PALABRA DE VIDA PARA VIVIR LA Y PONERLA
EN PRÁCTICA.
Aleluya.
El Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo
enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que os he dicho. Aleluya.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (14,21-26)
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que acepta mis mandamientos y
los guarda, ese me ama; al que me ama será amado mi Padre, y yo también lo
amaré y me manifestaré a él». Le dijo Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué ha
sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?» Respondió Jesús y le dijo:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y
haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra
que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto
ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que
enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya
recordando todo lo que os he dicho».(Jn 14, 21- 26)
Existen
personas que son muy religiosas: oran mucho, prenden velas y ofrecen
sacrificios, pero, aman poco o se les olvida amar a su prójimo y la Palabra nos
recuerda: Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un
mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a
quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame
también a su hermano. (1 de Jn 4, 20- 21) La señal que hemos pasado de la
muerte a la vida es la caridad, el amor de Dios derramado en nuestros corazones
(Rm 5, 5) Pues este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos
amemos unos a otros. (1 de Jn 3, 11) Sin olvidar lo que nos dice Santiago: La
religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a
las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo.(Snt 1, 27)
Pues, Aquel, “pues, que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.” (Snt
4, 17) Se trata del pecado de omisión que muy pocas veces se confiesa.
Para
guardar los Mandamientos y la Palabra de Dios hay que estar en Gracia de Dios. Hay que buscar la unidad, crecer en el conocimiento
de Dios y entrar y permanecer en la Plenitud de Cristo (cf Ef 4, 13) Como lo
dice el apóstol Pedro: “Creced, pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro
Señor y Salvador, Jesucristo. A él la gloria ahora y hasta el día de la
eternidad. Amén.” (2 de Pe 3, 18)
Teniendo
presente que la vida cristiana es un don de Dios y tarea nuestra: Está llena de
luchas, pruebas y tentaciones. “Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea
preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a
fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero
que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de
honor, en la Revelación de Jesucristo.” (1 de Pe 1, 6- 7) Por lo tanto, ceñíos
los lomos de vuestro espíritu, sed sobrios, poned toda vuestra esperanza en la
gracia que se os procurará mediante la Revelación de Jesucristo. Como hijos
obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra
ignorancia, más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también
vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis
santos, porque santo soy yo. (1 de Pe 1, 13- 16) Somos santos en la medida que
estemos llenos de misericordia.
No
estamos solos. Jesús, Emmanuel camina y está con nosotros, esta ha sido su
promesa: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos.” (Mt 18, 20) Está con nosotros animando, consolando, liberando,
perdonando y salvando. Qué consoladores las palabras de Jesús que encontramos
en Lucas: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien
daros a vosotros el Reino. (Lc 12, 32) Y que llenas de luz las palabras que
encontramos en Juan, nos dice: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha
odiado antes que a vosotros. Su fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo;
pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por
eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es
más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros;
si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán. (Jn 15, 18- 20)
Pablo
nos dice, no tengáis miedo: “Acuérdate de Cristo Jesús, del linaje de David,
que vive resucitado de entre los muertos, como enseño en mi mensaje de salud.
Verdadera es la sentencia que dice: Si hemos muerto con él, viviremos también
con él.” (2Tm 2, 8. 11) ¿A quién le vamos a entregar nuestro corazón? ¿A Cristo
o al mundo? Somos libres para hacer ua cosa u otra. San Juan nos dice: No améis
al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre
no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la
carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene
del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien
cumple la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 de Jn 2, 15- 17)
Y
este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que
nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece
en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el
Espíritu que nos dio. (1 de Pe 3, 23- 24) Creer en Jesús es obedecerlo y
amarlo, y el que ama a Jesús ama a su prójimo (Mt 25, 40) Permanezcan en mi
amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre (Jn 15, 9-10). La verdad es que
todo el que está en Cristo es una Nueva Creación (2 de Cor 5, 17) Por eso Pedro
nos dice:
Habéis
purificado vuestras almas, obedeciendo a la verdad, para amaros los unos a los
otros sinceramente como hermanos. Amaos intensamente unos a otros con corazón
puro, pues habéis sido reengendrados de un germen no corruptible, sino
incorruptible, por medio de la Palabra de Dios viva y permanente. Pues toda
carne es como hierba y todo su esplendor como flor de hierba; se seca la hierba
y cae la flor; pero la Palabra del Señor permanece eternamente. Y esta es la
Palabra: la Buena Nueva anunciada a vosotros. (1 de Pe 1, 22- 25)
Palabra
de vida para vivirla y ponerla en práctica.
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