MARÍA,
VIRGEN Y MADRE DE DIOS. MADRE E IMAGEN DE LA IGLESIA
OBJETIVO: Presentar a María como Virgen y Madre
de Dios, Madre e Imagen de la Iglesia. María es ya lo que la Iglesia está
llamada a ser; es signo escatológico
de todos los creyentes.
Iluminación.
Para que "María
que cuida con amor materno de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan
hasta que sean conducidos a la Patria Celestial. Por ello, la Virgen María es
invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Ayuda y
Mediadora" (LG 62).
"María
dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se
alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su
esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso
ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo. Y su misericordia llega a
sus fieles de generación en generación. El hace proezas con su brazo: dispersa
a los soberbios, de corazón, derriba del trono a los poderosos, y enaltece a
los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos les despide
vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como lo
había prometido a nuestros padres—, en favor de Abrahán y su descendencia para
siempre" (Lc 1, 46-55).
María, humilde mujer judía,
vive anticipadamente el misterio de las bienaventuranzas. María es una humilde mujer judía: como pobre de Yahvé, pone
totalmente su confianza en Dios. En el canto del Magnificar, transmite
Lucas una tradición que conserva el sentido y los sentimientos de fondo de la
oración de María, modelo de la del Pueblo de Dios. Según la forma clásica de un
salmo de acción de gracias, celebra María las maravillas que Dios hace en la
historia de la salvación en favor de los humildes. En su propia pobreza vive
anticipadamente el misterio de las bienaventuranzas.
María
creyente: "De fe en fe" La fe de María es la
misma del Pueblo de Dios: una fe humilde que se ahonda sin cesar a
través de las oscuridades y de las pruebas. Ella vive cada momento en una
situación de no comprender todavía (Cfr. Lc 2, 19-51) con referencia a algo
venidero que ha de traer solución y cumplimiento. Lo hace con fe profunda y
confiada. En esa fe actúa la misma gracia que después, cuando llega la hora,
trae la luz. Pero, al surgir, la luz se convierte en punto de partida para una
nueva expectación creyente. Así María camina "de fe en fe" (Rm 1,
17).
La vida de
Jesús es para María un misterio progresivamente iluminado. Desde la anunciación, la vida de Jesús se presenta a María como
misterio de fe, misterio que es progresivamente iluminado por mensajes
enraizados en las profecías del Antiguo Testamento. El niño se llamará Jesús,
será hijo del Altísimo, hijo de David, el rey de Israel, el Mesías
anunciado (Lc 1, 31-33). En la presentación en el templo oye María aplicar
a su Hijo la profecía del Siervo de Yahvé, luz de las naciones y signo de contradicción
(Cfr. Lc 2, 29-35). A los doce años, en medio de los doctores, Jesús habla
a su madre con palabras llenas de resonancia profética: "¿No sabíais que
yo debía estar en la casa de mi Padre?" (Lc 2, 49). María reconocerá en
ellas no sólo la misión y vocación de su hijo, sino también la superioridad de
la fe sobre la maternidad carnal.
Fe de María
ante los caminos insospechados de Dios. El Evangelio
de San Lucas recoge las reacciones de María ante los caminos insospechados que
Dios va abriendo en su vida: su turbación ante el saludo del ángel (Lc 1,
28ss), su dificultad ante lo que parece imposible (1, 34), su asombro ante la
perspectiva profética que descubre Simeón (2, 33), su perplejidad ante la
respuesta de Jesús en el templo (2, 50). En presencia de un misterio que la
desborda todavía, reflexiona sobre el mensaje, piensa sin cesar en el
acontecimiento misterioso, conservando sus recuerdos, meditándolos en su
corazón (1, 19.51). Atenta a la palabra de Dios, la acoge con generosidad aun
cuando desborda sus perspectivas y aun cuando haya de sumir a José en la
ansiedad (Mt 1, 19-20). En razón de esta fe, Jesús mismo proclamó
bienaventurada a la que le había llevado en sus entrañas (Lc 11, 27-28). María,
creyente y fiel, lo es en el silencio cuando su Hijo entra en la vida pública y
así permanece hasta la cruz.
Un saludo
mesiánico: "Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo". En
nombre de Israel y de la humanidad, María acoge el anuncio de la salvación:
"Aquí está la esclava del Señor..." ¿Cómo
pudo María mantenerse en tal vocación? Porque en su pura sencillez se escondían
una plenitud y profundidad de vida que no tenían parangón, una sencillez, que
no excluye ninguna dote de espíritu y que se llama gracia: "Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1 ,28). El "alégrate"
del ángel no es un saludo corriente: evoca las promesas de la venida del Señor
a su ciudad santa (So 3,.14-17; Za 9, 9). El "llena de gracia", o
colmada de favor y del amor divino, puede evocar a la esposa del Cantar de los
Cantares, una de las figuras más tradicionales del pueblo elegido. Sólo ella
recibe, en nombre de Israel y de la humanidad, el anuncio de la salvación. Ella
lo acepta y hace así posible su cumplimiento: "Aquí está la esclava del
Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). La fe de María, su
aceptación del mensaje divino, repercute en la salvación de toda la humanidad.
En esta aceptación de María, realiza Dios el acto salvífico de la venida de
Cristo al mundo.
María, sin
mancha de pecado, desde su concepción. María es por
excelencia la elegida por Dios y la plenamente salvada por Cristo. Es
llena de gracia, sin mancha desde su concepción, enemiga del mal desde el
principio (Cfr. Gn 3, 15), conforme al plan de Dios. Orígenes llama Santa a
María antes de la Anunciación: esto lo ratifica el apelativo "llena de
gracia", que a nadie se aplicó jamás. Crece en santidad mediante las
acciones que son fruto de la caridad y la fe (Hom. in Lucam: 6, 7, 8, 9). San
Ambrosio dice que María está libre de toda mancha (In Ev. sec Lc 3, 9). San
Agustín excluye de María todo pecado; si bien, en cuanto al original se
refiere, no es suficientemente explícito (contra Iulianum 4, 122). San Juan
Damasceno resume la tradición oriental: "La Santísima hija de Joaquín y
Ana, que habita en la cámara nupcial del Espíritu preservada de todo pecado,
cual corresponde a la Esposa y Madre de Dios" (Hom 1 in Nat.).
Duns Escoto enseñó con claridad la Inmaculada Concepción de María como fruto de
la bondad de Dios, que pudo hacerlo así con María, convenía hacerlo y lo hizo (Th.
marianae elementa, 190). Recogiendo la fe de la Iglesia universal, con el
refrendo de los Obispos de todo el mundo, el Papa Pío IX (el 8 de diciembre de
1854) proclama como dogma de fe la Inmaculada Concepción de María: "Por la
autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y
Pablo y la Nuestra, declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que
sostiene que la Bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda
mancha del pecado original desde el primer instante de su Concepción... en
atención a los méritos de Jesucristo... es doctrina revelada por Dios y debe
ser, por tanto, firme y constantemente creída por todos los fieles" (DS
2803; cfr. LG 53-59).
María,
siempre virgen. María es "siempre
virgen" (DS 301; 422; 502ss; 1880). Dice San Agustín: "María concibió
siendo virgen, dio a luz como virgen y permaneció siempre virgen" (Sermo
196, 1). En el momento de la anunciación, la virginidad de María es puesta de
relieve por la objeción que ella misma dirige al ángel: "¿Cómo
será eso, pues no conozco varón?" (Lc 1, 34). Esta pregunta da pie al
ángel para anunciarle la concepción virginal de Jesús: "El Espíritu Santo
vendrá sobre tí, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el
santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios" (Lc 1, 35). El
Espíritu de Dios que dirigió la creación del mundo (Gn 1, 2) va a inaugurar en
la concepción de Jesús la creación de un mundo nuevo. Por una parte, San Lucas
presenta la concepción virginal como una exigencia de la filiación divina de
Jesús. Por otra, en el anuncio de su maternidad misteriosa, conoce María su
vocación virginal. Esta virginidad implica una actitud interior. Así lo dice
San Agustín: "De nada le hubiera valido a María ser Madre de Dios si no
hubiera llevado antes a Cristo en su corazón que en su seno" (De sancta
virg. 3, 3).
María, la
Virgen Madre. A todos los. niveles de la tradición
evangélica es María, ante todo, "la madre de Jesús".
Diversos textos la designan sencillamente con este título (Mc 3, 31-32; Lc 2,
48; In 2, 1-12; 19, 25-26). Con él se define toda su función en la obra de la
salvación. El protoevangelio anuncia ya que es madre la mujer cuya descendencia
aplastará la cabeza de la serpiente (Gn 3, 15). Luego, en los relatos de esterilidad
hecha fecunda por Dios, las mujeres que dieron a luz a personajes decisivos en
la historia de Israel prefiguran remotamente a la Virgen Madre. Esta maternidad
virginal se insinúa en la profecía del Emmanuel, Dios con nosotros (Is 7,
14), profecía que los evangelistas reconocerán cumplida en Jesucristo (Mt
1, 23; Lc 1, 35-36).
María, unida
a Cristo en la totalidad de su misterio. María, por su
maternidad virginal en la fe, es la única persona humana que interviene
inmediatamente en el acontecimiento salvífico supremo de la venida del Hijo de
Dios al mundo. Al concebir virginalmente en su fe y en su seno al Salvador del
mundo, María hace posible la Encarnación, que es obra exclusiva de Dios. Ella
es la que recibe inmediatamente al Hijo de Dios en su mismo hacerse
hombre. Según el plan de Dios, María estuvo unida a Cristo en la totalidad
de su misterio desde el nacimiento hasta la muerte y resurrección. El vínculo
de María con Cristo está constituido por su fe y su maternidad virginal
inseparablemente unidas entre sí.
María, Madre
de Dios. María, la madre de Jesús, es por esto mismo
verdadera Madre de Dios (Theotokos). Esta expresión brota como
afirmación auténtica del Verbo y se hace universal en la Iglesia del siglo IV.
No es extraño, pues, que el Concilio de Efeso (año 431) afirme
solemnemente: "Si alguno no confiesa que el Emmanuel es verdaderamente
Dios y que, por esto, la Santísima Virgen es Madre de Dios (Theotokos), puesto
que engendró, según la carne, al Verbo de Dios encarnado, sea anatema" (DS
252). San Cirilo de Alejandría, que presidió el Concilio, escribía a
continuación a sus fieles: "Sabéis que se reunió el santo sínodo en la
gran iglesia de María, Madre de Dios. Pasamos allí el día entero... Había allí
unos doscientos obispos reunidos. Todo el pueblo esperaba con ansiedad,
aguardando desde el amanecer hasta el crepúsculo la decisión del santo
Sínodo... Cuando salimos de la iglesia, nos acompañaron con antorchas hasta
nuestros domicilios, porque era de noche. Se respiraba alegría en el ambiente;
la ciudad estaba salpicada de luces; incluso las mujeres nos precedían con
incensarios y abrían la marcha" (Epístola 24).
Fe de la
Iglesia proclamada en innumerables ocasiones. En
innumerables ocasiones ha sido proclamada la fe de la Iglesia en la Maternidad
Divina. En el Concilio de Calcedonia (a. 51) (DS 301); en el de Constantinopla,
del año 553: "En el Verbo de Dios existe un doble nacimiento: el
primero, antes del tiempo, del Padre...; el segundo, de la santa y gloriosa
Madre de Dios y siempre Virgen María, en los últimos días" (DS 422). Lo
mismo repite el Constantinopolitano III, del año 680 (DS 555); el
Constantinopolitano IV, en el 869 (DS 654) y otros. El Concilio Vaticano II
dice así: "La Virgen María, que al anuncio del Ángel recibió al
Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la vida al mundo, es reconocida y
venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor... está enriquecida con la
dignidad de ser la Madre de Dios Hijo" (LG 53).
"Era
preciso que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo" María disfruta con todo su ser
personal de la gloria eterna. Ha llegado a la plenitud escatológica de modo
completo, siguiendo los pasos de su Hijo. Era necesario que así sucediera, dice
San Juan Damasceno: "Era necesario que conservase la Virgen sin ninguna
corrupción su cuerpo después de la muerte... Era necesario que aquella que
había visto a su Hijo en la Cruz, lo contemplase ahora a la diestra del Padre.
Pues era preciso que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo"
(E. in Dormitionem Dei Genitricis. Hom 2, 14). San Antonio de Padua expresa así
el misterio de la Asunción de María: "La Virgen María fue asunta al cielo
en cuerpo y alma. Así como Jesucristo resurgió victoriosamente de la muerte y
subió a la diestra de su Padre, así resurgió el arca de su santificación,
porque en este día la Virgen fue asunta al tálamo celeste" (Sermo in Ass.
S. M. V.).
María
elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial. Con la
adhesión del Episcopado universal, Pío XII definió como dogma de fe el misterio
de la Asunción en la Constitución Apostólica "Munificentissimus Deus"
(el 1 de noviembre de 1950): "... Para gloria de Dios omnipotente que
otorgó su particular benevolencia a la Virgen María, para el honor de su Hijo,
Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para una mayor
gloria de su augusta Madre, y para gozo y regocijo de toda la Iglesia, por la
autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y
Pablo, y por Nuestra propia autoridad, proclamamos, declaramos y definimos ser
dogma divinamente revelado que: La Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen
María, acabado el curso de su vida terrestre, fue elevada en cuerpo y alma a la
gloria celestial" (DS 3903). Por el misterio de la Asunción, María es ya
lo que el mundo está llamado a ser. Como dice el Concilio Vaticano II, ha
sido "elevada por el Señor a Reina del Universo para ser
más conforme con su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte"
(LG 59).
María, nueva
Eva. Los Santos Padres llaman a María Nueva Eva. San
Ireneo, testigo de la tradición oriental y occidental, sostiene que la acción
redentora de Cristo es una "recapitulación", mediante la cual el
universo tendrá a Jesús como Cabeza. Es también una inversión del proceso
pecaminoso seguido por el hombre. Así, pues, "el nudo de la desobediencia
de Eva fue desatado por la obediencia de María. Porque lo que la virgen Eva
había fuertemente ligado con su incredulidad, la Virgen María lo desligó con su
fe" (Adv. Haer. 3, 32, 1). Lo mismo dice este canto pascual: "Como
crece la rosa entre agudas espinas, sin saber cómo herir y más bella que el
tallo, así del tallo de Eva floreció Santa María, una nueva virgen sin mancha
que enmendó la falta de la virgen antigua" (Sedulio, Paschale carmen, 1-2,
28-31).
El Concilio
Vaticano II recoge diferentes expresiones de la antítesis Eva-María (LG 55, 63).
María,
imagen de la Iglesia Virgen. María es imagen de la
Iglesia Virgen. En el punto de encrucijada de las dos Alianzas, en María, hija
de Sión (So 3, 14; Za 9, 9), comienza a realizarse la virginidad de
la Iglesia. En la persona de quien viene a ser la Madre de Dios se realiza así
la virginidad lentamente preparada en el Antiguo Testamento, y también la
oración de las mujeres estériles hechas fecundas por intervención de Dios. En
María aparece ya el sentido escatológico de la virginidad eclesial: ésta
manifiesta la irrupción de un mundo nuevo en la historia. La Iglesia, como
María, engendra a Jesús en el corazón de los hombres no por el poder de la
carne y de la sangre, sino en virtud de la acción del Espíritu Santo (Cfr.
In 1, 13). La Iglesia es, así, una esposa virgen (Cfr. Ap 21, 2), fecundada
por el Espíritu.
María,
imagen de la Iglesia Madre. María es imagen de la
Iglesia Madre. María es el punto de la humanidad en que se realiza el parto del
Hijo de Dios. Así es imagen de la Nueva Jerusalén, en su función materna. Si la
nueva humanidad es comparable a la mujer (Ap 12, 5), cuyo primogénito es
Jesucristo, el Señor, no se puede olvidar que tal misterio se cumplió
concretamente en María. La "mujer del Apocalipsis" no es
un puro símbolo, sino que en María ha tenido existencia real y personal.
María,
imagen de la Iglesia creyente. María es imagen de la
Iglesia creyente. En ella vemos el misterio de la Iglesia vivido en su plenitud
por una persona humana que acoge la Palabra de Dios con toda su fe. La
fidelidad de la Iglesia a la llamada de Dios se transparenta primeramente en
María, y esto del modo más perfecto. En ella se revela así, de manera personal
e histórica, la vida de la Iglesia que asume la actitud opuesta a la de Eva.
María, Madre
de la Iglesia. María es Madre de la Iglesia. Dice San
Agustín: "María es madre de los miembros que creyeron en su Hijo, porque
cooperó con su amor a que los fieles naciesen en la Iglesia" (De Virg. 5,
5; 6, 6). En la misma medida en que los hombres son miembros de la Iglesia,
tienen a María por Madre. María es Madre de todo el Pueblo de Dios, proclama
Pablo VI: "Proclamarnos a María Santísima 'Madre de la
Iglesia', es decir, Madre de todo el Pueblo de Dios, tanto de los fieles como
de los pastores, que la llaman Madre amorosa, y queremos que de ahora en
adelante sea invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título...
pues María, como Madre de Cristo, es Madre también de la Iglesia" (AAS 56,
1964; 1007-1008).
Cooperación
de María a la mediación única de Cristo. "La
función maternal de María no disminuye ni oscurece la mediación única de
Cristo, sino que más bien muestra su eficacia" (Cfr. LG 60). María ha
colaborado y sigue colaborando en la obra de la salvación. Así lo confiesa el
Concilio Vaticano II: "Colaboró de manera totalmente única con
la obediencia, la fe, la esperanza y la caridad ardiente, a la obra del
Salvador para el restablecimiento de la vida sobrenatural de las almas"
(LG 61). "Con su intervención múltiple sigue consiguiéndonos los dones de
la salvación eterna... se preocupa de los hermanos de su Hijo que aún están
peregrinando... Por ello, la Virgen María es invocada en la Iglesia con los
títulos de Abogada, Auxiliadora, Ayuda, Mediadora" (LG 62).
El culto a
María. Líneas fundamentales. El Concilio Vaticano II
amonesta a todos los hijos de la Iglesia a que fomenten con generosidad el
culto a María, particularmente el litúrgico (Cfr. LG 67). María es justamente
honrada con un culto especial (Cfr. LG 66). Pablo VI indica las líneas
fundamentales que ha de observar el culto a María (Marialis cultus [MC]): a)
Bíblica, incluso en las fórmulas de oración y cantos (MC 30); b) Litúrgica,
de modo que las prácticas de devoción se armonicen con el espíritu
litúrgico del tiempo y de las celebraciones (MC 31). La Liturgia renovada
presenta las fiestas de María en su relación íntima con los misterios de la
vida, muerte y resurrección del Señor (MC 2-7); así, el Pueblo cristiano
asimila, con el ejemplo cíe María, el mensaje evangélico; c) Eclesial, de
manera que refleje las circunstancias y preocupaciones de toda la Iglesia en
Cada momento, sobre todo la preocupación ecuménica, y, así, la Madre de la
Iglesia sea celebrada como vínculo de unidad de todos los seguidores de Jesús
(MC 32-33; cfr. LG 69); d) Antropológica, porque la devoción falsa corre
el riesgo de representar una imagen de María descrita como un ser extra-humano.
Ella es la Mujer Nueva y Perfecta Cristiana en su calidad de Madre Virginal (MC
34-36). En este aspecto, ninguna dimensión verdaderamente humana puede ser
ajena a la imitación de María en sus actitudes interiores (MC 37).
Culto a María
y actitudes profundas. El culto a María ha de promover
actitudes profundas: el carácter de "oyente" de la Palabra
de Dios por la fe, que hace escudriñar los signos de los tiempos y vivir la
historia como signo de la presencia divina (MC 17); la oración, en la línea del
"Magnificar", canto de los tiempos mesiánicos, y en común,
como María en la Iglesia naciente (MC 18); la "maternal y virginal
solicitud" para incorporar nuevos hijos a la familia eclesial (MC 19); la
actitud de "ofrenda" sacrificial por el pecado del mundo y
por los pecados de la propia Iglesia, como María, en la presentación en el
Templo (Lc 2, 22), o junto a la Cruz (Jn 19, 25), sobre todo, en la celebración
del Sacrificio Eucarístico (MC 20).
María, icono
escatológico de la Iglesia peregrina. María es ya lo
que la Iglesia está llamada a ser. Ella es signo de esperanza cierta para la
Iglesia que camina hacia la casa del Padre. "Mientras tanto, la Madre de
Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y en
alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en
la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de
Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del
Señor (Cfr. 2 P 3, 10)" (LG 68). Muy justamente se llama a María icono
escatológico de la Iglesia peregrina.
OBJET IVO:Presentar a María como Virgen y Madre de Dios, Madre e Imagen de la Iglesia. María es ya lo que la Iglesia está llamada a ser; es signo escatológico de todos los creyentes.
Iluminación.
Para que "María
que cuida con amor materno de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan
hasta que sean conducidos a la Patria Celestial. Por ello, la Virgen María es
invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Ayuda y
Mediadora" (LG 62).
"María
dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se
alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su
esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso
ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo. Y su misericordia llega a
sus fieles de generación en generación. El hace proezas con su brazo: dispersa
a los soberbios, de corazón, derriba del trono a los poderosos, y enaltece a
los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos les despide
vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como lo
había prometido a nuestros padres—, en favor de Abrahán y su descendencia para
siempre" (Lc 1, 46-55).
María, humilde mujer judía,
vive anticipadamente el misterio de las bienaventuranzas. María es una humilde mujer judía: como pobre de Yahvé, pone
totalmente su confianza en Dios. En el canto del Magnificar, transmite
Lucas una tradición que conserva el sentido y los sentimientos de fondo de la
oración de María, modelo de la del Pueblo de Dios. Según la forma clásica de un
salmo de acción de gracias, celebra María las maravillas que Dios hace en la
historia de la salvación en favor de los humildes. En su propia pobreza vive
anticipadamente el misterio de las bienaventuranzas.
María
creyente: "De fe en fe" La fe de María es la
misma del Pueblo de Dios: una fe humilde que se ahonda sin cesar a
través de las oscuridades y de las pruebas. Ella vive cada momento en una
situación de no comprender todavía (Cfr. Lc 2, 19-51) con referencia a algo
venidero que ha de traer solución y cumplimiento. Lo hace con fe profunda y
confiada. En esa fe actúa la misma gracia que después, cuando llega la hora,
trae la luz. Pero, al surgir, la luz se convierte en punto de partida para una
nueva expectación creyente. Así María camina "de fe en fe" (Rm 1,
17).
La vida de
Jesús es para María un misterio progresivamente iluminado. Desde la anunciación, la vida de Jesús se presenta a María como
misterio de fe, misterio que es progresivamente iluminado por mensajes
enraizados en las profecías del Antiguo Testamento. El niño se llamará Jesús,
será hijo del Altísimo, hijo de David, el rey de Israel, el Mesías
anunciado (Lc 1, 31-33). En la presentación en el templo oye María aplicar
a su Hijo la profecía del Siervo de Yahvé, luz de las naciones y signo de contradicción
(Cfr. Lc 2, 29-35). A los doce años, en medio de los doctores, Jesús habla
a su madre con palabras llenas de resonancia profética: "¿No sabíais que
yo debía estar en la casa de mi Padre?" (Lc 2, 49). María reconocerá en
ellas no sólo la misión y vocación de su hijo, sino también la superioridad de
la fe sobre la maternidad carnal.
Fe de María
ante los caminos insospechados de Dios. El Evangelio
de San Lucas recoge las reacciones de María ante los caminos insospechados que
Dios va abriendo en su vida: su turbación ante el saludo del ángel (Lc 1,
28ss), su dificultad ante lo que parece imposible (1, 34), su asombro ante la
perspectiva profética que descubre Simeón (2, 33), su perplejidad ante la
respuesta de Jesús en el templo (2, 50). En presencia de un misterio que la
desborda todavía, reflexiona sobre el mensaje, piensa sin cesar en el
acontecimiento misterioso, conservando sus recuerdos, meditándolos en su
corazón (1, 19.51). Atenta a la palabra de Dios, la acoge con generosidad aun
cuando desborda sus perspectivas y aun cuando haya de sumir a José en la
ansiedad (Mt 1, 19-20). En razón de esta fe, Jesús mismo proclamó
bienaventurada a la que le había llevado en sus entrañas (Lc 11, 27-28). María,
creyente y fiel, lo es en el silencio cuando su Hijo entra en la vida pública y
así permanece hasta la cruz.
Un saludo
mesiánico: "Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo". En
nombre de Israel y de la humanidad, María acoge el anuncio de la salvación:
"Aquí está la esclava del Señor..." ¿Cómo
pudo María mantenerse en tal vocación? Porque en su pura sencillez se escondían
una plenitud y profundidad de vida que no tenían parangón, una sencillez, que
no excluye ninguna dote de espíritu y que se llama gracia: "Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1 ,28). El "alégrate"
del ángel no es un saludo corriente: evoca las promesas de la venida del Señor
a su ciudad santa (So 3,.14-17; Za 9, 9). El "llena de gracia", o
colmada de favor y del amor divino, puede evocar a la esposa del Cantar de los
Cantares, una de las figuras más tradicionales del pueblo elegido. Sólo ella
recibe, en nombre de Israel y de la humanidad, el anuncio de la salvación. Ella
lo acepta y hace así posible su cumplimiento: "Aquí está la esclava del
Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). La fe de María, su
aceptación del mensaje divino, repercute en la salvación de toda la humanidad.
En esta aceptación de María, realiza Dios el acto salvífico de la venida de
Cristo al mundo.
María, sin
mancha de pecado, desde su concepción. María es por
excelencia la elegida por Dios y la plenamente salvada por Cristo. Es
llena de gracia, sin mancha desde su concepción, enemiga del mal desde el
principio (Cfr. Gn 3, 15), conforme al plan de Dios. Orígenes llama Santa a
María antes de la Anunciación: esto lo ratifica el apelativo "llena de
gracia", que a nadie se aplicó jamás. Crece en santidad mediante las
acciones que son fruto de la caridad y la fe (Hom. in Lucam: 6, 7, 8, 9). San
Ambrosio dice que María está libre de toda mancha (In Ev. sec Lc 3, 9). San
Agustín excluye de María todo pecado; si bien, en cuanto al original se
refiere, no es suficientemente explícito (contra Iulianum 4, 122). San Juan
Damasceno resume la tradición oriental: "La Santísima hija de Joaquín y
Ana, que habita en la cámara nupcial del Espíritu preservada de todo pecado,
cual corresponde a la Esposa y Madre de Dios" (Hom 1 in Nat.).
Duns Escoto enseñó con claridad la Inmaculada Concepción de María como fruto de
la bondad de Dios, que pudo hacerlo así con María, convenía hacerlo y lo hizo (Th.
marianae elementa, 190). Recogiendo la fe de la Iglesia universal, con el
refrendo de los Obispos de todo el mundo, el Papa Pío IX (el 8 de diciembre de
1854) proclama como dogma de fe la Inmaculada Concepción de María: "Por la
autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y
Pablo y la Nuestra, declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que
sostiene que la Bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda
mancha del pecado original desde el primer instante de su Concepción... en
atención a los méritos de Jesucristo... es doctrina revelada por Dios y debe
ser, por tanto, firme y constantemente creída por todos los fieles" (DS
2803; cfr. LG 53-59).
María,
siempre virgen. María es "siempre
virgen" (DS 301; 422; 502ss; 1880). Dice San Agustín: "María concibió
siendo virgen, dio a luz como virgen y permaneció siempre virgen" (Sermo
196, 1). En el momento de la anunciación, la virginidad de María es puesta de
relieve por la objeción que ella misma dirige al ángel: "¿Cómo
será eso, pues no conozco varón?" (Lc 1, 34). Esta pregunta da pie al
ángel para anunciarle la concepción virginal de Jesús: "El Espíritu Santo
vendrá sobre tí, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el
santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios" (Lc 1, 35). El
Espíritu de Dios que dirigió la creación del mundo (Gn 1, 2) va a inaugurar en
la concepción de Jesús la creación de un mundo nuevo. Por una parte, San Lucas
presenta la concepción virginal como una exigencia de la filiación divina de
Jesús. Por otra, en el anuncio de su maternidad misteriosa, conoce María su
vocación virginal. Esta virginidad implica una actitud interior. Así lo dice
San Agustín: "De nada le hubiera valido a María ser Madre de Dios si no
hubiera llevado antes a Cristo en su corazón que en su seno" (De sancta
virg. 3, 3).
María, la
Virgen Madre. A todos los. niveles de la tradición
evangélica es María, ante todo, "la madre de Jesús".
Diversos textos la designan sencillamente con este título (Mc 3, 31-32; Lc 2,
48; In 2, 1-12; 19, 25-26). Con él se define toda su función en la obra de la
salvación. El protoevangelio anuncia ya que es madre la mujer cuya descendencia
aplastará la cabeza de la serpiente (Gn 3, 15). Luego, en los relatos de esterilidad
hecha fecunda por Dios, las mujeres que dieron a luz a personajes decisivos en
la historia de Israel prefiguran remotamente a la Virgen Madre. Esta maternidad
virginal se insinúa en la profecía del Emmanuel, Dios con nosotros (Is 7,
14), profecía que los evangelistas reconocerán cumplida en Jesucristo (Mt
1, 23; Lc 1, 35-36).
María, unida
a Cristo en la totalidad de su misterio. María, por su
maternidad virginal en la fe, es la única persona humana que interviene
inmediatamente en el acontecimiento salvífico supremo de la venida del Hijo de
Dios al mundo. Al concebir virginalmente en su fe y en su seno al Salvador del
mundo, María hace posible la Encarnación, que es obra exclusiva de Dios. Ella
es la que recibe inmediatamente al Hijo de Dios en su mismo hacerse
hombre. Según el plan de Dios, María estuvo unida a Cristo en la totalidad
de su misterio desde el nacimiento hasta la muerte y resurrección. El vínculo
de María con Cristo está constituido por su fe y su maternidad virginal
inseparablemente unidas entre sí.
María, Madre
de Dios. María, la madre de Jesús, es por esto mismo
verdadera Madre de Dios (Theotokos). Esta expresión brota como
afirmación auténtica del Verbo y se hace universal en la Iglesia del siglo IV.
No es extraño, pues, que el Concilio de Efeso (año 431) afirme
solemnemente: "Si alguno no confiesa que el Emmanuel es verdaderamente
Dios y que, por esto, la Santísima Virgen es Madre de Dios (Theotokos), puesto
que engendró, según la carne, al Verbo de Dios encarnado, sea anatema" (DS
252). San Cirilo de Alejandría, que presidió el Concilio, escribía a
continuación a sus fieles: "Sabéis que se reunió el santo sínodo en la
gran iglesia de María, Madre de Dios. Pasamos allí el día entero... Había allí
unos doscientos obispos reunidos. Todo el pueblo esperaba con ansiedad,
aguardando desde el amanecer hasta el crepúsculo la decisión del santo
Sínodo... Cuando salimos de la iglesia, nos acompañaron con antorchas hasta
nuestros domicilios, porque era de noche. Se respiraba alegría en el ambiente;
la ciudad estaba salpicada de luces; incluso las mujeres nos precedían con
incensarios y abrían la marcha" (Epístola 24).
Fe de la
Iglesia proclamada en innumerables ocasiones. En
innumerables ocasiones ha sido proclamada la fe de la Iglesia en la Maternidad
Divina. En el Concilio de Calcedonia (a. 51) (DS 301); en el de Constantinopla,
del año 553: "En el Verbo de Dios existe un doble nacimiento: el
primero, antes del tiempo, del Padre...; el segundo, de la santa y gloriosa
Madre de Dios y siempre Virgen María, en los últimos días" (DS 422). Lo
mismo repite el Constantinopolitano III, del año 680 (DS 555); el
Constantinopolitano IV, en el 869 (DS 654) y otros. El Concilio Vaticano II
dice así: "La Virgen María, que al anuncio del Ángel recibió al
Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la vida al mundo, es reconocida y
venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor... está enriquecida con la
dignidad de ser la Madre de Dios Hijo" (LG 53).
"Era
preciso que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo" María disfruta con todo su ser
personal de la gloria eterna. Ha llegado a la plenitud escatológica de modo
completo, siguiendo los pasos de su Hijo. Era necesario que así sucediera, dice
San Juan Damasceno: "Era necesario que conservase la Virgen sin ninguna
corrupción su cuerpo después de la muerte... Era necesario que aquella que
había visto a su Hijo en la Cruz, lo contemplase ahora a la diestra del Padre.
Pues era preciso que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo"
(E. in Dormitionem Dei Genitricis. Hom 2, 14). San Antonio de Padua expresa así
el misterio de la Asunción de María: "La Virgen María fue asunta al cielo
en cuerpo y alma. Así como Jesucristo resurgió victoriosamente de la muerte y
subió a la diestra de su Padre, así resurgió el arca de su santificación,
porque en este día la Virgen fue asunta al tálamo celeste" (Sermo in Ass.
S. M. V.).
María
elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial. Con la
adhesión del Episcopado universal, Pío XII definió como dogma de fe el misterio
de la Asunción en la Constitución Apostólica "Munificentissimus Deus"
(el 1 de noviembre de 1950): "... Para gloria de Dios omnipotente que
otorgó su particular benevolencia a la Virgen María, para el honor de su Hijo,
Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para una mayor
gloria de su augusta Madre, y para gozo y regocijo de toda la Iglesia, por la
autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y
Pablo, y por Nuestra propia autoridad, proclamamos, declaramos y definimos ser
dogma divinamente revelado que: La Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen
María, acabado el curso de su vida terrestre, fue elevada en cuerpo y alma a la
gloria celestial" (DS 3903). Por el misterio de la Asunción, María es ya
lo que el mundo está llamado a ser. Como dice el Concilio Vaticano II, ha
sido "elevada por el Señor a Reina del Universo para ser
más conforme con su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte"
(LG 59).
María, nueva
Eva. Los Santos Padres llaman a María Nueva Eva. San
Ireneo, testigo de la tradición oriental y occidental, sostiene que la acción
redentora de Cristo es una "recapitulación", mediante la cual el
universo tendrá a Jesús como Cabeza. Es también una inversión del proceso
pecaminoso seguido por el hombre. Así, pues, "el nudo de la desobediencia
de Eva fue desatado por la obediencia de María. Porque lo que la virgen Eva
había fuertemente ligado con su incredulidad, la Virgen María lo desligó con su
fe" (Adv. Haer. 3, 32, 1). Lo mismo dice este canto pascual: "Como
crece la rosa entre agudas espinas, sin saber cómo herir y más bella que el
tallo, así del tallo de Eva floreció Santa María, una nueva virgen sin mancha
que enmendó la falta de la virgen antigua" (Sedulio, Paschale carmen, 1-2,
28-31).
El Concilio
Vaticano II recoge diferentes expresiones de la antítesis Eva-María (LG 55, 63).
María,
imagen de la Iglesia Virgen. María es imagen de la
Iglesia Virgen. En el punto de encrucijada de las dos Alianzas, en María, hija
de Sión (So 3, 14; Za 9, 9), comienza a realizarse la virginidad de
la Iglesia. En la persona de quien viene a ser la Madre de Dios se realiza así
la virginidad lentamente preparada en el Antiguo Testamento, y también la
oración de las mujeres estériles hechas fecundas por intervención de Dios. En
María aparece ya el sentido escatológico de la virginidad eclesial: ésta
manifiesta la irrupción de un mundo nuevo en la historia. La Iglesia, como
María, engendra a Jesús en el corazón de los hombres no por el poder de la
carne y de la sangre, sino en virtud de la acción del Espíritu Santo (Cfr.
In 1, 13). La Iglesia es, así, una esposa virgen (Cfr. Ap 21, 2), fecundada
por el Espíritu.
María,
imagen de la Iglesia Madre. María es imagen de la
Iglesia Madre. María es el punto de la humanidad en que se realiza el parto del
Hijo de Dios. Así es imagen de la Nueva Jerusalén, en su función materna. Si la
nueva humanidad es comparable a la mujer (Ap 12, 5), cuyo primogénito es
Jesucristo, el Señor, no se puede olvidar que tal misterio se cumplió
concretamente en María. La "mujer del Apocalipsis" no es
un puro símbolo, sino que en María ha tenido existencia real y personal.
María,
imagen de la Iglesia creyente. María es imagen de la
Iglesia creyente. En ella vemos el misterio de la Iglesia vivido en su plenitud
por una persona humana que acoge la Palabra de Dios con toda su fe. La
fidelidad de la Iglesia a la llamada de Dios se transparenta primeramente en
María, y esto del modo más perfecto. En ella se revela así, de manera personal
e histórica, la vida de la Iglesia que asume la actitud opuesta a la de Eva.
María, Madre
de la Iglesia. María es Madre de la Iglesia. Dice San
Agustín: "María es madre de los miembros que creyeron en su Hijo, porque
cooperó con su amor a que los fieles naciesen en la Iglesia" (De Virg. 5,
5; 6, 6). En la misma medida en que los hombres son miembros de la Iglesia,
tienen a María por Madre. María es Madre de todo el Pueblo de Dios, proclama
Pablo VI: "Proclamarnos a María Santísima 'Madre de la
Iglesia', es decir, Madre de todo el Pueblo de Dios, tanto de los fieles como
de los pastores, que la llaman Madre amorosa, y queremos que de ahora en
adelante sea invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título...
pues María, como Madre de Cristo, es Madre también de la Iglesia" (AAS 56,
1964; 1007-1008).
Cooperación
de María a la mediación única de Cristo. "La
función maternal de María no disminuye ni oscurece la mediación única de
Cristo, sino que más bien muestra su eficacia" (Cfr. LG 60). María ha
colaborado y sigue colaborando en la obra de la salvación. Así lo confiesa el
Concilio Vaticano II: "Colaboró de manera totalmente única con
la obediencia, la fe, la esperanza y la caridad ardiente, a la obra del
Salvador para el restablecimiento de la vida sobrenatural de las almas"
(LG 61). "Con su intervención múltiple sigue consiguiéndonos los dones de
la salvación eterna... se preocupa de los hermanos de su Hijo que aún están
peregrinando... Por ello, la Virgen María es invocada en la Iglesia con los
títulos de Abogada, Auxiliadora, Ayuda, Mediadora" (LG 62).
El culto a
María. Líneas fundamentales. El Concilio Vaticano II
amonesta a todos los hijos de la Iglesia a que fomenten con generosidad el
culto a María, particularmente el litúrgico (Cfr. LG 67). María es justamente
honrada con un culto especial (Cfr. LG 66). Pablo VI indica las líneas
fundamentales que ha de observar el culto a María (Marialis cultus [MC]): a)
Bíblica, incluso en las fórmulas de oración y cantos (MC 30); b) Litúrgica,
de modo que las prácticas de devoción se armonicen con el espíritu
litúrgico del tiempo y de las celebraciones (MC 31). La Liturgia renovada
presenta las fiestas de María en su relación íntima con los misterios de la
vida, muerte y resurrección del Señor (MC 2-7); así, el Pueblo cristiano
asimila, con el ejemplo cíe María, el mensaje evangélico; c) Eclesial, de
manera que refleje las circunstancias y preocupaciones de toda la Iglesia en
Cada momento, sobre todo la preocupación ecuménica, y, así, la Madre de la
Iglesia sea celebrada como vínculo de unidad de todos los seguidores de Jesús
(MC 32-33; cfr. LG 69); d) Antropológica, porque la devoción falsa corre
el riesgo de representar una imagen de María descrita como un ser extra-humano.
Ella es la Mujer Nueva y Perfecta Cristiana en su calidad de Madre Virginal (MC
34-36). En este aspecto, ninguna dimensión verdaderamente humana puede ser
ajena a la imitación de María en sus actitudes interiores (MC 37).
Culto a María
y actitudes profundas. El culto a María ha de promover
actitudes profundas: el carácter de "oyente" de la Palabra
de Dios por la fe, que hace escudriñar los signos de los tiempos y vivir la
historia como signo de la presencia divina (MC 17); la oración, en la línea del
"Magnificar", canto de los tiempos mesiánicos, y en común,
como María en la Iglesia naciente (MC 18); la "maternal y virginal
solicitud" para incorporar nuevos hijos a la familia eclesial (MC 19); la
actitud de "ofrenda" sacrificial por el pecado del mundo y
por los pecados de la propia Iglesia, como María, en la presentación en el
Templo (Lc 2, 22), o junto a la Cruz (Jn 19, 25), sobre todo, en la celebración
del Sacrificio Eucarístico (MC 20).
María, icono
escatológico de la Iglesia peregrina. María es ya lo
que la Iglesia está llamada a ser. Ella es signo de esperanza cierta para la
Iglesia que camina hacia la casa del Padre. "Mientras tanto, la Madre de
Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y en
alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en
la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de
Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del
Señor (Cfr. 2 P 3, 10)" (LG 68). Muy justamente se llama a María icono
escatológico de la Iglesia peregrina.
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