3,. LA ESPIRITUALIDAD DELREINO DE DIOS.

 LA ESPIRITUALIDAD DELREINO DE DIOS.

La Búsqueda de Dios: “Dedícate a buscar a Dios”. Los lugares de encuentro tradicionales son la Palabra de Dios, la Oración, la Liturgia, los Pobres y el Apostolado, no obstante, el Papa Juan Pablo recomienda la búsqueda de Dios en primer lugar dentro de uno mismo, en su interior, en lo profundo de su existencia todo hombre es “Imagen de Dios” (Gén 1, 26). Después de haberlo encontrado en nosotros mismos, el Papa nos señala un nuevo lugar de encuentro con el Señor: el otro, el prójimo. No pretendamos invertir los pasos, nos haríamos fariseos y nos frustraríamos, al no encontrar a Dios en los demás.

Razón por la que el Papa habla de la “comunión con todos.” Nos recomienda no ver al otro como a un extraño, sino como a un alguien que nos pertenece y le pertenecemos como miembros de un mismo cuerpo, el Cuerpo de Cristo. El Otro no es un extranjero, es de mi Familia, por lo tanto somos hermanos. Después de varios años de su muerte, me parece escuchar el grito del Papa Juan Pablo que arrancando las palabras de la Escritura nos dijo: “Todos ustedes son hijos de Dios”, “Todos ustedes son miembros unos de los otros” “Todos ustedes son hermanos” “Todos ustedes son comunión” (Gál 3, 26; Rm 12, 5; 1Cor 12, 27).

El otro, los otros; todo prójimo debe ser aceptado como “un don” de Dios; aceptamos llenos de gozo que somos regalo de Dios para los demás, y aceptamos que los otros son regalos de Dios para nosotros. Por eso entendemos que la espiritualidad de la comunión está empapada de amabilidad, generosidad y bondad. El otro puede ser de otro país, de otro estrato social, de color distinto, de partido político diferente, puede ser pobre o rico, joven o viejo, hombre o mujer, puede presentarse con diversidad de colores, pero sigue siendo: regalo de Dios. Los regalos se aceptan o se rechazan, se descuidan y se abandonan.

Por último, según la doctrina de Juan Pablo II decimos que la espiritualidad de la comunión nos pide profundizar en la misión que hemos recibido: “cargar con las debilidades de los demás, de los otros, de aquellos que vienen de lejos o que están cerca de nosotros. San Pablo nos hace la misma recomendación: “Que los fuertes carguen con los débiles” (Rm 15, 1) Podemos pensar distinto, hablar diferente, pero tenemos algo en común: un Dios que a todos nos ama y que a todos quiere salvar. (Novo Milenio Ineunte  # 43, pág 49)

 

1.     Los frutos de la espiritualidad el Reino.

Los frutos de la espiritualidad de la comunión son visibles y están al alcance de todos los que caminan ya en el Reino de Dios. A estos frutos se les llama “Valores del Reino”. Podemos destacar algunos, los más importantes:

El compartir los bienes materiales, intelectuales o espirituales que hemos recibido gratuitamente de Dios para nuestra propia realización y para la realización de los demás. “¿Qué tenemos que no lo hayamos recibido de Dios?” (1 Cor 4, 7) Cuando Jesús entró en la Casa de Zaqueo y éste entró en el Reino de Dios, el Jefe de publicanos testimonió su fe compartiendo la mitad de sus bienes con los pobres y se comprometió a pagar cuatro veces más a los que les había robado. (Lc 19, 1ss)En el reino de Dios nadie vale por lo que tiene; como tampoco, el reino se mide por las acciones o cuentas bancarias, condominios o propiedades, la pregunta que se nos hace a diario es simple y sencilla: ¿Me amaste? El amor exige compartir lo que se tiene, se sabe y se es.

El segundo valor del Reino es la “dignidad humana”. Se entiende este valor, si hemos salido de la mentira del mundo cuya filosofía reza: “¿cuánto tienes? Cuánto vales”. Cuando hay luz, verdad y bondad en nuestra mente y en nuestro corazón, sabemos quiénes somos; hay una nueva mirada; un nuevo modo de pensarnos, mirarnos, aceptarnos, valorarnos y amarnos. Somos hijos de Dios, queridos y amados por Él. Todo ser humano es valioso e importante; es persona digna y valiosa porque Dios la ama, y eso nos basta. Toda persona debe ser reconocida como tal; aceptada como es; respetada y valorada por lo que es: persona, digna y valiosa, igual a todos en dignidad.

Otro fruto de la espiritualidad de la comunión es la “solidaridad humana” que no tiene fronteras, ni color, ni sexo, ni posesión social; es solidaridad con el que sufre, con el enfermo, con el pobre, con que ha sido víctima de alguna desgracia, no importa que no pertenezca a nuestra religión, que por ser de la familia humana, nos pertenece, es de los nuestros. La solidaridad humana es a la vez evangélica por que Cristo vino por todos, murió por todos y porque Dios no hace acepción de personas. Recordemos las palabras de Santiago: “El que ve a su hermano pasar necesidades y no lo ayuda es peor que un pagano” (cf1Jn 3, 17; St 2, 16) En el corazón del Señor Jesús se anida el deseo que seamos “prójimo” de todos aquellos que están en alguna necesidad.  Hoy como ayer, sus palabras resuenan en el corazón de sus discípulos: “Vete y haz tú lo mismo” “Denles ustedes de comer” (Lc 10, 37; Mc 6, 34s)

Un fruto más de la espiritualidad de la comunión es el servicio. El encuentro con Cristo nos hace “serviciales” (no serviles) En el Reino de Dios el que no sirve no sirve para nada, se excluye a sí mismo. A quien Jesús el Señor le ha lavado los pies, se convierte a la vez en un servidor del Reino, al igual que la suegra de Pedro, que levantada de la cama “se puso a servirles” (Mc 1, 31) El servidor del Reino, es un “siervo de Cristo Jesús” que está al servicio de la Palabra, de la oración, del amor, de la verdad, de la justicia, de la misericordia, de la vida… Es un fiel administrador de la múltiple forme gracia de Dios.

 

2.     Las exigencias de la espiritualidad del Reino

El servicio al Reino pide renuncias, desprendimiento, pobreza, confianza, donación, entrega… pide gastarse por los intereses del Reino… padecer persecuciones y algo más… su fuerza es el amor de Cristo que ha invadido nuestro corazón. Cristo no nos pide mucho, tampoco nos pide poco, Él, lo pide “todo”… Cristo dice en un primer momento a su discípulo: Ámame, para luego, cuando se ha encarnado la doble certeza de que Maestro y discípulo se corresponden con amor mutuo; el discípulo escucha en su corazón el llamado: “Sígueme”. El seguimiento de Cristo Jesús nos lleva a encarnar la “Espiritualidad del Buen Samaritano” que hace rebosar nuestros corazones de compasión y misericordia. Sin seguimiento, la espiritualidad del Reino se vacía de su contenido. La espiritualidad del Reino es el modo como viven los hijos de Dios, peregrinos de la esperanza en esta tierra, que caminan en la verdad, practican la justicia, son libres para amar y compartir sus vidas para hacer que el reino llegue a todos los hombres.

3.     ¿Dónde encontrar a Dios?

A la luz de todo lo anterior podemos afirmar que es el conjunto de la vida donde se ha de encontrar a Dios. El encuentro no es privilegio para unos cuantos, eso es mentira, Él está al alcance de quien lo busque de todo corazón, es más, se deja encontrar, se hace el encontradizo. Su deseo es que todo hombre lo conozca, lo ame y lo sirva en esta vida y en cada momento y circunstancia, porque la espiritualidad de intervalos resulta inadecuada. Vivamos la comunión con Dios en la Oración, en el encuentro con su Palabra, en la celebración de la Liturgia, en la práctica de las obras de misericordia, en el apostolado, en el trabajo, en las diversiones sanas, en cada momento de nuestra vida, aún en las situaciones difíciles, Él siempre está a nuestro alcance y a nuestro favor.

4.     La espiritualidad Mariana.

María, la joven aldeana de Nazareth es figura y modelo de espiritualidad para todos los creyentes. Nadie nos puede hablar de la espiritualidad del reino de Dios como María: “La humilde esclava del Señor”. Ella la “llena de Gracia” “Bendita entre las mujeres” y “Madre del Señor” (Lc 1, 28. 42- 43) es llamada por Pablo Sexto en la “Marialis Cultus” la “Virgen Oyente”, “La Virgen Orante”, “ La Virgen Oferente” y la “Virgen Madre”. El Evangelio presenta a la Joven de Nazareth como la “Mujer Solidaria” con su Pueblo, con los débiles (Lc 1, 39ss); con unos novios jóvenes e inexpertos (Jn 2, 1- 12). Presente en los principales y esenciales momentos de la vida y misión de su Hijo: Nacimiento, epifanía a los pastores y a los magos, la presentación en el templo, en su primer milagro, en el zenit de la misión de Jesús y de manera única, junto a la cruz de Jesús (Jn 19, 25). En Pentecostés está presente en el nacimiento de la Iglesia a quien la acompaña y ora con ella, esperando la realización de la Promesa de su Hijo de enviar al Paráclito. El “Fiat” de María, no sólo fue para el tiempo que ella estuvo en la tierra, es también para la eternidad. María sigue siendo en la “eternidad” la “humilde esclava del Señor que sirve a la Iglesia para que en ella su Hijo manifieste su amor, su bondad, su compasión y su misericordia a los hombres.

Oremos: Padre por tu Verbo y por María concédenos el don tu Espíritu Santo para que podamos vivir la espiritualidad de tu Reino como hijos tuyos y como hermanos de todos los hombres. Queremos trabajar en la construcción de una “Comunidad Cristiana” que esté cimentada en la verdad, el amor y la vida, en la cual podamos los hombres servirte con un corazón limpio, con  una fe sincera y con una conciencia recta. Para gloria de Dios y bien de la Iglesia.

María, Madre ruega por nosotros…

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