LA GRACIA DEL SEÑOR EN NUESTRO CORAZÓN ES PRESENCIA VIVA DE DIOS.

 


LA GRACIA DEL SEÑOR EN NUESTRO CORAZÓN ES PRESENCIA VIVA DE DIOS.

De la plenitud del Verbo recibimos todos la gracia de la gracia (Jn 1, 16) Hablamos de la Gracia Increada: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Jesucristo (Jn 3, 16) Lo hace por amor: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.(1 de Jn 4, 10) san Pablo lo confirma al decirnos: “Que Cristo habite por la fe en vuestro corazón” (Ef 3, 17) “No soy yo el que vive, es Cristo el que vive en mí” (Gál 2, 20) Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo este en vuestro espíritu (Apoc 22, 21) Recibimos la Gracia de Dios en la escucha de la Palabra y en los Sacramentos, especialmente.

La Gracia de Dios es el don de la Fe de la cual nace la Esperanza que se despliega hacia la Caridad: “Cuidad que nadie se vea privado de la gracia de Dios” (Heb 12, 15) La fe es Vida que viene a nosotros por la escucha de la Palabra de Dios (Rm 10, 17) La fe es Poder que actúa en nuestros corazones para que rechacemos el mal y para que hagamos el bien y aceptemos la voluntad de Dios y nos sometamos a ella (cf Jn 4, 34) La Fe es Luz que ilumina nuestro corazón y reconocemos nuestras tinieblas, es decir, nuestros pecados (Jn 16, 8)

La Gracia es el Don de Dios, es la Vida que Dios nos ha entregado (Jn 10, 10) ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? (1 de Cor 6, 19) Es el Poder de Dios en nuestro corazón y la Gracia es la Luz de la que Cristo dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.»(Jn 8, 12) Y a los que poseen esa Luz, tienen la Gracia de Dios, les llama hijos de Dios, discípulos de Jesucristo y servidores de los hombres. «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.(Mt 5, 13- 15)

Al darnos Dios su Gracia se nos da el mismo: “Padre, Hijo y Espíritu Santo” para participemos de su naturaleza divina. Lo contrario a la Gracia es el pecado, por lo que Pedro nos dice: A vosotros, gracia y paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor. Pues su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. ( 2 de Pe 1, 2- 4)

En su primera carta Pedro nos dice: "Por lo tanto, ceñíos los lomos de vuestro espíritu, sed sobrios, poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la Revelación de Jesucristo." (1 de Pe 1, 13) Creced, pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. A él la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.(2 de Pe 3, 18) Pedro insta a los creyentes a estar en guardia contra el error y la apostasía, y a crecer en la gracia y el conocimiento de Jesucristo. Él destaca la importancia de perseverar en la fe y el amor, y glorificar a Dios en todo lo que hacemos. Esto enfatiza la importancia de la constancia y la dedicación a la fe. Como lo dice con toda claridad: “agréguenle a su fe los buenos hábitos, las virtudes cristianas: la prudencia, la justicia, la fortaleza, la piedad, el amor fraterno y la caridad” (2 de Pe 1, 5-8)

Jesús nos ha dicho: “Sin mí nada podéis hacer” (Jn 15, 5) La Gracia de Dios nos conduce a la santidad y a la sinceridad que vienen del Espíritu Santo que guía a los hijos de Dios (2 de Cor 1, 12; Rm 8, 14) Sin la Gracia de Dios todo es tinieblas y es caos en nuestra vida. Nuestra conversión se debe a la Gracia que actúa por la Fe en nuestro interior. Sólo por a Gracia podemos dar fruto en abundancia. El Fruto es el Amor a Dios, a los hombres y a la misma Creación. Digamos con firmeza y sin miedo, lo contrario a la Gracia es el pecado.

La Gracia y la Verdad nos llegan por Jesucristo (Jn 1, 17) Cristo es el Amor, la verdad y  la Vida (Jn 14, 6) Él es la Gracia: Nos da su Palabra que nos hace discípulos nos lleva a la Verdad que nos hace libres para que seamos pobres de espíritu,  mansos, humildes, limpios de corazón, misericordiosos, pacíficos, hambrientos y sedientos de justicia, pacíficos y perseguidos por el Reino de Dios. (Mt 5, 3, 11)

El apóstol san Pablo dice que todo lo que él es y todo lo que hace es por pura gracia de Dios, que actúa en el él: “Por la gracia de Dios soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo” (1Cor 15, 10). El apóstol es portador de la Gracia, es decir es portador de Dios.

Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. (Ef 6, 10- 11) Fortalecerse equivale a crecer en la gracia de Dios, para tener las lámparas encendidas (lc 12, 35) Revestirse de Luz con la armadura de Dios que es lo mismo que revestirse de Cristo (Rm 13, 12- 14)

 

Cuando tenemos la desgracia de caer en el pecado, se apaga la luz en nuestro corazón, perdemos la fe y con ella la gracia de Dios. Volvamos a Cristo, Luz del Mundo, para que él encienda su luz en nuestros corazones. Cristo es nuestro Cirio Pascual. Caminemos con Él para que así como en el rostro de Cristo brilla la Gloria de Dios, en nuestros rostros brille la gloria de Cristo.

 

No es lo mismo rezar en Gracia de Dios que rezar en pecado mortal. Como tampoco es lo mismo sufrir en gracia de Dios que sufrir en pecado mortal. Que Cristo resucitado esté en nuestros corazones para que cimentados en el amor, podamos comprende la altura, la anchura, la longitud y la profundidad del amor de Dios que supera todo conocimiento (cf Ef 3, 17- 20)





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