LA EVANGELIZACIÓN COMO PROCESO.
Objetivo. Dar
a conocer la importancia de aceptar la evangelización y la vida nueva como
proceso y no como acontecimiento para buscar el crecimiento espiritual y los
frutos de la fe como don y respuesta, como cultivo y conquista.
Iluminación. Evangelizar constituye, en
efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda.
Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del
don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio
de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa (EN
#14)
El reino de Dios comienza pobre, sencillo y humilde.
En los escritos
del Nuevo Testamento encontramos la Buena Nueva anunciada de dos formas: la de un
sencillo y profundo mensaje que Jesús lanzó a todos los vientos, anunciando
el Reino de Dios y exhortando a la conversión y a la fe; y la de una
enseñanza más desarrollada que, como Maestro, dio a sus discípulos. A estas
dos formas, que se remontan al mismo Jesús, corresponden dos actividades
esenciales a toda evangelización: la actividad kerygmática (kerygma:
mensaje, proclamación) y la actividad catequética. La Iglesia como evangelizadora a de anunciar
el testimonio y el anuncio explícito del Evangelio. Kerigma, predicación y
catequesis. Por arte de los destinatarios se ha de esperar una adhesión vital y
comunitaria. Para que con la fuerza de la palabra los hombres se adhieran de
corazón al Reino de Dios, al nuevo orden de las cosas, a una manera nueva de
pensar y de actuar.
El Señor Jesús nos dio claros
ejemplos para que entendiéramos que la evangelización es un proceso y que no
podemos cosechar donde no hemos sembrado y no donde lo que no hemos cultivado:
“Decía también: «¿Con qué podremos comparar el
Reino de Dios, o con qué parábola lo explicaremos? Es como un grano de mostaza
que, en el momento de sembrarlo, es más pequeño que cualquier semilla que se
siembra en la tierra. Pero una vez sembrado, crece y se hace mayor que todas
las hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su
sombra.» (Mc 4, 30- 32) “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra
y muere, allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).
Con la fuerza del Espíritu, Iglesia se evangeliza a
sí misma. Evangelizadora,
la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes,
comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene
necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el
mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con
frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar "las
grandezas de Dios", (EN # 41) que la han convertido al Señor, y ser
nuevamente convocada y reunida por El. En una palabra, esto quiere decir que la
Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su
frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el evangelio (EN # 15). La
finalidad de la evangelización es el cambio interior, la conversión de la
conciencia personal y colectiva. Transformar con la fuerza del Evangelio los
criterios de juicio, los valores determinantes, los modelos de vida de la
humanidad.
Ser testigos del Amor de Dios. La finalidad de la Evangelización es hacer que los hombres lleguen a
ser partícipes del Amor de Dios, de la vida divina, o con palabras de la
segunda carta de Pedro, de la Naturaleza divina (2 Pe 1, 4b) Cuando los hombres
han probado lo bueno que es el Señor (Jn 6, 68); cuando han tenido la
experiencia de un encuentro liberador y gozoso con el Señor Jesús, nace en sus
corazones el deseo de compartir esa hermosa experiencia. He ahí la prueba de la
verdad, la piedra de toque de la evangelización: es impensable que un hombre
haya acogido la Palabra y se haya entregado al reino sin convertirse en alguien
que a su vez da testimonio y anuncia (EN # 24).
La Exhortación Apostólica nos sigue diciendo: “La evangelización, hemos
dicho, es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad,
testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad,
acogida de los signos, iniciativas de apostolado. Estos elementos pueden
parecer contrastantes, incluso exclusivos”. En realidad son complementarios y
mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada uno de ellos integrado con
los otros. El mérito del reciente Sínodo ha sido el habernos invitado
constantemente a componer estos elementos, más bien que oponerlos entre sí,
para tener la plena comprensión de la actividad evangelizadora de la Iglesia
(EN # 24).
a)
La renovación de
la humanidad. “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva
a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde
dentro, renovar a la misma humanidad: "He aquí que hago nuevas todas las
cosas". (Apoc 21, 5) Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no
hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo (EN # 47) y de
la vida según el Evangelio. (EN # 48) La finalidad de la evangelización es por
consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra,
lo mejor sería que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del
Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal
y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos,
su vida y ambiente concretos” (E N # 18).
“Vengo para que tengan vida en abundancia” (Jn 10,
10) “Yo soy el que hace las cosas nuevas” (Apoc 21, 5)
Esto significa que la Evangelización nos ayuda a ser “hombres nuevos”. La Fe es
un camino de humanización. Con la fuerza de la Palabra podemos ser más persona
y mejores personas. Es decir, más humanos. La familia evangelizada es escuela del
más rico humanismo. En la Familia para que pueda lograr la plenitud de su vida
y misión se requieren un clima de benévola comunicación y unión de propósitos
entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de
los hijos (GS 52). La renovación de la humanidad exige, cuatro acciones para
humanizar la educación, la economía, la política y la religión. Educar a los
niños como lo que son, y están llamados a ser. La persona es un ser original
(único e irrepetible), responsable, libre y capaz de amar. Toda persona está
llamada a madurar para llegar a ser personas plenas y fecundas.
Evangelizar al hombre es iluminarlo con la luz de la Verdad para que
comprenda que no es una cosa, no es un algo, sino un alguien, una persona digna
y valiosa. Su dignidad no se lo dan las cosas, no vale por lo que tiene, como
tampoco se la dan las personas: Lleva consigo una dignidad intrínseca, recibida
de su Creador. Humanizar al hombre exige enseñarle a distinguir entre el bien y
el mal. El mal deshumaniza y el bien ayuda a realizarse como personas. Haz el
bien y rechaza el mal es un valor que se aprende dentro del seno familiar.
Cuando en la familia se educa para la responsabilidad, y la libertad en ella se
aprende los valores del compartir, de la dignidad humana, de la sinceridad, de
la solidaridad y del servicio.
b)
El testimonio de
vida. Ante todo, y sin necesidad de repetir 1o que ya hemos recordado
antes, hay que subrayar esto: para la Iglesia el primer medio de evangelización
consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en
una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al
prójimo con un celo sin límites. "El hombre contemporáneo escucha más a
gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, decíamos recientemente a
un grupo de seglares, o si escucha a los que ensenan es porque dan
testimonio.". San Pedro 1o expresaba bien cuando exhortaba a una vida pura
y respetuosa, para que si alguno se muestra rebelde a la palabra, sea ganado
por la conducta. Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como
la Iglesia evangelizara al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de
fidelidad a Jesucristo, de pobreza y despego de los bienes materiales, de
libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra: de santidad (EN # 41).
c)
Una predicación
viva. No es superfluo subrayar a continuación la importancia y necesidad de
la predicación: "Pero, como invocaran a Aquel en quien no han creído? Y
como creerán sin haber oído hablar de Él? Y como oirán si nadie les predica? …
luego la fe viene de la audición, y la audición por la palabra de Cristo"
(Rom 10, 17). La palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va
acompañada del poder de Dios. Por esto conserva también su actualidad el axioma
de San Pablo: "la fe viene de la audición", es decir, es la Palabra oída
la que invita a creer (EN 42). El hombre por la fe es justificado, salvado,
santificado (cf Rom 5, 1-5). Se acepta a Cristo como Salvador personal, como
Maestro de vida y como Señor de la historia. El creyente es ahora por la fe un
hijo de Dios.
d)
La adhesión del
corazón a Jesucristo. La vida nueva de la que nos habla san Pablo no es
posible para el hombre lograr por sí mismo. Brota del Encuentro liberador y
transformador con Cristo que derrama su amor en nuestros corazones (Rom 5, 5).
A partir de este momento comienza realmente la aventura de la fe. Benedicto XVI
nos enseña: "No se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva" (Deus Caritas est 1)
El encuentro con Cristo es el “motor de la vida nueva” que nos pone en
camino de conversión. La conversión no
se trata de un mero cambio de prácticas. Es algo mucho más
profundo: Es la obra del Espíritu Santo que transforma la mente y el
corazón ordenándolo todo hacia Cristo quien está por encima de
todo. Antes la mente estaba cerrada en la esfera del ego, en el placer
egoísta, el poder, el dinero, en las pasiones. Pero por el Espíritu el creyente
posee la Gracia de Dios que encuentra en los medios de crecimiento que la
Iglesia nos propone.
e)
La entrada en la
Comunidad. Del encuentro con Jesucristo a la incursión en la comunidad cristiana. La Comunidad de fe es la madre
espiritual del cristiano. Por el encuentro con el Señor el hombre entra en
Comunión y se hace portador de una presencia que antes no tenía. Por la acción
del Espíritu Santo y la respuesta del hombre, la Comunión se hace Comunidad, de
manera que ésta es manifestación de la Comunión, y la comunión es el alma de la
Comunidad.
En la Comunidad cristiana nadie se realiza sólo (cf Gn 2, 18). En la
Comunidad cristiana somos miembros unos de los otros (Rom 12, 5), Todos somos
hijos de Dios (Gál 3, 26), y todos somos hermanos (Mt 9, 23) Llamados a vivir
la espiritualidad de comunión, en donación y entrega mutua, Comunidad en la que
los más fuertes aprenden a cargar con las debilidades de los más débiles (Rom
15, 1) “Dónde se reúnen dos o tres en mi nombre yo estoy en medio de ellos” (cf
Mt 18, 20) Allí se construye la Iglesia y se crece como Iglesia.
Mi primer regalo cuando regresé a la Iglesia fue una parroquia, y
dentro de ella una pequeña comunidad que me enseño a orar, a leer la Biblia, a
servir, y de manera especial a socializarme, a salir del yo para pensar como un
nosotros. Sin esa comunidad yo no hubiera podido permanecer en mi proceso.
f)
La acogida
de signos e iniciativas de apostolado. Del encuentro con a la Palabra al
encuentro con Cristo en el sacramento:
“Te haré mi esposa para siempre; te desposaré en justicia y en derecho, en amor
y en compasión; te desposaré en fidelidad” (Os 2, 21) La Palabra de Dios es
el primero de los regalos que el Señor da una persona o familia, pueblo o
comunidad para salvarla. Guiada la Persona por
la Palabra, es llevada como de la mano a recibir en segundo reglo, el
perdón de los pecados, en el sacramento de la reconciliación por el cual el
cristiano renace a la vida de la Gracia para el dar el paso de la muerte a la
vida; de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad, y de la aridez
a las aguas vivas en confrontación con las Palabra del Profeta: “Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me
dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas
agrietadas, que el agua no retienen” (Jer 2, 13). Se ha dado la vuelta a la casa del Padre y se ha recibido con el
perdón, el don del Espíritu Santo: «Si
alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá; del que cree en mí se puede decir
lo que afirma la Escritura: De su seno manarán ríos de agua viva.» (Jn 7,
37s).
¿Y ahora qué? Aprender a caminar en la Nueva Vida. Ahora, de la mano de la Comunidad, madre y hermana, el neófito, ha de
recibir el alimento espiritual de la Palabra de Dios para aprender el modo como
se ha vivir en la Comunidad de Dios: “Te
escribo estas cosas con la esperanza de ir pronto a ti; pero si tardo, para que sepas cómo hay que
portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y
fundamento de la verdad” (1 Tim 3, 15)
La primera de Pedro nos dice: “Habéis purificado vuestras almas,
obedeciendo a la verdad, para amaros los unos a los otros sinceramente como
hermanos. Amaos profundamente unos a otros, con corazón puro, pues habéis sido
reengendrados a partir de una semilla no corruptible, sino incorruptible: la
palabra de Dios viva y permanente. Pues toda carne es como hierba, y todo su
esplendor como flor de hierba; se seca la hierba y cae la flor, pero la palabra
del Señor permanece eternamente. Y ésta es la palabra: la Buena Nueva que se os
ha anunciado (1 Pe 1, 22ss).
“Rechazad, por tanto, malicias
y engaños, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias. Como niños
recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella,
crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es
bueno” (1 Pe 2, 1- 3).
Los medios de crecimiento en la Iglesia. Para
llevar una vida conforme a la verdad, el hombre nuevo aprende de la mano de sus
hermanos de comunidad a vivir las exigencias de la vida nueva: “para que procedáis de una manera digna del
Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el
conocimiento de Dios. Le pedimos también que os fortalezca plenamente con su
glorioso poder, para que seáis constantes y pacientes en todo y deis con
alegría gracias al Padre, que os hizo capaces de participar en la luminosa
herencia de los santos (Col 1, 10- 12). Los medios que recibimos de Dios
por medio de la Iglesia para crecer en la fe, la esperanza y la caridad, son:
La oración cristiana. Personal, comunitaria y litúrgica, La Palabra de
Dios. Leída y meditada a la luz de los padres de la Iglesia. La Liturgia de la
Iglesia. Especialmente los Sacramentos
de la Eucaristía y la Reconciliación y la Lectio divina. Las Obras de
Misericordia que nos ayudan a salir del individualismo (Mt 25, 36ss). La
pertenencia a una pequeña comunidad de vida. (cf (Mt 18, 20) El apostolado. El
envío es para toda la Iglesia (Mt 28, 18ss; Mc 16, 16ss). Cómo podemos ver
estos medios de crecimiento espiritual son los mismos lugares de encuentro con
el Señor Jesús. El que abandone los medios que el Señor ha entregado a su
Iglesia, sencillamente se vacía y da muerte a su fe.
¿Cuál
es el fruto de la acción pastoral? “La catequesis es el proceso de formación en la fe, la
esperanza y la caridad que informa la mente y toca el corazón, llevando a la
persona a abrazar a Cristo de modo pleno y completo (I
en A 69).
El primer fruto de la acción pastoral es el “hombre
nuevo”, remido y justificado por Cristo (Rm 5,
1-5; 2 Cor 5, 17); al apropiarse de los frutos de la redención ha sido
reconciliado con Dios y con los miembros del Cuerpo de Cristo…se ha adherido a
la persona de Jesucristo con todas sus implicaciones teológicas y morales
ilustradas por el Magisterio (I en A 52); ha aceptado el evangelio como norma
para su vida…y toma la decisión de seguir a Cristo. (cnf 2 Cor 5, 15) El
Apóstol Pablo nos hace dos exhortaciones que nos ayudan comprender este estilo
nuevo de vida: “Os exhorto hermanos por
la misericordia de Dios a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia vida,
santa y agradable a Dios, este ha de ser vuestro culto espiritual.” (Rm 12,
1) Esta palabra de Pablo nos ayuda a entender que en la Iglesia nadie estorba,
todos son importantes y todos, desde su pobreza, enfermedad o fracaso son
útiles a los intereses del Reino. El sufrimiento y el dolor tienen un sentido
oblativo que nos hace decir: “Los pobres también nos evangelizan”.
“Hermanos os exhorto a que
llevéis una vida digna del llamamiento que han recibido”. Es el llamado a la santidad, a
vivir como hijos de Dios, de acuerdo al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo
(Fil 1, 29). ¿Qué implica vivir este Evangelio? Un estilo de vida que ha sido
vivido por Jesús que nos invita a aprender de Él: Manso y humilde corazón (cf
Mt 11, 29). Pablo nos recuerda: sean
siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor;
esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz. (Ef
4, 1ss)
Un segundo fruto. No
podemos olvidar que otro fruto de la acción apostólica son “los Nuevos Agentes de Pastoral”, los nuevos discípulos y apóstoles
que se han aventurado en el seguimiento de Cristo. Hombres y mujeres que han
tenido un encuentro personal con Jesús, el Señor, que los llevado a encarnar la “doble certeza”
en sus vidas: “La certeza de saberse amados y elegidos por Dios y la certeza de
su amor a Dios y a la Iglesia”. Cuando esta doble certeza se ha enraizado en el
corazón de los creyentes, entonces se puede hacer la “Opción fundamental y
radical por Cristo” aceptando todas las implicaciones que conlleva el
seguimiento. Es tomar la firme decisión de seguir a Cristo.
Un tercer fruto precioso de la Evangelización son las Comunidades florecientes convocados por la Palabra, alimentadas
por la Eucaristía, revestidas con ministerios y servicios, caminan de la mano
de Jesús y de María en comunión con sus pastores y trabajan en la edificación
de una Comunidad parroquial. Comunidades que son “verdaderas lámparas vivas de
fe, esperanza y caridad (I en A 52).
Todo esto vivido como proceso: No demos las cosas por echas, no queramos cosechar
donde no hemos sembrado, la espiritualidad misionera, nos pide conocer y vivir
las leyes del Reino, para no exigir lo que no hemos dado a nuestro hermanos de
comunidad. Recordando las palabras del Génesis: “Tomó,
pues, Yahvé Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase” (Gn 2, 15). Cultivar y proteger la
fe para poder comer los frutos de la acción pastoral es responsabilidad de todo
evangelizador. Recordando a san Pablo: “Si
alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Ts 3, 10).
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