sacramentales. Quitadas las apariencias no hay ninguna diferencia sustancial
entre Jesús a la diestra de Dios Padre en el cielo y Jesús en el más humilde
sagrario de la tierra.
En
cada Eucaristía, Jesús nos hace una
gozosa invitación: permanecer en íntima relación con Él, cuando nos dice:
“Permaneced en Mí y Yo en vosotros” (Jn 15, 4), “Permanezcan en mi Amor” (Jn
15, 9) ¿Cómo permanecer en el amor de Dios? La respuesta es del mismo Jesús:
guardando su Mandamiento: “Hagan esto en memoria mía”. Celebrar la eucaristía
es permanecer en su Amor y poder amarnos como Él mismo nos amó. “Esta relación
de íntima y recíproca “permanencia” nos permite anticipar en cierto modo el cielo en la tierra… Se nos da la comunión eucarística
para “saciarnos de Dios en esta tierra, a la espera de la plena satisfacción en
el cielo” (Mane nobiscum Domine, 19).
3.
La Eucaristía edifica la Iglesia.
El
estar sentados a la Mesa con el Padre celestial, manifiesta que la Eucaristía
forma la familia de Dios, la comunidad de hermanos, es una cena de hermanos,
una comida fraterna. Formar la Iglesia y la unidad de los hermanos es uno de
los frutos de la Eucaristía. Todos los que reciben la Eucaristía con “dignidad”
se unen más estrechamente a Jesucristo y por ello mismo con todos los miembros
de su Cuerpo que es la Iglesia. En la Iglesia la comunión nos renueva,
fortalece y profundiza la incorporación al Cuerpo de Cristo, realizada por el
Bautismo, por el que fuimos llamados a formar un solo cuerpo. La Eucaristía
realiza la Comunión con Dios y entre los fieles: “El Cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la
sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de
Cristo? Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues
todos participamos de un solo pan? (1 de Cor 10, 17). Todos comemos de un
mismo pan y bebemos de un mismo cáliz, por eso creemos que la Eucaristía es
vínculo de caridad y símbolo de unidad: Nos une con Dios, con los hermanos y
nos hace que nos amemos más.
“Yo soy el pan de la vida, el que
venga a Mí, no tendrá hambre, y el que crea en Mí, no tendrá sed” (Jn 6, 35).
La Cena del Señor y la cena fraterna están de la mano. Eucaristía y vida de
caridad no pueden nunca estar separados. El Pan es comida, la comida es
alimento y el alimento es vida, vida que nutre, transforma, nos hace
Eucaristía, es decir, regalo de Dios para los demás.
4.
¿Qué hacer para tener vida eterna?
“El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día”. La vida eterna es
la vida de Dios que Cristo nos da gratuitamente en la Eucaristía. El comer el
Cuerpo de Cristo y el beber su Sangre me une a él, y él habita en mi ser;
entonces, Cristo hablará en mí; mirará a través de mis ojos y amará a través de
mi corazón. Lo llevaré conmigo a mi casa, a mi trabajo. Mi carne es verdadera
comida y mi sangre es verdadera bebida… quien come mi carne y bebe mi sangre
vive en mí y yo en él… quien me come vivirá por mí…” (Jn 6, 54-58). En la
Eucaristía, Cristo me asemeja a él, me asimila. De la Eucaristía deberíamos
salir más hermanos, más unidos y más llenos del amor de Dios, con la
disponibilidad de servir a los demás.
5.
Existe un único
banquete.
Jesús-Palabra y Jesús-Eucaristía,
no se pueden separar. Antes es necesario comer a Jesús Palabra, es necesario
creer en Él y después tomar a Jesús Eucaristía, la Palabra precede y sigue,
porque la Eucaristía es Pan de Vida en la medida que existe una Fe que acoge a
Jesús y a sus Palabras. La misma Eucaristía es Palabra que se cree, que se
vive, que se celebra y que se anuncia. En la Misa se celebra la Palabra y
también la Eucaristía y en su punto central, recordamos el memorial de la
Muerte y Resurrección de Cristo: ¡La expresión más grande del amor! Según las
Palabras de mismo Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por los
amigos” (Jn 15, 13).
3.
La
Eucaristía: el sacrificio de Cristo.
Objetivo: Profundizar
en el Misterio de la “Fracción del Pan”, para valorar cada vez más el
sacrificio redentor de Cristo a favor de toda la Humanidad que se actualiza
cada vez que celebramos la Eucaristía
.
Iluminación: “Nuestro salvador, en la última Cena, la noche en
que fue entregado, instituyó el
sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos,
hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la
Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo
de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el
alma se llena de gracia y se nos da una prenda de gloria futura” (SC 47).
1.
El sacrificio
del Altar.
La
Eucaristía contiene todo el bien espiritual y toda riqueza de la Iglesia,
es su Tesoro: la riqueza de la Iglesia es Cristo. Qué bello es creer que vengo
a Misa a experimentar el amor de Dios; vengo a apropiarme de los frutos de la
redención de Cristo: el Amor, el Perdón, la Vida, la Resurrección de Cristo y
el don del Espíritu Santo. El la eucaristía Jesús nos muestra un amor que llega
hasta el extremo, un amor que no conoce medida y que no tiene límites: No solamente nos dice: Tomen y coman…tomen
y beban, para luego decirnos: “Este es mi Cuerpo y esta es mi Sangre” sino que
añadió que será entregado por ustedes… derramada por ustedes (Lc 19, 20).
De esta manera la Iglesia siempre ha visto y creído que la Eucaristía es
“Presencia, Banquete y Sacrificio”. Cristo presente en la Misa nos habla y se
nos da en alimento y se ofrece por nosotros en sacrificio.
San Pablo nos dice: “Cuantas
veces se celebra en el Altar, el sacrificio de la cruz, se realiza la obra de
nuestra salvación” (cfr 1 Cor 5,7) El sacrificio Eucarístico es el mismo y
único sacrificio de la cruz. Jesús había
dicho: “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10);
“Mi vida no me la quitan, Yo la doy, porque soy el buen Pastor que da la vida
por sus ovejas (Jn 10, 18) y no hay amor más grande que el que da la vida por
sus amigos (Jn 15, 13).
2.
¿Qué hace Jesús
para darnos vida?
El catecismo de
la Iglesia nos dice: La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo,
que se ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya
sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los
hombres (Catic 1992). Abrazó la voluntad del Padre
hasta el fondo, de modo que podemos decir que por un acto de obediencia de
Cristo al Padre, y por un acto de amor de Cristo a los hombres, hemos sido
salvados, en ese acto de amor sin límites en el corazón de Cristo se mezclan la
obediencia y el amor al Padre y a los hombres. Eso quiere decir san Juan cuando
afirma: “Nos amó hasta el extremo” (Jn 13, 1) Cristo nos amó humillándose a sí
mismo; entregándose a su Pasión, sufriendo y muriendo en la Cruz.
Al ofrecer Cristo su cuerpo y su
sangre, es toda la persona la que se está ofreciendo, no hay división entre
cuerpo y sangre, la persona es una. Cristo al ofrecer su cuerpo está ofreciendo
todo lo que hizo, todo lo que sucedió desde su nacimiento hasta la Cruz, sus
trabajos, sus milagros, su predicación, no se reserva nada para sí, ni siquiera
a su Madre, lo entrega todo. Y al ofrecer su Sangre significa que nos amó hasta
la muerte: al ofrecer las humillaciones, los desprecios, los rechazos, el
desamor que recibe, significa que nos
amó hasta la muerte, y hasta la muerte de Cruz.
Cristo es sacerdote, víctima y altar.
Sacerdote, porque ofreció un sacrificio para sellar la Nueva Alianza de Dios
con los hombres; víctima porque se ofreció por amor a los hombres, con palabras
de Pablo: “Se humilló a sí mismo para destruir el cuerpo del pecado que nos
separaba de su Padre y nos privaba de su presencia salvadora” (Fil 2, 7-8); y
Cristo es altar, porque hizo de corazón un altar donde se ofreció como Hostia
Santa, viva y agradable a Dios (Catic 1992). Con su muerte y resurrección
Cristo instaura en la tierra el nuevo culto a Dios. Con el único sacrifico
agradable a Dios sella la Nueva Alianza.
4.
La
celebración de la Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Objetivo.
Profundizar en el misterio de la Eucaristía, para que con alegría aceptemos ser
los servidores de la Nueva Alianza.
Iluminación.
De manera, que cada vez que se renueva en el altar el sacrificio de la Cruz, en
el que Cristo nuestra Pascua fue inmolado, se realiza la obra de nuestra
Redención (1 Cor 5, 7; CATIC 1364; LG 3).
1.
El sacrificio de
la Nueva Alianza.
En la Misa, la Iglesia celebra y
hace memoria de la Pascua de Cristo: su Muerte y su Resurrección, y por lo
tanto, hace presente el Sacrifico que Cristo ofrece de una vez para siempre en
la Cruz, permanece siempre actual (Hb 7, 25-27).
La Eucaristía hace presente el sacrificio de la
Cruz, no se le añade y no se le multiplica, lo que se repite es su celebración
memorial (I. de E. 12). La Eucaristía es entonces sacrificio en sentido propio,
porque Cristo se ofrece, no sólo como alimento a los fieles, sino que es un “don a su Padre” para sellar la “Nueva
y eterna Alianza”; es el don de su amor y obediencia hasta el extremo de dar la
vida a favor nuestro. Más aún, don a favor de toda la Humanidad (Iglesia de
Eucaristía 13).
Decir que La Eucaristía es un Misterio, es afirmar que
no podemos abarcarlo con nuestro entendimiento, por muy inteligentes que
seamos. Después de la Consagración, el celebrante dice: “Este es el Misterio de
nuestra Fe”. Y esta fe es un don de Dios que él gratuitamente da a quien se la pida
con sencillez y humildad. En la Eucaristía nos encontramos en el corazón del
misterio en el cual se funda la fe cristiana: la Resurrección del Señor Jesús.
“si no hay resurrección de los muertos, Cristo no resucitó y vana es nuestra
(1Cor 15, 13-14.
2.
De la
Antigua a la Nueva Alianza.
De la Alianza que
fue sellada con la sangre de toros y de machos cabríos a la alianza que fue
sellada con la Sangre de Cristo. De la Alianza de la “letra” a la Alianza del
Espíritu. El paso de la Antigua a la nueva Alianza Jesús, el Señor lo hace
dentro de un acto cultual. Pero en la Ultima Cena, al presentar el cáliz lleno
de vino, Jesús dice: “Este es el cáliz de la Nueva Alianza, la cual se
sella con mi Sangre”. (Ya no era sangre de animales, sino la Sangre del
Hijo de Dios la que sella la Nueva Alianza).
Estaba anunciando
el Señor su muerte al día siguiente, el verdadero Cordero sacrificado en la
Cruz y su Sangre derramada, con la cual sellaría la Nueva Alianza.
El Cuerpo entregado
y su Sangre derramada hacen de la muerte de Cristo un sacrificio singular:
sacrificio de alianza, que sustituye la Antigua Alianza del Sinaí por
esta Nueva Alianza, en la cual el Cordero es Cristo, y en la que
no se derrama sangre de animales, sino ¡nada menos! que la del mismo Hijo de
Dios.
Y todo este
sacrificio de Jesús, para nuestra redención. Y esta Nueva Alianza es
perfecta, puesto que Jesús nos redime de nuestros pecados y nos asegura para
siempre el acceso a Dios y la posibilidad de vivir unidos a Él, mediante la
recepción de su Cuerpo y de su Sangre en la Comunión, Sacramento de salvación
que nos dejó instituido en el primer Jueves Santo de la historia y que con
razón celebra nuevamente la Iglesia en la Fiesta de Corpus Christi.
El significado de
este “Misterio de Fe” que es la presencia real de Jesucristo en la Hostia
Consagrada que el mismo Señor se nos ofrece como alimento, es la vez, el
sacrificio de Cristo. En la institución
de la Eucaristía. Jesús toma el pan en la mano, lo parte y dice: “Tomen y coman
todos de él, porque este es mi Cuerpo que será entregado por ustedes.” Ya su
Cuerpo, el mismo que nos había ofrecido en la Ultima Cena –el mismo que nos
ofrece en cada Eucaristía- estaba siendo entregado en la cruz.
Luego, Jesús con el
cáliz de vino entre sus manos. Toma un sorbo y dice: “Toman y beban. Este
es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza Nueva y Eterna, que será
derramada por ustedes y por todos para el perdón de los pecados. Hagan esto en
memoria mía”.
3.
El sacrificio de
Jesús y nuestro sacrificio.
“Orad, hermanos,
para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios, Padre todopoderoso”.
Cristo quiso
integrar a su Iglesia a su sacrificio redentor para hacer suyo el sacrificio
espiritual de la Iglesia (I. de E. 13b). En la Misa, la Iglesia, no solamente
ofrece al Padre el sacrificio de Cristo: Sacrificio Sacramental, sino que
ofrece a la misma vez, su mismo sacrificio espiritual. De manera que la
Iglesia, Cuerpo de Cristo, participa en la Ofrenda de su Cabeza, con Cristo se
ofrece totalmente. En la Misa el sacrificio de Cristo y el Sacrificio de la
Eucaristía, son un único sacrificio de manera que el Sacrificio de Cristo es
también el Sacrificio de los miembros de su Cuerpo. Nosotros en la Misa, nos
unimos con Cristo para ofrecernos al Padre, con un Sacrificio Espiritual, de
manera que podemos afirmar que sobre el altar están dos ofrendas, la de Cristo
y la de la Iglesia.
¿Qué podemos ofrecer con Cristo
al Padre en la Misa? ¿Cuál es nuestro Sacrificio? Recordemos que por las
Palabras de la Consagración y por la acción del Espíritu Santo, el Pan y el
Vino son transformados en un Cristo vivo que ofrecemos como Hostia Viva al
Padre por la salvación de los hombres: “Esto
es mi cuerpo que será entregado por Vosotros, esta es mi Sangre que será
derramada por Vosotros”. “Haced esto en Memoria mía”.
Este es el “Mandamiento de
Jesús”, pide que hagamos lo que Él hizo: partió el Pan, es decir, se fraccionó,
se inmoló, se entregó como ofrenda viva al Padre por los hombres. Él quiere que
nosotros repitamos su gesto: “Que nos inmolemos y ofrezcamos en la presencia de
Dios como “Hostias vivas, que ese sea nuestro culto espiritual” (cfr Rom 12,
1). Ofrecemos nuestra vida, nuestra alabanza, sufrimientos, oraciones,
trabajos, humillaciones, que todo lo que hagamos se una a Cristo, para que Él
se lo ofrezca al Padre. Nosotros ya no ofrecemos la sangre de toros ni de
machos cabríos. Podemos decir con Jesús: “Sacrificios y holocaustos no te han
agradado, pero, heme aquí Oh Dios, para hacer tu voluntad (Hb 10, 9). Nosotros
hoy, podemos ofrecer con Jesús en la Misa: nuestro cuerpo y nuestra sangre, es
decir, nuestra vida para que seamos una “alabanza de la gloria de Dios” (Ef 1,
13); ofrecemos el pan y el vino que somos nosotros; ofrecemos nuestro
sufrimiento, oración, trabajo, sus fracasos y humillaciones… (Catic 1368).
4.
¿En qué consiste nuestro sacrificio
espiritual?
La sangre de Cristo derramada en la cruz
para perdón de los pecados y bebida en la Eucaristía, Jesús nos une a su vida
ofrecida a Dios y convierte nuestra vida en Eucaristía, en sangre derramada por
amor, el don de Dios para los demás. Al beber la Sangre derramada, nos
adherimos a Cristo hasta la muerte y se cumple entonces la Profecía de la Nueva
Alianza: la Nueva Ley, la Ley del Amor sellada en nuestro corazón.
El
sacerdote se ofrece con Cristo al Padre e invita a los fieles a hacer lo mismo,
cada uno según su naturaleza: “Oren
hermanos para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios
Todopoderoso”. Al celebrar la Eucaristía renovamos el sacrificio de la Nueva
Alianza, y renovamos nuestra comunión con Jesús, con los demás y con Dios.
Nuestro sacrifico “Consiste en someter nuestra voluntad a la voluntad de Dios”.
Para eso somos, por amor de Cristo, sacerdotes, profetas y reyes, servidores y
ministros de la Nueva Alianza (1 Pe 2, 9; 2 Cor 3, 6). Al someter nuestra voluntad a la voluntad de Dios,
estamos sellando nuestra Alianza y nuestra Comunión con Dios y con la Iglesia,
estamos renovando nuestro Bautismo y estamos dando nuestro “sí” a Dios y a la
Comunidad fraterna; estamos diciendo que sí queremos ser Comunión, Alianza,
Comunidad solidaria y fraterna.
Por
el Bautismo, todos los bautizados, participan del sacerdocio común y real de
los fieles, por lo mismo, pueden ofrecer su sacrificio espiritual, cada uno de
los participantes de la Misa, todo bautizado puede ser, a la vez, sacerdote,
víctima y altar para ofrecer un sacrificio, ser víctima y a la misma vez altar:
ofrecerse en el altar de su corazón, el sacrificio de aceptar y someterse a la
voluntad de Dios. Llevar una vida digna como la de Cristo que se pasó la vida
haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo (Hch 10, 38). El
culto espiritual que todo bautizado debe y puede ofrecer a Dios, es aceptar ser
“sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cfr Rom 12, 1). Es un culto que se
ofrece por amor, y por lo mismo exige nuestra comunión con Cristo, morir al
pecado y la disponibilidad de vivir para el Señor (cfr Rom 6, 11; Gál 5, 24).
5.
Cuerpo y Sangre.
La Eucaristía es Cuerpo entregado
y sangre derramada por amor. Es muy importante entender que “cuerpo y sangre”
es una frase semítica que significa “toda la persona”. Al decir que el pan y el
vino se convierten en el “cuerpo y sangre, decimos que el pan y el vino se
convierten, por las palabras de la consagración y la acción del Espíritu Santo,
en la “persona de Cristo”: “cuerpo y sangre, alma y divinidad”.
El cuerpo de Jesús entregado por
amor a su Padre y a los hombres es su misma vida, desde su nacimiento en Belén
para cumplir las Escrituras. Perseguido desde pequeño, huye con sus padres a
Egipto y acepta vivir pobre en Nazaret. Obedece con la amor la voluntad de su
Padre y hace de ella la delicia de su vida, hasta llegar a decir: “Mi alimento
es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (cfr Jn 4, 34). Todo
lo que Él hizo con un corazón lleno de compasión, desde sus entrevistas con
Nicodemo, la Samaritana, Zaqueo; sus milagros y sus exorcismos; el aceptar que
como Mesías tenía que padecer antes de entrar en gloria. Durante toda su vida
su corazón fue su altar donde él por amor se ofreció al Padre.
La sangre que ofrece Jesús es
sangre derramada, es decir, Jesús se ofrece hasta la muerte, y muerte de cruz. Jesús
va a morir con una muerte violenta para el perdón de los pecados y la
reconciliación de los hombres con Dios y entre ellos mismos. Jesús al derramar
su sangre nos abre el camino hacia Dios para que podamos entrar a su presencia
con un corazón redimido, reconciliado, perdonado.
La sangre que ofreció Cristo,
significó toda su vida, fue el sacrificio que ofreció a Dios en favor de toda
la humanidad. La carta a los Hebreos nos dice: “Ya no le agradaron los
sacrificios de sangre de animales y entonces yo tomo un cuerpo y digo: aquí
estoy Padre para hacer tu voluntad”. (Heb 10, 7).
5.
La
“Fracción del pan” es la Eucaristía.
Objetivo: Mostrar la necesidad de entender el sentido de la Eucaristía para aceptar
libre y conscientemente el mandamiento de “Hagan esto en conmemoración mía.
Iluminación: Juan Pablo II, nos lo dijo con toda claridad: El
encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita en la Iglesia y en cada
cristiano, la exigencia de Evangelizar y dar testimonio de la muerte y la
Resurrección de Jesucristo, recordando las Palabras del Apóstol: “Cada vez que
coméis de este Pan y bebéis de esta copa, proclamareis la muerte del Señor
hasta que vuelva” (1 Cor 11, 26). La fe cristiana se anuncia, se vive, se
celebra y proclama.
1. Jesús: Amor entregado.
Toda la vida de Jesús fue una
entrega a su Padre en servicio a los hombres: “Se pasó la vida haciendo el
bien, liberando a los oprimidos por el diablo” (Hch 10, 38). Al final de sus
días lo mataron por medio de gente malvada, pero Dios lo resucitó de entre los
muertos y lo sentó a su derecha. Es el mensaje de los Apóstoles el día de
Pentecostés, el hombre Cristo Jesús, el profeta de Dios. El que había dicho:
“Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10), ha muerto y
ha resucitado para ser Señor de vivos y muertos, para ser alimento de vida
eterna.
2.
Dios inventó la
Eucaristía.
¡Quédate con
nosotros, Señor porque atardece y el día va de caída! (Lc 24, 28). Es la
invitación que los discípulos de Emaús hacen a su Maestro, después de que Él,
les ha explicado las Escrituras y a ellos les ardía el corazón. ¡Quédate con
nosotros!, es el anhelo más profundo del corazón, Jesús acepta la invitación y
entra en la casa de los discípulos a eso ha venido ¡a quedarse! Y a quedarse
para siempre, es su promesa: “Estaré con ustedes todos los días, hasta la
consumación de los siglos” (Mt 8, 20) y para estar siempre con los hombres,
Cristo Jesús inventa “LA EUCARISTÍA”.
Podemos
recordar que Jesús es Emmanuel: “Dios con nosotros”, “Dios entre nosotros” y
“Dios a favor de nosotros”. Y con esta presencia en la Eucaristía, Cristo se hace presente, a lo largo de los
siglos, el Misterio de su muerte y de su Resurrección. En ella, se le
recibe a Él en persona, “Pan Vivo que ha bajado del Cielo”. Jesús inventó la
Eucaristía para ser luz, alimento de su Cuerpo que es la Iglesia y
perpetuar por su medio su Muerte y Resurrección.
3.
El Camino de Emaús.
¡Volvamos a
la experiencia de Emaús! Jesús se sentó a la mesa con los discípulos, tomó el
Pan en sus manos, dio Gracias, lo bendijo, lo partió, y en ese momento a ellos
se les abrieron los ojos y reconocieron al Señor, al partir el Pan. Esta es la
primera misa que Jesús celebra el mismo día de la Resurrección. Jesús
desaparece ante la vista de los discípulos, pero permanece en el Pan convertido
en su cuerpo y en el vino convertido en su sangre. Los discípulos de Emaús,
vuelven gozosos a Jerusalén a reencontrarse con los demás discípulos y asumir
la misión de llevar a Jesús “a todas las naciones” (Lc 24,47): la obra de Jesús retoma su camino. La Cruz
no fue un fracaso, el grano de trigo murió, pero ha resucitado, y está dando
frutos en abundancia.
4.
El camino de Emaús es nuestra vida.
Muchas veces
caminamos en la vida como los testigos de Emaús: sin sentido y sin esperanza.
Diciendo: todo fue inútil, creíamos que él era nuestro Liberador”, y luego para
que… todo terminó en la Cruz. Nosotros decimos: hago oración y parece que Dios
no me escucha; trabajamos y no vemos frutos y dan ganas de abandonar el
misterio; pero el Señor Jesús se nos acerca y nos da su Palabra, para que
recobremos nuevos ánimos., y vuelve a surgir el grito de nuestro interior:
“Quédate con nosotros, porque se hace de noche”.
Sin la luz de su Palabra, pronto
sería de noche y dejaríamos de ver, seríamos ciegos y necios, hombres sin
esperanza y sin sentido de la vida. La Palabra nos revela el claro proyecto de
Dios, se revela en Jesús porque quiere permanecer con nosotros eternamente, se
puede comer a Jesús, escuchando su Palabra, creyendo en Él y se puede comer a
Jesús a través del Pan Eucarístico.
De esa
primera Misa ha nacido la iglesia misionera que somos nosotros. En nuestro
caminar, de hecho, Emaús inaugura una cadena milenaria de Eucaristías; cada vez
que, en nuestro camino, decimos: “Quédate con Nosotros”, El responde en la mesa
Eucarística que nosotros le preparamos, dándonos su pan y su cuerpo, su vino y
su sangre y a través de ellos, lo reconocemos y somos sanados, perdonados,
fortalecidos, unidos por Él y en Él, haciendo realidad hoy sus palabras: “El que
me come, vivirá por mí” (Jn,6, 57).
Juan Pablo
II, nos lo dijo con toda claridad: El encuentro con Cristo en la Eucaristía
suscita en la Iglesia y en cada Cristiano, la exigencia de Evangelizar y dar
testimonio de la muerte y la Resurrección de Jesucristo, recordando las
Palabras del Apóstol: “Cada vez que coméis de este Pan y bebéis de esta copa,
proclamareis la muerte del Señor hasta que vuelva” (1 Cor 11, 26). La fe
cristiana se anuncia, se vive, se celebra y proclama.
5.
Partir el pan y beber la copa.
El primer nombre con el cual se llamó a nuestra Misa
fue la “fracción del pan” (cf Hech 2, 42; 20, 7; Lc 24, 28s) Partir pan
significa para Jesús “ofrecerse como hostia viva al Padre”; significa
sacrificarse, dándose y entregándose por la salvación de la Humanidad;
significa inmolarse en la presencia de Dios a favor de toda la humanidad;
significa no vivir para sí mismo, sino, para los demás. Antes de ser
“presencia” “banquete” y “sacrificio” la Eucaristía no descubre cómo vivió
Jesús: abrazando al voluntad de su Padre y empeñado en la construcción del
“Proyecto de Dios para la Humanidad”: Un Reino de amor, paz y justicia para
todos los hombres.
En la última cena, el Señor Jesús
dejó a su Iglesia su más hermoso legado: “Esto es mi cuerpo… esta es mi Sangre…
que será entregado y derramada por vosotros. “Hagan esto en Memoria Mía”. Es un
Mandamiento, es una invitación gozosa, no sólo, a actualizar el memorial de la
Muerte y Resurrección hasta que el Señor vuelva, sino también a vivir como
Jesús vivió: haciendo el bien y amando a los suyos. Los cristianos sabemos qué
tanto, en la Iglesia como en el Reino de Dios, nadie vive para sí mismo, sino
para el Señor y para los demás. Vivir para los demás compartiendo con ellos los
dones de Dios, reconociendo en los otros la “dignidad humana y cristiana”,
siendo solidario y servicial con todos, tal como lo pide el Mandamiento Regio
de Jesús (Jn 13, 34-35)
En la “Ultima cena” Jesús celebró
toda su vida, desde su nacimiento hasta su muerte como “Don del Padre” a los
hombres y como “Don de sí mismo”. Toda su vida fue un vivir dándose y
entregándose a los suyos hasta el extremo. La última cena es la hora a la que Él
había hecho referencia diciendo: “Cuanto he deseado celebrar esta Pascua con
ustedes” (Lc 22, 15). Es la noche en la que fue entregado, y es la noche en la
que Él se entregó anticipadamente: “instituyó el Sacrificio Eucarístico de su
Cuerpo y de su Sangre”. Y lo dejó a su Iglesia como el “don por excelencia”. Don de sí mismo, de su persona, en su santa
humanidad y divinidad, además, de su obra de Salvación. Cuando la Iglesia
celebra la Eucaristía memorial de su muerte y su resurrección, se hace
realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la
obra de nuestra redención.
6. El Mandamiento de Jesús.
"Haced
esto en memoria mía". Asistir a Misa es cumplir este
mandato del Señor. Y no es sólo una memoria histórica, es una memoria que lo
hace presente. Jesús te invita y se te entrega… no responder, ser indiferente a
su llamado, sería un desprecio bastante considerable.
El
Concilio Vaticano II afirma que la Eucaristía contiene todo el bien espiritual
de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y nuestro Pan vivo que, a
través de su “Carne resucitada, vivificada por el Espíritu Santo”, da vida a
los hombres, invitados así, y conducidos a ofrecerse a sí mismos, con sus
trabajos y todas las cosas, juntamente con Él. Por lo cual, la Eucaristía
aparece como fuente y culminación de toda evangelización (Presbyterorum
Ordinis, n. 5) (Ver también Documento de Puebla, n. 923).
“Hagan esto en memoria mía”, es
una invitación amorosa de Jesús a los suyos a vivir como él vivió; invita a ser como él: vida donada, entregada;
vida que se reparte como alimento y como
bebida para todos. La Eucaristía nos hace ser eucaristía, es decir regalo de
Cristo para los hombres.
7.
La Eucaristía es una escuela de Amor.
Escuela
del Amor más grande. En la Eucaristía aprendemos a dar la vida y a no guardarla
para nosotros mismos. Aprendemos a darla por todos los hombres sin excepción.
Y, además, es el Señor el maestro que nos enseña dándose Él por amor a todos
los hombres hasta la muerte. ¡Qué bueno es celebrar la Eucaristía y preparar
sitio para todos los hombres! Muy especialmente, buscar y hacer sitio para
quienes se sienten excluidos, rechazados, maltratados, no reconocidos, ausentes
en el concierto al que Dios nos ha convocado a todos los hombres. Es bueno
mientras vamos acompañando al Señor decirle: “Señor mío y Dios mío”. Son las
palabras que Tomás apóstol dijo ante Cristo resucitado que lo invitaba a creer
en Él.
Y es que la Eucaristía dilata el corazón hasta hacer posible
que entren todos los hombres en mi corazón. Por todos doy la vida, me preocupo
y ocupo.
Alma de Santifícame. Cuerpo de Cristo sálvame Sangre de Cristo embriágame.
Agua del costado de Cristo lávame. Pasión de Cristo confórtame. Oh buen Jesús
óyeme. Dentro de tus llagas escóndeme. No permitas que me aparte de Ti Del
enemigo malo, defiéndeme. En la hora de mi muerte llámame y mándame ir a Ti,
para que con tus Santos te alabe, por los siglos de los siglos. Amén.
6.
La Eucaristía
edifica a la Iglesia
Objetivo: Dar a conocer la importancia de la celebración
eucarística como fuente y culmen de toda acción pastoral en la edificación de
la Iglesia: Sacramento de amor.
Iluminación: “Asistían
asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la Comunión, a la fracción del
Pan y a las oraciones (Hch 2, 42). “La
Eucaristía es fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (LG 11). “La Sagrada
Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es
decir, Cristo mismo, nuestra Pascua” (PO 5).
1.
La Eucaristía edifica la Iglesia, y la
Iglesia hace la Eucaristía.
Los Apóstoles al comer del cuerpo y beber la sangre de Cristo en el
Cenáculo, entraron por primera vez en comunión sacramental con Cristo. Desde
aquel momento y hasta la consumación de los siglos la Iglesia se edifica a
través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por nosotros en
el altar de la Cruz (I. de E. 21c).
La Eucaristía es el Sacramento
de la Comunión; Comunión con Dios y comunión entre los fieles que comulgan, une
al cielo con la tierra.
Al unirse a Cristo el Pueblo de la Nueva Alianza, éste se convierte en
“Sacramento de salvación” para la humanidad, en obra de Cristo, en “luz del
mundo y sal de la tierra” para la redención de todos (Mt 5, 13; I. de E. 22)
Cuando
recibimos el “Cuerpo Eucarístico” recibimos el don de Cristo y de su Espíritu. Cristo y el Espíritu son
inseparables, son las manos de Dios, en la Redención y Santificación de la
Comunidad de la Nueva Alianza. La Eucaristía construye la Iglesia como
“Comunidad fraterna, solidaria y misionera”.
La
Comunidad primitiva de Hechos de los Apóstoles, nos da un ejemplo de esto:
“Asistían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la Comunión, a la
fracción del Pan y a las oraciones (Hch 2, 42). Estos cuatro elementos son el
fundamento de toda comunidad cristiana cimentada en la verdad, en el amor y en
la vida (Jn 14, 6), y que por lo mismo debe estar centrada en la Eucaristía, alimento y fuerza de los fieles.
Juan
Pablo II, en la Iglesia de Eucaristía, de acuerdo con el Vaticano II nos ha
dicho: “No se construye ninguna
comunidad cristiana, sí ésta no tiene como raíz y centro la celebración de la
Sagrada Eucaristía” (I. de E. 33; PO 6). Es una lástima que sean muchos los
que asisten a la Misa y no comulgan, ya sea porque no creen en la presencia
real de Cristo en las “especies eucarísticas”, porque no están preparados o
porque no tienen hambre del Pan vivo o porque no se creen dignos (falsa
humildad).
El
Cristo que recibimos en la Eucaristía es, verdaderamente el mismo que vivió,
enseñó y murió en Palestina hace más de dos mil años. Pero al mismo tiempo es
mucho más que eso. El Jesús que recibimos es el Cristo resucitado que está con
nosotros, vivo y activo en la Iglesia y en el mundo. Es “el cuerpo y la sangre,
alma y divinidad”, “toda la persona” de Cristo “resucitado y glorificado”. Es
el que recibimos en la sagrada comunión.
2.
La exigencia para comulgar.
Para
recibir el Sacramento de la Comunión, el Papa, nos recuerda la exigencia de
estar en estado de Gracia por medio de la cual participamos de la naturaleza
divina (1 de Pe 1, 4). El mismo Apóstol nos dice: “Examínese, pues cada cual,
para que no coma el pan y beba de la copa indignamente (1 Cor 11, 28). El
Catecismo de la Iglesia nos recuerda no pasar a comulgar con una conciencia
manchada y corrompida; Al estar en pecado grave se debe recibir el Sacramento
de la Reconciliación antes de pasar a comulgar (Catic 1335). La Eucaristía y la
Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí que ayudan a
los fieles a estar en un continuo proceso de conversión.
Lo
que nos pide el Señor para participar dignamente del “Banquete de Bodas” es el “vestido de fiesta”, la pureza o limpieza de
corazón. Qué estemos reconciliados con él y con los hermanos, y el lugar para
reconciliarnos con Dios es el sacramento de la Confesión. Con tristeza, con
firmeza y a la misma vez con una gran caridad hemos de recordar que las
personas que viven en unión libre, en
amasiato o en una situación de adulterio permanente, no deben pasar a comulgar,
sería recibir indignamente el cuerpo de Cristo. Pero no por eso deben sentirse
rechazadas por la Iglesia que es Madre y Maestra, y sufre con esta situación de
muchos de sus hijos. Estás parejas pueden y deben venir a la Misa, escuchar la
Palabra de Dios, hacer oración, practicar la caridad, dar testimonio, hacer
actos de fe, esperanza y caridad, practicar otras virtudes cristiana y “hacer
una comunión espiritual”, abriendo su corazón al Señor que tiene sus caminos
para llevar a sus fieles a la salvación por la fe en Cristo Jesús y a la perfección
cristiana (cfr 2 Ti, 3, 14ss).
3.
La Eucaristía
como “Culto existencial”
Al
salir de “Misa”, fuera del templo, somos portadores del Amor
de Cristo que se nos ha dado en el Pan de la Eucaristía, hemos de irradiarlo
por donde vayamos pasando haciéndonos prójimos al estilo del Buen Samaritano de
todos los hermanos que encontremos a nuestro paso, sin discriminación o
“acepción de personas”. Cuando damos un
trato “según Cristo” comprenderemos que “Participar
en la Misa es un compromiso para vivir el misterio de “Comunión”, al estilo de
la primera comunidad para quien la Eucaristía él era el centro de la vida
comunitaria.
Pablo
nos exhorta: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a
que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a
Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual” (Rom 12, 1). Con la
disponibilidad de hacer la voluntad de Dios en cada situación de nuestra vida;
con la disponibilidad de salir de sí mismo para ir al encuentro del pobre, del
necesitado, de los demás para iluminarlos con la luz del Evangelio; y con la
disponibilidad de dar la vida por realizar los otros dos objetivos. La
Eucaristía: Sacramento del Amor, nos trasforma en “regalo de Cristo a los
hombres”. Amén, Amén.
4.
Cinco llaves
para entender la Eucaristía.
Muchas
son las personas que no entienden lo que está pasando a lo largo de la
celebración de la eucaristía, y algunos se aburren al no encontrarle en sentido
a la Misa. Sabemos que se trata del Sacramento de nuestra fe. Lo esencial es
creer que Jesús está presente en el Pan y en el Vino que se han consagrado por
las palabras de la consagración y por la acción del Espíritu Santo”.
La primera llave
es el “silencio”.
Para lograrlo hay que tener recogimiento interior. El silencio ha de ser
interior y exterior. Cuando nuestro corazón está lleno de preocupaciones
estériles, estamos llenos de ruidos que impiden que el Espíritu haga oración en
nuestro interior de acuerdo a las palabras de la Escritura: No sabemos orar
como conviene pero el Espíritu Santo ora e intercede por nosotros. El hombre de
hoy tiene miedo hacer silencio, y solo en el silencio del corazón puede escuchar
la voz de su conciencia.
La segunda llave
es la “contemplación”. Mirar con los ojos del corazón, con los ojos de la
fe a Aquel que sabemos que se entregó por todos los hombres y que está presente
en la Eucaristía. Él mismo es nuestra Eucaristía.
La tercera llave
es “la oración”.
A Misa vamos a orar, y en ella podemos encontrar todas las formas de oración
cristiana que queramos. Desde la oración de pedir perdón, dar gracias,
silencio, acogida, ofrecimiento, vaciamiento, experimentar el amor de Dios y
muchas más. En la Misa oramos como hijos de Dios y como hermanos de los demás.
La cuarta llave
es la “caridad”.
La caridad es la vida de Dios derramada en nuestros corazones con el Espíritu
Santo que se nos ha dado (cfr Rom 5, 5) Es donación, entrega abandono en las
manos de Dios, es disponibilidad de hacer la voluntad de Dios, de servirlo en
los demás; es disponibilidad de ofrecerse y dar la vida como sacrificio con
Cristo por la causa del Reino de Dios.
La quinta llave
es “la escucha”.
Escuchar la voz de Dios que habla a nuestro corazón para animarlos,
exhortarnos, motivarnos, enseñarnos y corregirnos. Cuando escuchamos a Dios en
la Misa nuestro corazón arde, nuestra mente es iluminada con la luz de la
verdad y nuestra voluntad se fortalece para orientar nuestra vida en la
“Voluntad de Dios”. De la calidad de la “escucha” será nuestra fe, es decir,
nuestra confianza en el Señor, nuestra obediencia a su Palabra, nuestra
pertenecía y nuestra consagración a Él: “estoy a la puerta y llamo, si alguno,
escucha mi voz y me abre la puerta, Yo entro, y ceno con él y el conmigo” (Apoc
3, 20)
Estas
cinco “llaves” son manifestación de nuestra apertura a la acción del Espíritu;
son expresión del verdadero culto a Dios, y su eficacia depende de la fusión de
todas ellas: sin silencio no hay escucha, sin la escucha no se da el diálogo
que es la oración, y sin la oración, no hay caridad, ésta es el alma y la
fuerza de la oración.
7. Denles Ustedes de Comer
Objetivo: Enfatizar la
importancia de vivir el Evangelio del servicio a favor de los más necesitados
para poder configurase con Jesús Maestro y Señor de sus discípulos.
Iluminación: “Qué tengo que no haya recibido
de Dios, y si lo recibí de Dios para qué presumir, mejor pongámoslos al
servicio de quien los necesite” (1Cor 4,7).
1.
El mandato de
Jesús.
Para
profundizar en el mandamiento de Jesús: “denles ustedes de comer”, nos tenemos
que remontar a la primitiva comunidad de Jerusalén, sólo así entenderemos como la
Iglesia fue capaz de derrotar al imperio más poderoso del mundo y extender el
Cristianismo hasta los confines de la tierra. El éxito del proyecto no se debió
a una pastoral cimentada en grandes y elocuentes discursos sino en la práctica
de la Caridad. Las comunidades y los cristianos eran hospitalarios,
misericordiosos y compasivos. Cuando llegaba una familia a la ciudad la atendían,
le buscaban hospedaje y que no pasara necesidades. Los peregrinos eran siempre
bien acogidos y a nadie se le daba la espalda, los enfermos eran atendidos en
casas particulares, fueron los primeros hospitales de la Iglesia, existía una
preocupación común de que nadie pasara necesidades, los bienes se ponían en
común y había un servicio privilegiado para los más pobres o los menos
favorecidos, los huérfanos, las viudas y extranjeros. Viendo este testimonio la
gente decían “miren como se aman” (Hech
) y muchos se iban incorporando a
las nuevas comunidades cristianas, tanto en Jerusalén, Antioquía, Siria, Roma,
Efeso, hasta que el imperio fue derrocado y el cristianismo se convirtió en la
religión oficial de Roma.
2.
La enseñanza de
los Apóstoles.
“Asistían
a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las
oraciones” (Hech 2, 42). ¿Qué enseñaban los apóstoles? Enseñaban lo que Jesús
les había enseñado a ellos: a vivir en comunión con Dios como hijos y con los
demás como hermanos, los apóstoles aprendieron de Jesús el arte de vivir en
comunión con Dios y con los hermanos. Jesús enseñó a sus apóstoles a descubrir
el sentido de la vida, amándose, amando, dándose y entregándose en servicio a
los demás. Jesús enseñó el camino de la verdad y del amor que llevan a la Paz,
por la práctica de la justicia y del compartir, tanto los bienes materiales
como los intelectuales y los espirituales.
3.
¿Cómo enseñaba
Jesús?
Jesús
enseñaba con autoridad porque él decía lo que él ponía en práctica. Enseñaba con
sus palabras, con sus milagros, con sus exorcismos y con su estilo de vida.
Jesús con su Palabra llenaba de alivio, consuelo, paz y alegría a quienes la
escuchaban con fe y atención. Él enseñaba
que el reino del mal había llegado a su término y que ahora comenzaba el
reinado de Dios. Un Reino de Amor, de Paz y de Justicia. Reino en el cual nadie
vive para sí mismo: todos somos iguales y vivimos para el Señor y para los
hermanos (cfr Rm 14, 7- 8). Jesús hablaba de una “Presencia” que hacía posible
la conversión y la construcción de una comunidad fraterna.
4.
El
relato de Marcos.
Se
fueron con Jesús en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron
marcharse y muchos cayeron en cuenta y fueron allá corriendo, a pie, de todas
las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente,
sintió compasión de ellos pues estaban como ovejas que no tienen pastor y se
puso a enseñarles muchas cosas. Era ya una hora muy avanzada cuando se le acercaron
los discípulos le dijeron, el lugar está deshabitado y ya es hora avanzada.
Despídelos para que vayan a las aldeas y pueblos del contorno a comprarse de
comer.
Él
les contestó: “Denles ustedes de comer”. Ellos le dicen: ¿Vamos nosotros a
comprar doscientos denarios de pan para darles de comer? Él les dice: ¿cuántos
panes tenéis? Id a ver. Después de haberse cerciorado le dicen cinco y dos
peces, entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos sobre la verde
hierba. Y se acomodaron por grupos de 100 y de 50 y tomando los cinco panes y
los dos peces, y levantando los ojos al cielo pronunció la bendición, partió
los panes y se los iba dando a los discípulos para que se los fueran sirviendo.
También repartió entre ellos los dos peces. Comieron todos y se saciaron y
recogieron las sobras, doce canastos llenos y también lo de los peces. Los que
comieron los panes fueron cinco mil hombres (Mc 6,32-44)
5.
¿Qué nos pide Jesús?
Jesús pide a sus discípulos vivir como Él
vivió: dándose y entregándose a los hombres para liberarlos de las fuerzas
opresoras del mal; así ellos podrán difundir la caridad, mediante la práctica
del mandamiento nuevo, que representa el magistral resumen del Decálogo divino
entregado a Moisés en el Monte Sinaí. En la vida de cada día se nos ofrece la
posibilidad de encontrar hambrientos, sedientos, enfermos, marginados,
emigrantes. Como cristianos estamos invitados a mirar con mayor atención a sus
rostros sufrientes; rostros que testimonian el desafío de la pobreza de nuestro
tiempo.
Los
obispos de México han afirmado enfáticamente que la vocación cristiana incluye
el llamado a construir comunidades fraternas y justas; el compromiso de servir
al hermano y buscar caminos de justicia, para ser así, constructores de paz.
6.
¿Hemos captado la Intención del Maestro?
Marcos nos dice: “Sintió compasión de ellos
porque andaban como ovejas sin pastor”. Ovejas, dispersas, cansadas,
confundidas por la enseñanza de los falsos pastores y de los falsos profetas,
de los brujos, adivinos y albureros. Jesús Maestro enseña, les habla del Reino
de Dios, atiende a las ovejas enfermas y reúne a las ovejas dispersas.
Nosotros fácilmente nos quedamos con el “poder
milagroso” de Jesús: ¡alimentar a cinco mil personas con solo cinco panes y dos
peces. Veces vamos un poco más allá y vemos a Jesús como Aquel que satisface
todas nuestras necesidades. ¿Qué pide Jesús a sus discípulos que manifiestan
poca fe? Que se mantengan pacientes, solidarios y misericordiosos frente a
millones de personas y familias que viven en la miseria y pasan hambre: “denles
ustedes de comer” con el Pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía y además
los compromete a construir el reino de la Paz y de la Justicia.
8. La Eucaristía mesa para la
reconciliación.
Objetivo: Enseñar la relación entre los
sacramentos de Eucaristía y
Reconciliación para reconocer la importancia de acercarse a comulgar con
el vestido de bodas para no comulgar indignamente.
Iluminación: La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida
eclesial y proyecto de solidaridad para toda la humanidad, actualiza en todos
los discípulos misioneros de Jesucristo la vocación y misión de ser artífices
de la paz. En efecto, quien participa en la Eucaristía de manera activa,
consciente y responsable, “aprende de ella a ser promotor de comunión, de paz y
de solidaridad en todas las circunstancias de la vida”. (Qué en Cristo
nuestra paz, México tenga vida digna).
1.
Eucaristía
y Reconciliación.
La
Eucaristía es el Sacramento del Amor y de la Paz. En ella somos perdonados y
reconciliados. “Si, pues, al presentar tu
ofrenda en el altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu
ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano”
(Mt 5, 23-24). No celebraríamos dignamente la Eucaristía sí estamos oprimiendo
o explotando a nuestros hermanos; si estamos tomando ventaja de ellos o si
hemos dado falso testimonio contra ellos. Deja tu ofrenda frente al altar,
significa que la “persona” de tu prójimo es más importante que tu ofrenda.
“Que si vosotros
perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro
Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre
perdonará vuestras ofensas” (Mt 6, 14- 15) La reconciliación con Dios y con los
hermanos pide pedir perdón a quien hemos ofendido y dar perdón a quien nos ha
ofendido, sólo entonces nuestras oraciones serán poderosas y podrán llegar
hasta el mismo corazón de Dios.
No
podemos celebrar correctamente el Sacramento de la Comunión con Dios si estamos
peleados o divididos o si existe cualquier tipo de marginación o
discriminación. “La Comunidad de los justos debe estar siempre abierta a los
que no lo son, para ofrecerles el don del perdón misericordioso de Dios”.
El
Cuerpo de Cristo no puede estar dividido. La Eucaristía es la comunión del
cristiano con Dios, por el cuerpo y la sangre de Cristo, en el Espíritu Santo;
al mismo tiempo que la comunión es la unidad de la comunidad. Cuando hablamos
del cuerpo y la sangre de Cristo estamos hablando de la persona de Jesucristo
que es inseparable del Espíritu Santo. Al recibir la comunión sacramental
entramos en comunión con Dios y con todos los miembros del Cuerpo de Cristo, la
Iglesia. Al no estar en comunión con la Iglesia, recibiríamos la comunión
indignamente, por eso hemos de buscar el sacramento de la reconciliación para
limpiar nuestras conciencias de los pecados que llevan a la muerte (cfr Heb 9,
14).
2.
La
reconciliación
“Todo
el que está en Cristo es hombre nuevo, lo viejo ha pasado lo que ahora hay es
nuevo” (1 Cor 5,17). Lo viejo es el pecado que engendra la muerte y nos priva
de la gracia salvadora de Cristo. Lo viejo es el corazón de piedra; una mente
embotada y una voluntad débil; lo viejo es una vida de mentiras, odios e
injusticias; que hacen a los hombres llevar una vida arrastrada. Lo nuevo es el
amor, la verdad, la justicia, la libertad, el gozo, la paz… Escuchemos el grito
del Apóstol, y con él, de toda la Iglesia: “Reconciliaos con Dios, os lo repito
reconciliaos con Dios” (2 Cor 5, 20).
3.
¿Qué
significa reconciliarse?
Reconciliarse
significa volver a ser hijos; volver a ser hermanos; volver a ser padres,
esposos y amigos. Significa restablecer la Alianza de Comunión, de solidaridad,
de amor con Dios y con la Iglesia. Significa volver a los brazos del Padre de
las Misericordias; al Dios de todo consuelo. Significa volver a Casa: “volver a
la armonía interior y exterior” que en Cristo el Padre ofrece a la humanidad.
4.
Signos
de la reconciliación de Jesús.
V Jesús acoge a
los publicanos y pecadores, se sienta con ellos a la mesa y se hace amigos de
ellos para enseñarnos que los pecadores también son llamados a sentarse a la
Mesa con el Padre celestial.
V San Pablo en la
carta a los Gálatas nos dice: “Llegada la plenitud de los tiempos Dios envió a
su Hijo, nacido de Mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que se
hallaban bajo la Ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba
de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu Santo
de su Hijo que clama en nosotros: Abba, Padre” (Gál. 4, 4- 6). Jesús se hizo
hombre para redimirnos del pecado y traernos el Espíritu Santo que nos hacernos
hijos de Dios.
V Jesús perdonó
los pecados al paralítico, “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mc 2,5) Lucas
nos describe como Jesús perdonó los pecados en casa de Simón el Leproso, a la
mujer que le había lavado sus pies con sus lágrimas y le había secado sus pies
con sus cabellos: “Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados te
son perdonados, porque ha mostrado mucho amor” (Lc 7,47).
V Jesús reconcilió
a Zaqueo con la comunidad que lo odiaba y no lo dejaba conocer al Mesías, como
signo de reconciliación Zaqueo repartió la mitad de sus bienes a los pobres y
se comprometió a regresar cuatro veces más de lo que había robado. (Lc 19,8).
5.
La iniciativa es
de Dios.
San
Juan en su primera carta nos dice: “En
esto consiste el amor: no en que hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y
nos envió a su Hijo como víctima de expiación” (Jn 4, 10) Así lo comprendió el profeta Oseas al
comparar a su esposa adultera con el pueblo de Israel. Dios amaba a su Pueblo:
lo sacó de Egipto, tierra de esclavitud; lo enseñó a caminar, lo llena de
bendiciones, pero el Pueblo ofrecía incienso a los ídolos para agradecerles por
la lluvia, los frutos de la tierra y otras bendiciones (cfr Os 11, 1- 5). El
corazón del profeta henchido de amor hacia su esposa decide poner fin esa
situación de infidelidades, idolatrías y adulterios: “Me la llevaré al desierto; la seduciré; le hablaré al corazón; le
mostraré el Valle del Acor; le regresaré sus villas. Allí me responderá como en
su juventud; me llamará esposo mío, purificaré sus labios y dejará de invocar a
sus ídolos”. (Os 2, 14ss) Lo que Oseas hizo con su esposa, es lo que Dios
quiere hacer con cada pecador que por ignorancia o por soberbia ha dejado la
casa del Padre para irse como el hijo pródigo a un país lejano. En el Evangelio
de Lucas encontramos las parábolas del Padre de toda misericordia:
6.
La misericordia
del Señor.
“Un
padre tenía dos hijos, el menor de ellos le dice padre: dame la parte de
herencia que me corresponde. El padre repartió su herencia y pocos días después
el hijo menos dejó la casa paterna para irse a un país lejano donde derrochó sus
bienes de fortuna viviendo como un libertino (Lc 15, 11ss).
¿Dónde es el
país lejano?
El país lejano es el mundo, en el cual se valora al hombre por lo que tiene,
por lo que derrocha; se le valora por el color de la piel, por los trapos o por
la marca de carro; por el cuerpo bonito o por la élite social a la que
pertenece. En el mundo se pierde la capacidad de decidir por sí mismo…otros son
los que piensan y los que deciden; a aquel joven no se le permitía comer ni
siquiera lo que los cerdos comen… había caído en un estado de descomposición
humana; un simple bosquejo de persona, un hilacho humano… Había caído en la
sepultura de la que nos habla el profeta Ezequiel: “Yo mismo abriré vuestras
sepulturas; yo mismo os sacaré de vuestras sepulturas; “os llevaré a vuestro suelo; os quitaré el corazón de piedra; os daré
un corazón nuevo e infundiré mi espíritu en vuestros corazones” (Ez 37,
12ss). Dios para sacarnos de la sepultura ha enviado a su Hijo (Jn 3, 16; Gál
4, 4-6; Hech 10, 38).
7.
Jesús Pastor
busca a los hijos pródigos.
Jesús
el Señor es un Buscador; busca las ovejas perdidas y descarriadas, y las busca
hasta encontrarlas. ¿Dónde las busca? A donde se han ido a meter: en
situaciones de pecado, de injusticia, de mentira, de odio: Él se mete a los
basureros, e irrumpe en nuestra vida de pecado para decirnos: “andas
equivocado, vuélvete al camino que lleva a la casa del Padre”.
Pregunto:
¿Ya te dejaste encontrar? El que te busca es Cristo Jesús, el Buen Pastor que
da la vida por sus ovejas. ¿Qué significa dejarse encontrar?
·
Reconocer
que tu vida es un caos; que estás vació; que no eres feliz.
·
Reconocer
que te has equivocado; que erraste en el blanco; la regaste,
·
Reconocer
que estas necesitado de ayuda, tu sólo no puedes llegar a la Meta.
·
Reconocer
que esa ayuda está cerca, junto a ti, se llama Cristo Jesús, escúchalo y ábrele
la puerta de tu corazón (Apoc 3, 20)
8.
Los dones del Buen Pastor
El
Profeta Oseas nos habló de unos desposorios del Señor con todo aquel que quiera pertenecer a Jesucristo
y formar parte de su Pueblo santo: “Me
casaré contigo para siempre, me casaré contigo en justicia y en derecho, en
afecto y en cariño: Me casaré contigo en fidelidad y conocerás al Señor”.
(Os 2, 21) Jesús es el Buen pastor y es el Esposo que como novio busca a la
novia para desposarse con ella. Trae en sus manos la dote: tres regalos que
sólo Él puede dar a todo aquel o aquella que se decida a entrar en comunión con
Él:
V El primer regalo
es el don de su Palabra. La Palabra es luz que ilumina y da vida. La Palabra de
Dios nos lleva a tomar de nuestra pecaminosidad.
V El segundo es el
don del perdón y de la misericordia. La Palabra nos lleva a un “juicio” en el
cual Satanás será echado fuera. Pide arrepentimiento y separación.
V El tercero es el
don de la fidelidad y el conocimiento del verdadero amor. Los frutos de la
tierra: la paz y la dulzura espiritual; el gozo que brota de un corazón
reconciliado.
En
las palabras de la consagración Cristo dice: “Este es mi Cuerpo que será
entregado… y esta es mi Sangre que será derramada para el perdón de los
pecados”, nos recuerda a las palabras del Apóstol:
Mas ahora en
Cristo Jesús, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar
cerca por la Sangre de Cristo, porque Él es nuestra Paz: el que de los dos
pueblos hizo uno sólo, derribando el muro que los separaba, la enemistad,
anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear
en sí mismo de los dos un solo pueblo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios
a ambos en un solo cuerpo, por medio de la Cruz, dando en sí mismo muerte a la
enemistad. Vino a anunciar la Paz: Paz a vosotros que estabais lejos y Paz a
los que estabais cerca. Pues por Él unos y otros tenemos libre acceso al Padre
en un mismo Espíritu.
(Ef 2,13-18).
En
Cristo y por Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros (Ef 5,2) somos
perdonados y reconciliados. En Él quiso Dios reconciliar todo cuanto existe,
restableciendo la Paz por la Sangre de la Cruz, el perdón que Dios nos ofrece
no exige nada a cambio, es completo y gratuito, no hay méritos personales, tan
sólo hemos de creer que Dios nos ama y que ese amor se ha manifestado en Cristo Jesús que nació para nuestra salvación,
murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación (Rom 4,25)
y ha sido constituido Señor y Mesías (Hech
2,36) y ha dado a la Iglesia el ministerio de la reconciliación. El perdón se
recibe como regalo de la misericordia de Dios y no por méritos personales de
gente que se siente merecedora de todo y moralmente superiores a los demás. La
reconciliación está en el corazón de la vida cristiana; la reconciliación
fraterna presupone la reconciliación con Dios, fuente de Gracia y perdón que se
expresa y realiza en el Sacramento de la penitencia.
La
unión con Cristo que se realiza, renueva y fortalece en la Eucaristía nos
capacita para nuevos tipos de relaciones sociales, pacificas, pues es
sacramento de comunión entre hermanos y hermanas que aceptan reconciliarse en
Cristo y entre ellos. Sólo esta constante tensión hacia la reconciliación nos
permite comulgar dignamente con el cuerpo de Cristo.
9.
La
exhortación de Jesús a los discípulos de todos los tiempos.
Objetivo. Dar a conocer las exigencias básicas del
seguimiento a Cristo, para poder ser discípulos de Jesús Maestro y llevar a
cabo la Obra encomendada a toda Iglesia.
Iluminación. “Mientras
iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús replicó:
«Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del
hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 57- 58)
1.
Los
valores del reino de Dios.
Lávense los pies unos a los otros, es decir,
ayúdense mutuamente a crecer en la fe, a vivir con dignidad, para que el Reino
de Dios crezca y se manifieste en ustedes y en el mundo. Esto pide entender que
la fe cristiana es confianza en Dios. Abandono en sus manos. Donación, entrega
y servicio en favor de los demás. Cuando el Espíritu Santo guía a los hijos de
Dios, los valores del reino van apareciendo en nuestra vida. Destaco los cuatro
valores esenciales que son manifestación del “arte de amar y del arte de
servir”.
V El
compartir.
¿Qué podemos compartir? Todo lo que Dios nos ha
dado para nuestra realización. ¿Con quién vamos a compartir? Con los pobres,
con la Iglesia, con la familia, para que nadie pase necesidades. Compartimos
nuestros bienes materiales, intelectuales y espirituales. El mandamiento nuevo:
“ámense los unos a los otros” (Jn 13, 34), llega a afectar hasta lo económico,
con alegría podemos cargar las debilidades de los demás y compartir con ellos
nuestro pan, nuestra casa y nuestro tiempo. Teniendo presente que es a Jesús a
quien hospedamos, alimentamos y visitamos. Lo contrario al compartir es el
individualismo, que reza: estando yo bien los demás, allá ellos. El
individualismo es el peor enemigo de la salvación, por eso el compartir pasa
por la liberación del apego a los bienes materiales, del derroche y del
consumismo.
V La dignidad
humana.
El pobre, el marginado, todo ser humano tiene
dignidad. Es un ser valioso, importante y digno. No vale por lo que tiene ni
por lo que hace, vale por lo que es: persona. Creada a imagen y semejanza de
Dios (Gn 1, 26) Es tan valiosa como los más sabios o los más ricos. Recordamos
que Dios no creó clase de personas. Él creó una sola raza: la raza humana y con
ella quiere hacer una familia en la que todos sean iguales, amados, queridos y
redimidos por Dios, para que sean su familia, sus hijos y entre ellos sean
hermanos (Gal 3, 27; Mt 9, 23; Jn 13, 34). La dignidad a una persona no se la
dan las cosas, ni los conocimientos, ni los amigos, ni los familiares. Toda
persona es “digna en sí misma”. Su dignidad es un valor intrínseco, recibido de
Dios.
V La
solidaridad humana.
La
solidaridad es manifestación de la caridad. Solidaridad significa meterse en
los zapatos del otro, hacer nuestro su problema, su necesidad, sus alegrías. El
hombre solidario como Jesús es capaz de desprenderse de sí mismo, de sus
bienes, de sus lujos, de sus ideas y de sus comodidades para darse, para
compartir su vida con los demás. No hablamos de una solidaridad de grupo al
servicio de un partido o de una religión, hablamos de la solidaridad humana,
evangélica que implica a todos y no excluye a nadie. Para la solidaridad
cristiana el otro es de la familia no es un extraño. El otro es un Don y yo soy
un regalo para él y por eso la Escritura nos dice que los más fuertes carguen a
los más débiles.(Rom 15,1)
V El
servicio por amor a los demás.
El amor que brota de un corazón limpio, de una
fe sincera y de una conciencia recta se manifiesta en el servicio al prójimo (cfr
1Tim 1,5). Servir para dar vida, para hacer justicia, para liberar a los
oprimidos, para dar vista a los ciegos y esperanza a los desanimados. Servir es
consolar, es mostrar a los hombres el rostro del amor, del perdón, de la
justicia, de la verdad y de la libertad. Servir es poner nuestras capacidades a
los pies de quien las necesite. Recordemos las palabras de Pablo: “Qué tengo
que no haya recibido de Dios, y si lo recibí de Dios para qué presumir, mejor
pongámoslos al servicio de quien los necesite” (1Cor 4,7).
Servir es dar de comer, es alimentar a los
hambrientos, vestir a los desnudos y dar de beber a los sedientos, para poder
alcanzar la estatura del hombre nuevo: Cristo Jesús y llegar a tener sus mismos
sentimientos, sus mismos pensamientos, sus mismas preocupaciones, sus mismas
luchas y sus mismos intereses. Servir es amar.
2.
Todo
servidor es un don de Cristo.
Tomó los cinco panes en sus manos y levantando
los ojos al cielo pronunció la bendición, partió las panes y los iba dando a
los discípulos para que los fueran sirviendo” (Mc. 6 41) El pan fluye de sus
manos de Jesús como una bendición, como un regalo de Dios. Los Discípulos lo
reciben y lo reparen entre la gente. Como un signo de que los dones de Dios
pasan por nuestro esfuerzo personal. Es un Mandato: “Dadles vosotros de comer”.
También es la puesta en práctica del Mandamiento Nuevo: “Ámense los unos a los
otros como yo les ha amado”.
Jesús: “partió los panes y se los dio a sus
discípulos para que ellos los distribuyeran entre la gente". Los dones
pasan de las manos de Jesús a los discípulos para que ellos los distribuyan
entre el pueblo de Dios
3.
Lo
que los discípulos necesitan.
“Tengan ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2, 5) La
tarea de todo discípulo es reproducir la imagen de su Maestro (cfr Rom 8, 29) Lo
que todo discípulo necesita para realizar las obras de su Maestro, es
configurase con Jesús: tener sus mismos sentimientos, entre los cuales
destacan:
V La
Compasión. Es la mayor de las
virtudes. La compasión es mucho más que un sentimiento. Compadecerse es salir
de uno mismo llevando consigo lo que uno tiene, por poco que sea, para
compartirlo con el que no lo tiene y que por eso mismo sufre. Lo poco pueden
ser cinco panes y dos peces; eran todas las existencias alimenticias del grupo
formado por Jesús y sus discípulos. Pero cuando la compasión es sincera y
total, la abundancia de lo poco puede ser milagrosa Com-padecerse: padecer con:
meterse en la piel del otro: hacer nuestro el problema, el dolor, el
sufrimiento, la necesidad del otro. Entendida así la compasión es signo de que
el Reino de Dios ya ha llegado.
La compasión, pues, construye el Reino. Pero
como un elemento esencial de la compasión es compartir gratuitamente lo que uno
tiene, muy a menudo tengo la impresión de que el Reino de Dios debe estar lejos
todavía, pues "gratis" parece ser una palabra que sólo tiene
existencia en los diccionarios de la lengua. ¿Qué tiene, pues, de extraño que
desconozcamos la abundancia milagrosa de lo poco compartido? La compasión a la
que el texto invita al discípulo debe moverse en cualquier orden de la vida,
pero no es ni mucho menos ajena al Reino de Dios la compasión en el orden de
las necesidades básicas, como son la salud y la comida. La compasión de Jesús
se movió también en este orden de necesidades.
La compasión de Jesús es una actitud total y
liberadora. La compasión en Jesús supone, en ese momento preciso de la vida
diaria, una doble actuación: llegar, desde la necesaria convivencia, a dar una
respuesta a las necesidades de los hombres; curar a los enfermos y saciar de
pan a los que tenían hambre.
Para Jesús la compasión no es lástima, como
tampoco es enternecerse. Es comprometerse para que la realidad necesitada de
unos hermanos nuestros pueda sufrir una transformación. Es evidente que en el
amor es más importante el obrar que el simple decir. No son las palabras, son
las acciones las que muestran lo que es el amor. Seguimos estando bajo el peso
de una mentalidad verbalista y nominalista. Está tan lejos nuestro prójimo, que
sigue resultando fácil y enternecedor pronunciar palabras de amor.
V La
solidaridad. La solidaridad es
una virtud cristiana que brilla en el rostro de Jesús. La sola compasión sin la
solidaridad es NADA. Jesús empieza "compadeciéndose" de la multitud y
termina "compartiendo", que es la terminación normal a donde no llega
casi nadie. Compadecerse, todos, sí. Todos tenemos un alma finísima y lloramos
mucho por poca cosa. En seguida compadecemos a cualquiera. ¿Y compartir?. Quien
se compadece y no comparte, ni compadece ni nada. Hace teatro. ¿Compartir qué y
cuánto? Todo, lo que se tenga, lo que se sabe y lo que sé es. Todo, cualquier
cosa, unos panes y unos peces, dos pesetas, lo que sea. Verá usted cómo la cosa
se multiplica. Compartir es multiplicar.
"Si no tenemos más que cinco panes y dos
peces". Lo mismo da: "Traédmelos" y los pondremos a la
disposición de todo el mundo. Si esta fuera nuestra manera habitual de
comportarnos, realizaríamos el milagro de alimentar al mundo entero y habría
sobras abundantes. Pero no, cada uno se reserva lo que tiene, y todavía
necesita guardias que lo vigilen y armas para defenderlo de los demás.
Si algo llama la atención de este milagro de la
multiplicación de los panes y los peces es la disponibilidad, la apertura a los demás: Jesús, que se retira a un
lugar despoblado, se encuentra allí con un gentío, y "le dio lástima y
curó a los enfermos"; no quiere que los discípulos envíen a la multitud
para que se procure algo de comida: "dadles vosotros de comer. Jesús tiene
compasión de la gente, no sólo porque ve que anda desorientada con la enseñanza
de falsos maestros, sino porque conoce también sus necesidades materiales. Por
eso cura a los enfermos y da de comer a los hambrientos. El milagro de la multiplicación
de los panes es una "señal" de la vida que ha venido a traer al
mundo.
Siempre que la Iglesia se ha planteado con
cierta urgencia la solución de los problemas sociales, se ha llamado la
atención sobre este milagro de Jesús. Pero es evidente que la Iglesia no puede
multiplicar panes y peces. Ahora bien, si renunciara a multiplicar el amor
fraterno y a repartir entre los pobres todo lo que tiene, la Iglesia no
entendería este evangelio y el auténtico significado de su misión. Tampoco
celebraría debidamente la Eucaristía.
V La
Misericordia. “Ver con el
corazón la miseria de otro”. Misericordia es una virtud que inclina el ánimo a compadecerse de las
miserias ajenas. (La palabra misericordia procede del latín: miser (i) cor
(dia). Esto significa “mirar la miseria con el corazón”). Es el atributo de
Dios por el cual perdona los pecados de sus criaturas. Jesucristo es el signo
más perfecto de la misericordia de Dios (Juan 14, 9) para con cada
hombre que se dirija a él (Romanos 8, 32 y 9, 16). El Espíritu Santo es
presencia de Dios en acción (Lucas 13, 12 y 15, 20). Nos abre la
conciencia para ver las necesidades de los hermanos.
Es el verdadero promotor de la misericordia. También María es Madre de
la Misericordia. Ser misericordioso significa no permanecer indiferente ante
las necesidades, las injusticias, las violencias, los abusos, las mentiras.
Hoy Jesús nos dice a
nosotros lo mismo que le dijo a
los apóstoles cuando querían que la multitud se fuera a buscar comida por los
campos y los pueblos: “¡DENLES USTEDES DE COMER!”. Y te lo vuelve a repetir a
mí y a ti: dale tú de comer a ese pobre que se cruza en tu camino. A ese que rebusca
entre la basura un poco de miseria que llevarse a la boca. Sí, tú que gastas lo
que quieres en caprichos, que no te falta el plato sabroso en tu mesa limpia.
Tú que te permites el lujo de comer manjares prohibitivos para muchísima gente.
Que disfrutas de la bebida fresca, el pan blando, el capricho para picar, la
buena carne y el buen pescado. Sí, a ti te lo digo, que tal vez te sobra peso
en tu cuerpo y grasa en tu sangre. Dale de comer a tu hermano. No te va a
faltar a ti de nada. Te sentirás feliz., porque compartir es reconfortante, es
humano, es cristiano. “Hay más felicidad
en dar que en recibir” (hech 20, 35)..
Compasión, solidaridad y misericordia
llenan el corazón del cristiano de los mismos sentimientos, preocupaciones,
intereses y luchas que llenaron el corazón de Jesús que se compadeció de los
hombres, se solidarizó con ellos y los amó hasta el extremo. San Pablo
expresa esta hermosa realidad diciendo:
“Me amó y se entregó a la muere por mi”.
Gracias a la acción del Espíritu en nuestras vidas, hoy, nosotros podemos
seguir sus huellas y darle de comer, de beber y vestir al Maestro que se
identificó con los menos favorecidos.
4.
Testimonio
personal.
Una noche estaba en un centro nocturno rodeado
de amigos y amigas de parranda, al pagar los tragos le día a la mesera una
propina de más de cincuenta dólares, vino a mi mente este pensamiento:
fanfarrón, con eso que acabas de derrochar para quedar bien podía comer un niño
pobre durante un año en un país como Bangladesh. Recuerdo que contesté al
pensamiento, yo con el dinero hago lo que me da la gana. La soberbia y la
ignorancia llenaban mi mente y mi corazón.
Mi encuentro con la Palabra me hizo arrancar un
cable que yo pagaba para ver películas pornográficas pagando al monopolio de la
pornografía cuarenta y siete dólares con cincuenta centavos. En las primeras
semanas de mi conversión una hermana me dice “comparte con los pobres, tú eres
soltero y ganas mucho dinero” y me entregó la dirección de unas misiones en
África a las que por primera vez en mi vida les envié la misma cantidad que
pagaba al monopolio de la pornografía.
En los primeros días de mi conversión le pedía
al Señor: Jesús si agarro este trabajo, (un contrato de construcción) que me
dejaría cuatro mil dólares de ganancia en un fin de semana, te prometo darte el
diez por ciento. Visualicé a Jesús echándose una carcajada, a la vez que me
decía: “No quiero el diez por ciento, yo lo quiero todo”.
Cierto día fui a Medellín, Colombia para
tramitar mi visa de estudiante y poder seguir estudiando en el seminario en
aquel país, hacía frío, miré un lugar donde vendían donas y café y caminando
hacia él, miré a dos pordioseros indigentes que se repartían una pila de desperdicios
de restaurantes: frutas, verduras, cascaras de naranja y pedazos de pan que
habían recogido de los botes de basura, pensé: los voy a invitar a tomar café,
cuando en eso se acercó un tercer indigente, y pensé: lo van a correr; lo que
mis ojos presenciaron fue todo lo contrario, de las dos partes hicieron una
tercera y compartieron con él la cosecha de aquella mañana. En mi corazón
escuché una palabra: “ve y haz tú lo mismo, comparte con tus compañeros los
dones de Dios”.
Oración.
Padre, Señor del cielo y de la tierra, te pedimos por tu Hijo Jesucristo nos
concedas Espíritu Santo, para que podamos penetrar el misterio de la
Eucaristía, y, ser transformados con el Poder de tu Espíritu en “hostias vivas,
santas y agradables a Ti, para el bien de nuestra santa Madre la Iglesia.
¡HAY QUE TENER HAMBRE...!
Para creer en ti hay que tener hambre, pues vives en el pan tierno que
se rompe y comparte en cualquier casa, cruce, entre hermanos, desconocidos y
caminantes.
Para creer en ti hay que tener hambre, pues tú eres banquete de pobres botín
de mendigos que, vacíos, sin campos ni graneros, descubren que son ricos.
Para creer en ti hay que tener hambre, hambre de vida y justicia que no
queda satisfecha con vanas, huecas palabras, pues aunque nos sorprendan y
capten, no nos alimentan ni satisfacen.
Para creer en ti hay que tener hambre, pues sin ella olvidamos
fácilmente a los dos tercios que la tienen, entre los que tú andas perdido porque
son los que más te atraen.
Para creer en ti hay que tener hambre, y mantener despierto el deseo de
otro pan diferente al que nos venden en mercados, plazas y encuentros donde
todo se compra y vende.
Para creer en ti hay que tener hambre y, a veces, atragantarse al oírte
para descubrir la novedad de tu presencia y mensaje en este mundo sin
ilusiones.
Para creer en ti hay que encarnarse, vivir entre los pobres, tener
muchas ganas de compartir los cinco panes y dos peces y todas las
ilusiones y necesidades
Florentino Ulibarri
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