LA LLEVARÉ
AL DESIERTO Y HABLARÉ AL CORAZÓN.
Por eso yo
voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. Allí le daré
sus viñas, el valle de Akor lo haré puerta de esperanza; y ella responderá allí
como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto. Y
sucederá aquel día - oráculo de Yahveh - que ella me llamará: «Marido mío», y
no me llamará más: «Baal mío.» Yo quitaré de su boca los nombres de los Baales,
y no se mentarán más por su nombre. (Oseas 2, 16- 19)
Por eso yo
voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.
El desierto
es el vacío del corazón, una tierra estéril e inhabitable, Dios abre un camino
en el desierto para dejarnos escuchar su voz para invitarnos a volver a Casa: “Andas
equivocado, vuelve al Camino que te lleva a la Casa de mi Padre”. Es la
invitación a convertirse a Dios para hacer alianza con Él.
Las viñas
son los dones que Dios me había regalado para mi realización y para la
realización de los demás. El valle del Akkor es el basurero que estaba cerca de
Jerusalén, es decir me habla al corazón para mostrarme mi pecaminosidad, el vacío
y el desorden que he llevado dentro. En el corazón se escucha la Palabra de
Dios que me dice: “Dios te ama a sí como eres, pero, por la vida que llevas no
puedes experimentar su Amor.”
Salí como hijo
prodigo de la Casa del Amor para irme a un país lejano, y derrochar los dones
de Dios viviendo como un libertino (Lc 15, 11ss) El pecado es lejanía, es
derroche, es apagar las lámparas encendidas para caminar en tinieblas y perder
el sentido de la vida. Pero el amor de Dios se ha manifestado en mi vida en que
siendo yo un gran pecador, Él me busca hasta encontrarme. (Lc 15, 4; Rm 5, 6)
Es en el corazón donde se
escucha la Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será
rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. (Lc 3,
4- 5) Las montañas de soberbia, de mentira, de envidia, de vicios de rencor,
odio, todo será arrancado y echado fuera, y al fuego, para dar lugar al
Salvador que viene a salvar todo lo que está perdido.
La conversión del corazón
pide salir del pecado para volver a la Casa del Padre. Hay que romper con el pecado
para poder participar de la naturaleza divina (2 de Pe 1, 4) Hay que huir de
las pasiones de la juventud para ir al encuentro de Dios (cf 2 de Tim 2, 22).
Lo que pide escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica (Lc 8, 21; 11,
28)
La Palabra de Dios es Luz que
ilumina nuestro corazón y nos hace reconocer nuestros pecados, nos lleva a un
juicio y nos guía por los caminos de la rectitud (cfr Jn 16, 8- 10) El juicio
es Cristo crucificado, es la Puerta estrecha, y al pasar por ella, nuestros
pecados son perdonados, aceptando a Cristo como nuestro Salvador. (cfr Mt 7,
13- 14) Al recibir el perdón nacemos de los Alto, de Dios, entramos a su Casa y
nos hacemos hijos de Dios (Jn 1, 11- 12; Gál 3, 26). Todo es gracia de Dios.
La conversión cristiana
equivale en pasarse a Jesucristo, dejando atrás al hombre viejo con su Ego y
sus vicios. Es un despojarse del traje de tinieblas para revestirse con el
traje de la luz, es decir, de Cristo Jesús (Rm 13, 13- 14) Es ponerse la Túnica
de Cristo que consiste en una fe sincera y un corazón limpio (1 de Tm 1, 5) Esta
conversión dura toda la vida, el hombre nuevo no está hecho, está haciéndose. Se
hace en la medida que estemos siguiendo a Cristo, para hacer así la Voluntad de
Dios: Morir al pecado para poder vivir para el Señor (cfr Gál 5, 24) Lo que
pide estar crucificados con Cristo, porque si nos bajamos de la cruz,
abandonamos la conversión.
La señal que estamos en el
camino de la conversión es la liberación, es la reconciliación, guardar los
Mandamientos y practicar las virtudes cristianas, que son las lámparas
encendidas (Lc 12, 35) La señal es el amor a Dios y a los hombres: “Yo te
desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho
en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a
Yahveh.” (Oseas 2, 21- 22)
La conversión cristiana nos
lleva a la santidad, a la libertad, a la unidad con Cristo y con la Iglesia. “Sean
uno como el Padre y yo somos uno” (Jn 17. 22) Sean santos como el padre es
santo (1 de Pe 1, 15) Y sean libres con la libertad de los hijos de Dios Gál 5,
1) La conversión es todo lo anterior, es un “Llenarse de Cristo,” es un
revestirse de Cristo y despojarse de todo lo que es incompatible con el Reino
de Cristo. (cfr Ef 4, 24; Rm 13, 14) Es obra del Espíritu Santo y nuestras
decisiones: Dios y nosotros.
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