8. ¿Es Posible conocer a Dios?
Objetivo: Mostrar la eficacia de las Virtudes cristianas
como Camino para conocer, amar y servidor a Dios que se ha manifestado en
Jesucristo para llevar una vida digna del Señor.
Iluminación: “Dichoso tú, Simón hijo de Jonás, por qué eso no
te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos” (Mt 16, 17).
Dios en todo tiempo y en todo lugar está
cerca del hombre. Lo llama y lo ayuda a
buscarlo, conocerlo y amarlo con todas sus fuerzas (Catic 1).
1. La pregunta
de la fe: ¿Es posible conocer a Dios?
La
experiencia nos dice que lo primero es la acción de Dios que nos conduce a la fe; es don de Dios y acción de la gracia
que actúa y trasforma hasta en lo más
íntimo, como en el caso de Lidia a “quien
Dios le abrió el corazón para que recibiera las palabras de Pablo” (Hech 16,
14) Conocer a Dios es un don libérrimo de la voluntad divina: Es posible porque Él se nos da a
conocer. En la Biblia, Dios se nos da a conocer; nos dice quién es Él, y, nos
revela el Misterio de su voluntad: La salvación de todos los hombres, y no sólo
del pueblo judío. Es el gran descubrimiento de Pablo: Cristo vino y murió por
todos. A la pregunta del discípulo:
“Maestro
muéstranos al Padre, y eso nos basta”
Jesús responde: “¿tanto tiempo hace que estoy con ustedes y todavía no me
conoces Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14, 7) Si
me conocéis a mí conoceréis también a mi Padre, el Padre y yo somos uno”
(cf Jn 17, 21).
2. La respuesta de la Fe ¿Quién soy yo para ustedes?
La respuesta no se puede
buscar en los libros, tampoco se puede pedir prestada, ha de ser personal.
Brota de la experiencia de encuentro con Jesús, Buen Pastor que busca a la
oveja perdida y da su vida por ella. Pedro, con la ayuda del Espíritu Santo nos
da la respuesta de la Iglesia de todos los tiempos: “Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo” (Mt 16, 16). El
conocer a Dios es posible por el camino de la fe, es un don de la Gracia. Con
su respuesta Pedro nos dice: “Jesús es el
único que puede darnos la verdadera alegría; traernos el perdón de Dios y
llevarnos a la Casa del Padre: Jesús nos libera de nuestras opresiones. El
único que puede llenar los vacíos de nuestro corazón y darle sentido a nuestra vida.”
3.
¿Qué implica la respuesta de la fe?
4. El crecimiento en la fe.
El crecimiento nos lleva desde la fe como semilla, a la fe como fruto maduro. Este crecimiento no es automático, está sometido a las “Leyes del Reino”, comienza sencillo, pobre, humilde; pasa por el “renacer a la vida de la gracia”, y llega hasta la configuración con Cristo, el que inicia y completa nuestra fe. Cuatro son las dimensiones del verdadero crecimiento:
V La primera apunta hacia arriba. Crecer en la fe es crecer en el conocimiento de Dios como Padre, Creador y Redentor que ama a todos los hombres (Is 43 1-5). Crecer en el conocimiento de Dios que se ha manifestado en Jesucristo a favor de toda la humanidad. La oración de Pablo nos descubre la altura, la anchura, la profundidad y la longitud del amor de Dios Padre que se ha manifestado en su Hijo a favor de toda la humanidad (Ef 3, 15).
V La segunda apunta hacia abajo. Crecer en el amor a la naturaleza, Creación de Dios, el paraíso, porque es para todos los hombres e implica cuidarlo, cultivarlo y protegerlo (Gn 2, 15). Proteger los mares y los ríos, los montes y los bosques contra toda forma de contaminación, implica además, reforestar todo lo que se ha talado en detrimento de la naturaleza.
V La tercera hacia afuera. El crecimiento hacia afuera nos orienta hacia los demás, especialmente a los más necesitados a quienes se les acepta y ama como a hermanos en Cristo. Sólo con la fuerza del amor podremos salir para ir al encuentro del otro y reconocerlo como de la familia, como regalo de Dios, hasta llegar a cargar sus debilidades.
V La cuarta apunta hacia adentro. Conocerse a sí mismo, con todo: defectos, debilidades, tendencias, inclinaciones, talentos, cualidades, capacidades… para luego aceptarse con todo y su historia. El crecimiento hacia adentro es dominio propio, templanza, castidad; exige prudencia, justicia, tenacidad, fortaleza, etc. Crece en la fe el que ama a Dios y a su prójimo. Sólo cuando la fe es iluminada por la caridad (Gál 5,6) es auténtica y sincera (1 Tim 1, 5), salvadora y liberadora.
5. Las raíces de la fe.
¿Cómo se logra echar raíces?
Responde al crecimiento hacia abajo. Juan el Bautista nos da la clave: “Es necesario que yo disminuya para que él
crezca” (Jn 3, 30) Pablo siguiendo el ejemplo de Juan nos dice: “Cristo se despojó de sí mismo; tomó nuestra
condición humana; se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte de
cruz” (cfr Flp 2, 7-8) A la comunidad de los colosenses el apóstol les
dice: “Vivid, pues, según Cristo Jesús,
el Señor, tal como lo habéis recibido: enraizados y edificados en Él;
apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando de acción de gracias” (Col 2, 16-7) ¿Cuáles son entonces las raíces de la fe?
a)
El llamamiento. Dios no sólo llama a los hombres a la existencia (Ef 1, 4), sino que
también los llama al arrepentimiento y a la conversión; para luego llamarlos a
la libertad y a la santidad; el llamado es a todos los hombres a ser discípulos
de su Hijo. Que nadie se sienta excluido, Cristo vino por todos y murió por
todos. Para Pablo Dios ha tomado la iniciativa: Nos llamó a la existencia (Ef 1,
4) Nos llama a la salvación (2 Tim 2,4)
Nos llama a crecer en la fe y a crecer como personas (Ef 4, 13) Quien responde
se hace responsable, libre y capaz de amar.
b) El despojamiento. Para san Juan la clave del crecimiento es el
anonadamiento: “Es necesario que yo
disminuya, para que Él crezca” (Jn 3, 30) Disminuir hasta a ir
desapareciendo para que sea Cristo el que aparezca: la soberbia, la lujuria, la
codicia, etc. tienen que desaparecer, para poder crecer en la humildad, la
continencia, la sencillez, la misericordia, la compasión, la solidaridad, amor
fraterno, etc. Para el Apóstol Juan,
amar es donarse y entregarse en servicio a los demás, al estilo de Dios que nos
entregó su Hijo (Jn 3, 16) y al estilo de Jesús que se entregó a sí mismo por
la salvación de los hombres (Gál. 2,20; Efesios 5, 1. 25; Jn 3, 16; 1 Jn 4, 8ss)
Nadie
y nada crece en fe mientras se está sometido
al “Régimen de la Ley”. La condición indispensable es el legado de Pablo a
la Iglesia: “Despojaos del hombre viejo y
revestíos del hombre nuevo” (Ef 4, 22-23). Es el llamado que hace el Apóstol para ser de Cristo y apropiarse
de los frutos de la redención. Morir para resucitar es el camino del
crecimiento en la fe para san Pablo: “la
mortificación de los miembros terrenos y el despojamiento de sí mismo” (Col
3,5-9). Es el negarle al ojo, a la mano y al pie el placer de complacerse;
es el renunciar a todo aquello que impide el crecimiento del reino de Dios (cfr
Mt 5, 29-30). En la carta a los romanos nos deja esta bellísima verdad, clave de
toda moral cristiana: “Aborrezcan el mal,
y amen apasionadamente el bien” (Rm 12, 9). La fe crece, sólo, donde hay vida; cuando está viva, es auténtica
y está iluminada por la caridad.
b) El seguimiento. Es la petición que Jesús hace a sus discípulos: “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día, y me siga” (Lc 9, 23). “Ellos dejándolo todo lo siguieron” (Mt 4,20; Mc 4, 14-20; Lc 5,11) ¿A dónde los lleva Jesús? El primer lugar a la intimidad con Dios para luego llevarlos al encuentro con los pecadores. Es una invitación a ser como Él: servidor de los demás. El seguimiento de Jesús nos configura con Él, en su vida, pasión, sufrimientos, muerte y resurrección. Es el camino para conocerlo, amarlo y servirlo. Jesús llama a estar con Él y para enviarnos a llevar la Buena Nueva a los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares, para que tengan vida en él.
Podemos complementar diciendo que las raíces de la fe son la humildad, la misericordia, la compasión, la solidaridad y el servicio al estilo de Jesús que abrazó la cruz por obediencia y amor a su amado Padre en favor toda la humanidad.
6. Los Pilares de la Fe.
Sobre los cimientos de la fe se puede construir con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, pero la obra de cada cual quedará latente el día de la prueba (cfr 1 Cor 3, 12-14). Según el Señor Jesús en la parábola de las dos casas, sólo permanece la que es construida sobre “roca”. La Roca es Dios, Jesucristo: Amor, Verdad y Vida. Las arenas movedizas son la falsedad, la mentira, el engaño, el odio… es decir, la no fe, la no verdad. Podemos entender que existe una fe que no es sincera (1Tim 1, 5) y que son muchos los que viven engañados, pero que en realidad no conocen a Dios y la verdad no está en ellos (cfr 1 Jn 2, 3). Los pilares se levantan sobre los cimientos como una prolongación que emana de ellos. Podemos hablar fundamentalmente de cuatro:
V El primer pilar: La confianza en Aquel que es fiel a sus promesas: Jesucristo. Pablo dice: “Yo sé en quien he puesto mi confianza, quien en él ponga su confianza no queda defraudado”. (2 Tim 1, 12). Para el Apóstol la fe es confianza que nos lleva al abandono en las manos del Padre. Abandono que pide abandonar todas las demás seguridades, todas las otras ataduras, para poder entrar en el “descanso de Dios”. La confianza cristiana es fuente de esperanza en Aquel que nos amó (Ef 5, 1) y se entregó por nosotros (cfr Gál 2, 20), que amó a su iglesia y se entregó por ella (Ef 5, 25). La entrega de Cristo a favor de la humanidad es garantía de nuestra esperanza.
V El segundo pilar: La obediencia a la Palabra de Cristo. Es la Virgen María quien así lo ha enseñado: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5) La felicidad y la salvación de los hombres está en la obediencia a la Palabra de Cristo. Quien escuche la Palabra y la cumpla queda limpio, libre, reconciliado, y santificado (cfr Jn 15, 3; 32; 17, 17). Razón por la que Santiago nos exhorta diciendo: “No se contenten con ser oyentes, hay que ser practicantes” (Snt 1, 22). La Obediencia a la Palabra de Cristo nos pone en su Camino, tras sus huellas, es decir, nos hace sus discípulos, a quien llama amigos y hermanos (Jn 15, 14; 20, 17).
V El tercer pilar: La Pertenencia a Cristo. Cuando pertenecemos a Cristo Jesús, lo único que tiene valor es la fe que actúa por la caridad (Gál 5; 6) La pertenecía al Señor es la llave para poseer todo lo que Dios quiere comunicarnos en Cristo: “Todo es vuestro y vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios” (Cor 3, 22-23). “Los que son de Cristo, han crucificado la carne con sus pasiones y apetencias” (Gál 45, 24) La fe sin pertenencia a Cristo está muerta y vacía su contenido: Cristo Jesús. La desobediencia a la Palabra embota la mente, endurece el corazón, pierde la moral y lleva al desenfreno de las pasiones (Ef 4, 17-18) “El que es de Cristo es un hombre nuevo para quien lo viejo ha pasado” (Cfr 2 Cor 5, 17).
V El cuarto pilar: La Permanencia en Cristo. “Permaneced en mí, como yo en vosotros” “Solamente unidos a mí podéis dar fruto, sin mí nada podéis hacer” (Jn 15, 4- 5) permanecer para no secarse; para permanecer verdes y para dar frutos abundantes, según la voluntad del Señor. La permanencia en el Señor es una garantía para pedir y recibir (Jn 15, 7) La comunión con Cristo nos garantiza la amistad con Dios, la filiación divina y la comunión fraterna. El Mandamiento Regio de Jesús es el indicador de la permanencia: “Ámense los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34). La Palabra del Señor nos ilumina el camino de la Permanencia: “Si guardáis mis Mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los Mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 10)
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