PARA
ENTRAR EL REINO DE DIOS HAY QUE NACER DE NUEVO.
Objetivo:
Mostrar las exigencias fundamentales
para entrar al Reino de Dios y crecer en él, como discípulos de Cristo Jesús,
servidores de la Verdad.
Iluminación:“Yo te aseguro
que quien no renace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo le
preguntó: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo ya viejo? ¿Acaso puede, por
segunda vez, entrar en el vientre de su madre y volver a nacer?”. Le respondió
Jesús: “Yo te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede
entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del
Espíritu, es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que renacer
de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de
dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu” (Jn 3, 1-
5).
1.
Por la fe y la conversión
Para entrar al reino de Dios hay que cambiar de vida, es decir, cambiar el
modo de pensar y de actuar para poder creer en la Buena Noticia. Pues según el
modo de pensar del mundo es imposible aceptar los valores del reino. Es
necesario un cambio profundo de corazón para poder entender al Dios verdadero,
el Dios de Jesús. Convertirse es, pues, volverse al Dios vivo y verdadero, al
estilo como lo hizo el hijo pródigo (Lc. 15. 11sss), para conocerlo, amarlo y
servirlo (cfr 1 Ts 1, 9) Pero, hemos de decir que no hay conversión sin
encuentro con Jesús, con su Palabra, en oración, individual o comunitaria, con
los otros. Sólo la experiencia de encuentro con el Señor nos pone en el camino
que nos lleva a la “Casa del Padre”. Fe y conversión son dos realidades
inseparables que se interrelacionan mutuamente para forjar la experiencia
cristiana. Fe y Amor (Gál 5, 6)
2. ¿Cómo
lograr esta clase de conversión?
Sólo por la acción del Espíritu Santo que nos lleva al encuentro con Jesús,
Buen Pastor, que busca a las ovejas perdidas, hasta encontrarlas (Lc 15, 4). En
el encuentro con Jesús nos encontramos no solo con nuestra propia miseria, sino
también con la ternura y la bondad del Pastor. El encuentro es el punto de
partida de toda auténtica conversión. En segundo lugar “hay que hacerse
violencia dentro, en el corazón (Mt 11, 12) “Forcejeen para abrirse paso por la
puerta estrecha” (Lc. 13, 24). En este esfuerzo nunca estamos solos: la Gracia
de Dios, el Espíritu Santo, nos acompaña y fortalece nuestra debilidad (Rm. 8,
26) Quien no se esfuerce por negarse a sí mismo y cargar la cruz de Jesús no es
digno del reino (Mt. 10, 38) Para entrar y permanecer en el reino hay que
aprender a pensar y actuar según Dios. Nos salen al paso algunas exigencias:
vencer algunas crisis reales para poder decidirse por Jesús y su reino (Lc. 17,
21); hay que estar dispuestos a perderlo todo para adquirir la Perla preciosa
(Mt. 13, 45-46); hay que buscar el reino de Dios y su justicia, siempre y en
primer lugar, lo demás viene por añadidura. (Mt 6, 34)
El Espíritu
Santo es el que forja las personalidades cristianas maduras, pero, para hacerlo
requiere de nuestra colaboración; necesita que le dejemos modelarnos, que
sigamos sus inspiraciones. Por eso para “vivir en la Verdad” somos invitados a
vivir abiertos a la acción poderosa del Santo Espíritu y a incrementar en
nuestras vidas la fe y la docilidad a su acción, porque sólo Él puede hacer de
cada uno un verdadero santo y un apóstol de Jesucristo.
3.
¿Qué es la conversión Cristiana?
Por la acción del Espíritu Santo, el Señor, Jesús, Buen Pastor, irrumpe en
la vida de los pecadores para decirles andas equivocado, Vuelve al camino que
te lleva a la Casa de mi Padre, para hacer nacer en ellos los deseos de volver
a una conversión auténtica, y de esta manera, abandonar las obras muertas de la
carne y orientar la vida hacia Dios (cf Lc 15, 4).
La conversión cristiana siempre será ir a Jesús: “Todas
las cosas me han sido entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el
Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí, todos los que estáis cansados y
cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi
yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
hallareis descanso para vuestras almas.… (Mt. 11, 25- 30)
La conversión es el paso de
la sequía a las aguas vivas: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han
abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas,
cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jer 2, 13). Paso de la tierra
árida, a una tierra que mana leche y miel (Ex 33, 3).
La conversión es el paso de
la muerte a la vida: “Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y
hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como
resultado la vida eterna. Porque la paga del pecado es
muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”
(Rm 6, 22- 23).
La conversión es el paso de
las tinieblas a la luz: “Jesús les habló otra vez, diciendo: Yo soy la luz del
mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida. (Jn 8, 12) “Porque antes erais tinieblas, pero ahora sois luz en el
Señor; andad como hijos de la luz (porque el fruto de la
luz consiste en toda bondad, justicia y verdad) (Ef 5, 8-9).
La conversión es un Nuevo
Nacimiento, del agua y del Espíritu: “En verdad, en verdad te digo que el que
no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios (Jn 3, 3). Toda nuestra
vida, cuando está orientada a Dios, es un continuo morir al pecado para vivir
para Dios, en Cristo Jesús. Nacimiento que nos hace hijos de Dios,
hermanos y servidores de los demás, como discípulos misioneros de Jesucristo.
4.
¿Dónde se construye el reino de Dios?
El Reino de Dios se construye en una
sociedad de hombres nuevos. Jesús nos los dijo: “El vino nuevo en odres nuevos”
(Mc 2, 22).El reino de Dios busca la construcción de una sociedad digna del
hombre, pues solo así será digna del Padre y de todo el hombre: una sociedad en
camino hacia la nueva fraternidad, la igualdad y la solidaridad entre todos ha
de estar libre de la vieja levadura. El sistema actual se basa en la
competitividad, en la lucha del más fuerte contra el más débil y la dominación
del poderoso sobre el que no tiene poder (Mc 10,42).
Frente a esto Jesús proclama que Dios es Padre de todos por igual, y por
ello, todos han de ser hermanos, con la misma dignidad y los mismos derechos;
sociedad en la que se debe privilegiar al menos favorecido, al enfermo, al
indefenso y al pobre. Esta nueva sociedad es la “Comunidad de Jesús”, la
Iglesia, en la cual nadie debe ser excluido. Con tristeza podemos ver que no
siempre es así, que distamos muchos de ser lo que deberíamos ser: ciudadanos
del reino de la luz, del amor, de la justicia.
5. ¿Cómo realizar esta
utopía?
Éste es el ideal del reino de Dios predicado por Jesús. Este proyecto no se
puede implantar por la fuerza tiene que realizarse poco a poco mediante la
conversión de la mente y los corazones. El reino de los Cielos se va
construyendo donde haya hombres y mujeres que cambien radicalmente su propia
mentalidad, su escala de valores, su apreciación práctica y concreta por el
dinero, el poder y el prestigio. El reino es como una pequeña semilla que se va
desarrollando poco a poco, pero con firmeza (Mc 4,30-35); semilla buena que por
ahora crece junto a la mala yerba, pero que puede llegar a convertirse en
arbusto grande. El reino de Dios no empieza grande y portentoso, en medio de
aplausos y de ostentación, todo lo contrario, necesita de un terreno pobre y
humilde para que pueda implantarse en nuestro corazón y en medio de nosotros.
Pero también hemos de reconocer que hay mucha gente que llama reino de Dios
a lo que nada tiene que ver con él o pueden ser proyectos contrarios al reino.
Por eso, más que hablar del reino de
Dios, debemos hablar del “Reinado de Dios”, tal cual lo presenta Jesús, no es
el resultado de aplicar y vivir al pie de la letra la ley religiosa de Israel.
Como tampoco es el resultado de una práctica fiel y observante de obras
religiosas como serían el culto, la piedad, los sacrificios. Creo, que por esa
razón Jesús defraudó a muchos hombres de
su pueblo y de su época.
Jesús no creó comunidades de puros, de santurrones, sino de creyentes,
conscientes de su pecado y del amor sin límites del Padre de los Cielos.
Pecadores redimidos que expresan en una
nueva mentalidad y actitudes sinceras la presencia del reino de Dios en sus
vidas. Nada de actitudes perfeccionistas, rigoristas o legalistas, eso es
fariseísmo. Los opresores, los orgullosos, los ricos egoístas no sirven para el
reino de Dios. En Israel muchos de ellos se consideraban justos ante Dios y sin
embargo Jesús dice a sus discípulos: “si vuestra justicia no supera la justicia
de los fariseos no entrareis al reino de Dios” (Mt 5, 20).
6.
Es un Reino de amor.
El reino que predica Jesús no es un reino de poder. Cuando el Diablo le
ofreció el poder terreno, Él lo rehusó enseguida (Mt. 4, 8-10). Cuando el
pueblo quiso nombrarlo Rey, Él huyó al monte (Jn 6, 15). Cuando Pilatos le
preguntó si Él era Rey, Jesús le contestó: “Yo no soy rey de este mundo, como
ustedes piensan (Jn. 18, 36); el poder de Jesús es diferente: No es como el de
este mundo corrompido: En este mundo no se respeta a la persona porque sea
persona, se le respeta por su dinero, por el cargo que ocupa, porque usa
uniforme o lleva condecoraciones, o por el color de su piel, por la marca de
carro, de la ropa que usa, etc. No así para Jesús, cuando alguien le pregunta
sobre quién era el más importante; Jesús abrazando a un niño oloroso y sucio,
dijo: “Este” (Lc. 9, 46-48)
A lo largo de toda su vida Jesús sufrió la tentación del poder (Lc. 4,
1-13). La tentación consistía en reducir la idea de reinado universal y total
de Dios. Reducir el reino a una forma de dominación política: la tentación en
el cerro desde donde el Diablo le muestra los reinos de este mundo; o reducir
el reino al poder religioso: la tentación en el pináculo del Templo; o reducirlo a la satisfacción de las
necesidades fundamentales del hombre: La tentación de trasformar las piedras en
pan (Mt 4, 1- 11; Lc 4, 1- 12).
Eran tres tentaciones de poder que correspondían al modelo del reino que
esperaba la gente de entonces. Jesús fue tentado, pero no vencido. Se negó a
dejarse manipular por los hombres de su época, como también se negó a manipular
la voluntad de los hombres y a quitarles la responsabilidad de construir un
mundo justo, de hermanos. Algo que Jesús nunca haría es manipular o dejarse
manipular.
Jesús el Hijo de Dios se negó rotundamente a encarnar un reino de poder;
éste está cimentado en la mentira. El encarna el amor y no el poder de Dios en
el mundo: Hace visible el poder propio del amor de Dios, que consiste en dar la
vida para que se construya una sociedad más humana: un mundo lleno del amor
fraterno sin tener que forzar a nadie y sin quitarle a nadie su
responsabilidad. Jesús rechaza todo poder dominador como algo propio del
Diablo. Jesús manifiesta el poder de su Padre, sirviendo, lavando pies,
limpiando leprosos.
El reinado de Dios predicado por Jesús no coincidió con las ideas
nacionalistas que tenían algunos judíos, como los zelotes. Podemos decir
entonces que nadie podrá jamás comparar el reinado de Dios con una situación
socio-política determinada. Ningún
partido político podrá llamarse cristiano, pues el proyecto del reinado
de Dios es mucho más grande y sublime que todos los proyectos de los hombres.
No existe proyecto político que se iguale al ideal predicado por Jesús (Padre
José Pagola).
Por lógica, podemos añadir, que es absolutamente imposible implantar el
reinado de Dios por la fuerza de las armas o por el poderío de los ejércitos.
El reinado de Dios predicado por Jesús nada tiene que ver con los golpes de
Estado. “Mi Reino no es de este mundo” quiere decir que no se identifica con
“el sistema establecido”. Nada tiene que ver, ni con los fines ni los intereses
de este mundo: mundo de mentira, de explotación e injusticia. El reino de Dios,
es el reino de la verdad, de la
justicia, de la libertad y del amor, mientras que los reinos de este mundo se
miden con cuentas bancarias, con títulos de propiedad, con carros lujosos o con
ropas elegantes, el reino de Dios se manifiesta en la debilidad y en la
sencillez de los hombres que se lavan los pies unos a los otros, a ejemplo de
Jesús.
7.
Las Manifestaciones del Reino de Dios.
Para Jesús el reino de Dios tiene sus manifestaciones propias y por lo
tanto inconfundibles: el amor, la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo (Rm 14,17). Su Ley por lo tanto es el amor:
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que como yo os
he amado, así os améis vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34). El
mandamiento de la Ley de Cristo exige, para poder guardarlo tres exigencias
fundamentales: La primera estar en comunión con Cristo: ser creatura nueva (2 Cor
5,17). Jesús nos los había dicho: “Solamente unidos a mi podéis dar fruto sin
mi nada podéis hacer” (Jn 15,5).La segunda exigencia es guardar los
Mandamientos, todos, los 10 Mandamientos, quien este rompiendo uno de ellos, no
puede guardar el Mandamiento nuevo, por lo mismo la Ley de Cristo nos pide
salir del pecado, cualquiera que éste sea. En tercer lugar para guardar el
Mandamiento nuevo los hombres y la sociedad de hoy hemos de poseer el “don del Espíritu Santo”.
8.
Yo soy el que hace las cosas nuevas.
El Apóstol Pablo nos ha legado un Mensaje lleno de esperanza, de consuelo y
de alivio: “Todo el que está en Cristo es una creatura nueva, lo viejo ha
pasado, lo que ahora hay es nuevo (cfr 1 Cor 5, 17) ¿Qué fue lo viejo? ¿Qué es
lo nuevo? La respuesta es personal, brota de la experiencia de encuentro con
Cristo. La novedad del reino es Jesús, es el Espíritu Santo, es el hombre
nuevo, es la comunidad fraterna. La Palabra de Dios en el libro del Apocalipsis
nos descubre la presencia del reino que
se aproxima al hombre, de tal manera que presente y futuro están unidos
íntimamente entre sí:
“Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una
tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y
el mar ya no existía. También vi que descendía del cielo, desde donde esta
Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, engalanada como una novia, que va a
desposarse con su prometido. Oí una gran voz que venía del cielo, que decía:
“Ésta es la morada de Dios con los hombres; vivirá con ellos como su Dios y
ellos serán su pueblo. Dios les enjugará todas sus lágrimas y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni
llantos, porque ya todo lo antiguo terminó”. Entonces el que estaba sentado en
el trono, dijo: “Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”(Apoc 21, 1- 5).
Lo que da sentido a la vida del hombre no es su situación actual, sino lo
que está llamado a ser: Hombre nuevo, solidario y fiel a los principios y a los
valores del Reino que son el fundamento de la comunidad fraterna. Digamos con
toda claridad que el hombre de fe no vive instalado en un presente que no
cambia y temeroso de un futuro incierto. El creyente en Jesús está siempre en
actitud de apertura hacia el futuro, viviendo el presente en actitud confiada,
sabiendo que el futuro pertenece a Dios. La razón no se encuentra en la actitud
de Jesús en el pasado de los pecadores: es de poco interés. El no condena a
nadie, solo le interesa las posibilidades del futuro que la conversión tiene en
el presente. San Lucas nos describe la señal que nos ayuda a descubrir la
presencia del reino de Dios entre nosotros: “Si los demonios empiezan a ser
expulsados, es que el reino de Dios ha llagado a ustedes” (Lc 11, 20). Los
demonios estorban al crecimiento del reino entre nosotros, son verdaderas
barreras que impiden la sana convivencia. Los más destacados son el
individualismo, el relativismo, la mentira, la corrupción, el fraude, el odio,
la envidia, la maledicencia, y otros muchos más. Mientras que la fe en Cristo
resucitado se convierte en el Camino para hacer las cosas nuevas. Una manera de pensar, de sentir y de actuar que
nos identifica con Jesús el Hermano de todos, el Sembrador del reino que en los
últimos momentos de su vida gritó: “Padre en tus manos me abandono” (Lc 23,
46), para invitarnos a creer en la
Resurrección y a no tener miedo al futuro. Así nos lo había dicho desde
antes:
“No andéis preocupados diciendo: que
vamos a comer, que vamos a beber, con que vamos a vestirnos que por todas estas
cosas se afanan los gentiles: pues ya sabe Vuestro Padre celestial que tenéis
necesidad de todo esto, buscad primero su Reino, y su justicia, y todas esas
cosas se les dará por añadidura. Así que nos os preocupéis por el mañana: el
mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal” (Mt 6, 31-34).
Una señal evidente de que el reino de Dios quedará al descubierto cuando
seamos hombres “Abiertos a la Verdad” será el amor a Dios y a los pobres. La
amistad con Dios en Jesús y el amor fraterno son una señal evidente que
tenemos, aunque gradual, un auténtico y verdadero un conocimiento de Dios,
Todo servidor público, ya sea religioso, político o educador debe tener presente que para construir una
sociedad en la cual crezca “la Civilización del Amor”, está llamado a vivir en
la verdad que hace a los hombres ser honestos, sinceros e íntegros. Esta
Civilización tiene como fundamento los
valores del Reino: “La Verdad, la Justicia, la Libertad y el Amor”, y todo está al servicio de todos, ya que Dios
creó todo para todos. En el reino de Dios nadie puede vivir para sí mismo
(Rm 14, 8). Ahí no hay hermanos separados, ni adversarios, nadie debe ser extraño
a los demás: todos viven la comunión que hace Dios siguiendo las huellas de
Jesús para aprender de él a cargar con las debilidades de los más débiles (Rm
15,1) y a destruir las obras del diablo (Hech 10, 38), pero sobre todo,
aprender de su estilo de vida a ser manso y humilde de corazón (Mt 11, 29) para
llegar a ser un servidor de los demás.
Para concluir afirmamos que la verdad es el fundamento de todas las
libertades. Hoy día se dice que existen muchas libertades, cuando en realidad
existen muy pocos hombres libres, aquellos que con valentía responden al clamor
de los más débiles con voz solidaria, de frente a una necesidad concreta: “¿De
a cómo nos toca?”. Palabras que le escuché a don Obispo Samuel Ruiz, cuando le
compartía la necesidad de un hermano enfermo con cáncer dentro de la prisión,
el hombre del pueblo me respondió sacando su cartera con las palabras más
solidarias que yo le había escuchado decir a un Obispo. “¿De a cómo no toca?”
Vivir en la verdad
para ser “Hombres responsables y libres” para amar, para compartir, para
servir. Eso es caminar en la verdad: “Llevar una vida sin apegos, sin nidos ni
madrigueras, que oprimen y hacen perder
el tiempo, energías, anhelos y los deseos de vivir con otros y para otros” (cf
Lc 9, 58).
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