EL COMBATE DE LA ORACIÓN EN EL CATECISMO
DE LA IGLESIA CATÓLICA
2725 La oración es un don de la gracia y una respuesta
decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de
la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con
Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros
mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar
al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque
se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de
Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El “combate espiritual”
de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.
2726 En el combate de la oración, tenemos que hacer frente
en nosotros mismos y en torno a nosotros a conceptos erróneos sobre la
oración. Unos ven en ella una simple operación psicológica, otros un
esfuerzo de concentración para llegar a un vacío mental. Otros la reducen a
actitudes y palabras rituales. En el inconsciente de muchos cristianos, orar es
una ocupación incompatible con todo lo que tienen que hacer: no tienen tiempo.
Hay quienes buscan a Dios por medio de la oración, pero se desalientan pronto
porque ignoran que la oración viene también del Espíritu Santo y no solamente
de ellos.
2727 También tenemos que hacer frente a mentalidades de
“este mundo” que nos invaden si no estamos vigilantes. Por ejemplo: lo
verdadero sería sólo aquello que se puede verificar por la razón y la ciencia
(ahora bien, orar es un misterio que desborda nuestra conciencia y nuestro
inconsciente); es valioso aquello que produce y da rendimiento (luego, la
oración es inútil, pues es improductiva); el sensualismo y el confort adoptados
como criterios de verdad, de bien y de belleza (y he aquí que la oración es
“amor de la Belleza absoluta” [philocalía], y sólo se deja cautivar por
la gloria del Dios vivo y verdadero); y por reacción contra el activismo, se da
otra mentalidad según la cual la oración es vista como posibilidad de huir de
este mundo (pero la oración cristiana no puede escaparse de la historia ni
divorciarse de la vida).
2728 Por último, en este combate hay que hacer frente a lo
que es sentido como fracasos en la oración: desaliento ante la
sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos
“muchos bienes” (cf Mc 10, 22), decepción por no ser
escuchados según nuestra propia voluntad; herida de nuestro orgullo que se
endurece en nuestra indignidad de pecadores, difícil aceptación de la gratuidad
de la oración, etc. La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es
necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren vencer
estos obstáculos.
II. La humilde
vigilancia de la oración
Frente a las dificultades de la oración
2729 La dificultad habitual de la oración es la distracción.
En la oración vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido
de estas. La distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquél al
que oramos, tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la
meditación y en la oración contemplativa. Dedicarse a perseguir las
distracciones es caer en sus redes; basta con volver a nuestro corazón: la
distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta
humilde toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser
purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir
(cf Mt 6,21.24).
2730 Mirado positivamente, el combate contra el ánimo
posesivo y dominador es la vigilancia, la sobriedad del corazón. Cuando Jesús
insiste en la vigilancia, es siempre en relación a Él, a su Venida, al último
día y al “hoy”. El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe
apagarse es la de la fe: “Dice de ti mi corazón: busca su rostro” (Sal 27,
8).
2731 Otra dificultad, especialmente para los que quieren
sinceramente orar, es la sequedad. Forma parte de la oración en la
que el corazón está desprendido, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y
sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la
fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro. “El grano
de trigo, si [...] muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). Si la
sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay
éxito en el combate sin una mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).
Frente a las tentaciones en la oración
2732 La tentación más frecuente, la más oculta, es
nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad
declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se
presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más
urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de su más
profundo deseo. Mientras tanto, nos volvemos al Señor como nuestro único
recurso; pero ¿alguien se lo cree verdaderamente? Consideramos a Dios como
asociado a la alianza con nosotros, pero nuestro corazón continúa en la
arrogancia. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado
todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer
nada» (Jn 15, 5).
2733 Otra tentación a la que abre la puerta la presunción
es la acedia. Los Padres espirituales entienden por ella una forma
de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la
ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. “El
espíritu [...] está pronto pero la carne es débil” (Mt 26, 41).
Cuanto más alto es el punto desde el que alguien toma decisiones, tanto mayor
es la dificultad. El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción.
Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor
confianza, a mantenerse firme en la constancia.
2734 La confianza filial se prueba en la tribulación, ella
misma se prueba (cf. Rm 5, 3-5). La principal dificultad se
refiere a la oración de petición, al suplicar por uno mismo o por otros. Hay
quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada. A este
respecto se plantean dos cuestiones: Por qué la oración de petición no ha sido
escuchada; y cómo la oración es escuchada o “eficaz”.
Queja por la oración no escuchada.
2735 He aquí una observación
llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en
general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por
el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál es entonces la
imagen de Dios presente en este modo de orar: Dios como medio o Dios como el
Padre de Nuestro Señor Jesucristo?
2736 ¿Estamos convencidos de que “nosotros no sabemos
pedir como conviene” (Rm 8, 26)? ¿Pedimos a Dios los “bienes
convenientes”? Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que
nosotros se lo pidamos (cf. Mt 6, 8), pero espera nuestra
petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad. Por tanto es
necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en verdad su
deseo (cf Rm 8, 27).
2737 “No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque
pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones” (St 4,
2-3; cf. todo el contexto de St 4, 1-10; 1, 5-8; 5, 16). Si
pedimos con un corazón dividido, “adúltero” (St 4, 4), Dios no
puede escucharnos porque Él quiere nuestro bien, nuestra vida. “¿Pensáis que la
Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que él ha hecho
habitar en nosotros” (St 4,5)? Nuestro Dios está “celoso” de
nosotros, lo que es señal de la verdad de su amor. Entremos en el deseo de su
Espíritu y seremos escuchados:
«No pretendas conseguir inmediatamente lo que pides, como
si lograrlo dependiera de ti, pues Él quiere concederte sus dones cuándo
perseveras en la oración» (Evagrio Pontico, De oratione, 34).
Él quiere «que nuestro deseo sea probado en la oración. Así
nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos» (San Agustín, Epistula 130,
8, 17).
Para que nuestra oración sea eficaz
2738 La revelación de la oración en la Economía de la
salvación enseña que la fe se apoya en la acción de Dios en la historia. La
confianza filial es suscitada por medio de su acción por excelencia: la Pasión
y la Resurrección de su Hijo. La oración cristiana es cooperación con su
Providencia y su designio de amor hacia los hombres.
2739 En san Pablo, esta confianza es audaz (cf Rm 10,
12-13), basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del
Padre que nos ha dado a su Hijo único (cf Rm 8, 26-39). La
transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición.
2740 La oración de Jesús hace de la oración cristiana una
petición eficaz. Él es su modelo. Él ora en nosotros y con nosotros. Puesto que
el corazón del Hijo no busca más que lo que agrada al Padre, ¿cómo el de los
hijos de adopción se apegaría más a los dones que al Dador?.
2741 Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y en
favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas
en sus palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por
eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre (cf Hb5, 7; 7,
25; 9, 24). Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la
confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y
aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los
dones.
2742 “Orad constantemente” (1 Ts 5, 17),
“dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro
Señor Jesucristo” (Ef 5, 20), “siempre en oración y suplica, orando
en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e
intercediendo por todos los santos” (Ef 6, 18).“No nos ha sido
prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos una ley
que nos manda orar sin cesar” (Evagrio Pontico, Capita practica ad
Anatolium, 49). Este ardor incansable no puede venir más que del amor.
Contra nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el
del amor humilde, confiado y perseverante. Este amor abre
nuestros corazones a tres evidencias de fe, luminosas y vivificantes:
2743 Orar es siempre posible: El tiempo del
cristiano es el de Cristo resucitado que está con nosotros “todos los días” (Mt 28,
20), cualesquiera que sean las tempestades (cf Lc 8, 24).
Nuestro tiempo está en las manos de Dios:
«Conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la
plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de
trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios:
conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un lado para
otro, o el que se encuentra sirviendo en la cocina [...], intenten elevar la
súplica desde lo más hondo de su corazón» (San Juan Crisóstomo, De Anna,
sermón 4, 6).
2744 Orar es una necesidad vital: si no nos
dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado (cf Ga 5,
16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser “vida nuestra”, si nuestro corazón
está lejos de él?
«Nada vale como la oración: hace posible lo que es
imposible, fácil lo que es difícil [...]. Es imposible [...] que el hombre
[...] que ora [...] pueda pecar» (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón
4, 5).
«Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena
ciertamente» (San Alfonso María de Ligorio, Del gran mezzo della
preghiera, pars 1, c. 1)).
2745 Oración y vida cristiana son inseparables porque
se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor. La misma
conformidad filial y amorosa al designio de amor del Padre. La misma unión
transformante en el Espíritu Santo que nos conforma cada vez más con Cristo
Jesús. El mismo amor a todos los hombres, ese amor con el cual Jesús nos ha
amado. “Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo que os
mando es que os améis los unos a los otros” (Jn 15, 16-17).
«Ora continuamente el que une la oración a las obras y las
obras a la oración. Sólo así podemos cumplir el mandato: “Orad constantemente”»
(Orígenes, De oratione, 12, 2).
LA ORACIÓN EN LA
HORA DE JESÚS
2746 Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al Padre
(cf Jn 17). Su oración, la más larga transmitida por el
Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la salvación, así como
su Muerte y su Resurrección. Al igual que la Pascua de Jesús, sucedida “una vez
por todas”, permanece siempre actual, de la misma manera la oración de la Hora
de Jesús sigue presente en la Liturgia de la Iglesia.
2747 La tradición cristiana acertadamente la denomina la
oración “sacerdotal” de Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote,
inseparable de su sacrificio, de su “paso” [pascua] hacia el Padre donde él es
“consagrado” enteramente al Padre (cf Jn 17, 11. 13. 19).
2748 En esta oración pascual, sacrificial, todo está
“recapitulado” en Él (cf Ef 1, 10): Dios y el mundo, el Verbo
y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que se entrega y el pecado que
lo traiciona, los discípulos presentes y los que creerán en Él por su palabra,
la humillación y su gloria. Es la oración de la unidad.
2749 Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, y su
oración, al igual que su sacrificio, se extiende hasta la consumación de los
siglos. La oración de la Hora de Jesús llena los últimos tiempos y los lleva
hacia su consumación. Jesús, el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega
enteramente al Padre y, al mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana
(cf Jn17, 11. 13. 19. 24) debido al poder que el Padre le ha dado
sobre toda carne. El Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor, el
«Pantocrátor». Nuestro Sumo Sacerdote que ruega por nosotros es también el que
ora en nosotros y el Dios que nos escucha.
2750 Si en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos a orar,
podemos recibir en toda su hondura la oración que Él nos enseña: “¡Padre
Nuestro!”. La oración sacerdotal de Jesús inspira, desde dentro, las grandes
peticiones del Padre Nuestro: la preocupación por el Nombre del Padre (cf Jn 17,
6. 11. 12. 26), el deseo de su Reino (la gloria; cf Jn 17, 1.
5. 10. 24. 23-26), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su designio de
salvación (cf Jn 17, 2. 4 .6. 9. 11. 12. 24) y la liberación
del mal (cf Jn 17, 15).
2751 Por último, en esta oración Jesús nos revela y nos da
el “conocimiento” indisociable del Padre y del Hijo (cf Jn 17,
3. 6-10. 25) que es el misterio mismo de la vida de oración.
2752 La oración supone un esfuerzo y una lucha contra
nosotros mismos y contra las astucias del Tentador. El combate de la oración es
inseparable del “combate espiritual” necesario para actuar habitualmente según
el Espíritu de Cristo: Se ora como se vive porque se vive como se ora.
2753 En el combate de la oración debemos hacer frente a
concepciones erróneas, a diversas corrientes de mentalidad, a la experiencia de
nuestros fracasos. A estas tentaciones que ponen en duda la utilidad o la
posibilidad misma de la oración conviene responder con humildad, confianza y
perseverancia.
2754 Las dificultades principales en el ejercicio de la
oración son la distracción y la sequedad. El remedio está en la fe, la
conversión y la vigilancia del corazón.
2755 Dos tentaciones frecuentes amenazan la oración: la
falta de fe y la acedía que es una forma de depresión o de pereza debida al
relajamiento de la ascesis y que lleva al desaliento.
2756 La confianza filial se pone a prueba cuando
tenemos el sentimiento de no ser siempre escuchados. El Evangelio nos invita a
conformar nuestra oración al deseo del Espíritu.
2757 “Orad continuamente” (1 Ts 5, 17).
Orar es siempre posible . Es incluso una necesidad vital. Oración y vida
cristiana son inseparables.
2758 La oración de la Hora de Jesús, llamada (cf Jn 17)
con razón “oración sacerdotal”, recapitula toda la Economía de la creación y de
la salvación. Inspira las grandes peticiones del “Padre Nuestro”.
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