JESÚS, EL SEÑOR EL TERAPEUTA DE LA SALUD

 

JESÚS: EL TERAPEUTA DE LA SALUD

 

 

  1. Jesús: Modelo de Terapeuta.

 

Jesús de Nazaret fue un hombre, justo, bueno, que vivió una vida digna y sana, que pasó su vida  haciendo el bien, liberando a los oprimidos y curando a las gentes, amó hasta el extremo y terminó su vida crucificado, pero fue reconocido y resucitado por Dios. Jesús vivió a plenitud porque su corazón estaba lleno de amor, de compasión, de misericordia,… Su voluntad estaba orientada hacia Dios su Padre, hacia los pobres, los enfermos, los más débiles. Su rostro irradiaba Salud y Vida saludable. Jesús es modelo de terapeutas, ayer, hoy y siempre.

 

  1. Jesús: Modelo de Salud.

 

La salud que vive y genera Jesús es una salud integral que abarca a toda su persona, sus relaciones interpersonales y su compromiso histórico; una salud liberadora que desbloquea aquello que impide el despliegue sano de la vida; una salud reconciliadora que hace vivir en armonía con Dios y conduce a un modo de vivir saludable y digno; una salud promotora que hace a la persona más responsable de su existencia; una salud que no es objeto de culto idólatra, sino, que puesta al servicio del amor, puede llegar a ser sacrificada por los humanos, una salud que ha de ser buscada preferentemente para los más débiles e indefensos; una salud que ella misma necesita ser salvada para alcanzar su plenitud en la vida eterna de Dios.

 

  1. El Mandato de Jesús a los suyos.

 

“Vayan y anuncien que el Reino de Dios ya está cerca; curen a los enfermos, limpien a los leprosos…” Marcos (6, 34) nos dice que Jesús lleno de compasión les enseñaba muchas cosas”; mientras que Mateo  nos dice  “proclamen que el reino de los cielos está cerca: Curen a los enfermos, limpien a los leprosos, expulsen a los demonios y resuciten a los muertos” (Mt 10, 7- 8). No hay contradicción ya que para la Biblia la Palabra de Jesús es “espíritu y es vida”, es decir, es Palabra que da vida, sana, libera, reconcilia, santifica…Razón por la cual el “anuncio del Reino” y la curación de los enfermos son realidades, son elementos de una misma Misión: curar a los enfermos para que se manifieste que el Reino de Dios que llega con poder, expulsando el mal de las corazones, de las comunidades y  de las estructuras. Toda la vida de Jesús, fue una vida resucitada, don de Dios para los hombres.

 

 

  1. La Comunidad de Jesús.

 

Jesús eligió a los suyos para que estuvieran con Él y para un día enviarlos a “anunciar el Reino de Dios, a curar a los enfermos y a perdonar los pecados” (Mt 10,7-8). Con ellos, Jesús vivió en Comunidad de vida y de amor. Todos eran amigos (Jn 15, 15), después de la Resurrección les llama hermanos (Jn 20,17); en la existencia de cada uno de ellos fluye la vida de su Maestro (cf Jn 10, 10), hacia los hombres a quienes llaman hermanos e invitan a sentarse a la mesa con el Padre del Cielo.

 

La Comunidad Cristiana está llamada a ser Terapeuta, no obstante, ella misma está herida. Existe el peligro que lejos de ser fuente de salud integral puede ser un foco de religiosidad patógena, generadora de sentimentalismos y emocionalismos, de una piedad sin compromiso social y sin el verdadero amor al prójimo. Lejos de introducir vida saludable en la Sociedad puede ella misma contaminarse con formas de vida enfermiza. Razón por la urge que todos profundicemos en la misión de la Comunidad Cristiana que nos presenta el libro de los Hechos de los apóstoles, y nos demos a la tarea de “Sanear la Comunidad”.

 

Sanear quiere decir eliminar todo lo que en ella hay de insano, de aquello que impide que el reino de Dios crezca en los corazones. La realidad nos cuestiona: Nadie da lo que no tiene. Para dar vida, amor, paz, gozo, libertad, antes, hay que dejarse lavar los pies por Jesús; hay que haber vivido de encuentros con Él; haber creído en su Palabra y haberse adherido a su Persona con todo nuestro ser. Podemos dar vida  y paz en medida que nuestros corazones sean purificados y se llenen de “confianza” y nuestra vida se abandone en las manos de Dios. Es decir la vida de todo terapeuta, si queremos ser auténticos, tiene que estar cimentada en Cristo (1 de Cor 3, 10), el Sanador del Hombre.

 

La pregunta es: ¿Purificarnos de qué? De la falsa religiosidad, de la moral enfermiza, del culto vacío, del autoritarismo, del machismo, de la mediocridad y de la superficialidad, de una espiritualidad cimentada en emocionalismos y sentimentalismos, y de todo cuanto pueda ser enfermizo; de obstáculos que llevamos en nuestro interior desde tiempos remotos y que son verdaderas barreras que impiden que el gozo del Señor fluya en nuestras vidas para que nos realicemos como personas

 

  1. Construir la Comunidad como fuente de salud.

 

Cada Comunidad Cristiana está llamada a ser un “Manantial de Aguas Vivas”, donde lleguen a beber los sedientos y a comer los hambrientos; a descansar los agobiados y a llenarse de alegría los tristes. Está llamada a ser como un “Pozo de Jacob” (Jn 4, 1ss) Un lugar de encuentros como el de Jesús con la Samaritana. Este fue un encuentro interpersonal. Jesús y la mujer de Samaria (figura de una humanidad sin Cristo); encuentro que por ser verdadero, es liberador y gozoso al derrumbar las barreras raciales y prejuicios culturales; es decir, encuentro saludable.

 

Para recuperar la tarea sanadora es indispensable entender y desarrollar la Comunidad Cristiana como “Terapeuta”,  llamada a generar e irradiar una vida sana y saludable en medio de la Sociedad, para que pueda ser un “testigo”, capaz de anunciar la Salvación plena en Dios y caminar hacia ella, irradiando a su paso la vida saludable que Cristo a puesto en ella. Esto es Evangelizar: “Dar vida y enseñar a la gente “el arte de vivir en comunión”; sólo quienes viven en comunión pueden compartir los dones y servicios que se tengan de manera sana.

 

  1. La Fuerza sanadora de la Comunidad.

 

La fuerza sanadora de la Comunidad, no es otra que el “El poder de la Fe”, en referencia al proceso que puede desencadenar “la experiencia de la fe cristiana” partiendo de un encuentro con un Cristo vivo. En el encuentro con Cristo la fe se hace experiencia de vida y se llena el corazón del creyente de “Una Presencia nueva que llamamos Esperanza”. Esperanza que no es un concepto, sino una “Persona”. ¿De quién estamos hablando? De Dios mismo. Cristo ha venido a traernos a Dios. Él es nuestra Salud y nuestra Salvación. El creyente es guiado por la Esperanza a lo largo de su vida; ella lo libera de los ídolos, de los obstáculos, de maneras torcidas de pensamiento y de sentimentalismos enfermizos para llevarlos a los terrenos de la Salud integral, ofrecida por Dios en su Hijo Jesús.

 

Por otra parte no hemos de confundir el plano de la salvación con el de la salud, ni la religión con la medicina. La acción sanadora de la Comunidad no compite ni se contradice con la ciencia médica. La Comunidad terapeuta ofrece la salvación cristiana de tal modo que promueve salud integral, ayudando al ser humano a vivir de manera saludable la enfermedad y la salud, el disfrute y el sufrimiento, la vida y la muerte.

 

Al hablar de la Fuerza Sanadora de la Comunidad podemos destacamos algunos elementos:

  • La acogida cálida y atenta a cada persona como inicio de un trato personal que despierta las áreas adormecidas y pone a la vez en camino el potencial humano que hay en cada persona.
  • La experiencia de la fe compartida en el intercambio de palabras, experiencias vida; en lo que somos llamados dar testimonio y hacer oración con los hermanos.
  • Las relaciones vivas de amistad fraterna; relaciones liberadoras y gozosas.
  • La celebración gozosa de la Salvación en el Sacramento de la Reconciliación.
  • La escucha de la Palabra de Dios, dentro y fuera de la Liturgia.
  • La celebración variada de los Sacramentos.
  • La experiencia de la celebración dominical.

 

Todas éstas son experiencias que debemos valorar y fomentar. Pero que también nos hacen reflexionar: ¿Cómo hacemos las cosas? ¿Cuidamos el clima y el modo de nuestras acciones? ¿Fomentamos las relaciones entre personas y entre grupos? ¿Cultivamos el espíritu de animación? ¿Hay calor humano y cristiano?

 

Una Comunidad más humana y personalizada, libre de autoritarismos. No pensamos en una comunidad abstracta, sino en personas concretas que han entrado a formar parte de una Comunidad Camino de curación en la cual cada persona es sujeto individual concreto, que cree, sufre, espera, ofrece resistencia o se abre fraternalmente para llegar a ser hijo de Dios, curar sus heridas, hacerse libre, responsable y capaz de amar. Cada miembro de la Comunidad debería sentirse servidor de los demás.

 

El Señor Jesús nos ha dado la pauta: “Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lc 22, 27) No olvidemos que el “terapeuta” es un servidor que se pone al servicio de los demás para ofrecer salud saludable. Solo desde el servicio se contribuye al crecimiento sano de la Comunidad. El “terapeuta” siembra salud con su manera de ser, de vivir su fe y de animar a la Comunidad Cristiana.

 

Para ser  sanadora la Comunidad Cristiana ha de ser una “experiencia personalizadora” para hombres y mujeres sometidos con frecuencia a procesos de despersonalización en el mundo de la producción y del consumo. Somos parte de una Sociedad masificada y masificadota. Mientras unos hacen lo que ven hacer a otros; muchos viven haciendo lo que otros dicen. Tanto el Conformismo como el Totalitarismo son enfermizos y opresores. No curan y no realizan por que no nos ayudan a ser personas autónomas; porque no nos dan calidad de vida; porque son cargas que nos agobian; porque son portadores de muerte. Eliminar a estos dos enemigos de la Comunidad pide cambios profundos de mente y corazón. Pide disminuir egocéntricamente para que otros tengan vida. “Es necesario que yo disminuya para que él crezca” (Jn 3, 30).

 

Surgen dos preguntas que nos ayudan a entender mejor el mundo de la salud: Libres ¿de qué? y Libres ¿para qué? Libres de todo aquello que impide el proceso de curación o de realización personal: espíritus de mediocridad, de pesimismo, de angustia, de negatividad, de orgullo… Libres para amar, para servir, para darnos a los demás. Con mente y corazón renovados en Cristo por la acción del Espíritu.  Entonces podemos decir:

  • Libres: Para poder ser una Comunidad que viva su participación en el trabajo del Reino de manera gozosa y responsable.
  • Libres: Para poder fortalecer la “Virtud Sanadora” de la Comunidad. Los talentos que cada uno posee, sólo crecen con el uso de su ejercicio. Abramos campos de acción y demos a todos la oportunidad de ser…

 

La Comunidad Cristiana es real cuando es “Encuentro convivencia de personas concretas”; cada una con su historia de altas y bajas, de éxitos y fracasos. Pero que juntas buscan en la Comunidad un camino de curación y de salvación. Esto exige:

  • Una escucha personalizada para sanar de la soledad y de la angustia.
  • La acogida amable y sincera como reconocimiento y aceptación personal del otro.
  • El acompañamiento real. Éste será veraz cuando existe el respeto personal a la persona y a los procesos de curación.
  • El acercamiento a la vida doliente de las personas para inyectarles la fuerza de la solidaridad.

 

Lo nuestro es ayudar a las personas a entrar en un proceso de personalización que nos exige: La práctica de la amistad sincera, el cultivo de un amor fraterno y la creación de relaciones vivas y estrechas para ayudar a las personas a liberarse de los miedos, de las tristezas, depresiones, complejos, humillaciones y opresiones. La Comunidad Cristiana se convierte entonces en “Casa de Gracia” donde los seres humanos se encuentran unos con otros curativamente. En ella todos son importantes y cada uno tiene algo para aportar a la salud de los otros. Cada uno es un don para los demás. Hacer una oración fraterna por los otros no cuesta mucho, sólo pide un poco de fe y un poco de amor.

 

  1. Cultivar un estilo pastoral sano y sanador.

 

Para que todos los encargados y responsables de la Comunidad sean poseedores de salud, y sean así, los primeros testigos de vida saludable, capaces de sembrar salud, con su manera de ser, de vivir su fe y de animar a la Comunidad Cristiana. Exige erradicar de la Comunidad los miedos, los resentimientos, los complejos, las falseadas imágenes que se tienen de Dios, del hombre y de la vida. Pero también exige abandonar el activismo deshumanizante, la pasividad y los modos rutinarios de hacer las cosas, la dispersión interior, la ausencia notable de silencio y de vida interior, la fe deformada por el emocionalismo y el sentimentalismo. Todo con miras a poseer una vida sana que alcance a toda la Comunidad.

 

  1. Perfil de un estilo pastoral terapéutico.

 

Para que al interior de la Comunidad se vaya dando un estilo pastoral sano y sanador, la psicología nos presenta algunos criterios básicos:

  • La autenticidad, como capacidad de estar en contacto con uno consigo mismo y sinceridad comunicativa. La sinceridad pide la renuncia a la “Fachada Profesional” y a la seguridad que presentan las apariencias. Vivir en la verdad y cultivar un estilo de vida sencillo. Lo importante no es hacer sino, el “Cómo” se hace con calidad, con verdad evangélica.
  • La estima, como fuerza positiva que será, tanto más efectiva, cuanto mayor sea la estima que se siente por la persona. Estima significa reconocimiento y aceptación del otro como persona, respeto y confianza en las posibilidades que se encierran en esa persona; verlo y tratarlo como un ser original, único e irrepetible; responsable, libre y capaz de amar: La estima es sin más, tratarlo como persona. Se le valora por lo que es, y no por lo que tiene o por lo que hace.
  • La empatía, como actitud sanadora significa, por un lado, sintonizar con el que sufre, padece, vibra, siente o goza. Por otro lado mantenerse a distancia para poder ofrecerle una presencia sanadora desde el propio ser.  La empatía es vista como la praxis del amor que recorre fiel y cercanamente el camino de la otra persona. Estar cerca, pero respetando, dejando en libertad, es acompañar con amor.

 

  1. Hacia una experiencia cristiana más sana.

 

Ninguna experiencia religiosa es “pura”, libre de aspectos emocionalistas y sentimentalistas, pues cada uno vive su experiencia de fe desde unos condicionamientos personales y sociales en los que se pueden entremezclar miedos, represiones, fantasías, narcisismos, compensaciones… Aceptar esto con realismo es ya un signo de madurez  saludable en la Comunidad Cristiana.

 

¿Dónde se vive la experiencia religiosa? En el camino de la vida, en el encuentro con Jesús como Pablo en el camino de Damasco. En el encuentro con la Palabra de Dios, en la celebración y en la predicación, en los procesos catequéticos y en la educación en la fe, en la oración comunitaria, en los diversos encuentros y servicios que operan como fuerza sanadora y nos orientan en una triple dirección:

·       Descubrir el sentido de la vida. La persona que vive sin sentido corre el riesgo de caer en el vacío existencial, que fragmenta la existencia y genera la perdida de identidad. En la Comunidad Cristiana el creyente encuentra en la Palabra, en el Sacramento y en la experiencia de encuentro con los otros los medios que le ayuden a recuperar en el Dios vivo de Jesucristo el centro de la existencia. Cuando se siembra “sentido” desde la fe, estamos introduciendo salud en el interior de las personas y de la Comunidad.

·       Sanar las relaciones interpersonales. Cuando se vive una relación falsa consigo mismo, con Dios con las personas y con las cosas, la existencia se encuentra desfigurada. La vida se deteriora y nuestras relaciones interpersonales son pragmáticas y utilitaristas. Se busca ser feliz llenando la vida de cosas, de sexo o recurriendo a la química. Es importante que en la Comunidad Cristiana se sepa extraer de la fe una luz y una fuerza capaces de orientar la vida hacia Dios, hacia los demás, hacia uno mismo y ante todas las realidades. Una vida que se vive en la verdad y en la cual se practica la justicia hace que  la Comunidad se convierta en “Fuente de vida más sana y reconciliada.” 

·       Proporciona la base espiritual que favorece un crecimiento sano. Cuando la existencia se encuentra privada de amor, recogimiento, acogida y perdón, la persona queda frustrada en sus aspiraciones y necesidades básicas y su vida no puede desplegar de manera sana. Se cae en la ansiedad, el resentimiento, la inseguridad, la culpabilidad malsana…Lo que enferma de raíz la vida de muchos es la falta de un amor fuerte, incondicional y gratuito.

 

El Terapeuta herido en “camino de sanación”, sabe que no basta creer en Dios, guardar sus mandamientos y cumplir ciertas prácticas religiosas. El principio primordial y esencial que la “Madre y Maestra” (La Iglesia): vive, y enseña a vivir ha de ser éste: “Yo soy amado, no porque soy bueno, santo y sin pecado, sino por que Dios es bueno y me ama de manera incansable, incondicional y gratuita en Jesucristo.” Este anuncio nos llena de  confianza en Dios y en su amor incondicional; elementos básicos para la sanación de la persona.

 

  1. Jesús propone el Amor como camino de salud integral.

 

Tener la experiencia de amar y ser amado nos dejan la doble certeza de que soy amado por Dios y la certeza de que yo también lo amo en los demás, es fuente de salud espiritual. Escuchemos a Jesús decirnos: “Del corazón del crea en mí, brotaran ríos de agua viva” (cfr Jn 7, 37-39) “Permanezcan en mi amor” (Jn 15, 9). Es una invitación gozosa a hacer de la experiencia cristiana algo cotidiano y habitual para cada día y para cada momento de nuestra vida.

 

¿Cómo permanecer en el amor de Jesús? La respuesta pide un estilo de vida que garantiza la curación de las heridas posibles que la vida nos haya dejado. Permanecer siendo amados y permanecer amando. El amor de Dios al hombre y el amor del hombre a Dios y al mismo hombre. De acuerdo a las palabras de Jesús: “Si guardan mis Mandamientos, como yo guardo los mandamientos de mi Padre” permaneceréis en mis amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre” (Jn 15, 9). El amor es el camino de la curación. Este amor es “Fuerza y Medicina” para salir de uno mismo e ir al “encuentro de los demás”, “Lavar sus heridas” y “Compartir con ellos la vida saludable de Cristo”.

 

¿Qué hacer para llegar hacer de nuestro corazón un Manantial de aguas vivas? (Jn 7, 38) La experiencia es la que habla: Creer en Jesús; es decir, vivir en íntima comunión solidaria con Él. Poner nuestra inteligencia y voluntad en el Corazón para llevar una vida orientada hacia Jesús, con los ojos fijos en Él (Heb 12, 2)¸ abrazando hasta el fondo la voluntad de Dios, manifestada en Jesús.

 

Por la intercesión de María, Señora del Sagrado Corazón ruega por nos: “libera mi corazón Señor de mis enemigos; muéstrame tu voluntad y guíame con tú Espíritu a una tierra firme y llana en la que mane la leche y la miel; paz y la dulzura espiritual.

 

Pbro. Uriel Medina Romero.

 

 

 

 

 

 

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