NO BASTA LLAMAR LO COMO
SEÑOR, SEÑOR, HAY QUE HACER SU VOLUNTAD.
Objetivo: Animar a los neo- conversos para que
enamorados de la Persona de Jesús y de su obra se decidan a seguir a Cristo y a
poner su vida al servicio del Evangelio.
No basta con llamarnos cristianos,
hay que ser discípulos. Podemos rezar, leer la Biblia, recibir
los Sacramentos y, a pesar de eso, sentirnos llenos de angustia, caer en la
frustración, no ser felices. La razón no tenemos un conocimiento personal de
Cristo debido a la mediocridad de nuestra fe, a la superficialidad de la misma
o al divorcio entre fe y vida. Por un lado creemos y por otro lado vivimos,
nuestra vida se encuentra dividida, desgarrada y por lo mismo llevamos una
existencia arrastrada gobernada por las fobias que son fuente de comportamientos
neuróticos y hasta esquizofrénicos.
¿Cuál es la causa de los miedos? Muchas explicaciones pudieran darse
al respecto, pero no tengo miedo en afirmar a la luz de mi propia experiencia
que los miedos vienen de un vacío existencial, de las imágenes falseadas que se
tienen de Dios, de la vida y del hombre; como también puede ser su causa de una
vida carente de sentido y de la ausencia casi total de vida interior. La verdad
es que el pecado de la cobardía ha echado raíces y se ha instalado en el
corazón de muchos llamados creyentes.
¿Miedo a qué? Miedo a la soledad, al mañana, al
que dirán, a la pobreza, a la enfermedad, al fracaso, hacer el ridículo; miedo al
servicio a favor de los pobres; miedo a afrontar el sentido de nuestro vivir
diario y a confrontarse con la verdad; miedo a los otros, al sentido de
autoridad, miedo al compromiso. Los miedos son fisuras por las cuales se escapa
el buen olor de Cristo y entran otros olores, otros espíritus.
Pero, por encima de estos, y muchos otros miedos más, está el
miedo a tomar en serio todo lo que el Evangelio significa, tal como Jesús nos
lo propone: vivirlo sin componendas. Lo que exige escuchar la Palabra de Cristo
que nos invita a salir fuera de nuestros nidos y madrigueras (Lc 9, 58), es
decir, abandonar el “exilio”, entendido como situación de servidumbre, de
lejanía de la patria y de ausencia de valores, para ponerse en camino de “éxodo”
hacia la tierra que mana leche y miel (Ex 33, 3), dejando atrás los terrenos de
la idolatría, del conformismo y del individualismo para ir adentrándose en
medio de dificultades hacia los terrenos de Dios: la libertad, la solidaridad,
el servicio libre, consciente y gratuito a los demás. Jesús sana al hombre para
que se convierta en servidor de sus hermanos, para que por la acción del
Espíritu nos hagamos sus discípulos misioneros, portadores de su mensaje de
salud salvífica.
Nuestra realidad existencial. La pregunta de los discípulos. “Maestro,
¿No te importa que nos hundamos?” Es el grito de unos discípulos llenos de
miedo y de angustia frente a un mar huracanado que amenaza con hundir la barca
mientras Jesús duerme y descansa después de un día agobiador por el exceso de
trabajo. No dudemos en decir que la angustia es la barrera que nos impide
confiar en Jesús. ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe? Pregunta Jesús
a sus discípulos (Mc 4,35- 40). El miedo paraliza a la persona e impide su
crecimiento integral: enferma, deshumaniza y despersonaliza. Es normal que
sintamos cierta porción de miedo, pero hemos de enfrentarnos a él y vencerlo
con el poder de la fe.
¿De qué fe se trata? La fe viva, auténtica, la que es
iluminada por la caridad (Gál 5, 6). La fe que no es un tranquilizante para
vivir cómodamente rodeados de esplendor, lujos, sexo, diversiones, llevando una
vida llena de dependencias, apegos desordenados y vicios. La fe no es el opio
del pueblo que adormece a unos y paraliza a otros. La fe verdadera, despierta a
los hombres, los cuestiona, los sacude, los pone de pie para que caminen con
dignidad, y se proyecten, hacia su plena realización. La fe que no se hace
cultura no es auténtica.
No así los miedosos que llevan una vida arrastrada, tienen
miedo a enderezarse y poner los pies sobre la tierra. Tienen miedo extender la
mano para compartir con otros, especialmente, los pobres, por eso temen a su
cercanía. El miedo que se anida en el corazón del hombre, es a la vez, la capa
que reviste y paraliza el interior de las personas miedosas para que no amen ni
se dejen amar. A todos Jesús nos dice: “No teman, tengan confianza, mi Padre
los ama y yo también los amo”. “¿Por qué se preocupan por el día de mañana?
Cada día tiene sus propias preocupaciones” (Mt 6, 34). Como si nos dijera: “no
quieran vivir en el futuro que todavía no llega”.
El Señor quiere
sanarnos. Jesús
quiere sanar nuestro corazón de las inseguridades, celos y miedos que generan
comportamientos enfermizos que son generados por la inseguridad que responde a un
ser humano vacío de confianza, esperanza y caridad. “No teman, es el saludo de
Jesús a sus discípulos”. Es a la vez el saludo de Dios a lo largo de toda la
Sagrada Escritura. “No temas le dice ángel Gabriel a Gedeón y después a María”
(Lc 1, 26ss). “No teman dice a Jesús acercándose a unos discípulos espantados y
aterrorizados por el miedo al verlo caminar sobre las aguas (Mt 14, 22- 30)El
mismo día de la resurrección Jesús saludó a los suyos diciéndoles: “No teman,
soy Yo” (Jn 20, 19ss). Jesús sanó a la
mujer adúltera del miedo a la muerte, de la vergüenza y del pecado (Jn 8,
1-11).
“No hemos recibido
espíritu de miedo o de cobardía, nos dice Pablo, sino de amor, fortaleza y
domino propio” (2
Tim 1,7). Espíritu que se recibe para responder al llamado de Dios de obrar con
justicia, fraternidad, solidaridad y cercanía con los pobres. Lo que todo
auténtico creyente debe saber que Dios no quiere que nos hundamos en el lodo, o
que nos destruyamos unos a los otros. Dios es un Padre misericordioso a quien
no debemos temer; como tampoco Dios nos envía las enfermedades o los
accidentes, ni nos busca para castigarnos. La confianza en el amor de Dios es
fuente sanadora y liberadora de miedos y de neurosis.
Condiciones para seguir a Jesús. La advertencia de Jesús a un
voluntario que se ofrece a seguirlo, tal vez motivado por la personalidad y enseñanza
del Profeta de Nazaret: “Maestro te seguiré a donde vayas”. A lo que Jesús
responde: “La aves tienen sus nidos y las zorras tienen sus madrigueras, pero
el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 57s). Muchos han
entendido que las palabras de Jesús hacen referencia a su pobreza, mientras que
otros afirman que le avisa al postulante y todo discipulado que con Él no hay
tiempo para perder, no habrá seguridades económicas, vacaciones pagadas ni
tiempo para descansar. Para comprender el peso y el contenido de las palabras
proféticas de Jesús, escuchemos las condiciones del discipulado: “El que quiera
seguirme que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc. 9, 23). La clave para
entender el mensaje está en el “Niégate a ti mismo”.
Negarse y renunciar a los “nidos” que son las dependencias, los apapachos interpersonales, los apegos o comportamientos infantiles: modos
de buscar vivir en la comodidad, en el esplendor o en los apegos a las personas
que pueden ser nuestros padres, hermanos, amigos, etc. La experiencia de Dios
es fuente de salud y energía espiritual que nos pone en camino para seguir a
Cristo, conocer la verdad, practicar la justicia y vivir en libertad.
Enfermos ¿de qué? La enfermedad, es ausencia de salud, de vida, razón
por la que podemos afirmar que existen enfermedades que son fuente de opresión.
Cuando el Señor Jesús habló de las madrigueras y de vicios, de cegueras y
parálisis espirituales que atrofian nuestra vida y desvían a los hombres hacia
situaciones de desgracia, de no salvación, que no son queridas por el Señor de
la Vida para sus servidores. Él está haciendo referencia a un estilo de vida
llamado por Pablo: un vivir según la carne, un modo de vivir que es mundano y
pagano, vida de pecado. Las madrigueras son el hábitat de las zorras y de otros
animales salvajes. ¿Qué se puede encontrar en ellas? Pensamos que son huesos
secos, pellejos, pelos, pestilencia.
En Jesús no hay nidos
ni madrigueras, es decir, no hay pecado ni dependencias. Él es el Camino, la Verdad y la Vida
(Jn 14, 6); Jesús es la resurrección y la Vida (Jn 11, 25). Jesús es la Luz del
mundo, y en Él no hay tinieblas” (Jn 8, 12). Él quiere que sus discípulos lo
acepten a Él, su Mensaje, su Misión y su Destino para que puedan vivir como Él,
que se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el Diablo
(Hech 10, 38). Las condiciones para ser discípulo y seguir a Jesús son a la vez
mecanismos liberadores del miedo, de toda inseguridad que impida que su Reino
de amor, paz y gozo crezca en nosotros. Son cuatro condiciones fundamentales:
·
La escucha y obediencia a la palabra
de Cristo, Maestro y Pastor. Tal como lo hizo Zaqueo que a la voz de Jesús se bajó del árbol y con
alegría abrió las puertas de su casa (Lc 19, 1ss). Como lo hicieron los 10
leprosos que fueron sanados por el camino en obediencia a la palabra de Jesús.
·
La aceptación libre y consciente de
pertenecer a Cristo y a su Grupo. Ser de Cristo y de su Comunidad. Todo el que pertenece a
Cristo está crucificado con él, muriendo al pecado y viviendo para Dios (Gál 5,
24). Lo que significa hacerse sus discípulos.
·
La disponibilidad para desaparecer,
según las palabras del Bautista: “Conviene que Cristo crezca y que disminuya yo” (cf Jn 3,
30) Disminuir hasta desaparecer es el camino que nos está llevando al Nuevo
Nacimiento (cf Jn 3, 1- 5) Para revestirnos de bondad, de verdad y de justicia
(cf Ef 5, 8)
·
La disponibilidad de amar y seguir a
Cristo. (Lc 9, 23)
Amar es guardar su Palabra, sus Mandamientos y socorrer a los pobres (Jn 14,
21. 23) Seguir a Cristo es configurarse con él y servirlo.
Pertenecemos al Señor en la medida que estemos en íntima
comunión con Él, pongamos en Él nuestra confianza, obedezcamos sus
Mandamientos, lo amemos, lo sigamos, lo sirvamos y le consagremos nuestra vida.
Quien es de Cristo vive en comunión solidaria con el Pueblo de Dios,
especialmente los menos favorecidos, los pobres. “Todo el que es de Cristo es
una creación nueva” (cf 2 Cor 5, 17) “Todo el que es de Cristo está crucificado
con él, muriendo al pecado y viviendo para Dios (cf Gál 5, 24)
¿Cómo dejar los nidos y las
madrigueras? Con la
gracia de Dios y nuestra colaboración por la fe en Jesucristo nuestro Salvador,
Maestro y Señor que derrama su amor en nuestros corazones con el Espíritu Santo
que Él nos ha dado (Rom 5, 5). Todo es gracia y respuesta. Escuchemos la
profecía de Ezequiel: Escucha pueblo mío: “Yo
mismo abriré vuestros sepulcros; os sacaré de vuestros sepulcros y os llevaré a
vuestro suelo e infundiré mi Espíritu en vuestros corazones” (Ez. 37, 12s).
Abrir la tumba equivale a destapar la “cloaca de un drenaje” para que
manifieste lo que hay dentro: suciedad, escoria, huesos secos, etc.
¿Qué hace el Señor nuestro Dios para
sacarnos de los sepulcros? La respuesta la encontramos en la misma Sagrada Escritura: La justicia
de Dios se ha manifestado en Cristo Jesús nacido para nuestra salvación y
“entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para nuestra
justificación” (Rom 4, 25). En la carta los colosenses nos dice: “Dios nos
libró del poder de la obscuridad y nos llevó al reino de su amado Hijo” (Col.
1, 13). Cristo pagó el precio para sacarnos del pozo de la muerte y llevarnos
en alas de águila a la Casa del Padre y ser injertados en el Cuerpo de Cristo
por el Bautismo (Gál. 3, 26). El que cree en Jesús se apropia de los frutos de
la redención, y en virtud de la sangre de Cristo sus pecados son perdonados y
recibe el don del Espíritu Santo (Ef. 1, 7; Rom 5, 5).
La experiencia religiosa, fruto de la acción del divino
Espíritu, nos lleva a decir que todo parte de la iniciativa de Dios: “Cuando el Espíritu Santo venga él nos dará
la conciencia de pecado, nos llevará a un juicio en donde Satanás es echado
fuera y nos conducirá por los caminos de la rectitud” (cfr Jn 16, 7- 8). El
primer regalo que Dios nos hace es el don de su Palabra que ilumina nuestras
tinieblas para que reconozcamos nuestros vicios, madrigueras, dependencias,
ataduras, cegueras o pecados, para luego llevarnos al encuentro con Cristo que
nos libera de nuestras cargas e inflama nuestro corazón con el fuego de su amor
(Lc 12, 49). Ahora si podemos caminar en los caminos de Dios: guardar sus
mandamientos y practicar sus virtudes para llevar una vida digna del Señor (Col
1, 9- 12).
¿Cuál ha sido nuestro
mérito? Apropiarnos
por la fe de los méritos que brotan del corazón de Jesucristo, y que son
muchísimos. Hoy, podemos salir de nuestras madrigueras mediante la escucha y la
obediencia a la Palabra de Cristo, haciéndonos sus discípulos, y aceptando,
libre y conscientemente ser pertenencia total y exclusiva de Cristo y de su
Grupo.
Quien camina detrás de
Cristo, sigue sus huellas, y con la fuerza del Espíritu, se esfuerza y renuncia a sus “huesos
secos” hasta llegar al sacrificio de sí mismo, para adentrase en los terrenos
de Dios, revistiéndose por la acción del Espíritu Santo, presente en la Palabra
de Cristo y en los Sacramentos, del Amor, la Verdad y la Vida, para decir con
san Pablo: “No vivo yo es Cristo quien vive en mí, y la vida que ahora vivo en
el cuerpo, la vivo por la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”
(Gál 2, 19-20).
Padre, por Cristo y María, concédenos
Espíritu Santo.
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