PRÓLOGO
A LAS VIRTUDES TEOLOGALES
Se
pretende por medio de este trabajo ayudar a los laicos a descubrir quiénes
somos, quién es el hombre y qué está llamado a ser, a la luz de la fe
cristiana. Para profundizar en el conocimiento personal según el hombre de la
Biblia; queremos sembrar la semilla de fe, otras veces regarla; unas veces más
despertar en algunos, la fe dormida y en otros sacudirla para ponerlos en
camino.
Recordamos
las palabras de Pablo: unos siembran y otros riegan, pero es Dios el que hace
crecer en el corazón de los hombres que creen y se abren a la acción del
Espíritu Santo y se dejan conducir por él. Lo que nos hace decir y aceptar la
fe como un don gratuito e inmerecido de Dios, pero, además, como la respuesta
que los hombres damos a la acción amorosa del Señor a favor de la humanidad.
La
fe es respuesta a la Palabra de Dios, Palabra que llama constantemente a los
hombres, no sólo para ayudarlos a madurar en la fe, sino también como personas,
nos hace responsables, libres y capaces
de amar. El cultivo de la fe es a la vez cultivo del corazón y de todo lo bueno
que Dios por amor ha puesto en el interior de los seres humanos. Santiago en su
carta nos avisa: Una fe sin obras, es estéril, infecunda e infructuosa; es
decir, una vida convertida en caos, en vacío, en frustración que generan frutos
de muerte.
Me
propongo presentar la vida de la fe como la adhesión a la persona de Jesús y no
solamente como la aceptación de las verdades reveladas por la Sagrada
Escritura. La fe es mucho más que una creencia, es el Don de Dios por el cual
entramos en comunión con la vida Trinitaria; es la vida que el Padre nos ofrece
en Cristo; es el poder de Dios que actúa en el interior del creyente para que
remueva la basura espiritual de su mente y corazón, para que se pueda vivir en
la verdad, practicar la justicia, caminar en libertad, ser amable, generoso,
servicial, hasta llegar a la Plenitud en Cristo.
La
vida me ha llevado a descubrir que el mayor acto de amor que le podemos hacer a
una persona, no es darle cosas, sino, ayudarle a iniciar el proceso de la fe
que lleva a una vida plena, fértil y fecunda en frutos buenos para sí mismo y
para los demás. La experiencia de la fe nos dice que Dios estaba en el inicio,
a lo largo del recorrido y al final de la meta. La semilla, el fruto y la meta
de la Fe se identifican con la Persona de Jesús, el Cristo de nuestra fe, el Salvador de todo el hombre y de
todos los hombres. Hoy, como en los tiempos del Evangelio hay hombres que
quieren conocer a Jesús, y no sólo saber de Él, sino, también amarlo y
servirlo. Urge entonces la educación sólida, permanente y sistemática en la fe.
El
conocimiento de la fe es más urgente que cualquier otra clase de conocimiento.
Descuidar la educación en el conocimiento de Cristo y de su Evangelio es señal
de una grave ingratitud. Todo creyente debería comprender la importancia de una
formación permanente, pero, especialmente los catequistas, evangelizadores,
sacerdotes y servidores en cualquiera que sea el área de la Pastoral en la que
colaboren en la Iglesia. Existe la necesidad de educar en la fe a los adultos.
No es suficiente con la homilía que se
escucha en la Misa. Se requiere reservar tiempo, energías, esfuerzo personal y
compartirlo con otras personas para testimoniar y crecer en la fe.
Jesús,
Maestro y Señor con toda autoridad dijo a los judíos que habían creído en Él: “Permanezcan en mi Palabra y serán mis
discípulos, conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31-32).
Sabemos que el “Misterio de la fe” es inabarcable e infinito, mientras que
nuestras capacidades de comprensión son limitadas y finitas, no obstante,
también sabemos que la condición para crecer en la fe y en su conocimiento, es
necesario la dedicación profunda al conocimiento de la verdad, tal como Pablo
lo recomienda a su discípulo Timoteo: “Hijo
mío, mantente fuerte en la gracia de Cristo Jesús, y cuanto me has oído en
presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su
vez, de instruir a otros” (2 Tim 2,
1-2). Y que su a vez instruyan a otros.
El
Apóstol invita al discípulo a perseverar en la enseñanza de la fe: “Tú en cambio persevera en lo que aprendiste
y en lo que creíste, teniendo presente de quienes lo aprendiste. Recuerda que
desde niño conoces las Sagradas Letras, ellas pueden proporcionarte la
sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda
Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir
y para educar en la justicia, así el hombre de Dios se encuentra religiosamente
maduro y preparado para toda obra buena” (2 Tim 3, 14- 17).
Descuidar
la educación de la fe, es un verdadero crimen, ya que la ignorancia religiosa
es la causa de que muchos hombres y mujeres en la Iglesia se pierdan. Con
palabras de la Madre Teresa decimos: La ignorancia de Dios es causa de
condenación de muchos. Ya San Jerónimo lo había dicho: El que no conoce la
Palabra, no conoce a Cristo.
¿Para
qué profundizar en la fe? Recuerdo que en los días del seminario a uno de mis
maestros de Teología, lo escuché decir: “El pueblo pobre y sencillo tiene el
derecho que se le enseñen las verdades que la Iglesia, madre y maestra enseña,
y no sólo a los teólogos”. Y no hacemos, sólo, referencia al conocimiento
intelectual, sino también, tal como lo presenta san Juan: Como una captación
amorosa existencial: “Esta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo”
(Jn 17, 3). El conocimiento
existencial abarca a la totalidad de la persona: mente, voluntad, memoria y
afectos.
Quienes
buscan el conocimiento de la fe han de tener presente que éste es, sólo una
parte integral de la experiencia de fe, y que jamás, debe de ser vivido al
margen de la experiencia histórica. Como también se debe entender: que, saber
por saber, sólo hincha, lo que edifica es el amor. Saber para compartir nos
lleva a la integridad de fe y vida; unidad
indestructible entre la verdad y la bondad que llevan a la práctica de la justicia para otorgar al
hombre una “conciencia moral”, sostenida y alimentada por la “Virtudes
Teologales”.
Todo
cristiano que quiera tomar en serio su crecimiento en la fe, ha de tener
presente la unidad entre el Anuncio, la Moral o vida cristiana y la Liturgia
(el culto), tanto sacramental como existencial. El alma del culto cristiano es
la Eucaristía, fuente y culmen de todo apostolado, de toda acción
evangelizadora. La armonía de los tres: Anuncio, Moral y Culto garantizan la armonía
y la autenticidad de vida.
En
las siguientes lecciones pretendemos iluminar la dimensión existencial que nos
permita alcanzar una vida digna y agradable a Dios en beneficio personal,
familiar y comunitario. Una vida que llevada a su madurez nos permita vivir en
comunión con Dios, como hijos, con los demás como hermanos, con la naturaleza
como amos y señores, y con todos como servidores.
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