Aquel, pues, que sabe hacer el bien y no lo hace,
comete pecado
¿Están ustedes tan cerrados que teniendo ojos no ven y teniendo oídos no oyen? (Mc
8, 18) ¡Dichosos los
ojos de ustedes, que ven!; ¡dichosos los oídos de ustedes, que oyen! Yo se lo digo: muchos profetas y muchas personas santas
ansiaron ver lo que ustedes están viendo, y no lo vieron; desearon oír lo que
ustedes están oyendo, y no lo oyeron. (Mt 13, 16- 17) Jeremías habla de
parte de Dios diciéndole al pueblo: «Oye pueblo estúpido y tonto, que tienes ojos y no ves, orejas y no oyes.» (Jer 5, 21) Pueblo
tonto es aquel que a lo bueno le llama malo y a lo malo le llama bueno. No
tiene discernimiento. Y el pueblo estúpido es aquel que le hace al ciego, tiene
ojos y ve, pero, le hace como si no mirara, se voltea para otro lado y no
reconoce las necesidades de los pobres, de las viudas y de los huérfanos. Se van
de paso como el sacerdote y el levita que dejaron agonizante a un hombre que había
sido golpeado, apaleado y robado. Pecaron de omisión, tal como lo dice
Santiago: “Aquel, pues, que sabe hacer el bien y no lo hace,
comete pecado” (St 4, 17)
Poco son los que reconocen y confiesan este pecado
de omisión. Al no reconocer su pecaminosidad, lo más seguro es que se creen
buenas gentes, entrando en el lodo de la mentira: “Si
decimos que no tenemos pecado, nos estamos engañando a nosotros mismos, y la
verdad no está en nosotros. Pero si confesamos nuestros pecados, él, que
es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad. Si
dijéramos que no hemos pecado, sería como decir que él miente, y su palabra no
estaría en nosotros.” (1 de Jn 1, 8- 10) Otras veces minimizamos las necesidades
de los pobres, hasta llegar a decir: no le demos pan o pescado a los pobres,
enseñémosles a pescar. Olvidamos que eso toma tiempo, y mientras tanto, ¿qué va
a comer? Y después que le enseñes a pescar, hemos de saber que necesita una
caña o un pequeño equipo para pescar, y más aún, necesita un lugar para que
pueda ir a pescar porque en muchos lugares ya están ocupados por el
sindicato o por la unión o porque son
lugares privados.
Porque
en vez de justificarnos, no reconocemos nuestras parálisis como el de la mano
seca del Evangelio: “Otro
día entró Jesús en la sinagoga y se encontró con un hombre que tenía la mano
paralizada. Pero algunos estaban observando para ver si lo sanaba Jesús en
día sábado. Con esto tendrían motivo para acusarlo. Jesús
dijo al hombre que tenía la mano paralizada: «Ponte de pie y colócate aquí en
medio.» Después les preguntó: «¿Qué nos permite la Ley hacer en día
sábado? ¿Hacer el bien o hacer daño? ¿Salvar una vida o matar?» Pero ellos se
quedaron callados. Entonces Jesús paseó sobre ellos su mirada, enojado y muy
apenado por su ceguera, y dijo al hombre: «Extiende la mano.» El paralítico la
extendió y su mano quedó sana. En cuanto a los fariseos, apenas salieron,
fueron a juntarse con los partidarios de Herodes, buscando con ellos la forma
de eliminar a Jesús.” (Mc 3. 1- 6) Extender la manos es compartir las
bendiciones de Dios, los dones que hemos recibido para nuestra realización y la
de otros.
Eliminar
a Jesús, ¿Porqué? Porque le tenían envidia, odio, rencor, venganza, todo esto y
más, por eso aunque lo envidiaban, pero no quisieron ser como Jesús, que era
generoso, limpio de corazón, compasivo y misericordioso. Por eso Jesús les dijo
teniendo ojos no ven; teniendo oídos, no oyen; teniendo manos no ayudan y teniendo
boca no hablan y pies no caminan, esos eran los fariseos y los escribas del siglo
Primero y del siglo XX1. Somos también nosotros le hacemos al ciego para no
reconocer las necesidades de los demás. Somos nosotros cuando nos embotamos la mente
y endurecemos el corazón, cuando abandonamos la moral para caer en el desenfreno
de las pasiones para deshumanizamos y despersonalizamos
cayendo en la idolatría de pecado.
Santiago
en su carta nos habla diciendo: ¿De dónde proceden las guerras y contiendas que hay
entre vosotros, sino de los deseos de placer que luchan en vuestros miembros? ¿Codiciáis
y no poseéis? Pues matáis. ¿Envidiáis y no podéis conseguir? Pues combatís y
hacéis la guerra. No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís
mal, con la intención de malgastarlo en vuestros deseos de placer. ¡Adúlteros!, ¿no sabéis que la amistad con
el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que desee ser amigo del
mundo se constituye en enemigo de Dios. (Stg 4, 1- 4) En cambio Jesús a sus
discípulos les dice: ¡Dichosos los ojos de ustedes, que ven!;
¡dichosos los oídos de ustedes, que oyen! Yo se lo digo: muchos profetas y
muchas personas santas ansiaron ver lo que ustedes están viendo, y no lo
vieron; desearon oír lo que ustedes están oyendo, y no lo oyeron. (Mt
13, 16- 17) al final de su vida les dice: “vayan por todo el mundo y enseñen
todo lo que yo les he enseñado” (Mt 28, 20) En san Juan les dice: “Ustedes me
llaman Maestro y Señor, y lo soy, y les he lavado a ustedes los pies. Hagan
también ustedes, lávense los pies unos a los otros como yo lo hecho con ustedes”
(cf Jn 13, 13) Lavar pies es servir, es compartir, es amar. En Mateo Jesús nos
dice: “El hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su
vida por muchos (cf Mt 20, 28) “Vayan pues y compartan su pan, su tiempo, su
casa… con los más pobres, que lo que les hagan a ellos a mí me lo hacen” (cf Mt
25, 31ss) Jesús enseña a sus discípulos a ser pobres para que puedan enriquecer
a muchos con la pobreza evangélica: “Ustedes han sabido de la generosidad de Jesús
que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8, 9).
Hoy podemos
hablar más que de pobreza, de miseria. “Miseria Material,” “Miseria Moral” y “Miseria
Espiritual.” Son muchísimos los que tienen hambre en nuestro México, y en otros
países; hambre de pan, hambre de cultura y hambre de Dios. Están cerca de
muchos que tienen pan, comida, ropa, lujos hasta para derrochar, se encuentran
pero no se miran. Hoy como ayer, en los días de Jesús, se vuelve a escuchar su
Palabra: Teniendo ojos no ven, están ciegos de nacimiento, no saben que su Palabra
tiene poder para abrirnos los ojos, los oídos, las manos y los pies para
compartir lo que tenemos, lo que sabemos y lo que somos con los menos
favorecidos. El Encuentro con Jesús es libertador y nos capacita para ser
libres para que podamos amar y servir a los otros.
Jesús se dio
cuenta y les dijo: «¿Por qué estos cuchicheos? ¿Porque no tienen pan? ¿Todavía
no entienden ni se dan cuenta? ¿Están ustedes tan cerrados que teniendo ojos no ven y teniendo oídos no oyen? ¿No
recuerdan cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?
¿Cuántos canastos llenos de pedazos recogieron?» Respondieron: «Doce». «Y cuando repartí los siete panes entre cuatro mil,
¿cuántos cestos llenos de sobras recogieron?» Contestaron: «Siete». Entonces Jesús les dijo: «¿Y aún no entienden?»
(Mc 8.17- 21)
¿Cuál es el
Camino para volver a ver las maravillas de Dios en nuestros días? Entrar al
Camino de sinodalidad, es el camino de Jesús, para ser comunidades fraternas,
solidarias y serviciales, donde nos preocupemos por los demás, nos
reconciliemos en Cristo, y compartamos desde nuestra pobreza los dones que el Señor
nos ha dado para nuestra realización y para los demás.
Este es el camino que nos hace ser
discípulos de Jesús, renunciando a todo lo que es incompatible con el reino de
Dios y poder cargar con la Cruz de Jesús, siendo como él, viviendo como él
vivió, y sirviendo como él, que nos amó hasta el extremo (Jn 13, 1) Y
haciéndose un servidor de todos (Flp 2, 7). Recordando el dicho de la gente: El
que no vive para servir, no sirve para vivir…
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