El Kerigma, primer anuncio de los Apóstoles para
llevar a los hombres al Encuentro con Cristo Salvador.
(Hechos 2, 22- 36)
Prologo.
Querido lector, querida lectora, nuestra fe
cristiana nos enseña que el Dios de Israel nos ha enviado un poderoso Salvador;
el Señor en Persona ha venido a visitar y redimir a su Pueblo. (cfr Lc 1, 68)
San Juan en el prólogo de su Evangelio nos dice: “El Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros.” (Jn 1, 14) Jesús es el “Dios que se hizo hombre para
amarnos con un corazón de hombre”. Hombre como nosotros, igual en todo menos en
el pecado. “Vino a los suyos, y ellos no lo recibieron” (Jn 1, 11).
Queremos presentarte el Mensaje que hoy
conocemos como el Kerigma, en tres
etapas, la primera hace referencia al sacramento del Bautismo, la segunda etapa
hace referencia al sacramento de la Confirmación, y la tercera etapa, al
sacramento de la Eucaristía. Es decir,
los tres sacramentos de la “Iniciación cristiana. Para luego presentar a
María como mujer, Madre, Maestra, Modelo y Figura de la Iglesia.
”El Kerigma es el primer anunció apostólico predicado con el poder del
Espíritu Santo por los Apóstoles que anunciaban en forma de cuento, con
sencillez, claridad y valentía: “Escuchad Israelitas”, dice el Apóstol Pedro en
día de Pentecostés. Dios irrumpe con Poder en todos los que lo escuchan con
atención, con disponibilidad y con sencillez. El Mensaje es la semilla de
Jesús de Nazaret, un hombre aprobado por Dios
con signos y señales, (Hech 2, 22); recorrió todos los caminos de Galilea
anunciado el Reino de Dios, curando a los enfermos, hizo caminar a los cojos,
ver a los ciegos, abrió los oídos de los sordos e hizo hablar a los a los
mudos; abrazó y limpió a los leprosos,
liberó a los oprimidos. (Lc 7,21) Dio de comer a los hambrientos y de beber a
los sedientos. “Se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos
por el Mal” (Hech 10, 38) Al final de sus días, sus enemigos le dieron muerte
de cruz por medio de gente malvada (Hech 2, 23), pero, Dios lo liberó de las
ataduras de la muerte y lo resucitó de entre los muertos (Hech 2,24); para
sentarse a la “Derecha del Padre” y ser constituido como “Señor y Cristo”.
(Hech 2,36) Jesús de Nazaret es el hombre que recibió el Espíritu Santo sin
medida, ahora Cristo resucitado, es Aquel que da el Espíritu Santo a los que
creen en su Nombre.
Este es el relato salvador, la primera
predicación Apostólica. Mensaje que tiene que escucharse, creerse, vivirse y
ser anunciado. Mensaje poderoso, capaz de cambiar la vida de grandes pecadores,
de llenar los vacíos del corazón y encender a los hombres y mujeres con el
Fuego del Amor divino. Hombres y mujeres
que se apasionen por el Reino de Dios y su Justicia.
Nuestro Lema: “Señor quédate con nosotros” Nos dice el Evangelio de san Lucas que Cristo
resucitado se acercó a dos de sus discípulos que se alejaban de Jerusalén para
volver a su aldea de Emaús, a la vida de antes. En sus palabras había tristeza,
dolor, amargura, fracaso. Tres años siguiendo a Jesús, su amado Maestro, todo
fue inútil, todo se perdió, sus esperanzas de haber encontrado al Mesías, al
Liberador de Israel. Jesús se hace el encontradizo y entra en conversación con
ellos, les abre la mente y les explica las Escrituras, a los discípulos les
arde el corazón, vuelve a ellos la esperanza y el deseo de Dios, por eso piden:
“Señor quédate con nosotros porque atardece y el día ya ha declinado” El grito,
la súplica manifiesta el “deseo de
Dios,” oculto y reprimido en muchos corazones.
Jesús entró para quedarse, se sentó a la mesa
con ellos y lo reconocieron al partir el pan (Lc 24, 29). Se les había caído el
velo, lo reconocen, su grito es unánime: “Es
el Señor.” Pero, Él desaparece, pero no se va, se quedó en el Pan. Ellos
salen corriendo a toda prisa, llenos de alegría regresan a Jerusalén para dar
testimonio de
El Camino de Emaús es nuestra vida, ¿cuántas
veces caminamos derrotados y sin esperanza? Diciendo el Señor no me escucha,
las cosas no salen como quisiéramos y sentimos el deseo de abandonar el
Camino. El Señor se nos acerca para
darnos su Palabra. Él sólo espera una pequeña oportunidad para entrar en
nuestra “casa” porque ha venido para quedarse. Las palabras de
A la luz del Kerigma podemos
proclamar que Dios ha
manifestado su amor en la Creación, al llamarnos a la existencia; el hombre ha
sido creado por Dios con amor, por amor y para amar. El hombre descubre el
sentido de su vida saliendo de sí mismo para darse, entregarse a los demás. De
manera especial nos ha manifestado su amor en la regeneración es decir, al
enviarnos a su Hijo Jesucristo. San Pablo nos dice en este respecto: Dios nos
manifestado su amor, cuando aún siendo nosotros pecadores Cristo murió por
nosotros. (Rm 5,6) Por que Dios nos ama, nos perdona y nos hace libres. Libres
de todo lo que nos atrofia y libres para
amar. Dios
nos muestra su Amor enviando el don del Espíritu Santo en nuestros corazones:
Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rm 5, 5) Cristo Jesús nos
manifestado su amor al quedarse por nosotros y para nosotros en la Eucaristía. Todo nos habla del amor de Dios. Todo rostro
humano es un “don de Dios” para nosotros. Nosotros mismos somos regalo de Dios
para los demás.
Nos dice Benedicto XVI: El encuentro con las manifestaciones visibles
del amor de Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que nace
de la experiencia de ser amados. Pero dicho encuentro implica también nuestra
voluntad y nuestro entendimiento. El reconocimiento del Dios viviente es una
vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento,
voluntad y sentimiento en el acto único del amor. El Encuentro personal con el
Amor de Dios es la fuente de toda espiritualidad cristiana e implica la
totalidad de la persona, de sus dimensiones y de sus acciones individuales y
comunitarias. El encuentro es liberador y gozoso. Es liberador por Dios nos quita las cargas y gozos por que
experimentamos el triunfo de la Resurrección de Jesucristo.
El fruto del Kerigma: la
voluntad de amar. A partir de la experiencia del encuentro con
Jesús, nos dice el santo Padre, la historia de amor entre Dios y el hombre,
consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en “Comunión entre
el pensamiento y el sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios
coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que
los Mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad,
habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío. El cultivo de una voluntad para amar me hace mirar en la
misma dirección con Dios: amar lo que Dios ama y amar como Él ama. Muchos
tenían las mejores intenciones; parecían los mejores servidores, pero al no
cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para amar, hoy día andan dando
lástimas.
A la
luz del Kerigma, amar es darse, amar es entregarse. El amor de “Eros es tan sólo
el principio”, los sentimientos, los impulsos y los deseos humanos tiene que
atravesar por un proceso de purificación, que dan al hombre un estado de
perfección. “Ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).Esta
perfección es posible cuando se entiende el amor como un “ocuparse del otro y
preocuparse por el otro”. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez
de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en
renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca.
Amar exige salir del yo cerrado en sí mismo
hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el
reencuentro consigo mismo y con los demás,
más aún, hacia el descubrimiento de Dios: «El que pretenda guardarse su vida,
la perderá; y el que la pierda, la recobrará » (Lc 17, 33), dice Jesús
en una sentencia suya que, con algunas variantes, se repite en los Evangelios
(cf. Mt 10, 39; 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; Jn 12,
25). Con estas palabras, Jesús describe su propio itinerario, que a través de
la cruz lo lleva a la resurrección: “el camino del grano de trigo que cae en
tierra y muere, dando así fruto abundante”. (Jn 12, 23) Describe también,
partiendo de su sacrificio personal y del amor que en éste llega a su plenitud,
la esencia del amor y de la existencia humana en general. Crece entonces, el abandono en Dios y Dios es
nuestra alegría (cf. Sal 73 [72], 23-28).
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