BENDECIDOS EN CRISTO CON TODA CLASE
DE BENDICIONES NATURALES Y ESPIRITUALES.
“Vino a su casa, y los suyos no la
recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos
de Dios, a los que creen en su nombre” (Jn 1, 11- 12)
Bendito sea el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos, en Cristo. (E 1, 3) Bendecir significa que Dios
nos hace partícipes de lo que Él es y de lo que Él tiene. Somos benditos y
somos una bendición, y hemos sido creados para bendecir con nuestras palabras y
con nuestro testimonio. Cada bendición es un don de Dios para nuestra propia
realización y para la realización para los demás. Somos dones de Dios para los
demás.
Hay bendiciones naturales como la
inteligencia, la belleza, la familia, y muchas más. Pero existen también
bendiciones espirituales como son:
La elección. “Por cuanto nos ha elegido en él antes de la
fundación del mundo, por Cristo y en Cristo, para ser santos e inmaculados en
su presencia, en el amor” (Ef 1, 4) Elegidos desde la eternidad y elegidos por
amor, lo que nos dice que Dios nos ama por lo que Él y por lo que Él tiene, no
hay méritos de parte nuestra. Dios es Amor y nos ama desde antes que nosotros existiéramos:
“Con amor eterno te amado y tengo gracia reservada para ti” (Jer 31, 3)
Elegidos para amar y para estar en su Presencia santos e inmaculados por amor. Por
eso, el llamado de Dios para todos: “Sean santos como vuestro Padre celestial
es santo” (1 de Pe 1, 15)
Elegidos y destinados para ser hijos
de Dios. “Eligiéndonos de antemano para ser
sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su
voluntad,” (Ef 1,
5) El único destino que nosotros aceptamos es
ser hijos de Dios en Cristo y por Cristo. Ser hijos de Dios por la fe en
Cristo. Cristo ha venido a fundar una Comunidad fraterna, solidaria y servicial
en la cual todos somos hermanos. Donde hay filiación hay también fraternidad. El
que quiera ser hijo de Dios que acepte ser hermanos de los demás. “para
alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado.” (Ef 1,
6)
La redención. “En él tenemos por medio de su sangre la redención,
el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia” (Ef 1, 7) Cristo amor
abrazó su cruz con amor y se ofreció al
Padre como hostia viva santa y agradable al Padre por la salvación de los
hombres. En virtud de su sangre nuestros
pecados son perdonados y nuestros corazones quedan limpios de los pecados que
llevan a la muerte (Heb 9, 14) La sangre de Disto abre el camino para que el
Espíritu Santo venga a nosotros y nosotros entremos en la presencia de Dios en
un mismo Espíritu.
La Santificación. “Que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e
inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo
designio que en él se propuso de antemano (Ef 1, 8- 9) Inteligencia y
entendimiento son dos de los dones del Espíritu Santo que Dios da e infunde en
las potencias del alma en gracia de Dios para que penetremos en los misterios
de Dios y conozcamos su Voluntad: “Que todos los hombres se salven lleguen al conocimiento de la Verdad” (1 de
Tim 2, 4)
Todo es gracia de Dios. Pero Dios, rico en
misericordia, por el gran amor con que nos amo, estando muerto a causa de
nuestros crímenes, nos dio vida juntamente con Cristo - por gracia habéis sido
salvos - y con él resucitándonos y permitiéndonos sentarnos en el cielo en
Cristo Jesús, para mostrar en nuestras palabras la riqueza incomparable de su
gracia, por su bondad para con los demás en Cristo Jesús. Has sido salvo por
gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sin que es un don de Dios;Yo
también vengo de las obras, para que nada pueda alardear. En efecto, hechura
suya somos: creados en Cristo Jesús, para las buenas obras que de antemano
dispuso de Dios que practicábamos.
La única razón por la que Dios nos llamó a la existencia y nos envió su
Hijo Jesucristo a salvarnos es por amor. Así lo ha dicho san Juan: “Porque
tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él
no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al
mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” (Jn 3, 16-
17) Nuestra respuesta al amor de Dios es en la fe que viene de la escucha de la
Palabra de Dios (Rm 10, 17).
“Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra
justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo”,
(Rm 5, 1) Por la fe recibimos el perdón de los pecados, la paz, la resurrección
y el don del Espíritu Santo para ser de Cristo, nacer de Dios y se hombres
nuevos al igual que Cristo y apropiarnos de las bendiciones espirituales en
Cristo. La fe nos enseña que Dios nos ama, nos perdona, nos reconcilia y nos
promueve en Cristo Jesús para estar llenos de esperanza y de amor juntamente
con el Espíritu Santo (Rm 5, 3- 5)
Y ahora, ¿qué sigue? Ahora como niños recién
nacidos hemos de nutrirnos y alentarnos con la leche espiritual del Evangelio
para vivir de pie y seguir a Cristo (1 de Pe 2, 2- 3) Esto es dejarse conducir por el Espíritu Santo que nos lleva a Cristo para que lo amemos y le sirvamos.
Para renunciar al hombre viejo y sus vicios y llevar una vida digna del
Evangelio de Jesucristo (Flp 1, 27) Abrazando la Voluntad de Dios al estilo de
Jesús que hizo de la voluntad de su Padre la delicia de su corazón. (Jn 4, 34)
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