LA OBRA
DE JESÚS ES NUESTRA CONVERSIÓN.
Son Las palabras de Jesús en
Galilea: “Crean y conviértanse” (Mt 4, 17; Mc 1, 15) Creer en su Pascua: “muerte
y resurrección” La expresión más grande del Amor: “Entregó su vida por todos”
Para que todo el que crea en Él se salve y tenga Vida eterna (Jn 3, 16) Creer
que Dios nos ama, nos perdona, nos salva y nos da Espíritu Santo. Es la experiencia
de la Fe. Experiencia de la presencia
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en nuestro interior, en nuestro
corazón. Experiencia que nos deja el Amor a la persona de Jesús, a su Palabra,
a la Oración y a todo lo que Él ama, a su Iglesia, a los hombres pecadores.
Experiencia que nos lleva a abrazar la Cruz y morir en ella, para entrar en su Pascua
y resucitar con él a la vida divina, llamada Vida eterna.
Todo lo anterior pide
conversión cristiana. Así lo dijo el mismo Jesús (Mt 4, 17) en vida y después
de su resurrección: El les dijo: «¡Oh insensatos y
tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era
necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Lc 24, 25-
26) Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras,
y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los
muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de
los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. (Lc 24, 45- 47)
Lo primero
es escuchar su Palabra para creer en Jesús (Rm 10, 17), luego viene la
conversión y sigue el perdón de los pecados. La Palabra nos trae la luz de Cristo,
el poder y su misericordia. Con la luz somos iluminados para reconocer nuestros
pecados, arrepentirnos hasta el dolor
por haber ofendido a Dios, proponernos n volver a pecar y buscar la
confesión de nuestros pecados. Con el poder nos ponemos de pie, salimos fuera y
buscamos el perdón y la paz, para apropiarnos de los frutos de la redención.
Estamos en conversión, nos apropiamos por la fe del perdón la paz, la resurrección
y del don del Espíritu Santo: somos hombres nuevos en proceso de conversión,
llenarnos y revestirnos de Cristo resucitado (Rm 13, 13- 14; Ef 4, 23- 24) Sin
conversión no hay perdón y si no hay perdón no hay resurrección, no hay Pascua.
La Iglesia
siempre ha predicado la conversión, y cuando no lo hace no predica el Evangelio: “Al oír esto, dijeron con el corazón
compungido a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro
les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el
nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don
del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y
para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro.” (Hch
2, 37- 39)
“Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean
borrados,” (Hch 3, 19) Sin arrepentimiento, no hay conversión, y sin
conversión no hay resurrección. Sin arrepentimiento no hay perdón, no hay Nuevo
Nacimiento y Jesús no entra en nuestro corazón, seguimos muertos por el pecado
(Ef 2, 1- 3) Pero Dios al que se arrepeiente le da vida eterna (Rm 6, 23) Pero
Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amo, estando muertos
a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia
habéis sido salvados - y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en
Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante
riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. (Ef 2,
4- 7)
Pues
habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros,
sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se
gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las
buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos. (Ef 2, 8-10) ¿Qué
es lo que hicimos? Escuchar la Palabra y ponerla por obra (Mt 7, 24)
Escucharla, levantarnos, ponernos en camino de éxodo y buscar la reconciliación
que se alcanza por el perdón de nuestros pecados. Así lo afirma san Pablo al
decirnos:
Pero no es
éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de
él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en
cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la
seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a
revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la
verdad. (Ef 4, 20- 24) En la cruz morimos con Cristo y en la resurrección
nacimos a la vida de Dios (Rm 6, 11) Somos por la comunión con Jesucristo
resucitado “Hombres Nuevos”, pero no estamos hechos, nos estamos haciendo,
estamos en proceso de conversión, llenándonos y revistiéndonos de Cristo Jesús.
Y a la misma vez dándole muerte al hombre viejo, en lucha contra su pecado y
con el de los demás. “Vigilad y Orad para no caer en tentación,” nos lo dice
Jesús (Mt 26, 41)
El hombre
nuevo es aquel que con el poder de la fe “rompe con el pecado para participar
de la naturaleza divina” (2 de Pe 1, 4) San Pablo nos hace algunas recomendaciones
a los que han creído en Jesús y por eso son hombres nuevos:
Por tanto, desechando la
mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los
unos de los otros. Si os airáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estéis
airados, ni deis ocasión al Diablo. El que robaba, que ya no robe, sino que
trabaje con sus manos, haciendo algo útil para que pueda hacer partícipe al que
se halle en necesidad. No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea
conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os
escuchen. No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis
sellados para el día de la redención. Toda acritud, ira, cólera, gritos,
maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed
más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os
perdonó Dios en Cristo. (Ef 4, 25ss)
Decíamos que la Fe nos deja
luz, poder y misericordia. Con esta podemos guardar el mandamiento nuevo, amar
y perdonar a quienes nos ofenden. Recordemos las Palabra de Jesús: “Amen a sus
enemigos y recen por ellos” (Lc 6, 27) ¿Cómo hacerlo? Aprendiendo de Él que nos
dijo: “Aprendan de mi que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29) Eso es
conversión, y donde hay conversión hay seguimiento de Cristo, hay Pascua.
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