JESÚS RECORRÍA TODAS LAS CIUDADES Y ALDEAS, ENSEÑANDO EN SUS SINAGOGAS

 

JESÚS RECORRÍA TODAS LAS CIUDADES Y ALDEAS, ENSEÑANDO EN SUS SINAGOGAS

"Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando todo enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.»" (Mt 9, 35- 38)

Jesús es el evangelizador del Padre. Para Él evangelizar es sembrar el poder de su Padre en el corazón de los hombres y de las culturas. El proclama, anuncia y enseña todo lo referente al Reino de Dios. Esa era su opción preferencial. Con su Palabra, con sus milagros, con sus exorcismos y con su estilo de vida sembraba el Reino de los cielos. Con su Palabra sembraba y con su Palabra regaba lo sembrado para que toda planta que naciera creciera hasta dar frutos de vida eterna. Dos cosas había en el corazón de Jesús que eran su motivación: la Gloria de su Padre y la Compasión por los pobres pecadores necesitados del amor y del perdón de Dios. Jesús no exigía a nadie lo que Él antes no la había dado. No obligaba a nadie a creer en su Palabra o en su doctrina. Si Él pedía amor, era porque antes Él antes había amado hasta el extremo. (Jn 13,1; 1 de Jn 4, 10)

Todo lo que hacía lo hacía por compasión, y sin ella, no hacía nada. Para Jesús compasión era amar, era comprometerse con los pobres, con los enfermos con los que sufrían, con los marginados que estaban al borde del camino: al margen de su realización. Muchísimos, entre los ciegos, los sordos, los mudos y paralíticos, recibieron de Jesús la ayuda que los hacía entender que el Reino de estaba presente entre ellos y que el dominio del mal había llegado a su término. A sí lo comprendió Pedro a decirnos: "Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él;" (Hch 10, 37- 38) A eso había venido a liberar a los oprimidos y a dar vista a los ciegos (Lc 4, 18)

Jesús, toda su vida estaba empapada de oración. Veces se levantaba de madrugada para salir a un lugar solitario para hacer oración al Padre (Mc 1, 35) Otras veces se pasaba toda la noche en oración (Lc 6, 12) Para elegir a los Doce, se pasó la noche en oración (Mc 3, 12-13) La oración era para Jesús su arma favorita por eso la puede recomendar a los suyos: “Vigilen y oren para que no caigan el tentación” (Mt 26, 41) Con la Gloria de Dios y con su oración, encontraba la fuerza de motivación para darse y donarse en entrega a los enfermos, a los oprimidos y a los pobres al punto que dijo a los enviados por Juan Bautista: "Llegando donde él aquellos hombres, dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!»"(Lc 7, 21- 23) Esas eran las señales mesiánicas que eran manifestaciones que el reino de las tinieblas había llegado a su fin. Así lo dijo el mismo Jesús: "Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios." (Lc 11, 22)

"Y se maravillaban sobremanera y decían «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»" (Mc 7, 37) ¿Qué cambios podemos ver en nosotros? Sí antes éramos dominados por el pecado, los vicios, éramos hijos de la tinieblas: borrachos, mentirosos, adúlteros, ladrones, y más; pero ahora que nos hemos encontrado con Cristo, somos hijos de la luz y hemos padecido la acción del poder de Dios en nuestras vida podemos decir: “Dónde abundo el pecado, sobre abunda la misericordia de Dios” (Rm 5, 20) Y podemos maravillarnos con los hijos de la luz en nuestras vidas: La bondad, la verdad y la justicia (Ef 5, 9) Ahora podemos ser buenos esposos, buenos padres y buenos amigos. Gracias a la acción liberadora que Jesús ha obrado en nosotros. La Verdad, el Amor y la Vida, es decir Jesús nos está redimiendo, nos está ayudando a vencer el Mal, lo está sacando de nuestra vida, para que seamos libres y responsables, capaces de servir a los demás.

No estamos hechos, nos estamos haciendo. Ya somos libres, pero todavía no; ya estamos salvos pero todavía nos falta ser como Jesús: compasivo y misericordioso, manso y humilde de corazón (Mt 11, 30) Estas virtudes son los medios, la Meta es Jesús. "Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Abrete!» Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente." (Lc  7, 32. 35)

Un sordo y con dificultades para hablar, un tartamudo. Cualquiera de nosotros  que tenemos dificultades para vivir como lo que debemos ser: hombres horados, honestos e íntegros. La gente quiere ver un milagro de Jesús. Él no quiere  hacerlo por simple curiosidad o por charlatanería. Aparta al enfermo y se lo lleva fuera de la gente, le mete sus dedos en los oídos y con saliva toca su lengua. Pero luego entra en comunión con su Padre y ora, para luego con su Palabra sanar al enfermo. Le dice: Effata, que significa ábrete. Hubo apertura y hubo soltura. Se le abrieron los oídos y se le soltó la lengua y pudo escuchar y hablar correctamente. Todo lo hacía muy bien. Jesús es el reparador de casas en ruinas del cual habló Isaías (Is 58, 12) Jesús es el que todo lo hace nuevo (Apoc 21, 5) Ábrete a la acción del Espíritu Santo. Ábrete a la oración a la Palabra de Dios. Ábrete al servicio, Ábrete a la amistad y a la comunión con los otros.

Jesús buscó en todo la Gloria para su Padre. Fue un hombre de intensa oración y se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el mal porque Dios estaba con Él (cf Hch 10, 38) Pero además fue un hombre pobre. Pobreza elegida por Él desde antes el mundo existiera: "Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza." (2 Cor 8, 9) La pobreza de Jesús nos hace ricos. Nuestra riqueza es la riqueza de Jesús: Ser el hijo de Dios, el Hermano universal y el Servidor de todos. Su pobreza es la Encarnación, hacerse uno de nosotros, su dolor, su sufrimiento, su pasión y su muerte. Así lo entendió san Pablo al decirlo: "El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz." (Flp 2, 6- 8)

Jesús nació pobre, vivió pobre y murió pobre al punto que pudo decir: “No tengo ni una piedra para reclinar mi cabeza (Lc 9, 58) Por eso pudo enseñar desde su propia vida: “Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de Dios” (Mt 5, 3) Porque Jesús era pobre pudo obedecer, amar y servir a Dios y los hombres. Nosotros podemos llegar a ser pobres si, por la acción del Espíritu Santo, nos desprendemos del hombre viejo, de la soberbia, del egoísmo y de otros apegos para hacernos libres y pobres, y entonces ser desprendidos, generosos y serviciales. Humilde es el que reconoce sus pecados y el que reconoce que los bienes que tiene los ha recibido de Dios, por eso puede ponerlos al servicio de los demás. Puede obedecer, amar y servir. El soberbio dice: No obedeceré, no amaré y no serviré.

En nosotros la humildad tiene dos dimensiones; la negativa y la positiva. Negativa porque tenemos que despojarnos de toda soberbia y positiva por que participamos de Dios en Cristo Jesús que nos llama a ser como Él: Manso y Humilde de corazón. (Mt 11, 30) La humildad es la primera de las hijas de la fe y es la vez la madre de la esperanza que se despliega hacia el amor. Sin la fe, la esperanza y el amor, no podemos conocer a Dios. De las tres la más grande es el amor, pero la más importante es la esperanza. Las tres están íntimamente unidas que al terminar una de ellas las otras se van de nuestros corazones. La armonía y el camino de las tres vienen de la escucha de la Palabra y de una vida de oración íntima y cálida, son manifestaciones de la presencia de Jesús en nuestro corazón. (Ef 3, 17)

"Nosotros, por el contrario, que somos del día, seamos sobrios; revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación."(1 de Ts 5, 8)



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