NOSOTROS PREDICAMOS A CRISTO JESÚS COMO SEÑOR. LIBRO

 

 

NOSOTROS PREDICAMOS A CRISTO JESÚS COMO SEÑOR

 

Prólogo.

Padre Santo y Justo, te pedimos, por tu Hijo Jesucristo que nos des Espíritu Santo para que recibamos los dones de sabiduría y de entendimiento para que conozcamos tu Voluntad y la pongamos en práctica. Tu Palabra es la Verdad que nos hace libres, con la Libertad de los hijos de Dios para que podamos amarte y amar a nuestros hermanos, tus hijos redimidos por tu Hijo Jesucristo y ser servidores en la construcción de una “Nueva Civilización” cimentada en el Amor, la Verdad y la Vida. Trabajemos para que todos los hombres sean integrados a tu Familia, se amen recíprocamente y se acepten, fundamentalmente como iguales en dignidad. Para que todos, con la gracia del Espíritu Santo trabajemos, en tu Nombre, en la construcción del “Imperio del Bien” A lo que tu Hijo llamó “Reino de Dios”.

Estos temas de evangelización responden a la preocupación que nacía en la medida que regresaba de una vida mundana y pagana a la Iglesia, la razón por la que muchos abandonaban la Iglesia era: la “Ignorancia religiosa” “el desconocimiento de Dios” por la falta de “evangelización.” Fruto de estas realidades es una “falsa Cosmovisión” de Dios, del hombre y de la vida. La falsa cosmovisión lleva al “Vacío existencial” que nos lleva a la “Inversión de valores,” fuente de angustías, guerras, guerrillas, fraudes, divorcios, abortos, secuestros, crímenes, desenfreno y más. Un mundo convertido en “Caos, confusión, tinieblas.” Un mundo dividido por la maldad, la mentira, la envidia, la hipocresía y la maledicencia (cf 2 Pe 2, 1) Un mundo necesitado de amor, de  verdad, de libertad, de justicia y de paz. Hombres y mujeres sin hambre de Dios porque se alimentan con el alimento chatarra que el mundo les ofrece. Un mundo que tiene como lema la mentira que divide a los hombres en clases de personas, los que tienen y los que no tienen. “Cuánto tienes, cuanto vales” Mentira que ha llevado a muchísimos a la “exclusión” en la que hombres y mujeres no tienen acceso al Patrimonio común, en el que son poquísimos los que tienen, pueden y saben todo.

Mi preocupación me ha hecho responder a la necesidad de ayudar al hombre a conocer la luz de la Palabra de Dios, para que conozca la Verdad que nos hace libres de la esclavitud del Mal, de los apegos de las cosas, de otras personas y de la esclavitud de la Ley que hace fariseos legalistas, rigoristas y perfeccionistas para que conozcan la “Ley de Cristo, el Amor” Qué nos levanta de la frustración para ayudarnos a recorrer el Camino de la fe, tras las huellas de Cristo Jesús como servidores del Reino; como hijos de un mismo Padre, como hermanos de entre nosotros. Caminar juntos, con otros para compartir con alegría el pan con alegría, la palabra, el tiempo, la casa y el Camino. Nadie se realiza sólo, necesitamos unos de los otros. La finalidad de estos temas de evangelización es “dar una luz para el camino” Con palabras de Jeremías, la Palabra de Dios es como un martillo que tiene poder para romper corazones endurecidos. Con Isaías decimos que la palabra de Dios es como la lluvia que empapa la tierra para que germine y dé mucho fruto (Jer 23, 29; Is 55, 9) Hay textos que se repiten frecuentemente, eso nos puede ayudar a familiarizarnos con la Palabra. Palabra, que se lee, se escucha, se vive, se anuncia y se celebra. No basta con leerla y con escucharla, con reflexionarla y meditarla, sino, y sobre todo ponerla en práctica y vivirla.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1.- Dios me amó y me creó para amar.

Objetivo: dar a conocer el verdadero rostro del hombre, para que éste pueda ser capaz de orientar su vida y realizarse como lo que es: un ser en proyección llamado a vivir en comunión con su Realidad

Iluminación: “Hagamos al hombre a Imagen y semejanza nuestra: hombre y mujer los creó” (Gn 1, 26).

A imagen y semejanza de Dios. El Modelo es Dios mismo, es Cristo, el Verbo del Padre que se hizo carne para amarnos con un corazón de hombre. Jesús es el Revelador del Padre y el revelador de todo hombre (cfr Jn 14, 7). El es lo que tú y yo estamos llamados a ser: “Hombre nuevo, igual que Cristo.” Hombre libre para amar, para servir, para caminar en la verdad. Qué hermoso es poder decir: Soy una expresión del amor de Dios, una manifestación de su amor. La única razón por la cual existo es porque Dios me ama. Dios me creó por amor y con amor; me creó para amar. El Himno Cristológico de la carta a los Efesios confirma esta hermosa verdad: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales: Dios, desde antes que el mundo existiera nos eligió en Cristo “para estar en su presencia”, santos e inmaculados a él en el amor”. Dios nos ama con amor de promoción: “Destinados a ser hijos de Dios, mediante Jesucristo” (Ef 1, 3-5). Nos llama a estar con Él, para que su amor re-pose sobre nosotros. Sólo el amor de Cristo puede regresar al hombre su dignidad desfigurada y la esperanza de una vida mejor.

 

¿Qué significa ser imagen y semejanza de Dios? Dios me creó a Imagen y semejanza suya. Cristo es la Imagen visible de Dios, y yo soy la imagen de Cristo. Dios me ha hecho partícipes de lo que Él es y de lo que Él tiene: Me ha dado una inteligencia y una voluntad. Creados por amor para ser hijos de Dios, hermanos de los demás y para ser amos y señores de las cosas y de los animales creados por Dios por amor al hombre. Dios me creó como un ser Original, Responsable, Libre y capaz de Amar. No soy copia de nadie, soy original por eso soy único e irrepetible. Dios me dotó de capacidades para que le responda a la vida; porque soy responsable puedo vivir de frente a mí mismo y de frente a los demás. Dios nos crea por amor por eso somos “las maravillas del Señor”.

Dios me creó para ser un fin en sí  mismo. Dios me creó, e hizo de mí una “perla preciosa”; para Dios soy valioso, importante y digno. No soy un medio, no soy un algo, es decir, mi valor no me lo dan las cosas, ni los trapos, ni los carros, ni los demás: Soy un valor en sí mismo, mi valor es intrínseco, está cimentado en dos columnas: Mi inteligencia y mi voluntad, soy persona que piensa que siente, que se expresa, que ama y que se proyecta hacia la Meta: Dios, mi Padre del Cielo es mi Meta. Por esta hermosa razón Dios quiere que yo sea protagonista de mi propia historia: Qué tome las riendas de mi destino en mis manos, y nunca, ponga mi vida en otras manos que no sean las de Padre celestial.

 

Dios me creó e hizo de mí un ser en relación. Puedo relacionarme con Él, con los demás, con la naturaleza y con migo mismo. No soy un ser en solitario; No tengo vocación de ermitaño: Soy un ser para los demás. Soy un ser en relación, por eso soy un regalo de Dios para la familia y para la Iglesia, y los otros son un regalo de Dios para mí. No fui creado por Dios para estar por encima o por debajo de los demás, no, nada de eso, fui creado para estar junto a… al lado de… para prestar mis hombros al débil, al enfermo, al necesitado. El hombre sólo no se realiza. No fui creado para vivir en solitario, los demás me necesitan, y yo necesito de ellos.

 

Dios me creó para ser su “hijo” y “hermano” de todos los hombres para compartir con ellos lo que tengo, lo que sé y lo que soy. Dios al crearme me llenó de bendiciones, talentos, capacidades, cualidades y me dio el mismo mandato que hizo a nuestro padre Adán: “Protege y cultiva el jardín de tu corazón” (Gn 2, 17). Lo que significa que soy un ser en proyección, Dios me sigue creando, no estoy hecho, me estoy haciendo, en la medida que respondo al Amor de Dios que me llama a crecer y a madurar como persona. ¿Qué es lo que debo proteger? El Paraíso es hoy para mí la “dignidad de ser persona” y la “dignidad de ser hijo de Dios”. Qué hermoso es creer que Dios ha creado todo para todos. Qué toda persona tiene el derecho a poseer lo necesario para vivir con Dignidad. Qué hermoso es aprender a compartir lo que sé sabe, lo que sé tiene y lo que sé es…

 

Creado por Dios para la felicidad. No fui creado para ser copia de otros, como tampoco para ser esclavo ni de las personas ni de las cosas; salí de las manos de Dios bello, hermoso con la capacidad para elegir mi destino: “la vida o la muerte”, la felicidad o la desgracia, la bendición o la maldición… una cosa u otra yo la decido. Dios me da la libertad para que yo decida, y de lo que yo elija yo soy responsable (Dt 30, 15; Eclo 15, 11ss). Yo sé quién soy, de donde vengo, para donde voy, y para que estoy aquí: soy una manifestación del amor de Dios, llamado a reproducir la imagen del Hijo Unigénito: Cristo Jesús (Rom 8, 29).

 

Soy persona: soy un alguien. Soy un alguien, soy persona con una libertad que es don y conquista. Pienso y decido hacer el bien o hacer el mal. Dios me ama a tal grado que para que yo nunca olvide el llamado a la felicidad, él, movido por su amor puso en mi interior como en una cajita musical cuatro palabras que son expresión del amor eterno de Dios: “No hagas cosas malas”, “haz cosas buenas”, “arrepiéntete” y “Alégrate” por haber hecho las cosas anteriores (cfr Is 1, 16- 17). Lo reconozco y lo digo a todo pulmón: si no soy feliz, es porque no estoy haciéndola voluntad de Dios. En alguna parte o en alguna cosa le estoy fallando. Una cuarta voz es “proyéctate”, ponte en camino para que no te atrofies, y no te desvies en el camino, haciéndolo que otros hacen y lo que otros dice, sé tú mismo.

 

La desgracia más grande del hombre es no conocerse, para luego pasar a pensarse mal y a valorarse como si fuera una cosa. Quien tiene una falseada visión de Dios, del hombre y del a vida, podemos decir de él, que es un ciego, sordo, corto de vista, cojo. No camina, se arrastra, por lo mismo se encuentra al margen de su realización. Pensar en Dios como un Ser todopoderoso, pero lejano  y castigador ha llevado a muchos a pensarse mal de sí mismos y abrazarse de la “mentira” de creer que valen por lo que tienen; pensar que su dinero les da su valor. Y como no tienen se creen menos que los demás, pero por encima de otros que tengan menos que ellos.

Un camino que no realiza. Me atrevo a afirmar que todo hombre es un buscador. ¿Qué busca? Busca razones para sentirse feliz; para estar contento. Veces busca en el deporte, otras veces en el alcohol, otras muchas en el sexo, en la droga, en el dinero, en el poder, en las supersticiones…le echa cosas a su corazón, verdaderas piedras que lo hunden en el mar del pecado y termina deshumanizado y despersonalizado: “frustrado, amargado, resentido…alcohólico, drogadicto, prostituto…. Sin dominio propio, sin convicciones… un ser al borde del camino…al margen de todo realización.

 

El Amor: Camino de realización humana. El ser humano es feliz en la medida que se realiza como lo que es: persona, hijo de Dios y hermano de los demás. El amor es lo único que puede llenar los vacíos del corazón y convertir nuestra vida de “Caos” en un “Universo ordenado”. Sólo el amor de Cristo derramado en el corazón del hombre, hace de él un regalo para los demás. El Amor de Cristo es “fuerza” que trasforma y libera a los hombres del odio y de la mentira, en personas capaces de amar y perdonar a sus enemigos.  El amor es lo único que puede llevar al hombre a su plena realización en la donación, entrega y servicio a los demás.

 

Lo primero de lo primero es: Creer que Dios me ama. No basta con saber que Dios nos ama… sólo la experiencia tiene sello de autenticidad. Lo primero antes de guardar los mandamientos, antes de hacer obras de caridad, antes de ofrecer mi cuerpo en sacrificio, he de creerme “la más alegre de las noticias” que Dios me ama, así como soy, con un amor personal, incondicional, incansable y eterno. San Juan en su primera carta nos dice: “Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene” (1 Jn 4, 16). Si nosotros creyéramos esta hermosa verdad cambiaría nuestra manera de vivir y nos llenaríamos de paz, de gozo y de ese amor que Dios derrama en nuestros corazones.(Rm 5, 5) El mundo necesita creer en el amor de Dios. Lo necesita en concreto nuestro país, urge, por eso, proclamar el evangelio del amor de Dios. Ese es el corazón y el fundamento de la fe cristiana: Dios me ama, me perdona, me salva y me da el don de su Espíritu Santo, y todo esto lo hace de manera gratuita.

 

Manifestaciones del amor de Dios. Dios me ha manifestado su amor al llamarme a la existencia. (La creación) No estoy aquí por azares del destino, sino porque Dios me pensó desde la eternidad. “Nos amó con amor eterno y gratuito” (Jer 31, 3) Su pensamiento se hizo acontecimiento. Del encuentro entre mis padres salió esta maravilla de Dios. Escuchemos al Profeta: “Escucha Israel… yo soy tu Creador… tú Plasmador…no temas, yo te conozco y te llamo por tu nombre…eres mío me perteneces…eres de gran valor, eres precioso a mis ojos y yo te amo” (Isaías 43, 1- 5). El Señor es mi Creador y mi Redentor, soy de gran valor y me ama. El Señor, me conoce, me ama y me llama por mi nombre. Extiende su mano para defenderme, perdonarme, salvarme, por eso soy una “bendición, un regalo de Dios para los demás”. El Señor me ama con amor de Madre y tiene mis murallas siempre presente: me tiene grabado en la palma de su mano. (Isaías 49, 15)  Nada ni nadie podrá apartarme del amor de Dios en Cristo. (Isaías 54, 10)  El Señor me ama con amor de esposo, y se goza con mi deficiente amor. (Isaías 62, 5)  Dios nos ama desde la eternidad, nada hemos hecho ni podemos hacer para que Él nos ame. (Jeremías 31, 3) Nos ama y eso nos basta. En Cristo Dios nos eligió desde antes de la Creación del mundo para estar en su presencia, santos e inmaculados en el amor. (Efesios 1, 4)  “Nos ama con un amor de promoción: “Yo no los llamo siervos, los llamo amigos” (Juan 15, 15)  

 

Dios me ha manifestado en la segunda Creación. De manera especial, Dios, nos ha manifestado su amor en la regeneración, es decir, al enviarnos a su Hijo Jesucristo (cf Jn 3, 16). San Pablo nos dice en este respecto: Dios nos manifestado su amor, cuando aún siendo nosotros pecadores Cristo murió por nosotros. (Rm 5,6)  Porque Dios nos ama, nos perdona y nos hace libres. Libres de todo lo que nos atrofia y libres para amar. “El verbo se hizo carne” (Jn 1, 14). Nos ha nacido un Salvador (cfr 2, 11), su Nombre es Jesús (Lc 1, 31). Él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 21). Nos ha enviado a su Hijo para que nos arrancara de la esclavitud da la Ley y para que nos trajera el don de su Espíritu (cfr Gál 4, 4-6)

 

Pablo como en un Himno nos describe la manifestación del amor de Dios en la segunda creación. “Ustedes estaban muertos en sus pecados… Pero Dios los ha resucitado juntamente con Cristo… por pura gracia de Dios habéis sido salvados… no hay mérito personal… nos ha sentado a su derecha…hechura suya somos…destinados a realizar unas obras” (Ef 2, 1-10).  En la carta a los romanos nos dice el Apóstol: “El amor de Dios se ha manifestado en Cristo Jesús que murió por los pecadores para reconciliarlos con Dios” (Rom 5, 8. 10). San Juan lo confirma diciendo: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16). Jesús es Dios que se hizo hombre para amarnos con corazón de hombre… San Juan nos dice que “nos amó hasta el extremo” (Jn 13, 1)

 

Nos amó hasta el sufrimiento, hasta la humillación, hasta la muerte, hasta dar su vida por sus amigos y también por sus enemigos (cfr Jn 15, 13). Jesús mismo nos ha dicho el sentido de su venida: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Jesús ha venido a traernos a Dios… Es Emmanuel Dios con nosotros, entre nosotros y a favor de nosotros. La salvación es el “don gratuito de Dios a los hombres”. Es una palabra de Pablo la que me ilumina para comprender la belleza del amor de Dios para cada uno de nosotros los humanos: “Dios me ama”, “Me ha llamado a ser de Jesucristo”, “Y a formar parte de su Pueblo Santo” (Rom 1, 7)

Dios nos ha manifestado su Amor al darnos Espíritu Santo” Dios nos ha mostrado su amor al darnos a su Hijo, que realizó el Plan de Dios en la Historia, y de manera especial, Dios nos ha mostrado su Amor al darnos Espíritu Santo para que actualice en nosotros hoy, el Plan de Salvación: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5). Al darnos su Espíritu Dios se nos dona para que seamos templos vivos de su Espíritu (1Cor 3, 16) y Él desde dentro realice en nosotros la santificación de nuestras vidas. Gracias a la redención y a la acción del Espíritu Santo, nosotros, hoy podemos ser hombres nuevos, los días de la esclavitud han quedado en el pasado y lo que ahora tenemos es lo nuevo. ¿Qué es lo nuevo que descubro en mi vida?

 

Mirarme como Dios me mira. La primera mirada de Dios para mi pecador es una mirada de amor: me mira como a su hijo amado. Creo que desde que me inicie en la experiencia de Dios me amo a mi mismo. La experiencia me ha llevado a “Pensarme como Dios me piensa”. Dios me piensa con amor desde la eternidad, me tiene siempre presente. Una de las cosas más hermosas que estoy viviendo es la “Valorarme como Dios me valora”. Me valora por lo que soy y no por lo que tengo. Para Él soy de gran valor, no obstante sea pobre o no haga cosas buenas. Mi valor es el mismo Dios, fundamento de la dignidad humana. Aceptarme como Dios me acepta. Incondicionalmente con mis defectos y debilidades, con mis faltas y errores. Amarme como Dios me ama: Incansablemente. Hasta la donación, hasta el sacrificio, hasta la entrega de sí mismo. Gracias a la experiencia de Dios, hoy comienzo a realizar las cosas de Dios: amar, perdonar, ayudar, entregarme en donación y servicio para que otros se realicen en el amor.  

 

¿Cómo es al Amor de Dios? La experiencia de san Pablo y la nuestra propia, nos lleva a decir que ni todos los hombres de todos los tiempos nos vamos a acabar el amor de Dios; su amor es un mar inmenso de amor y misericordia que no tiene fondo como tampoco tiene límites. En la carta a los efesios Pablo lo describe como Alto, Ancho, Largo y Profundo (Ef 3, 17). El hombre que no ha conocido el amor de Dios le llega a perder el sentido a la vida y corre el peligro de convertirse en un ateo práctico. La Experiencia del Apóstol es indescriptible: “Un demonio de Satanás me abofetea, tres veces le he pedido al Señor: que me lo quite, y Él me dice: “Mi Gracia te basta, mi Amor es todo lo que necesitas”. En Dios, el amor es donación, entrega, promoción, servicio… para que el hombre, al tener de lo suyo se realice, dándose y entregándose a los demás, para ayudarlos a realizarse como personas importantes y valiosas. Para entender como es el amor de Dios tenemos que abandonar criterios rancios y torcidos sobre Dios, sobre el hombre y sobre la vida. La experiencia de Dios es la que mejor nos explica como es el amor que Él nos tiene. Para mí, la mejor descripción de ese amor es la “Paciencia de Dios”: Su amor es paciente. ¡¿Cómo llegué a esta conclusión?! Si a pesar de mis muchos pecados sigo viviendo, es que Dios es “rico en misericordia” y es “lento para enojarse”. Yo soy lento para entender y me paso la vida poniendo obstáculos a mi conversión. “Dios mío tenme paciencia”.

 

Características del amor de Dios. Personal y universal a la misma vez. Ama a cada uno de nosotros y ama a todos los hombres. Nadie es excluido del amor de Dios. Cristo vino y murió por todos, buenos y malos, pobres y ricos, negros y blancos, hombres y mujeres.  Es Incansable e incondicional: Dios no se cansa de amarnos como tampoco nos pone condiciones. Con amor paciente e incansable, busca sin cansarse a las ovejas perdidas, y las busca hasta encontrarlas. Los amores humanos son condicionados, utilitaristas y pragmáticos, en Dios en cambio, su amor es incondicional. Nos ama, a pesar de que hagamos cosas malas, y, aún sabiendo que lo vamos a rechazar.

 

Eterno e infinito: no tiene límites y no cambia, nos ama siempre y hasta siempre. El corazón de Dios es como un mar inmenso de amor. No podemos abarcarlo ni tocar fondo, pero su voluntad es que los hombres nos sumerjamos en el mar de su amor, nademos en él y nos empapemos con su gracia. Lo que mejor nos puede hablar del amor de Dios es lo que Jesús pide a sus discípulos y Él hizo a lo largo de toda su vida, hasta el final: “El amor a los enemigos”: “Pero yo les digo a los que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendecid a los que les maldigan y rueguen por quienes los persiguen” (Lc 6, 27-28). Dios no tiene enemigos, somos nosotros los humanos los que nos enemistamos con Él, y en vez de verlo como un Padre, lo vemos como adversario a vencer.

 

El deseo eterno de Dios. Dios quiere dar al hombre un corazón grande e inmenso, en el cual habite la bondad, la justicia, la paz, el gozo…Solo cuando Dios ensancha nuestro corazón podemos salir de nosotros mismos para ir al encuentro del amor…aceptando que somos dones de Dios para el Mundo, para la Iglesia, para la sociedad…El hombre se realiza en la medida que camine en la vida con un corazón lleno de amor, como fuerza que lo hace darse y entregarse como don de Dios para los demás. La petición de cada día debería ser: “Ensancha Señor mi corazón” para que yo pueda ser la casa del amor. Cuando los hombres llevan en sus corazones el deseo de Dios, lo que sigue es ser una “fuente de aguas vivas” (Jn 7, 38). ¿Será suficiente con saber que Dios es amor y nos ama? La respuesta es NO. Hay que abrirse al amor. Hay que dejarse amar por Él.

 

Mi Gracia te basta, mi amor es todo lo que necesitas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 2.Hagamos al hombre a Imagen y Semejanza nuestra


OBJETIVO: Presentar un itinerario espiritual que nos ayude a ser discípulos misioneros de Cristo, para que siendo alabanza de su gloria el mundo tenga vida en Él

Iluminación. “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra: hombre y mujer los creó (Gn 1, 26-27). “De cualquier árbol del jardín podéis comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal, no comerás, porque el día que comiereis de él, morirás” (Gn 2, 17). “No es bueno que el hombre esté solo, démosle una ayuda adecuada” (Gn 2, 18)

1.    Hablemos del hombre

Quiero comenzar esta primera reflexión a la luz de la Sagrada Escritura y pidiendo al mismo Espíritu Santo que inspiró al Autor sagrado que ilumine hoy nuestro entendimiento para que podamos todos comprender el sentido y significado de las palabras que el Señor nos dirige hoy, aquí a nosotros: “Hagamos al hombre”. Palabras tan actuales, hoy como ayer y siempre. ¿Cómo es el hombre que pretendemos poner en la calle?, ¿Cómo soy yo?, ¿Respondo al hombre que salió de las manos de Dios

El hombre, todo hombre, es don y tarea. Somos seres no terminados, estamos en proceso de construcción. Jeremías en la casa del alfarero comprendió que existen humanos a quienes se les ha descompuesto la vida y necesitan re-iniciarse en su proceso de madurez humana. No basta con ponerles un “parche, un curita” sobre sus heridas, no basta, es más de nada sirve. Jesús ya lo dijo: “No se le puede poner un parche nuevo a un vestido viejo” (Mc 2, 21)

2.    ¿Qué hace falta?

 

Hace falta. “Nacer de nuevo”, “Nacer de Dios, nacer de lo Alto”, “Nacer del Agua y del Espíritu (Jn 3, 1- 5). Nacer de nuevo para ser nueva creación que nace de la Pascua de Cristo, y poder  decir con el apóstol: “Hechura suya somos” (Ef 2, 10). Qué hermoso es poder decir en el Espíritu: “He salido de las manos de Dios como don, como regalo para los demás, para la Iglesia, para la Sociedad” (Ef 2, 1-9).

 

Creo que es válido decir que el mayor acto de amor que podemos hacerle a una persona es ayudarle a iniciarse en su proceso de realización humana-cristiana. “Oro y plata no tengo, pero lo que tengo te doy” (Hech 3, 6). Pedro es portador de fe, esperanza y amor, las virtudes teologales que son para el cristiano un verdadero camino de madurez y realización, de acuerdo a las palabras de Jesús, Autor y consumador de nuestra fe (Heb 12, 2) “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Hablamos de una vida plena, divina, que se recibe como “Don, como Gracia” y se vive en la Verdad, en la práctica de la Justicia, en Libertad, Responsabilidad y en Solidaridad con todos. Como ven, no se trata de un simple progreso humano ni de un bienestar económico, sino de una vida plena, fértil y fecunda que es posible por la fe en Jesucristo que vino a traernos a Dios, no vino a hacernos ni ricos, ni poderosos como tampoco famosos

Lo que me atrevo a afirmar es que el hombre fue creado para la felicidad, para ser feliz, para vivir en la alegría. La alegría es el sacramento de la felicidad. Ésta es un don y es  respuesta. Es una disposición o actitud ante la vida. Como también es una opción de la voluntad

3.     La Palabra de Dios  (Leer Génesis 1,1- 25).

En esta lectura bíblica descubrimos la pedagogía de Dios, tanto para la primera creación como para la segunda, llamada también regeneración en Cristo. Tres etapas: Iluminación, separación y ornamentación. ¿Qué encontramos en ellas? Una catequesis sencilla que fortalecía la fe del pueblo de Israel y hoy, nos ayuda a comprender la pedagogía de Dios que pone en marcha su Plan de salvación. Plan que Cristo realizará en la historia cuando llegue la plenitud de los tiempos y el Espíritu Santo actualizará en nuestra vida, en el hoy de nuestros días.

 

·      Etapa de Iluminación

 

En el principio la tierra  era caos, confusión y tinieblas… “Hágase la luz”. Y la luz se hizo. Cuando se llega a una casa que está a obscuras, en tinieblas, que ha sido invadida y saqueada por los ladrones  lo primero que hacemos es encender la luz, para así, ver el desorden que hay dentro de la casa. Cuando el hombre no tiene la luz del Evangelio, su vida es un desorden y ni siquiera se reconoce el caos y el vacío que se lleva dentro. En el principio como hoy, lo primero que Dios hace cuando quiere salvar, sanar o liberar a una persona o a una comunidad es darle una palabra que viene como Luz a iluminar las tinieblas. El Salmo 109 nos dice: “Tú Palabra es luz en mi camino, lámpara para mis pies”. (Slm 119, 105)La Palabra es la Verdad que echa fuera la mentira, la falsedad, el engaño, fuente de enfermedades

·      Etapa de Separación.

Primero separa la luz de la obscuridad; luego, las aguas de arriba y de abajo y aparece el firmamento; después las aguas de lo seco y aparece el mar y la tierra. “Todo era bueno, bello”, Dios hace las cosas bien hechas, las hace bellas, buenas y bonitas. La Vida nueva exige muchas separaciones. Sin las cuales todo será confusión en nuestra vida: ¿De qué quiere Dios que nos separemos? Existen muchos apegos en nuestra vida, verdaderas esclavitudes que nos oprimen y nos privan de libertad… y de una vida plena.

·      Etapa de Ornamentación

Dios llena la tierra de toda clase de plantas, el firmamento de luces; el mar de peces, el cielo de aves y la tierra de animales. Y cuando todo estaba preparado, Dios crea al hombre como corona y culmen de su Creación: “Hombre y mujer los creó”, iguales en dignidad, complemento uno del otro. Ahora Dios dice: “Todo está muy bien; está muy bueno; está bellísimo”

Dios bendice la obra de sus manos; le da al hombre autoridad sobre los peces del mar, las aves del cielo, sobre los animales y sobre las plantas y los árboles frutales: “Todo ha sido creado para el hombre y para todos los hombres”, “Dios creó todo para todos”. Con su bendición el Señor dio al hombre su primer mandamiento: “Creced y multiplicaos, llenen la tierra y sométanla”. ¿Cuáles son los ornatos en nuestra existencia?, ¿Cuál es la belleza de nuestra vida?

La primera página del Génesis nos presenta una catequesis tan sencilla que nos ayuda a comprender la pedagogía de nuestro Creador. ¿Puede haber separación sin iluminación?, ¿Puede haber ornamentación sin iluminación y sin separación.

4.    ¿Cómo podrá el hombre someter la tierra?

Para esta tarea Dios le ha dado al hombre talentos, dones, capacidades para que trabaje la tierra; el hombre trabajando desarrolla sus potencialidades: Ha recibido de Dios inteligencia, voluntad, cinco sentidos, que son las ventanas del alma y dos manos para trabajar.

 “Hombre y mujer los creó”. Dios los bendice y les dice: “sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla”. Dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los animales que se mueven sobre la tierra” (Gn 1, 27-28). El hombre y la mujer salieron de las manos de Dios bellos y hermosos, en estado de armonía, se complementan mutuamente, son el uno para el otro. En armonía con Dios, consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. Había un orden perfecto: Dios Creador, el hombre corona de la Creación, los animales y las cosas que fueron creadas para el hombre y para todos los hombres.

Digámoslo desde ahora: Todo fue creado para todos los hombres. La voluntad de Dios es que todo hombre y toda familia tenga lo necesario para vivir con dignidad. La pobreza y la miseria de muchos tiene su origen en el pecado del hombre que ambiciona y arrebata lo que en verdad otros necesitan para vivir.

5.     En el segundo relato (Gn 2, 4bss)

“El hombre, tomado del barro de la tierra, es aliento de Dios”. El hombre creado del polvo de la tierra es “aliento de Dios”, es grandeza y miseria, es “centro de la creación”. Dios hace para él, un “edén”,  un paraíso en el cual hay árboles de frutos deliciosos, manantiales de agua que se convierten en ríos, hay en el edén perlas y joyas preciosas. En el centro del paraíso están dos árboles: “el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal”.

El hombre recibe una palabra: protégelo y cultívalo, (Gn 2, 15) El edén es don y tarea, es gracia y responsabilidad. Hasta el mejor jardín requiere de un jardinero. En el edén de Dios, el hombre es el jardinero, su trabajo es proteger, cuidar y cultivar los dones que Dios gratuitamente ha dado a la humanidad. El hombre no puede descuidar, ni abandonar el “don” que ha recibido gratuitamente para cultivarlo y poner los frutos de la cosecha al servicio de todos sus semejantes. Negarse a trabajar significa renunciar a realizar el sentido de su vida como colaborador de Dios, hermano de los demás y servidor de la humanidad.

6.             La prueba de fuego

El árbol de la vida, es Dios, que nos ofrece el fruto de su Vida como gracia, como don. Si queremos responder a la Gracia de Dios debemos evitar comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, el mandamiento lo dice con toda claridad: “No comerás”, es la ley del paraíso.

“De cualquier árbol del jardín podéis comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal, no comerás, porque el día que comiereis de él, morirás” (Gn 2, 17).

Dios ama a todos, pero no nos obliga por la fuerza a que nos dejemos amar por Él. Dios quiere lo mejor para nosotros, pero, no nos violenta. Él quiere que el hombre sea protagonista de su propia historia, que sea responsable de sí mismo y de los demás, y le da la “gran oportunidad de decidir su destino, su futuro”. El hombre es invitado por su Creador a ser protagonista de su propia historia.

El libro del Deuteronomio y más tarde el Eclesiástico nos dirán: “Mira yo pongo hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal” “el agua y el fuego” (Dt 30, 15; Eclo 15, 16). Pareciera que el Cielo le dice al hombre: “Elige, pero elige bien, pues de lo que elijas serás responsable”.

 

7.              El hombre no fue creado para vivir en solitario

“No es bueno que el hombre esté solo, démosle una ayuda adecuada” (Gn 2, 18). El hombre es la ayuda adecuada para la mujer y la mujer, es la ayuda adecuada para el hombre. Los padres para los hijos y los hijos para los padres, el hermano para el hermano, más aún, todo ser humano es don de Dios para los demás.

 “No es bueno que el hombre esté solo”, el hombre, todo hombre, no fue creado para vivir en solitario; el hombre en solitario no se realiza: Hemos sido creados para vivir en Comunidad. “Hombre y mujer los creó”, significa que el uno es un don para el otro. El uno es complemento para el otro. Dios piensa en una gran familia en la cual todos sean sus hijos y hermanos entre ellos. En esta familia todo se recibe como Gracia, y en ella, nadie vive para sí mismo, el otro, no me debe ser extraño, es un don de Dios. ¿Qué tengo que no lo haya recibido de Dios? y ¿sí lo recibió para que presumirlo? ¿Porqué no compartir lo con los demás?

7. La caída

Dijo la serpiente: “De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comieren de él, se les abrirán los ojos, y serán como dioses, conocedores del bien y del mal”. La mujer comió y dio también a su marido que también lo hizo: hombre y mujer comieron; hombre y mujer pecaron.

Al comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, el hombre, rompe el diálogo con Dios y con los demás, quedando encerrado en sí mismo. Podemos decir que el hombre desde el principio, desde sus orígenes ha sido un buscador. Engañado por la serpiente buscó ser grande, poderoso, dueño de la sabiduría y de la vida. Dios le ofreció todo esto como gracia y el hombre prefiere una forma de existencia caída y dividida sobre un campo de muerte.

“Se dieron cuenta que estaban desnudos” (Gn 3, 7). Han perdido la mirada original, la mirada de Dios; han perdido el ser divino, ya no se miran como lo que realmente son, un fin en sí mismo, ahora reina la mirada según la carne, ha entrado el reinado de la cosificación, de la instrumentalización, de la manipulación, del hedonismo y del materialismo. Adán y Eva han querido morir porque así lo han elegido al hacer una opción por el árbol de la ciencia del bien y del mal, y Dios les deja ser lo que ellos han elegido, seres para la muerte. No obstante lo anterior, podemos decir que el Dios de la Vida que se nos da como Gracia, no puede exigir que el hombre lo ame a la fuerza, pues la fuerza es lo contrario al amor, ni puede impedir que se haga “Ateo”.

Adán y Eva salen del paraíso como el hijo pródigo salió en otro tiempo de la casa del padre para irse a un país lejano. Para entrar en un proceso de deshumanización y despersonalización. No obstante el hombre rompe el diálogo con su Creador queriendo ser independiente, rechaza el Plan de vida para sumergirse en su propio plan que ya no es de vida, sino de muerte, Dios no deja de amar al hombre que sale del Paraíso arrastrando con él una Promesa de Salvación: Un día podrá volver a casa, al paraíso y podrá comer del fruto del “árbol de la vida” que está en el Paraíso de Dios, (Apoc 2, 7). Ese día será el día de Cristo.

8. ¿Qué significa ser imagen y semejanza de Dios. 

Ser imagen de Dios significa que Dios hace al hombre partícipe de lo que Él es y de lo que Él tiene; mientras que ser semejanza significa imitar a Dios, hacer las cosas que Él hace. Podemos decir entonces que ser imagen de Dios significa.

·       Ser imagen de Dios significa: hablar, comunicarse, vivir en comunión. El hombre puede decir las mismas palabras de Dios y puede crear con su palabra. Lo que san Pablo llama “Glosalalia”: Hablar las palabras de Dios. Lenguas amables, limpias y veraces. Lenguas que animan, exhortan, unen, consuelan, liberan, enseñan y corrigen. El hombre habla de lo que lleva dentro.

·       Ser imagen de Dios significa: mirar. Pero más que mirar, distinguir, entre lo que es bueno y lo que es malo. El hombre imagen de Dios no está ciego, puede ver con claridad y reconocer la belleza de su dignidad y la de los otros. El hombre puede ver las maravillas que Dios está haciendo en su vida y llenarse de alegría.

·       Ser imagen de Dios significa: oír, escuchar. Podemos escuchar las palabras de Dios en lo más profundo de nuestros corazones. Podemos escuchar el clamor de los pobres, de la familia, de los más débiles. Dios al revelarse a Moisés le dice: “He oído el clamor de mi pueblo” (Ex 3,  9).

·       Ser imagen de Dios significa: caminar; caminar es amar, es darse, es entregarse sin reservas, sin miedos, con libertad para compartir los dones de Dios con todos. Lo contrario a caminar en llevar una vida arrastrada, viviendo al margen del camino.

·       Ser imagen de Dios significa: dominar, no sólo, a los animales y a las plantas, sino también, el mal, los propios instintos, las malas pasiones; puede  dominarse a sí mismo y tener dominio propio. “Para ser libres no liberó Cristo” (Gál 5, 1)

·       Ser imagen de Dios significa: descansar. Para descansar, el hombre tiene que romper con todos sus apegos y esclavitudes para poder entrar en el Descanso de Dios. “Vengan a mí los que están cansados y agobiados” (Mt 11, 25ss), dice Jesús a los suyos.

·       Ser imagen de Dios significa: servir.  Para esto nos ha dado dos manos con las cuales podemos hacer maravillas como lavar pies, lavar leprosos, ser creativos; podemos hacer mucho bien y entonces ser regalo de Dios para la humanidad. El hombre no fue determinado para hacer el bien, él, libremente puede elegir hacer mucho mal, o hacer mucho bien.

El hombre forma parte de una creación gratuita, siendo así gracia, regalo, don. Todo lo que es y tiene de bueno es “Don de lo Alto" (cfr 1Cor 4, 7): mi vida es regalo, porque Dios mismo es regalo. El hombre sano y responsable puede extender su mano para compartir el don que tenga para los demás.

9.     Los perfiles del rostro del hombre

En todo ser humano, Dios Creador y Padre hace al ser humano partícipe de lo que Él es y de lo que Él tiene: La unicidad, la verdad, la belleza y la bondad. A la luz de esta hermosa verdad podemos contemplar los perfiles de todo rostro humano:

·       El hombre es un ser original. No hay dos como él, es único e irrepetible. Cuando el hombre pretende verse, pensar, hablar y valorarse como los demás pierde su originalidad para convertirse en copia de otros, vivir en las apariencias con una personalidad adornada, con “maquillaje”. La originalidad hace del hombre una “perla preciosa” 

·       El hombre es un ser responsable. Responsable de sus pensamientos, palabras, sentimientos y comportamientos. Ser responsable significa vivir de frente a sí mismo y de frente a los demás. La madurez humana se mide con la responsabilidad. Responsable es aquel que le responde a la vida, y por ende, a Dios.

·       El hombre un ser libre. La libertad es inherente al ser y a la misma vez, es su vocación. Es una propiedad de la voluntad que responde a las preguntas: ¿libres de qué? y ¿libres para qué? Por su libertad el hombre decide obrar o no obrar, hacer una cosa u otra. Puede amar y también odiar, hacer el bien o hacer el mal. De lo que él haga será responsable. Donde hay responsabilidad hay libertad, son inseparables. Crecen juntas, y una no existe sin la otra, y a la misma vez que pueden crecer por el uso de su ejercicio, también pueden disminuir por la ignorancia, la violencia, el miedo y por la práctica de actos inmorales que esclavizan la voluntad y la inteligencia del hombre.

·       La persona es un ser capaz de amar. La persona, toda persona se realiza amando: Amar es darse y entregarse a un alguien para que se realice como lo que es, persona, llamado a ser hijo de Dios y hermano universal de los hombres. El mayor acto de amor que se le puede hacer a un ser humano, es ayudarle a iniciarse en su proceso de realización humana y cristiana. El hombre se realiza en medida que sea capaz de recibir y de dar amor.

¿Pero realmente somos originales, responsables y libres?, ¿Realmente nos amamos? Existe una armonía y una influencia que nos hace decir que cuando el hombre pierde su originalidad, disminuye a la vez su responsabilidad, su libertad y su capacidad de amar. La estructura espiritual se desmorona hasta llegar a la desintegración interior. Solamente aman los que son libres, y sólo existe la libertad donde hay responsabilidad.

 

Contra lo que muchos han afirmado, hemos de decir que el hombre no es un ser determinado, no obstante, sus condicionamientos y la influencia de su ambiente, el hombre siempre es libre para decir la última palabra: yo lo quiero o no lo quiero; lo hago o no lo hago. Esto porque toda acción humana requiere de conciencia y de libertad, no importa, su eficacia o su utilidad. Las acciones pueden ser buenas o malas, morales o inmorales, pero el hombre siempre será responsable.

10. El hombre desde una visión existencia.

·       El hombre es un buscador de valores. Lo que en el fondo busca es sentirse bien, ser feliz. Frankl afirma que la felicidad no se busca, quien la busque está condenado a vivir sin encontrarla. Es consecuencia de la realización personal mediante el cultivo de ciertos valores como respuesta a la vida para no quedarse convertido en un simple bosquejo de persona humana.

 

·       El hombre es un ser en proyección. No está hecho, se está haciendo a sí mismo en el encuentro con la Realidad. Es un Proyecto, es un Camino. No es un ser terminado, sino un ser existente y trascendente, cuya vida está orientada hacia lo que todavía no es, pero que está llamado a ser: una plenitud de persona (Frankl)

·       El hombre es un ser trascendente. No nació para ser esclavo de nada ni de nadie. Trascender es ser uno mismo. Esto pide ser capaz de romper con ataduras que nos impidan caminar con los pies sobre la tierra. Romper con círculos viciosos y viciados que denigran al hombre, lo atrofian y lo esterilizan. El hombre trascendente es aquel que no se apega a las cosas, no se esclaviza a ellas. No vive en el pasado ni en el futuro, sino en el presente. Trascender es salir de sí mismo, para “vivir de encuentros”, “es amar, es darse, es entregarse” a un alguien para que se realice como lo que es. Trascender es responder a la vida, es poseerse a sí mismo. El Destino Ontológico está ahí, es gratuito, inalterable y funcional. Se ha recibido de la Vida. Se descubre, se acepta y se realiza en el servicio con otros.

·       El hombre es un ser para los demás. El verdadero concepto de persona identifica al hombre como ser en relación que sólo alcanza su plenitud y su madurez en la medida que vive de encuentros con “Otras personas, consigo mismo, con la naturaleza y con Dios”. El hombre se realiza amando, dándose y entregándose en servicio a los otros con quienes comparte un mismo “hábitat”.

Todo hombre es capaz de desarrollar y madurar sus capacidades y potencialidades, en comunión con otros: Éstas pueden ser buenas o malas. No se trata de decir que el hombre es bueno o malo, sino de afirmar que puede hacer lo bueno y puede hacer lo malo. Nadie puede decir que ha alcanzado ya plenamente una espiritualidad, tan madura que ya no pueda crecer más. El hombre no está hecho, sino haciéndose.

Oración: Dios de bondad y de toda misericordia, gracias por el don de la vida y por llamarnos a cooperar con responsabilidad en la regeneración del hombre. Señor, tú conoces mis muchas debilidades, lávalas en la fuente de tu misericordia, conviértelas en vida, derrámalas como una bendición sobre mi persona y sobre mi familia.

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

3.- Todos estaban muertos a causa del pecado, pero Dios les ha dado vida en Cristo Jesús.

Iluminación. “Y a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y pecados,  en los cuales vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el príncipe del imperio del aire, el espíritu que actúa en los rebeldes... entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, sujetos a las concupiscencias y apetencias de nuestra naturaleza humana, y a los malos pensamientos, destinados por naturaleza, como los demás, a la ira...” ( Ef 2, 1- 4)

La Biblia divide a la humanidad en dos, “Justos y en malvados” Los que hacen el mal y los que hacen el bien, los que creen y los que no creen: “Mira, yo pongo hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que viváis tú y tu descendencia,  amando a Yahvé tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él.” (Dt 30, 15. 19- 20) “Frente a ti está la vida y la muerte (Gn 2, 17), “El bien o el mal” (Dt 30, 15) el agua o el fuego (Eclo 15, 16), escoge lo que tú quieras, de los que tú hagas eres responsable. Es el libre albedrío, el hombre tiene la capacidad de hacer el bien o puede hacer el mal. Si hace el bien se hará generoso y se será hijo de Dios; si hace el mal, se hace esclavo del mal, y se hace malo. No decimos que hay gente buena y gente mala, más bien decimos que todos y cada uno podemos hacer el bien o podemos hacer el mal.

Dios ha puesto su ley en el corazón de cada hombre, al menos de los que tengan pensamiento: “Escribiré mi ley en su interior.” Ley que se manifiesta con cuatro palabras que el hombre puede escuchar en sus corazones (en su conciencia). Dios habla a nuestros corazones lo dice el profeta Oseas (2, 16) ¿Qué nos dice? “No hagas cosas malas” “haz cosas buenas” (cf Rm 12, 9) Sí hacemos el mal le hacemos daño a los demás y a nosotros mismos, pecamos. Sí no hacemos el bien pecamos de omisión, tal como lo dice Santiago: “Aquel, pues, que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.” (4, 17). No obstante pecamos, Dios no retira su amor y nos dirige una tercera palabra: Arrepiéntete. (Mc 1, 15) As lo dice san Juan: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima propiciatoria por nuestros pecados; pero no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” (1 Jn 2, 1- 2). Una cuarta palabra que Dios habla a nuestro corazón es aquella que encontramos de diferentes maneras en las páginas de la Biblia: Proyéctate; orienta tu vida; sigue tras las huellas de Jesús; “Levántate, toma tu camilla y vete a casa” (Mc 2, 11) “Levántate y la luz de Cristo será tu luz” (f 5, 14)

El Mensaje de Pablo acerca de lo mismo. La experiencia de pecado la encontramos en Pablo en el capítulo 7 de romanos: “Descubro, pues, esta ley: que, aunque quiera hacer el bien, es el mal el que me sale al encuentro. Por una parte, me complazco en la ley de Dios, como es propio del hombre interior; pero, a la vez, advierto otra ley en mi cuerpo que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor!” (Rm 7, 21- 25) Pablo divide a los pecadores en dos: en pecadores redimidos y los pecadores sin redimir. El Apóstol divide la vida de los hombres en un antes de conocer a Cristo y en el después de conocer a Cristo. A los primeros les llama “Tinieblas” y a los otros en “luz” (Ef 5, 7-8) Para Pablo, sólo en Cristo hay Redención: “Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo.” (1 Tim 1, 15) Para el Apóstol la redención de Cristo hace referencia al “sacrificio perfecto de Cristo que ofrece al Padre Dios por toda la humanidad, pero sólo los que creen en Cristo reciben la justificación, el perdón de los pecados y reciben el Espíritu Santo de adopción que nos hace hijos de Dios (Rm 5, 1; Gál 2, 16; Ef 1, 5)

Para el Apóstol todos somos pecadores, judíos y gentiles. Los gentiles son idolatras y los gentiles son violadores de la Ley: “Y a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y pecados,  en los cuales vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el príncipe del imperio del aire, el espíritu que actúa en los rebeldes...  entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, sujetos a las concupiscencias y apetencias de nuestra naturaleza humana, y a los malos pensamientos, destinados por naturaleza, como los demás, a la ira...” ( Ef 2, 1- 4)

Por la fe en Cristo Jesús podemos entrar en la casa del Padre. Creer que Dios nos ama, y su amor se ha manifestado en Cristo, nacido para nuestra salvación, porque todos somos pecadores: “Pero ahora, independientemente de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios de la que hablaron la ley y los profetas.  Se trata de la justicia que Dios, mediante la fe en Jesucristo, otorga a todos los que creen, pues no hay diferencia; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios.”  (cf Rm 3, 21- 23)

¿Quién es el justo? Justo es el que ha sido justificado y practica la justicia. Es como un árbol plantado a la orilla de un río: Esto dice Yahvé: Bendito quien se fía de Yahvé, pues no defraudará su confianza. Es como árbol plantado a la vera del agua, que enraíza junto a la corriente. No temerá cuando llegue el calor, su follaje estará frondoso; en año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto. (Jer 17, 7- 8) Para el profeta, justo es el que pone su confianza en el Señor, en cambio, para aquel que no cree y la busca la salvación fuera del Señor, el profeta estalla diciendo: Maldito quien se fía de las personas y hace de las creaturas su apoyo, y de Yahvé se aparta en su corazón. Es como el tamarisco en la Arabá, y no verá el bien cuando viniere. Vive en los sequedales del desierto, en saladar inhabitable. (Jer 17, 5- 6) 

Para todo aquel que escucha las palabras de la ley en sus corazones, dice el salmista, con san Pablo, garantiza que no quedará defraudado (cf 2 Tim 1, 12): Feliz quien no sigue consejos de malvados ni anda mezclado con pecadores ni en grupos de necios toma asiento, sino que se recrea en la ley de Yahvé, susurrando su ley día y noche. (Slm 1, 1- 3) “Será como árbol plantado entre acequias, da su fruto en sazón, su fronda no se agosta. Todo cuanto emprende prospera: pero no será así con los malvados. Serán como tamo impulsado por el viento. No se sostendrán los malvados en el juicio, ni los pecadores en la reunión de los justos. Pues Yahvé conoce el camino de los justos, pero el camino de los malvados se extravía.” (Slm 1, 4- 6) ¿Cuál es el camino de los justos?

El camino de los justos es la fe, es el camino de Jesús. Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» Jesús les respondió: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva. ¡Y dichoso aquel a quien yo no le sirva de escándalo!» (Mt 11- 2- 6) En algunas biblias dicen: “Dichoso el que no se sienta defraudado por mí.” El camino de la fe es estrecho y lleno de obstáculos, el primero en recorrer este camino es Jesús, y detrás de él su Madre, sus Discípulos y miles y miles de hombres y mujeres que se aventuraron a seguir las huellas del Maestro (cf Lc 9, 23) Camino lleno de experiencias liberadoras, dolorosas, gozosas, luminosas y gloriosas.

Con san Pablo decimos: “Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo ciega sus mentes. Y cuando se convierta al Señor, caerá el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Y todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos. Así es como actúa el Señor, que es Espíritu.” (2 Cor 3, 15- 18) En el “Camino de la fe” no hay garantías, no hay cartas de recomendación que garantice que nos va a ir bien o que vamos a quedar bien. No busquemos sentir bonito y no busquemos éxitos, sino frutos. Nos puede ir bien y nos puede salir bien, pero no se pide ni se exige. La fe consiste en escuchar, levantarse, salir fuera y ponerse en camino de éxodo; eso es creer, y por el Camino iremos viendo las maravillas que el Señor hace en nosotros y en los demás. Busquemos frutos y no éxitos. El fruto es el que brota de la Cruz de Cristo (cf Lc 9, 23; Jn 15, 9-10) “Si el grano de trigo no muere, estéril se queda” (Jn 12, 24)

El mandato de Dios es para todos, creyentes y no creyentes. “Y este es su mandamiento: que creamos en su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros” (1 de Jn 3, 23). Lo primero es creer y después es amar. No podemos invertir el orden. Creer en Jesús es confiar en él, es obedecerlo, es amarlo para seguir sus huellas y servirlo con amor y por amor: “Si sabéis que él es justo, reconoced que quien hace lo que es justo ha nacido de él.” (1 Jn 2, 29)  “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Por eso el mundo no nos conoce, porque no le reconoció a él. (1 Jn 3, 1). Creer e Jesús por la escucha de su Palabra (Rm 10, 17) nos inicia en el cambio de mente y de conversión, para la “humildad, primer fruto de la fe, la confianza en su Palabra y en sus Promesas nos deja la “Esperanza” que nos guía y a la purificación del corazón y se despliega hacia el Amor. Amor a Dios y al prójimo. Amor que se manifiesta en la “Honra y Gloria a Dios y en amor y servicio a la comunidad fraterna y solidaria y misionera, para hacer a otros de los dones de Dios. “Quien tiene esta esperanza en él se purifica, porque él es puro. Todo el que comete pecado comete una acción malvada, pues el pecado es la maldad. Y sabéis que él se manifestó para borrar los pecados, pues en él no hay pecado. Quien permanece en él, no peca; por eso, el que peca no le ha visto ni conocido.

4.- Al ver tanta gente, sintió compasión de ellos, porque estaban vejados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.

 

Iluminación: Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. (1 Tim 2, 4)

Iluminación. “Al ver tanta gente, sintió compasión de ellos, porque estaban vejados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros poco. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mc 6, 66- 38).

Lo que mueve a Jesús a compasión. El que tiene compasión, sabe compadecerse de los que sufren, de los que padecen de cualquier opresión y se solidariza con el enfermo, con el pobre, con el que sufre. Jesús, frente al necesitado es paciente, es tolerante y hace suyas las necesidades de los demás. Lo que mueve a Jesús es el amor que llena su corazón. El Evangelio nos presenta algunas acciones de Jesús para que aprendamos de su Metodología:

Con los discípulos. “De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario; y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca. Al encontrarlo, le dijeron: «Todos te buscan.» Él replicó: «Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para predicar también allí; pues para eso he salido.» Así que se puso a recorrer toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (Mc 1, 35- 39).

“Todos te buscan” ¿Qué haces aquí perdiendo tu tiempo? Ayer hiciste muchas curaciones y exorcismos, la gente te busca, vamos a su encuentro para que te hagas famoso y rico y nosotros contigo. Se trata de una verdadera tentación demoniaca. Los discípulos aún poseedores de una falsa idea del Mesías, son instrumentos del Maligno pata tentar a Jesús e invitarlo a cambiar el sentido de su Mesianismo, para que sea Mesías, según el pueblo y no según Dios. La respuesta de Jesús orante a sus discípulos nos descubre la universalidad de la Misión. No regaña, no se enoja, no exige lo que todavía no pueden comprender, más bien, es paciente,  tolerante y carga con las debilidades de sus discípulos: «Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para predicar también allí; pues para eso he salido.»

Con los enfermos y oprimidos. “Cuando salió de la sinagoga, se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y le hablaron de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre desapareció, y ella se puso a servirles” (Mc 1, 29- 31). Es una invitación a comer a casa. Conociendo el estilo de Pedro, quizá le despertó el apetito a Jesús, hablándole de las maravillas que su suegra sabía preparar como una buena cocinera. Cuando llegan a casa, la realidad era distante de lo que Pedro y sus acompañantes esperan: Ni fuego había, la casa no estaba barrida, toda parecía vacio, todo era un caos. Pedro entra y busca a la suegra. La encuentra tirada sobre un camastro invadida por la fiebre. Según los Padres de la Iglesia de los primeros siglos, se trata de una fiebre que sólo Jesús puede curar, “es la fiebre de las concupiscencias” Jesús, movido por la compasión, se acerca  a la enferma, la toma de la mano, la levanta, la libera y la que estaba enferma se pone a servirles. Jesús es el “buen samaritano” sana a los enfermos de todos los tiempos con la Palabra y con los Sacramentos, ungiéndoles con el “aceite del consuelo y de la esperanza”. Sólo cuando salimos de las manos de Jesús justificados, sanados y reconciliados,  podemos como regalo suyo, servir a la Iglesia y desde ella a la humanidad. La Iglesia existe para servir, y no, para ser servida (cf Mt 20, 28)

Con las multitudes. “Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron a todos los que se encontraban mal y a los endemoniados. La población entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Pero no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían” (Mc 1, 32- 34). No hubo tiempo para la siesta, ni siquiera para un “coyotito” El trabajo lo espera, Jesús movido por el celo apostólico, hijo de la Caridad Pastoral, lo hace fajarse y hacer su “Obra” que hace  decir a Marcos: “La gente quedó maravillada sobremanera, y comentaban: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos” ( Mc 7, 37) y después a Lucas: “Vosotros sabéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo:  cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hech 10, 37- 38).

La mies es mucha y los obreros poco. Los hombres llegan al conocimiento de la verdad por la “predicación de la Palabra” y la Salvación de Dios llega hoy día a los hombres por medio de “los Sacramentos” y los hombres llegan a la madurez en Cristo por la “Conducción” a la Unidad de la Fe, al conocimiento de Dios y a la verdad plena: Cristo crucificado” (cf Ef 4, 13; Jn 16, 13). La mies es mucha y pocos son los obreros, y, si estos pocos no trabajan o lo hacen de mala gana o por intereses que responden a la Caridad Pastoral. ¿Cuál es nuestra realidad? Muchísimos bautizados; muchos creyentes; pocos practicante y poquísimos comprometidos. Muchos creyentes con una fe, vacía, superficial y mediocre, sin compromiso. Muchos creyentes metidos en las supersticiones: brujería, espiritismos, ocultismos, chamales, santa muerte, todo, al margen de la Evangelización y del culto a la Verdad. Creyentes oprimidos por la droga, el alcohol, el fraude y la corrupción, llevan una vida mundana, pagana y pecaminosa que no es grata a Dios (Rm 8, 1- 9).

Creyentes que no viven de encuentros con la Verdad, el Amor y la Vida, es decir, no viven de encuentros con el Señor, a quien no tienen como Pastor de las ovejas. Existen ateos teóricos y prácticos, existen los alejados indiferentes y los no tan alejados pero que no buscan la Verdad de la Palabra. Tenemos los creyentes con una “doble moral” empapados de una “tibieza espiritual” que se excluyen de la Comunión del Cuerpo de Cristo (cf Apoc 3, 15ss) “¡No unciros al mismo yugo que los infieles! No sería posible el equilibrio. Pues ¿qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y la tiniebla? ¿Qué armonía entre Cristo y Beliar? ¿Qué comunicación entre el fiel y el infiel? ¿Qué conformidad entre el templo de Dios y el de los ídolos? Porque nosotros somos templo de Dios vivo, como dijo Dios: Habitaré en medio de ellos y caminaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Por tanto, salid de entre ellos y apartaos, dice el Señor. No toquéis cosa impura, y yo os acogeré. Yo seré para vosotros un padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso” (2 Cor 6, 14- 16) Creyentes que quieren Sacramentos, pero, no reciben “Evangelización” No quieren recibir la Luz que nos da vida, nos hacen ser luz del mundo sal de la tierra y fermento de la masa (Jn 8, 12; Mt 5, 13).

El Grito de Pablo: “Hay de mi si no evangelizara”. Se trata de evangelizar bien y no de cualquier manera como buscar los intereses propios y hacer de la evangelización un negocio, acumulando riquezas materiales “en el nombre del Señor”. Evangelizar sin olvidar que la “salvación es un don gratuito e inmerecido, pero no barato”  “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de vanagloria;” se trata más bien de un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio! (1 Cor 9, 16) Es en la segunda carta a los Corintios en la que expone el fruto o el fracaso de nuestros trabajos: “Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia.  Que cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para colmaros de todo bien, a fin de que, teniendo siempre y en todo lo necesario, os sobre todavía para hacer buenas obras, como está escrito: Repartió; dio a los pobres; su justicia permanece eternamente. Aquel que provee de simiente al sembrador y de pan para su alimento, proveerá y multiplicará vuestra sementera y aumentará los frutos de vuestra justicia. Así seréis ricos para dar siempre con generosidad, y eso provocará, gracias a nosotros, acciones de gracias a Dios” (2 Cor 9, 6- 11).

Sin amor a Cristo y a su Iglesia la evangelización se abarata. O nos enamoramos de Cristo y de su Iglesia, o nos enamoramos de “cositas”, como de una cuenta bancaria, de carros lujosos, de unas faldas o de lo que hay debajo de ellas y caemos en la idolatría llamada también “inversión de valores”. Servidores vacíos de Cristo o de los valores del Reino. San Pablo atento y con celo apostólico dice a su hijo en la fe, Timoteo: “Hijo mío, manténte fuerte en la gracia de Cristo Jesús;  y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros.  Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús.  Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la vida, si quiere complacer al que le ha alistado.  Y lo mismo el atleta, que no recibe la corona si no ha competido según el reglamento. Y el labrador que trabaja es el primero que tiene derecho a percibir los frutos. Entiende lo que quiero decirte; seguro que el Señor te hará comprender tod (2 Ti 1- 7).

Para el Apóstol, el servidor, ha de ser fiel a Jesucristo y al Espíritu Santo, para, por amor a su Iglesia, entregar su vida como lo hizo nuestro Maestro, Jesús de Nazareth: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella,  para santificarla, purificándola mediante el baño del agua y la fuerza de la palabra,  y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada” (Ef 5, 25- 27). El pueblo de Dios pide fidelidad a sus obreros: “Por tanto, que la gente nos tenga por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.  Ahora bien, lo que se exige de los administradores es que sean fieles (1 Cor 4, 1-2) Para que no trafiquen con la Palabra de Dios y su negocio: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús” (2 Cor 5, 5)

La clave para dar frutos de vida eterna y llevar a los hombres a la comunión con Dios es la Predicación de la Palabra y el Testimonio de Vida: “Así que, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el broche de la perfección. Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo cuerpo. Y sed agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza. Instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantando a Dios, de corazón y agradecidos, salmos, himnos y cánticos inspirados. Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (col 3, 12- 15).

En el Nombre del Señor, me lanzo a la refriega. “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual (Rm 12, 1) Un sacrificio vivo, se hace de amor, para sí mismo y para los demás. Exige la Gracia de Dios y nuestros esfuerzos para renunciar a lo malo, y a veces, hasta lo bueno, para hacernos de la riqueza que nos hace la “Pobreza de Jesús” (cf 2 Cor 8, 9) “Hijos, hermanos y servidores.” Con la Gracia de Dios y nuestros esfuerzos vamos progresando en el conocimiento de Dios al obtener una “voluntad firme, férrea y fuerte para amar” a Cristo Jesús y a todos los que él ama, y dar su vida por ellos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

5.- Jesús Sanador de mi Persona

 

OBJETIVO: Iluminar la realidad en la que nos movemos con la Palabra de Dios, para que los hombres aceptando el Plan de Salvación propuesto por Dios tengan vida en Cristo Jesús.

 

Iluminación. “En virtud de la sangre de Cristo tenemos libre acceso al santuario” (Heb 10,19). Jesús ha removido las piedras del camino para que el Espíritu Santo venga a nosotros, y “Nosotros podamos volver al Paraíso y comer los frutos del Árbol de la Vida” (Apoc 2,7).

 

La Profecía de Ezequiel. Así dice el Señor Yahveh: “Voy abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de sus tumbas, pueblo mío, y los llevaré de nuevo al suelo de Israel. Infundiré mi Espíritu en ustedes y vivirán; los estableceré en su suelo, y sabrán que yo Yahveh, lo digo y lo hago” (Ez 36, 12-14). 

 

“Voy abrir las tumbas de ustedes”. El pecado paga con la muerte (Rom 6, 23). La tumba significa muerte, vacío, caos. De la misma manera que Dios abrió el Mar Rojo en dos para que pasara su pueblo hacia la libertad, hoy, el Señor, abre nuestras tumbas para que reconozcamos que somos pecadores y pecamos. Abrir las tumbas significa remover la “cloaca” de nuestra vida para que reconozcamos nuestros huesos secos. Es quitar la piedra de nuestra sepultura para que nos miremos por dentro y reconozcamos el vacío, el caos, la muerte de la cual somos portadores.

 

“Os haré salir de vuestras tumbas”, “Os llevaré a vuestro suelo”, “Os daré un corazón nuevo”, “Infundiré mi Espíritu en vosotros”,  “Para que deis mucho fruto”. Salir de la esclavitud para ir a los terrenos de Dios que es Vida, Amor, Libertad… con un corazón humilde, compasivo y misericordioso. Esto es posible por nuestra unión con Cristo. ¿Dónde es nuestro suelo?, Nuestro suelo, es el Cuerpo de Cristo, la Comunidad Cristiana, la Familia de Dios, a donde Cristo Pastor de las ovejas, las lleva después de rescatarlas.

 

¿Qué hace Dios para cumplir esta profecía, esta Buena Nueva?  Envía a su Hijo. “Tanto amó Dios al mundo”. El amor de Dios al hombre es la única razón por la que Jesús se hace hombre (Juan 3, 16). La Encarnación de Dios lleva a cabo el cumplimiento de su promesa de salvación, prometida antiguamente (cf Gén 3, 15). María en la Encarnación con su Fiat, hace que el Cielo baje a la tierra: “El Verbo se hace carne y pone su morada entre nosotros” (Lucas 1, 26- 38). San Pablo expone esta verdad diciendo: “Llegada la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido bajo la ley, y para que nos liberara de la esclavitud de la ley y para que recibiéramos la condición de hijos de Dios” (Gál 4, 4). San Mateo nos dice la más hermosa verdad: “El salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21).

 

Jesús instaura el Reino de su Padre. Después de ser ungido con el Espíritu Santo (Mt 3, 16), Jesús se adentra en el desierto para preparase para su Misión (Mt 4, 1ss). Después de afianzarse, venciendo a su adversario, como el Mesías de Dios, es llevado por el Espíritu a Galilea para proclamar el Reino de Dios (Mt 4, 12ss; Lc 4, 14). ¿Qué hace Jesús para realizar “la Obra del Padre”, mostrar al mundo un rostro de amor, misericordia, perdón y alegría? Con su Palabra poderosa siembra el Reino de Dios en el corazón de los hombres. “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca” (Mc 1, 15). Jesús, el Predicador del Padre ha venido a instaurar en la tierra un Reino de amor, de paz, y de justicia en el Espíritu Santo (Rom 14, 17). Con sus milagros. Hace oír a los sordos, hablar a los mudos, caminar a los cojos, da vida a los muertos (Mc 7, 21s);  Lc 7, 21- 23). La suegra de Pedro. Es sanada de la fiebre para ponerse a servir a Jesús (Mc 1, 38). El hombre de la mano tullida. Ponte en medio y extiende tu mano (Mc 3, 11- 6). Extender la mano significa pon el don que tienes al servicio de los demás. Los dones de Dios que no se usan, se oxidan. El ciego, hijo de Timeo. De pordiosero que llevaba una vida arrastrada, se convierte en seguidor de Jesús. Bar-timeo significa el hijo de lo impuro (Mc 10, 46ss). De impuro se convierte en un hombre sano, con dominio propio, en discípulo de Jesús.

 

Los Encuentros de Jesús. Con la samaritana, la mujer adúltera, la hemorroisa, son manifestaciones liberadoras. Cristo Jesús, es el verdadero promotor de las mujeres a quienes liberó, defendió y curó, a todas les restituyó la dignidad que la sociedad les negaba. La samaritana (Jn 4, 1ss). La mujer adúltera (Jn 8, 1- 11). La hemorroisa (Lc 8, 43).

 

Jesús con sus exorcismos. Libera a los oprimidos por el Diablo (cf Mc 5, 1ss). Jesús convierte a este hombre convertido en un hilacho humano, de un simple bosquejo de persona, en el primer misionero en tierra de paganos. Un hombre nuevo con su dignidad recuperada, valioso e importante: sentado, vestido y en sano juicio, un hombre con armonía interior y disponible para servir a la causa del Reino, regalo de Jesús, no sólo para su familia, sino, y también para toda la región de la Decápolis.

 

Jesús evangeliza con su estilo de vida. Viviendo en la obediencia incondicional a su Padre y en la donación y entrega a los pobres, a los enfermos, a los publicanos y pecadores. La gente llena de estupor dice: “Jesús todo lo hizo bien (cf Mc 7, 37). A los suyos los amó hasta el extremo (Jn 13, 1). “Se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el mal” (Hech 10, 38). Con su manera de amar y tratar a las personas, Jesús está sembrando el Reino de su Padre en el corazón de los hombres.

 

Jesús nos redime del pecado con su muerte. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron (Jn 1, 11), lo entregaron en manos de gente malvada, le dieron muerte de Cruz (Hech 2, 23). Con su muerte nos ha redimido: murió para nuestros pecados fueran perdonados (Rom 4, 25). Ha dado su sangre limpia y pura por nuestra salvación. Murió para rescatarnos de las tinieblas y llevarnos al Reino de la Luz y de la Justicia (Cf Col 1, 13). Jesús con su muerte, anuló, al que controlaba la muerte, al diablo, y ha liberado a los que por miedo a la muerte, pasan la vida como esclavos” (Heb 2, 14- 15).

 

Con su resurrección rompe las ataduras de la muerte. Le faltaba por vencer al último de sus enemigos: la muerte. Hemos llegado al corazón de nuestra fe: “Dios ha resucitado a Jesús para nuestra justificación” (Rom 4, 25). El imperio de la muerte ha sido vencido. Ahora podemos decirnos las palabras de la carta a los Hebreos: “En virtud de la sangre de Cristo tenemos libre acceso al santuario” (Heb 10,19). Jesús ha removido las piedras del camino para que el Espíritu Santo venga a nosotros, y “Nosotros podamos volver al Paraíso y comer los frutos del Árbol de la Vida” (Apoc 2,7). Ahora al resucitar con Cristo podemos hacer la voluntad de Dios y amar a los hermanos.

 

Los frutos del árbol de la vida son los dones del Resucitado a su Iglesia. Jesús durante su vida histórica es Aquel que recibe el Espíritu Santo sin medida; después de su Resurrección, Cristo resucitado es aquel que cumple sus promesas y da el Espíritu Santo a los suyos. Escuchemos la Palabra de Dios que nos ilumina con lo que Jesús hace el mismo día de su Resurrección. Pareciera que tiene prisa de continuar con los suyos, con la Obra realizada por Él: “Todo poder se me ha dado en los cielos y en la tierra, así como el Padre me envió, yo os envío a ustedes…” (Jn 20, 21s). El perdón de nuestros pecados y el don de la paz. La resurrección y el don del Espíritu. Jesús comparte la Misión con su Iglesia para que pueda dar vida a los hombres. La experiencia de la Resurrección, convierte a los discípulos en los valientes testigos de la Pascua de Cristo.                       

 

Jesús Resucitado es el Buen Pastor. “Busca a la oveja perdida, y la busca hasta encontrarla” (Lc 15, 4). La busca en los lugares lóbregos donde se ha ido, buscando razones para ser feliz (bares, cantinas, etc.). Como en el Paraíso Dios busca a nuestros primeros padres después de la caída; no es el pecador el que busca a Jesús, es el Señor el que busca a los pecadores para mostrarles que están equivocados y para invitarlos a volver al Camino que lleva a la Casa del Padre.

 

El Encuentro con Jesús Resucitado. El Encuentro con Jesús es liberador y es gozoso. Liberador por que nos quita las cargas, y gozoso porque experimentamos el triunfo de la Resurrección. El encuentro es posible, si nos dejamos encontrar por él. «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 11, 28-30)

 

Dejarse encontrar significa: Reconocer que no soy es feliz. Reconocer el vacío existencial, la vida convertida en Caos. Reconocer que me ha equivocado. No culpo a nadie, yo lo hice, soy culpable de todo el daño que me he hecho a mí mismo y a otros. Reconocer que estoy necesitado de ayuda. Yo no puedo salvarme a mí mismo; yo con mis solas fuerzas no puedo llegar a la Casa paterna. No puedo salvarme a mí mismo ni salvar a otros. Reconocer que esa ayuda que necesito, no está lejos, está aquí, es Jesús que ha irrumpido en mi vida de pecado y me pregunta: “Qué necesitas de  mí”, “Qué quieres que haga por ti”.  Reconocer la necesidad de un cambio de vida, de mente, de corazón: Quiero cambiar y no puedo”, “Quiero dejar de pecar y no puedo” (cfr Rom 7, 16ss).

 

Los lugares para encontrarse con Jesús. (Según mi evangelio). Jesús me encontró por el camino de la vida, y allá me dejé encontrar por él. Antes que yo leyera la Biblia, que entrara en la Iglesia… cuando era un desertor de la Iglesia, un incrédulo que había perdido la fe, un perverso y pervertidor, Jesús irrumpió en mi vida de pecado en un momento que me encontraba lleno de ira y de odio. Fue un encuentro con la Palabra: “Dios te ama”. “Dios te ama a ti así como eres, pero por la vida que llevas no puedes experimentar su amor”. Pasó por mi mente mi vida de vicios crímenes. ¿Así me ama Dios? Entonces, “todavía tengo remedio”. Experiencia inolvidable. Allí recibí  mi primer exorcismo: la liberación de una manera equivocada de ver a Dios, al hombre y a la vida. Hasta ese día creí que Dios amaba a los buenos, pero odiaba a los malos, y como yo era malo, a mí Dios no me amaba. La gran mentira de Satanás. Allí comenzó mi regreso a casa. El encuentro con Jesús me puso en camino.

 

Por ese tiempo comencé la lectura de literatura religiosa y después, de la Biblia. Comencé a tomar conciencia de mi pecaminosidad. La Palabra de Dios no la entendía, pero la seguí leyendo, cuando menos me acordé, me di cuenta que me estaba dando la orientación correcta… me orientaba hacia Dios, hacia la Iglesia. No sabía orar, sólo rezaba tres aves Marías, a veces borracho, otras bajo el influjo de la marihuana. Una noche antes de rezarlas, como que alguien me decía: “Rézale también a mi Hijo”, comprendí que la Madre me estaba pidiendo algo más y comencé a rezar el Padre Nuestro, no pude, se me había olvidado.  Otro día busque un libro y comencé a rezar tres Padre nuestros con tres aves Marías y tres Glorias. Creo que el que hace oración se convierte, (no importa que sea pobre y débil). Comencé a ver cambios en mi vida. Sobre la mujer, los pobres y en mi manera de hablar.

 

El día más bello y grande de mi vida fue el día que regresé a la Iglesia y lo viví en el Sacramento de la Reconciliación. Allí fue mi Encuentro con Jesús Resucitado: Encuentro liberador, gozoso, luminoso y conmovedor. Allí viví mi experiencia de resurrección; mi experiencia de Dios; allí recibí mi bautismo en el Espíritu. Fruto del encuentro con Cristo es el “Hombre nuevo”. Portador de una nueva Presencia que guía e integra a la Comunidad de hermanos para juntos ver las maravillas de Dios en  la vida de los hijos pródigos.

 

¿Qué sucedió después del Encuentro?  Una verdadera luna de miel. Ahora si es posible la conversión del corazón; ahora si podemos dar frutos de vida eterna; ahora si podemos comprender la palabras del Apóstol: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4, 13). Encontré la fuerza para renunciar a mis malos hábitos. En cada renuncia había una ofrenda… cada renuncia era una manifestación de amor. Mi primera renuncia fue al cigarro y a la segunda a la marihuana, después al alcohol, a la fornicación, a los antros o centros nocturnos…

 

Ahora es posible ofrecer a Dios un sacrificio de acción de gracias es guardar sus Mandamientos como signo de que se vive, por gracias a Dios en la Nueva Alianza. Ahora se puede ofrecer a Dios un sacrifico de alabanza. “Heme aquí oh Dios para hacer tu voluntad” (Heb 10, 7). Hice conscientemente una primera alianza con Jesús: guardar sus Mandamientos, renunciando al adulterio.

 

Un regalo que recibí fue la integración a un grupo de oración en la Parroquia, fue un don del Señor. Ese grupo me enseñó a leer la Biblia y a orar, a dar testimonio y a servir. Todo era como si estuviera viviendo una luna de miel. Un tiempo después del regreso a Casa, hice mi servicio en la Comunidad en un retiro de iniciación, como servidor. Como fruto de este servicio vino mi primera crisis espiritual. Mi primera reacción fue dejar la Iglesia. La enseñanza que me dejó fue comprender que había infancia espiritual, tentaciones y pruebas. Dios estaba cambiando mis planes… Puedo decir que al final fue una experiencia bellísima. Terminé diciendo al salir de Misa: Señor, tienes poder para darme lo que yo necesite y más… la prueba había pasado… había nacido un misionero.

 

Comienza la lucha espiritual, las pruebas y las tribulaciones. En un momento de encuentro con la Palabra (leyendo el capítulo 6 de Juan) me rendí incondicionalmente a la voluntad de Dios para mi vida, puse mi historia en sus manos y acepté la invitación que el Señor me hacía al sacerdocio. Yo no quería ser sacerdote, quería tener mi propia familia, pero el Señor, como a Jeremías, me sedujo, y me dejé seducir (Jer 20, 7). Todo lo anterior era acompañado por una intensa oración y la lectura de la Palabra de Dios. Había en mí hambre y sed de oración y de Palabra de Dios. De esta Manera se cumplía en mi vida la profecía de Joel para que escuchara el Grito de Jesús Resucitado: “Effata”. El grito es la respuesta al clamor del corazón de un sordo y tartamudo: una persona atrofiada incapaz de comunicarse con los suyos; un ser encerrado en sí mismo. “Effatá” que quiere decir: “Ábrete”. Al instante se le abrieron los oídos y se le soltó la lengua. Apertura y soltura.

 

Ábrete al amor de Aquel que murió y resucitó por ti; ábrete a la acción del Espíritu, a la Palabra de Vida. Abre tu entendimiento para que puedas recibir la luz y la verdad de Jesús. Abre tu corazón al Amor: Guarda sus Mandamientos. Abre tus manos al servicio a los más débiles, para que el Señor las colme de bendiciones y puedas servir a los demás.  Soltarse es abandonarse en las manos de Dios. Poner en él la confianza. Soltarse es dejarse conducir por el Espíritu por los Caminos de Dios. Soltarse es ser dócil a las mociones del Espíritu Santo que nos hace discípulos y misioneros de Jesús.

 

“Hijo mío te has decidido a servir al Señor, prepárate para la prueba” (Eclo 2, 2). La prueba de fuego significa tomar la firme decisión de seguir a Cristo o en caso contrario abandonar el Camino y volver al mundo que atrae con sus seducciones. El “neo nato” tiene que crecer en fe, esperanza y caridad; seguir a Cristo por lo que es, y no por lo que da. La opción ha de ser libre y consciente; es respuesta a la Palabra que invita, que llama, que atrae, y que seduce… Jesús invita, pero, no violenta.

 

Todo comenzó cuando un gran amigo fue a invitarme a ir a un centro nocturno. Me negué mil veces, pero al final acepté. Llegamos aquel lugar, era el día 14 de Febrero día del “amor y la amistad”. Tenía algo más de tres meses que no iba a los antros, (desde mi encuentro con el Señor), al llegar, me dieron una gran bienvenida, primero fue el mesero que me decía: “Ya llegó el que andaba ausente” y me servía una gran copa de coñac, diciéndome: “La casa paga”. Después vino la mesera que me ofreció mesa donde no había lugar por tanta gente, era para … me sentí popular, querido… vino un amigo de parranda y me llena de halagos, las viejas amistades estaban presentes y me invitaban a sentarme en sus mesas.

 

La opción por Cristo. Me aparté de la gente hacia un lugar solitario junto a una chimenea con fuego, con la copa en la mano, pensé para mis adentros: así andaba yo antes, vacío, comprando amistades y comprando amores. Comencé entonces a musitar una oración: “Gracias Señor, porque he probado lo bueno que tú eres”. “Te prometo no volver a tomar bebidas alcohólicas”. Su respuesta me quedó clara: fue un no, quería algo más, entonces dije: Te prometo Señor, no volver a pisar un centro nocturno”. Sentí como si en lo profundo de mi ser alguien me abrazara y aplaudiera… mi oferta había sido aceptada. Acababa de hacer mi opción radical por Cristo. Salí de aquel lugar dejando atrás al “mundo” y rompiendo mi antigua amistad con él. Al llegar a casa, cerca de la media noche, tomé la Biblia, la abrí, y encontré esta verdad evangélica: “El mundo los odia, porque ustedes me aman, si ustedes me odiaran el mundo los amaría”. Era el día del amor y de la amistad (14 de febrero), con un acto de amor había sellado mi Alianza con el Señor, había tomado “la firme determinación de seguir a Cristo”.

 

Al otro día todo sería diferente en la Comunidad de oración. Todo había sido como una luna de miel, hasta el día que hice mi “opción por Cristo” y acepté la invitación de servir al Señor en la Comunidad. Comencé a ver caras en la Comunidad, escuchaba murmullos: dicen que Uriel viene por que busca mujer; insinuaciones a que me retirara de la comunidad… había comenzado la lucha. ¿Contra quién? No lo sabía, me dije a mí mismo: antes cuando tenía problemas con alguien lo discutíamos y hasta peleaba, pero, ahora, en la Iglesia, me parecía que era peor que afuera. Había comenzado la experiencia del desierto.

 

Lo fuerte comenzó cuando dije que al Grupo de oración que le faltaba enseñanza… ¿Para qué lo dije?, Me convertí en enemigo de algunos… lo mío era soberbia, me faltaba humildad… mi presencia molestaba… Me daban ganas de abandonar la iglesia. Por aquellos días venía este pensamiento, como si el Señor me hablara: “Lo que ves, es lo que tengo. Si quieres una Iglesia de perfectos, ve y fúndala, pero, esa será tu iglesia no será la mía”. Escuché decir a alguien: “Si por una puerta de la Iglesia, me corren, entro por la otra. Comprendí el mensaje, y me quedé. Me quedé por que amaba a la Iglesia, pero, había que aceptarla en su realidad. En ella hay pecadores y santos, enfermos y sanos, débiles y fuertes (Cfr 2 Tim 2, 20).

 

Era mi primera crisis espiritual… me creía inocente… víctima… la verdad es que estaba equivocado, sólo Dios es Justo… lo acepté como una enseñanza… para no hacer el día de mañana con otros, lo que estaban haciendo conmigo. Todavía me faltaba mucho, un servidor del Señor, sólo se templa y adquiere rostro de profeta viviendo en el desierto; es el tiempo de preparación para la misión, no se pueden quemar etapas. Mi oración con María la Madre fue decirle “tómame de la mano y llévame a tu Hijo, enséñame a ser su fiel discípulo- misionero para que el mundo tenga vida en Él”.

 

 

 

 

 

 

 

6.- Creced, pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Iluminación: Dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra; que manden en los peces del mar y en las aves del cielo, en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todos los reptiles que reptan por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó.  Después los bendijo Dios con estas palabras: «Sed fecundos y multiplicaos, henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra. (Gn 1, 26- 28)

Con la ayuda de Dios y nuestros esfuerzos nos ponemos en camino del crecimiento integral. Hay crecimiento donde hay vida. Todo hombre desde que nace está orientado hacia lo que todavía no es: una plenitud. Una persona madura, plena, fértil, fecunda y fructífera. El hombre crece y madura viviendo con otros y para otros. El crecimiento exige la unidad de las dimensiones humana básicas: la corporal, la mental, la espiritual, la social y la histórica. Lo anterior me hace decir que el hombre no es unidimensional. Es pluridimensional, y además necesita de otros y otros necesitan de él para alcanzar la armonía de sus dimensiones. Dios se hizo hombre para llevarnos a la armonía interior y exterior. El hombre tiene un adentro y tiene un afuera. El crecimiento integral exige salir fuera para ponerse en camino de éxodo. Salir de situaciones de esclavitud para conquistar su libertad interior y exterior, para reconciliar consigo mismo y con el afuera: Dios, los otros y el otro, la creación. La clave del crecimiento es presentada por la Sagrada Escritura en los labios de Juan Bautista: «Nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo.  «Vosotros mismos sois testigos de que dije: ‘Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él.’ El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, que está presente y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Ésta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud. Es preciso que él crezca y que yo disminuya.” (Jn 27- 30)

En esa línea Jesús, el Señor dijo: “Si no se hacen como niños no entrarán al reino de Dios” (Mt 18, 3) ¿Cómo lograrlo? Jesús lo dijo: Por el camino del “Nuevo Nacimiento” (cf Jn 3, 1- 5) Nacer de lo alto, nacer de Dios: “Vino a los suyos, mas los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; éstos no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios.” (Jn 1, 11- 13) En nuevo nacimiento pide ir a Jesús, creer en él, entregarle la carga del pecado para recibir el don del Espíritu Santo, es decir, creer y conversión de la mente y corazón, retomar el camino que lleva a la madurez humana y a la salvación. Ir a Jesús es creer en él: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.” (Mt 11, 28-29).

Escuchemos al primer vicario de Cristo darnos una catequesis a los creyentes de todos los tiempos: “Por medio de ellas nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. Por esta misma razón, poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento,  al conocimiento la templanza, a la templanza la paciencia activa, a la paciencia activa la piedad,  a la piedad el amor fraterno, y al amor fraterno la caridad.  Pues si poseéis estas cosas en abundancia, no os dejarán inactivos ni estériles para llegar al conocimiento perfecto de nuestro Señor Jesucristo.  Quien no las tenga es ciego y corto de vista, y ha echado en olvido que ya ha sido purificado de sus pecados pasados. Por tanto, hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección. Obrando así nunca caeréis. Y así se os dará amplia entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” (2 Pe 1, 4- 11).

San Pablo en sus cartas nos pide despojarse del “hombre nuevo y revestirse del hombre nuevo” en justicia y santidad.” (Ef 4, 24) El hombre viejo es incapaz de conocer a Cristo porque tiene la mente embotada por egoísmo, el corazón endurecido, ha perdido la moral y lleva una vida arrastrada (cf Ef 4, 1- 18) Es incapaz de vivir en comunión con los otros para intercambiar con ellos lo que sabe, lo que tiene y lo que puede. Se encierra en sí mismo y sa ahoga en su propio mole. El grito de Pablo a sus comunidades: despojaos del traje de tinieblas y huyan de las pasiones de la juventud para que puedan crecer y madurar como personas y como discípulos de Jesucristo (cf Rm 13, 13- 14; 2 Tim 2, 22)

Realidad que se puede alcanzar con la gracia de Dios y con nuestros esfuerzos, renuncias y sacrificios. Recordando que la salvación es un don gratuito e inmerecido, pero, no barato. El crecimiento pide alimento para poder tener la fuerza para caminar por los caminos de la vida. Quien ha pasado por el Nuevo Nacimiento; ha pasado de la muerte a la vida, dando muerte a lo viejo por la acción del Espíritu Santo: “malicias y engaños, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias.” Y ha salido de las manos de Dios para aprender a caminar en la Verdad, en el Amor y en la Justicia, nos  dice el Apóstol: “Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación,  si es que habéis gustado que el Señor es bueno.” (1 de Pe 2, 1- 3)

Las dimensiones del crecimiento integral. Entretanto, los discípulos le insistían: «Rabbí, come.» Pero él replicó: «Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis.» Los discípulos se decían entre sí: «¿Le habrá traído alguien de comer?» Jesús les dijo: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. (Jn 4, 31- 34) Hacer la voluntad de Voluntad de Dios es la verdadera clave para el crecimiento: Alimento que fortalece, libera, reconcilia y transforma en los que estamos llamados a ser: hijos de Dios, hermanos de los demás y discípulos de Jesucristo.

Las dimensiones del crecimiento son cuatro: hacia abajo, hacia arriba, hacia fuera y hacia dentro. Crecimiento que nos propone san Pablo para vivir la comunión con Dios y con los hermanos, consigo mismo y con la creación: “Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la plena madurez de Cristo. Así ya no seremos como niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce al error. Antes bien, movidos por un amor sincero, creceremos en todo hacia Cristo, que es la cabeza.” (Ef 4, 13- 15) El crecimiento en la fe pide conversión, unidad, guardar los Mandamientos, y permanecer en la cruz de Cristo para morir al pecado y vivir para Dios (cf Gál 5, 24) Lo que significa permanecer sentados a la “Mesa del Señor” para comer del fruto del “Árbol de la vida” (cf Apoc 2, 7) Alimento que nos transforma en lo que comemos.

El crecimiento hacia abajo. Pide cultivar el barbecho del corazón (cf Jer 4, 3) Ponerle las raíces a la fe para profundizar en la Verdad mediante la práctica de las virtudes: La humildad, la mansedumbre, sencillez de corazón y la misericordia (cf Col 3, 12)

El crecimiento hacia arriba de la fe verdadera es crecer en confianza en Jesús; en obediencia en Jesús; en pertenencia a Jesús y amor a Jesús y al próximo: “El que tiene mis mandamientos y los lleva a la práctica, ése es el que me ama; y el que me ame será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.” Jesús le respondió: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará; y vendremos a él y haremos morada en él.” (Jn 14, 21. 23)

El crecimiento de la fe hacia adentro nos pide cambio de entrañas de misericordia, cambiar la manera mundana de pensar y cultivar las virtudes de la fe: La fortaleza, el amor, el dominio propio, la pureza de corazón y la santidad: “Dios quiere vuestra santificación: que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor,  y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios.”

El crecimiento de la fe hacia fuera exige salir de sí mismo para darse, donarse y entregarse en servicio a los demás. La práctica del amor fraterno, la piedad para vivir en comunión con Dios y con los demás. La caridad pastoral vista como la disponibilidad de amar y servir a los pobres como voluntad de Dios (cf Lc 6, 46) Esto nos convierte en discípulos verdaderos del Señor que invita a los suyos a lavarse los pies unos a los otros (cf Jn 13, 13)

La advertencia de Pablo para los que anhelan las cosas de arriba y mantenerse en obediencia a los que Dios nos manda (cf Col 3, 1-4) es de vital importancia: “Como cooperadores suyos que somos, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios.  Dice él en la Escritura: En el tiempo favorable te escuché, y en el día de la salvación te ayudé. ¡Pues éste es el tiempo favorable; éste es el día de la salvación!.” (2 Cor 6, 1- 2) Todo crecimiento pide fidelidad al proceso: remover los obstáculos que impidan alcanzar la Meta y buscar los medios del crecimiento: la oración, la Palabra de Dios, escucha y puesta en práctica, la Obras de Misericordia, la Liturgia, especialmente la confesión y la eucaristía, la integración a una Comunidad de base y el Apostolado. El Apóstol recomienda: “Por tanto, que la gente nos tenga por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.  Ahora bien, lo que se exige de los administradores es que sean fieles.” ( 1 Cor 4, 1- 2) “El que camina avanza; y el que se duerme, no camina. “Levántate, toma tu camilla y vete a casa” (Mc 2, 11).

Señor Jesús extiende tu mano y ayúdame a levantarme y enséñame a caminar en la fe, la esperanza y en a caridad.

7.- ¡Configuraos con Cristo! ¡Despojaos del Hombre Viejo! ¡Revestíos del Hombre Nuevo!

Iluminación. “Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman, de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues Dios predestinó a reproducir la imagen de su Hijo a los que conoció de antemano, para que así fuera su Hijo el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los hizo justos; y a los que hizo justos, también los glorificó (Rom 8, 29- 30).

El Proyecto de Dios, El designio de Dios es que nos configuremos con su Hijo, como modelo y prototipo (Cfr. Rm 8, 28-30) “Y todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos. Así es como actúa el Señor, que es Espíritu” (2 Co 3, 18). Esto se inicia con el bautismo. Se logrará plenamente, en cuerpo y alma, el día de la resurrección, cuando Cristo haya transfigurado este cuerpo de bajeza conforme a su cuerpo glorioso (Flp 3, 21). Esta obra que Dios realiza en nosotros requiere de nuestra participación. Con la ayuda de Dios y nuestros esfuerzos vamos adquiriendo “una voluntad fuerte para amar y servir” a Dios y a nuestros hermanos. Con la gracia del Espíritu Santo vamos aprender a discernir lo que viene de Dios o lo que viene de otra fuente; Con la ayuda del Señor y nuestros esfuerzos rechazamos el mal y amamos apasionadamente el bien, según las palabras del Apóstol (Rom 12, 9)

Los gritos de victoria. La vida cristiana es un don inmerecido y es a la vez una lucha sin tregua entre el Bien y el Mal, entre Cristo y el Diablo, entre el ego y el amor espiritual. Los gritos de guerra que el Diablo había dicho: “No serviré” “No obedeceré” y “No amaré”. Jesús al final de su desierto se confirma como el Hijo de su Padre gritando con la fuerza del Espíritu; “Si te amaré” “Si te obedeceré” y “Si te serviré”. En fidelidad a su Padre vence al Diablo y lo ata, para irse a invadir los dominios del Príncipe de las tinieblas, y liberar a los oprimidos por el Maligno (cfr Hech 10, 38). Fue en Cafarnaúm donde se escucharon por primera vez, tal vez en la sinagoga, donde Jesús con la fuerza del Espíritu Santo rompió el silencio diciendo a sus oyentes y a todos nosotros: “Convertíos”  para entrar en el reino de Dios. Así lo explica Marcos: “Después que Juan fuese entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios:  «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1, 14- 15). Convertirse es la invitación a pasar del Judaísmo a Jesucristo. Después de Pentecostés será el grito de los Apóstoles: “Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?»  Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para perdón de vuestros pecados y para que recibáis el don del Espíritu Santo” (Hech 2, 37- 38).

Convertirse es la invitación a los paganos a convertirse a Jesucristo: “Ellos mismos comentan cómo llegamos donde vosotros y cómo os convertisteis a Dios, tras haber abandonado los ídolos, para servir a Dios vivo y verdadero (1 Ts 1, 9) “Convertíos” aquí es sinónimo de otro grito de guerra: “Arrepentíos” que significa una vida orientada hacia la “Casa del Padre, rompiendo el pecado, guardando los Mandamientos y siguiendo las huellas del Señor Jesucristo, tal como lo dice san Juan a los creyentes en su primera carta: Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y no hay verdad en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia.  Si decimos: «No hemos pecado», hacemos de él un mentiroso y su palabra no está en nosotros (1 Jn 1, 8- 10) El verdadero arrepentimiento  nos lleva a la fidelidad de la Ley Nueva: “Guardaos” los Mandamientos de Dios (cfr 1 Jn 2, 3).

Escuchemos los gritos de guerra del Apóstol san Pablo. San Pablo fue un guerrero de Cristo, hizo de su vida un arma poderosa para amar y servir a Cristo y al Pueblo de Dios. El Apóstol desea y por esto entrega su vida para que cada creyente sea un guerrero en la obra del Señor.  Por eso nos invita a vivir nuestro Bautismo. ¿Qué diremos, pues? ¿Qué debemos permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique? ¡De ningún modo! Nosotros ya hemos muerto al pecado; ¿cómo vamos a seguir entonces viviendo en él? ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos incorporados a su muerte? Por medio del bautismo fuimos, pues, sepultados con él en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos mediante la portentosa actuación del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva (Rom 6, 1- 4) Morir con Cristo, ser sepultados con él y resucitar con él, a una nueva vida en el que su grito de guerra fue: “Levantaos” “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo” (Ef 5, 14)

“Renovaos, Despojaos y Revestíos”.  Por tanto, os digo y os repito en nombre del Señor que no viváis ya como los gentiles, que se dejan llevar por su mente vacía, obcecados en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por su ignorancia y por la dureza de su corazón. Habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas. Pero esto no tiene nada que ver con lo que habéis aprendido de Cristo, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús: en cuanto a vuestra vida anterior, despojaos del hombre viejo, que se corrompe dejándose seducir por deseos rastreros, renovad vuestra mente espiritual, y revestíos del Hombre Nuevo, creado según Dios, que se manifiesta en una vida justa y en la verdad santa. (Ef 4, 17- 24) Despojarse para Pablo es desechar, es dar muerte, es huir de las pasiones de la juventud (Col 3, 5ss; 2 Tim 2, 22; Rom 13, 11ss) Para el Apóstol Pedro es “Huir de la corrupción (2 Pe 1, 4b)

 

“Ofreceos” “transformaos” “Negaos” “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual” (Rom 12, 1).  “Y no os acomodéis a la forma de pensar del mundo presente; antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto (Rom 12, 2)  Estos dos gritos de guerra son la invitación a decidirse por seguir a Cristo y a dejar la vida mundana y pagana, vida de pecado a la que el Apóstol le dice “Vivir según la carne”; una vida que no es conducida por el Espíritu Santo, sino por cualquier otro espíritu. (cfr Gál 5, 19, 21) Vida que lleva al libertinaje que no es agradable a Dios: “Efectivamente, los que viven según la carne desean lo que es propio de la carne; mas los que viven según el espíritu buscan lo espiritual. Ahora bien, las tendencias de la carne desembocan en la muerte, mas las del espíritu conducen a la vida y la paz,  ya que las tendencias de la carne llevan al odio de Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden.  Así que los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Rom 8, 5- 8).

“Fortaleceos” “Revestíos” “alegraos” Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y no andéis tratando de satisfacer las malas inclinaciones de la naturaleza humana (Rom 13, 14) “Por lo demás, fortaleceos por medio del Señor, de su fuerza poderosa.  Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del diablo” (Ef 6, 10)  “Por eso, tampoco nosotros hemos dejado de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad, con total sabiduría y comprensión espiritual, para que procedáis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios. Le pedimos también que os fortalezca plenamente con su glorioso poder, para que seáis constantes y pacientes en todo y deis con alegría gracias al Padre, que os hizo capaces de participar en la luminosa herencia de los santos (Col 1, 9- 12)

 

“Así que, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el broche de la perfección. Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo cuerpo. Y sed agradecidos” (Col 3, 12- 14). Para el Apóstol de los gentiles el “Agradecimiento” al Señor” es un arma poderosa contra las fuerzas del mal.

“Reconciliaos” “Orad” “Luchad” En efecto, Dios estaba reconciliando al mundo consigo por medio de Cristo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, al tiempo que nos confiaba la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! (2 Cor 5, 18.) “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Y que todos conozcan vuestra clemencia. El Señor está cerca.  No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias.  Y la paz de Dios, que supera toda inteligencia, custodiará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús” (Flp 4, 4- 7) “Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del diablo. Porque nuestra lucha no va dirigida contra simples seres humanos, sino contra los principados, las potestades, los dominadores de este mundo tenebroso y los espíritus del mal que están en el aire. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día funesto; y manteneros firmes después de haber vencido todo” (Ef 6, 11- 13).

Oremos con la súplica de san Pablo. Así que doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que, en virtud de su gloriosa riqueza, os conceda fortaleza interior mediante la acción de su Espíritu, y haga que Cristo habite por la fe en vuestros corazones. Y que de este modo, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conozcáis el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento. Y que así os llenéis de toda la plenitud de Dios (Ef 3, 14ss). “Manteneos siempre en la oración y la súplica, orando en toda ocasión por medio del Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos. Y orad también por mí, para que Dios me conceda la palabra adecuada cuando abra mi boca para dar a conocer con valentía el misterio del Evangelio, del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de él valientemente, como conviene” (Ef 6, 18- 20).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

8.- “Ustedes se han apartado del camino que lleva a la vida”

 

Iluminación: “Yo soy el rey soberano, dice el Señor de los ejércitos; mi nombre es temible entre las naciones. Ahora  les voy a dar a ustedes, sacerdotes, estas advertencias: Si no me escuchan y si no se proponen de corazón dar gloria a mi nombre, yo mandaré contra ustedes la maldición”. Esto dice el Señor de los ejércitos: “Ustedes se han apartado del camino, han hecho tropezar a muchos en la ley; han anulado la alianza que hice con la tribu sacerdotal de Leví.  (Ml 1, 14– 2, 8-10)       

¿Por qué, pues, nos traicionamos entre hermanos, profanando así la alianza de nuestros padres? (Ml 2, 10) En los días de Malaquías, como hoy día, existe la misma problemática entre muchos ministros religiosos: “No hay fraternidad, pero, tampoco hay, madurez humana” “ni existe integridad ni reprocidad”. El hombre hace de su corazón un “caos, un vacío lleno de tinieblas” (cf Gn 1,1) Sin Luz la mente está en tinieblas, no hay reconocimiento personal mutuo, ni aceptación mutua, ni respeto incondicional entre hermanos. Más bien, existe “acepción de personas” “Nos valoramos por lo que se tiene, se hace o se sabe” Este modo de caminar nos lleva a las competencias, a las envidias, a la guerras…No tenemos los sentimientos de hermanos, sino más bien de enemigos.

Santiago en su carta nos dice: ¿De dónde proceden las guerras y contiendas que hay entre vosotros, sino de los deseos de placer que luchan en vuestros miembros? ¿Codiciáis y no poseéis? Pues matáis. ¿Envidiáis y no podéis conseguir? Pues combatís y hacéis la guerra. (4, 1- 2) En cambio en Pablo encontramos como debería ser nuestro modo de tratar a los demás, especialmente a los más débiles: “Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos. Tanto os queríamos, que estábamos dispuestos a entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino nuestras propias vidas. ¡Habéis llegado a sernos entrañables!” (1 Ts 2, 7- 8)

Sin esfuerzos, renuncias y sacrificios no hay amor. (cf Rm 12, 1) ¿Cómo hacerlo? Nuestra tarea es humanizar la religión. Esta debería de ser la acción prioritaria todo “ministro religioso” Reconociendo a los demás como seres humanos y amados por Dios, redimidos y justificados por el Señor Jesús. Que la religión esté al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la religión. Tal y como lo dice, Pablo en la carta a la Comunidad de Tesalónica: “Sin duda, hermanos, ustedes se acuerdan de nuestros esfuerzos y fatigas, pues, trabajando de día y de noche, a fin de no ser una carga para nadie, les hemos predicado el Evangelio de Dios. Ahora damos gracias a Dios continuamente, porque al recibir ustedes la palabra que les hemos predicado, la aceptaron, no como palabra humana, sino como lo que realmente es: Palabra de Dios, que sigue actuando en ustedes, los creyentes.” (1 Ts. 2, 9.13) Para humanizar la religión hemos de poner en práctica la dinámica del Amor para que lleguemos a tener los sentimientos y pensamientos de Cristo (Flp 2, 5) Hay que darle muerte al “hombre viejo y revestirnos del Hombre Nuevo.” Y de esta manera superar la “justicia de los fariseos legalistas, rigoristas y perfeccionistas (cf Mt 5, 20)

De ellos dice el Señor Jesús: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo los que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame ‘maestros’. (Mt 23, 1ss)

¿Para quién es dirigido este Evangelio? Las personas a las que se dirige este Evangelio, no son los fariseos y escribas, sino "las multitudes y sus discípulos", a los cuales Jesús trata de advertir de las actitudes de estos grupos que tanto habían influido negativamente. En dos partes podemos dividir el Evangelio, la primera es una advertencia sobre la hipocresía y soberbia de los escribas y fariseos; y la segunda son algunos criterios básicos para la convivencia de la comunidad que ha de seguirlo. Las advertencias que Jesús realiza son tres básicamente:  Su hipocresía o doble vida: “Hagan pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra”. Su egocentrismo: “Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterias y las franjas del manto”.  Y la búsqueda de poder: “Les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame ‘maestros’ ”. Era muy importante seguir estas tres advertencias para no caer en actitudes que dañaran la comunidad.

¿Qué nos pide Jesús hoy a los Ministros religiosos? Jesús no sólo denuncia lo que no hemos de hacer, sino que nos propone de manera positiva las actitudes de debemos guardar entre nosotros: Cultivar la conciencia de ser Hijos del mismo Padre: “porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial”.  Construir la Fraternidad: “todos ustedes son hermanos”. Ámense sin fingimiento. (Rm 12, 9) Descubrir la diaconía o servicio: “Que el mayor de entre ustedes sea su servidor”. (Mt 20, 26)

De esta manera podemos comprender mejor que la advertencia de Jesús de no llamar padre, guía o maestro a nadie, es buscando resaltar la igualdad que hemos de vivir entre todos nosotros seguidores de Cristo, y no tanto, el uso específico de la palabra misma. Por lo tanto, si a alguien se le llama aquí en la tierra padre, maestro o guía será sólo por participación en el ministerio de Cristo, único maestro y guía del Pueblo de Dios. Es decir, nadie puede hablar o dirigir a otro si Cristo no le ha dado tal autoridad y además este liderazgo se ha de ejercer desde el servicio y con humildad.

Vivir como hijos de Dios para vivir como hermanos: “Les doy este mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado”. (Jn 13, 34) Jesús nos llama en su evangelio a vivir intensamente nuestra condición de hijos de Dios, iguales ante Él y por lo tanto, entre nosotros. Padre tenemos uno, por eso cuando un hijo llama padre o madre a quienes lo han engendrado es porque Dios les ha participado de su paternidad; y si un cristiano llama padre a un sacerdote es porque Dios le ha participado de su amor paternal. Por eso, somos todos iguales, hijos del mismo Amor y por lo tanto hermanos unos de otros. A la luz de las palabras de Jesús descubrimos el fin para el cual fuimos creados: Para ser hijos de Dios, hermanos unos de los otros y para ser servidores, compartiendo los dones que Dios nos ha regalado para nuestra propia realización y para la realización de los demás. Tres realidades que se entrelazan y complementan entre sí. Quien descuide una sola de ellas, rechaza, las otras dos: Quien quiera ser hijo de Dios que acepte ser hermano y tenga presente el Mandamiento de Jesús: “Les doy este mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado”.

“Hermanos míos, no mezcléis con la acepción de personas. El apóstol Santiago nos habla de un pecado religioso que muy poco se reconoce y no se confiesa: “Hermanos míos, no mezcléis con la acepción de personas la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado. Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido, y que entra también un pobre con un vestido andrajoso; y supongamos que, al ver al que lleva el vestido espléndido, le decís: «Siéntate aquí, en un buen sitio», mientras que al pobre le decís: «Quédate ahí de pie», o «Siéntate a mis pies». ¿No sería esto hacer distinciones entre vosotros y ser jueces con mal criterio?” (Snt 2, 1- 4). El pecado religioso de hacer acepción de personas es hijo de la mentira que engaña a las multitudes diciendo “¿Cuánto tienes, cuánto vales?” La mentira es la fuerza del Mal.

Vivamos esta “vida nueva” construyendo la fraternidad, el trato amable con los que nos rodean, en nuestra escuela, trabajo, casa o parroquia. Si no vivimos así, no seremos más que esos fariseos que caminaban con “aires de superioridad” despreciando al pobre y maltratando a las viudas. La filosofía popular dice: “¿Cuánto tienes, cuánto vales?” El hombre es valorado por lo que tiene o por lo que sabe, esta es la gran mentira que ha dividido a la sociedad en clases: ciudadanos de primera, segunda, tercera y más. Los que tienen valen más que los que no tienen, y éstos, a la vez valen menos. Esta es la “gran mentira” que usa la sociedad para ganarnos y hacernos perder la conciencia de fraternidad. ¡Cuántas desigualdades resquebrajan nuestra sociedad! Desigualdades por el dinero, por el poder, por los conocimientos, por las edades, por la condición social, etc. El problema no es que existan diferencias entre nosotros, esa es una riqueza para la sociedad. El problema está en que por esas diferencias nos tratemos como si fuéramos unos más que otros, y luego nos envidiamos, nos odiemos y nos agredimos. Qué nuestro propósito sea: “Tratar a todos como me gustaría que me tratasen a mí.” Cuidar mis palabras y actitudes, pues son las que me llevan a caer en la hipocresía.

9.- La conversión cristiana según el Apóstol Pablo.

Iluminación. “Despójense de su conducta pasada, del hombre viejo que se corrompe con sus malos deseos (1 Cor 6, 18)

Para Pablo, la conversión es don de Dios y respuesta nuestra. Para el Apóstol Pablo la conversión es un irse llenando de Cristo y a la misma vez, un irse despojando de todo aquello que no viene de la fe (Rom 14, 23). Es un irse revistiendo de Cristo, el Hombre Nuevo y despojándose del hombre viejo (Ef. 4, 24). Es la conversión que nos da una mente y un corazón nuevo; creer en Cristo Jesús para ir saliendo de las tinieblas para entrar en la Luz (1 Pe 2, 9) es salir del dominio de Satanás para entrar al dominio de Dios (Col 1, 13). Para el Apóstol, la purificación del corazón, la conversión y la renovación de nuestras vidas sólo puede ser posible en la “obediencia a la Palabra de Cristo”. El Apóstol Santiago nos recuerda: “No se contenten con ser oyentes, hay que se practicantes (St 1, 22) Obediencia que nos pone en camino hacia la “Plenitud” de Cristo (Col 2, 9) y nos hace discípulos de Él: sin seguimiento, sin discipulado no conoceremos el amor de Dios que se ha manifestado en Cristo (Jn 14, 23). La purificación del corazón pide renuncias y sacrificios (2 Tim 2, 22). Sin renuncias no hay vida, no hay virtud, no hay libertad, no seremos servidores de Cristo, sino “de la carne” (cf 1 Pe 2, 1) Para Pablo conversión y la vida nueva tienen dos dimensiones: una es negativa y la otra es positiva:

 

La conversión es despojarse. Para Pablo la conversión es despojarse del traje de tinieblas: “Despojaos del hombre viejo: “Despójense de su conducta pasada, del hombre viejo que se corrompe con sus malos deseos (1 Cor 6, 18). Es un morir al pecado para vivir para Dios (Rom 6, 11). Despojarse del hombre viejo es quitarse el traje de tinieblas (Rom 13, 11ss); es apartarse del pecado; es huir de la lujuria (2 Tim 2,22); es darle muerte a todo lo terrenal: La inmoralidad sexual, la pasión desordenada, los malos deseos y la avaricia…Pero ahora dejen todo eso… (cfr Col 3, 5- 9). Con palabras del Pedro diríamos: “huyan de la corrupción para que puedan participar de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4).

 

La conversión es revestirse. Para el Apóstol la conversión es “Revestirse del hombre nuevo” “y renuévense en su espíritu y en su mente; y revístanse del hombre nuevo creado a imagen y de Dios en justicia y santidad” (Ef 4, 22- 24). Revestirse del Hombre Nuevo es revestirse de Cristo: “Por lo tanto como elegidos de Dios, consagrados y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión, de amabilidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia, de misericordia… que la paz de Cristo dirija sus corazones” (Col 3, 12ss). Revestirse con el “vestido nuevo”: “justicia, bondad y verdad” (Ef 5, 9). Es revestirse de Cristo, con la “armadura de Dios”; es ponerse el vestido de “Luz”. Para el Apóstol la Vida Nueva es don de Dios y lucha contra nuestro pecado y el pecado de los demás. Por eso en su oración pide a Dios: “Qué el Espíritu Santo fortalezca en ustedes el hombre interior”. Y que Cristo habite en ustedes por la fe para que puedan conocer el amor de Cristo a profundidad (cfr Ef 3, 16ss)

 

La conversión como don y lucha. En esta lucha Pablo nos exhorta a usar las “Armas de luz” que son las virtudes cristianas, sin las cuales “no habrá conocimiento ni fidelidad a Dios”; estaríamos desnudos y desprovistos de la “gracia de Dios” y sin las armas para luchar contra nuestra pecaminosidad: Dos textos de la Escritura nos confirman la lucha espiritual de los cristianos:

 

Ø  “Reconozcan el momento en que viven, que ya es hora del despertar del sueño: ahora la salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día se acerca; abandonemos las acciones tenebrosas y vistámonos con las armas de la luz” (Rom 13, 11- 12).

 

Ø  “Por lo demás, fortalézcanse con el Señor y con su fuerza poderosa. Vístanse la armadura de Dios para poder resistir los engaños del Diablo. Porque no estamos luchando contra seres de carne y hueso, sino contra las potestades… Por lo tanto tomen las armas de Dios para poder resistir el día funesto y permanecer firmes a pesar de todo” (Ef 6, 10- 13)  Sin lucha no hay victoria y sin victoria no hay corona

 

Las armas de Pablo. Para este guerrero de Cristo su fuerza está en “Revestirse de Cristo.” Para configurarse con él; es un irse llenando de Cristo para tener su mente y sus sentimientos, sus preocupaciones y sus luchas, sus intereses y los criterios de Cristo Jesús (cfr Flp 2, 5). Pablo pudo decir “Para mí, la vida es Cristo” porque a la misma vez, Cristo es el centro de su vida, es su salvación, su justicia, su sabiduría, su redención, su consagración y redención (1 Cor 1, 30). Para el Apóstol su convicción de Apóstol de Cristo por voluntad del Padre y la experiencia de su Resurrección son verdaderas armas en su lucha contra el Mal (cf Ef 1,1; Flp 7,7s). Para Pablo la fe no es un sentimiento, es más bien una convicción profunda de que en comunión con Cristo, todo es posible, razón por la que pudo decir: “Todo lo puedo en Cristo Jesús que me fortalece” (Flp 4, 13)

 

¿Cómo logró Pablo este crecimiento espiritual?  ¿Cuál es la clave del Apóstol? Tres son sus armas poderosas, verdaderas armas de Luz: a) Una mente iluminada por la Verdad. b) Una voluntad firme, férrea y fuerte. c) y un corazón lleno de amor a Cristo y a la Iglesia.  Estas hermosas realidades en la vida del Pablo lo hacen decir: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual” (Rom 12, 1).

 

¿Cómo puede esto hacerse realidad? Con la fuerza del Espíritu Santo y nuestros esfuerzos, renuncias y sacrificios, es decir, con la “Gracia de Dios” y nuestra colaboración podremos lograrlo: “Por eso te recuerdo que avives del don de Dios que recibiste por la imposición de mis manos. Porque el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y templanza” (2 Tim 1, 7). La mezcla de la “gracia y nuestras renuncias y esfuerzos, dan a luz: una voluntad firme, férrea y fuerte para amar a Dios y al prójimo al estilo de Pablo. Voluntad que queda manifiesta en las “armas de Dios” Cíñanse con el cinturón de la verdad. Vistan la coraza de la justicia. Calcen las sandalias del celo para propagar la Buena Nueva de la paz, Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, Pónganse el casco de la salvación, Empuñen la espada del espíritu que es la Palabra de Dios, y Vivan orando y suplicando, oren en toda ocasión, animados por el Espíritu (Ef 6, 14ss).

 

La conversión y la Comunidad Cristiana. Para el Apóstol san Pablo la fe verdadera es eclesial y pide vivir en Comunidad. En el capítulo 12 de la carta a los romanos encontramos algunas exhortaciones del Apóstol:

 

a)      El culto espiritual. Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual (v. 1).

b)      La lucha contra el espíritu mundano y pagano. Y no os acomodéis a la forma de pensar del mundo presente; (v. 2)

c)       La renovación interior. Antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.

d)       No valorarse por encima de los demás: En virtud de la misión que me ha sido confiada, debo deciros que no os valoréis más de lo que conviene; tened más bien una sobria autoestima según la medida de la fe que Dios ha otorgado a cada cual (V.3 ).

e)      Somos miembros unos de los otros. Pues así como nuestro cuerpo, aunque es uno, posee muchos miembros, pero no todos desempeñan la misma función, así también nosotros, aunque somos muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo: los unos somos miembros para los otros (vv 4.5). 

f)        La diversidad de los dones al servicio de la unidad. Pero tenemos dones diferentes, según la gracia que Dios nos ha concedido: si es el don de profecía, ejerciéndolo en la medida de nuestra fe si es el ministerio, sirviendo en el ministerio; si es la enseñanza, enseñando; 8 si es la exhortación, exhortando. El que da, que dé con sencillez; el que preside, que sea solícito; el que ejerce la misericordia, que lo haga con jovialidad. (vv. 6.7.8.)

g)       La caridad sincera, alegre y hospitalaria. Que vuestra caridad no sea fingida; detestad el mal y adheríos al bien; amaos cordialmente los unos a los otros, estimando en más cada uno a los otros. Sed diligentes y evitad la negligencia. Servid al Señor con espíritu fervoroso. Alegraos de la esperanza que compartís; no cejéis ante las tribulaciones y sed perseverantes en la oración.(vv. 9.10.11. 12. 13).

h)      Con espíritu de solidaridad: Compartid las necesidades de los santos y practicad la hospitalidad. Caridad con todos los hombres, aunque sean enemigos. Bendecid a los que os persiguen; no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran.  Tened un mismo sentir los unos para con los otros (vv 14. 15. 16).

i)        Con espíritu de humildad: No seáis altaneros; inclinaos más bien por lo humilde. No os complazcáis en vuestra propia sabiduría (v. 17)

j)        No ser vengativos. No devolváis a nadie mal por mal; procurad el bien a todos los hombres. No os toméis la justicia por vuestra mano, queridos míos; dejad lugar a la ira, pues dice la Escritura: Mía es la venganza; yo daré el pago merecido, dice el Señor. (vv 10.19.)

k)       Ser pacíficos. Siempre que sea posible, y en cuanto de vosotros dependa, vivid en paz con todos. Antes al contrario, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; haciéndolo así, amontonarás ascuas sobre su cabeza (v 20).

l)        Vencer con el bien al mal: 21 No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.

 

A modo de conclusión. No basta la sola fe, como tampoco basta tener buenos propósitos, la fe sincera pide protegerla y cultivarla para poder ver los frutos del Espíritu: el amor, la paz, el gozo… (Gál 5, 22). La fe sincera pide descendencia: “los buenos hábitos, el conocimiento, la templanza, la justicia, la tenacidad, la piedad, el amor fraterno y la caridad. “Quien tenga estas cosas abunda en el conocimiento de Dios, quien no las tenga está ciego y corto de vista y ha olvidado la antigua purificación de sus pecados” (2 Pe 1, 8- 9ss). La fe sin obras está vacía y muerta, y el creyente se encuentra sin Dios, a merced de las fuerzas desintegradoras del mal. Recordemos las palabras del Maestro: “Sólo unidos a mí podéis dar fruto, sin mí, nada podéis hacer” (cfr Jn 15 4- 7)

Oración: Que el Espíritu que realizó la “Obra perfectísima de la Encarnación”, realice hoy en nosotros nuestra configuración con Cristo. Y que María, Nuestra Madre y Señora, nos lleve a Cristo su Hijo, para revestidos de su gloria podamos ser los hombres y las mujeres que la Iglesia necesita.


 

10.- Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.

Las cegueras de los hombres. La ceguera espiritual es una modalidad de pecado; una especie de parálisis espiritual que atrofia las cualidades que los hombres hemos recibido de Dios; son una manera de vivir al natural, al margen de la Gracia de Dios. El hombre sin la luz de Cristo vive en tinieblas, sus ojos están atrofiados y le impiden ver y releer los signos de los tiempos. ¿Quiénes son los ciegos y cortos de vista? Nosotros cuando no permitimos que el Evangelio nos regenere o cuando con nuestros pecados personales desfiguramos la imagen de Dios que nos creó a su “imagen y semejanza”. Las principales cegueras que podemos descubrir y denunciar  hacen referencia a nuestra realidad como personas:

 

·       Ciego es aquel que se valora mal, no reconoce su dignidad de ser humano. Se valora al revés, piensa y cree que vale por lo que tiene, el dinero es la medida de su corazón. Piensa que vale por lo que tiene, por lo que sabe o por lo que hace.

·       Ciego es aquel que no ve las manifestaciones de Dios en su vida o en la vida de los demás.

·       Ciego es aquel que ha hace de la creatura, o de sí mismo un dios. La idolatría es una modalidad de pecado que embota la mente, perturba y confunde el corazón del hombre.

·       Ciego es aquel que reduce a los demás a objeto; los cosifica, los instrumentaliza, los manipula y los desecha. No reconoce la belleza de la dignidad humana.

·       Ciego es aquel que no decide por sí mismo, otros lo hacen por él. En casi todo depende de otros. No tiene fuerza de voluntad para hacer el bien, ni dominio propio por eso es incapaz para rechazar el mal e incapaz para realizar toda obra buena con espontaneidad.

 

El hombre al natural. “Sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy débil, vendido como esclavo al poder del pecado. No entiendo el resultado de mis acciones, pues no hago lo que quiero, y en cambio aquello que odio es precisamente lo que hago.”(Rom 7, 14) ¿Quién me librará de la ley de la muerte que está en mi cuerpo? Gracias a Dios que en Cristo Jesús nos ofrece su ayuda para liberarnos de las opresiones del pecado. Cualquiera que sea la modalidad de pecado que se encuentre en nosotros, es ceguera espiritual, nos hace ciegos necesitados de la bondad de Dios. La ceguera espiritual es desnudez espiritual: desnudos, es decir, sin los dones gratuitos de Dios. El hombre al natural es aquel que es conducido por cualquier espíritu que no sea el Espíritu de Dios. El apóstol Pablo lo designa como alguien que vive según la carne: “Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu desean, lo espiritual. Las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz” (Rom 8, 5-6). Dos clases de cristianos: carnales y espirituales. La vida según la carne genera tibieza, y a los tibios son excluidos de la gloria de Dios. Son ciegos, cojos, mudos y sordos, hombres mutilados por el pecado.

 

El ciego de Jericó. “Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo, (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse que era Jesús de Nazareth, se puso a gritar: “! Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” Muchos le increpaban para que se callara, el pero él gritaba mucho más: “!Hijo de David, ten compasión de mí!!” (Lc 18, 35ss)

 

Jericó, la ciudad de las palmeras, situada en valle fértil del Jordán, rodeada de hermosas fincas habitadas por ricos terratenientes, ganaderos y comerciantes, había sido reducida al anatema por Josué: “Maldito sea delante de Yahveh el hombre que se levante y reconstruya esta ciudad” (Jos.  6, 26) Jericó es sinónimo de fortaleza y de pecado, está nuevamente de pie. Jesús en su viaje a Jerusalén tiene que pasar por Jericó, última ciudad antes de entrar al desierto de Judá. En una de sus hermosas residencias vivía Zaqueo el que hospedó a Jesús en su casa.

El grito de Bartimeo. “Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre”. La mayoría serían curiosos que querían presenciar algún milagro o que Jesús dirigiera su palabra a alguien. Caminan hablando en voz alta y en medio de gritos. El ciego pregunta: ¿De qué se trata? Alguien le dice: “Es Jesús de Nazareth”. Al escuchar ese nombre, su memoria se le agolpa y se reaviva en él una esperanza; su corazón le late con fuerza y con toda la fuerza de sus pulmones grita: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”.

 

“Muchos le increpaban para que se callara”. No es la primera vez que la gente quiere callar a quien invoca a Jesús o impidiendo que se acerquen a Él. “Pero él gritaba mucho mas”. Su grito es manifestación de su fe y expresión de su esperanza. Ha estado al borde del camino por muchos años, tal vez, toda su vida, dependiendo de otros, viviendo de limosnas, sin valerse por sí mismo. Estar al borde del camino significa estar al margen de su realización, en situación de miseria, de esclavitud de opresión; situación de desgracia que no es querida por Dios. Habiendo experimentado el hastío de la vida alguien le había dicho: si conocieras a Jesús de Nazareth, Él podría hacer algo por ti. El momento había llegado y el hijo de Bartimeo no quería dejarlo pasar. No fue el ciego quien busco a Jesús, ha sido el Nazareno quien se acercó a él  para irrumpir en su vida y liberarlo de las cadenas de la opresión, para hacerlo entrar al Camino.

 

Jesús escucha el clamor de los oprimidos. “Jesús se detuvo y dijo: “Llamadle”. Llaman al ciego, diciéndole: “! Animo, levántate!”, Te llama”. Jesús llama a los ciegos, a los sordos y a los mudos. Si los llama es porque antes los ha elegido por amor para ser de su propiedad particular y para formar parte de su pueblo santo (Rom 1, 7) El gesto de Jesús es notable: “se detuvo”. No pasa de largo, no se hace el indiferente. Escucha el grito del pobre que lo invoca como en otro tiempo Yahvé escuchó el clamor del pueblo de Israel que era esclavizado en Egipto: “He escuchado el clamor de mi pueblo” (Ex 3, 7) El “Mandato” de Jesús es preciso “Llamadle” y es a la vez una generosa invitación a dar ánimo y valor a los débiles. La Iglesia existe para evangelizar, para llevar a los hombres a Jesús, para que se encuentren con Él y conozcan su salvación: “lo conozcan, lo amen y lo sirvan”   La llamada de Jesús llegó al ciego por medio de los discípulos: “Animo, levántate!”, Te llama”. La fe es la respuesta a la llamada de Jesús, es apertura y es acogida. Así lo vemos en Zaqueo que escuchó la voz de Jesús que lo invitaba a bajarse del árbol y abrirle las puertas de su casa, él no dudó en hacerlo, fue dócil  a la Palabra y su vida cambió. (Lc 19, 1-11) La noticia se había regado como pólvora y ahora le tocaba uno que estaba al borde del camino. El encuentro entre Jesús y el ciego es liberador y gozoso.

El salto de la fe.  “Y él arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús.” El manto, la capa que usaban los pobres es de cuero pesado. El ciego no solo soltó la capa, sino que la arrojó, como disponibilidad para desprenderse del peso del pecado; de quitarse el yugo de la esclavitud. Para dar el salto de la fe y acercarse a Jesús, quien dirigiéndose a él, le dijo: “¿Qué quieres que haga?” El ciego le dijo: “Rabbuni” ¡que vea! Jesús le dijo; “Vete, tu fe te ha salvado”. Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.

 

¿Qué significa creer en Jesús? ¿Cómo podemos entender las palabras de Jesús?: “Tú fe te ha salvado”  ¿Dónde hay fe? Y ¿Dónde no la hay? Hay fe donde en el hombre que tiene la disponibilidad para dejar a Dios ser Dios en la vida; para abrirse a la voluntad y a la acción del Espíritu Santo. Abrirse a la acción del Espíritu para reconocer a Jesús como Salvador y Redentor, Maestro de Maestros y Señor de señores, aceptar su “Verdad”  como “El camino” que nos lleva a la “Casa del Padre”. Una “Verdad” que la podemos manifestar en cuatro palabras: “Mi Padre te ama”; “Mi Padre te perdona” “Mi  Padre te salva” y “Mi Padre te da el Espíritu Santo. Es una Verdad que salva y que libera. Al igual que el ciego de Jericó y otros muchos recorramos el proceso.

 

A) Creer en Jesús. “Jesús hijo de David” “Tú eres el Hijo de Dios vivo”. ¿Qué expresa esta profesión de fe? Jesús es el Hijo de Dios y es el Hijo del Hombre; es el Mesías de Dios. Creer en Jesús es dar un “sí” a la voluntad de Dios manifestada en el Hijo de María. Es aceptar a Jesús como “nuestro Salvador personal”. Es aceptar su Evangelio como norma para nuestra vida. Es adherirse a su Persona y hacer nuestro su destino y su misión. Creer en Jesús es aceptar que Él es el único que puede llenar los vacíos de  nuestro corazón. El único que puede darnos vida eterna.

B) Acercarse a Jesús. Ir a Jesús cómo lo hizo la hemorroisa del Evangelio y tocó sus vestiduras para arrancarle su sanación: “Con sólo tocar su manto me sanaré” (9, 21); como lo hizo el leproso que se arrojó a los pies de Jesús para decirle: “Si tu quieres puedes sanarme”(Mc 1, 40); como lo hizo el oficial romano: “No soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastara para que mi criado quede sano”(Lc 7, 7). Como lo hizo la mujer pecadora en la casa de Simón el leproso que baño los pies de Jesús con sus lágrimas y secarlo con sus cabellos, recibiendo de Jesús en perdón de sus pecados y la paz. (Lc 7, 48-49) Quien se acerca a Jesús de todo corazón, con humildad y confianza, no queda defraudado. Sí el leproso y el ciego se acercaron  a Jesús es porque antes Jesús se acercó a ellos, y los llamó: “Los atrajo hacia él con cuerdas de ternura con lazos de misericordia” (Os 11, 5ss) El encuentro con Jesús es liberador por que nos quita las cargas y gozoso porque experimentamos el triunfo de su resurrección de Jesús. Es el momento para apropiarnos de los frutos de la Redención: El perdón y la paz; la resurrección y el don del Espíritu. “Jesús ayúdame, soy pecador”. “Dame, Señor Jesús, de tú paz”

C) Aceptar la verdad de Jesús. “Rabbuni:” Jesús es el Maestro de Maestros, así lo reconoce la mujer cananea, que acepta la verdad de Jesús: “Es cierto Señor”. No basta con acercarse a Jesús, hay que aceptar su verdad que nos hace libres. El ciego sencillamente reconoce que Jesús es el “Maestro” prometido por Dios y esperado por Israel (Dt 18, 30). Aceptar la Verdad que Jesús nos enseña “El Reino de los cielos ha llegado, conviértanse y crean el Evangelio” (Mc 1, 15) Aceptar el “Evangelio de Jesús” como norma de nuestra vida es aceptar el “Sermón de la Montaña”, la carta magna de Jesús para alcanzar la plenitud de vida, es dejarse conducir por el Espíritu Santo por los caminos de la rectitud y de la justicia (Jn 16, 13) “hasta alcanzar la verdad plena”

D) Creer en Jesús es confiar en él. Es amarlo y por amor obedezco sus Mandamientos, hago la voluntad de Dios. Quien ama y obedece a Jesús, también le pertenece, lo sigue y le sirve para llevar una vida consagrada a él para la honra y gloria de Dios y por amor al prójimo.

Cuando hacemos nuestra profesión de fe en Jesús, nos acercamos a Él y aceptamos su Verdad como norma de nuestra vida, escucharemos la “Palabra” liberadora y sanadora del Maestro: “Hágase como lo has creído” y nosotros podemos responder. Señor, “Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Tú tienes poder para darme lo que yo necesito y mucho más. Gracias Señor Jesús, me abandono en tus manos para que hagas conmigo lo que Tú quieras, por lo que hagas conmigo te doy gracias. Entonces podemos decir con los grandes de la Biblia: “Heme aquí,” (Ex 3, 4. Moisés) “Envíame  a mí, Señor”( (Is 6, 9.) o decir gozosos con María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su Palabra.(Lc 1, 38).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

11.- “¡Qué bien lo hace todo! ¡Hace oír a los sordos y

Hablar a los mudos!”.

La venida de Jesús. El Señor Jesús nos descubre con toda claridad el sentido de su venida de junto al Padre: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Jesús ha venido del Padre como Luz: “Yo soy la luz del mundo, el que me siga tendrá la luz de la vida, y no caminará en tinieblas.” (Jn 8, 12). Jesús ha venido a unir lo que estaba separado; ha venido a reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos mismos; Ha venido a restaurar la dignidad de todo hombre y a reconstruir las casas en ruina, es decir los hombres, las familias, las comunidades y los pueblos deformados y deteriorados por el pecado. Jesús ha venido a encender en nuestros corazones el “fuego del amor de Dios” (cfr Lc 12, 49). Pablo resume el sentido de la venida de Jesús en dos vertientes: ha venido a rescatar, liberar a los oprimidos por la Ley y a traernos el don del Espíritu que nos hace hijos de Dios (Gál. 4, 4- 6). Jesús mismo nos confirma el sentido de su venida: “He venido a buscar lo que estaba perdido”.

 

La acción de Jesús. ¿Qué hace Jesús para darnos vida en abundancia? Lo primero es hacerse uno de nosotros mediante la Encarnación en el seno de María. Toma nuestra condición humana, igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Después de su bautismo donde es ungido y confirmado por el Padre como su Cristo y Mesías, va al desierto donde derrota al demonio y hace la opción fundamental de hacer la voluntad del Padre y afirma su fidelidad mediante su triple afirmación: “Si obedeceré, sí amaré y sí serviré”. Jesús, después de la experiencia del desierto se lanza a invadir el reino del mal y a liberar a los oprimidos por el diablo (Hech 10, 38). ¿Cómo lo hace?

 

Mediante la predicación de la Buena Nueva, los exorcismos y milagros. Jesús nos da su Palabra que es “espíritu y vida”; enseña el arte de vivir en comunión con Dios, como hijos, y con los demás, como hermanos; con las cosas como amos y señores. A todos nos recuerda y nos descubre cual es el sentido de nuestra vida: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso (Lc 6, 36); “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48) Jesús se gozaba en decirle a las multitudes y a sus discípulos: “Mi Padre les ama” y a su Padre oraba diciendo: “Que ellos comprendan que tu los amas tanto, como me amas a mí” (Jn 17, 23).

 

Jesús rompe ataduras. “El aquel tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las manos. Él lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le toco la lengua con saliva. Después, mirándola cielo, suspiró y le dijo: “Effatá” que quiere decir, “Ábrete”. Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían: “Qué bien lo hace todo. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Palabra de Dios. Te alabamos señor Jesús. (Mc 7, 31-37)

 

¿Quiénes son hoy día los sordos, los mudos, los tartamudos, los ciegos, los cojos y los paralíticos del Evangelio? ¿Quiénes son aquellos que teniendo ojos no ven, teniendo boca no hablan, teniendo pies no caminan, teniendo oídos no oyen, teniendo manos no las usan? ¿Seremos nosotros que nos hemos dejado atrofiar por el pecado? Ciegos porque no reconocemos la hermosa dignidad que Dios nos ha dado a todos y cada uno de los seres humanos. Sordos porque no escuchamos la voz de Dios y el clamor de los oprimidos: Mudos por qué no proclamamos la verdad, no defendemos a los indefensos, no enseñamos a vivir en la libertad de los hijos de Dios. Cojos por qué no salimos de nuestro encerramiento para ir al encuentro de los demás. El tartamudo tenía dificultad para comunicarse con los demás. ¿Cuál es la dificultad que encontramos en nuestra vida que nos impide dialogar aún dentro del seno de la familia? ¿Qué es lo que nos impide tener una sana relación con los vecinos, compañeros de trabajo, con otros? ¿Qué nos impide vivir en relación con Jesús y con los demás?

La pregunta de Jesús. “¿Qué quieres que haga por ti?” “¿Qué necesitas de mí?” Todo aquel que se acerca a Cristo Jesús y se encuentra con Él, empieza una nueva relación de comunión con el hijo de Dios que nos hace creaturas nuevas para que proclamemos que lo viejo ha pasado y ha comenzado lo nuevo (cfr 2 Cor 5, 17). Al sordo y tartamudo lo sacó de entre la gente, lo llevó aparte para enseñarnos que Él no hace los milagros por simple curiosidad, no quiere estar expuesto a la charlatanería de la gente, por eso lo saca fuera.

 

¿Qué hace Jesús para sanarlo? En un primer momento lo prepara metiendo sus dedos en los oídos del enfermo y tocando su lengua. Luego, mediante su palabra poderosa da la salud al enfermo: Effatá, que quiere decir, Ábrete. Abrirse, ¿a qué? Ábrete a la Palabra de Dios, a la acción de Dios. Ábrete a la vida de oración, al servicio a los demás. Ábrete a una caridad sin límites, a la verdad que libera del error. Ábrete a la fe, que es confianza y obediencia a Dios. Ábrete al amor familiar y a la misma vez ciérrate a los vicios, al espíritu de inmundicia, a la ambición desmedida de las riquezas y de placer. Ciérrate al orgullo, a la envidia, etc. Recordemos las palabras del Apocalipsis: “Yo estoy a la puerta y llamo, quien me escucha y me abre la puerta, Yo entro, y ceno con él, cenamos juntos, nos amamos” (crf Apoc. 3, 20)

 

Ábrete a la acción de Jesús. Effatá, es la invitación de Jesús a dejarlo entrar en nuestras vidas, él quiere ser nuestro huésped. Jesús quiere ser el centro y la meta de nuestra vida, dejémonos conducir por Él. El es el Camino, la Verdad y la Vida. El Camino significa el Amor que echa fuera el odio y la venganza. La Vida que expulsa la muerte de nuestro corazón y la Verdad que echa fuera la mentira que es una barrera que genera divisiones entre los hombres, como entre los pueblos. Sólo cuando Jesús está vivo por la fe en nuestros corazones podemos tener la confianza y la seguridad que ha comenzado en nosotros el reinado de Dios que pone fin a las opresiones y explotaciones por parte de las potencias extranjeras.

 

El primer fruto de la unión con Cristo Jesús es la “hermosa dignidad de ser hijos de Dios” Ser familia de Dios. En esta Familia, todos somos iguales y también somos hermanos y servidores de los demás hijos del Padre de nuestro Señor Jesucristo. La comunión con Jesús nos garantiza que nuestros pecados sean perdonados, nuestros demonios sean expulsados y que seamos establecidos por la Obra del Espíritu en el reino de de Dios.

No tengamos miedo, creer en Jesús, Él es el “don de Dios” “el Hijo único de Dios” “Es nuestro Salvador” que nos amó y se entregó por nosotros (cf Ef 5, 1_2) “Es nuestro Redentor” vino a liberarnos de la esclavitud del pecado y a traernos el don del Espíritu Santo (Gál 4, 4- 6) Jesús es nuestro “Maestro interior y es nuestro Señor” que nos guía y reina en nuestros corazones para que podamos conocerlo, amarlo y servirlo en nuestros hermanos. No tengamos miedo dejarnos amar y conducir por Él.

Nos amó hasta el extremo. Al final de su vida, “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1), abrazó la cruz con amor; “Nos amó y se entregó por nosotros como hostia viva” (Ef 5, 1) para salvarnos, para que nuestros pecados fueran perdonados. Murió para pagar el precio por nosotros, para sacarnos del reino de las tinieblas y llevarnos al reino de la Luz, al reino de su amado Padre (cfr Col, 1, 13) Jesús murió en la muerte de cruz para que nuestros pecados fueran perdonados (Rom 4, 25), nos ha redimido (Ef 1, 7), con su muerte ha vencido al mundo, al pecado, a Satanás (Jn 17, 33), pero le faltaba por vencer al último de sus enemigos: La Muerte. Cristo es el vencedor de la Muerte. El que murió, ha “Resucitado” (Hech 2, 24). Ha roto las cadenas de la muerte y vive para siempre. La resurrección es el sello del Padre a todo lo que Jesús dijo e hizo, a lo largo de su vida terrena. Ha resucitado para darnos vida eterna, vida en abundancia, para hacernos hijos de Dios mediante la donación de su Espíritu.

 

Y ¿ahora qué? ¿Qué podemos hacer para tener vida eterna? La respuesta está a tu alcance: Creer. Creer en qué o en quién? Creer que Dios te ama, te perdona, te salva y te da el don de su Espíritu. Creer que Cristo es el Hijo de Dios (Jn 6, 39) que se entregó y murió para perdón de nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación (crf Rom 4, 25). Cristo al abrazar su pasión y su muerte nos entregó su amor, su vida, se entregó a sí mismo por mí (Gál 2, 20) “Se entregó por nosotros” (Ef 5, 2) y por su Iglesia (Ef 5, 25). Con todo derecho Jesús pide a sus discípulos: “Permanezcan en mi Amor” (Jn 15, 9). Creer en Jesús es confiar en Él, obedecerlo, amarlo, pertenecerle, seguirlo y servirlo. Sólo amando a Jesús podemos tener la certeza de que le pertenecemos.

 

¿Cómo permanecer en el amor de Cristo Jesús? “Permanezcan en mi Amor” Permanecer siendo amados: En comunión con Él, en la escucha de su Palabra, en la contemplación y adoración; dejándolo que nos ame, nos perdone y nos salve por medio de la Liturgia, especialmente en la Penitencia y en la Eucaristía.  “Permanezcan en mi Amor” Permanecer amando: Guardando sus Mandamientos, en la donación, entrega y servicio a la Comunidad fraterna; en la lucha contra el mal para afianzarnos como hijos de Dios; confiando en él, obedeciéndolo y perteneciéndole. Salir de las manos de Dios, equivale a salirse del Amor, bajándose de la cruz. No te bajes de la cruz (cf Gál 5, 24) Lo anterior es posible con la ayuda del Espíritu Santo y con nuestra cooperación. Ayuda que se garantiza por la Unión con Cristo Jesús: “Si permanecen fieles a mi Palabra, conocerán la verdad, y la verdad os hará libres” (cfr Jn 8,32). “Sólo unidos a mí podéis dar fruto, sin mí nada podéis hacer” (Jn 15, 5).

 

La invitación de Jesús. “Vengan a mí los que están cansados y agobiados” (Mt 11, 25). Los discípulos se acercaron a Él para escuchar sus Palabras (Mt 5, 3) y dejarse enseñar por Él. En la Obediencia a su enseñanza reman mar adentro y lanzan sus redes a la derecha, la pesca fue grande y milagrosa (Lc 5-1-1). Lo que nos enseña que sólo en la obediencia a la Palabra de Cristo Jesús podremos conocer y apropiarnos de los frutos de la Redención, y poder así, configurarnos con Jesús de Nazareth en la práctica de la justicia, en la misericordia, en la limpieza de corazón y en el trabajo por la paz.

 

Aplicación a nuestra vida. Comenzar el día cada mañana con una oración de acción de gracias al Señor, alabando y bendiciendo su Nombre por el don de la vida… ser agradecidos (Flp 4, 4s). Ofreciendo y consagrando los trabajos del día para que esté nuestra actividad impregnada de Evangelio (Rom 12, 1s). Empezar el día con la firme determinación de seguir a Cristo y vivir de su encuentro en cada circunstancia concreta de nuestra vida para poder ver su rostro en cada hermano (Rom 8, 29). Al final del día hacer un serio examen para saber si las acciones realizadas fueron acordes con los criterios cristianos (2 Cor 5, 17). Terminar el día con una lectura de la Palabra de Dios y con un encuentro con el Señor en la Oración (2 Tim 3,  14- 17).

 

Creo en Ti Señor Jesús, espero en Ti, y te amo Señor Jesús: En ti tengo puesta mi confianza.

 

 

 

 

 

 

 

 

12.- El Camino de la fe: llamados a seguir a Cristo

 

El hombre, un ser en proyección. Todo ser humano es un ser en proyección, su vida está orientada hacia algo, hacia Alguien. A todos nos esperan grandes sorpresas. La invitación es a salir para ir al encuentro de…para crecer en la fe…para llegar a la madurez. La Biblia nos narra la aventura de la fe de un hombre llamado Abram. “Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré” (Génesis 12, 1-3) La fe comienza con Abraham. Dios le invita a salir de su tierra, de su tribu, de su casa para ir a la tierra que El le mostrará. El hombre que no se proyecta, que no sale de sí mismo para ir al encuentro…no se realiza, se queda encerrado en sí mismo, languidece y luego muere. Hablemos por eso del movimiento esencial de la fe: Salir, proyectarse, ir a lo desconocido, abandonarse en las manos de lo desconocido como María. Romper con un pasado de confort, de seguridad, dejar posesiones, amistades, lujos, etc. Dejar atrás un modo de pensar; una manera de sentir, de ver las cosas y de actuar. Dejar atrás todo lo que te amarra... para aceptar la invitación de Dios de ir a lo desconocido.

 

La experiencia de la fe. La fe no revela el destino del viaje. No se sabe lo que va a suceder. No da cartas de recomendación. No existen las garantías que nos va a ir bien. Por esta razón la fe exige confianza en el que llama o en el Aquel que envía. La fe exige largas esperas. Hay realidades que todo creyente debe saber. Mediante la escucha y la respuesta a la Palabra, nos ponemos de pie, salimos fuera,  para iniciar el camino de éxodo, haciendo camino. Todo lo que debo saber es que debo salir, empaque y vamos. Lo primero está en obedecer. Arranca y no te preocupes, motores en marcha. No pidas explicaciones. Por el camino iremos viendo las maravillas del Evangelio. Tampoco pidas cartas de recomendación: La fe es confianza en el Señor que llama. El Evangelio no me garantiza que no voy a tener tropiezos o problemas, lo que se me pide es ponerme en marcha, por el camino se me darán las instrucciones. La fe no hace preguntas: obedece y echa andar. La fe no pide presupuestos, ni firmas. Para el hombre de fe, sólo Dios basta.

 

La fe es muy difícil para el hombre moderno tan acostumbrado a exigir derechos y explicaciones. Busca saberlo todo. Tener todas las seguridades. Exige tener claridad, seguridad, información...gastos pagados, refacciones extras, etc. Quiere saber cuánto le va a producir su inversión... y si no, no invierte,  no se arriesga. No así para Abraham, el padre de la fe. ¿Qué se lleva? Una mujer vieja, un burro y un sirviente. Pero además en su corazón lleva la seguridad y la firmeza que le da su fe en una promesa: "Te haré padre de una gran descendencia"

La vocación de Abraham (Gn 12, 1-3) Abraham, el amigo de Dios, fue aprendiendo, que Dios no da las cosas hechas, sino que las va realizando por el camino, en la medida de la disponibilidad de aquellos a los que gozosa y gratuitamente invita a participar en la aventura de la fe. Qué manera tan única y genuina de tratar Dios a sus amigos. Abraham se vio llamado muchas veces... pero... también fue probado muchas veces. Cada momento, cada día, cada hora, cada situación tenía su propia prueba, tenía su propio desafío. Enfrentarse a la vida, responder a las exigencias que la vida cristiana nos presenta, sufrir o padecer la acción del Espíritu es un acto de fe

 

La Vocación de David. (16, 1- 13) "Dios le dijo a Samuel: " Ungirás a aquel que yo te diga". ¿Qué vemos? Datos incompletos, peligros, desafíos. Samuel llega a la casa y se encuentra con un chorro de jóvenes y para colmo aquel a quien Dios ha elegido ni siquiera se encuentra en  la casa. El profeta hizo lo que pudo, hasta equivocarse siete veces,... pero también estuvo atento a nuevas instrucciones. En su interior escuchaba una advertencia: "Ese no es". Una y otra vez, escucha el aviso, hasta que finalmente escucha la voz interior que le dice: "Ese sí es", úngelo y entonces tú misión se verá cumplida. La voz interior es la vocación, la voz de Dios.

 

La Vocación Pablo de Tarso. (Hechos 9, 1ss) Camino de Damasco recibe instrucciones: Levántate, ve y te enseñaran lo que debes hacer. Por lo pronto tú no lo sabes, estás ciego. A su tiempo se te revelará. Por lo pronto: "Levántate, ve y se te dirá". Esa es la esencia de la fe. Esto me anima a decir que la vocación es una experiencia de fe: Una orden de Dios recibida en el corazón. Dios está empeñado en cumplir su promesa: "Yo te bendeciré". "yo te haré participe de mis dones, de mis frutos, de mi vida, etc.” Amemos la vocación. Amemos la fe: salgamos a la aventura de un futuro desconocido, con la disponibilidad de dejarlo todo. Digamos con san Pablo: “Soy apóstol de Jesucristo por voluntad del Padre” "Estoy seguro que el Señor me ha llamado". "Y yo sé en quien he puesto mi confianza".

 

Aspectos que hacen perder la fe. A) Querer caminar sin haber hecho una opción por Cristo. La opción por Cristo es posterior al encuentro con él en la fe: aceptarlo como mi salvador personal y rendirse a su voluntad haciendo de su Evangelio la norma de la vida. Es una opción que puede renovarse muchas veces, las que sean necesarias, ya que somos peregrinos y fácilmente perdemos de vista a Jesús. Lo que sigue es fácil de verlo en nuestra vida y en la vida de los demás: “Hundirse en el lodo” como Jeremías o como muchos que hoy vemos en las calles dando lástima. Es fácil descubrir el vacío de Cristo en nosotros y en los demás, se nota. Cuando comenzamos a querer llenar el vacío de insatisfacción con caprichos, gustos, sexo, licor, altarcitos, pendejaditas, etc. Más tarde o más temprano aparecerá el vacío existencial. No olvidemos que lo esencial del cristianismo, de la vocación y de la vida se llama Jesús. Lo demás es añadidura. ¿Dónde está la novedad de Jesús? No en sus palabras, no en sus milagros, está en su ser. No se entiende un cristianismo sin Jesús. Cristianos sólo hay uno, se llama, Jesús. Llénate de su presencia, de su amor, de su vida, de su verdad y verás que lo demás es paja, que tan solo sirve para encender el fuego.

 

Si cristianos sólo hay Uno, y ¿nosotros qué?  Somos cristianos por aproximación, por participación, por comunicación. Soy cristiano en la medida que vivo en Jesús, con Jesús y por Jesús. Soy cristiano por mi proyección de vida, por mi opción y mi compromiso por Jesús. Cristiano es el que se deja conducir por el Espíritu Santo y deja llenar su corazón de amor para compartir el “pan con alegría” El mundo dice que el cristianismo está en crisis. Mentira, el cristianismo nunca ha estado en crisis, quienes hemos estado en crisis somos nosotros los cristianos cuando queremos vivir sin Jesús. Podemos ser cristianos de misa diaria aquí en el seminario, de algunas devociones piadosas, algo estudiosos, pero la verdad es que mientras no hagamos una opción seria y radical por Jesús, seremos hierba fácil de sacudir, hombres fáciles de manipular, seres engañados, pero a veces también nos podemos convertir en engañadores y manipuladores del pueblo de Dios.

 

B) la deficiente estructura espiritual (Ef. 3, 15) "Qué el Espíritu Santo fortalezca en ustedes el hombre interior". Cuando existe la no preocupación por adquirir una fortaleza interior capaz de resistir los vientos, las tempestades y nortes que son muchos y fuertes, fácilmente se cae en la mediocridad, la tibieza o en cualquier modalidad de pecado. La estructura interior podemos equipararla a una estructura material. Pensemos que sería de este edificio si no tuviera buenos cimientos o tuviera deficiencias en las columnas o en las trabes. Todo se vendría abajo. Lo mismo puede suceder con nuestra vocación sí no le ponemos atención a lo que se llama la estructura espiritual. Esta es la mezcla de elementos estables que no dejan caer el edificio. ¿Cuáles son esos elementos? No son los actos de piedad, esos nos engañan. No son las devociones ni los altarcitos, estos también nos engañan, no son los carismas del canto o de la guitarra, eso puede ser pura bulla. Para comprender lo que sí es, hemos de responder a estas preguntas:

¿Cómo es mi espiritualidad? Mi manera de vivir la vida en Cristo. La manera de vivir el llamado a la santidad como hombre o mujer, casado soltero. ¿Cómo es mi vida sacramental? Confesión, Eucaristía, Matrimonio. ¿Cómo es mi vida de oración, personal y comunitaria? Cuidado con los extremismos: vida de oración sin acción es iluminismo, como también obras sin oración puede llegar a ser puro activismo, puede llevar a la ideología. ¿Cómo es mi vida de reflexión y vivencia de la Palabra? Para ponerla en práctica y revestirnos de vida y de amor a la cruz. Vida de conversión, de servicio o de caridad al prójimo. ¿Cómo es mi vida familiar, mis relaciones familiares y sociales?

C) La pérdida de identidad. ¿Voy perdiendo mi ser, mi hacer y mi opción primera? No hay coordinación en mi vida y en mi actuar: no soy el que debo ser y no hago lo que debo hacer. Recuerda lo que dice el libro del Eclesiastés: “hay un momento para cada cosa”. ¿Cómo me presento? ¿Qué es una crisis de identidad? Es no saber para donde voy. Es confundir las causas con los efectos. ¿Cómo se nota? ¿Cuáles son  los síntomas de una persona alborotada? Son varios, trataré de enumerar algunos de ellos:

Cumplir porque toca, de mal modo, para quedar bien. Eso es fariseísmo, rigorismo, legalismo, perfeccionismo. Dedicarse a labores diferentes a su estado de vida. Casados que quieren vivir como solteros eso es des- adaptación. Es un inadecuado estilo de vida. La pérdida de convicciones. Decir una cosa y hacer otra. Esto es desintegración, divorcio entre fe y vida. Equivocadas motivaciones para vivir en las apariencias. Gastando lo que no se tiene, comprando lo que no se necesita, haciendo fiestas con dinero prestado para buscar fama y prestigio. La ausencia de un espíritu sacrificado, libre y creativo para amar y para servir.

 

Yo no puedo hacer lo que la gente hace, no por miedo, sino por amor al Señor, por amor a mi vocación, por amor a la Iglesia. Necesito mortificar mis gustos, mis instintos mis caprichitos. No puedo ser esclavo de la moda, del alcohol, del sexo; tengo que decir adiós a una vida mundana, pagana y pecaminosa. La opción por Cristo en cambio, se expresa con actitudes concretas: Mi vida, mi entrega, mi servicio son para el Señor y lo que hago, con alegría y por amor. La opción por Cristo me va ayudando a encarnar mi nueva identidad, me da madurez. En mí hay gérmenes de vida nueva, llamada vocación. Sé fiel responde al llamado.

 

 

 

13.- Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.

Iluminación: Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” (Jn 3, 16).

Introducción: “En cierta ocasión, estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían.” (Mc 2, 15)

Jesús, el Amigo que nunca falla, fiel y solidario. Para Jesús, amigo significa amado y amiga significa amada. En Jesús el Amor es Amistad. Jesús enseño con parábolas, pero su vida misma es una parábola: Se sentó a la mesa con pecadores y publicanos para enseñarlos que también ellos son invitados a la Mesa con el Padre celestial. Se hace amigos suyos, para luego ayudarles hacerse amigos de su Padre, muy amado. Se hizo hombre para levantar a los caídos a la dignidad de hijos de Dios; para hacer de los que eran enemigos de Dios, una Familia de hermanos y amigos. “Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. Por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu. Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios” (Ef 2, 17- 19).

El amor puede ser unidimensional, de un solo lado. Así, podemos decir que Dios nos ama, aún a pesar de que nosotros no lo amemos. Podemos amar a una persona aunque, ella,  no nos ame. En cambio en la amistad hace falta la reciprocidad, somos amigos si nos amamos mutuamente. El amor de amistad exige un mínimo de justicia: reconocimiento personal mutuo, aceptación mutua, respeto incondicional mutua y el perdonarse mutuamente. El amigo verdadero se preocupa de sus amigos, se hace responsable de los suyos y tiene siempre la disponibilidad de servir a los que ama y considera sus amigos.

¿Qué hace Jesús para hacernos sus amigos? Lo primero es creer en él, obedecerlo, amarlo y seguirlo. Nos llama a entrar en comunión con él y con todos los miembros de su Cuerpo. El profeta Oseas nos dice la importancia de la escucha y obediencia de su Palabra: “Por eso voy a seducirla: voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón. Te haré mi esposa para siempre; te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en compasión;  te desposaré en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé. (Os 2, 16. 21- 22) San Pablo lo confirma la Alianza de Cristo: “Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. Por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu. Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios.” Ef 2, 17- 19) Para atraerlos hacia él, “les da su Palabra, perdona sus pecados y les da Espíritu Santo”. A la luz de  la Historia de salvación, nos libera, nos reconcilia, nos transforma y nos promueve, tal como, lo dice la Escritura de Cristo resucitado: “Entonces se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.” (Jn 20, 19- 23) Así lo había dicho en la oración sacerdotal: “Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y mi gloria se ha manifestado en ellos.” (Jn 17, 9- 10)

La amistad verdadera es promotora de personas. Hace bastantes años, cuando yo no aún no conocía la Palabra de Dios, fui testigo de un encuentro entre dos amigos que eran del estado de Guerrero, México. Estaba en Tijuana queriendo pasar de manera ilegal para los Estados Unidos, ahí conocí a uno de ellos, y le pregunté que como le iba hacer para pasar la frontera. Me dijo, mi amigo que vive en los Angeles de California, me mandó mil dólares, la mitad se la dejé a mi esposa y con la otra mitad me puse en camino. El viernes vendrá por mí, así me lo ha prometido. Fui testigo de su encuentro, había alegría y confianza. Escuché las palabras del que llegó: “Ya tienes trabajo para el lunes, trabajarás conmigo en la construcción, vivirás en mi casa con mi familia; luego traeremos a tu familia; para que tengas todo lo que yo tengo, carro y casa y te ayudaré a tener papales de residencia. Mi deseo es que vivas bien y que tengas lo que yo tenga o más”. Lo único que pude pensar fue algo que se vino a mi mente: “De esos amigos quisiera ser yo.” Amigo solidario y servicial, capaz de preocuparse, responsabilizarse y compartir lo suyo con sus amigos. Es lo que Jesús nos dice: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.” (Jn 15, 13)

¿Qué pide Jesús a sus amigos? “Los promueve dando su vida por ellos: No me habéis elegido vosotros a mí; más bien os he elegido yo a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto sea duradero; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre él os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.” (Jn 17, 16- 17) La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.  Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor.  Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.” (Jn 15, 8- 10) Permanezcan en mi amor. “déjense lavar los pies, para que luego ustedes laven los pies a los demás (cf Jn 13, 13) Guarden mis Mandamientos y síganme como discípulos míos para que donde yo esté. También ustedes estén. Sin seguimiento no veremos la gloria de Cristo, no daremos gloria a Dios y no amaremos a nuestros hermanos.

La clave para ser amigos de Jesús. Discípulo es aquel que escucha la Palabra de Cristo y la obedece; acepta pertenecer a Jesús y a los suyos. De manera que entra y vive en comunión con él y con los suyos para hacer con ellos una Comunidad de vida y amor, cimentada en la Amor, la Verdad y la Vida (cf Jn 14, 6) Es el modo para entrar a la alianza de amor y amistad, sellada con la sangre de Cristo y hacernos sus hermanos y amigos, y por ende, hijos de Dios. Tres cosas encuentro que brotan de la Alianza con Cristo: Amarlo, Seguirlo y Servirlo. No son tres cosas, son una misma realidad. Permanezco en su amor, sí permanezco en su Cruz, para morir a mi pecado y vivir sirviendo para Dios en favor de todos los hombres, Ese es el amigo de Jesús, el que da la vida por él: “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1, 21) ¿Quién es el que ama a Jesús? “El que tiene mis mandamientos y los lleva a la práctica, ése es el que me ama; y el que me ame será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará; y vendremos a él y haremos morada en él.” Jn 14, 21. 23) Ámame y sígueme para que puedas ser un servidor y amigo mío. ¿Cómo? Guarda mis mandamientos (1 Jn 2, 3) y configúrate conmigo viviendo las “Bienaventuranzas.”  (Mt 5, 3-11)

«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.  Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.  Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.  Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.  Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.  Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.  Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan, y cuando, por mi causa, os acusen en falso de toda clase de males.  Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros. (Mt 5, 3- 12)

Esta es la Carta Magna de Jesús para sus amigos para amar lo que él ama y servir con amor a los otros, como él nos amó primero (cf 1 Jn 4, 10. 19) Recordando las instrucciones de la Madre: «Haced lo que él os diga.» (Jn 2, 5) para que sean sus amigos y sus discípulos: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.”  (Jn 15, 13- 14) Por ese camino seremos también hijos de Dios. No podemos a servir a dos señores. No podemos amar a Jesús, el Señor y amar al mundo. Quién se decida ser amigo de Cristo, Jesús, que rompa la amistad con el mundo y tome la firme determinación de seguir a Cristo y amar a sus hermanos. No nos bajemos de la Cruz de Cristo para no salir de su Amor y caer en el pozo de  la muerte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

14.- VEN Y SÍGUEME DICE JESÚS A LOS QUE LLAMA.

OBJETIVO: Profundizar en el estilo de vida que el Señor Jesús nos propone para tener más claridad en las exigencias del seguimiento y poder responder generosamente a la invitación de ser discípulos misioneros del Evangelio.

Iluminación. Jesús le dijo a otro: Sígueme. Pero él le respondió: Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: deja que los muertos entierren a los muertos; tú ve y anuncia el reino de Dios” (Lc 9, 59-60).

¿Hacia dónde nos lleva Jesús? “¿Maestro bueno que he de hacer para tener vida eterna?” Jesús le respondió: “Vete a vender lo que tienes, dáselo a los pobres, que Dios será tu riqueza; luego, ven y sígueme” (Mc 10, 17.21). El Hijo de Dios se ha hecho por nosotros camino, y ese camino nos lo ha enseñado con sus palabras y con su testimonio de vida. ¿Qué nos pide Jesús? No nos pide poco, tampoco nos pide mucho, Él lo pide todo… todo lo que se tiene, todo lo que se sabe, todo lo que se es… todo ha de estar al servicio del Reino; al servicio de la Evangelización, al servicio de los más pobres: los que no conocen a Dios. Amar y seguir a Jesús significa una misma realidad: Mirar en la misma dirección, tener sus mismos intereses, sus mismas preocupaciones y sus mismas luchas. Nadie puede decir que ama a Jesús si no quiere identificarse con Él, y nadie puede seguir a Jesús sin amarlo.

 

Las condiciones para seguir a Jesús.  “Mientras iban de camino, un hombre le dijo a Jesús: Señor, deseo seguirte a donde quiera que vayas. Jesús le respondió: Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 57). La Verdad que es Jesús, está es el fundamento de todo seguimiento, a la vez que inicio de toda llamada. Jesús no engaña, no seduce con  promesas ilusorias. No hay lugar para la búsqueda de prestigio, de fama, de poder o de seguridades. No se debe buscar el que nos vaya bien como tampoco el quedar bien… hay que darlo todo para la “Gloria de Dios” y para el bien de las almas, hasta llegar al total desprendimiento de sí mismo. La verdad es que Jesús no quiere ser un “parche” de sus amigos, el quiere ser el todo. A Jesús no se le debe seguir por lo que Él da, sino por lo que Él es. “Yo sé porque me siguen” (cfr Jn 6, 26), dice Jesús a sus discípulos.

 

Jesús le dijo a otro: Sígueme. Pero él le respondió: Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: deja que los muertos entierren a los muertos; tú ve y anuncia el reino de Dios” (Lc 9, 59-60). La preocupación por las riquezas nos hace olvidarnos de lo esencial y no poner la mirada en las cosas materiales. “Dejar que los muertos entierren a los muertos”, es lo mismo que dedicarse a pelear herencias, que para un discípulo equivale a perder el tiempo. “Busca primero el reino de Dios y lo demás vendrá por añadidura.” “Otro le dijo: Señor, quiero seguirte, pero, primero déjame ir a despedirme de los de mi casa. Jesús le contestó: el que pone su mano en el arado y sigue mirando atrás, no sirve para el reino de Dios (Lc 9, 62). Las ataduras, los apegos, los lazos familiares y el pasado pueden ser un obstáculo para seguir a Jesús. Son las cebollas y los puerros de Egipto. El peligro de volver a la mediocridad siempre está latente. El hombre viejo que fue destronado, no se da por vencido y quiere recuperar el lugar perdido.

 

La clave del seguimiento. “Luego Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía la encontrará” (Mt 16, 24-25). Muchos son los que buscan la felicidad al margen de Dios. Quieren sentirse bien y recurren a la química, presente hoy en el alcohol, en la droga, en el poder, el placer y la riqueza. Jesús nos invita a seguirlo, pero no de cualquier modo, sino negándose a sí mismo y cargando la cruz, entendiéndose como un camino de realización propuesto por el mismo Jesús. La negación de sí mismo lleva al desprendimiento de las cosas, de gustos, de personas o de las propias ideas o maneras de pensar. Se deja algo, por algo mejor; lo que se deja puede ser malo o puede ser bueno, pero siempre, lo mejor es Cristo. Por Jesús renuncio a la riqueza, a la propia familia, a tener una esposa y unos hijos o a un status de vida. Para seguir a Jesús, identificarme y configurarme con Él.

 

Por lo pronto es necesario. “Simón Pedro le preguntó a Jesús: Señor, ¿A dónde vas?, A donde yo voy, le contestó Jesús, no puedes seguirme ahora; pero me seguirás después. Pedro le dijo: Señor, ¿Por qué no puedo seguirte ahora? ¡Estoy dispuesto a dar mi vida por ti! (Jn 13, 36-37). ¿Por qué Pedro no podía seguir a Jesús en ese momento? En realidad Pedro no sabía lo que hablaba. Era necesario que Jesús fuera solo y puro a la cruz, a la que abrazó hasta el fondo por hacer la voluntad de su Padre y con su muerte gloriosa salvar a la Humanidad, y abrir el camino para que el Espíritu Santo viniera a los discípulos, y entonces también ellos pudieran ir y estar con Jesús. Ese es su deseo: “Donde yo esté, estén también ustedes” (Jn 12, 26). Necesitamos la Gracia de Dios para guardar el Mandamiento Nuevo y para dar la vida por Jesús. Esta Gracia es el “Don del Espíritu Santo”. Las solas fuerzas o los buenos deseos y propósitos no son suficientes para dar la vida por el Maestro. Se necesita el Poder de Dios y nuestras decisiones personales para ir con Jesús a Jerusalén y morir con Él.

 

La meta de Jesús es la meta de los discípulos. “Habiendo llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Jesús no es de la tierra, es de Arriba, vino de junto al Padre y a Él vuelve. Antes de la Ascensión al Cielo Jesús vivió su Pascua: pasó por la Cruz y la Resurrección. Seguir a Jesús es pasar por su Pascua: pasar de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad; es cambiar de paternidad y apropiarse de los frutos de la Redención de Cristo: la Resurrección y el Don del Espíritu, el Perdón y la Paz. De la Pascua de Cristo, brota como de su única fuente la “Nueva Creación”, el hombre nuevo que se ha despojado de su antigua manera de vivir para caminar con Jesús amando y haciendo el bien, dando testimonio del poder de Dios. Jesús, el señor nos confirma todo lo anterior: “Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.” (Jn 12, 26)

 

Don y tarea. La vida espiritual es “don y tarea” y sirve para nutrir, fortalecer y transformarnos en hombres nuevos teniendo a Jesús como Modelo que nos dice: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). ¿Cuál es la obra del Padre? Mostrar al mundo el rostro de bondad, de misericordia, de perdón y de amor. Jesús nos revela el rostro de Dios y a la vez el rostro del hombre. Él es lo que nosotros estamos llamados a ser: Hijo de Dios y servidor de los hombres. La tarea para esta vida es “reproducir la imagen de Jesús” (Rom 8, 29). “Él es la Imagen del Padre” (Col 1, 15). Nosotros estamos llamados a ser “imagen del Hijo”, es decir, “ser hijos en el Hijo”. La clave para lograrlo es el “seguimiento”, sin el cual no habrá identificación entre Maestro y Discípulo; sin seguimiento no hay santidad, y sin santidad, nadie verá al Señor. El hambre de Dios es manifiesta el deseo de hacer  “la voluntad de Dios la delicia de nuestra vida”. Abrazar la voluntad de Dios es el alimento espiritual que nos hace tener hambre y sed de Él, nos pide dejar de comer el alimento que entra por los sentidos y que robustece al hombre viejo la vida espiritual nos pide dejar el alimento chatarra y alimentarnos con la Palabra de Dios, la Eucaristía, la Oración y la buenas Obras. Para crecer hay que disminuir (Jn 3, 30).

 

Un evangelio sin componendas. Toma tu parte en los sufrimientos como un buen soldado de Cristo Jesús. Ningún soldado en servicio activo se enreda en los asuntos de la vida civil, porque tiene que agradar a su superior (2Tim 2, 4). El trabajo del soldado es defender la patria. Para los soldados de Cristo es defender los intereses del Reino: La fe, la esperanza y la caridad. Defender la dignidad de la persona y de la familia. El sufrimiento que pueda venir, es propio del oficio y ha de verse como un regalo de Dios (Fil 1, 29). El sufrir por Cristo tiene un sentido oblativo, encuentra su fuerza en el amor a Aquel que nos amó hasta el extremo y que ahora invita a los suyos a reinar con Él. Es un verdadero servicio a la causa del Reino. Es el modo propio para dar vida a la familia, a los hombres, al prójimo.

 

De la misma manera el deportista no puede recibir el premio, si  no lucha de acuerdo con las reglas (2Tim 2, 5). No hay medias tintas. No hay lugar para la mediocridad ni para la tibieza. Jugar limpio es ser fieles al Evangelio de Jesús que supera todo conocimiento. No podemos mezclar la vida mundana con el estilo de vida que Jesús propone a los suyos. La mezcla resultaría en tibieza, enfermedad espiritual y mortal que nos excluye de la Salud y nos priva de la gloria de Dios (cfr Rom 4, 23). ¿Cuáles son las reglas? Podemos hablar de tres: “un corazón limpio, una fe sincera y una conciencia recta” (2Tim 1, 5). El corazón limpio es el que se ha lavado en la “Sangre del Cordero”, no busca sus propios intereses. La fe sincera es la confianza en Dios y la obediencia incondicional a su Palabra. La conciencia recta todo lo hace para la mayor gloria de Dios y para el bien de las almas. En pocas palabras, la caridad de Cristo es el “alma de todo apostolado”.

 

El que trabaja en el campo tiene el derecho a ser el primero en recibir su parte de la cosecha (2Tim 2, 6). El primero en creer; el primero en vivir y el primero en anunciar lo que cree y lo que ha vivido. No podemos decir a los demás que amen a Jesús si nosotros no lo amamos primero. No podemos ser testigos falsos o predicadores vacíos por eso el señor nos  pide fidelidad a sus Mandamientos y cultivar una recta conciencia para buscar siempre y en toda circunstancia la Gloria de Dios. Buscar la propia gloria es equivocarse de camino, es errar en el blanco.

 

El camino de la pascua. “Si hemos muerto con Él, también viviremos con Él; si sufrimos con valor, tendremos parte en su reino; si le negamos, también Él nos negará; si no somos fieles, Él sigue siendo fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2Tim 11 - 13). Morir con Jesús para vivir con Él. Sufrir con Jesús para reinar con Él, y dar testimonio de su grandeza entre los hombres, es el camino que nos lleva a la Paz. Creo con firmeza y estoy convencido que éste es el estilo de vida que Jesús propone a los suyos, a los que creen en su Nombre a los que lo aman.

 

La fe cristiana será siempre una fe pascual. Por ella pasamos de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, del pecado a la gracia. Muerte y Resurrección son para los cristianos dos momentos de un mismo acontecimiento. Realidad que se manifiesta en el seguimiento, camino de discipulado, y que un día, el día del Señor, al ser enviados seremos apóstoles, pero, sin dejar de ser discípulos, para nunca de dejar de aprender del único Maestro, Jesucristo de Nazareth. El Hombre humilde y manso de corazón que invita a sus discípulos a seguirlo, a estar con Él… para poder darle vida al mundo, como ministros de la Nueva Alianza sellada con la Muerte y Resurrección de Cristo Jesús.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

15.- Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir

 

OBJETIVO: Mostrar que Dios en su pedagogía no impone ni violenta a nadie, para que seamos capaces de dar una respuesta libre y consciente a la Gracia que nos ofrece.

Iluminación. “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; fuiste más fuerte que yo y me venciste” (Jer 20,7). “Yo te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerás a Yahveh” (Os 2, 21-22).

La irrupción de Dios en nuestras vidas. Nuestro Dios es el Dios que nos cambia los planes;  cambia nuestros proyectos por otros mucho mejores. El proyecto que Dios tiene para cada ser humano en nada se compara con los nuestros. El hombre al natural, no sólo no conoce el Designio de Dios, sino que además es refractario a la gracia del Señor. Él para cambiar nuestra manera de pensar, para sacarnos del pecado y de nuestras idolatrías irrumpe en nuestras vidas y nos ilumina con la luz de la verdad: “Nos atrae con cuerdas de ternura, con lazos de misericordia” (Os 11, 5). Nos hace probar de su bondad, de su ternura, de lo bueno que es, para seducirnos, respetando siempre nuestra voluntad. Usando las palabras de San Lucas: “Busca a la oveja perdida, y la busca, hasta encontrarla” (Lc 15, 4).

 

“Por eso Yo voy a seducirla: la llevaré al desierto y le hablaré al corazón, luego le devolveré sus viñas, y convertiré el valle del Akor en puerta de esperanza para ella. Allí me responderá como en su juventud, como el día en que salió de Egipto” (cfr Os 2, 16). El desierto es el lugar de la victoria de Dios, el lugar donde Dios cambia nuestros planes y el hombre acepta la voluntad de Dios para su vida. El valle del Akor es el basurero, la pecaminosidad de la esposa infiel (Israel, nosotros). El corazón es el lugar del conocimiento, de la ternura y la misericordia; en el corazón se toma conciencia del llamado de Dios y allí se le responde con generosidad.  “Dios te ama así como eres, pero por la vida que llevas no puedes experimentar su amor”. Una doble verdad: Dios te ama, pero el pecado te priva de la gloria de Dios. Cuando Dios irrumpe en nuestras vidas nos dice que andamos equivocados y nos invita a volver al  camino que nos lleva a la Casa del Padre.

 

¿Cómo nos seduce Dios a nosotros pecadores? Nos llama a su presencia, nos deja experimentar su amor, su perdón, lo bueno que es Él. “Yo te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerás a Yahveh” (Os 2, 21-22). Dios se acerca a su Pueblo como Buen Pastor, como Novio para desposarse con la Novia. Lleva en sus manos la “dote”, sus dones, para embellecer a la Novia y engalanarla con sus dones. El primero de estos es la “la justicia y el derecho”, que en semilla es el “don de su Palabra”. Palabra que es luz para nuestros pasos, lámpara en nuestro camino. Luz que ilumina nuestras tinieblas y nos hace reconocer nuestros pecados, cultiva en nuestro corazón el arrepentimiento y el deseo de volver a la casa paterna. El segundo de sus dones es “el amor y la misericordia”, es decir, el perdón  y la paz. El tercero de sus dones es “la fidelidad”. Dios es Fiel y nos da de lo suyo para que también nosotros seamos fieles a su Amor. De la suma de estos tres regalos brotan como de su fuente, el conocimiento de Dios que llena el corazón del hombre seducido por el Amor.

 

El Profeta: hombre en el que Dios ha actuado. La experiencia de haber sido seducido me hace decir: Dios me ama; Dios me perdona y me salva; Dios me da el don de su Espíritu Santo. Ahora llevo en mi corazón una doble certeza: La certeza de que Dios me ama y la certeza de que yo también lo amo. Dos amores que se donan mutuamente el uno al otro para hacer alianza de vida, y para toda la vida. La experiencia de Dios abre los ojos, ilumina la mirada para que se conozca la realidad. El profeta Isaías dijo: “Soy un hombre de labios impuros y habito en medio de un pueblo de labios impuros”. El Ángel del Señor purificó sus labios, sus pecados fueron perdonados y su culpa retirada. Entonces escuchó la voz del Señor que le decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de nuestra parte?

 

El Profeta respondió: “Heme aquí, envíame a mí” (Is 6, 5ss). Es la respuesta generosa del hombre que ha sido seducido por el Señor y que ha visto la realidad en la que vive su pueblo: familias des-unidas, jóvenes que se pierden en los vicios, explotación y opresión del hombre por el hombre, ancianos abandonados, madres solteras, niños de la calle, iglesias llenas de gente, pero, sin compromiso y sin conocimiento de Dios. “Mi pueblo no me conoce, mi pueblo no me ama, mi pueblo no me es fiel” (Os 4, 1).

La libertad afectiva. La doble certeza es libertad afectiva, es virtud para hacer la opción por Jesús, es fruto del desierto. En diálogo amoroso el Señor nos abre la mente, nos explica las Escrituras, nos pregunta y nos responde: “Yo sé porque me siguen” “Les he dado de comer hasta saciarse” (Jn 6, 26). “Si ustedes quieren también pueden irse” (Jn 6, 67). Como si les dijera: “Y si les niego lo que me piden, también ustedes van a dejarme”. ¿A dónde iríamos? Responde Pedro. Nosotros hemos probado lo bueno que es el Señor. ¿Volver a lo de antes: a la casa de la suegra, a la sinagoga, a las redes  y a las barcas envejecidas? “Sólo tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68), “Tú eres el Cristo de Dios” (v. 69), Nosotros, ¿a dónde iríamos? ¿Volver a la vida sin sentido, vivir en las apariencias,  días y noches de trabajo para llenar los vacíos del corazón? La respuesta es personal. Yo  decido seguirte, aceptando todo lo que eso implica: romper la amistad con el mundo, dejar de servir a los ídolos, cambiar la manera de pensar para seguir las huellas de Jesús y servir al Dios vivo y verdadero (1Tes 1, 9). Esta opción sólo puede hacerse cuando hemos conocido lo bueno que es el Señor, cuando se ha escrito en el corazón la “Doble certeza”: Dios me ama y yo también lo amo.

 

La experiencia personal. Dios cambió mis planes de vida. Yo quería casarme, tener una esposa, unos hijos y mis bienes materiales, y como esposo y padre servirle al Señor. Pero Él  tenía otros  planes para mí, hoy, puedo decir con Isaías: “mis caminos no son sus caminos; mis pensamientos no son sus pensamientos” (Is 55, 9); Mis planes eran tener una familia y unos bienes materiales para vivir con dignidad: yo quería casarme, pero el Señor me seducía para que un día yo aceptara ser su mensajero, su apóstol, su sacerdote. Me tomó de la mano y me conducía hacia un destino glorioso: me ha llevado de obra en obra, de triunfo en triunfo. Él amorosamente cultivaba mi corazón para que le diera una respuesta generosa en la fe. Una de estas experiencias la viví el día 14 de febrero, “día del amor y de la amistad”.

 

Tres meses tenía yo conociendo a Jesús, viviendo una verdadera luna de miel con Él, a pesar de que no entendía muchas cosas. Lo que sí tenía yo bien claro es que en muchas cosas estaba cambiando, que la angustia y el vacío existencial habían desaparecido, que tenía un gozo distinto al que dan los sentidos, era el “gozo” del Señor; le estaba encontrando el sentido a mi vida, había vuelto a la casa del Padre. Había tentaciones o seducciones pero la bondad del Señor se manifestaba diciendo: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (2Cor 12, 9). Ese día 14, un amigo me insistió a que saliéramos a divertirnos a un centro nocturno muy conocido por los dos. Su insistencia me “sedujo”. He llegado a pensar que lo que me esperaba fue similar a la tercera tentación del Señor: “Todos los reinos de la tierra te doy si te postras y me adoras…” (Mt 4, 9). Al llegar  el mesero me recibió y con la mejor sonrisa me dijo: “Ya llegó el que andaba ausente”. Me sirvió una gran copa del mejor coñac, diciéndome: “La casa paga”. Se me acerca una de las meseras y me ofreció conseguirme una mesa, cuando había tanta gente que no había donde poner una aguja en aquel lugar, vinieron otros conocidos y llenos de euforia me saludaron y me madereaban, las antiguas amigas me mandaban hablar. Todo eso en otros tiempos me hubieran hecho sentirme importante, hoy, tenía control de mis emociones, de mi mismo, había una nueva presencia en mi vida.

Buscando un lugar solitario me retiré de la barra y del área del baile, hacia el restaurant, que estaba vacío, me paré junto a una chimenea, y le di un sorbo a mi copa de coñac, y observando a la gente me dije a mi mismo: “así andaba yo antes”. Viviendo en las apariencias, buscando razones para sentirme bien; quedando bien con los demás, pagando sus bebidas, buscaba tener su amistad, o ser tenido en cuenta; casi sin darme cuenta estaba ya en diálogo con el Señor. Una ola de agradecimiento llenó mi alma y dije: Gracias, Jesús porque me amas. Gracias, porque ahora no tengo que hacer esas cosas para sentirme bien, Gracias por los cambios que he visto en mi vida. El Señor estaba conmigo, sentí que desde lo profundo me llamaba a un compromiso, a una entrega, a una consagración. Reconozco que tal vez no entendía muchas cosas, pero desde mi corazón y con conciencia le dije: “Señor te prometo nunca más venir a un centro nocturno”… algo o alguien en mi interior me hacía sentir que no era suficiente… faltaba algo, y entonces dije: “Señor te prometo no volver a beber bebidas alcohólicas en mi vida”. Eran momentos de paz profunda, de lucidez, de control y dominio de sí mismo. En otro momento de seducción, tres meses antes, le había prometido no volver a fumar ni cigarros, ni marihuana, había sido otro encuentro entre la Gracia y mi libertad. Llegó mi amigo y me dice: te hablan las amigas, mi respuesta fue fruto de mi opción por Jesús: vamos a casa. Para mis adentro me dije: este no es un lugar para mí. Después comprendería, mi lugar estaba en la comunidad, en la Iglesia de Jesús a la cual me llamaba a servir. Mi lugar estaba en las manos de Jesús.

Por otro lado, sabía que el sacerdote en la parroquia había puesto a la gente a orar para que yo volviera al seminario, lo que no me gustó, mis planes eran otros. Sólo que en el diálogo generoso que sostenía a diario con el Señor comprendí que me estaba llamando, quería cambiar mis planes y lo logró, me sedujo y le dije con el profeta: “heme aquí”. Si tú Señor, así lo quieres, hágase en mí tu voluntad, Creo que fue la primera vez que recé aceptando en mi vida la voluntad de Dios; me había seducido, me ganó la pelea, la victoria era suya. “Aquí estoy Señor, te pertenezco”. Un extraño temor me invadía: no soy digno, no estoy preparado, no voy a poder, mi vida pasada será un impedimento.

Dios es el Dios que cambia los planes a los hombres, lo hizo con María y con José, y lo ha hecho después con miles y miles de hombres y mujeres que se han decidido seguir a Jesús a lo largo de más de veinte siglos en la historia de la Iglesia. Seguir a Jesús, ¿Para qué? Para conocerlo, amarlo y servirlo. Pablo en la carta a los Romanos nos dice: “Os exhorto hermanos, por la misericordia de Dios a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostias vivas, santas, y agradables a Dios, ese será vuestro culto espiritual” (Rom 12, 1). Sin consagración, sin entrega y sin sacrificio no hay culto a Dios. Por eso también nos dice: “No viváis según los criterios de este mundo, sino mas bien renovaos en vuestra manera de pensar, por la acción del Espíritu, para que podáis conocer la voluntad de Dios, lo bueno, lo justo y lo perfecto” (Rom 12, 2s). Mis muchas debilidades me han enseñado que dejarse renovar en la mente, significa “tomar la firme decisión de seguir a Cristo”, rompiendo  a la vez la amistad con el mundo y abandonando el dominio de la carne mediante el cultivo de una voluntad firme, férrea y fuerte para hacer el bien, para amar, para hacer la voluntad de Dios que quiere nuestra santificación.

El proyecto de Jesús. “He tomado la firme determinación de subir a Jerusalén”. ¿A qué va a la ciudad santa? A graduarse para el servicio; para ser el Siervo doliente y sufriente de Yahveh. ¿Qué va a suceder en Jerusalén? Los tres anuncios de la pasión nos dicen: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los escribas, de los sumos sacerdotes y de los fariseos; para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; va ser condenado a muerte y a resucitar al tercer día” (cfr Mt 16, 21ss). Jesús sabe que para entrar en su gloria ha de pasar por la pasión, el dolor, el sufrimiento y la muerte, para darle “Vida a los hombres”.

 

La pretensión de Pedro. Pedro, era hijo de una cultura muy religiosa. El pueblo esperaba un Mesías que pondría fin a todas las opresiones y explotaciones por parte de las potencias extranjeras. Sólo que el pueblo tenía una falsa interpretación del Mesías; esperaban un Mesías triunfalista, político, rico y poderoso, que liberara a Israel y lo hiciera un pueblo rico y poderoso que pudiera dominar el mundo. Mientras Jesús les hablaba de padecer, de sufrir, de morir y resucitar, ellos no lo entendían por que en su mente había deseos de grandeza, de ocupar los primeros lugares, de ser famosos. Por esta razón cuando Jesús les expone su proyecto de vida, no sólo no lo entienden, sino que se alteran y se inquietan, le dice Pedro a Jesús tomándolo aparte: “No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede suceder a ti”. Nosotros sabemos que el Mesías será un rey eterno, y tú nos hablas de sufrimiento y de muerte. Nunca. Pedro pretendió cambiar los planes de Jesús. Quería un Mesías a su manera. El Señor le respondió: “Apártate de mí Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres” (Mt 16, 23). Apártate de mí o quítate de mi vista es otra manera de decir: ponte de tras de mí y, no me estorbes, sino sígueme.

 

El llamado de Jesús a sus discípulos. “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga”, Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a uno ganar El mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? (Mt 16, 24-26). El llamado de Jesús es a subir con Él a Jerusalén, allá será la graduación. Él y sus discípulos se graduarán para el servicio, para ser servidores de la vida, de la verdad y del amor. Primero Él y después ellos. Las condiciones son: no buscar la salvación al margen de Jesús, en el poder, en el placer o en las riquezas. No buscar la salvación en uno mismo o en los demás, sino en la acogida y en la apertura de la voluntad de Dios manifestada en Jesús. Seguir a Jesús equivale a identificarse con Él, dejarse transformar por la acción del Espíritu para ser uno con Jesús. Seguir a Jesús, es mirar en la misma dirección que Él mira, para llegar a tener sus sentimientos, sus pensamientos, sus luchas, sus intereses y sus mismas preocupaciones. “Heme aquí, Señor”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

16.     Jesús, Maestro, nos invita a estar con él

 

Tomar la cruz cada día para vivir como Jesús vivió: en la obediencia a su Padre, en la entrega y la donación a los pobres y a los pecadores. “Los amó hasta el extremo, hasta dar su vida por ellos en la vergonzosa muerte de cruz. No basta con negarse a sí mismo, los seguidores de Jesús hemos de tener la triple disponibilidad para hacer en cada circunstancia de la vida la disponibilidad para hacer la voluntad de Dios. La disponibilidad para salir de sí mismo e ir al encuentro de un hermano concreto para iluminarlo con la luz del Evangelio. Por último tener la disponibilidad de dar la vida por realizar los otros dos objetivos: hacer la voluntad de Dios y ayudar al prójimo. Para el seguidor fiel de Jesús, la cruz, es también ser rechazado, despreciado y burlado; ser relegado o ser tenido por loco. Pero el discípulo se consuela con las palabras de su Maestro:

“No es más el discípulo que su Maestro; ni es más el siervo que su Señor, si a ustedes los persiguen, sepan que a mí me lo hicieron primero” (cfr Jn 13, 16; Mt 10, 24). “Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha, y quien a vosotros rechaza a mi me rechaza, y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado” (Lc 10, 16). La suerte del Maestro es la suerte del discípulo; el destino de Jesús es el mismo destino de sus discípulos, la misión del Señor es la misma misión de los suyos. Él nos comparte de lo suyo, nos trata como sus verdaderos amigos.

“Mirad os he dado el poder de pisar serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño” (Lc 10, 19). Las serpientes y los escorpiones son nuestros propios pecados y los pecados de los demás. Con poder de Jesús podremos vencer nuestras concupiscencias de la carne, vencer al mundo y vencer al Maligno. El poder de Jesús brota de la “Cruz”, de aceptar la voluntad de Dios para nuestra vida.

“Mirad que Yo os envío como ovejas en medio de lobos: Sed, pues prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas” (Mt 10, 16). Es una invitación amorosa de Jesús a vivir como discípulos suyos en medio del mundo, sin dejar de ser lo que somos: Discípulos, amigos de Jesús, pastores de la comunidad, sacerdotes de Cristo al servicio de la Iglesia, la prudencia es la virtud que nos hará mantenernos en el camino, con los ojos abiertos y con el corazón palpitante.

En la escuela de Jesús se aprende de las propias debilidades y de las de los demás, pero el Maestro es siempre Él. Cada una de sus enseñanzas nos hace inteligentes, y cuando se ponen en práctica nos dejan sabiduría, fortalecen nuestra voluntad y nos revisten de nueva humanidad. Por eso Santiago nos pone de sobre aviso: “No se contenten con ser oyentes, hay que ser practicantes” (cfr St 1, 22). Con ese mismo sentido Jesús había dicho: “Dichosos los que escuchan mi Palabra y la cumplen” (Lc 8, 21). Hay alegría cuando los discípulos escuchamos la Palabras del Maestro, pero esa alegría es mucho mayor, cuando se hace lo que Él dice, cuando se ponen en práctica sus palabras.

Oración. Señor Jesús, creo en Ti, Tú has venido a mi vida y yo te he acogido, aún a pesar de mis muchas debilidades. Por ello te pido mi Señor que me guíes por el Camino de la vida, haciendo tu voluntad y sirviendo a mis hermanos. Por lo que Tú hagas conmigo, yo te doy gracias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

17.- HAZ ESO Y VIVIRÁS.

Objetivo. Señalar el camino que nos propone el Señor en el Evangelio para alcanzar la salvación: guardar los Mandamientos y seguir su Camino de amor y servicio en favor de los demás, para poder alcanzar la perfección cristiana.

 Iluminación: Se te ha hecho saber, hombre, lo que es bueno, lo que Yahvé quiere de ti: tan sólo respetar el derecho, amar la lealtad y proceder humildemente con tu Dios” (Miq 6, 8).

1.     El relato bíblico.

Se levantó un doctor de la Ley y dijo para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿Qué debo hacer para conseguir en herencia la vida eterna?”. Él le dijo: “¿Qué está escrito en la ley?¿Como lees?”. Respondió: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Díjole entonces: “bien has respondido. Haz eso y vivirás.

Un doctor de la Ley, pertenece a la clase aristócrata intelectual. Eran los intérpretes de la Toráh. Algunos pertenecían al Sanedrín y a los tribunales de justicia. Eran los expertos en la exégesis de la Sagrada Escritura. Poseían a demás una ciencia secreta, la tradición esotérica. Su prestigio era tan grande que la gente se levantaba  respetuosamente a su paso y los saludaba llamándolos “Rabbí”. Les reservaban los primeros lugares y los puestos de honor. Se distinguían por la vestidura, una túnica en forma de manto adornada con largas franjas (Mt 23, ss).

2.     La pregunta en el contexto histórico.

En Mateo y en Marcos la pregunta es sobre el Mandamiento mayor: “Maestro, ¿Cuál es el Mandamiento más importante de la Ley?” (Mt 22, 34ss) Cuestión importante para los judíos y tema de grandes discusiones.

En Lucas  encontramos también la pregunta que el joven rico hace al Señor: “Maestro bueno, ¿Qué debo hacer para tener vida eterna? Lucas escribe su Evangelio para cristianos venidos del paganismo. La pregunta entre ellos versa sobre la “vida eterna”. La respuesta de Jesús versa sobre los Mandamientos: “Uno de los principales le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para tener en herencia vida eterna?»  Le dijo Jesús: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No cometas adulterio, no mates, no robes, no levantes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre.» Él respondió: «Todo eso lo he guardado desde mi juventud.» Al oírlo, Jesús le dijo: «Aún te falta una cosa: vende todo cuanto tienes y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme.» Al oír esto, se puso muy triste, porque era muy rico (Lc 18, 18- 23).

Para el evangelista san Juan que es el que más habla sobre la “vida eterna” la pregunta es: “¿Qué obras tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?” La respuesta es única: “Creer en el que Dios ha enviado” (Jn 6, 68). Sin la obediencia de la fe, no hay vida eterna, es decir, no hay salvación. La salvación es un don gratuito de Dios que pide a los que la aceptan llevar una vida orientada hacia Dios, siguiendo las huellas de Jesús, el Autor y el consumador de nuestra fe (cfr Heb 12, 2)

3.     Los Mandamientos del Señor son luz para los hombres.

Una nación, una comunidad, una persona que no conozca los Mandamientos, no conoce la Palabra, no tiene la luz, está en tinieblas (cfr Ef 5, 1-7). Sin la Luz de los Mandamientos somos ciegos que buscamos la felicidad en el poder, en el placer, en el tener, en las supersticiones como la brujería, hechicería, los encantamientos, en el culto a la santa muerte… Muchos son los que se pierden por causa de la ignorancia religiosa. Todo aquel hombre o mujer que da la espalda a Dios, cae en la idolatría, en la esclavitud de las cosas y de las personas; habita en tierra de tinieblas. Recordemos que “ídolo” es todo aquello que ponemos en el centro de nuestra vida en lugar de Cristo. El ´”ídolo”, siempre será opresor y explotador. Priva al hombre de su libertad y por lo tanto de su capacidad para amar.

Los hombres dicen: “si Dios existiera, no hubiera pobreza y miseria sobre la tierra; si Dios existiera no hubiera tanto dolor, sufrimiento y enfermedad sobre la tierra. La respuesta de los cristianos debería ser: Si los hombres guardáramos los Mandamientos del Señor habría paz, amor y gozo entre los hombres. No existiría la “brecha” entre pobres y ricos.

Para ser felices no basta con saberse los Mandamientos de memoria; como tampoco basta con hacer rezos o tener buenos deseos. Escuchemos a Jesús decirnos: “Felices los que conocen mis palabras y las cumplen” (Lc 8, 21; 22, 28) Mateo nos confirma lo anterior al poner estas palabras en los labios del Señor: “No todo el que me diga señor, señor, entrará en la casa de mi Padre” (Mt 7, 21) ¿Quiénes son los que se salvan? Los que hacen la voluntad de Dios.

4.     La condición para vivir como hijos de Dios.

 

·       Romper con el pecado.  Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y no hay verdad en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. (1Jn 1, 8-9)

·       Guardar los Mandamientos especialmente el del amor. Estaremos seguros de conocerle si cumplimos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él (1Jn 2, 1- 4)

·       Guardarse del mundo. No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 16 Porque todo cuanto hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas— no viene del Padre, sino del mundo (1 Jn 2, 15)

·       Guardarse de los anticristos. Hijos míos, ha llegado la última hora. Habéis oído que vendría un Anticristo; y la verdad es que han aparecido muchos anticristos. (1 Jn 2, 18).

·       Cultivar el don de la fe. “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis a la forma de pensar del mundo presente; antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto…” (Rom 12, 1- 21).

 

5.     El sentido de los Mandamientos.

Para el hombre nuevo, aquel que está en Cristo (2 Cor, 5, 17) los Mandamientos no son una carga; no son un freno que le impidan al hombre vivir a plenitud su existencia; Para el que está en Cristo hacer la voluntad de Dios expresada en cada Mandamiento es una delicia, es su gozo. Para el hombre nuevo el sentido de los Mandamientos es el “amor y el servicio al prójimo”. Cuando los Mandamientos se guardan por amor, el hombre se fortalece, se construye, se santifica. Escuchemos al Señor decirnos: “mi alimento es la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 3, 34). La Obra del Padre es mostrarle al mundo un Rostro de amor, de perdón, de misericordia y de libertad, de santidad. Mostrar al mundo el rostro de Dios que podemos verlo en Jesús, el Hijo Amado del Padre.

6.     La advertencia de Jesús.

“Ustedes se pasan la vida leyendo las Escrituras, esperando encontrar vida en ellas, pero no han creído en el que Dios ha enviado” (Jn 5, ) Quién puede negar que los fariseos y los escribas y todos los grupos religiosos no se sabían la “ley mosáica desde su infancia”. No obstante, Jesús avisa a sus discípulos diciéndoles: “Si vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos no entraréis en el Reino de Dios. Ellos guardaban los Mandamientos, hacían oración, pagaban el diezmo y hasta daban limosnas, pero, no tenían misericordia…Hacían las cosas para que los viera la gente, les preocupaba el quedar bien. Juzgaban y condenaban a sus semejantes, mientras que la Palabra dice: “No juzguen para no ser juzgados, no condenen para no ser condenados; perdonen y serán perdonados” (Mt 7, 7)

7.     El radicalismo evangélico.

“No piensen que he venido a abolir la Ley y los profetas. No vine para abolir, vine para cumplir. Les aseguro que mientras duren el cielo y la tierra, ni una letra, ni una coma de la Ley dejara de realizarse” Por lo tanto quien quebrante el más mínimo de estos mandamientos y enseñe a otros a hacerlo será considerado el más pequeño en el Reino de los cielos. Pero quien los cumpla y lo enseñe será considerado grande en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 17- 20). Ser grande en el Reino de Dios significa ser servidor. Lo que nos hace comprender que el sentido de los Mandamientos es el amor y el servicio al prójimo. Guardar los Mandamientos es ya un servicio a dios y  a la Iglesia. Pensemos por ejemplo que los Mandamientos son los “derechos humanos” dichos en forma negativa. El Derecho dice: “Todo ser humano tiene derecho  a la vida”. El Mandamiento dice: “No matarás”. El Derecho dice: “Todo ser humanos tiene derecho a tener lo necesario para vivir con dignidad”. El Mandamiento dice: “No robarás”. El derecho dice: “Todo ser humano tiene el derecho a tener una familia”. El Mandamiento dice: “No desearás la mujer de tu prójimo”. Podemos decir con san Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. El que ama no peca, es decir, no viola los derechos, ni de Dios y ni de los demás.

Jesús dice: “Ustedes han oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pues yo les digo que quien mira a una mujer, deseándola ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 27s) ¿Dónde está lo radical? Tal vez no cometamos el acto físico de la fornicación o del adulterio, pero con tan sólo desear a la mujer ya pecamos en el corazón. Pecamos, no sólo de pensamiento palabra, obra y omisión, también lo hacemos con la mirada. Digamos una palabra sobre el adulterio, éste es un pecado tan grave que podemos llamarlo tres en uno. Es un crimen, mata el amor y mata a la familia. Es un sacrilegio, profana a la familia que es Iglesia Doméstica. Es un fraude, das lo que no es tuyo, es de tu cónyuge. Además atenta contra la dignidad humana, por unos cuantos pesos te conviertes en instrumento de placer.

Jesús dice: “Si tu ojo te es ocasión de pecado sácatelo y tíralo lejos de ti. Y si tu mano derecha te lleva a pecar, córtatela y tírala lejos de ti. Si tu pie te es ocasión de pecado, cortártelo y tíralo lejos de ti” (Mt 5, 29s) ¿Qué clase de doctrina es ésta? ¿Quién es capaz de sacarse los ojos, cortarse la mano o el pie para no pecar? Para la Biblia cortarse el pie, la mano o el ojo es negarse el placer de complacerse a sí mismo. Es evitar la ocasión de pecado; es huir de la fornificación (1Cor 6, 18). Para Pedro es huir de la corrupción para poder participar de la naturaleza divina (cfr 2 Pe 1, 4b)

En el Reino de Dios no hay límites, no hay postes que señalen los límites del Reino. Si pusiéramos algunos postes, éstos serían los Mandamientos de la ley de Dios para indicarnos que quien los quebrante sale de los “Terrenos de la Gracia”; sale de la “Casa del Padre” para irse a un país lejano y vivir como un libertino, derrochando la viva y malgastando los dones de Dios. Ahora podemos entender el por que de tanta pobreza espiritual y de tanta miseria humana: los hombres no quieren ser independientes de Dios. Se niegan a someterse a la Voluntad de Dios para poder ser los herederos del Reino.

El Señor Jesús nos ha hablado con toda claridad: “Sólo unidos a Mí podéis dar fruto, sin mí nada podéis hacer” (Jn 15, 5) Isaías nos había dicho: “Como mujeres que al dar a luz, pujan gritan se revuelca, pero nada, puro aire” ( ) Así nos pasa cuando hemos quebrantado los Mandamientos, queremos dar fruto, y ya sabemos la respuesta, puro aire.

8.     La recomendación del Maestro.

“Permanezcan en mi amor para que den fruto abundante y de esta manera den gloria a mi Padre y sean mis verdaderos discípulos”. Tres cosas: dar gloria a Dios, dar fruto y ser discípulos de Jesús. El fruto que estamos llamados a dar es el amor a Dios y el amor al prójimo. ¿Cómo permanecer en el amor de Jesús?

Lo primero es siendo dóciles al Espíritu Santo que es el Amor de Dios derramado en el corazón de los discípulos. Es Espíritu Santo guía  a los hijos de Dios. La pregunta sería ¿a dónde los lleva? Respondamos: El Espíritu nos restable en el Paraíso. Nos lleva al Reino de Dios y a la Filiación divina. Nos hace partícipes de la gloria de Cristo; nos hace hombres nuevos; nos reviste de Cristo, nos configura con él y nos llena de Cristo.

Cuando somos dóciles al Espíritu Santo podemos vivir el segundo modo para permanecer en el amor de Cristo, “siendo amados”, es decir: “Siendo curados, sanados, perdonados, reconciliados. Es permanecer en las Manos de Cristo, protegidos contra la influencia del espíritu del Mal. Alguien podrá preguntar ¿dónde están las manos de Cristo? ¿De qué lugar se trata? La respuesta nos la da san Pablo: “Todo el que está en Cristo, es de Cristo; le pertenece a Cristo, por lo tanto su naturaleza humana está crucificada con Cristo dando muerte a las pasiones de la carne” (1 Cor 5, 17; Gál 5, 24)

El tercer modo para permanecer en el amor de Cristo es amando. Amor que recibimos y amor que damos. El mismo Jesús nos confirma lo anterior: “si ustedes guardan mis Mandamientos, como yo guardo los Mandamientos de mi Padre, permanecen en mi amor como yo permanezco en el amor de mi Padre” (Jn 15, 9). En las preguntas que Jesús hace a Pedro después de la Resurrección encontramos dos de los Mandamientos fundamentales de Jesús: “ámame y sígueme”. Permanecer en el amor de Cristo exige permanecer en la cruz. Bajarse de la cruz es salir de las manos de Dios y abandonar los terrenos de Dios.

9.     Los Mandamientos de Jesús.

¿Cómo amarlo, si no lo vemos y como seguirlo si no la amamos? El mismo Señor Jesús nos da la respuesta:

“El que conoce mis Mandamientos y los guarda ese es el que me ama; a ese lo ama mi Padre y lo amo yo, y venimos y nos manifestamos a él” (cfr Jn 14, 18) ¿Queremos ver las manifestaciones liberadoras del señor en nuestra vida? La respuesta es guardar sus Mandamientos. ¿Cuáles todos, sin excepción. Los Mandamientos son las 10 palabras del “Decálogo”. Son manifestaciones de los “Caminos de Dios”, quien los guarde es justo, recto y sincero: ama a Dios y a su prójimo.

“El que conoce mis palabras y las cumple, ese es el que me ama, y a ese lo ama mi Padre, y a ese lo amo yo, y venimos y hacemos en él nuestra morada” (Jn 14, 23). Dos promesas: ver las manifestaciones de Dios en nuestra vida y ser “Morada de Dios”: No sólo miembros del cuerpo de Cristo, sino también Templos de su Espíritu, para poder decir con el Apóstol: “No vivo yo es Cristo el que vive en mí” (Gál 2, 20). Sólo entonces podemos poner en práctica las Palabras y los Mandamientos del Señor y sellar nuestra amistad con Él, ser los amigos y amigas de Dios:”Ustedes me aman si hacen lo que yo les digo” (Jn 14, 15. 21) y “ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les digo” (Jn 15, 14). 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

18.- SEÑOR, ¿A QUIÉN IREMOS?

1.     El relato evangélico

 

En aquel tiempo Jesús dijo a los judíos: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Al oír estas palabras muchos discípulos de Jesús dijeron: “Este modo de hablar es intolerable, ¿Quién puede admitir eso?”. Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto les escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”. (En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían  y quién lo habría de traicionar): Después añadió: “por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.

 

Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?” Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído que tú eres el Santo de Dios”. Palabra del Señor.(Jn 6, 55. 60-69)

2.     La explicación del texto.

 

Jesús ha llegado a la revelación final del por qué el Padre Dios lo ha enviado al mundo: Para dar vida al mundo. Y esa vida nos la comunica en la medida en que comamos su Carne y bebamos su Sangre. Ese es el deseo eterno de Dios, darnos Vida, y para eso, nos ha dado a su Hijo, y para eso, inventó la Eucaristía. Tan solo nos pide creer en su Enviado, su Hijo amado. Su Palabra suscita en el hombre, por la escucha la fe bíblica, que se ha de convertir en norma para su vida, en luz en su camino, hasta llegar a decir con Jesús. “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34) Sólo entonces la Palabra podrá darnos en nosotros frutos de vida eterna. Jesús quiere dar vida a cada hombre, para que podamos como él ser capaces de fraccionarnos, de darnos a los demás como alimento que da vida al Pueblo de Dios.

3.     La vuelta del corazón a Dios.

 

Pueblo de Dios es el grupo de hombres y mujeres que han creído en Jesucristo, escuchan su palabra y lo siguen, rompiendo las ataduras o dejando atrás todo aquello que es incompatible con la vocación de ser hijos de Dios, y a la vez, abrazando el compromiso de servir al Señor en los demás a quienes Dios ama y quiere salvar. La conversión del corazón nos invita a abandonar los ídolos y volvernos al Dios vivo y verdadero para amarlo y servirlo con generosidad, donación y entrega. (cnf 1ª de Tes 1, 9) Ídolo es todo aquello que ocupa en el corazón el lugar de Cristo. Cuando el hombre ha tenido la experiencia personal de Dios mediante el encuentro con Cristo; cuando ha probado lo bueno que es el Señor; después de un poco caminar en la “vida nueva”, el Señor lo invita al compromiso de hacer “Alianza con él, y, a romper la amistad con el mundo. Cuando se pretende servir a Dios y al Mundo se cae en la infidelidad, en la tibieza espiritual y por último en la idolatría. Tomar la decisión, libre y conciente de seguir a Cristo nos pide una doble certeza: la certeza de que Dios nos ama y la certeza de que también nosotros lo amamos, es entonces cuando podemos decir con Josué: “Mi familia y yo hemos decidido servir al Señor”. (Josué 24) Aceptemos la invitación amorosa que Dios nos hace a seguirlo, sirviéndole.

4.     ¿Qué significa servir al Señor?

En la vida hay decisiones demasiado serias como para tomarlas a la ligera y salir del paso sin algún compromiso. Servir al Señor significará, para quien le pronuncie su sí, saber escuchar su Palabra; saberla meditar profundamente para entender lo que realmente Dios nos  está diciendo a una situación concreta; y poner en práctica lo que el Señor nos ha pedido. Servir al Señor no es, primariamente, el escuchar a Dios para comunicar su Palabra a los demás; es, antes que nada, apropiársela uno mismo y vivirla; y si se comunica a los demás se hace desde la propia experiencia que nos convierte en testigos, más que charlatanes de las cosas de Dios. El compromiso es personal; en ese compromiso se podrá involucrar, a lo más, a la propia familia, con la que uno ha caminado y de quien se siente miembro como de un solo cuerpo. Así, todas las personas y familias que deciden servir al Señor formarán el Pueblo de quienes, sin ligerezas, sino con toda la seriedad de la respuesta comprometida a Dios, han decidido tenerlo como su único Señor y amarlo sobre todas las cosas. Entonces será posible que desde esa auténtica comunidad de fe, Dios pueda manifestar su amor hacia todos los pueblos, pues el Señor la convertirá en un instrumento de su amor y de su salvación. Así lo entendió y lo vivió Jesús que nos dice: “No he venido a ser servido, sino a servir y dar mi vida por muchos” (Mt 20, 28).

El camino de Jesús debe ser nuestro camino. Jesús, el Hijo de Dios hecho uno de nosotros, tenía como alimento hacer la voluntad de su Padre Dios, y pasó haciendo el bien entre nosotros para que experimentáramos el perdón y la misericordia del Señor. Su camino debe ser nuestro camino, ya que  no sólo queremos llamarnos hijos de Dios, sino, serlo de verdad. El camino de la fe es para recorrerse siguiendo las huellas del Maestro para que podamos realizar el sentido de la vida y realicemos el Plan de Dios, en comunión miles y miles e hermanos y hermanas que han tomado la decisión de seguir a Cristo. El Padre Dios tiene un proyecto sobre nosotros, que somos su Iglesia: que vivamos en comunión con Él por medio de su Hijo. Y para eso nos ha purificado con la sangre del Cordero inmaculado para que estemos ante Él resplandecientes, sin mancha ni arruga, ni cosa semejante, sino santos y libres de todo pecado (cfr Efesios 5, 21-32).

5.     ¿A quién iremos?

Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos que tú eres el Santo de Dios. Ojalá y, junto con Pedro, permanezcamos fieles a esa confesión de fe y no a escuchemos la Palabra de Dios como discípulos distraídos; Ojalá y nos iniciemos en un verdadero camino de conversión y de buenas obras, como fruto que la misma Palabra del Señor produce en nosotros. Y junto con la escucha fiel de la Palabra de Dios, hemos de alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Hacernos uno con el Señor nos debe llevar a ser un signo de su amor y de su entrega en medio de nuestros hermanos.

Por eso, la participación en la Eucaristía no puede tomarse a la ligera; no podemos ir a ella sólo por tradición. Quienes estamos en la presencia del Señor venimos con el compromiso de llegar, junto con Él, a dar nuestra vida por nuestro prójimo, para que, alimentado con nuestro cariño, amor, respeto, comprensión y misericordia, pueda, también él, tener vida, y tenerla en abundancia. Para luego hacer en favor de otros lo que el Señor de la casa ha hecho con nosotros: “Como Cristo nos amó amemos también nosotros a nuestros hermanos” (Jn 1 Jn 4,7).

Digamos con Pedro, ¡A dónde iríamos? Volver a la sinagoga, volver a la casa de la suegra, o volver a las redes viejas y rotas. Nosotros, volver a la vida sin sentido que se vivía antes de conocer a Cristo; volver a los centros de vicio o a ir por la vida buscando razones para sentirse bien o ser feliz. ¿Queremos estar con Él eternamente? sigamos las huellas, del aquel que se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el mal (Jesucristo) (cfr Hech 10, 38). Vayamos tras él cargando nuestra cruz de cada día y luchando contra la tentación de abandonar a Cristo porque nos parecen excesivas sus enseñanzas respecto a la fidelidad conyugal, a la interrupción del embarazo, al amar aún a los enemigos. Jesús nos dice que para entrar en la vida hay que guardar sus Mandamientos, que tienen como finalidad dar vida a los hombres mediante el amor y el servicio. No basta con leer la Biblia, no basta con rezar, de nada nos serviría, si éstas obras de piedad no van acompañadas de una desinteresada entrega y donación a favor de los nuestros hermanos: “Una fe sin obras está muerta” (Snt 2, 14).

Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, la gracia de vivir fieles, tanto, en la escucha de su Palabra como en la puesta en práctica de la misma, así como en una auténtica comunión de vida con el Señor por la participación de su Cuerpo y de su Sangre, que nos convierta en auténticos signos de su salvación para todos; llevándoles así, no la muerte, sino, la vida eterna que Dios nos ofrece en Cristo Jesús. Amén.

¿De qué compromiso hablamos?

Hablamos del compromiso de la fe. Comprometidos con Cristo a favor de nuestros hermanos. Este compromiso se inserta en la “Opción fundamental” que sella nuestra Alianza con el Señor que nos amó y se entregó por nosotros (cf Ef 5, 2). Este compromiso pide haber probado lo bueno que es el Señor, Encuentro que el compromiso cristiano tiene que estar sostenido por tres columnas a las que podemos llamar las “leyes del Compromiso”. Entre las tres existe una correlacionalidad y una indivisibilidad que una sin las otras pierden su consistencia y el edificio espiritual se derrumba:

·       La Ley de la pertenencia. Soy del Señor, y a él le pertenezco (Gál 5, 24)

·       La Ley del Amor. Amo al Señor porque hago lo que a él le agrada, guardo sus Mandamientos y amo a mis hermanos. (Jn 13, 34)

·       La Ley del servicio. Sirvo con amor al Señor (Mt 20, 28: Jn 13, 13ss)

Creo en Jesucristo, me entrego a él, para amarlo y servirlo todos los días de mi vida. Estoy en tus manos Señor, soy tuyo, haz con mi vida lo que Tú quieras, por lo que hagas con migo, te alabo y te doy gracias. La centralidad del Compromiso cristiano es el Amor a Dios y al prójimo. Jesucristo es el Fundamento y a la misma vez el contenido de nuestra fe cristiana: Creo en ti Señor Jesús, Confío en ti y me fío de ti….

Soy siervo de Jesucristo por voluntad del Padre, para servir a mis hermanos por Amor a Jesús (Ef 1, 1; 2 Cor 4, 5)

 

 

 

 

 

20.- VOSOTROS SOIS LA LUZ DEL MUNDO

 

Objetivo: El discípulo de Jesús ha recibido la luz del Evangelio para que la lleve hasta los confines de la tierra y sea “luz de las naciones” e ilumine a los que yacen en sombras de tinieblas.

Iluminación. “Yo, la luz, vine al mundo para que quien creyere en mí no camine en tinieblas” (Jn 12, 46). “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se le pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para, que viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo” (Mt 5, 14- 16).

  1. La visión de Daniel

 

Yo Daniel tuve una visión nocturna: Vi que colocaban unos tronos y un anciano se sentó. Su vestido era blanco como la nieve, y sus cabellos blancos como lana. Su trono, llamas de fuego, con ruedas encendidas. Un río de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones y millones estaban a sus órdenes. Comenzó el juicio y se abrieron los libros...” (Dn 7, 9-10.13-14). Dios Padre, el Hijo del hombre y todos los que se sienten a la derecha del Padre en la unión con el Hijo, están juzgando a la Humanidad. Juzgar equivale a dar vida, luz, poder, amor. Cada quien tiene su trono; para dar luz y vida sólo desde el trono asignado. Para el Hijo del Hombre en esta vida su trono fue la “Cruz”, desde la cual dio Luz y vida al mundo.

  1. Jesús, luz verdadera

 

El aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras blancas como la nieve” (Mt 17, 1ss). Jesús quiere quitar a sus discípulos el miedo a la cruz. La experiencia del Monte Tabor nos dice quien es Jesús: El Santo de Dios que ha venido al mundo para encender un fuego en los corazones de los hombres. Es el fuego de Dios que quema nuestros pecados; nos purifica y nos santifica para que podamos vencer los deseos desordenados de la carne, para que le demos muerte al hombre viejo.

“Jesús es la luz que debe iluminar a todas las naciones y a los que están en tinieblas”  (Lc 1, 78;  2, 32). Desde el Antiguo Testamento los profetas habían prometido esa luz para toda la humanidad: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz” (Is 9, 1; 42, 7; 49, 9). El profeta piensa en la claridad de un día maravilloso (Is 30, 26), sin alternancia entre día y noche (Zac 14, 7), iluminado por Cristo, “verdadero sol de justicia que viene a este mundo como luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1, 4.9).

  1. Creer, condición para ver la luz

 

Escuchemos a Jesús decirnos: “Yo, la luz, vine al mundo para que quien creyere en mí no camine en tinieblas” (Jn 12, 46). Su acción iluminadora dimana de lo que Jesús es: La Palabra de Dios, Vida y Luz de los hombres. Luz y tinieblas tienen entre sí valores antagónicos como la carne y el Espíritu (cfr Gál 5, 16). La luz tiene una asociación estrecha con la vida, de la misma manera que las tinieblas son asociadas con la muerte. Luz y tinieblas representan las dos suertes que le aguardan al hombre, la felicidad y la desgracia. La luz es para los justos, que brillaran como antorchas en medio de un cañaveral, y las tinieblas para los impíos que permanecerán para siempre en el horror de la oscura fosa (Sab 17, 1-18, 4). El deseo de Dios no es la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva (Ez 33, 10). Su deseo es sacar al hombre de las tinieblas y hacerlo partícipes de su luz. Dios al sacar al hombre de las tinieblas del pecado, ilumina sus ojos (Sal 13, 4); así es, su luz y su salvación (Sal 27, 1). Si el hombre es justo, es conducido por Dios a un día luminoso y sin ocaso. Mientras que el pecador tropieza con las tinieblas del caos, de la angustia y de la desesperación (Is 59, 9s). Esta situación de desgracia y de no salvación no es querida por Dios.

  1. La promesa del Señor

 

“Esto dice el Señor: Pueblo mío, voy abrir las tumbas de ustedes; voy a sacarlos de ellas y hacerlos volver a la tierra de Israel. Y cuando yo abra sus tumbas y los saque de ellas, reconocerán ustedes, pueblo mío, que yo soy el Señor. Yo pondré en ustedes mi aliento de vida, y ustedes revivirán; los instalaré en su propia tierra. Entonces sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo he hecho. Yo el Señor, lo afirmo (Ez 37, 12-14). El hombre que está en tinieblas ni siquiera reconoce su pecado; está ciego, no encuentra el sentido de su vida, no sabe de dónde viene, y no sabe para qué está aquí, y menos se da cuenta hacia donde debe orientar su vida. Lo primero que Dios hace, es abrir nuestras tumbas para que veamos los huesos secos que hay dentro. Abrir las tumbas del corazón para que  reconozcamos nuestra pecaminosidad. Para sacarnos de las tumbas, Dios ha enviado a su Hijo para que nos salvara. Cristo con su muerte y resurrección, ha pagado el precio por nuestros pecados (Ef 1, 7), y nos ha sacado de las tinieblas para llevarnos al reino de la luz (Ef 1, 13).

 

 “Al salir, Jesús vio a su paso a un hombre que había nacido ciego. Sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿Por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres, o por su propio pecado?” (Jn 9, 1-2). Todo hombre nace pecador, trae consigo el pecado de origen; somos por eso ciegos de nacimiento. Nacemos sin la gracia redentora de Cristo; somos incapaces de salvarnos a nosotros mismos. Somos tinieblas, somos carne, somos pecado. No conocemos el camino que lleva a la paz, que lleva a la luz, que lleva a la vida. Pero Dios, nos ha manifestado su amor, pues aún siendo nosotros pecadores, nos ha manifestado su justicia, Cristo Jesús, Luz del Mundo.

 

 

21.- CRISTO JESÚS, LUZ DEL MUNDO.

 

“Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo” (Jn 9, 5). Jesús ha venido del Padre a realizar la obra de Dios: mostrar al mundo el rostro de amor, de perdón, de bondad, y de misericordia de Dios. Lo revela con sus palabras y con su testimonio, es decir, con su estilo de vida. Las palabras y las obras que emanan de Jesús son luz verdadera que dan vista a los ciegos, hacen hablar a los mudos y caminar a los cojos. “Todo lo hizo bien”, “Todo lo hizo para la gloria de su Padre y para el bien de la humanidad”.

 

“El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Solo podemos seguir a Jesús si antes hemos creído en él. Creer en Jesús es la voluntad del Padre y es el camino para ver el rostro de Dios, escuchar su voz, amarlo y servirlo (Jn 5, 38). Quien cree en Jesús pasa de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz (cfr Jn 5, 40). Solo cuando Cristo se hace experiencia de vida en nosotros y nuestros pecados son perdonados, nuestras ataduras han sido rotas, y él, generosamente nos ha sacado de la sepultura del pecado mediante un encuentro personal con él; encuentro en la fe, en la esperanza y el amor, podemos realmente seguir a Jesús. En el encuentro con Jesús nos adhiere a él, y en él. Y por él entramos en comunión con Dios, tenemos de su “luz” y somos luz, “sin él, nada podemos hacer” (Jn 15, 7).

  1. Ustedes son la luz del Mundo

 

“Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se le pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para, que viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo” (Mt 5, 14- 16).

La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas (el mundo malo) no pueden sofocarla, pues los hombres prefieren las tinieblas (Jn 3, 19). ¿Por qué muchos hombres no se acercan a Cristo? Para no ser iluminados; para que sus pecados no queden al descubierto. Jesús dice a los fariseos: “Yo los conozco a ustedes y sé que no tienen el amor de Dios” (Jn 5, 42). Quien se acerca a Jesús con un corazón dispuesto a recibirlo es revestido de luz. Jesús ilumina su mente, hace brillar su gloria sobre su rostro, rompe las ataduras, le ensancha el corazón y despliega sus alas para que camine en la verdad, practique la justicia y viva en la libertad de los hijos de Dios (cfr Gál 5, 1).

  1. Creer o no creer

 

Vino a los suyos pero, ellos no lo recibieron” (Jn 1, 12), “prefirieron las tinieblas a la luz” (Jn 3, 19). Lo entregaron en manos de gente malvada para darle muerte. Judas después de vender a su Maestro a los sumos sacerdotes, lo entrega a los soldados, a los guardias y a la chusma para que lo arresten (Jn 18, 1ss). Juan con una sola frase nos describe la hora de las tinieblas: “Era de noche” (Jn 13, 30); y Jesús al ser arrestado declaró: “Ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas” (Lc 22, 53). Hoy,  nosotros nos unimos a esa hora cuando nos negamos a creer en Jesús; cuando nos negamos a salir del pecado; cuando no practicamos el bien y nos sumergimos en la tibieza espiritual. De noche no se puede trabajar; no hay crecimiento del Reino de Dios en nosotros: Se vive como si Dios no existiera, se vive en tinieblas.

“Levántate tú que duermes y la luz de Cristo te alumbrará” (Ef 5, 14). A los Romanos Pablo les dice: En todo esto tengan presente el tiempo en que vivimos, sepan que ya es hora de despertarnos del sueño. Dejemos de hacer las obras propias de la oscuridad y revistámonos de luz, como un soldado se reviste de armadura. Actuemos con decencia, como en pleno día. No andemos en banquetes y borracheras, ni en inmoralidades y vicios, ni en discordias y envidias. Al contrario, revístanse ustedes del Señor Jesucristo, y no busquen satisfacer los malos deseos de la naturaleza humana (Rom 13, 11-14).

Quien  entra en la comunión con Cristo recibe de él la luz y la verdad, y se implica en un nuevo estilo de vida, la vida en Cristo. Dejar de hacer el mal y revestirse de Cristo mediante la práctica de las virtudes y de los valores cristianos. Revestirse de luz es revestirse de Cristo; es tener sus mismas entrañas de misericordia, humildad, mansedumbre, paciencia, sencillez, amor (cfr Col 3, 12). “Viviendo en la verdad, la justicia, la paz y la alegría en el Espíritu Santo”. “Buscando todo lo que conduce a la paz y a la edificación mutua” (Rom 14, 19).

  1. La Luz y el conocimiento de Dios

 

 “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús: Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo. (2Cor 4, 5-6). Irradiamos la luz de Cristo por medio de la Evangelización. Sembrando la Palabra de Dios en el corazón de los hombres; enseñándoles a vivir “el arte de vivir en comunión”; ayudándoles a crecer en la fe mediante la recepción de los sacramentos y la práctica de las buenas obras. Hasta que podamos decir con el Apóstol: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo. Sí vivimos para el Señor, vivimos; y si morimos para el Señor, morimos, de manera que tanto en la vida como en la muerte del Señor somos”. (Rom 14, 7ss). “Nada tengo que no lo haya recibido de Dios” (2Cor 4, 7).

Nadie que tenga la Luz de Cristo en su corazón puede vivir para sí mismo. “La llama del amor”, es el “fuego” que Cristo enciende en el corazón de los que creen en Él y que le obedecen. Es “el fuego” que quema  nuestro pecado y que hace irradiar la luz de Cristo en nuestra vida (cfr Lc 12, 49).

Oración.  “Señor Jesús, enciende en nuestros corazones el fuego de tu amor; el fuego de la Evangelización que tú has encendido en el mundo, para que los ciegos vean, los sordos oigan, los mudos hablen y los cojos caminen”. “Ven Espíritu Santo ilumina los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor, envía Señor tu Espíritu, y será renovada la faz de la tierra”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

22.- EL QUE QUIERA SER EL PRIMERO QUE SEA EL ÚLTIMO Y EL SERVIDOR DE TODOS.

  1. El relato evangélico.

 

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie  lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo pedir explicaciones.

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?” Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

Después tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “el que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que reciba a mí, no me recibe a mí, sino aquel que me ha enviado”. Palabra de Dios. (Mc 9, 30- 37)

  1. Explicación del texto.

 

“Porque iba enseñando a sus Apóstoles”. Muchos son los que dicen hoy día que Jesús tenía enseñanzas secretas para sus discípulos. ¿Será eso una realidad? ¿Será una la enseñanza de Jesús para sus discípulos y otra para la gente que se acercaba a él para oírlo o para ser curadas? Leamos con sencillez la Escritura; con fe y espíritu de conversión, y nos daremos cuenta que la “enseñanza” de Jesús es una, única, y es para todos los que crean en él y se abran a su acción amorosa y liberadora. Por el “Encuentro personal” con Jesús vamos por la acción del Espíritu al discipulado. El discípulo es aquel que tiene un maestro. Jesús Maestro, elige a sus discípulos y los invita a seguirlo, a dejarse enseñar por él. Podemos ser creyentes y no ser discípulos de Jesús. Como creyentes podemos ser personas religiosas, piadosas, estudiosas de la Biblia y no haber hecho una “Opción por Jesucristo” que nos llama a la perfección cristiana” por la caridad (cf Mt 5, 48; Lc 6, 36)

  1. ¿De qué discutían por el camino?

 

¿Qué buscaban los discípulos? Buscaban los primeros lugares; ser los primeros; discutían sobre el poder carismático de Jesús; no habían entendido. El hombre que se decide a seguir a Jesús, lo acepta como su Salvador, como su Maestro y como su Señor para que pueda estar el camino de hacerse discípulo. La vida del discípulo está marcada con actos concretos que lo identifican con su Maestro y le ayudan a conformar su vida con él. El llamado es para todos. Todos somos llamados a ser discípulos de Dios. Le enseñanza de Jesús es la misma, pero se vive según el estado de vida y el llamado recibido.

 

Muchos son los que dicen hoy día que el “Cristianismo” está en crisis. Los que estamos en crisis somos los cristianos que nos negamos a identificarnos con el Maestro. Que no queremos tener “identidad cristiana” y conformar nuestra vida con el Pobre de Nazaret. Los muchos conocimientos, los buenos sentimientos, los títulos humanos o eclesiásticos, los buenos deseos o buenos propósitos, no son suficientes, y, no nos dan la identidad cristiana. Lo que realmente nos identifican como cristianos es “el amor fraterno”, la caridad cristiana que se expresa y manifiesta el servicio que implica “Guardar los Mandamientos” (cf Jn 14, 21).

  1. Hacerse como niños.

 

“Tomando a un niño lo puso en medio de ellos, lo abrazó, y les dijo: el que recibe en mí nombre a uno de estos niños a mi me recibe”. ¿Qué significa para Jesús hacerse como niños? ¿Qué significa tener alma de niño? Jesús mismo se hizo niño, nació como hombre para servirnos con corazón pobre y humilde, haciendo siempre la voluntad de su Padre. El camino para hacer niños es el camino del nuevo nacimiento: dejar de ser fariseos para hacerse publicanos que buscan los últimos lugares, para luego hacer como niños. Estos dos hombres fueron al templo a orar, sólo uno de ellos salió justificado, es decir, perdonado y renovado para comenzar una vida nueva (cfr Lc 18, 10- 17)

El niño es dependiente de alguien, de sus padres, sus familiares, sus amigos. Confía en los que le aman. Jesús quiere que sus discípulos sean como niños en sus manos, que se dejen moldear por él, para que un día sean como él: servidores de los demás. Hacerse niño es hacerse discípulo de Jesús para tener alma de servidor que no se busque a sí mismo.

  1. El Hecho en cuanto tal.

 

Muchos son hoy día los que dicen que Jesucristo fue un “revolucionario”. ¿Un revolucionario mas? ¿Un revolucionario como los que surgen de vez en cuando entre nosotros? ¿Revolucionario violento, vengativo, movido por las malas pasiones? Por supuesto que no. Los revolucionarios de este mundo, siendo realistas, no son más que buscadores de fortuna, fama, poder o prestigio. “Ambicionan lo que no pueden alcanzar, y entonces, combaten y hace la guerra” (Snt. 3, 16-4,3) Es cierto que Jesucristo, estoy de acuerdo, fue un revolucionario. Él inició, una revolución, la única capaz de cambiar el Mundo: “La revolución del servicio” a la que él designo y dejó como mandamiento: “lavar pies”. “Ustedes me llaman Maestro y Señor, y en verdad lo soy; si pues. Yo siendo maestro y Señor, les he lavado los pies, hagan ustedes lo mismo” (Jn 13, 13- 14).

El Mundo cambiaría si hombres y mujeres, camináramos por las calles, por los barrios, poblados o ciudades con una toalla en la mano y una cubeta de agua en la otra buscando a quien lavarle los pies. Buscando ayudar a otros a tener una mejor calidad de vida o ayudando a crecer en la fe. Jesús: dijo: “Vayan por todo el mundo y hagan discípulos míos, bauticen en el nombre de Padre del Hijo y del Espíritu Santo y enseñen a obrar todo lo que yo les he enseñado” (cf Mt 28, 20) Hacer discípulos siendo a la vez discípulos…enseñando a obrar, obrando, es decir, hacer, vivir, poner en práctica lo que creemos al estilo del Maestro. Esto es dar vida al mundo, a la familia, a la Iglesia…En la “revolución del amor y del servicio, las armas son las “armas de Dios” llamadas también las “armas de la Luz”. (Rm 13, 12-14) Estas armas son la bondad, verdad, la justicia, el perdón, la Palabra de Dios, la fe, la oración (cf Ef 5, 9; 6, 12ss) Estas armas son poder, energía de Dios que nos ayudan a resistir al Diablo y a lo que Pablo llama “el día malo” y después de haber vencido en todo, permanecer firmes (Ef 6, 12ss).

A los revolucionarios por Jesús se les llama “discípulos”, “misioneros”, “testigos del Evangelio”. Todos somos llamados, pero, no siempre respondemos al designio de Dios. El precio que hemos de pagar para poder dar vida al Mundo es “la cruz”. No habrá servidores auténticos del Reino de Dios, sino queremos participar de la cruz de Jesús.  Los que quieran ser primero, estar por encima, tener los mejores y primeros lugares, que se bajen de su pedestal para ir al último puesto: “Los últimos serán los primeros”, es decir, buscar ser servidores y no, ser servidos. Los que quieran ser grandes, que se hagan pequeños y los que quieran reinar que se pongan a lavar los pies. “Déjense lavar los pies”, por el Maestro y Señor,  para que puedan luego, lavárselos a otros, especialmente a los menos favorecidos. El modelo es el Maestro: “Jesús siendo de condición divina, no se aferró a su igualdad con Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 5ss)

“Si alguno quiere ser el primero que sea el último y el servidor de todos.” Esto es el “Cristianismo”. ¿Servidores de quién? Y ¿servidores de qué? Servidores de Cristo, el Siervo de Dios, que con su muerte de cruz y con su resurrección nos ganó el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo, para que nosotros sigamos sus huellas. Servidores de todos al estilo del Buen Samaritano…los enfermos, los presos, los extranjeros, los presos, los débiles moralmente, los pobres, las viudas, los huérfanos, la familia, la Iglesia, la Patria…Llamados a ser servidores de la verdad, de la vida, del amor, del bien común, servidores de todos, en todo lo que ayuda al hombre a realizarse como hombre, como cristiano y como discípulo de Jesús, Nuestro Señor. Para que nuestro servicio sea de calidad, según el servicio de Jesús, purifiquemos nuestro corazón de egoísmos, envidias, búsquedas de intereses personales para que no seamos servidores de la intriga, de la venganza, de las malas pasiones para que no seamos instrumentos de división y no demos muerte en vez de vida.

 

El servicio de calidad nos pide prepararnos, tener conocimientos, ser profesionistas, sólo que eso no basta. Es necesario, tener caridad para humanizar nuestro servicio. Le servimos a hombres y mujeres de carne y hueso, personas, “creadas a imagen y semejanza de Dios”. Para que nuestro servicio sea humano y cristiano ha de ser de calidad y debe tener como fundamento a Jesús, Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6). Servicio en el “amor fraterno” es un camino seguro de realización que nos humaniza y nos hace mejores hombres y mujeres. Tratemos al otro como hermano, como a un hijo de Dios, en nombre del cual servimos. En Cristo, es decir, en nombre del amor, no por obligación, ni por quedar bien, sin buscar halagos, no por que toca, sino, porque  “Somos siervos vuestros por Jesús” (2 Cor 4, 5). Cuando servimos por obligación o porque toca ese servicio no nos realiza, solo nos cansa. Sirvamos con sentido, no seamos serviles; tanto el servilismo como el proselitismo son enemigos del servicio verdadero; sirvamos en amor y con amor, y lo demás “nos viene por añadidura”. Lo demás… es el reino de Dios, y sólo los que se hace como niños entran en él. Reino que pedimos cuando rezamos el “Padre Nuestro”.

  1. Aplicación a nuestra vida.

 

Todos comenzamos a servir en la carne, es decir, con defectos y en medio de muchas debilidades. Gracias a la acción del Espíritu Santo y a nuestras decisiones, nuestro corazón se va limpiando y purificando, vamos alcanzando la perfección cristiana, mediante la cual disminuye “el reinado del mal” y aparece el “reinado de las virtudes cristianas” en nuestras vidas. Es la conversión del corazón que nos trae una fe sincera, una conciencia recta y una gran disponibilidad para servir a Dios en los demás, en todos.

Cómo discípulos de Jesús tengamos en cuenta lo esencial del llamado: “Estar con él” para después “ser enviados” (cf Mc 3, 14). Estar con Jesús, a sus pies, escuchando su palabra con la disponibilidad de ponerla en práctica. Estar con Jesús significa vivir en comunión con él para poder llegar a tener sus mismos sentimientos; sus mismos pensamientos y sus mismas preocupaciones; sus mismas luchas y sus mismos intereses. Sólo entonces podemos tener de manera habitual la disposición de hacer la voluntad de Dios y de amar al prójimo hasta dar la vida por él.

Oración. Pido a Nuestro señor que ilumine la mente de todos, fortalezca nuestra voluntad y dilate nuestro corazón para que podamos servidores según su corazón. Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

23.- USTEDES DARÉIS TESTIMONIO DE MÍ…

 

Objetivo: Dar a conocer la importancia del Testimonio en el camino del discipulado como un auténtico medio de evangelización y catequesis para resaltar la Obra que Dios ha realizado en nuestras vidas en Cristo Jesús para que nuestra evangelización sea efectiva.

Iluminación.  “Os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente… ningún adversario vuestro”. (Lc 21, 15). “Cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí” (Hech 1, 8).

1. El testimonio de Jesús

“Quien se avergüence de mí delante de los hombres, yo también me avergonzaré de él delante de mi Padre que está en los cielos”. La vida en Cristo es una vida en el Espíritu. Es una vida llena de experiencias liberadoras y gozosas, con crisis, tentaciones, pruebas; verdaderas oportunidades para dar gloria a Dios y ofrecerse como hostias vivas. En la “escuela de Jesús” el Maestro es el Espíritu Santo que guía a los hijos de Dios por el camino de la vida: nos abre la mente y nos explica las Escrituras (cfr Lc 24, 27).

La señal de la vida en Cristo en nosotros es el testimonio, la oportunidad que nos ofrece el Espíritu de confirmarnos en el amor, en la fe y en la esperanza (cfr Ef 6, 10). Enemigo sería todo aquello que te quiere arrebatar o hacer perder la Paz y el Bien que Cristo te ha dado. Tú relación con Dios, tu dignidad de persona y de hijo de Dios. En esta lucha no estamos solos, el Señor nos ha garantizado su presencia y su ayuda. “Os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente… ningún adversario vuestro”. (Lc 21, 15).

2. Jesús nos pone de sobre aviso

“Cuídense ustedes mismos; porque los entregarán a las autoridades y los golpearán en las sinagogas. Los harán comparecer ante gobernadores y reyes por causa mía: así podrán dar testimonio de mí delante de los hombres”. (Mc 13, 9-10). Delante de los hombres, no delante de los ángeles, ni de los edificios, ni de las montañas, “Delante de los hombres, a quienes Dios ama y quiere salvar”. Si hay algo que tenemos que defender es la “Gracia que Dios en Cristo” nos ha otorgado: Hoy día nadie nos lleva a las sinagogas, ni ante autoridades, ni ante enemigos, sin embargo podemos decir que la vida cristiana es una lucha y que nuestros enemigos son “reales” con nombre y seña: “Nuestra Lucha no es contra la gente sino contra seres espirituales que tienen autoridad, dominio y poder contra este mundo tenebroso”. Conocemos cuales son los enemigos de la salvación: el mundo, el maligno y la carne.

3. La promesa de Jesús

“Mándame Señor tu sabiduría para que me asista en mis trabajos”. ¿Cómo podemos hoy día dar testimonio de Jesús? Sólo ayudados por el Espíritu que prometió el mismo Jesús: “Cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí” (Hech 1, 8). Dar testimonio es un momento de gracia que se debe recibir con alegría y con esperanza. Es la oportunidad de anunciar a Jesús, de resaltar la obra que Él está haciendo en nosotros y de manera especial, es momento de optar por Él o renovar la alianza: en cada tentación, yo decido abrirle las puertas del corazón a Jesús, como también me puedo decidir contra Él.

El hombre soberbio se apropia de la obra de Dios y se predica a sí mismo. Por el contrario dar gloria a Jesús es hablar bien de Él y darle gracias: “¿Qué tengo que no lo haya recibido de Dios?, y sí lo recibí de Dios ¿Para qué presumir? (2Cor, 4, 7). El camino para dar gloria a Dios es el camino de la humildad que Jesús mismo nos enseñó: “Siendo de condición divina no se aferró a su igualdad con Dios, sino que renunció a lo que le era suyo y tomó naturaleza de siervo, se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (cfr Fil 2, 6ss). El testigo de Jesús guiado por el Espíritu, es conducido por este camino hasta la “Verdad Plena”: “Estoy crucificado con Cristo” (Gál 2, 19; 5, 25). “No me avergüenzo del Evangelio de Jesucristo que es poder de Dios” (Rom 1, 15). Avergonzarse sería esconderse, ocultarse y negar, por miedo o por vergüenza la verdad de Jesús en nuestra vida. Aprovechemos toda oportunidad para dar testimonio de Cristo Resucitado. Todos los días y todo el día pueden estar llenos de  momentos de gracia, que nos permiten manifestar ante los demás que Jesús vive en nuestros corazones, y que Él nos ha revelado el amor de Dios.

4. El testimonio del Espíritu

 

 “El Espíritu Santo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rom 8,16). Nos ilumina, nos ayuda a tomar conciencia de nuestra pecaminosidad, nos lleva al encuentro con Cristo, nos da la certeza de que Dios nos ama y que nosotros también lo amamos, nos lleva a tomar la opción de seguir a Jesús, nos guía por los caminos de Dios y nos colma con el don de la fidelidad. “Y sí hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con Él para ser también con Él glorificados” (Rom 8, 17). Sufrir con Cristo es padecer en nosotros la acción del Espíritu Santo que nos conforma con la persona de Jesús y nos ayuda a reproducir su imagen gloriosa. Hace de nosotros hombres nuevos, revestidos de libertad y renovados en el Espíritu: “Porque donde está la libertad allí está el Espíritu del Señor”. (2Cor 3, 18).

5. El criterio fundamental

“Tened entre vosotros los mismos pensamientos de Cristo Jesús” (Flp 2, 5). El testimonio cristiano abarca a la persona en su totalidad, puede ser de pensamiento, palabra o de obra. El testimonio de pensamiento es para bien personal, para provecho propio. Frente a un pensamiento negativo o demoníaco que pretende infundir miedo o confusión frente al camino emprendido. El Espíritu nos recuerda la vida actual: ¿Cómo vivías antes y como vives ahora? ¿Cómo hablabas antes y como hablas ahora? ¿Cómo te vestías antes y cómo te vistes ahora? Damos testimonio de Jesús con nuestra manera de vestir. El testigo nunca olvida “Que su cuerpo es templo del Espíritu Santo” (2Cor 6, 19).

Se ven los cambios; se ve lo agradable de los tiempos actuales, y se renueva la decisión de seguir a Cristo: “Hemos probado lo bueno que es el Señor”. “Sólo tú tienes palabras de Vida eterna” (Jn 6, 68). “Se ha saboreado lo bueno que es el Señor (1Pe 2, 3). Se va pasando de la manera negativa y pesimista de pensar a una manera nueva, creativa y positiva: la mente de Cristo (cfr Fil 2, 5). Pensarse con la mente de Cristo, verse como Dios nos ve, valorarse como Él nos valora y nos acepta, es ir entretejiendo el testimonio que nos da el saber que Dios nos ama, nos perdona, y nos ha elegido para que demos frutos de Vida eterna. Por lo pronto, hemos de dar testimonio de la presencia de Dios en nuestra vida.

6. No me avergüenzo del Evangelio de Cristo

“Para que seáis irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la cual brilláis como antorchas en el mundo” (Fil 2, 15). El Testimonio frente a los demás genera en nosotros violencia interior, derrumba barreras, nos saca de nosotros mismos y nos sitúa en el camino del Evangelio. “No me avergüenzo del Evangelio de Jesucristo” (Rom 1, 15). Para que Él no se avergüence de mí ante su Padre, no obstante, el testimonio a favor de Jesús es don del Espíritu; es enseñanza, deja huella, y deja experiencia, llena de sabiduría. Es la manifestación más clara que nos hemos inscrito e iniciado en la “escuela del discipulado”. La primera vez que di testimonio de Jesús experimenté la sanación, la liberación, el poder de Dios que echa por tierra las barreras, los complejos y los miedos. El testimonio solo puede brotar de un corazón enamorado de Jesús, capaz de padecer por Él y de soportar ofensas y palabras humillantes: “No es el discípulo más que su Maestro, ni el siervo más que su Señor” (Mt 10, 25).

7. Las dimensiones del testimonio

El testimonio cristiano tiene dos dimensiones, una negativa y la otra positiva: Renunciar al pecado y hacer el bien. Guardar los Mandamientos de Dios, evitar el pecado y servir al prójimo. Quien no guarde los Mandamientos de la Ley de Dios, mucho menos podrá guardar el “Mandamiento Regio” de Jesús. (Jn 13, 34). “Si te dejas conmigo te doy este billete”, dice un hombre mundano y pagano a una humilde mujer cristiana. “No puedo”, responde ella, “Porque amo a Cristo y amo a mi marido”. Eso es dar testimonio, como también el decir: No al pecado, “porque amo a la Iglesia y amo mi ministerio”. Lo que sigue a las palabras vengan de quien vengan, sea el testigo sacerdote, ama de casa o un simple campesino, depende del Espíritu y no de la sabiduría humana. “Os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente… ningún adversario vuestro”. (Lc 21, 15). No nos engañemos, las palabras que vienen de Dios no son groseras ni agresivas, no confunden y no meten miedo; son claras y concisas, revestidas de sencillez y sabiduría, tienen como finalidad sembrar el Reino de Dios en el corazón de los “enemigos”. Palabras firmes llenas de verdad, pero también de misericordia, veces corrigen, veces enseñan y exhortan a la conversión. El Espíritu que conoce los corazones sabe lo que necesitan y Él sabe lo que dice; primero pueden generar vergüenza, pero después llevan al arrepentimiento.

8. La radicalidad del testimonio

“Si, pues, tu mano o tu pie te es ocasión, córtatelo y arrójalo de ti… y sí tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti, mas te vale entrar en la Vida con un solo ojo, que con los dos ser arrojado a la gehena del fuego” (Mt 18, 8-9). ¿Qué enseñanza es ésta? El Espíritu nos abre la mente y nos explica la Escritura. Sacarse el ojo o cortarse la mano es lo mismo que dar testimonio del amor de Cristo; es negarse a sí mismo: negar al ojo el placer de complacerse frente a lo que despierta los instintos de la carne o del placer, como pueden ser las revistas o películas pornográficas, como también profanar el cuerpo de Cristo en sí mismo o en los demás por medio del manoseo, de la fornicación o de actos impuros. Cortarse el pie es simplemente evitar la ocasión de pecar, no ir a donde el Espíritu no nos lleva. El Espíritu nunca nos llevará a un lugar donde podamos poner en peligro la Gracia de Dios. Allá nos llevan los instintos o los deseos desordenados de la carne.

9. Dar muerte a las pasiones

“Pues los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gál 5, 24). La disponibilidad para ser fieles al Espíritu me dice que la clave del testimonio cristiano es “La Cruz”, mediante la cual le niego el alimento al hombre viejo que se alimenta por medio de los sentidos, y para limpiar el corazón de los malos y desordenados deseos: “Pues yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 28). Aquí el testimonio es de mirada, se le niega al ojo el placer, esto pide crear convicciones nuevas, cultivar nuevos hábitos y estar siempre atentos a nuestras emociones y sentimientos personales. El mandamiento de Jesús: “Vigilad y orad para no caer en la tentación”, y ver a los demás con la mirada de Dios; esto es “don y respuesta”. Es camino recorrido, pide cambio de actitudes de frente al sexo opuesto, exige enamoramiento del Señor.

10. Seguir a Jesús.

 

 “Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los cielos” (Mt 19, 23). El testimonio que ha madurado lleva al desprendimiento de las cosas, de las riquezas y de manera especial, de sí mismo.

La práctica de la caridad, el amor y el servicio a los menos favorecidos es un testimonio poderoso que expulsa demonios y renueva corazones. “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y sígueme” (Mt 21-22). Toda la persona queda al servicio del Reino de Dios. Sus conocimientos, sus riquezas, sus debilidades, su pasado, su presente, su futuro y su vida misma, es del Señor, de su Iglesia, de los pobres. Pero esto con la conciencia “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mt 5, 3). No hay méritos personales, la gloria y la honra son del Señor que nos ha llamado a ser colaboradores en la predicación del Evangelio.

“Vosotros sois… el Pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa” (1Pe 2, 9). La tiniebla no es otra cosa que el pecado y la luz maravillosa es la santidad a la que el testigo es llamado: “Sed para mí santos porque Yo el Señor, soy santo, y os he separado de entre los pueblo para que seáis míos” (Lv 20, 26).

La santidad pide al testigo ir muriendo a sí mismo, a sus gustos, caprichos, pasiones… para ir abrazando la voluntad de Dios hasta la “obediencia de la cruz” (Flp 2, 8). La Escritura nos dice: “Pues ustedes aún no han tenido que llegar hasta la muerte en su lucha contra el pecado” (Heb 12, 4). Sin lucha contra el pecado, y sin las obras de la fe el testimonio está vacío y no convence a nadie.

“Así los gentiles glorifican a Dios por su misericordia” (Rom 15, 8-9).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

24.- ELEGIDOS PARA DAR FRUTO ABUNDANTE

Objetivo: Mostrar con toda claridad lo que implica el servicio a Cristo, para que renunciando a todo lo que sea incompatible con ello, podamos ser dóciles a la acción del Espíritu Santo.

Iluminación: De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc 17, 10)

1.                 El contexto bíblico.

¿Qué es lo que el Lector Sagrado quiere decir a sus lectores? ¿Cuál es el contexto en que se dio la enseñanza de Jesús? En realidad, está enseñanza está precedida por otras tres  enseñanzas que están dentro del mismo contexto: El escándalo, la corrección fraterna, el poder de la fe.

Los Discípulos piden al Señor que aumente su fe; si piden aumento es porque la tienen, no obstante, está petición descubre algo más, reconocer que existe impotencia, debilidad, límites. Es decir, hay humildad en la petición. El terreno apropiado para que crezca la fe es la pequeñez, la sencillez, en otras palabras la humildad. El enemigo número uno de la fe es la soberbia, el orgullo y todo lo que de ello se desprenda. La fe sin humildad está tan vacía y muerta, como la fe sin las obras. La humildad es la tierra donde nace y crece la virtud de la “Esperanza” que se despliega y desarrolla en la “Caridad”, razón por la que Pablo dice que “la fe llegada a la madurez es caridad” (Gál 5, 6).

Pablo nos dirá con toda certeza que el Señor manifiesta su Poder en los débiles; manifiesta su gracia en la debilidad (cfr 2 Cor 12,9ss) Mientras que Lucas dice que Dios desprecia a los potentados y a los orgullosos los despide vacíos (Lc 1, 51) Escuchemos a Juan el Bautista decirnos: “Es necesario que yo disminuya para que Él crezca” (Jn 3, 30) “No soy digno de desatar las correas de sus sandalias” Lc, (3, 16). La humildad del Bautista lo hace reconocer que no es digno de ser servidor, y sin embargo sabemos que Dios lo eligió desde la eternidad y ocho siglos antes Isaías anunció su nacimiento (Is 40, 3).

2.                 La enseñanza de Jesús.

Jesús dice a los suyos: “Si tuvieran fe tan grande como un grano de mostaza, podrían decirle a ese árbol arráncate y plántate en el mar” (Lc 17, 6). ¿Qué significa plantar árboles en el mar? Significa cambiar la manera de pensar pesimista, negativa, derrotista, servil, rigorista, legalista, altiva, presumida y soberbia para que podamos tener la mente renovada, cristiana, positiva, optimista que no maximice los defectos de los otros mientras que minimiza los propios, por otro lado, minimiza las virtudes de los demás y maximiza las propias. Vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos los defectos propios. La verdad es que no fuimos llamados a ser siervos inútiles; no fuimos llamados a ser estériles. La verdad es que Jesús nos ha elegido para “dar fruto y fruto en abundancia” (cfr Jn 15, 16).

Para entrar de lleno en el tema afirmamos que la humildad y el amor son inseparables de la fe. La fe crece donde hay humildad y caridad; la caridad sin la humildad es marca patito, y la humildad sin caridad es hipocresía, es filantropía. La unidad de las tres nos llena de los dones del Espíritu; nos revisten de Cristo y nos configuran con Él. Son por eso el “Camino” para conocer a Dios y apropiarnos de los “Bienes de arriba donde está Cristo sentado  a la derecha del Padre (Col 3, 1-3). “Busquen las cosas de arriba, no las de la tierra; anhelen a  las de arriba, no a las de abajo”… ¿Cuáles son las cosas de abajo?

3.                 Elegidos para servir.

Para el discípulo el servicio es expresión del amor. Jesús dice a los suyos: “permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). La pregunta sería: ¿cómo permanecer en el amor de Cristo? La respuesta el Espíritu Santo la pone a nuestro alcance:

· Permanecer siendo amados, todo el día y todos los días; de día o de noche; llueva o truene; en las buenas y en las malas. Dejarse amar por Dios es dejarse perdonar, sanar, conducir, liberar, santificar….

· Permanecer amando; ¿Quién es el que me ama? El que hace lo que yo le digo (Jn 15, 15); el que guarda mis mandamientos, guarda mis palabras y ama a sus hermanos (Cf Jn 14, 15. 21-23)

· Permanecer sirviendo. Servir significa amar. Así decimos que Cristo ama al Padre y es su Siervo: por un acto de amor de Cristo al Padre hemos sido redimidos. Cuando guardamos sus Mandamientos, especialmente, el del Amor, estamos hablando de servicio, de donación, de entrega desinteresada y total a aquel que sabemos nos amó y se entregó por nosotros (Gál 2, 20; Ef 5, 1)

Jesús mismo nos dice: “Si ustedes guardan mis mandamientos permanecerán en mi amor como yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su Amor” (Jn 15, 9). ¿Cuáles son los mandamientos de Jesús a sus discípulos? Todos conocemos su Mandamiento regio: “Ámense los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 13, 34). Jesús amó a los suyos hasta el extremo, hasta dar su vida por ellos (Jn 13, 1) El Mandamiento Regio, para poder ponerlo en práctica exige guardar los Mandamientos de la Ley de Dios; la Ley es el Pedagogo que nos lleva a Cristo. Quien quebrante uno de estos mandamientos, que ni sueñe, no podrá guardar el Mandamiento Nuevo. Este Mandamiento exige: primero estar en comunión con Cristo, estar muriendo al pecado y tener el don del Espíritu. Digamos entonces que “El amor es el alma de todo apostolado”, sin amor somos siervos inútiles, negligentes, y por lo tanto estériles.

 

4.                 Los Mandamientos de Jesús.

¿De qué Mandamientos se trata? Antes de hablar de los Mandamientos del Señor Jesús digamos una palabra sobre el “Gran Envío”. Escuchemos al mismo Cristo Resucitado decirnos: “Todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18, “Así como el Padre me envió, yo los envío a ustedes” (Jn 20, 21). Jesús no exige lo que Él no nos ha dado primero. Cristo resucitado el mismo día de Pentecostés hace a sus discípulos partícipes de sus dones: “La paz sea con ustedes”.  La Paz de Cristo nunca viene sola, con ella vienen los frutos del Árbol de la Vida que está en el Paraíso de Dios (Apoc 2, 7): El amor, el perdón y el gozo del Señor. “Yo los envío a ustedes”. “La Misión de Cristo” es ahora la Misión de la Iglesia, quien recibe de su Fundador la Misión de continuar en la Historia la “obra del Padre”: Dar vida a los hombres. Para que los discípulos puedan llevar a cabo la Misión, el Maestro no los envía con las manos vacías: les da el don del Espíritu: Sopla sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 23). El mismo Espíritu que Él recibió del Padre y lo guió a lo largo de toda su existencia y que habitaba en Él como en su propia casa, será ahora el que guía a los Doce y con ellos a toda la Iglesia.

· Su Primer mandato: “Vayan por todo el mundo y enseñen todo lo que yo les he enseñado. Vayan y lleven mi Palabra, para que muchos sean engendrados por la “semilla de la Verdad”. Recordemos la fe viene de lo que se escucha, y lo que se escucha es la Palabra de Cristo que se predica (Rom 10, 17).

 

· Su segundo mandato: “Bauticen a los que crean en el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Por el Bautismo somos hijos a de Dios, hermanos de Jesucristo y templos del Espíritu Santo; además somos consagrados a Dios, somos de su propiedad, le pertenecemos.

 

· El tercer mandato: Enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Jesús quiere que todos los creen en Él lleguen a ser sus discípulos. No podemos contentarnos con ser creyentes. Sólo conoceremos realmente a Jesús, lo amaremos y lo serviremos en la medida que seamos sus discípulos. ¿Qué nos enseñó Jesús?

 

· El cuarto mandato: “Vayan y curen a los enfermos y limpien a los leprosos”. Hermoso ministerio puede ser el de nosotros, si obedecemos amorosamente las palabras del Maestro, si dedicamos tiempo y energías al cuidado de los más débiles.

 

 

· El quinto mandato: “Denles ustedes de comer”. No es una opción es un mandamiento que Jesús da a su Iglesia (Mc 6, 34) Den de comer a los hambrientos, a los marginados, a los excluidos, a los pobres que llenan nuestras calles cargando con nombres como “Niños de la calle”; “ancianos abandonados”; “teporochos”; “Desempleados”.

 

¿Realmente creemos que la Misión de Cristo es la Misión de la Iglesia? ¿Creemos y hacemos nuestro el “destino glorioso” de Cristo? ¿Creemos que el Espíritu Santo se ha unido a nuestro Espíritu para dar testimonio de que ya somos hijos de Dios; y si somos hijos somos también herederos, con Cristo de la herencia de Dios? (cfr Rom 8, 15- 17) Si realmente lo creemos entonces es trabajo de la Pastoral, no me es extraño, no se me impone, es lo mío. No soy un asalariado, no soy un impostor. El Señor me sacó de la fosa mortal, me rescató, me trajo a mi patria, es decir a mi Comunidad, a mi Parroquia que es mi Familia. Los demás no me son extraños, me pertenecen y yo les pertenezco: somos miembros unos de los otros. Los demás son un “don de lo Alto, y yo soy un don para ellos”. Trabajar en la Viña del Señor es trabajar en lo mío… sé a quién le trabajo y para quien trabajo, por eso lo hago con amor, con gusto, con disponibilidad y de buena gana.

El servidor de Jesucristo, trabaja en lo suyo, pero no trabaja solo, lo hace con otros a quienes reconoce como hermanos a quienes Cristo los hace partícipes de su “Herencia”. Todos movidos por un mismo Espíritu de Amor que es como el alma de toda acción pastoral. Qué hermoso es reconocer que Dios quiere que seamos protagonistas de nuestra propia historia y que tomemos en nuestras manos las riendas de nuestro destino, destino glorioso para el cual fuimos elegidos y destinados en Cristo desde antes de la creación del mundo (cfr Ef 1, 4-5)

5.                 Dos modos de servir.

 

¿Qué es lo que realmente pasa? Entiendo que el Plan de Dios no siempre se realiza, esto, no es porque Dios no quiera, sino porque nos ha dado libertad. El hombre es libre para acoger el regalo de la salvación y es libre para rechazarlo. Lo puede recibir y después lo puede descuidar y abandonar. Lo puede proteger y cultivar o lo puede descuidar y abandonar para que “los cerdos o las concupiscencias” lo destruyan.

 

La Biblia nos presenta dos modos de vivir (Sal 1,1-6). Dos modos de ser y de dos modos de actuar, como dos son los caminos de los que nos habló el Señor: Uno es angosto y el otro es ancho y espaciosos. Los dos tienen distintas metas: uno lleva  la vida y el otro lleva  a la muerte. Uno da vida y el otro da muerte. El camino angosto es el camino de la Verdad y del Amor que llevan a la Vida (cfr Mt 7, 13s). El camino ancho es el camino de la mentira y del odio que llevan a la injusticia y a la muerte. San Pablo designa a uno de estos caminos como el vivir o servir en la carne y al otro como vivir o servir en el Espíritu de Cristo (cfr Gál 5, 16-22) Con toda verdad nos dice en la carta a los Romanos que servir en la carne no es grato a Dios, no es agradable al Señor (Rom 8, 1-9). Con toda certeza afirmamos:  “Somos siervos inútiles cuando no hacemos las cosas según el Espíritu de Cristo”.

 

V  “La carne” hace referencia a una vida o a un modo de servir que es conducido por cualquier espíritu que no sea el Espíritu Santo. Espíritu de esclavitud, de miedo, de lujuria, de presunción, de vanidad, de pecunia, de pereza, de fariseo, es decir, de rigorismo, legalismo y perfeccionismo.etc. El servicio en la carne es servilismo, es una carga, se hace por obligación, por que toca y de mala gana. Servir en la carne aburre, cansa, me hace agresivo, utilitarista…

V  En cambio la espiritualidad cristiana se derrama en un servidor que es iluminado y conducido por el Espíritu Santo, que guía a los hijos de Dios (Rom 8, 15). El servicio se hace con alegría, con entusiasmo y con amor. Uno se puede cansar, no somos de fierro, pero, el abandono en las manos del Señor es nuestro descanso. Podemos sentir cierta satisfacción, pero, no nos domina la vanidad, el Espíritu viene en nuestra ayuda: “¿Qué tengo que no lo haya recibido de Dios, y sí lo recibí de él, para que presumir?” (1Cor 4,7) No se aceptan aplausos, ni lisonjas, ni premios por que la Gloria es para el Señor. Para el servidor de Cristo su Maestro es el Espíritu Santo que además nos recuerda lo que tenemos que hacer y nos guía por los caminos de la vida.

 

La pregunta sería: ¿a dónde nos lleva? El Espíritu Santo nunca nos llevará a un lugar donde pongamos en peligro la gracia de Dios. No nos llevará a las tinieblas, a lo obscurito. Podemos tener la confianza y la certeza que siempre nos llevará a Cristo. Nos restablece en el Paraíso; nos lleva al Reino de Dios; nos guía a la Filiación divina; nos configura con Cristo, nos reviste de Cristo y nos llena de Cristo para que participemos de la Gloria de Cristo como sus amigos, hermanos e hijos de su Padre y hermanos de los hombres. El Espíritu nos hace hombres espirituales. Nos quita las máscaras y separa el metal precioso de la escoria para que seamos servidores según el corazón de Cristo. Digamos con toda certeza: hay espiritualidad cristiana, ahí donde hay vida espiritual y hay vida espiritual, ahí donde se mueve el Espíritu Santo. Porque no recordar a Jeremías, solo, cansado, frustrado que llegó a maldecir el día de su nacimiento (Jer 15, 19).

 

6.                 Servidores para Cristo.

 

No sólo somos servidores de Cristo, somos servidores para Cristo, para la Gloria de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Escuchemos como empiezan las cartas de Pablo: “Yo Apóstol, siervo de Jesucristo por voluntad del Padre” (Gál 1,1; Ef 1, 1) La pregunta: ¿somos siervos o somos amigos”. ¿Somos siervos o somos hijos? “No los llamo siervos, a ustedes los llamo amigos” (Jn 15, 15). La mentalidad del sirviente es una y la mentalidad del amigo es otra, como la mentalidad del hijo no es la misma que la del esclavo. Al amigo se le puede llamar siervo, cuando libre, conscientemente y movido por el amor acepta ser servidor de Cristo. Me fascina el texto de la segunda de Corintios que nos dice: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor a Jesús” (2 Cor 4, 5). La clave del servicio a Cristo es el amor a su Persona, a su Iglesia, a sus pobres, a sus enfermos, a los pecadores.

 

7.                 La pregunta que pide una respuesta.

 

¿De quién somos? ¿A quién le pertenecemos? Somos de aquello que amamos. Quien ama el dinero, el lujo, la moda, las faldas o lo que hay debajo de las faldas, el alcohol, la droga, la fama, el poder, el sexo… ¿De quién es? ¿A quién le pertenece? Pertenece a lo que ama. Somos de Aquel a quien amamos y por amor le entregamos el corazón. El servidor de Cristo es propiedad exclusiva de su Señor. Por tres razones: “Porque Él nos llamó a la existencia sacándonos de la nada; porque Él nos redimió con su Sangre Preciosa y en tercer lugar porque lo amamos”, y hemos puesto nuestra vida en sus manos. En la carta a los Colosenses Pablo nos confirma lo anterior: “Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón como para el Señor y no para los hombres, conscientes de que el Señor os dará la herencia en recompensa. El Amo a quien servís es Cristo (Col 3, 23s). En el Evangelio de Juan Jesús dice a los suyos: “No os llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os he llamado amigos.” (Jn 15, 15)

 

8.                 La respuesta a la Palabra es la acción.

 

La fe sin obras está muerta nos ha dicho Santiago en su carta (2, 14) Respondamos, no solo con palabras, sino, y sobre todo con hechos para que la Palabra se haga vida, se haga valor, se haga virtud. No puedo decir que soy de Cristo y estoy cobijado y revestido de tinieblas: mentiras, odios e injusticias. Soy de Cristo cuando me he despojado del traje de tinieblas y me he revestido con el traje de la Verdad, la bondad y justicia (Ef 5, 8). En la carta a los Gálatas Pablo nos dice cual es el camino correcto para ser de Cristo: “La docilidad al Espíritu Santo”. Espíritu que nos enseña a ser humildes, generosos, castos y serviciales desde la cruz de Cristo (Gál 5, 24-25) Morir al pecado y vivir según el Espíritu son las dos caras de una misma moneda: La Pascua de Cristo. Muerte y resurrección: “Morir al pecado y vivir para Dios” (Rom 6, 11) Es lo mismo que abandonar las obras estériles de la carne y revestirse con la armadura de Dios (Rom 13, 11ss)

 

Cuando Pablo dice: “Fortaleceos en el Señor con la energía de su Poder” (Ef 6, 10) Realmente nos está diciendo que hagamos ejercicios de fe, esperanza y caridad. Que pongamos a trabajar los dones del Señor para que no seamos siervos inútiles, negligentes y malos. Hasta llega a decir: “El que no trabaje, que no coma” (2 Ts 3, 10) Trabajar en el cultivo del corazón exige arrancar y quemar la maldad que llevamos dentro con la “Fuerza” y el “Fuego del Espíritu” para que pueda brotar la vida, la virtud, la libertad interior. Sin renuncias no hay virtud; sin negarnos al egoísmo, a los deseos desordenados de la carne, no hay libertad, y sin libertad no hay amor. Juan en su Evangelio nos ha dado la clave del servicio en el Espíritu: “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32) Libres, ¿De qué? Y, libres ¿Para qué? La respuesta quisiera dejarla a tu imaginación, pero prefiero recurrir a la misma Escritura para que nos dé la respuesta: “Libres para ser discípulos y misioneros de Cristo”.

 

9.                 La Clave del Servicio: La gloria de Dios.

 

San Pablo Nos dice en la primera carta a los de Tesalónica: “Bien sabéis hermanos que nuestra ida a vosotros no fue estéril. Os predicamos el Evangelio en medio de persecuciones, luchas, sufrimientos… nuestra predicación no procede del error, ni de la impureza ni del engaño, sino que así como hemos sido juzgados aptos por Dios para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos, no buscando agradar a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones. Nunca nos presentamos con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia; ni buscamos gloria humana, ni de vosotros ni de nadie” (1 Ts 2,1- 12). El Apóstol Pablo nos dice: “Qué nos tengan los hombres como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Cor 4, 1)

 

Es en la primera de Timoteo donde Pablo nos da la clave para comprender el texto anterior que viene a ser el himno de todo servidor de Cristo: “El fin de este mandato es la caridad que brota de un corazón limpio, de una fe sincera y de una conciencia recta” (1 Tm 1, 5) Tres realidades que forman unidad y que garantizan lo que realmente buscamos: La Gloria de Dios y el bien de la Iglesia. El bien de la Comunidad, lo demás viene por añadidura. En la segunda carta de Corintios Pablo quiere mostrarnos la excelencia del trabajo apostólico: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por amor a Jesús” (2 Cor 4, 5).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

25.- HE DECIDIDO SEGUIR A CRISTO

 

Objetivo: Conocer las exigencias y los desafíos que nos presenta el camino del discipulado, para poder lograr una mejor identidad cristiana que responda a nuestra configuración con Cristo.

Iluminación. Jesús dijo a los discípulos que habían creído en Él: “Yo sé por qué me siguen, les he dado de comer hasta saciarse” (Jn 6, 26). “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 58).

1.     ¿Cómo permanecer en el amor de Dios?

“Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros”. Con el mismo amor con el que el Padre y el Hijo se aman y se donan el uno al otro, así somos amados. No basta con saber que Dios nos ama, lo válido sería recibirlo y vivir experimentando ese amor; con ese amor amarnos a nosotros mismos, amar al Señor y a los demás. “Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn 15, 8-9).

¿Cómo permanecer en el amor de Jesús? El mismo Señor muestra el camino: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). La comunión con Jesús es disponibilidad de escucha, es apertura, es obediencia a su Palabra: “Sí os mantenéis en mi Palabra seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32). El encuentro con Jesús nos ha iniciado en un nuevo estilo de vida: “Con hambre y sed” escuchamos su Palabra, la guardamos en el corazón y la ponemos en práctica (Lc 8, 21; 11, 28). Nos enamoramos de Jesús y de su proyecto de vida sellando una “alianza” de amistad con Él: “Vosotros  sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15, 13).

Jesús ama a sus amigos y sus amigos lo aman a Él, se trata de una amistad activa. La amistad es el camino para permanecer siendo amados y permanecer amando. Permanecer en su amor para recibir su vida en abundancia y permanecer dando la vida por el  amigo y por los que Él ama. La amistad con Jesús tiene sus implicaciones. No se puede decir que somos amigos de Jesús y no conocerlo, amarlo y servirlo. “No hay mayor amor que el que da su vida por el amigo”(Jn 15, 13). Jesús ha dado su vida por nosotros. ¿Qué podemos hacer nosotros por Él?

2.     ¿De quién somos?

 

“Si el mundo os odia, sabed que a mí me odiado antes que a vosotros. Sí fueras del mundo, el amaría lo suyo” (Jn 15, 18). El amigo ha sido sacado del mundo, ya no es del mundo, ahora tiene “Nuevo Dueño”, es de Cristo, su propiedad. La experiencia de liberación es el sello de confianza que ha dejado el saberse perdonado y sentirse portador de una nueva presencia; presencia gozosa y amorosa, verdadera fuerza liberadora que va inundando todo el ser para ir entretejiendo la “Opción por Jesús”, la “Decisión de seguir a Cristo”, por lo que él  es, y no,  por otras razones. El cristiano, aquel que acepta a Cristo como su Señor y Salvador; aquel que vive en Cristo y vive para Cristo, ha hecho una “opción radical” por Jesús el Señor. Su vida está orientada a Aquel para quien vive, trabaja, pertenece (Flp 1, 21; Col 3, 23s), Ministro de la Nueva Alianza (1 Cor 4, 1).

¿Cuándo se da este momento? Israel lo vivió después de un tiempo de haber salido de Egipto. “Al tercer mes después de la salida de Egipto, ese mismo día, llegaron los hijos de Israel al desierto de Sinaí” (Ex 19, 1). El desierto entretejió en el Israel un cambio profundo de conciencia y mentalidad: de pueblo esclavo a Pueblo de Dios. En el Sinaí Dios hace alianza con el Pueblo que se compromete a obedecer a Yahveh, y Yahveh se compromete a ser el Dios del Pueblo (Ex 24, 3; 7). Para el cristiano, se da como momento inicial el día de su Bautismo, pero, en su devenir existencial se da, en el “Encuentro” con Cristo. Encuentro liberador y gozoso que divide la vida en dos: en un antes del encuentro y en un después (Ef 5, 1- 8). Cuando se ha probado lo bueno que es el Señor y se acuña la certeza de que nos ama incondicionalmente; cuando se adquiere la certeza de que también amamos al Señor, es entonces, cuando se hace la “opción radical” y se acepta pertenecerle, amarle y servirle.

  1. La experiencia del desierto

 

Jesús mismo después de su Bautismo, fue llevado por el Espíritu al desierto donde oró y ayunó cuarenta días, para ser al  final tentado por el diablo. Jesús en el desierto venció y ató al Demonio para luego irse a invadir sus terrenos y liberar a los oprimidos por el mal. Jesús, venciendo las tentaciones, con una triple afirmación se afirma como el Hijo obediente y como el Siervo de su Padre: “Sí amaré, sí obedeceré y sí serviré” (cfr Lc 4, 1-13).

El desierto es el momento en el que Dios cambia nuestros planes y proyectos. Jeremías dijo: “Me sedujiste Señor y me dejé seducir” (Jer 20, 7). Se comprende que el Señor está llamando a un “ministerio” determinado, la respuesta ha de estar a la altura de los grandes personajes de la Biblia: Moisés: “Heme aquí”, María: “Yo soy la humilde esclava del Señor, hágase en mí según su Palabra”. Abrazar hasta el fondo la voluntad de Dios es señal de crecimiento, de muchos momentos de diálogo, de purificación del corazón y de una nueva manera de orar.

  1. Las condiciones para seguir a Jesús

Jesús dijo a los discípulos que habían creído en Él: “Yo sé por qué me siguen, les he dado de comer hasta saciarse” (Jn 6, 26). Al leer estas palabras podría surgirnos una pregunta: ¿Yo, porque estoy siguiendo a Jesús?, ¿Qué es lo que yo le estoy pidiendo?, ¿Qué es lo que me hace ir a la Iglesia? En su enseñanza, Jesús nos advierte con toda claridad: “No se puede poner un parche nuevo a un vestido viejo, se rasgaría el vestido” (Mc 2, 22). Jesús no quiere ser un parche en nuestra vida, Él quiere ser el Todo. Cuando Jesús es nuestro parche, nuestra actividad se viene abajo, derrotada por el cansancio y por la frustración, al no salirnos las cosas según nuestros planes. El discípulo ha de estar abierto al cambio de mente y de corazón; cambiar sus actitudes paganas por actitudes cristianas: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 58). La enseñanza del desierto culmina con la plena aceptación de la voluntad de Jesús: No busquemos quedar bien ni que nos vaya bien. Como tampoco se ha de buscar el lujo, comodidad, seguridades, bienestar, riqueza, halagos o alabanzas. Seguir a Jesús por lo que Él nos pide, la purificación de nuestras ideas falseadas de Dios, del hombre y de la vida.

Los amigos de Jesús han de seguir el mismo camino que su Maestro: ir al desierto, el lugar de la victoria de Dios y el lugar donde habitan los demonios. Al final de este tiempo de preparación, se toma la firme determinación de seguir a Cristo, rompiendo a la vez la amistad con el mundo. No se puede servir a dos amos, con alguno se queda mal. El mundo te ama y quiere tu corazón. Jesús te ama y también quiere tu corazón, la decisión es tuya, se lo das a quien tú quieras y decidas. Muchísimos son los hombres que nunca han pisado el desierto y muchos son los que mueren en él, prefieren la esclavitud de Egipto a salir de sí mismos e ir al encuentro de su realidad.

A.    Romper la amistad con el mundo

 

La decisión de seguir a Cristo, pide romper la amistad con el mundo: Adiós botellas de vino; adiós mujeres alegres; adiós a centros nocturnos y otros  lugares de vicio; adiós al fraude y a la corrupción, adiós al “mundo y al reinado de la carne”, frente a nosotros está el desierto… la etapa de formación y de preparación para seguir a Cristo, “Luz del Mundo” (Jn 8, 12). Y, ¿Ahora qué? ¿A dónde me lleva Jesús? Juan y Andrés hicieron a Jesús esta pregunta: Maestro, ¿Dónde vives? La respuesta de Jesús es clara y concisa: “Venid y lo veréis”. Ellos fueron y estuvieron con él toda la tarde” (Jn 1, 38-39).

No tengamos miedo en decirlo, Jesús, en primer lugar, nos lleva a la intimidad con Dios, al conocimiento de su amado Padre. En segundo lugar, el Evangelio de Marcos nos dice que Jesús nos lleva a otro lugar de encuentro, ahora con los hombres, con pecadores y publicanos: “Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió”. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús, pues eran muchos los que lo seguían” (Mc 2, 13-15). Jesús nos enseñó con parábolas, pero su vida misma es una parábola: se sienta a la mesa con pecadores para enseñarnos que los pecadores también son llamados a sentarse a la mesa con el Padre celestial: Se hace amigo de pecadores para luego ayudarles a hacerse amigos de su Padre que está en los cielos.

  1. Dejarse guiar por el Espíritu

 

El Espíritu Santo siempre nos llevará a Cristo, nunca a un lugar donde podamos poner en peligro la gracia de Dios. Jamás nos llevará al pecado. Es el espíritu de Jesús Resucitado que hemos recibido: “Yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Caminar en tinieblas es dar la espalda a Dios, nos lleva a la confusión y nos hace enemigos de Dios. El que camina en tinieblas realiza las obras de la carne (Gál 5, 19). En cambio, quien camina en la luz, obra en la luz y realiza las obras de la luz, las obras de la fe (Gál 5, 22). Caminar en la luz nos hace nacer de la voluntad de Dios, revestirnos con el vestido del “Hombre Nuevo” en justicia y santidad para conformar la vida con Jesús. (cfr Rom 8, 14-15).

  1. Revestirse de Cristo

 

“Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es vínculo de la perfección” (Col 3, 12-13). Caminar en la luz nos reviste de Cristo y nos configura con Él mediante la  práctica de las virtudes cristianas. La práctica de las virtudes nos ayuda a vencer los defectos de carácter, los pecados capitales, llena los vacíos del corazón y permite que la “casa” sea construida sobre roca y no en arenas movedizas. La Sagrada Escritura nos presenta un caminito que nos permite vivir y crecer en la verdad. El problema de muchos cristianos, es precisamente el no cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para hacer el bien, para amar. “No todo el que me dice Señor, Señor, entra en la casa de mi Padre, sino los que hacen su voluntad” (Mt 7, 21). Cada vez que ponemos en práctica la Palabra de Dios hacemos su voluntad, y Él nos da el crecimiento espiritual. No basta con poseer la Gracia, el “Reino de los cielos está en tensión y es de los que lo arrebatan” (Mt 11, 12).

D.    La enseñanza del Apóstol Pedro

 

“Para que participéis de la naturaleza divina, huid de  la corrupción que hay el mundo por la concupiscencia. Por esta misma razón, poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la tenacidad, a la tenacidad la piedad, a la piedad el amor fraterno y al amor fraterno la caridad” (1Pe 1, 4-7). Pablo en la carta a los Colosenses confirma la enseñanza de san Pedro al decirnos: “Si realmente habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha del Padre” (col 3, 1ss). Las cosas de arriba son las virtudes cristianas como la fe, la esperanza y la caridad que nos ayudan a revestirnos y a configurarnos con Cristo.

La virtud crece con el cultivo de los buenos hábitos como leer la Escritura, hacer oración, las buenas obras; pero, hemos de afirmar con autoridad que sin renuncias y esfuerzos personales no hay vida, como tampoco hay virtud. Toda virtud crece con el uso de su ejercicio. Cierto es también que nadie crece en la virtud sin cultivar la prudencia, quicio de todas las demás virtudes. “Pues si tenéis estas cosas, y las tenéis en abundancia, no os dejaran inactivos ni estériles para el conocimiento perfecto de nuestro Señor Jesucristo. Quien no las tenga es ciego y corto de vista” (v. 8). A la luz de la doctrina del Apóstol Pedro podemos afirmar la urgencia de cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para hacer el bien, para amar. Sólo entonces podemos construir una casa firme y sólida sobre la roca (cfr Mt 7, 25; lo contrario seremos como niños, fácilmente sacudidos por cualquier viento de doctrinas que iremos de fracaso en fracaso (Ef 4, 14).

E.    Una vida liberada en Cristo

 

La vida en Cristo, es una vida liberada del dominio del mal, de las cosas, de las personas y de la esclavitud de la ley, para ser capaces de amar y servir al estilo de Jesús, Nuestro Señor. Es una vida en tensión, en movimiento, tiende hacia el crecimiento espiritual llena de experiencias dolorosas, liberadoras, gozosas e iluminadoras, que son las señales de un verdadero crecimiento en Cristo. Donde hay crecimiento, hay conocimiento de Dios: “Hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y al conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo” (Ef 4, 13).

El Crecimiento en la Gracia es el modo ordinario para expulsar los demonios que impiden que el Reino de Dios crezca y se manifieste en nosotros. “Si uno quiere ser el primero que sea el último y el servidor de todos (Mc 8, 35). Jesús comparte con sus amigos el amor y también el servicio. “Él quiere que donde está Él estén también sus amigos” (Jn 14, 4). Para eso ha elegido a sus amigos, para que estén con Él en la construcción del Reino, en la Obra que el Padre le mandó realizar entre los hombres: Mostrar al mundo el rostro de bondad, misericordia, de alegría. Para esto purifica sus corazones, los lleva al desierto y los invita a subir con Él a Jerusalén, para que sean testigos y servidores de la Vida.

Oración. Gracias Señor Jesús, por tu predilección al invitarnos a seguir tus huellas, a estar contigo y a trabajar contigo en la “obra que el Padre te encomendó realizar a favor de los hombres”. Gracias Señor, somos siervos inútiles, revestidos de flaqueza, nos consuela el saber que Tú manifiestas tu poder en los débiles: “Ven Señor Jesús” a iluminar nuestros pasos, fortalecer nuestra voluntad, santificar nuestros corazones, para que a ejemplo de María seamos dóciles a la Acción del Espíritu en nuestras vidas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

26.- NOSOTROS PREDICAMOS A CRISTO JESÚS SEÑOR NUESTRO

Iluminación. “Vayan por todo el mundo y proclamen la buena noticia a toda criatura. El que crea y se bautice se salvará, pero el que no crea se condenará” (Mc, 16, 15).

El Gran envío. Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra” (Mt 28, 18) “Como el Padre me ha enviado, yo también los envío a ustedes” (Jn 20, 21”) “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. (Mt 28, 19) Sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo” A quienes les perdonen sus pecados, Dios se los perdonará, y a quienes se los retengan, Dios se los retendrá (Jn 20, 22). “Vayan por todo el mundo y proclamen la buena noticia a toda criatura. El que crea y se bautice se salvará, pero el que no crea se condenará” (Mc, 16, 15).

Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se anunciaría a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, la conversión y el perdón de los pecados”(Lc 24, 46) “Por mi parte, les voy a enviar el don prometido por mi Padre. Ustedes quédense en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de lo alto” (Hech 1, 8)“ Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).

 

Promesa cumplida. No salgan de Jerusalén; esperen la promesa que les hice de parte del Padre; porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hch 1, 4) “Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo, él vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos” (Hch 1, 8). Promesa a la que responde una necesidad de todo ser humano y de cada creyente: la necesidad de Espíritu Santo que el Padre da su Hijo en plenitud y que Jesús da a los creyentes y discípulos. Al llegar el día de Pentecostés, estando todos juntos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, semejante a una ráfaga de viento impetuoso, y llenó toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu los movía a expresarse” (Hch 2, 1- 4).

 

Jesús es el Apóstol del Padre, el Mensajero de la buena noticia, desde Pentecostés se convierte en el Mensaje salvador y redentor que los Apóstoles predican con la fuerza del Espíritu Santo para que el mundo crea que Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías, y  creyendo, se salve. Como dispensador de los “Misterios de Dios”, debo a anunciar las palabras o verdades reveladas sobre Dios y su Obra salvadora. Lo que Dios ha hecho en favor de la humanidad. Predicar para dar a conocer el “Misterio de Dios” que ha sido revelado en Cristo en la Plenitud de los tiempos (Gál 4, 4.-6) Jesús el predicador del Padre habló de “Los misterios del reino de Dios”, “las cosas que Dios revela a los sencillos y humildes de corazón”(Mt 13, 11; Mt 11, 25)Pedro, en nombre de la Iglesia, predica: “Escuchen Israelitas: Jesús de Nazaret fue el hombre a quien Dios acreditó ante ustedes con los milagros, prodigios y señales que realizó por medio de él entre ustedes como bien lo saben” (Hch 2, 22).

San Pablo habla del Misterio de Dios, es decir, Cristo (Col 2, 2-3)“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos”(1 Cor  1, 23 ). Cristo, el Hijo de Dios, ha muerto para perdón de nuestros pecados y ha resucitado para nuestra justificación (Rom 4, 25). Cristo es nuestro Salvador y es nuestra salvación: “Cristo fue hecho para nosotros sabiduría que procede de Dios, justificación, santificación y redención” (1Cor 1, 30). San Juan lo afirma diciendo: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Pablo, vuelve sobre lo mismo: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo como Señor Nuestro (2 Cor 4,5) Para san Pablo, Cristo es el Misterio de Dios, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Co 2,2-3).

El anuncio de la persona de Cristo debe ser el alma y la esencia del Anuncio cristiano.El Apóstol Pedro en su primera predicación el día de Pentecostés, con la fuerza del Espíritu Santo, predica a Cristo y su misterio Pascual: “Escuchen Israelitas, Jesús de Nazaret fue el hombre a quien Dios acreditó ante ustedes con milagros, prodigios y señalesque realizó por medio de él entre ustedes, como bien lo saben” (Hech 2, 21- 22). Dios lo entregó conforme al plan que tenía previsto y determinado, y ustedes, valiéndose de los impíos, lo crucificaron y lo mataron. Dios sin embargo lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, pues era imposible que ésta lo retuviera en su poder.” (Hech2, 23- 24) “Sepan, pues, con plena seguridad todos los israelitas que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús, a quien ustedes crucificaron” (Hech 2, 36).

¿Quién es para la Iglesia Jesús de Nazaret? Marcos comienza su Evangelio diciéndonos: “Comienzo de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” (Mc 1, 1). A la pregunta de Jesús a sus discípulos: “Quién soy yo para ustedes”, Pedro en nombre de la Iglesia responde: “Tú eres el Mesías” (Mc 8, 29) En Mateo, Pedro extiende su respuesta: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16)Para la Iglesia Jesús es el “Hijo de Dios”, es el Mesías, es decir, el “Ungido” con el Espíritu Santo para realizar la “Obra del Padre”, la salvación de los hombres. Ungido para ser Salvador, Maestro y Esperanza de los hombres. La respuesta de Jesús a la samaritana: “Yo sé que el Mesías,está a punto de llegar; cuando él venga lo explicará todo. Entonces Jesús le dijo: Soy yo, el que está hablando contigo” (Jn 4, 25).

Para el Apóstol san Pablo Jesús es Hijo, Salvador, Maestro, Señor, Sabiduría, Salvación y Redención, por eso puede decirnos: “Pues ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico se hizo pobre por ustedes, para enriquecerlos con su pobreza” (2Cor 8, 9) En la carta a los Filipenses nos explica en que consiste la pobreza de Jesús: “Siendo de condición divina, no consideró codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres y en su condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2, 6-8). Es la pobreza de Jesús la que nos hace ricos, es decir, hijos de Dios, hermanos de los hombres y servidores de ellos. Para san Pablo la salvación nos llega por la locura de la cruz que nos lleva a la resurrección.

A la luz de la Resurrección podemos dar testimonio de la persona de Jesús de Nazaret, dejándonos iluminar por la Sagrada Escritura: “Tanto amo Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo” (Jn 3, 16) Jesús es el Hijo de Dios que se hizo hombre para ser Salvador y Salvación de los hombres: “Vengo para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).Jesús ha venido a traernos a Dios: “He venido a encender un fuego a la tierra y ¡cómo desearía que ya estuviera ardiendo ¡” (Lc 12, 49).

Jesús es Redentor: Es Redentor porque ha vencido al Malo con su muerte de cruz para alcanzarnos el perdón de los pecados y sacarnos del pozo de la muerte. “En virtud de su sangre derramada en la cruz, nuestros pecados son perdonados” (Ef 1, 7) “y nuestras conciencias son lavadas de los pecados que llevan a la muerte para que podamos dar culto al Dios vivo” (Heb 9, 14). “Cristo murió para que nuestros pecados fueran perdonados” (Rom 4, 25). “Por él, Dios nos ha sacado del pozo de la muerte y nos ha llevado al reino de la Luz” (Col 1, 13).

Jesús es Maestro: sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos, le dice Nicudemos a Jesús (Jn 3, 2)¿Qué enseña Jesús? Jesús enseña la voluntad de su Padre: “Esto es lo que Dios espera de ustedes, que crean en el que Dios ha enviado” (Jn 6, 29) Para sus discípulos “sólo Jesús tiene palabra de vida eterna” (Jn 6, 69). Jesús es Maestro que enseña el arte de vivir en Comunión, con Dios, consigo mismo y con los demás; Jesús es Maestro que enseña el arte de servir y el arte de amar (Mt 28, 20;Jn 13, 13). Jesús es Maestro que enseña con poder por que él dice lo que él es y hace lo que él dice; enseña con sus palabras, exorcismos, milagros y de manera especial con su propia vida: “Mi Padre siempre me escucha porque yo hago lo que a él le agrada” (Jn 14, 31). Es un Maestro que hace de la voluntad de Dios la delicia de su vida (Jn 4, 34).

Jesús no exige lo que él no ha dado, pero a los judíosque habían creído en él, les propone: “Sí permanecen fieles a mi palabra, ustedes serán verdaderamente mis discípulos, así conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31). La palabra de Jesús es espíritu y vida (Jn 6, 67), y es para vivirse, para ponerse en práctica (Mt 7, 24). “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 8, 21) “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 11, 28).El Señor a nadie le impone la fe; enseña la verdad de manera gradual, desde la libertad, se le acoge o se le rechaza: “El que quiera ser mi discípulo” ( Lc 9, 23) “Si alguien quiere servirme, que me siga: correrá la misma suerte que yo” (Jn 12, 26).

¿Qué significa predicar a Cristo crucificado? Significa presentar la salvación como un don gratuito de Dios a los hombres. La salvación ni se compra ni se vende.  El precio lo ha pagado Jesucristo con su Pascua: Vida, Muerte y Resurrección. Por un acto de obediencia de Cristo al Padre y por un acto de amor a Cristo a los hombres hemos sido salvados.  “Mi vida no me la quitan yo la entrego” (Jn 10, 18). Anunciar a todos los hombres que en Jesucristo Dios ha redimido al Mundo por medio de la “Obediencia de la cruz” (Flp 2, 8), y está perdonándolos pecados y cambiando los corazones de piedra por corazones de carne como lo había anunciado desde antaño y hoy lo está cumpliendo (Jr 31, 31-33; Ez 37, 12; Lc 1, 35). La Obediencia de Cristo al Padre nos ha alcanzado la justificación por la fe (Rom 5, 1-5). “Nosotros estábamos incapacitados para salvarnos, pero Cristo murió por los impíos en el tiempo señalado” (Rom 5, 6).La locura de la cruz nos ha abierto a los hombres el camino de la salvación, se trata de Cristo, fuerza y sabiduría de Dios (1Cor 1, 25).

 

¿Qué significa predicar a Cristo como Señor Nuestro? “Sepan pues, con plena seguridad todos los israelitas que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús” (Hech 2, 36) Significa recapitular todo en Cristo (Ef 1, 10)Todas las cosas han de ser puestas bajo los pies de Cristo. Él es la Plenitud de todo (Col 2, 9), Imagen visible del Dios invisible, Primogénito de toda criatura, todo fue creado por él y para él (Col 1,15- 16). Pablo, enamorado de Cristo, está obsesionado por “Llevar a los hombres al sublime conocimiento de Cristo Señor nuestro” (Flp 3, 6). La condición para hacer de Cristo el Señor de nuestras vidas, nos es presentada por María en las bodas de Caná: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5). Sin la “obediencia de la fe”, Jesús sería un desconocido para los creyentes. El señorío de Cristo en nuestra vida es para servir, para darse y entregarse por amor a los demás para que se realicen como personas amadas y queridas por Dios.

Jesús es Señor de los que los que confían en él y lo aman, de los que lo obedecen y le pertenecen, de los que lo siguen y le sirven. Sólo así podremos comprender las palabras del Maestro: “No todo el que me diga señor, señor, entrará en la Casa de mi Padre”, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21-22).“Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque efectivamente lo soy. Pues bien, si yo, que soy maestro y Señor, les he lavado los pies, ustedes deben hacer lo mismo unos con otros” (Jn 13, 13-14). San Mateo “De la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 28). Jesús es Señor de aquellos que se dejan lavar los pies por Él, para luego, seguir su ejemplo y lavar los pies de los demás.

Las condiciones para conocer a Jesús. La Sagrada Escritura  “Salvación en y por Jesucristo” es don gratuito, pero no barato. No un premio, como tampoco es una recompensa, ni algo que se puede comprar o vender. Se debe recibir como “don inmerecido” como “Gracia de Dios” Se recibe por la fe en la escucha de  la Palabra que nos lleva al Nuevo Nacimiento, para luego cultivar en la unidad en la fe, el crecimiento del conocimiento de Dios hasta alcanzar la madurez en Cristo (cf Ef 4, 13)

 

Ø  Lo primero es lo primero: creer que Dios nos ama incondicionalmente a todos y a cada uno de los hombres, y por amor nos ha entregado a su Hijo que nos amó y se entregó por nosotros (Ef 5, 2; 1 Jn 4, 10.13) En la carta a los Gálatas Pablo personaliza el amor de Cristo: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20). Creer en Jesús es aceptarlo como Salvador personal, como Aquel que amó a su Iglesia y se entregó por ella (Gál 5, 25). Todo el que acepta a Jesús como el don de Dios a los hombres se apropia de los frutos de la Redención: el perdón, la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo, posee la Vida eterna (Jn 6, 39-40). Ha sido justificado por la fe (Rom 5, 1) Es por gracia de Dios es una nueva criatura (2 Cor 5, 17). Esta experiencia es el “motor” de la vida nueva.

Ø  Lo segundo es aceptar a Jesús como Maestro. Hacer de su Palabra la “Norma” para nuestra vida. Lo que Pablo llama: “vivir según el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo” (Flp 1, 27) Para llevar una vida digna del Señor, dando siempre frutos y creciendo en el conocimiento de Dios (Col 1, 10). Jesús es Maestro de los que confían en él, lo obedecen y lo aman, le pertenecen y lo siguen. De aquellos que escuchan su Palabra y la ponen en práctica (Lc 8, 21;  11, 28) De aquellos hombres y mujeres que han probado lo bueno que es el Señor y aceptan libre y conscientemente pertenecerle por toda la vida: Aceptan ser propiedad total y exclusiva de su Maestro, a quien siguen para configurarse con Él: “El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras” (Jn 14, 23).

Ø  En tercer lugar, Jesús es Señor de los que lo aceptan como Salvador y como Maestro. “No basta decir que “somos salvados por la fe”. “No todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21) La voluntad de Dios manifestada en Cristo, pide la obediencia de la fe al único que ha sido constituido por su obediencia y por su amor en Señor y Mesías“Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre, paraque ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 9-11).

 

Los Mandamientos de Jesús a los suyos. “El que conoce mis Mandamientos y los guarda ese es el que me ama” (Jn 14, 21) “Ese es el que me obedece (Jn 2, 5) y ese es el que me pertenece (Gál 5, 24) Los Mandamientos de Jesús no son una carga (1Jn 5, 3) Son su yugo ligero (Mt 11, 29) que Jesús derrama en el corazón de los suyos (Rom 5, 5).El sentido de los Mandamientos es el amor y el servicio a Dios y al prójimo. La obediencia a los Mandamientos es garantía de justicia y rectitud, de honestidad y sinceridad.

 

Ø  El Mandamiento regio. “Ámense los unos a los otros. Como yo los he amado, asíámense los unos los otros” (Jn 13, 34).A la luz de este Mandamiento entra el mandato del “servicio”. “Ustedes me llaman, Maestro y Señor, y lo soy. Pues bien, si yo, que soy el Maestro y Señor, les he lavado los pies, ustedes deben hacer lo mismo unos con otros”. Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Jn 13, 13- 14).

Ø  El Mandamiento del envío. “Vayan por todo el mundo y proclamen la buena noticia a toda criatura” (Mc 16, 15) “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado” (Mt 28, 19-20).  

Ø  El Mandamiento de la fracción del pan. “Hagan este en memoria mía” (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 25) “Así pues, siempre que coman de este pan y beban de este cáliz, anuncian la muerte del Señor hasta que él venga” (1 Cor 11, 26) “El cual, en la última cena con los Apóstoles, para perpetuar el memorial salvífico de la cruz, se ofreció a ti como Cordero inmaculado, y tú lo aceptaste como sacrificio de alabanza perfecta” (Prefacio II de la Eucaristía).

El discípulo de Cristo encuentra su fuerza en la Caridad Pastoral, es decir, en la disponibilidad de salir de sí mismo para seguir a Cristo y dar su vida por los anteriores objetivos. De la Caridad Pastoral nace y crece el “Celo Apostólico” que hace decir a san Pablo: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de vanagloria; se trata más bien de un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio! “ (1 Cor 9, 16). En esto encontramos el sentido de hacer la “Voluntad de Dios” en AMAR, SEGUIR A CRISTO Y SERVIR AL PRÓJIMO.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

27.- OFRECEOS COMO UN SACRIFICO VIVO, SANTO Y AGRADABLE A DIOS

Iluminación: Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12, 1). Sin fe, nada es agradable a Dios (cf He 11, 6)

Hacia una nueva Creación.

El significado del “sacrificio” es hacer las “cosas santas”, de la misma manera que “malicia” es hacer las cosas malas (cf 1 Pe 2,1). El Señor nos ha dicho: “Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman, de aquellos que han sido llamados según su designio” (Rm 8, 28) Cristo resucitado confirma lo anterior al decir a la Iglesia: “Mira que hago todas las cosas nuevas” (Apoc 21 5).  Nuestro Señor es el único que puede sacar cosas buenas de cosas malas, y con él, todos los que han entrado en comunión con Él por  la fe en Cristo Jesús (cf 2 Cor 5, 17). Los que antes caminaban en tinieblas, ahora resplandece sobre ellos la Luz y caminan en la luz (cf Ef 5, 7-8) Como lo había predicho el Profeta: ¡Álzate y brilla, que llega tu luz, la gloria de Yahvé amanece sobre ti!  Mira: la oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos, mas sobre ti amanece Yahvé y su gloria sobre ti aparece. 3 Caminarán las naciones a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora” (Is 60, 1- 3)

Dios irrumpe en nuestras vidas.

La Palabra de Dios predicada y escuchada en nuestra vida, es el inicio de una nueva vida que no debe quemar etapas; más bien purifica. Llega como luz que ilumina nuestras tinieblas para invitarnos a separar de nuestra vida todo lo que no ayuda a realizarnos como personas, llamadas a ser responsables, libres y capaces de amar. ¿Separarnos de qué? Separarnos del odio, de la mentira y de las injusticias (cf Gn 1, 1-3). ¿Separarnos para qué? Separarnos de la corrupción que esclaviza y deshumaniza para caminar en la verdad, en el amor y en la justicia como personas plenas, fértiles y fecundas, es decir, con madurez humana. La luz de la Palabra nos va mostrando el camino que nos lleva a la Plenitud (cf Col 2, 9) Para entrar en la Plenitud que es Cristo, el camino y la puerta son la fe y la conversión: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado; convertíos y creed en la Buena Nueva.»  (cf Mc 1, 15)

Dios quiere el sacrificio de un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias (Slm 51, 9). Este es el primer sacrificio que en Cristo puedo ofrecer a Dios.

Ya que creer en Jesucristo y convertirse a él, no son dos cosos diferentes, las dos son la manifestación del Espíritu Santo que nos lleva a Cristo con un corazón contrito y arrepentido para salir de sus manos como hijos de Dios, hermanos de Cristo, hermanos de los demás y servidores de la “Obra Redentora” (cf Jn 4, 34) Un hombre nuevo, en Cristo, que se ha apropiado de los frutos de la redención de Cristo: “El paso de la muerte a la vida, del pecado a la Gracia, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad, de la aridez a las aguas vivas del Espíritu: «Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá; del que cree en mí se puede decir lo que afirma la Escritura: De su seno manarán ríos de agua viva.» (Jn 7, 37-38) Ríos de   “Paz, Amor, Alegría” Porque el creyente redimido, es ahora “creación nueva.” Ha resucitado con Cristo y ha recibido el don del Espíritu Santo para ser un verdadero discípulo del Señor.

En proceso de crecimiento.

“Lo que se siembra es lo que se cosecha” (cf 2 Cor 9, 6) La semilla de la Palabra es la verdad, el amor, la justicia, la libertad, la santidad. La primera carta de Pedro nos dice lo que debemos hacer: “Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno” (1Pe 2,2) Como niños en la fe nuestro alimento siempre será la Oración filial y la Palabra de Dios para poder crecer de manera integral. No se trata de sentirse niños, ni de saberse niños, sino, de “hacerse como niños”. Con las palabras de Juan Bautista decimos: Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30). El camino para “hacerse como niños” es el “Discipulado” para hacerse “discípulos de Cristo,” recordando el camino que san Pablo nos ha mostrado: “Ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2Cor 8, 9) La Pobreza de Jesús es su Encarnación, su pasión y su muerte, tal como lo describe el Apóstol: “El cual, siendo de condición divina, no reivindicó su derecho a ser tratado igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre” (Flp 2, 6- 7).

Seguir a Cristo para ser como él.

San Mateo nos muestra el camino para permanecer “hacerse como niños”. Siguiendo las huellas del Señor para no dejar de aprender de él y para hacernos en él: hijos de Dios, hermanos y siervos de los demás: «No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo (Mt 10, 24- 25). San Juan nos indica el camino del discipulado con tres hermosas verdades:

V  En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto. (Morir al egoísmo)

V  El que ama su vida, la perderá; pero el que odia su vida en este mundo la guardará para una vida eterna. (Nadie puede salvarse a sí mismo)

V  Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará (Jn 12, 24-27).

El Apóstol san Pablo parece que encierra las palabras de san Juan en una sola realidad: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual” (Rm 12, 1) Ser un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, es un servicio a Dios  a favor de todos los hombres. Realidad que sólo es posible con la Gracia de Dios y nuestros esfuerzos para renunciar a un “ego” inflado por el Pecado para poder poseer una voluntad firme, fuerte y férrea para amar a Dios y al prójimo. Ofrecer con Cristo un sacrifico para la gloria de Dios y el amor al prójimo, implica como discípulos de Cristo, con la ayuda del Espíritu Santo hacer de nuestra vida una ofrenda viva:

V  “Observar la ley es hacer muchas ofrendas, guardar los mandamientos es hacer sacrificios de comunión. 

V  Devolver un favor es hacer oblación de flor de harina, hacer limosna es ofrecer sacrificios de alabanza.  (Practicar la Misericordia, darme a los demás)

V  Apartarse del mal es complacer al Señor, un sacrificio de expiación es apartarse de la injusticia. (Romper con el pecado)

V  No te presentes ante el Señor con las manos vacías, pues así lo prescriben los mandamientos. (Con las obras de la fe)

V  La ofrenda del justo honra el altar, su perfume sube hasta el Altísimo. El sacrificio del justo es aceptable, su memorial no se olvidará (Eclo 35, 1- 6).

El verdadero culto ofrecido a Dios es en Comunión con Cristo”, y, es interior, hecho con amor y manifestado en favor de los demás: sin caridad la fe está vacía de su contenido (cf Gál 5, 6; Snt 2, 14) San Mateo nos ayuda al decirnos: “No todo el que me diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21) San Lucas nos lo confirma: “¿Por qué me decís ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que digo?” (Lc 6, 46) San Juan pone en los labios de Jesús la clave de todo lo anterior: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). Lo que nos hace decir que nuestro culto espiritual consiste en “aceptar la voluntad de Dios y someternos a ella.”

Voluntad que exige cambios profundos de la manera de pensar de sentir y de vivir: “Y no os acomodéis a la forma de pensar del mundo presente; antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12. 2) Voluntad manifestada en Cristo: “Y este es su mandamiento: que creamos en su Hijo, Jesucristo y nos amemos unos a los otros” (1Jn 3, 23) “Que vuestra caridad no sea fingida; detestad el mal y adheríos al bien; amaos cordialmente los unos a los otros, estimando en más cada uno a los otros” (Rm 12, 9- 10; cf Jn 13, 34). Voluntad que orienta nuestra vida al seguimiento de Cristo: Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?” (Lc 9, 23- 25). San Pablo nos confirma todo lo anterior diciendo: “Además, los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gál 5, 24). El sacrificio en Cristo es el camino para desinflar al “Ego” para hacer las cosas santas en bien de uno mismo y en favor de los de los demás. Esto es posible con la ayuda del Espíritu Santo y con nuestros esfuerzos. Es un morir a uno mismo, negándose a “vivir según mi voluntad.”

“Quiero ser una hostia viva para gloria de Dios en el amor y servicio a mis hermanos”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

28.- PERO VOSOTROS SOIS LINAJE ELEGIDO, SACERDOCIO REAL, NACIÓN SANTA, PUEBLO ADQUIRIDO

Iluminación. “Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz;  vosotros, que si en un tiempo no fuisteis pueblo, ahora sois Pueblo de Dios: ésos de los que antes no se tuvo compasión, pero que ahora son compadecidos” (1Pe 2, 9- 10).

Pueblo Santo y consagrado que recibió los frutos de la Redención de Cristo, como son, entre otros: salir de la sepultura (cf Ez 37, 12); salido de la tinieblas y lo llevó al reino de la Luz (cf Col 13);  Ha recibido la justificación por la fe (cf Rm 5, 1; Gál 2, 16); ha sido incorporado a  Cristo por su Bautismo para ser hijos de Dios (cf Gál 3, 27; Ef 1, 5);  ha recibido la paz y la alegría del Señor: “La paz vosotros y la Alegría del Señor” (Jn 20, 20)  Para participar del Destino y de la Misión del Salvador, Cristo resucitado le hace entrega a su Iglesia de los frutos del Resucitado: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.  A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 19. 23).En el evangelio del “Gran envío” dice a los suyos: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y estad seguros que yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo” (Mt 18- 20).

La espiritualidad de la Misión.

La Espiritualidad de la Misión nace del Encuentro de Cristo y se desarrolla hasta la madurez en el seguimiento de Cristo y en la fidelidad al Espíritu Santo, alma de la Iglesia y principal evangelizador. La espiritualidad cristiana de todos los discípulos de Jesús es alimentada con la oración, la Palabra de Dios, la vida en Comunidad, la práctica de la misericordia, la Liturgia y el apostolado, razón por la que hemos de recordar el “llamado a la comunión” y a el “apostolado”, entendido como la acción del Apóstol: “Subió al monte y llamó a los que él quiso. Cuando estuvieron junto a él, creó [un grupo de] Doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios” (Mc 3, 13- 15). Los llamó por amor, para estar con él y ser instruidos para que lleguen hacer las mismas obras de su Maestro. La Iglesia existe para servir a la humanidad redimida por Cristo Jesús. Es enviada por su Fundador para hacer discípulos para consagrar los hombres a Dios y a enseñar lo que Jesús dijo e hizo para realizar las “Obra del Padre” Mostrar a los hombres el rostro de misericordia, de justicia y de santidad del Padre. 

El Itinerario de la Misión.

Existen tres etapas de la misión del Espíritu Santo en la vida de Jesús, y por lo tanto, en los discípulos de su Maestro, discípulos a los que les basta ser como su Maestro. (Mt 10, 25)

V  El desierto. “Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto.  Allí estuvo durante cuarenta días, y fue tentado por el diablo” (Lc 4, 1- 2) El “Desierto” es el tiempo para prepararse para la misión (escucha y estudio de la Palabra de Dios; es también oración, prueba, combate, purificación, sacrificio, silencio, recogimiento y vida interior, y el final, la “opción fundamental por Jesucristo”. En el desierto, se vive la “luna de miel” con el Señor después de la experiencia del “Encuentro”. Experiencia que hizo decir al profeta Jeremías: “Me sedujiste Señor y me dejé seducir” (Jer 20, 7) Jesús al final del desierto se confirma como el Hijo del Padre, aceptando su Voluntad  sobre la suya: “Sí Padre, sí te amaré, sí te obedeceré y sí te serviré”, venciendo al Maligno, lo ata y se va a invadir sus terrenos y liberar a los oprimidos por el mal (cf Hech 10, 38)

V  La predicación. “Jesús volvió a Galilea guiado por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos” (Lc 4, 14- 15). La predicación es para anunciar la Buena Nueva a los pobres, dar vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor (cf Lc 4, 18)Jesús enseña con autoridad y no como los escribas (cf Mc 1, 22),  por eso puede hacer discípulos (cf Jn 8, 31), enseñar la verdad que libera (v. 32), limpiar (cf Jn 15, 3), sanar (Mc 1, 40-42), consagrar (cf Jn 17, 17) y lleva a la salvación por la fe (cf 2 Tim 3, 14-16) Jesús enseña el arte de vivir en comunión, el arte de de amar y el arte de servir (cf Jn 13). Lo hace con su palabra y con su vida, por eso puede realizar las obras del Padre y exorcizar al diablo (Mc M 1, 26).

V  La Pascua: muerte y resurrección de Jesús.  “Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 20-22). Jesús, por el Espíritu Santo, da gloria a su Padre, abrazando la Cruz y muriendo en ella para redimir a los hombres, perdonar sus pecados  y resucita para dar vida eterna y dar el Espíritu Santo a los hombres (cf Rm 4, 25). Reconciliados, salvados y santificados por la acción del Espíritu Santo, podemos decir con san Pablo: “Lo digo porque el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación” (2 Cor 5, 17-18).

 

Es el Espíritu Santo quien lleva a Jesús al desierto, a la predicación y a ofrecerse como hostia santa por toda la humanidad: “Él, por el contrario, tras haber ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre, esperando desde entonces que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies. Mediante una sola oblación ha llevado a la perfección definitiva a los santificados” ( Heb 9,12-  14) La Iglesia, cada cristiano, es movida por el Espíritu Santo para poner en práctica el “Proyecto de Dios” realizado por Cristo en la historia y actualizado hoy por Espíritu Santo en nosotros. Nos lleva  a la fe, nos abre la mente para que creamos y nos lleva a entender el sentido de la Esperanza a que han sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos (cf Ef 1, 17- 18). Con palabras del Apóstol:

“En efecto, todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados. Destinados a la gloria. Soy consciente de que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de manifestar en nosotros (Rm 8, 14- 18)  

  ¿Por qué al desierto? “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto; he escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos.  He bajado para librarlo de la mano de los egipcios y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel (Ex 3, 7- 8) En el desierto, el pueblo no tiene conciencia de pueblo o de nación, son una inmensa de tribus nómadas, infestadas por la idolatría de los egipcios. Dios les quiere cambiar su manera de pensar para que pasen de una mentalidad servil aa una mentalidad de pueblo libre y soberano. 430 Años de servidumbre, sufrimiento y opresiones, el pueblo había adquirido una mentalidad servil, oprimida; mente de esclavos, sólo conservaba el recuerdo de la Promesa hecha a los padres: Abraham, Isaac y Jacob (Ex 3, 6) Por camino real de Egipto a la tierra prometida hubiera tomado no más de dos años, mientras que por desierto fueron 40 años, y la inmensa mayoría del pueblo fallecieron en el desierto. El “Desierto” es el tiempo. De aprender a confiar en Dios y someterse a él. Es una etapas de prueba, combate, purificación, sacrificio, silencio  y discernir lo que viene de Dios o viene de otras fuentes para no caer en la idolatría.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 El desierto puede llegar a ser “nuestra sepultura.” Sin desierto como experiencia de seguimiento de Cristo no hay liberación, reconciliación, transformación y envío. En el desierto, no hay “Templo” ni “Patria ni Rey”. Es la tierra de la servidumbre, el lugar donde habitan los demoniós. El pueblo de  Israel fue sacado del País de Egipto; años más tarde liberado de la esclavitud de Babilonia. Dios llama a su Pueblo salir del Exilio, de una situación de no salvación y que no es querida por Dios, para ponerse de pie y salir en camino de éxodo, a través del desierto, hacia la tierra prometida. Dios primero libera, pues no hace alianza con esclavos. El Primer éxodo, después de pasar el mar rojo, Moisés en medio de una fiesta para celebrar la liberación del yugo de la esclavitud de manos de los egipcios, recibe de parte de Dios la orden de llevara al pueblo al desierto, al que Moisés conocía y allá se le había revelado el Señor juntamente con el proyecto de liberar a su pueblo para dar culto a Dios, ofrecer sacrificios y hacer con él una fiesta y llevarlo a una tierra buena y espaciosa que mana leche y miel (cf Ex 3, 1- 6. 8. 12. 18). El segundo éxodo, al salir de Babilonia después de 70 años de servidumbre (años 587- 536), anunciado por los profetas, como algo más glorioso, no regresan todos. Vienen a reconstruir la ciudad y el templo en los días de Esdras y Nehemías (años del 521- 515) NE 2, -3) Se reanuda el culto y se restablece la Alianza y la Pascua (Esd 3-6)

¿Quienes murieron en el desierto? En aquel tiempo como el hoy, desfallecen en el desierto los rebeldes, los tibios, lo de fe mediocre o superficial (cf Apoc 3, 15s). Los inconstantes (Mt 13, 18- 22) los de corazón duro, los de mente embotada, los que abandonan la moral, los idolatras (cf Ef 4, 17- 18) Los que se niegan a caminar a la luz de la Ley de Dios o prefieren el camino de las tinieblas (Cf Ef 3, 7). Aquellos creyentes que quieren que Dios les haga las cosas hechas, fáciles y prontas. Quieren una religión a su medida, sin conversión. Los que se pasan la vida anhelando las cebollas de Egipto (Ex 16, 3; Núm 11, 5). Los que se desvían hacia el conformismo o al totalitarismo, los que caen en la inversión de valores, perdiendo toda orientación de la vida. Los que no luchan ni se esfuerzan, los que abandonan el camino de la moral y caen en la maldad, la mentira, la envidia, la hipocresía y la maledicencia (cf 1 Pe 2, 1).

Vayamos al desierto y seamos fieles a él. ¡Ánimo valientes!

El Espíritu Santo nos conduce al desierto y nos acompaña a lo largo del camino. Está presente en toda experiencia que anima, motiva, exhorta, enseña y corrija como ayuda de madurez y crecimiento como persona y en el conocimiento de Dios. Es un Espíritu de amor, fortaleza, dominio propio (2 Tim , 7) Es Espíritu de Libertad, de Verdad, de Justicia, de Perdón, de Santidad. Es nuestra Luz que hace crecer y madurar los criterios cristianos, para enseñarnos lo que es de Dios o viene de otro espíritu que no viene de la fe (cf Rm 14, 23) Nos conduce a los terrenos de Dios: “La Integración entre los hombres y con Dios, la Reciprocidad en el amor y el servicio, y a la Igualdad esencial entre hermanos” (Jn 15,  5; Jn 13, 12-13. 34; Mt 23, 9) Nos ayuda a obtener la mente y los sentimientos de Cristo (cf Flp 2, 5).

La experiencia del desierto nos deja huella y nos da rostro de profetas de Dios; nos hace solidarios; nos hace volver al Señor y nos purifica por medio de la prueba (cf Jer 15, 19; Eclo 2, 1-5; 1 Pe 1, 7) Nos ayuda a afianzar la elección y la vocación (cf 2 Pe 1, 10) Y sobre todo nos lleva a hacer y renovar  “la Opción fundamental por Jesucristo” para amar y seguir al Señor, dando a la vez, la espalda al Mundo (cf Jn 15, 18). La experiencia del desierto está llena de experiencias gozosas, liberadoras, dolorosas, luminosas y gloriosas. En cada victoria hay una gracia de Dios y una respuesta nuestra. (Apoc 2, 7; 2, 11; 2, 17; 2, 26-28; 3, 9, 3,12; 3, 21) Sin recogimiento interior, sin oración, sin la luz de la Palabra, sin esfuerzos y renuncias no ha victoria, en el desierto nos visitan los amigos o los ángeles buenos y malos. ¿A quién le vamos a dar nuestro corazón?

Después del desierto… ¿Qué sigue?... Sigue el envío… sigue el apostolado… sigue el servicio al reino de Dios en favor de los demás… el honor y la gloria a Dios y el amor y el servicio a los hombres, sin olvidar lo que somos como sacerdotes, profetas y reyes, como nación santa y consagrada a Dios. La Iglesia y cada uno de sus hijos, existen para servir.

 

Publicar un comentario

Whatsapp Button works on Mobile Device only

Start typing and press Enter to search