REVESTIRSE CON VESTIDURAS DE SALVACIÓN.

 


REVESTIRSE CON VESTIDURAS DE SALVACIÓN.

Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como a una novia que se adorna con sus joyas. (Is 61, 10) Me ha vestido con vestiduras de salvación, me ha revestido de Cristo, (Rm 13, 14) En justicia y en santidad (Ef 4, 24) En bondad, verdad u justicia ( Ef 5, 9) En mansedumbre, humildad, misericordia, (Col 3, 12) Pablo nos dice el cómo lo ha hecho: Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; 30. y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó (Rm 8, 29- 30) Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. (Ef 5, 25- 27)

Así lo había dicho el profeta, cómo una promesa mesiánica: “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía; sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo. (Is 55, 10-11) Promesa que alcanza su cumplimiento en Cristo: “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”. (Ga 4, 4-5)

Jesús viene a traernos a Dios: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10) Para eso nos ha justificado: Ha perdonado nuestros pecados y nos ha dado el Espíritu Santo (Rm 5, 1; Gál 2, 16) “Ha derramado su amor en nuestro corazón, juntamente con el Espíritu Santo que él nos ha dado” (Rm 5, 5) Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. (1 de Jn 4, 7- 8) Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte. (1 de Jn 3, 14) Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? (1 de Jn 3, 17)

El que ama a Dios ya los demás, cumple los mandamientos de la ley de Dios: El precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; el mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo. (Dt 30, 11. 14) En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. (1 de Jn 2, 3- 5)

¿Cómo podemos dar fruto? Jesús dio fruto porque murió, dio su vida para darnos vida en abundancia. Jesús os puso como modelo el gano de trigo: En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. (Jn 12, 24) Para nacer hay que morir, y luego hay cultivar la planta para que pueda crecer y dar fruto en abundancia. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. (Jn 12, 25- 26) Dios ha dado los medios para el crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad: La Palabra y la Oración. La Palabra es el agua para regar la planta y la oración es excavar la dureza del corazón para que crezcan las raíces. Palabra y Oración nos ayudan a crecer en Cristo.

Recordemos las palabras más lapidarias de Pablo: “El que no trabaje que no coma” (2 de Tes 3, 10) Trabajar en revestirnos de Cristo: “Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.” (Ef 4, 1- 3) Es la invitación de Jesús a ornamentar nuestra vida con los ornatos de la vida: “Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque dónde está tu tesoro, allí estará tu corazón”. (Mt 6, 20- 21) Esto equivale amar la Obra de Dios quiere hacer en nuestra vida.

El que ama a Dios lo busca hasta encontrarlo: “Si me buscáis de todo corazón me dejaré encontrar por ustedes (Jer 29, 13) Dios se deja encontrar por la fe sincera, por un corazón limpio y por una conciencia recta, de donde brota el amor (1 de Tim 1, 5), la paz y la alegría (Gál 5, 22)

Es la llamada a la conversión a Cristo: “Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad”. (Ef 4, 2- 24)

Lo anterior pide vivir las tres etapas de la evangelización: la iluminación, la separación y la ornamentación. La Palabra es Luz, Poder y Amor.

 




 

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