LA EUCARISTÍA: EL SACRIFICIO DE CRISTO.
La Eucaristía contiene todo el bien espiritual y toda riqueza de la Iglesia, es su Tesoro. Y la riqueza de la Iglesia es Cristo. De manera que Jesús nos muestra un amor que llega hasta el extremo, un amor que no conoce medida y que no tiene límites: No solamente nos dice: Tomen y coman…tomen y beban, para luego decirnos: “Este es mi Cuerpo y esta es mi Sangre” sino que añadió que será entregada por nosotros… derramada por nosotros (Lc 19, 20). De esta manera la Iglesia siempre ha visto y creído que la Eucaristía es “Presencia, Banquete y Sacrificio”. Cristo presente en la Misa nos habla y se nos da en alimento y se ofrece por nosotros en sacrificio.
La Liturgia de La Eucaristía dice: “Cuantas veces se celebra en el Altar, el sacrificio de la cruz, se realiza la obra de nuestra salvación” Jesús había dicho: “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10); “Mi vida no me la quitan, Yo la doy, porque soy el buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10, 18) y no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15, 13).¿Qué hace Jesús para darnos vida? Abrazó la voluntad del Padre hasta el fondo, de modo que podemos decir que por un acto de obediencia de Cristo al Padre, y por un acto de amor de Cristo a los hombres, hemos sido salvados, en ese acto de amor sin límites en el corazón de Cristo se mezclan la obediencia y el amor al Padre y a los hombres. Eso quiere decir san Juan cuando afirma: “Nos amó hasta el extremo” (Jn 13, 1) Cristo nos amó humillándose a sí mismo; entregándose a su Pasión, sufriendo y muriendo en la Cruz.
Cuerpo y Sangre de Cristo. Al ofrecer Cristo su cuerpo y su sangre, es toda la persona la que se está ofreciendo, no hay división entre cuerpo y sangre. Cuerpo y Sangre, es decir, la persona de Jesús de Nazaret. Cristo al ofrecer su cuerpo está ofreciendo todo lo que hizo, todo lo que sucedió desde su nacimiento hasta la Cruz, sus trabajos, sus milagros, su predicación, no se reserva nada para sí, ni siquiera a su Madre, lo entrega todo. Y al ofrecer su Sangre significa que nos amó hasta la muerte: al ofrecer las humillaciones, los desprecios, los rechazos, el desamor que recibe, significa que nos amó hasta la muerte, y hasta la muerte de Cruz.
Cristo es sacerdote, víctima y altar. Sacerdote, porque ofreció un sacrificio para sellar la Nueva Alianza de Dios con los hombres; víctima porque se ofreció por amor a los hombres, con palabras de Pablo: “Se humilló a sí mismo para destruir el cuerpo del pecado que nos separaba de su Padre y nos privaba de su presencia salvadora” (Fil 2, 7-8); y Cristo es altar, porque hizo de su corazón un altar donde se ofreció como Hostia Santa, viva y agradable a Dios. Con su muerte y resurrección Cristo instaura en la tierra el nuevo culto a Dios. Con el único sacrifico agradable a Dios sella la Nueva Alianza.
La Eucaristía: Celebración de la Muerte y Resurrección de Cristo. En la Misa, la Iglesia celebra y hace memoria de la Pascua de Cristo: su muerte y su resurrección, y por lo tanto, hace presente el Sacrifico que Cristo ofrece de una vez para siempre en la Cruz, permanece siempre actual (Hb 7, 25-27). De manera, que cada vez que se renueva en el altar el sacrificio de la Cruz, en el que Cristo nuestra Pascua fue inmolado, se realiza la obra de nuestra Redención (1 Cor 5, 7; CATIC 1364; LG 3). La Eucaristía hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no se le multiplica, lo que se repite es su celebración memorial (I. de E. 12). La Eucaristía es entonces sacrificio en sentido propio, porque Cristo se ofrece, no sólo como alimento a los fieles, sino que es un “don a su Padre” para sellar la “Nueva y eterna Alianza”; es el don de su amor y obediencia hasta el extremo de dar la vida a favor nuestro. Más aún, don a favor de toda la Humanidad (Iglesia de Eucaristía 13).
La Eucaristía, Misterio de Fe. Decir que la Eucaristía es un Misterio, es afirmar que no podemos abarcarlo con nuestro entendimiento, por muy inteligentes que seamos. Después de la Consagración, el celebrante dice: “Este es el Misterio de nuestra Fe”. Y esta fe es un don de Dios que él gratuitamente da a quien se la pida con sencillez y humildad. En la Eucaristía nos encontramos en el corazón del Misterio en el cual se funda la fe cristiana: la resurrección del Señor Jesús. “si no hay resurrección de los muertos, Cristo no resucitó y vana es nuestra (1Cor 15, 13-14. En cada Eucaristía celebramos la “Muerte y Resurrección del Señor Jesús”.
El sacrificio de Jesús y nuestro sacrificio. Cristo quiso integrar a su Iglesia a su sacrificio redentor para hacer suyo el sacrifico espiritual de la Iglesia (I. de E. 13b). En la Misa, la Iglesia, no solamente ofrece al Padre el sacrificio de Cristo: Sacrificio Sacramental, sino que ofrece a la misma vez, su mismo sacrificio espiritual. De manera que la Iglesia, Cuerpo de Cristo, participa en la Ofrenda de su Cabeza, con Cristo se ofrece totalmente. En la Misa el sacrificio de Cristo y el Sacrificio de la Eucaristía, son un único sacrificio de manera que el Sacrificio de Cristo es también el Sacrificio de los miembros de su Cuerpo. Nosotros en la Misa, nos unimos con Cristo para ofrecernos al Padre, con un Sacrificio Espiritual, de manera que podemos afirmar que sobre el altar están dos ofrendas, la de Cristo y la de la Iglesia.
¿Qué podemos ofrecer con Cristo al Padre en la Misa? ¿Cuál es nuestro Sacrificio? Recordemos que por las Palabras de la Consagración y por la acción del Espíritu Santo, el Pan y el Vino son transformados en un Cristo vivo que ofrecemos como Hostia Viva al Padre por la salvación de los hombres: “Esto es mi cuerpo que será entregado por Vosotros, esta es mi Sangre que será derramada por Vosotros”. “Haced esto en Memoria mía”. Este es el “Mandamiento de Jesús”, pide que hagamos lo que Él hizo: partió el Pan, es decir, se fraccionó, se inmoló, se entregó como ofrenda viva al Padre por los hombres. Él quiere que nosotros repitamos su gesto: “Que nos inmolemos y ofrezcamos en la presencia de Dios como “Hostias vivas, que ese sea nuestro culto espiritual” (Rom 12, 1). Esto es fraccionar el pan, y es el mandato del Señor.
Ofrecemos nuestra vida, nuestra alabanza, sufrimientos, oraciones, trabajos, humillaciones, que todo lo que hagamos se una a Cristo, para que Él se lo ofrezca al Padre. Nosotros ya no ofrecemos la sangre de toros ni de machos cabríos. Podemos decir con Jesús: “Sacrificios y holocaustos no te han agradado, pero, heme aquí Oh Dios, para hacer tu voluntad (Hb 10, 9). Nosotros hoy, podemos ofrecer con Jesús en la Misa: nuestro cuerpo y nuestra sangre, es decir, nuestra vida para que seamos una “alabanza de la gloria de Dios”; ofrecemos el pan y el vino que somos nosotros; ofrecemos nuestro sufrimiento, oración, trabajo, sus fracasos y humillaciones… (Catecismo de la Iglesia Católica 1368).
¿En qué consiste nuestro sacrificio espiritual?“Consiste en someter nuestra voluntad a la voluntad de Dios”. Para eso somos, por amor de Cristo, sacerdotes, profetas y reyes. Al someter nuestra voluntad a la voluntad de Dios, estamos sellando nuestra alianza y nuestra Comunión con Dios y con la Iglesia, estamos renovando nuestro Bautismo y estamos dando nuestro “sí” a Dios y a la Comunidad fraterna; estamos diciendo que sí queremos ser Comunión, Alianza, Comunidad solidaria y fraterna. El sacerdote se ofrece con Cristo al Padre e invita a los fieles a hacer lo mismo, cada uno según su naturaleza: “Oren hermanos para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Todopoderoso”.
Por el Bautismo, todos los bautizados, participan del sacerdocio común y real de los fieles, por lo mismo, pueden ofrecer su sacrificio espiritual, cada uno de los participantes de la Misa, puede ser sacerdote, víctima y altar para ofrecer un sacrificio, ser víctimas y a la misma vez altar: ofrecerse en el altar de su corazón, el sacrificio de someterse a la voluntad de Dios. Llevar una vida como la de Cristo que se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo (Hch 10, 38).
La adoración a Dios se extiende fuera de la Misa, en un culto existencial, viviendo como hijos de Dios y como hermanos de los demás con quienes se ha de vivir en Comunión fraterna, solidaria y servicial. En esta comunión fraterna nos hemos de preocuparnos de los demás; hemos de vivir reconciliándonos unos con los otros y hemos de compartir el pan con todos. Lo anterior es vivir según la Voluntad de Dios, lavándose los pies unos a los otros (cf Jn 13, 13) Y amándose como Jesús nos amó y se entregó a la muerte por nosotros (Jn 13, 34; Ef 5, 2)
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