Velar
y orar para permanecer en el Amor de Dios.
Objetivo: Dar a conocer la importancia de la oración en
la vida cristiana en orden a la comunión con Dios y al crecimiento en las
virtudes teologales para poder responder a la iniciativa divina que nos llama
al diálogo amoroso con el Señor de toda misericordia.
Iluminación. Estad en vela pues, orando en todo tiempo para que
tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está por venir, y podáis estar en pie
delante del Hijo del Hombre” (Lc 21, 34ss).
Introducción.
“Velad pues
porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” (Mt 24, 42). ¿Qué quiere decirnos
Jesús al darnos su mandato? Creo que el Señor quiere que recordemos quienes
somos, para qué estamos aquí y para dónde vamos. Cuando nos
hemos convertido a Dios somos hijos de la luz; y el Señor, espera que
vivamos como hijos de la luz (Ef 5,
8-9).
Velar y orar para permanecer en el Amor
de Dios. “Permanezcan en
mi amor como yo permanezco en el amor de mi Padre” (Jn 15, 9).
¿Cómo permanecer en el amor de Dios? Permanecer siendo amados, permanecer
amando y permanecer luchando. Es decir, permanecer vivos, despiertos, dando
vida y permanecer en lucha. Velar, significa ser vigilantes, estar despiertos,
ser sobrios, luchar, todo esto y más, y todo para defender el precioso don de
la fe, de la esperanza y de la caridad. Velad, significa
estar en guardia y preparados para recibir al Señor que viene. Mantenerse en
estado de alerta, despojándose de todo apego, de todo aquello que es
incompatible con los intereses del reino.
Guardaos de que se hagan pesados vuestros corazones
por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y
venga aquel Día de improviso sobre vosotros” Estad en vela pues, orando en todo
tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está por venir, y
podáis estar en pie delante del Hijo del Hombre” (ver Lc 21, 34ss). Lo anterior lo podemos decir en cuatro pasos que han
de ser acompañados por la oración, que viene a ser como el aire para los
pulmones.
Velar
significa: Darse cuenta, conocerse.“Examinad
que es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de
las tinieblas” (Ef 5, 10). Velar significa examinarse, darse
cuenta, ¿Dónde estamos?, ¿Quiénes somos? y ¿Para dónde caminamos? Darnos cuenta
de lo que Dios quiere y espera de nosotros. El Libro del Apocalipsis nos dice:“Conozco tu conducta, tienes nombre como de
quien vive pero estás muerto. Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a
punto de morir” (Apoc 3, 1ss). ¿Muertos, dormidos o en pie? ¿Cómo saberlo?
El árbol se conoce por sus frutos.
“Conozco
tu conducta no eres ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices:
Soy rico; me he enriquecido; nada me falta.
Y no te das cuenta que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y
desnudo”
(Apoc 3, 14ss). La tibieza es una modalidad de pecado como resultado de la
mezcla entre la luz y las tinieblas. Volviendo a San Pablo encontramos: “Despierta tú que duermes, y levántate de
entre los muertos, y la luz de Cristo te alumbrará” (Ef 5, 14). El pecado
paga con la muerte (Rom 6, 23).
“Así
pues, mirad como vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes;
aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto no
seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad del Señor” (Ef 5,
15). La prudencia nos hace ser inteligentes y sabios. Inteligente es el que
sabe vivir y sabio es el que sabe hacer cosas buenas, el que ama y hace el
bien.
Velar significa: Quitarse, despojarse,
huir de la corrupción. “Despojaos
en cuanto a vuestra anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la
seducción de la concupiscencias” (Ef 4, 22). Jesús nuestro Señor invita
a sus discípulos a la conversión del corazón, de la manera mundana y pagana de
pensar, una conversión radical de la mente para poder conocer la voluntad de
Dios (Ver Rom 12, 2-3).
“Y
esto teniendo en cuenta el momento en que vivimos. Porque ya es hora de
levantaros del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando
abrazamos la fe. La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues,
de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz” (Rom
13, 11-12). Es la hora de levantarse del
sueño de una falsa espiritualidad; de una religiosidad superficial; de una
entrega a medias, para remar mar adentro, para ir hasta la otra orilla. Es
tiempo de tomar al Señor en serio, y no, como nuestro tapa huecos, Él no quiere
ser un parche en nuestra vida, quiere ser el centro, el todo; es tiempo de
hacer una opción radical por el reino de Dios y su justicia.
“Nosotros
no somos ni de la noche ni de las tinieblas; no durmamos, pues, como los otros,
vigilemos mas bien, seamos sobrios” (1Tes 5,5ss). Nosotros somos
del Señor, a Él le pertenecemos, no le entreguemos nuestro corazón al Maligno.
¿Qué es la sobriedad? Es la renuncia a la vida según la carne: “Huyan de la
fornificación” (1Cor 6, 18). “Huyan de la corrupción para poder participar de
la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4), y al mismo tiempo exige que nos revistamos
con las armas de la luz, la armadura de Dios para resistir en el día malo (Ef 6
10). ¿De qué tenemos que despojarnos? De las obras de la carne. De todo lo que
es incompatible con el reino de Dios y de Cristo (Leer Ef 4, 25-31; Col 3,
5-9).
Velar
significa ponerse el vestido nuevo, revestirse de Cristo. Con las
palabras de Pablo, Velad consiste en despojarse del hombre viejo y revestirse
del hombre nuevo. Esa es la voluntad de Dios: quitarse el traje de tinieblas y
revestirse con el traje de “Bodas”, llenarse de la Gracia de Dios, a lo que
Pablo llama embriagarse con el Espíritu Santo: “Revestíos pues como hijos elegidos de Dios, santos y amados, de
entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia…”
(Col 3, 12ss). No basta con ser creyentes, hay que ser practicantes. Tampoco
basta con ser practicantes hay que ser discípulos del Señor Jesús. Entonces
podremos amar al Señor, a la Iglesia, a los pobres, a los pecadores. “Renovar el espíritu de vuestra mente, y
revestíos del Hombre Nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la
verdad (Ef 4, 24). Muchos son los que nos llamamos cristianos pero regimos
nuestra vida con criterios mundanos y paganos. Nuestra cabeza está llena de
tinieblas.
“Porque
en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor: Vivid como
hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y
verdad
(Ef 5, 9). El que cree y se convierte a Jesús, se hace cristiano, es decir, se
hace hijo de Dios. Existen los frutos de la luz y existen las obras de las
tinieblas. El árbol se conoce por sus frutos… un árbol bueno no puede dar fruto
malo, y un árbol malo no puede dar fruto bueno. (Leer Gál 5, 19-22). ¿Qué
frutos vemos en nuestra vida? ¿Cuál voluntad estamos haciendo?
La voluntad de
Dios es que nos embriaguemos con el Espíritu Santo y que cantando himnos inspirados;
dando siempre gracias a Dios, en todo tiempo y en todo lugar, levantemos
nuestras manos limpias al Señor y dirijamos a Él nuestras súplicas. El
cristiano es hijo de Dios; hijo de la luz, debe estar despierto y resistir a
las tinieblas, símbolo del mal.
Velar
significa luchar, huir de la corrupción. La vida
cristiana es un don de Dios y a la misma vez es un combate espiritual. Jesús
nos dice: “Velad y orad para que no
entréis en la tentación” (Mt 26, 41). Orad para pedir a Dios que nos
defienda de los enemigos de la salvación. Orad para pedir que Dios nos asista
en la lucha. El cristiano ha de estar siempre en guardia, despierto, en
oración, dando muerte al hombre viejo para evitar por medio de la renuncia caer
en las garras de Satanás.
“Sed sobrios y vigilad, porque vuestro
adversario el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar” (1Ped
5, 8). El único lugar para defendernos del enemigo de la salvación es la Cruz
de Cristo: “Estoy crucificado con Cristo” (Gál 2, 19), “pues los que son de
Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gál 5, 24).
Al hombre viejo hemos de matarlo de hambre, negándole el alimento que entra por
medio de los sentidos.
“Por lo demás,
fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder. Revestíos de las armas de
Dios para poder resistir a las asechanzas del Diablo” (Ef 6, 10). Las armas de
Dios, son las mismas que las armas de la Luz (Rom 13, 12); son las virtudes
cristianas (Ef 5, 9). Fortalecerse es revestirse de Jesucristo (Rom 13, 14).
Esto es posible con nuestras decisiones y con la Gracia de Dios. Los medios
para el crecimiento, están a nuestro alcance: La Palabra de Dios, leída,
meditada y puesta en práctica; la oración auténtica, aquella que busca la
gloria de Dios y el bien de los demás; la liturgia de la Iglesia,
especialmente, la Eucaristía y el Sacramento de la reconciliación; el encuentro
con los pobres, la caridad, y el apostolado.
“Porque
nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados,
contra las potestades, contra los dominadores… que dominan en este mundo
tenebroso, contra los espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso,
tomad las armas de Dios, y después de haber vencido todo, manteneos firmes. ¡En
pie!, pues…”
(Ef 6, 12ss). En pie de guerra. Preparado para la lucha usando las armas del
reino: La verdad, la justicia, el celo evangélico (la caridad pastoral), la
Espada del Espíritu, es decir, la Palabra de Dios que ha de habitar en nuestro
corazón con toda su riqueza (Col 3, 16). Finalmente la oración, de súplica, de
alabanza, de acción de gracias, perseverante e intercesora.
¿Para
quién es el mandato: Velad y Orad? El mandato de Jesús es para todos
los hombres, pero de manera especial para los pastores, los colaboradores del
Señor en la obra de la salvación: “Tened
cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el
Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él
adquirió con la sangre de su propio Hijo” (Hech 20, 28-31).
La vigilancia y
la oración son inseparables. La vigilancia, que es espera perseverante del
reino de Cristo, debe ejercerse a todo lo largo de la vida cristiana en la
lucha contra las tentaciones que acechan continuamente al cristiano para que no
se reniegue de Cristo y no se abandone
la Iglesia y el camino que lleva a la vida eterna. La oración ha de hacerse con
fe, con esperanza y con caridad.
¿Por qué tenemos que orar?
· Oramos por que Cristo oró, y porque somos hijos de Dios y oramos como
hijos. Oramos para estar unidos a Dios como sus hijos.
· Oramos porque sólo Cristo da el crecimiento. El orante reconoce su
necesidad de caminar, de seguir adelante. Se reconoce proyecto de Dios que
necesita orar para pedir, dar gracias y alabar a Dios por las maravillas que
está haciendo en él.
· Oramos para que nuestra fe se
apoye en el poder de Dios, y no en nuestras propias fuerzas. Sólo el orante
podrá reconocer que lo que tiene es don de Dios.
· Oramos porque nuestra lucha no es contra los hombres, sino contra los
Poderes espirituales, frente a los cuales nuestras solas fuerzas son
insuficientes para derrotarlos (Ef 6, 10ss). La oración es una de las armas más
poderosas de los cristianos, Satanás sencillamente le teme a la auténtica
oración.
· Oramos para ser ministros de la multiforme gracia de Jesús. Somos sus
canales, portadores de su Palabra, de su Luz y de su Gracia. Quien ora está dispuesto
siempre para ministrar gracia divina a los hombres.
· Oramos para poder ser cristianos aprobados. Cuando el servidor pierde de
vista a Jesús es porque ha dejado de orar.
Podrá estar trabajando mucho y sin descaso, pero, la verdad es que un
Ministerio sin oración, es un auténtico activismo, vacío de la verdadera
esencia de la Evangelización: Jesús.
· Oramos para ser ofrenda viva, santa y agradable a Dios por la salvación
de nuestros hermanos, que este se nuestro culto espiritual (Rm 12, 1).
Oremos: Padre santo, te
pedimos por tu Verbo que nos dé Espíritu Santo para que realice en nosotros tu
Obra Redentora.
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