MI GRACIA TE BASTA, PUES MI FUERZA SE REALIZA
EN LA DEBILIDAD
Iluminación:
“No hagáis nada por ambición o vanagloria, sino con humildad, considerando a
los demás superiores a uno mismo, y sin
buscar el propio interés, sino el de los demás.
Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2, 3-4).
Introducción:
“Por eso, para que no pudiera yo presumir de haber sido objeto de esas
revelaciones tan sublimes, recibí en mi carne una especie de aguijón, un ángel
de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este motivo, tres veces
rogué al Señor que se alejase de mí.
Pero él me dijo: “Mi gracia te basta, pues mi fuerza se realiza en la
debilidad.” (2 Cor 12, 7- 9)
El
gran peligro en el camino de la fe.
Con
el encuentro con Cristo, entramos en la “experiencia de Dios”, entramos en una Comunidad fraterna que nos acompaña en el
seguimiento de Jesús. Se vive una época de luna de miel con el Señor.
Aprendemos a levantar las manos, oramos en voz alta, leemos la Biblia, damos
testimonio de vida y el Señor nos lleva de experiencia en experiencia. Nos
sentimos limpios, reconciliados y salvados. Creemos que caminamos tras las
huellas de Jesús y damos testimonio de las maravillas de Dios en nuestra vida
que nos ha liberado y ha hecho de nosotros una nueva creación (cf 2 Cor 2, 17)
Escuchamos a muchos decir que el “hombre viejo ha muerto, porque lo hemos
crucificado con Cristo.” La realidad es que sigue vivo y en pie de lucha,
quiere reconquistar el lugar que había perdido en nuestros corazones. Y poco a
poco va manifestándose en nuestras vidas un “pequeño fariseo”. Es una de las
enfermedades de la infancia espiritual, quizá la primera y la más peligrosa.
Empezamos
a comparar con aquellos que decimos que no conocen a Dios, los juzgamos y los
despreciamos. En la oración caemos en la tentación de decir: “Gracias Señor
porque te conozco y te amo.” “Gracias porque no soy como aquellos que no
conocen tu Palabra y no te alaban como yo lo hago”. Con un espíritu escrupuloso
criticamos a los que rezan el rosario o hacen hacer lo que hacíamos antes.
Critica y desprecia a los que llaman “pobrecitos,” “no conocen a Dios.” La
realidad que “ha nacido un fariseo”, inflado de auto suficiencia,
perfeccionista, legalista y rigorista. Se siente superior a los demás; más
santo y mejor que los demás. La fuerza del fariseo la encuentra en la mentira que
piensa que tiene poder porque ayuna, hace oración y lee la Biblia; lo que puede
ser cierto, pero, no se debe presumir, se le olvida que “todo don perfecto
viene de Dios y no para presumir o hacer negocio sino para compartir con los
demás: Juan respondió: «Nadie puede recibir nada. (cf Jn 3, 27) Todo don
perfecto viene de Dios (Snt 1, 17) ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y
si lo has recibido, ¿a qué vanagloriarte, como si no lo hubieras recibido? (1
Cor 4, 7). Lo más triste sería que la infancia
espiritual se quedará en nuestras
vidas. Para despertarnos el Señor se vale de las pruebas espirituales.
El
Señor Jesús, atento a la Formación de sus discípulos que no habían entendido su
Evangelio, les exhorta a no seguir el camino de los fariseos ni de los
poderosos: “Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los
escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 20) Los
fariseos oraban, ayunaban, pagaban diezmos, observantes rigoristas de la ley,
pero, no tenían misericordia. Se creían los amos y señor de la religión y
fueron capaces de sentarse en la cátedra de Moisés (cf Mt 23)« “Sabéis que los
jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las
oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, pues el que quiera
llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, (Mt 20, 25- 26) No
se arrodillen frente al poder ni ante el tener ni ante el saber, no seríamos
discípulos de Jesús.
Jesús
invita a sus discípulos hacerse como niños (Mc 9, 37), por el camino del
abajamiento, tal como lo dice la Biblia: “El cual, siendo de condición divina,
no reivindicó su derecho a ser tratado igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando
condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como
hombre, se rebajó a sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.” (Flp 2, 6- 8)
Es
el camino que Juan el Bautista enseñó a sus discípulos: Es preciso que él
crezca y que yo disminuya. (Jn 3, 30) Para crecer hasta la estatura de Cristo,
en madurez y santidad (cf Ef 4, 13) hay que disminuir; hay que bajarse del
árbol como le pasó a Zaqueo por invitación amorosa de Jesús: “Cuando Jesús
llegó a aquel sitio, alzó la vista y le dijo: «Zaqueo, baja pronto; conviene que
hoy me quede yo en tu casa.» Se apresuró
a bajar y lo recibió con alegría.” (Lc 19, 5- 6) Lo mismo que hizo con Pablo en
el encuentro de Damasco: “Pero yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco,
lo envolvió de pronto una luz venida del cielo,
cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me
persigues?» 5 Él preguntó: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien
tú persigues.” (Hch 9, 3- 45) Zaqueo tuvo que bajarse de su grandeza, de su
monopolio de dinero para que Jesús entrara en su Casa y la llenará de
salvación. Pablo se abajó de su poder religioso para hacerse siervo de
Jesucristo y darnos la enseñanza de la vida: “Ya conocéis la generosidad de
nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para
enriqueceros con su pobreza.” (2Cor 8, 9).
Humillaos
ante la Verdad que nos hace libres.
Santiago
lo aprendió de su Maestro y lo dice a la Iglesia: “Dios resiste a los soberbios
y da su gracia a los humildes. Someteos,
pues, a Dios; resistid al diablo y él huirá de vosotros. Acercaos a Dios y él
se acercará a vosotros. Que los pecadores limpien sus manos; y que purifiquen
sus corazones los hombres irresolutos. Lamentad vuestra miseria, entristeceos y
llorad. Que vuestra risa se cambie en llanto y vuestra alegría en tristeza.
Humillaos ante el Señor y él os ensalzará.” (Snt 4, 6- 10) El Apóstol Pedro
recibió varias amonestaciones de su Maestro para que aprendiera el camino de la
humildad: Replicó Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió:
«Si no te lavo, no tienes parte conmigo.»
Le dijo entonces Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies; también las
manos y la cabeza.» (Jn 13, 8-). Simón Pedro le preguntó: «Señor, ¿adónde vas?»
Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más
tarde.» Pedro replicó: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por
ti.» Contestó Jesús: «¿Que darás tu vida
por mí? En verdad, en verdad te digo que no cantará el gallo antes que tú me
hayas negado tres veces.” (Jn 14, 36- 38) A lo anterior, san Lucas le añade el
como Pedro reconocerá la Verdad de Jesús: «¡Simón, Simón! Sábete que Satanás ha
solicitado el poder cribaros como trigo, pero yo he rogado por ti, para que tu
fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.” Él
replicó: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte.» Pero Jesús contestó: «Te digo, Pedro, que hoy
mismo, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces.”
(Lc 22, 31- 32).
La
exhortación de Pablo para ser de los pobres de Jesús.
“Y
no os acomodéis a la forma de pensar del mundo presente; antes bien,
transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis
distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.” (Rm
12, 2) Humildad y caridad en la Comunidad, para que los más fuertes carguen a
los más débiles en la fe” (Rm 15, 1)
“En
virtud de la misión que me ha sido confiada, debo deciros que no os valoréis
más de lo que conviene; tened más bien una sobria autoestima según la medida de
la fe que Dios ha otorgado a cada cual.” (Rm 12, 3). Qué no se nos suba la falsa
sabiduría que nos dice Santiago que nos lleva hacer acepción de personas (Snt
2, 9).
El
verdadero conocimiento de Dios me hace saber que no debo sentirme fuerte, duro
y firme en la fe, capaz de no pecar como otros lo hacen. Eso es enfermedad, es
soberbia. Debo creer que Dios me ama, perdona y salva, pero lo mismo a todos, y
si no caigo, es por él, que es misericordioso y me sostiene para que yo no
caiga, es pura misericordia. Yo debo “saberme débil y necesitado” de la gracia
de Dios; debo aprender con la ayuda del Señor a ser humilde, manso y
misericordioso (Col 3, 12) La fe verdadera es misericordia, es humildad, es
disponibilidad para servir, aunque otros te lo impidan. La fe verdadera es
disponibilidad para hacer la voluntad de Dios; es hacerse pobre para vivir en
la Casa de Betania (cf Mt 21, 17), es decir, pobre, entre los pobres y para
ellos para vivir la bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.” (Mt 5, 3)
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