Su pasión es la fuente inagotable de vida para
el mundo; la pasión da fuerza a su palabra». Y los seguidores de Cristo son los únicos que pueden ver
su gloria en la espalda de su Maestro. La gloria de Cristo es su pasión. Esto
lo hace decir a san Pablo:«Atribulados
en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no
abandonados; derribados, mas no aniquilados; llevando siempre y en todas partes
en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 8-10). Y en a su
hijo Timoteo les hace estas recomendaciones: “Tú, pues, hijo
mío, manténte fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y cuanto me has oído en
presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su
vez, de instruir a otros. Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de
Cristo Jesús. Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la
vida, si quiere complacer al que le ha alistado.” (2 Tim 1- 4)
Dios
«también hoy encontrará nuevos caminos para llamar a los hombres y quiere
contar con nosotros como sus mensajeros y sus servidores».
Dios no engaña, no obliga, no exige lo que él no nos dado. A un escriba que
impactado con la Palabra de Jesús le pidió que lo aceptara en su grupo, el
Señor le respondió: “Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré
adondequiera que vayas.» Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves
del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»
(Lc 9, 57) Lo que el Señor exige a todo discípulo es el romper con la vida
mundana, pagana y de pecado, y a la misma vez abandonar los infantilismos, los
apegos.
“El
Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”
“No tiene tiempo ni para comer, ni pasear, ni para divertirse. La fe no exige
cartas de recomendación, ni vacaciones pagadas como tampoco exige aguinaldos. A
sus discípulos les asegura que el denario diario llega a sus manos, (cf Mt 20,
13- 14) juntamente con una promesa: “Mi gracia te basta” (2 Cor 12, 9) “Mi amor
es todo lo que necesitas” en cualquier circunstancia de la vida: “Yo estaré con
ustedes todos los días, hasta el fin de los tiempos” (cf Mt 28, 20) Lo que
realmente pide es la prontitud y disponibilidad para salir por los caminos de
la vida como mensajeros del Reino, al estilo de la Madre, la primera discípula
de Jesús: “En aquellos días, se levantó
María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá” (Lc
1, 39) Para los discípulos de Jesús, la fe es la disponibilidad para servir
aunque no les dejen” Los movimientos de la fe del discípulo es escuchar, levantarse,
salir fuera y ponerse en camino a un destino no conocido, por el camino serán
dadas las instrucciones y se podrás ver las maravillas del Señor.
Camina
pero no a ciegas, es portador de una “Esperanza” que lo guía al encuentro de
hombres y mujeres que en Nombre de Cristo y de la Iglesia les entrega la “luz
del Evangelio,” “El amor de Cristo”. Caminar con Esperanza,
es hacerlo con amor, alegría, optimismo y con actitudes positivas: “Cada cual
dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: = Dios
ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para colmaros de toda
gracia a fin de que teniendo, siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aún
sobrante para toda obra buena.” (Cf 2Cor
9, 7-8)
Discípulo
es aquel que escucha a su Maestro, lo obedece, confía
en Él, lo sigue y lo ama, tomando la
decisión de pertenecer y consagrarle su vida, según las palabras de Benedicto
XV1: “El discípulo, fundamentado así en la roca de la palabra de Dios, se
siente impulsado a llevar la buena nueva de la salvación a sus hermanos.
Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el
discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que
sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo
no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro” (Discurso inaugural
en Aparecida) El discípulo misionero sabe que su profetismo está implícito en
el sacerdocio regio o ministerial. A la misma vez que predica la buena nueva
(Mt 29, 19) y lava los pies a sus hermanos,
(Jn 13, 13) es un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12, 1)
Como sacerdote, profeta y rey, todo bautizado es invitado a seguir a Cristo con
los términos establecidos por el mismo Cristo Jesús: Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la
perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. (Lc 9, 23- 24)
No hay lugar para una
fe “ligth:” “ligera, vacía, mediocre o superficial” El modelo es Jesús: «Padre,
si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
(Lc 22, 42) La fe cristiana es Amor, es hacer la Voluntad de Dios, es hacer la
disponibilidad de servir por amor a Dios y al prójimo. La centralidad de la
vida de los discípulos es la honra y la gloria a Dios y el amor y el servicio a
prójimo, y servir hasta el extremo (cf Jn 13, 1) Los enemigos a vencer son el
“individualismo, el protagonismo, el fariseísmo, el relativismo, el totalitarismo,
el clericalismo, entre otros muchos más.” La clave que Jesús entrega a sus
discípulos para vencer a sus enemigos es: “Negarse a sí mismo” (Lc 9, 23) En el
sermón de la montaña nos dice: “Niégale el placer a tus, ojos, a tu mano, a tu
pie, a tu lengua, a tus instintos e impulsos asesinos…” (Mt 5, 21ss) como
anticipo dice a sus discípulos: «Porque
os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos,
no entraréis en el Reino de los Cielos. (Mt 5, 20) Un discípulo de Jesús sin
misericordia no s más que un fariseo.
Es
el camino que el Bautista presento a todo discípulo de Cristo empezando con él:
Es
preciso que él crezca y que yo disminuya.” (Jn 3, 30) Disminuir hasta
desaparecer para que por el “Nuevo Nacimiento” aparezca Cristo en nuestra vida.
Para mí la fe es la decisión de creer en Cristo. Abrirle las puertas de mi
corazón para que entre en mi vida y realice la “Obra de Dios en mi vida” para
ser su amigo, hermano, discípulo y servidor (cf Apoc 3, 20) La delicia de todo
discípulo es ser como su Maestro: Libre, Solidario y Servicial. Caminar con Él,
aceptando su Misión y su Destino. La Misión es dar su Palabra para que el mundo
crea y tenga vida en su Nombre. El destino de Jesús es ser despreciado y rechazado
por los suyos (cf Lc 4, 28- 30; Jn 1, 11) “Se pasó la vida haciendo el bien y
liberando a los oprimidos por el Diablo” (Hch 10, 38) Al final de sus días
sobre la tierra, por envía y odio le dieron la vergonzosa muerte de Cruz (Flp
2, 8). En su primer discurso Pedro nos dice:
“Israelitas,
escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre
acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios
hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue
entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros
le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios
le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que
quedase bajo su dominio” (Hch 2, 22- 24) El que murió en la cruz está vivo y ha
sido constituido Cristo y Señor (Hch 2, 36) Jesús, es Cristo, es Señor y Dios
(cf Jn 20, 28) Dios verdadero y hombre verdadero por eso es Redentor, Salvador
y Mediador a favor de los hombres. Es Él quien puede llevar a Dios a los
hombres y llevar a estos a Dios. “Porque hay un solo Dios, y también un solo
mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó
a sí mismo como rescate por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo
oportuno” (2 Tim 2, 5-6)
El
destino del discípulo es ser como su Maestro. Todo discípulo
está llamado a “reproducir la imagen de Cristo Jesús” (Rm 8, 29) Ser hijo,
hermano y servidor, está es la riqueza que nos ha traído la pobreza de Jesús
que siendo rico se hizo pobre (2 Co 8, 9; Flp 2, 6- 8) Verdad que Pablo la
confirma al decir: “Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid
en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma. (Ef 5, 1-
2) y
no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente
en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí
mismo por mí. (Gál 2, 20) La fe del Hijo de Dios es amor, es obediencia sin
límites, es hacer la voluntad de Dios, es solidaridad con su Padre y con los
hombres. Siguiendo la teología de san Pablo, podemos compara nuestra fe con la
de Jesús: “Es cierta esta afirmación: Si hemos muerto con él, también viviremos
con él; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos,
también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede
negarse a sí mismo.” (2 Tim 2, 11- 13)
Lo que Aparecida nos entrega a los discípulos de Jesús: 136. La admiración por la persona de Jesús, su llamada y
su mirada de amor buscan suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más
íntimo del corazón del discípulo, una adhesión de toda su persona al saber que
Cristo lo llama por su nombre (Cf. Jn 10, 3). Es un “sí” que compromete
radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo, Camino,
Verdad y Vida (Cf. Jn 14, 6). Es una respuesta de amor a quien lo amó primero
“hasta el extremo” (Cf. Jn 13, 1). En este amor de Jesús madura la respuesta
del discípulo: “Te seguiré adondequiera que vayas” (Lc 9, 57).
137. El Espíritu Santo,
que el Padre nos regala, nos identifica con Jesús-Camino, abriéndonos a su
misterio de salvación para que seamos hijos suyos y hermanos unos de otros; nos
identifica con Jesús-Verdad, enseñándonos a renunciar a nuestras mentiras y
propias ambiciones, y nos identifica con Jesús Vida, permitiéndonos abrazar su
plan de amor y entregarnos para que otros “tengan vida en Él”.
138. Para configurarse
verdaderamente con el Maestro, es necesario asumir la centralidad del
Mandamiento del amor, que Él quiso llamar suyo y nuevo: “Ámense los unos a los
otros, como yo los he amado” (Jn 15, 12). Este amor, con la medida de Jesús, de
total don de sí, además de ser el distintivo de cada cristiano, no puede dejar
de ser la característica de su Iglesia, comunidad discípula de Cristo, cuyo
testimonio de caridad fraterna será el primero y principal anuncio,
“reconocerán todos que son discípulos míos” (Jn 13, 35).
139. En el seguimiento
de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el
estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su
compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los
pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don
de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los
Evangelios para conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos
hacer en las actuales circunstancias.
140. Identificarse con
Jesucristo es también compartir su destino: “Donde yo esté estará también el
que me sirve” (Jn 12, 26). El cristiano corre la misma suerte del Señor,
incluso hasta la cruz: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí
mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc 8, 34). Nos alienta el testimonio
de tantos misioneros y mártires de ayer y de hoy en nuestros pueblos que han
llegado a compartir la cruz de Cristo hasta la entrega de su vida.
141. Imagen espléndida
de configuración al proyecto trinitario, que se cumple en Cristo, es la Virgen
María. Desde su Concepción Inmaculada hasta su Asunción, nos recuerda que la
belleza del ser humano está toda en el vínculo de amor con la Trinidad, y que
la plenitud de nuestra libertad está en la respuesta positiva que le damos.
142. En América Latina
y El Caribe, innumerables cristianos buscan configurarse con el Señor al
encontrarlo en la escucha orante de la Palabra, recibir su perdón en el
Sacramento de la Reconciliación, y su vida en la celebración de la Eucaristía y
de los demás sacramentos, en la entrega solidaria a los hermanos más
necesitados y en la vida de muchas comunidades que reconocen con gozo al Señor
en medio de ellos.
Para el discípulo de
Cristo, amar no es apapachar. Amar es salir fuera del Ego para ir al encuentro
de los pobres y hacerles un lugar en nuestro corazón. Amar es darse, donarse y
entregarse para servir y ayudar al otro a llevar una vida más digna, más humana
y más fraterna.
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