LLAMADOS
A FORMAR PARTE UNA FRATERNIDAD EN EL ESPÍRITU.
Juan
le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no
viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.» Pero
Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando
mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra
nosotros, está por nosotros.» «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua
por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.» «Y
al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan
al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al
mar. Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco
en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y
si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la
Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es
ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de
Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, (Mc 9, 38- 43. 45. 47)
Nos
muestra nuevamente a Jesús corrigiendo a sus discípulos, y en ellos a nosotros.
Jesús nos invita a ampliar nuestra mirada y ensanchar nuestro corazón.
No
es de los nuestros.
Ante
la actitud elitista y desconfiada de sus discípulos: «Maestro, hemos visto
a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no
es de los nuestros» (Mc 9,38), Jesús responde con apertura y
confianza: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi
Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con
nosotros» (Mc 9,39-40).
También
nosotros corremos el riesgo de caer en la tentación de hacer de la Iglesia “una
posesión de pocos”[1] y de
adueñarnos del Evangelio de Jesús.
Esta
tentación brota, por un lado, de nuestro afán de posesión y diferenciación.
Muchas veces pretendemos encontrar nuestra identidad distinguiéndonos y
alejándonos de los demás. Entramos así en una dinámica de “nosotros y los
otros”. Los que piensan distinto, obran distinto y hablan distinto no son de los
nuestros, no pertenecen al “nosotros”. Así, al alejarnos de los otros
pretendemos afirmarnos a nosotros mismos negando o relegando a los demás.
Por
otro lado, la tentación de “privatizar” el Evangelio y supervisar la acción del
Espíritu Santo,[2] también
tiene su origen en la desconfianza ante los demás y en una falta de sana
humildad. No en vano reza el salmista: «Presérvame (…) del orgullo, para
que no me domine: Entonces seré irreprochable y me veré libre de ese gran
pecado» (Salmo 18,14).
Afán
de posesión, elitismo, desconfianza y orgullo, son actitudes mundanas y no
evangélicas. Actitudes que empequeñecen nuestro corazón, nos encierran en nosotros
mismos y no nos permiten reconocer la acción del Espíritu de Jesús, el cual,
como «el viento sopla donde quiere» (Jn 3, 8a) y actúa superando
nuestras estructuras y esquemas.
El
que no está contra nosotros, está con nosotros
A
lo largo de su Evangelio, Jesús nos invita a superar desconfianzas, prejuicios
y cerrazones para hacernos prójimos los unos de los otros (cf. Lc 10
29-37), y así descubrir que «el que no está contra nosotros, está con
nosotros» (Mc 9,40).
En
el fondo, se trata de aprender de Jesús la “mística del vivir juntos”[3], aprender a
vivir “una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza
sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano”.[4]
Al
mirar al otro con ojos de hermano nos descubrimos semejantes y prójimos;
descubrimos que llevamos en el corazón los mismos anhelos y necesidades de
amor, comprensión y perdón, la misma sed de justicia y paz. Y como Iglesia esto
nos permite descubrir que muchas de las luchas cívicas y sociales actuales
están en profunda consonancia con la dignidad humana que el Evangelio de Jesús
reconoce a todo hombre y mujer.
“La
presencia de Dios acompaña las búsquedas sinceras que personas y grupos
realizan para encontrar apoyo y sentido a sus vidas. Él vive entre los
ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de
verdad, de justicia. Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta,
develada.”[5]
Es
el gran desafío que nos propone hoy Jesús: mirar a los demás con una mirada
contemplativa capaz de descubrir al otro como hermano y así aprender a percibir
la presencia y acción del Espíritu en los anhelos de los demás y en las luchas
por una sociedad más justa y honesta.
Cuando
vivimos esta “fraternidad mística” entonces descubrimos lo que significa
pertenecer a Cristo: “cristiano no es el adepto a un partido confesional, sino
el que, mediante su ser cristiano, se hace realmente hombre”[6]; y nos hacemos
realmente hombres, realmente humanos, reconociéndonos como hermanos, como
semejantes, como prójimos.
Que
María, Madre de la Iglesia en salida, nos ayude a reconocer a todos los
hombres y mujeres como hermanos nuestros, para que el agua del Espíritu (cf.
Mc 9,41), presente en sus vidas y anhelos, nos sostenga en nuestro
peregrinar común hacia el Reino de Dios. Amén.
DEL
PAPA FRANCISCO.
[1] PAPA FRANCISCO, Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium, 95.
[2] Cf. PAPA FRANCISCO, Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium, 112.
[3] Ídem, 87.
[4] Ídem, 92.
[5] Ídem, 71.
[6] J. RATZINGER, Introducción al
Cristianismo (Ediciones Sígueme, Salamanca 1971), 234.
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