2.. La Caridad y la Venida de Jesús al
Mundo.
Objetivo:
Dar la respuesta a la pregunta de muchos sobre la venida de Jesús que vino a
traernos a Dios y a llenar los vacíos de nuestro corazón para ayudar a afianzarse en la fe y en la caridad a los
creyentes.
Iluminación: “No hemos recibido espíritu de miedo o de
esclavitud, sino el Espíritu que es Amor, Fortaleza y Dominio propio” (2 Tim 1,
7) “Si sabéis que él es justo, reconoced que quien hace lo justo ha nacido de
él” (1Jn 2, 29)
1.
La
Caridad y el fuego del Espíritu.
“He venido a encender un fuego y
cuanto ardo en deseos que ya estuviera ardiendo” (Lc 12, 4).
¿De qué fuego se trata? Es el fuego del amor de Dios que arde en el corazón que
se ha dejado trasformar por la acción del Santo Espíritu. Es la Caridad, es el
Fuego de Dios que arde y purifica el corazón para erradicar de él la escoria
del pecado (cfr Jer 15, 19). El Apóstol Pablo dijo a Timoteo y nos dice hoy a
nosotros que “no hemos recibido espíritu
de miedo o de esclavitud, sino el Espíritu que es Amor, Fortaleza y Dominio
propio” (2 Tim 1, 7)
Decimos
entonces que "La llama del Espíritu Santo” arde pero no quema. Y a pesar
de ello, obra una transformación interior por la cual podemos decir que
conocemos y amamos al Señor de la Gloria. Este efecto del fuego divino, sin
embargo, nos asusta, tenemos miedo de "quemarnos", preferimos
quedarnos como estamos. Esto es porque muchas veces nuestra vida está
configurada según la lógica del tener, del poseer y no del darse como regalo de
Cristo a los hombres. Tenemos miedo ser amor entregado. Por una parte queremos
estar con Jesús, seguirlo de cerca, y por otra tenemos miedo de las
consecuencias que comporta.
2.
La
Caridad y la Verdad.
El
Amor y la Verdad son inseparables. Jesús dijo a los judíos que habían creído en
él: “Permanezcan en mi palabra y serán verdaderamente mis discípulos, conocerán
la verdad y la verdad les hará libres” (Jn 8, 31-32) El distintivo de los
discípulos es el amor que lleva a la verdad y ésta nos lleva al amor. Donde hay
verdad no hay mentira. Pensemos por un momento el gran daño que hace la
mentira: atrofia nuestra capacidad de amar. La gran mentira, la más usada por
Satanás es hacernos pensar que el “hombre vale por lo que tiene”. Vale por la
marca de ropa, de vehículo o de residencia. La persona que así piense cae en la
“inversión de valores” que hace a los hombres amar más las cosas que a las
personas, y amar más a las personas que a Dios. Sólo aman quienes viven en la
verdad. Escuchemos al Apóstol san Juan decirnos:
“Hermanos me ha dado
mucha alegría enterarme de que muchos de ustedes viven de acuerdo con la
verdad, según el mandamiento que hemos recibido del Padre: Les ruego pues,
hermanos que nos amemos unos a otros. No se trata de un mandamiento nuevo, sino
del mismo que tenemos desde el principio. El amor consiste en vivir de acuerdo
con los mandamientos de Dios. Y el mandamiento consiste en vivir de acuerdo con
el amor. Quien se aparta de la verdad y no permanece fiel a Cristo, no vive
unido a Dios; el que permanece fiel a la doctrina de Cristo, ese si vive unido
a Dios” (2 Jn 1, 4-9)
3.
La
Caridad y la Justicia.
Para
Santiago la religión pura y sin tacha ante Dios Padre es velar por los derechos
de la viuda y del huérfano (cfr St 1, 27) La Caridad nos lleva la práctica de
la justicia, sin la cual no somos gratos a Dios. Para Pablo revestirse de
justicia equivale a revestirse de santidad (cfr Ef 4, 24) ¿de qué justicia se
trata? Es la justicia fruto de la luz, la del hombre que está en Cristo, que ha
sido justificado por la fe para realizar las obras que le fueron asignadas
desde antaño (Ef 2, 10).
Jesús
el Señor pone sobre aviso a sus discípulos al decirles: “Si vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos, no
entraréis en el Reino de Dios” (Mt. 5, 20) No se trata de la justicia que
viene de la Ley, sino de la nueva justicia, la que viene de la fe.
“Si sabéis que él es justo, reconoced
que quien hace lo justo ha nacido de él” (1Jn 2, 29)
Justo es el que practica la justicia: se le hace justicia a Dios y al prójimo,
de manera que se puede decir: “Todo el
que practica la justicia ha nacido de Dios y conoce a Dios, permanece en Dios y
Dios permanece en él” (cfr 1 Jn 4,7). Le hacemos justicia a Dios cuando
cumplimos su mandamiento: “Que creamos en
su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros, según el mandamiento que nos
dio” (1 Jn 3, 23) Pensemos en tres mandamientos del Señor: Vayan por todo
el mundo y enseñen todo lo que les he enseñado (Mc 16, 15s). “Ámense los unos a los otros como yo les he
amado” (Jn 13, 34) “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22, 19).
4.
La
Caridad y la Libertad.
Quienes
guardan los mandamientos son amigos de Dios, han nacido de Él y lo conocen (Jn
15, 14) De la misma manera, “Todo el que peca es esclavo” (Jn 8,34) Esto nos
hace comprender que la caridad es inseparable de la libertad. ¿Libres de qué?
De todo aquello que nos atrofia y que nos impide amar a Dios y a los hermanos. La pereza, el
conformismo, el totalitarismo, el fariseísmo, los pecados capitales. ¿Libres
para qué? Para conocer la verdad, para seguir a Cristo, Para ser creativos,
responsables y libres para amar al prójimo y para hacer la voluntad de Dios.
Solo aman los que son libres. El esclavo del pecado es un hombre atrofiado:
ciego, mudo, cojo, sordo, es un alguien que no puede responder al amor. “Para ser libres nos liberó Cristo” (Gál 5,
1) Cristo nos ha liberado para que vivamos como hijos de Dios en Libertad,
ésta es nuestra vocación.
“Vosotros hermanos habéis sido llamados a la
libertad. Pero no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al
contrario servíos unos a los otros por amor. Pues toda la ley alcanza su
plenitud en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gál 5,
13- 14) “Si pues el Hijo os da la libertad seréis realmente libres” (Jn 8, 36).
Somos libres en la medida que estemos en Cristo, justificados y reconciliados, y
le pertenezcamos (Gál 5, 24; 1 Cor 5, 17).
5.
La
vida en Cristo.
“Vengo para que tengan vida, y la
tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Cristo vino a traernos a
Dios para que participáramos de su naturaleza divina: Ha venido a divinizarnos
(cfr 2 Pe. 1, 4). Se trata de la Vida que el Padre nos da por amor en su Hijo
Jesucristo (1Jn 5, 11-12) La vida en Cristo es amor con comunión del Espíritu
que nos hace miembros vivos del Cuerpo de Cristo, del cual es cabeza (Col,
1,18). Para Pablo, la vida en Cristo es vida en el Espíritu, y por lo tanto es
vida fraterna y solidaria que nos capacita para vivir la libertad de los hijos
de Dios (Gál 5, 12-13), con la capacidad para buscar la unidad en el Espíritu
con el vínculo de la paz. La vida en Cristo es vida en la verdad, exige huir de
la corrupción para poder participar de la Gracia de Dios (cfr 2 Pe 1, 4).
6.
La
exhortación de Pablo: Amor sin fingimiento.
“Ámense sin fingimiento” (Rom 12, 9), es
decir, sin hipocresía. Amar sin fingimiento es amar de verdad, sin componendas,
tal como Cristo lo hizo, buscando sólo la gloria de Dios y el bien de los
demás. Amando así, el cristiano se viste
de “luz” y se reviste de Cristo, se llena y se empapa de él y es
transformado en él por la acción del Espíritu Santo que llena nuestras vidas:
ilumina la mente, fortalece la voluntad y santifica el corazón. El amor sin
fingimiento es eficaz, sincero, fiel y veraz:
“Amen con sinceridad: aborrezcan el
mal y tengan pasión por el bien. En el amor entre hermanos demuéstrense cariño,
estimando a los otros como más dignos. Con celo incansable y fervor de espíritu
sirvan al Señor” (Rm 12, 9- 11) Amar el bien con pasión
es amar lo que Dios ama; amar la virtud que Dios nos propone como camino de
conocimiento y de madurez humana.
Fuera
toda hipocresía, para que el amor sea sincero, auténtico y eficaz. “Jesús nos enseñó que del corazón vienen los
malos pensamientos” (Mt 15, 19) y Pablo, haciendo eco de las palabras del
Señor nos dice: “El propósito de esta
exhortación es suscitar el amor que brota de un corazón limpio, de una fe
sincera y de una recta intención” (1 Tim 1, 5)
La
caridad sólo puede nacer y crecer en un
corazón limpio, que se ha lavado en la sangre de Cristo, ha recibido el amor de
Dios en su corazón(cf Rm 5, 1- 5) y ha renovado su manera de pensar por la
acción del Espíritu Santo, para conocer y poner en práctica la voluntad de
Dios. “Lo bueno, justo, lo perfecto” (Rm
12, 2- 3) Nuevamente a la luz de estos textos decimos: La justificación por
la fe, acompañada por las obras de misericordia es salvación, vida, santidad y
respuesta a la acción amorosa de Dios. Fe en Jesucristo y amor a los hermanos:
con corazón limpio y renovado amemos con pasión todo lo que sea loable, todo lo
que dé gloria a Dios. Hemos de querer el bien, desearlo y anhelarlo, para luego
hacerlo sin fingimientos.
Nada
serviría sin la caridad interior, aquella que Dios ha derramado en nuestros
corazones (Rm 5, 5). Cuando la “caridad” no viene del corazón limpio, no es
amor sincero, es tan sólo un simulacro del corazón. Recordemos que la caridad
no es el Espíritu Santo, sino una virtud creada por Dios. Es don y respuesta.
7.
Dos
rostros de la caridad.
La
caridad interior (del corazón) nos impulsa a la caridad exterior (la de las
buenas obras), no puede ni debe haber contradicción entre las dos. Cuando
hacemos “buenas obras” sin amor, no sirve a quien las hace, pero si le quita el
hambre a quien las recibe. Lo que se trata es de hacerlo bien, sin egoísmos ni
hipocresías. Recordemos que el Señor Jesús nos enseñó que la caridad es el
fundamento de todo: “Amarás a tu prójimo
como a ti mismo” (Mt 22, 39). Nadie se ama a sí mismo con hipocresía o con
fingimiento; amarse a sí mismo sin mentira. Amar al otro es hacerlo “prójimo”,
acogiéndolo en el corazón; es darse a él, para que se realice como lo que es:
persona e hijo de Dios. El amor sincero es reflejo del amor de Dios que nos
lleva en su corazón y nos exhorta a cultivar una voluntad firme, férrea y
fuerte para amar.
Según
el himno del Amor de la primera carta a los corintios, toda acción apostólica
sin caridad está vacía de su auténtico contenido (cf 1 Cor 13, 1- 3). Pablo,
testigo, siervo, amigo y apóstol enamorado apasionadamente de su Señor nos
dice:
“Que Cristo habite en sus corazones
por la fe, que estén arraigados y cimentados en el amor, de modo que logren
comprender, junto con todos los consagrados, la anchura, y la longitud, la
altura y la profundidad, en una palabra, que conozcan el amor de Cristo que
supera todo conocimiento. Así serán colmados de la plenitud de Dios”
(Ef 3, 17- 19)
En
esta palabra de la Escritura está el misterio de la caridad. Cuando Cristo
habita en nuestros corazones, estamos en comunión con él, y nuestro corazón es
a la vez: “manantial de agua viva”, según el Evangelio de Juan: “Del corazón del que crea en mí, brotarán
ríos de agua vida” (Jn 7, 37) Amamos a los hombres con el mismo amor que
Dios los ama a ellos y nos ama a nosotros. “De
la misma manera podemos consolar a los que sufren, dándoles el mismo consuelo
que Dios nos ha dado a nosotros” (1 Cor 1, 4) Consolamos y amamos con lo
que hemos recibido de Dios. Amamos con el amor con el cual somos amados, el
Amor de Cristo que se distingue de cualquier otro amor.
El
fuego del amor que arde en nosotros, tiene un origen: el encuentro con Cristo
en la fe: “He venido a arrojar un fuego
sobre la tierra y como ardo en deseos de verlo arder” (Lc 12, 49) Cristo ha
venido a traernos el “don del Espíritu” (cf Gál 4,4s) Se trata del “Fuego del
Espíritu Santo” que quema las impurezas del corazón y separa el metal precioso
de la escoria, para que podamos ser canales del amor de Cristo que quiere
extenderse a todos los corazones (cf Jer 15, 19) De su propia experiencia el
Profeta saca una enseñanza y la pone a nuestra disposición: cultiven su
corazón.
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