Comprendan que todo lo que de fuera entra en el
hombre no puede contaminarle
Iluminación: Llamó otra vez a la gente y les dijo: «Oídme todos y
entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle;
sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre Quien
tenga oídos para oír, que oiga.» Y cuando, apartándose de la gente, entró en
casa, sus discípulos le preguntaban sobre la parábola. El les dijo: «¿Conque
también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de
fuera entra en el hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón,
sino en el vientre y va a parar al excusado?» - así declaraba puros todos los
alimentos -. Y decía: «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al
hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones
malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades,
fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas
perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.» (Mc 7, 14- 23)
“Oídme todos y entended.” Lo primero es creer
y luego es entender, la fe viene de lo que se escucha, la Palabra de Dios (Rm
10, 17) ¿Qué es lo que Dios nos ha dicho? Que todos los alimentos son puros, no
contaminan el corazón del hombre. Lo que contamina al hombre es lo que sale del
corazón. Y, ¿Qué es lo que sale del corazón? Lo malo, lo que hace daño, el
pecado, es decir lo que viola o quebranta la Ley de Dios.
No nos justifiquemos, la justificación
es el principio de la decadencia. Dejémonos que Dios nos justifique por la fe. Lo primero es decadencia espiritual, luego decadencia
moral, después decadencia familiar y luego decadencia comunitaria para pasar al
desenfreno de las pasiones. En vez de justificarnos, vayamos a Jesús con un
corazón contrito y arrepentido. Reconozcamos nuestros pecados pidamos perdón por ellos que “justo y fiel es
Dios para perdonarnos todos nuestros pecados y quitarnos toda iniquidad” (1Jn
1, 10) Cuando el pecado nos domina, nos esclaviza, nos enajena y nos causa la
muerte espiritual, el vacío de virtudes y de Dios (Rm 6, 20 .23)
Y
nos lleva a la experiencia de Pablo antes de conocer a Cristo: “Mas el pecado,
tomando ocasión por medio del precepto, suscitó en mi toda suerte de
concupiscencias; pues sin ley el pecado estaba muerto.” (Rm 7, 8) “Pues bien sé
yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el
bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien
que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no
soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí. Descubro, pues, esta
ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta.” (Rm 7, 18-
21) Pablo experimenta el daño del pecado, se siente esclavizado y vendido al
poder del pecado: Para luego decirnos: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este
cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo
nuestro Señor! (vv. 24- 25)
Es en la carta a los
Efesios en la que Pablo nos explica el efecto del encuentro con Jesús: “Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora
sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz
consiste en toda bondad, justicia y verdad. Examinad qué es lo que agrada al
Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien,
denunciadlas. Cierto que ya sólo el mencionar las cosas que hacen ocultamente
da vergüenza; pero, al ser denunciadas, se manifiestan a la luz. Pues todo lo
que queda manifiesto es luz. Por eso se dice: Despierta tú que duermes, y
levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo.” (Ef 5, 8- 14)
Lo
que Pablo nos recomienda para poder tener la vida digna que sea grata a Dios: “No
os embriaguéis con vino, = que es causa de libertinaje; llenaos más bien del
Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y
salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a
Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5, 18- 20)
En la carta a los Colosenses Pablo nos
confirma la ayuda del Espíritu Santo
para poder llevar una vida diga del Señor: “Por eso, tampoco nosotros dejamos
de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis al
pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia
espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en
todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de
Dios; confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda
constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría, gracias al
Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la
luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo
de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados.” (Col 1,
9- 14)
Es en la primera carta a los Tesalonicenses
en la que Pablo reafirma el estilo de vida
que debemos llevar para poder vencer el poder del pecado: “Por lo demás,
hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús a que viváis como conviene
que viváis para agradar a Dios, según aprendisteis de nosotros, y a que
progreséis más. Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del
Señor Jesús. Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación que cada
uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por
la pasión, como hacen = los gentiles que no conocen a Dios. = Que nadie falte a
su hermano ni se aproveche de él en este punto, pues el Señor = se vengará = de
todo esto, como os lo dijimos ya y lo atestiguamos, pues no nos llamó Dios a la
impureza, sino a la santidad.” (1 Ts 4, 1- 7) Pidamos al Señor que nos ayude a
llevar una vida que sea como un sacrificio, una ofrenda viva, santa y agradable
a Dios. Que este sea nuestro culto espiritual (Rm 12, 1)
El
sacrificio espiritual pide esfuerzos y renuncias para aceptar la voluntad de
Dios y someternos a ella que consiste en “aborrecer el mal y hacer el bien” (Rm
12, 9) Con palabras de Jesús: “Ceñíos vuestros lomos y encended vuestras
lámparas” (Lc 12, 35) Es el modo que nos pide para estar fuertes en la fe:
“Fortaleceos con la energía de su poder para poder resistir el día malo” (Ef 6,
10) Se trata del poder de la fe que viene de Dios y llega a nosotros por la
escucha de la Palabra (Rm 10, 17) Poder que nos lleva al Nuevo Nacimiento del
que habló Jesús a Nicodemos (Jn 3, 1- 5) Nacimiento que sigue el camino del grano
de mostaza: "En verdad, en
verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo;
pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su
vida en este mundo, la guardará para una vida eterna."(Jn 12, 24- 25)
La palabra sembrada en el corazón nos trae el culto interior, del
corazón que encuentra su fuerza en el amor y sale hacia fuera para tocar y
abrazar a los otros. La semilla nace y crece hasta dar frutos de vida eterna.
Pero necesita cultivo, como lo dice el mandamiento del Génesis: “Trabaja y
cultiva” (2, 15) Los medios del crecimiento también vienen de Dios, son dones:
La Oración la Palabra de Dios, la Liturgia, especialmente la Eucaristía y la
Confesión, las Obras de misericordia, la Comunidad y el Apostolado. Medios que
tienen como alma, el Amor, paciente, tolerante y servicial. (1 Cor 13, 4)
"Amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada
uno a los otros; con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo
al Señor; con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación;
perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos;
practicando la hospitalidad."(Rm 12, 10- 13) Amor fervoroso, alegre,
orante y hospitalario.
La oración grata a Dios viene de dentro, es íntima, cálida y extensa. Se
hace con amor y por amor, es expresión del amor (Gál 5, 6) y es agradable al
Señor (Heb 11, 6) La puerta de la oración se abre hacia fuera, para alcanzar a
muchos. La oración que sólo se hace de dientes para fuera es manifestación de
un vacío de amor (Mt 15, 8) “No me pertenece,” dice el Señor. Pertenece al
Señor el que lo ama. Por eso guarda sus Mandamientos y guarda su Palabra (Jn
14, 21. 23)
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