EL KERIGMA PROCLAMA LA MUERTE Y RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO.
“Cristo ha sido constituido Señor y Mesías” (Hch 2, 36) Jesús
es nuestro Salvador y es nuestra Salvación porque murió por nuestros pecados y
resucitó para nuestra salvación, para darnos Vida Eterna (Rm 4, 25)
Así lo dice san Pedro
el día de Pentecostés: “A Jesús de Nazareth, Ustedes lo mataron por medio de
gente malvada, pero Dios lo resucitó (Hch 2, 22) Y lo sentó a su derecha como
Dios y Señor.(Ef 2, 6) Y Lo constituyó como Señor Cristo (Hch 2, 36) Según la
predicación de Pedro Jesús ha muerto, ha resucitado y es Señor y Mesías. Por
eso para nosotros es el Hijo de Dios, nuestro Salvador, es nuestro Maestro y es
nuestro Señor. Lo es para todos los que creamos en Él.
Los que lo escuchan, personas que no habían estado 50 días
antes en Jerusalén, movidos por el Espíritu Santo son tocados por la Palabra de
Pedro en sus corazones y descubren el Misterio de Dios: “Ustedes lo mataron por
medio de gente malvada” “Ustedes estaban presentes” “Ustedes le gritaban: Crucifícalo”.
Jesús murió por Ustedes, sus pecados mataron a Jesús. Y con un corazón contrito
preguntan a los Apóstoles: “¿Hermanos que tenemos que hacer?” La respuesta de
Pedro es tan actual, ayer como hoy: “Conviértanse y bautícense” “Para que sus
pecados sean perdonados y reciban el Espíritu Santo” (Hch 2, 37-39) Convertirse
es llenarse y revestirse de Cristo, lo que pide despojarse del traje de
tinieblas y revístanse de la Luz.(Rm 13, 13) “Despojarse del hombre viejo y
revestirse del hombre Nuevo: Jesucristo Resucitado. (Ef 4, 23-24)
Para los judíos convertirse es volver a Jesucristo y
apropiarse de los frutos de la Resurrección de Jesús: El perdón, la Paz, la
resurrección y el don del Espíritu Santo. Lo que pide abandonar el judaísmo y
sus cargas. Para los paganos la conversión consiste en abandonar el
paganismo volverse a Jesús para entrar
en su Alianza y abandonar las obras muertas del pecado. Para nosotros la
conversión consiste en escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica para construir la Casa
sobre Roca (Mt 7, 24) Lo que nos pide llevar una vida resucitada al estilo de
Jesús: guardando sus Mandamientos y guardando su Palabra (Jn 14, 21- 23).
El Bautismo es el Sacramento de la Fe. Entramos en la Nueva
Alianza; nos incorporamos a Cristo (Gál 3, 26) A su Muerte y a su Resurrección
y no da el Espíritu Santo. Nos apropiamos de los frutos de la Redención. Nos
hace hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y templos vivos del Espíritu Santo y
en hijos de la Iglesia. (Rm 6, 4- 6; 1 de Cor 6, 16- 19) La Nueva Alianza que
fue sellada con la sangre del Cordero perdona nuestros pecados y nos hace
dueños de la Alianza: “Pertenecemos a Cristo, lo amamos y lo servimos.”
Entonces podemos decir con Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la muerte es
ganancia” (Flp 2, 21) Todo lo que Dios nos ha dado es nuestro si nosotros somos
de Cristo. Y si le pertenecemos, también lo amamos y lo servimos.
La vida resucitada pide estar muriendo con Cristo y viviendo
para Dios. No estamos hechos, nos estamos haciendo en la medida que estemos
muriendo a las pasiones que nos llevan a la muerte (2 de Tim 2, 22) y pasemos
con la fuerza de la Resurrección de las
tinieblas a la Luz, de la idolatría al servicio del Dios vivo y verdadero (1 de
Tes 1, 9) En la medida que pasemos del Ego al Amor, padre de todas las
virtudes. Pablo nos describe lo anterior de manera sencilla y concreta:
“Todo el que pertenece a Cristo está crucificado con Él” (Gál
5, 24) y el que está crucificado con él, también ha resucitado con él” (Col 3,
1) La vida resucitada pide buscar las cosas de arriba donde está Cristo. Las
cosas de arriba son los dones del Espíritu Santo y las virtudes que brotan de
la fe y del amor. Mientras que lo contrario es buscar las cosas de abajo, los
vicios que vienen del hombre viejo. Por así
Pablo nos dice: “No se bajen de la Cruz” Por amor podemos permanecer haciendo
la Voluntad de Dios, como lo rezamos en el Padre Nuestro.
No olvidemos que si hemos muerto con Cristo, nuestra vida
está escondida con Cristo en Dios (Col 3, 4) Salgamos fuera del Ego y
pongámonos en camino de éxodo hacia Cristo conducidos por el Espíritu Santo (Rm
8, 14)
¿Cómo podemos llevar una vida resucitada? El camino es el vivir
de encuentros con Jesús resucitado. ¿Cuáles son los lugares de encuentro para
los que ya estamos bautizados? La escucha de su Palabra, la Oración íntima del corazón,
la Confesión, la Eucaristía, las obras de Misericordia, el Apostolado, para
apropiarnos de los frutos de la redención de Cristo: el Perdón, la Paz, la
Resurrección y el don del Espíritu Santo.
Los dones del
Kerigma: Al atardecer de aquel día, el
primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del
lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos
y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el
costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros.
Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y
les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» (Jn 20,
19- 23) Con la Paz llega el perdón, el amor y el gozo; somos personas reconciliadas con Dios y con la
Iglesia por el Bautismo y por la Confesión, Sacramentos de la Fe.
Los Apóstoles se llenan de alegría al ver al Señor
Jesús. Jesús participa a los suyos de su Misión: La salvación del mundo. Por
eso les da Espíritu Santo y el perdón de los pecados, los Sacramentos que son
parte del Kerigma, especialmente el Bautismo, la Confirmación, la Confesión y
la Eucaristía. Algunos predicadores del Kerigma sacan los Sacramentos como si
no pertenecieran a la FE, cuando Jesús los unió a la Palabra. Palabra y
Sacramentos son los dones que Jesucristo dio a su Iglesia para la salvación de
los hombres.
El Kerigma une los cuatro columnas del Kerigma: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los
apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”. (Hch
2, 42) ¿Qué enseñaban los apóstoles? Lo mismo que Jesús les había enseñado a
ellos: el arte de amar y el arte de servir (Mt 20, 25- 28; Jn 13, 13. 34) Les enseñó a vivir en comunión, a compartir
con los demás los dones de Dios. Sana las manos atrofiadas para que podamos
compartir: “Extiende tu mano” (Mc 3, 1-
5) Instituyó la Eucaristía y nos la entregó para que hiciéramos lo mismo que él:
Inmolarse y sacrificarse en la presencia de Dios como un sacrificio vivo, santo
y agradable a Dios (Rm 12, 1) Nos enseño a orar desde dentro, con el corazón
para ser agradables a Dios. Para ejemplo tenemos el Padre Nuestro.
San
Pablo, el predicador por excelencia del Kerigma nos dejó el cómo llevar una
vida resucitada. Los capítulos 12 y 13 de la carta a los romanos. "Esforzaos para ofrecer sacrificios vivos, santos y agradables a Dios" (Rm 12,1) “Despojaos del traje de tinieblas y revestíos
con el traje de la Luz, revestíos de Jesucristo.” “Dándola muerte al hombre
viejo para que pueda nacer y crecer el hombre nuevo” (Col 3, 5- 15) En lucha
contra el pecado (Ef 6, 10- 12) Para vencer con el bien al mal (Rm 12, 21) Sin
olvidar que somos de Cristo, lo amamos y lo servimos. (2 de Cor 5, 17)
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