EL PADRE NUESTRO ES NUESTRA ORACIÓN POR EXCELENCIA.

 


EL PADRE NUESTRO ES NUESTRA ORACIÓN POR EXCELENCIA.

Iluminación: “No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mt 4, 4)

Introducción: Convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad vuestros corazones y no vuestras vestiduras, y convertíos al Señor, vuestro Dios, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas. (Jl 2, 12-13)

La Oración es para la fe, como el aire para los pulmones, sin oración, poco a poco nos vamos quedando sin fe y va creciendo la fuerza del pecado. Las ganas de oración vienen de ver a otros orar: Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, ensénanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.» (Lc 11, 1)

Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. (Mt 6, 6ss)

Orar es dialogar con Dios, podemos hablar y podemos escuchar. La Oración por excelencia es en silencio, sin palabras, pues el Señor conoce lo que hay en nuestros corazones y el Espíritu Santo viene en nuestro auxilio (Rm 8,26) Orar es poner en las manos de Dios todas nuestras preocupaciones por que él se preocupa de nosotros (1 de Pe 5, 7)

¿Cómo podemos orar? Como hijos de Dios y como hermanos de los demás. Que nuestra oración sea humilde como la del publicano (Lc 18, 13) Agradecida como la del leproso que fue sanado y regresó a dar gracias. (Lc 17, 11- 19) Con fe, es decir en gracia de Dios, porque el que está en las manos de Dios, su fe mueve montañas. Intercesora como la de María: “No tienen vino” (Jn 2, 3)

«Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal. «Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas. (Mt 6, 9- 14)

Se trata de la oración dominical, es la oración del grupo de Jesús: Padre nuestro, no dice Padre mío, porque quiere que veamos la diferencia. Jesús es el Hijo unigénito, el Único, nosotros somos hijos por participación, por adopción. Somos hijos en el Hijo. Jesús por naturaleza, engendrado no creado, Dios de Dios, Luz de Luz, de la misma naturaleza del Padre. Pero aunque somos hijos por adopción, tenemos la certeza que somos hijos y podemos llamarle Padre, y en verdad lo somos.  (cf 1 de Jn 3, 1) Son siete peticiones, las tres primeras están en referencia al Padre:

“Padre nuestro, santificado sea tu Nombre.” Dios es santo desde la eternidad, ya no puede ser más santo de lo que ya es.  Santificado sea en nosotros, este es el deseo de Dios, deseo eterno: santificarnos en Cristo. “Sean  santos como vuestro Padre celestial es santo” (1 de pe 1, 15- 16) Somos santos por el bautismo que nos incorpora y nos reviste de Cristo (Gál 3, 26) Aunque hoy hay muchos bautizados que son ateos y son paganos. Muchos ya no son creyentes y menos practicantes. Lo lograran cuando escuchen la Palabra y se reincorporen a Cristo.

“Venga a nosotros tu Reino” Un Reino de paz, de amor, de verdad, de justicia y de santidad. Para entrar en él hay que creer y convertirse. No entramos por lazos de la carne ni de la sangre (1 de Cor 15, 50) El sacramento de la fe es el bautismo, por eso Pedro le dice a la gente que había escuchado su predicación: Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo;(Hch 2, 38) Y Ananías le dice a Pablo: Bautizaos.  Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. (Hch 2, 18) Y Jesús resucitado dice a sus discípulos: Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. (Mc 16, 15- 16) En el bautismo recibimos el Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y templos vivos del Espíritu Santo e hijos de la Iglesia.

Jesús es el sembrador de las semillas del Reino. Lo siembra predicando su Palabra, con sus milagros, con sus exorcismos y con su estilo de vida. La semilla para que nazca tiene que morir, y después de nacer hay que cultivarla y protegerla para que pueda dar frutos de vida eterna.

“Hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra.” Esta petición encierra las dos anteriores, porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 de Tim 2, 4) Los hombres llegan al conocimiento de la verdad por la predicación de la Palabra, y la salvación llega a ellos por los Sacramentos. Jesús hizo de la voluntad de Dios, su alimento favorito (Jn 4, 34) Lo mismo lo hizo María al decir: “Hágase en mí la voluntad de Dios” (Lc 1, 38) Y Jesús nos dijo que sólo se salvan los que aceptan y se sometan a la voluntad de Dios: "No todos los que me dicen: "Señor, Señor, " entrará en el reino de los cielos, sino solo al que hace la voluntad de mi Padre en el cielo" (cf Mt 7, 21) La voluntad de Dios está expresa en Jesús y en su Palabra. (Lc 8, 21)

Luego siguen cuatro peticiones a favor de la Comunidad, a nuestro favor: “Dadnos el pan de cada día” Es la invitación a dar de comer a los hambrientos que son muchos: “Dadles vosotros de comer” (Mc 6, 36) "Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme." (Mt 25, 35- 36) “Extiende tu mano y comparte” (Mc 3, 5) Comparte el don que tienes, la Palabra, el consuelo. La ayuda, el alivio, la fe, la esperanza y la caridad. Fracciona el pan de vida, inmólate en la presencia de Dios en favor de los demás. Sé eucaristía, un don de Dios para los demás.

“Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.” La medida del perdón que recibimos es la medida que damos a los que nos ofenden. Ser misericordiosos como nuestro Padre celestial es misericordioso y perdona todos nuestros pecados, si tenemos la disponibilidad de perdonar a los que nos han ofendido. Perdonar hasta setenta veces siete, es decir siempre. (Mt 18, 22) Juntamente con el perdonar a nuestros hermanos hemos de tener la disponibilidad de corregir al que peque, corregirlo con amor fraterno y con humildad para no herir y lastimar. Como hemos a la vez de evitar el escándalo para los más débiles. (Mt 18, 7. 15)

“No nos dejes caer en tentación” “Orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41) Hay tentadores: el mundo, el maligno y la carne. La tentación en sí misma no es pecado. El pecado está al caer en la tentación.  Evitemos las tentaciones, no nos creamos fuertes, porque nos dice el proverbio: “El que tenga cola de paga que no se acerque al fuego, porque se le quema la cola” “Huyan de las pasiones de su juventud (2 de Tim 2, 22)

“Y líbranos del mal.” La vida cristiana es un don de Dios y es una lucha: Luchamos con fuerzas sobrenaturales que son más fueres que nosotros: "Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes." (Ef 6, 10- 13)

Oramos como hijos de Dios, en su Gracia. Oramos porque nuestra lucha no es con las personas, sino contra las fuerzas del mal. Oramos porque sólo Dios da el crecimiento. Oramos para ser fieles administradores de la multiforma Gracia de Dios. Oramos como hermanos intercediendo por todos en la Comunidad

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