LA ESPIRITUALIDAD DELREINO DE DIOS.
La
Búsqueda de Dios: “Dedícate a buscar a Dios”. Los lugares de
encuentro tradicionales son la Palabra de Dios, la Oración, la Liturgia, los
Pobres y el Apostolado, no obstante, el Papa Juan Pablo recomienda la búsqueda
de Dios en primer lugar dentro de uno mismo, en su interior, en lo profundo de
su existencia todo hombre es “Imagen de Dios” (Gén 1, 26). Después de haberlo
encontrado en nosotros mismos, el Papa nos señala un nuevo lugar de encuentro
con el Señor: el otro, el prójimo. No pretendamos invertir los pasos, nos
haríamos fariseos y nos frustraríamos, al no encontrar a Dios en los demás.
Razón
por la que el Papa habla de la “comunión con todos.” Nos recomienda
no ver al otro como a un extraño, sino como a un alguien que nos pertenece y le
pertenecemos como miembros de un mismo cuerpo, el Cuerpo de Cristo. El Otro no
es un extranjero, es de mi Familia, por lo tanto somos hermanos. Después de
varios años de su muerte, me parece escuchar el grito del Papa Juan Pablo que
arrancando las palabras de la Escritura nos dijo: “Todos ustedes son hijos de
Dios”, “Todos ustedes son miembros unos de los otros” “Todos ustedes son
hermanos” “Todos ustedes son comunión” (Gál 3, 26; Rm 12, 5; 1Cor 12, 27).
El
otro, los otros; todo prójimo debe ser aceptado como “un don” de Dios;
aceptamos llenos de gozo que somos regalo de Dios para los demás, y aceptamos
que los otros son regalos de Dios para nosotros. Por eso entendemos que la
espiritualidad de la comunión está empapada de amabilidad, generosidad y
bondad. El otro puede ser de otro país, de otro estrato social, de color
distinto, de partido político diferente, puede ser pobre o rico, joven o viejo,
hombre o mujer, puede presentarse con diversidad de colores, pero sigue siendo:
regalo de Dios. Los regalos se aceptan o se rechazan, se descuidan y se
abandonan.
Por último, según la
doctrina de Juan Pablo II decimos que la espiritualidad de la comunión nos pide profundizar en la misión que hemos
recibido: “cargar con las debilidades de los demás, de los otros, de
aquellos que vienen de lejos o que están cerca de nosotros. San Pablo nos hace
la misma recomendación: “Que los fuertes carguen con los débiles” (Rm 15, 1)
Podemos pensar distinto, hablar diferente, pero tenemos algo en común: un Dios
que a todos nos ama y que a todos quiere salvar. (Novo Milenio Ineunte # 43, pág 49)
1. Los frutos de la espiritualidad el
Reino.
Los frutos de la
espiritualidad de la comunión son visibles y están al alcance de todos los que
caminan ya en el Reino de Dios. A estos frutos se les llama “Valores del
Reino”. Podemos destacar algunos, los más importantes:
El
compartir los bienes materiales, intelectuales o espirituales
que hemos recibido gratuitamente de Dios para nuestra propia realización y para
la realización de los demás. “¿Qué tenemos que no lo hayamos recibido de Dios?”
(1 Cor 4, 7) Cuando Jesús entró en la Casa de Zaqueo y éste entró en el Reino
de Dios, el Jefe de publicanos testimonió su fe compartiendo la mitad de sus
bienes con los pobres y se comprometió a pagar cuatro veces más a los que les
había robado. (Lc 19, 1ss)En el reino de Dios nadie vale por lo que tiene; como
tampoco, el reino se mide por las acciones o cuentas bancarias, condominios o
propiedades, la pregunta que se nos hace a diario es simple y sencilla: ¿Me
amaste? El amor exige compartir lo que se tiene, se sabe y se es.
El
segundo valor del Reino es la “dignidad humana”.
Se entiende este valor, si hemos salido de la mentira del mundo cuya filosofía
reza: “¿cuánto tienes? Cuánto vales”. Cuando hay luz, verdad y bondad en
nuestra mente y en nuestro corazón, sabemos quiénes somos; hay una nueva
mirada; un nuevo modo de pensarnos, mirarnos, aceptarnos, valorarnos y amarnos.
Somos hijos de Dios, queridos y amados por Él. Todo ser humano es valioso e
importante; es persona digna y valiosa porque Dios la ama, y eso nos basta. Toda
persona debe ser reconocida como tal; aceptada como es; respetada y valorada
por lo que es: persona, digna y valiosa, igual a todos en dignidad.
Otro
fruto de la espiritualidad de la comunión es la “solidaridad humana”
que no tiene fronteras, ni color, ni sexo, ni posesión social; es solidaridad
con el que sufre, con el enfermo, con el pobre, con que ha sido víctima de
alguna desgracia, no importa que no pertenezca a nuestra religión, que por ser
de la familia humana, nos pertenece, es de los nuestros. La solidaridad humana
es a la vez evangélica por que Cristo vino por todos, murió por todos y porque
Dios no hace acepción de personas. Recordemos las palabras de Santiago: “El que
ve a su hermano pasar necesidades y no lo ayuda es peor que un pagano” (cf1Jn
3, 17; St 2, 16) En el corazón del Señor Jesús se anida el deseo que seamos
“prójimo” de todos aquellos que están en alguna necesidad. Hoy como ayer, sus palabras resuenan en el
corazón de sus discípulos: “Vete y haz tú lo mismo” “Denles ustedes de comer” (Lc
10, 37; Mc 6, 34s)
Un
fruto más de la espiritualidad de la comunión es el servicio.
El encuentro con Cristo nos hace “serviciales” (no serviles) En el Reino de
Dios el que no sirve no sirve para nada, se excluye a sí mismo. A quien Jesús
el Señor le ha lavado los pies, se convierte a la vez en un servidor del Reino,
al igual que la suegra de Pedro, que levantada de la cama “se puso a servirles”
(Mc 1, 31) El servidor del Reino, es un “siervo de Cristo Jesús” que está al
servicio de la Palabra, de la oración, del amor, de la verdad, de la justicia,
de la misericordia, de la vida… Es un fiel administrador de la múltiple forme
gracia de Dios.
2. Las exigencias de la espiritualidad
del Reino
El servicio al Reino pide
renuncias, desprendimiento, pobreza, confianza, donación, entrega… pide
gastarse por los intereses del Reino… padecer persecuciones y algo más… su
fuerza es el amor de Cristo que ha invadido nuestro corazón. Cristo no nos pide
mucho, tampoco nos pide poco, Él, lo pide “todo”… Cristo dice en un primer
momento a su discípulo: Ámame, para luego, cuando se ha encarnado la doble
certeza de que Maestro y discípulo se corresponden con amor mutuo; el discípulo
escucha en su corazón el llamado: “Sígueme”. El seguimiento de Cristo Jesús nos
lleva a encarnar la “Espiritualidad del Buen Samaritano” que hace rebosar
nuestros corazones de compasión y misericordia. Sin seguimiento, la
espiritualidad del Reino se vacía de su contenido. La espiritualidad del Reino
es el modo como viven los hijos de Dios, peregrinos de la esperanza en esta
tierra, que caminan en la verdad, practican la justicia, son libres para amar y
compartir sus vidas para hacer que el reino llegue a todos los hombres.
3. ¿Dónde encontrar a Dios?
A la luz de todo lo
anterior podemos afirmar que es el conjunto de la vida donde se ha de encontrar
a Dios. El encuentro no es privilegio para unos cuantos, eso es mentira, Él
está al alcance de quien lo busque de todo corazón, es más, se deja encontrar,
se hace el encontradizo. Su deseo es que todo hombre lo conozca, lo ame y lo
sirva en esta vida y en cada momento y circunstancia, porque la espiritualidad
de intervalos resulta inadecuada. Vivamos la comunión con Dios en la Oración,
en el encuentro con su Palabra, en la celebración de la Liturgia, en la práctica
de las obras de misericordia, en el apostolado, en el trabajo, en las
diversiones sanas, en cada momento de nuestra vida, aún en las situaciones
difíciles, Él siempre está a nuestro alcance y a nuestro favor.
4. La espiritualidad Mariana.
María, la joven aldeana
de Nazareth es figura y modelo de espiritualidad para todos los creyentes.
Nadie nos puede hablar de la espiritualidad del reino de Dios como María: “La
humilde esclava del Señor”. Ella la “llena de Gracia” “Bendita entre las
mujeres” y “Madre del Señor” (Lc 1, 28. 42- 43) es llamada por Pablo Sexto en
la “Marialis Cultus” la “Virgen Oyente”, “La Virgen Orante”, “ La Virgen
Oferente” y la “Virgen Madre”. El Evangelio presenta a la Joven de Nazareth
como la “Mujer Solidaria” con su Pueblo, con los débiles (Lc 1, 39ss); con unos
novios jóvenes e inexpertos (Jn 2, 1- 12). Presente en los principales y
esenciales momentos de la vida y misión de su Hijo: Nacimiento, epifanía a los
pastores y a los magos, la presentación en el templo, en su primer milagro, en
el zenit de la misión de Jesús y de manera única, junto a la cruz de Jesús (Jn
19, 25). En Pentecostés está presente en el nacimiento de la Iglesia a quien la
acompaña y ora con ella, esperando la realización de la Promesa de su Hijo de
enviar al Paráclito. El “Fiat” de María, no sólo fue para el tiempo que ella
estuvo en la tierra, es también para la eternidad. María sigue siendo en la
“eternidad” la “humilde esclava del Señor que sirve a la Iglesia para que en
ella su Hijo manifieste su amor, su bondad, su compasión y su misericordia a
los hombres.
Oremos: Padre por tu
Verbo y por María concédenos el don tu Espíritu Santo para que podamos vivir la
espiritualidad de tu Reino como hijos tuyos y como hermanos de todos los
hombres. Queremos trabajar en la construcción de una “Comunidad Cristiana” que
esté cimentada en la verdad, el amor y la vida, en la cual podamos los hombres
servirte con un corazón limpio, con una
fe sincera y con una conciencia recta. Para gloria de Dios y bien de la
Iglesia.
María, Madre ruega por
nosotros…
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