3. La Iglesia
existe para servir.
Iluminación: “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre; Si guardan mis mandamientos como yo guardo los Mandamientos de mi Padre, permanecerán en mi amor, como Yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 9).
Somos los servidores del Reino. “Ustedes me llaman a mi Maestro y Señor, y en verdad lo soy, pues, si Yo, siendo Maestro y Señor les he lavado a ustedes los pues, hagan ustedes lo mismo que yo he hecho con ustedes” ( Jn 13, 13- 14). Nuestro encuentro con Jesús no puede limitarse al culto que le tributamos. Él quiere instruirnos con sus enseñanzas para que las vivamos, llevando así una vida recta en su presencia. Una vida digna del Señor agradándole en todo y dando frutos de vida eterna. Por eso el discípulo no puede quedarse únicamente en la escucha fiel de la Palabra de Dios y en la práctica personal de la misma. El Señor nos quiere enviar como testigos suyos en el mundo: “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5, 13). Y esta encomienda apostólica no corresponde sólo a los Apóstoles y a sus sucesores, sino a toda la Iglesia. Todos debemos sentirnos involucrados en el anuncio del Evangelio. La Iglesia es por naturaleza servidora, existe para servir.
El
verdadero poder se manifiesta en el servicio. En la
Iglesia se vive para servir. Un servicio al Reino de Dios desde la Iglesia y a
favor de toda la humanidad. No tengamos miedo, unidos a Cristo tenemos poder
para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del
enemigo, y nada nos podrá hacer daño (cf Rm 16, 20). Pero no nos engolosinemos
con el poder que Dios nos ha concedido. Esforcémonos con toda valentía para que
el Reino de Dios llegue a los hombres
con todo su poder salvador. Pero antes que nada, que ese Reino que es Cristo,
llegue a nosotros mismos, de tal forma que, revestidos de Él podamos continuar
realizando su obra de liberación y de salvación en el mundo a favor de toda la
humanidad. El poder de la fe se manifiesta en el servicio a los demás.
Evangelizar es servir.
Nuestra
realidad existencial. ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué
clase de ambiente tenemos a nuestro alrededor? ¿Qué puedo hacer para salir de
la depresión? ¿A quién tengo que ir para tener un poco de alegría y de paz
interior? ¿Por qué otros tienen o se miran bien, y yo no soy feliz? Estas y
otras son preguntas que la gente se hace y que frecuentemente se escuchan.
Preguntas, lamentos, quejas y reproches que muchos se hacen a sí mismos y que
más de una vez le hacen a Dios. Hago oración y parece que Dios no me escucha,
me ha abandonado, está enojado conmigo. Leo la Biblia y no la entiendo. ¿Por
qué? ¿Por qué Dios no me hace justicia?
Lo anterior va unido a una falsa concepción de Dios, del hombre y de la vida. Muchos son los que no saben de dónde vienen, para qué están aquí o para donde van. No logran encontrar el camino que les lleve a encontrar el sentido a su vida, y hasta llegan a experimentar el deseo de arrojar la toalla y salir por la puerta falsa. La pérdida del sentido de la vida es manifestación de una frustración, de una no proyección o de un estilo de vida encerrados en sí mismos que genera miedos, resentimientos, soledad, apatía, y arroja a muchos al alcoholismo, drogadicción, prostitución, angustia y más. ¿Qué decir frente a esta cruel realidad que padece nuestra sociedad? O al menos gran parte de ella.
La
Respuesta la tiene Jesús. La respuesta la ha dado
Aquel que caminó sobre las aguas, Jesús, el Señor: “Vengo para qué tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,
10) y en otra parte del Evangelio nos dice: “No
he venido a ser servido, sino a servir, y a dar mi vida por muchos” (Mt,
20, 28) La clave de la felicidad, de la armonía y de la paz interior o exterior
ha sido revelada por el mismo Jesucristo: “Ustedes
me llaman a mi Maestro y Señor, y en verdad lo soy, pues, si Yo, siendo Maestro
y Señor les he lavado a ustedes los pues, hagan ustedes lo mismo que yo he
hecho con ustedes” (Jn 13, 13- 14) La clave es el servicio. Lavar pies en
sentido bíblico-religioso es compartir con los demás el don de Dios, lo que
sabemos, lo que tenemos y lo que somos. Qué hermoso es saber que somos don de
Dios para los demás. Soy un siervo de Dios. Soy alguien que no existe para mí
mismo, mi alegría brota de la paz interior, de la entrega y de la donación a
mis semejantes en el nombre de Dios.
Servidores
de Cristo en favor de todos. ¿Cómo saber si somos
servidores del Señor o de nosotros mismos? ¿Cómo saber si somos llamados por Él
o nos llamamos a nosotros mismos? “El que
busca su propia gloria, su propio bien o su propio interés, en ese hay maldad,
pero el que busca la gloria de Dios en ese hay verdad.”. (Jn 7,18) Dios
amor, nos llama a salir del pecado, a huir de la corrupción para poder
participar de su Gracia divina (cf 2 Pe 1, 4b). Primero nos perdona y nos da su
amor y, después nos prepara, para luego, confíarnos algún servicio.
A quienes llama a dar frutos de vida eterna nos dice: “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre; Si guardan mis mandamientos como yo guardo los Mandamientos de mi Padre, permanecerán en mi amor, como Yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 9) ¿Cómo permanecer en el amor de Cristo? Podemos permanecer siendo amados, escuchando su Palabra y obedeciendo sus Mandamientos. Podemos permanecer adorando y sirviendo al Señor. Ofreciendo nuestro culto en Espíritu y en Verdad, De manera especial, permanecemos en él en la “obediencia a sus Mandat6os.”
Si la clave de la felicidad es el servicio, la ley del vivir bien, es el amor. Escuchemos al Maestro decirnos: “Ámense, los unos a los otros, como Yo les he amado” (Jn 13, 34). El guardar el Mandamiento Nuevo, pide, estar en comunión con Jesús, romper con el mal y hacer el bien, es decir, servir, y servir con amor, es dar vida a los demás. Podemos afirmar que la fe cristiana es Amor, es Obediencia a la Palabra y hacer la Voluntad de Dios. Sin fe nadie puede servir al Señor. Elmismo Jesús lo ha dicho: “Sin mi nada podéis hacer” (Jn 15, 4).
¿Cómo
ha de ser nuestro servicio? Con amor, con alegría, con fe sincera,
solidaridad, desprendimiento y con recta intención (cf 1 Tim 1, 4-5). Servir
con otros y para otros buscando siempre la gloria de Dios y el bien de los
otros. En la “Empresa” de Dios no estamos solos, muchos están entre nosotros y
con nosotros. Servir con otros no es fácil; existen los enemigos del servicio:
la soberbia, el individualismo, la envidia, la ambición de poder o de dinero;
en otros el principal enemigo es el miedo al fracaso, al que dirán, a la
pobreza. Por eso Jesús a sus discípulos les pide un cambio de mentalidad y de
actitudes para poder dejar cálculos personales y crecer en generosidad, en
misericordia, en la acogida de los demás como seres portadores de una dignidad
que es la misma en todos: “El tiempo se
ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado; convertíos y creed en la Buena
Nueva” (Mc 1, 15)
Lo importante es el trabajo por el Reino de Dios, para comprender la importancia del trabajar unidos, mirando en una misma dirección con Jesús que gastó “su vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el Diablo” (Hech 2, 38) Trabajar juntos por un mundo mejor: más humano y más fraterno; no importa que unos vayan delante y otros vayan atrás, o que unos lleguen temprano y otros lleguen tarde, sino, que lo importante es trabajar unidos, prestando un servicio, en apertura y solidaridad con todos y especialmente con los menos favorecidos, y evitando todo espíritu de competencia y de proselitismo.
No
escondamos el Evangelio debajo del tapate nuestras justificaciones. No digas que es tarde, que no tienes tiempo, que no vale la pena. No te
auto justifiques, el compromiso evangélico te espera. La auto justificación es
el principio de la decadencia, primero espiritual, luego moral, después
familiar y luego civil. El hombre que no sirve a los demás no sirve para nada;
su realización humana está en peligro; su vida está en proceso de
descomposición; su situación es de desgracia, de no salvación, y por lo tanto
nos es querida por Dios, que nos dice: “Mis
pensamientos no son tus pensamientos, mis caminos no son tus caminos” (Is
55, 9) “Misericordia quiero y no
sacrificios” “Aprended a hacer el bien y a rechazar el mal” (Is 1, 17) para
que la tierra de sus frutos a su tiempo. Los frutos de la tierra, es decir, del
corazón, son el amor, la paz y el gozo en el Espíritu. La satisfacción de hacer
lo que se tiene que hacer, con espontaneidad y no por obligación. Lo que sí
creo que se debe tener bien claro, es aquello de que Dios conoce nuestros
corazones y discierne nuestras intenciones, no podemos ser sus servidores,
cuando prestamos un servicio a los demás con la intención de cultivar la fama,
el honor, el prestigio en nuestro favor; cuando buscamos nuestros intereses
personales, nuestras ganancias o nuestro propio enriquecimiento, y no el bien
de los demás.
El servicio a los más pobres. «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, acompañado de todos sus
ángeles, se sentará en su trono glorioso.
Entonces serán congregadas delante de él todas las naciones, y él irá
separando a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos.
Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el
Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del
Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y
me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me
acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la
cárcel y acudisteis a mí.’ Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te
vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti?’ Y el Rey les dirá: ‘Os aseguro
que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis.’ Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve
hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui
forastero y no me acogisteis, anduve desnudo y no me vestisteis, estuve enfermo
y en la cárcel, y no me visitasteis.’
Entonces dirán también éstos: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o
sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’ Y
él entonces les responderá: ‘Os aseguro que cuanto dejasteis de hacer con uno
de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.’ E irán éstos a un
castigo eterno, y los justos a una vida eterna.» ( Mt 25, 36 46)
La
Regla de oro en el Servicio. Tengamos siempre presente
la regla de oro: “Has a los demás lo que
quieres que los demás te hagan a ti” (Mt 7, 12) Hoy día, se habla mucho de
“excelencia” en los servicios; no podrá haber excelencia si no deseamos para
los demás, el bien que queremos para nosotros mismos. El cristianismo es servicio,
es entrega y es donación en Cristo, Camino, Verdad y Vida, y en Él, a los
hombres. En clave de servicio entendemos las palabras de la Escritura: “El que no trabaje que no coma” (2 Tes
3, 10) y “el que no trabajaba, que se
ponga a trabajar, para que pueda con sus manos
ayudar a los demás.” (Ef 4,
28) Recordando que en todo trabajo por el Reino de los Cielos es Dios quien
paga a cada uno y a todos con el mismo “Denario”, su Gracia, y es Dios quien
hace crecer lo que se planta con amor. En el reino nadie vive para sí mismo,
vivimos para Dios y para los demás o nos excluimos a nosotros mismos del
“Reinado de Dios”. Todos nacemos con un destino, destino glorioso, el ser hijos
de Dios y hermanos de los hombres. Todo ser humano es valioso, es de gran valor;
su vida tiene sentido, que se debe buscar, encontrar y realizar. La felicidad
brota de la realización personal que se cultiva y madura en el servicio a los
demás y con los demás. Cuando se frustra el sentido, aparece la frustración y
sus derivados. Animo, no tengas miedo responder a la vida.
Ábreme Señor la mente para
que entienda el sentido de tus Mandamientos.
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