CRISTO MURIÓ POR LOS PECADOS DE UNA
VEZ PARA SIEMPRE SE SENTÓ A LA DERECHA DEL PADRE.
Holocaustos y sacrificios por el
pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo - pues de mí está
escrito en el rollo del libro - a hacer, oh Dios, tu voluntad! Dice primero:
Sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacrificios por el pecado no los
quisiste ni te agradaron - cosas todas ofrecidas conforme a la Ley - entonces -
añade -: He aquí que vengo a hacer tu voluntad. Abroga lo primero para
establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced
a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo. (Heb 10, 6- 10)
Los sacrificios del Antiguo Testamento no eran agradables a Dios para perdonar
los pecados de los hombres. Por eso Jesús dice cuando entra en el mundo de los
hombres: “He aquí que vengo hacer tu voluntad.”
Cristo murió por los pecados una
vez para siempre: el inocente por los culpables, para conduciros a Dios. Como
era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.
Lo que actualmente os salva no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino
en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que
llegó al cielo, se le sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la
derecha de Dios. (1Pe 3, 18. 21b-22)
¡Cuánto más la sangre de Cristo,
que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará
de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!(Heb 9,
14) Jesús no ofreció la sangre ajena de toros y de machos cabrío, ofreció su
sangre y ofreció su carne, toda su persona por la redención de la Humanidad. “Mi
vida no me la quitan, yo la entrego” (Jn 10, 18) Y se inmoló en la presencia de
Dios para sacarnos del reino de las tinieblas y llevarnos al reino de Hijo de
su amor (Col 1, 13- 14)
El sacrificio de Cristo es perfecto
porque se hizo por amor. Por amor y con amor abrazó su cruz para morir en ella
por todos los pecadores, el inocente por los culpables. Tal como lo había
predicho el profeta Isaías: “Despreciable y desecho de hombres, varón de
dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro,
despreciable, y no le tuvimos en cuenta. Y con todo eran nuestras dolencias las
que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por
azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías,
molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con
sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno
marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue
oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era
llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él
abrió la boca. (Is 53, 3- 7)
Pablo dice a lo anterior: "El
cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino
que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a
los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le
otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua
confiese que Cristo Jesús es SENOR para gloria de Dios Padre." (Ef 2, 6-
11) Por un acto de Cristo al Padre y por acto de amor de Cristo a los hombres
hemos sido salvados.
Al que murió en la cruz, Dios lo ha
resucitado y lo ha sentado a su derecha del Padre (Ef 2, 6) Jesús que en está
vida su trono fue de humillación y miseria, la cruz, ahora está sentado en el
Poder de su divinidad. Tal como lo dice san Juan: Entonces vi, de pie, en medio
del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como
degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de
Dios, enviados a toda la tierra. Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha
del que está sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro Vivientes y los
veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una
cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. Y
cantan un cántico nuevo diciendo: «Eres digno de tomar el libro y abrir sus
sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de
toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un
Reino de Sacerdotes, y reinan sobre la tierra.» Y en la visión oí la voz de una
multitud de Ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su
número era miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con fuerte
voz: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» Y toda criatura, del cielo, de
la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que
respondían: «Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor,
gloria y potencia por los siglos de los siglos.» Y los cuatro Vivientes decían:
«Amén»; y los Ancianos se postraron para adorar. (Apoc 5, 6- 14)
Juan contempla la adoración
celestial de Jesús, el Cordero de Dios, que fue asesinado, pero está vivo y es
digno de recibir poder, riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria y alabanza.
La adoración de Jesús resalta su divinidad, su sacrificio redentor, en favor de
todos los hombres y naciones, y su
supremacía sobre todas las cosas.
Jesús es el Cristo, y Cristo es
Dios (Jn 20, 28) «Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo.» (Mt 16, 16).
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