OFRECEOS COMO UN
SACRIFICIO VIVO, SANTO Y AGRADABLE A DIOS QUE ESE SEA VUESTRO CULTO ESPIRITUAL
Iluminación: Os exhorto, pues, hermanos, por la
misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio
vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12, 1). Sin fe, nada es agradable a Dios (cf
Heb 11, 6)
1. Hacia una nueva Creación.
El significado del “sacrificio” es hacer las “cosas santas”,
de la misma manera que “malicia” es hacer las cosas malas (cf 1 Pe 2,1). El
Señor nos ha dicho: “Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene
Dios para bien de los que le aman, de aquellos que han sido llamados según su
designio” (Rm 8, 28) Cristo resucitado confirma lo anterior al decir a la
Iglesia: “Mira que hago todas las cosas nuevas” (Apoc 21 5). Nuestro Señor es el único que puede sacar
cosas buenas de cosas malas, y con él, todos los que han entrado en comunión
con Él por la fe en Cristo Jesús (cf 2
Cor 5, 17). Los que antes caminaban en tinieblas, ahora resplandece sobre ellos
la Luz y caminan en la luz (cfEf 5, 7-8) Como lo había predicho el Profeta:
¡Álzate y brilla, que llega tu luz, la gloria de Yahvé amanece sobre ti! Mira: la oscuridad cubre la tierra, y espesa
nube a los pueblos, mas sobre ti amanece Yahvé y su gloria sobre ti aparece. 3
Caminarán las naciones a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora” (Is 60,
1- 3)
2. Dios irrumpe en nuestras vidas.
La Palabra de Dios predicada y escuchada en nuestra vida, es
el inicio de una nueva vida que no quema etapas; más bien purifica. Llega como luz que ilumina nuestras tinieblas para
invitarnos a separar de nuestra vida todo lo que no ayuda a realizarnos como
personas, llamadas a ser responsables, libres y capaces de amar. ¿Separarnos de
qué? Separarnos del odio, de la mentira y de las injusticias (cfGn 1, 1-3).
¿Separarnos para qué? Separarnos de la corrupción que esclaviza y deshumaniza
para caminar en la verdad, en el amor y en la justicia como personas plenas,
fértiles y fecundas, es decir, con madurez humana. La luz de la Palabra nos va
mostrando el camino que nos lleva a la Plenitud (cf Col 2, 9) Para entrar en la
Plenitud que es Cristo, el camino y la puerta son la fe y la conversión: «El
tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado; convertíos y creed en la
Buena Nueva.» (cf Mc 1, 15)
Dios quiere el sacrificio de un espíritu contrito, un corazón
contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias (Slm 51, 9). Este es el primer
sacrificio que En Cristo puedo ofrecer a Dios.
Ya que creer en Jesucristo y convertirse a él, no son dos
cosos diferentes, las dos son la manifestación del Espíritu Santo que nos lleva
a Cristo con un corazón contrito y arrepentido para salir de sus manos como
hijos de Dios, hermanos de Cristo, hermanos de los demás y servidores de la “Obra Redentora” (cfJn 4,
34) Un hombre nuevo, en Cristo, que se ha apropiado de los frutos de la
redención de Cristo: “El paso de la muerte a la vida, del pecado a la Gracia,
de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad, de la aridez a las
aguas vivas del Espíritu: «Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá; del
que cree en mí se puede decir lo que afirma la Escritura: De su seno manarán
ríos de agua viva.» (Jn 7, 37-38) Ríos de
“Paz, Amor, Alegría” Porque el creyente redimido, es ahora “creación
nueva.” Ha resucitado con Cristo y ha recibido el don del Espíritu Santo para
ser un verdadero discípulo del Señor.
3. En proceso de crecimiento.
“Lo que se siembra es lo que se cosecha” (cf 2 Cor 9, 6) La
semilla de la Palabra es la verdad, el amor, la justicia, la libertad, la
santidad. La primera carta de Pedro nos dice lo que debemos hacer: “Como niños
recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella,
crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es
bueno” (1Pe 2,2) Como niños en la fe nuestro alimento siempre será la Oración
filial y la Palabra de Dios para poder crecer de manera integral. No se trata
de sentirse niños, ni de saberse niños, sino, de “hacerse como niños”. Con las
palabras de Juan Bautista decimos: Es preciso que él crezca y que yo disminuya”
(Jn 3, 30). El camino para “hacerse como niños” es el “Discipulado” para
hacerse “discípulos de Cristo,” recordando el camino que san Pablo nos ha
mostrado: “Ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual,
siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2Cor
8, 9) La Pobreza de Jesús es su Encarnación, su pasión y su muerte, tal como lo
describe el Apóstol: “El cual, siendo de condición divina, no reivindicó su
derecho a ser tratado igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando
condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como
hombre” (Flp 2, 6- 7).
4. Seguir a Cristo para ser como él.
San Mateo nos muestra el camino para permanecer “hacerse como
niños”. Siguiendo las huellas del Señor para no dejar de aprender de él y para
hacernos en él: hijos de Dios, hermanos y siervos de los demás: «No está el
discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le
basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo (Mt 10, 24-
25). San Juan nos indica el camino del discipulado con tres hermosas verdades:
V En verdad, en verdad os digo que si
el grano de trigo no cae en tierra y muere, allí queda, él solo; pero si muere,
da mucho fruto. (Morir al egoísmo)
V El que ama su vida, la perderá; pero
el que odia su vida en este mundo la guardará para una vida eterna. (Nadie
puede salvarse a sí mismo)
V Si alguno me sirve, que me siga, y
donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le
honrará (Jn 12, 24-27).
El Apóstol san Pablo parece que encierra las palabras de san
Juan en una sola realidad: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de
Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y
agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual” (Rm 12, 1) Ser un
sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, es un servicio a Dios a favor de todos los hombres. Realidad que
sólo es posible con la Gracia de Dios y nuestros esfuerzos para renunciar a un
“ego” inflado por el Pecado para poder poseer una voluntad firme, fuerte y
férrea para amar a Dios y al prójimo. Ofrecer con Cristo un sacrificio para la
gloria de Dios y el amor al prójimo, implica como discípulos de Cristo, con la
ayuda del Espíritu Santo hacer de nuestra vida una ofrenda viva:
V “Observar la ley es hacer muchas
ofrendas, guardar los mandamientos es hacer
sacrificios de comunión.
V Devolver un favor es hacer oblación
de flor de harina, hacer limosna es ofrecer
sacrificios de alabanza. (Practicar
la Misericordia, darme a los demás)
V Apartarse del mal es complacer al
Señor, un sacrificio de expiación es
apartarse de la injusticia. (Romper con el pecado)
V No te presentes ante el Señor con las
manos vacías, pues así lo prescriben los mandamientos. (Con las obras de la fe)
V La ofrenda del justo honra el altar,
su perfume sube hasta el Altísimo. El sacrificio del justo es aceptable, su
memorial no se olvidará (Eclo 35, 1- 6).
El verdadero culto ofrecido a Dios es en Comunión con
Cristo”, y, es interior, hecho con amor y manifestado en favor de los demás:
sin caridad la fe está vacía de su contenido (cf Gál 5, 6; Snt 2, 14) San Mateo
nos ayuda al decirnos: “No todo el que me diga ‘Señor, Señor’ entrará en el
Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los
cielos” (Mt 7, 21) San Lucas nos lo confirma: “¿Por qué me decís ‘Señor, Señor’
y no hacéis lo que digo?” (Lc 6, 46) San Juan pone en los labios de Jesús la
clave de todo lo anterior: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha
enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). Lo que nos hace decir que nuestro
culto espiritual consiste en “aceptar la
voluntad de Dios y someternos a ella.”
Voluntad que exige cambios profundos de la manera de pensar
de sentir y de vivir: “Y no os acomodéis a la forma de pensar del mundo
presente; antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de
forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo
agradable, lo perfecto” (Rm 12. 2) Voluntad manifestada en Cristo: “Y este es su mandamiento: que creamos en
su Hijo, Jesucristo y nos amemos unos a los otros” (1Jn 3, 23) “Que vuestra
caridad no sea fingida; detestad el mal y adheríos al bien; amaos cordialmente
los unos a los otros, estimando en más cada uno a los otros” (Rm 12, 9- 10; cf Jn
13, 34). Voluntad que orienta nuestra
vida al seguimiento de Cristo: Decía a todos: «Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque quien
quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la
salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él
mismo se pierde o se arruina?” (Lc 9, 23- 25). San Pablo nos confirma todo lo
anterior diciendo: “Además, los que son de Cristo Jesús han crucificado la
carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gál 5, 24). El sacrificio en Cristo
es el camino para desinflar al “Ego” para hacer las cosas santas en bien de uno
mismo y en favor de los de los demás. Esto es posible con la ayuda del Espíritu
Santo y con nuestros esfuerzos. Es un morir a uno mismo, negándose a “vivir
según mi voluntad.”
“Quiero ser una hostia
viva para gloria de Dios en el amor y servicio a mis hermanos”.
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