LA CONVERSIÓN A JESUCRISTO.

 

LA CONVERSIÓN A JESUCRISTO.

 

OBJETIVO: Ayudar a conocer el proceso que nos llevará a la plenitud de la vida en Cristo en la familia, en la Iglesia y en la sociedad.

 

Iluminación. «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. 30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 11, 28-29)

 

¿Qué es la conversión?

 

La conversión es un tema siempre viejo y siempre nuevo. Tema que debe ser siempre predicado y ser actualizado. No predicar la conversión sería dejar de ser fieles al Mensaje de Jesús. Sencillamente es una de las condiciones para entrar en el Reino de Dios (cf Mc 1, 15). La conversión verdadera es, y será siempre pascual, es decir, nos lleva a negarnos a nosotros mismo poder pasar de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz (cf Col 1, 13). La conversión como mandato del Señor, es una invitación a romper con la servidumbre de los ídolos para entrar en su descanso (cf Mt 11. 29). Es salir de las tinieblas para entrar en su luz maravillosa. Es abandonar el pecado para volverse al Dios vivo y verdadero…y amarlo y servirlo (Cf 1 Ts 1, 9). La conversión es una respuesta con la vida. Un sí a Dios que ha sido tan generoso, ¿por qué no dar a los demás de lo que hemos recibido?....da tú perdón al que te haya ofendido, da tus vestidos, al desnudo, da tú amor a quien lo necesite...(cf 1 Cor 4, 7)

 

Jesús se ha acercado a los hombres para hacerles entender que andan errados, equivocados, sin sentido (Lc.15, 1-4); que han convertido sus vidas en un “Caos” (Gn 1,1), y sin embargo no reprocha ni recrimina. ¿Qué hace Jesús? ¿Cuál es su actitud frente a mí, pecador? Invita a volver al Camino que lleva a la “Casa del Padre”; “Ven y sígueme” (Mt 9,9; Mc 2, 14) . La primera conversión siempre será: “Ir a Jesús”. El profeta Óseas explica lo anterior diciendo: “Cuando Israel era niño Yo lo amé, y de Egipto llamé a mi Hijo. Con cuerdas de ternura lo atraía hacía mí” (Os 11, 1-5). Este relato lo podemos traspasar al Evangelio de san Lucas que bajo la unción el Espíritu, en la parábola de la oveja perdida, nos describe la experiencia de cada uno de los discípulos de Jesús: “La tomó en sus manos, la atrajo hacía él, se inclinó para darle de comer, la pone junto a su mejilla, para luego ponerla sobre sus hombres y caminar con ella hacia el encuentro con la comunidad...” (Lc. 15, 4ss).

 

En el proceso de la conversión existe un punto de partida… “El encuentro con Cristo” un punto de llegada…”Vivir en Cristo para “Ser hostia viva”. La iniciativa siempre es de Dios, la respuesta es nuestra.  Dios ilumina, purifica y santifica…el hombre debe ser barro en las manos de Dios; la meta de la conversión cristiana siempre será: “Le basta al discípulo ser como su Maestro”. Para una mejor comprensión digamos primero lo que no es la conversión:

a)      Lo que no es la conversión

·         No es algo triste y doloroso para vivir quejándonos o suspirando por las cebollas de Egipto, con la mano puesta en el arado y la mirada hacia atrás (cf Lc 9, 62). Eso no es la conversión.

·         No es cambiar de costal, es decir, no es dejar de hacer algo malo porque nos conviene o por agradarle a la gente. Eso no capacita para el reino de Dios.

·         No es rezar y encender velas, pero, seguir haciendo las cosa a espaldas de Dios.

 

 

b)      Lo que sí es la conversión

 

La conversión es media vuelta y encuentro consigo mismo.

Para san Lucas (Lc. 15, 11ss) la conversión es media vuelta...y es encuentro consigo mismo, con el Padre del Cielo y con los hijos que habitan en su “Casa”.  Miremos al “Hijo Pródigo” convertido en “Caos”, sin dominio propio, sin control de sus emociones; llevando una vida arrastrada, sumergido en una vida sin sentido...pero con una chispa de “Esperanza”...”En la Casa de mi Padre”…En los hijos pródigos que no existe esta “Esperanza”, en su lugar hay “Miseria humana” la vida carece de sentido y de significado. La esperanza consiste en saber que allá, en el lugar que antes se había abandonado, y en donde se habían pasado las mejores y más felices épocas de la vida, espera una Mesa servida, con manteles largos, manjares suculentos y vinos exquisitos.  Esperan los brazos y el perdón de un Papá que añora y desea el regreso de sus hijos ausentes.

 

“Volveré a la Casa de mi Padre y le diré: “Padre mío...he pecado... no soy digno...” (v. 18) Y se levantó, entró en sí... y se puso en camino.” El encuentro consigo mismo lo hizo consciente de su miseria interior: “me muero da hambre”. Otros piensan y deciden por él, es títere de una sociedad masificada y masificadora. Ha caído en lo más bajo. Entra en casa para descubrir el caos, el desorden y encontrarse con el último aliento que le queda: el deseo de ser feliz.

 

 

2.      La conversión es la invitación gozosa del Señor que nos llama a vivir en intimidad con Él.

 

“En la Casa de mi Padre hay una habitación para cada uno de ustedes” (Jn. 14, 2-3) El hijo va preparado, comienza un discurso pensado y repensado muchas veces: “Padre he pecado contra el Cielo y contra Ti...”(v. 21) El Padre que no había dicho ni media Palabra, lo acalla con sollozos y con sus besos, no le permite terminar su discurso; en el amor del Padre, no hay tiempo para las palabras, para las reprimendas, no hay tiempo ni lugar para regaños. Su justicia no es como la justicia de los hombres, El Padre de toda misericordia vence, derrota el Mal, amando y perdonando, dando misericordia al pecador. El Padre no dice palabra alguna al hijo que tiene en sus brazos, cuando El habla,  es para comunicar su Gozo a los de Casa, a sus amigos que también llama servidores y para darles las últimas instrucciones para la “Fiesta”: “Pronto, uno de ustedes corra a la mejor tienda y traiga para mi hijo el mejor vestido...otro, corra a la relojería y traga para mi hijo el mejor anillo...otro corra a la zapatería y traiga para mi hijo los mejores zapatos...otro corra a la carnicería  y traiga para la fiesta de mi hijo el novillo gordo...otro corra y traiga para la fiesta de mi hijo la mejor música...y comenzó la fiesta...”(Lc. 15, 11ss)

 

Vestido, (revestidos de Cristo) anillo, (expresa la dignidad de hijos) zapatos, (el poder del Espíritu) comida (La Eucaristía). Todos estos son signos salvíficos, que descubren las “Gracias del Jubileo”, Gracias mediadas que Dios hace llegar al pecador por medio de sus sirvientes, por medio de la Iglesia. Dios quita al hijo pródigo su vestido de harapos y lo reviste con el vestido nuevo de su Gracia. Lo reviste con su Poder para que pueda caminar con  los pies sobre la tierra, con dominio propio, con control de sí mismo, siendo amo y señor en su propia casa.

 

El hombre cuando peca rompe el abrazo, la alianza con Dios, se aleja y pone su morada en el país lejano en donde derrocha su vida viviendo como un libertino. La conversión tiene que ser un momento de gracia: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 36, 10). Dios en Jesús es un Buscador, es Buen Pastor, se acerca y pregunta a cada uno de los invitados a sentarse a su Mesa: ¿Qué quieres que haga por ti?   “He venido para que tengas vida y la tengas en abundancia”. (Jn. 10, 10) “He venido porque “Mi Padre te ama” y quiere darte lo que tu corazón anhela. ¿Qué necesitas para realizarte y ser hombre en plenitud? Es Dios el que pronuncia las palabras más liberadoras de la historia de hombre: “Levántate toma tu camilla y vete a casa” (Mc 2, 11).

 

 

3.      La conversión es la invitación divina a vivir en comunión con los demás.

 

Es respuesta al “Don de la Gracia” que ya se tiene como poder y se despliega y desenvuelve en nuestro interior para sacar fuera lo que no sirve y desarrollar las capacidades que Dios ha puesto en todo ser humano. La conversión a Jesucristo es también conversión a la familia, a los pobres, a los otros…al cultivo de los valores y de las virtudes cristianas. Pablo después de su encuentro con el Señor Resucitado en el camino del Damasco pudo decirlo  (Flp 3, 8ss). La conversión a Dios es también conversión a los demás; a los pobres, a los enfermos, a los marginados.

 

El encuentro con Cristo nos pone en “camino” y nos va llevando a descubrir que Cristo es la Perla Preciosa (Mt 13, 44-45), por la cual se ha de estar dispuesto a dejarlo todo. Por Él se debe de darlo y dejarlo todo, sólo entonces podremos vivir en su amor, en su paz y en su gozo. Sólo entonces podremos dejar los ídolos para volvernos al  Dios vivo para conocerlo, amarlo y servirlo (1 Tes. 1, 9) La conversión a Jesucristo tiene dos caras: una es entregarle nuestros Ídolos, ataduras, miedos, complejos…todo tiene que ser puesto a los pies de Cristo; la segunda cara es el dejar de hacer el mal para orientar la vida hacia Dios; hacia el Amor, la Justicia, la Solidaridad. Sin conversión nuestro corazón será siendo tierra árida, desértica e inhóspita.

 

 

4.      La conversión a Jesucristo exige el cambio radical de la mente y del corazón.

 

Pensar con la mente de hijo y con corazón de hermano. Es decir, sin rodeos: convertirse es llegar a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Esto lo podemos decir con tres palabras. La conversión cristiana es “Llenarse de Cristo” para hacerse cristiano.  Podemos decir que  la conversión es la transformación de la mente y del corazón mediante la acción poderosísima del Espíritu de Dios y nuestras decisiones, para dejar de ser  “cueva de ladrones” y ser transformados  en casa de Dios; en casa de oración. Por lo tanto exige entre otras cosas:

 

  • Cambiar de mentalidad. De una mentalidad mundana y pagana a una mentalidad cristiana. (Rom. 12, 2)
  • Poner en tela de juicio el propio modo de vivir y el modo común de vivir.  Dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida para verme con la mirada de Dios.
  • No juzgar ya simplemente según las opiniones corrientes. Dejar de vivir como viven todos.

Por consiguiente convertirse significa: Dejar de vivir como viven todos. Dejar de obrar como obran todos. Dejar de sentirse justificados en actos dudosos, ambiguos, malos por el hecho de que los demás hacen lo mismo. Comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios. No estar pendientes del juicio de la mayoría, sino del juicio de Dios. En otras palabras buscar otro estilo de vida, una vida nueva.

 

5.      La conversión sacramental

 

Podemos preguntarnos: Sí El Señor no quiere discursos de nuestra parte, ¿qué es lo que Él espera de nosotros?... El Salmista diría: “Un corazón contrito Tú no lo rechazas” (Sal 50,19). No tengo miedo decirlo, a la luz de mi propia experiencia, lo que Dios espera de nosotros pecadores es el deseo de cambiar de vida...un deseo oculto de Dios...un deseo de entrar en su descanso, rompiendo con la ayuda de la Gracia las ataduras y los yugos de la servidumbre de los ídolos.

 

Cristo para darnos el perdón de su Padre quiso dejarnos el Sacramento de la Reconciliación para reconciliarnos en su Iglesia con el Padre y con cada uno de los miembros de su Cuerpo. El Sacramento es un Encuentro con Cristo, encuentro liberador y gozoso que hace apropiarnos de los frutos de la Redención de Cristo. Creemos firmemente que la conversión sacramental es una invitación y un llamado a vivir y tener una experiencia de encuentro con Cristo en el Sacramento de la Penitencia, como en todo otro Sacramento, es Cristo el que sale al encuentro del pecador, y es Cristo el que pronuncia su Palabra liberadora y gozosa: “Quiero queda sano” (Mc 1, 40). “Tus pecados te son perdonados” (Lc. 7, 48). “Vete en paz y no peques más” (Jn. 8, 11). Cristo es nuestra Paz (Ef. 2,14).  Aleluya.

 

 

 

6.      ¿Qué actitudes hemos de tener frente al Sacramento de la Confesión?

 

  • Una actitud de fe en la Iglesia. El Señor Jesús, lleno de misericordia y conociendo nuestras debilidades quiso dejarnos en la Iglesia un Gran medio para darnos su perdón y su paz. Escuchemos la Palabra de Dios: “Como el Padre me envió, Yo os envío a Ustedes”....Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados...a quienes se los retengáis les quedan retenidos.”(Jn. 20, 22). El sacerdote, no por méritos propios, sino, por los méritos de Cristo y en virtud de su sangre preciosa, perdonas los pecados en el Nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

  • Una actitud de esperanza. La esperanza cristiana nos llena de confianza en la misericordia de Dios, es fuerza para ponernos en camino. Ir al encuentro de Cristo sabiendo que en la confesión vamos a un juicio, si nuestro arrepentimiento es sincero, se dará un intercambio. Nosotros entregamos a Cristo nuestra carga y Él, nos consigue la libertad; nos reviste con su Gracia y llena nuestro corazón de Vida Nueva para que vivamos en la voluntad de Dios. Por la esperanza quedamos libres.

 

  • En Caridad, es decir con la disponibilidad de vivir en su palabra, guardando sus mandamientos: “El que conoce mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama...” (Jn. 14, 21). Si no existe el deseo de enamorarnos de Cristo y de su Iglesia...seguiremos siendo “caos” “vacío” y “frustración”. La disponibilidad para amar y servir al Señor nos pide guardar sus mandamientos y seguir a Cristo, el Servidor de todos.

 

7.      El camino de la conversión.

 

El encuentro personal con Jesús Buen Pastor que busca al pecador para indicarle que anda equivocado y para invitarlo a volver al camino que lo llevará a la “Casa del Padre”. Encuentro que deja luz, que anima, que siembra esperanza y que pone en camino. Es el punto de partida, es toda una iniciativa divina, al pecador le corresponde dejarse encontrar.

 

Dejarse encontrar significa reconocer que no somos felices, que nos hemos equivocado, que estamos necesitados de ayuda y que esa ayuda sólo puede venir de Dios. Ayuda que Dios nos da en su Hijo y que encontramos en la Iglesia. En el camino de la conversión encontramos saber y darnos cuenta que lo primero es escuchar la Palabra de Dios para poder a la luz de la Palabra los siguientes pasos:

 

1.      El reconocimiento de los pecados personales. “Sí reconocemos nuestros pecados y los confesamos Dios nos perdonará todas nuestras iniquidades (1ª de Jn. 1, 8) “Dios no quiere la muerte del pecado sino que se arrepienta y viva (Ez. 33, 10)

2.      El arrepentimiento. “Arrepentíos para que vuestros pecados sean perdonados” (Hechos 3, 19)

3.      La confesión. Vaciarse de toda la basura que se lleva dentro ante el sacerdote de la Iglesia, Ministro de Cristo y de la Iglesia (Jn. 20, 22- 23)

4.      Cumplir la penitencia que se imponga por el sacerdote como una expresión de querer participar en la pasión de Cristo

5.      La reparación  de los platos rotos. Cristo ha perdonado mis pecados pero yo soy responsable y debo regresar lo que he robado; pagar por los objetos que haya destruido, etc.

 

Lo que realmente sucede en el corazón del pecador arrepentido es la acción amorosa de Dios que lo trasforma de “tinieblas en luz, de esclavo en hombre libre”. El adentro de los hombres cuando no tenemos a Dios se convierte en un “Caos”, “Vacío” o “Desorden” que sólo Dios puede convertir en un “Universo Ordenado”. La acción amorosa de Dios atrae al pecador para que vacíe su corazón en el “Basurero Divino de la Misericordia de Dios”. Este basurero es Cristo, el Señor que en virtud de su Sangre preciosa lava el interior del corazón y lo llena con su Gracia Redentora. A la misma vez que pronuncia en lo más profundo de su ser estas hermosas palabras: “Tus pecados te son perdonados”, “Levántate y vete en Paz”, “Tú fe te ha salvado”.

 

La acción amorosa de Jesús en el pecador es bella y liberadora, seduce y compromete a vivir la Vida nueva. El Corazón lavado en la sangre del Cordero es también poseedor de una Gracia, de una Fuerza divina por la cual podemos romper con situaciones de pecado, destruir ídolos: dejar de tomar, abandonar la marihuana para siempre, respetar la dignidad de los otros, hacer el bien, prepararse para la misión, etc., realizarse como personas.

 

De la mano de María, la Madre, y dentro de una comunidad cristiana nos vamos haciendo cristianos, es decir, hijos de Dios, hermanos de los hombres y servidores de los demás. Con otras palabras, si no llegamos a ser “discípulos de Cristo” no ha habido una real conversión cristiana, tan solo somos fachada. La tarea es ser “Hombres y Mujeres” con un nuevo rostro, con ciertos perfiles, actitudes y acciones que sean expresión del “hombre nuevo” que ha sido liberado, reconciliado y glorificado en Cristo Jesús.

 

 

Conviérteme Señor y me convertiré; hazme volver y volveré.

 

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