1.
El AYUNO
Objetivo: Contener
el propio yo con la fuerza del Espíritu Santo y nuestros esfuerzos para dejar
espacio a Dios y cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para amar y
servir a Dios y al prójimo.
Iluminación: "Jesús,
después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre".
¿Qué es la cuaresma? La Cuaresma es el
tiempo privilegiado de la peregrinación hacia Aquél que es la fuente de la Misericordia.
Es un tiempo dedicado a Dios caminando con alegría hacia él por el camino del
arrepentimiento, despojándose del “hombre viejo” siguiendo las huellas de Jesús
con nuestros ojos fijos en él (cf Heb 12, 2) Con todo nuestro ser orientado
hacia él para estar con Cristo el Señor en Semana Santa y entrar en su Pascua.
"Al
comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de
preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas
penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor: la oración, el ayuno y la limosna, para
disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, experimentar el poder
de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, "ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a
los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia,
doblega a los poderosos".
"En
mi tradicional Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a
reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno (Benedicto VXI).
En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor
vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el
Evangelio: "Jesús fue llevado por el
Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un
ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre".
Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley, o que Elías antes de
encontrar al Señor en el monte Horeb, Jesús orando y ayunando se preparó a su
misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.
"Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para
nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil
para nuestro sustento. Las Sagradas
Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a
él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una
ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura
el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: "De cualquier árbol del jardín puedes
comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día
que comieres de él, morirás sin remedio". Comentando la orden divina,
San Basilio observa que "el ayuno
ya existía en el paraíso", y "la primera orden en este sentido
fue dada a Adán". Por lo tanto, concluye: "El 'no debes comer' es,
pues, la ley del ayuno y de la abstinencia".
1.
El Ayuno un medio para recuperar la amistad con Dios
"Puesto
que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el
Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a
la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar "para
humillarnos -dijo-delante de nuestro Dios". El Todopoderoso escuchó su
oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de
Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran,
proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: "A ver
si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no
perecemos". También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.
"En
el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando
la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones
que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste
más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que "ve en lo secreto
y te recompensará". Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al
término de los 40 días pasados en el desierto, que "no solo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene
como finalidad comer el "alimento verdadero", que es hacer la
voluntad del Padre. Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor
de "no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal", con el ayuno el creyente desea someterse
humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.
2.
La fuerza del Ayuno para refrenar la fuerza del Mal
"La práctica del ayuno está muy presente
en la primera comunidad
cristiana. También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los
deseos del "viejo Adán" y abrir en el corazón del creyente el camino
hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los
santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: "El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida
del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca;
que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le
oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le
súplica".
"En
nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor
espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del
bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del
propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero
para los creyentes es, en primer lugar,
una "terapia" para curar todo lo que les impide conformarse a la
voluntad de Dios. En la Constitución apostólica "Pænitemini" de 1966,
el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el
contexto de la llamada a todo cristiano a no "vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por
él y a vivir también para los hermanos".
3.
El Verdadero Ayuno nos lleva al hambre y sed de Dios.
"La Cuaresma podría ser una buena ocasión
para retomar las normas
contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico
y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón
al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y
compendio de todo el Evangelio.
"La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar
unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer
la intimidad con el Señor. San Agustín, que
conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía
"retorcidísima y enredadísima complicación de nudos", en su tratado
"La utilidad del ayuno", escribía: "Yo sufro, es verdad, para
que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea
agradable a sus ojos, para gustar su dulzura". Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una
disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de
salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el
hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.
4.
El Ayuno nos ayuda a ser buenos samaritanos.
"Al
mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que
viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en
guardia: "Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está
necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de
Dios?". Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen
Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre.
"Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los
demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es
extraño. Precisamente para mantener viva esta
actitud de acogida y atención hacia los hermanos, ánimo a las parroquias y demás
comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y
comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y
la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana,
en la que se hacían colectas especiales, y se invitaba a los fieles a dar a los
pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido. También hoy hay que
redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo
litúrgico cuaresmal.
"Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno
representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar
contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de
otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos
de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos
afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno
litúrgico cuaresmal exhorta: Usemos de manera más sobria las palabras, los
alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con
mayor atención".
5.
El Ayuno nos ayuda a donarnos a Dios.
"Queridos hermanos y hermanas, bien mirado, el ayuno tiene
como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía san Juan Pablo
II, a donarse totalmente a Dios. Que en
cada familia y comunidad cristiana, por tanto, se aproveche la Cuaresma para
alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el
alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un
mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la
Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la
Santa Misa dominical.
"Con
esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la
Cuaresma. Que nos acompañe la Bienaventurada Virgen María, Causa nuestra
alegría, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud
del pecado para que se convierta cada vez más en "tabernáculo viviente de
Dios". Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y
cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto
de corazón a todos la Bendición Apostólica".
Extraído
del Mensaje de Cuaresma del Papa Emérito Benedicto XVI
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