Salir
del exilio para ponerse en camino de éxodo hacia la tierra de la libertad
interior.
Iluminación.
En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra de
Yahveh, por boca de Jeremías, movió Yahveh el espíritu de Ciro, rey de Persia,
que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro,
rey de Persia: Yahveh, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la
tierra. El me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá.
Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, sea su Dios con él. Suba a
Jerusalén, en Judá, a edificar la Casa de Yahveh, Dios de Israel, el Dios que
está en Jerusalén. A todo el resto del pueblo, donde residan, que las gentes
del lugar les ayuden proporcionándoles plata, oro, hacienda y ganado, así como
ofrendas voluntarias para la Casa de Dios que está en Jerusalén.» (Esdras 1, 1-
4)
La realidad del exilio,
70 años, desde 586 al 536 a.C, el pueblo de Israel fue llevado a Babilonia, a
una situación de servidumbre, sin templo, sin patria y sin rey. Es la época de
Jeremías y Ezequiel que invitan a su pueblo a la conversión a la observancia de
la Ley. Ezequiel era sacerdote antes del destierro, después Dios lo llama a ser
profeta. El año 536, Ciro rey de los medos, vence a los caldeos en Babilonia y
decreta que todos los pueblos que habían sido sometido por los caldeos,
regresen en libertad a sus lugares de origen y cultiven sus culturas y
practiquen su religión. El rey Ciro reconoce la misión de “construir una casa a
Dios en Jerusalén.” Que todos los que pertenezcan al pueblo de Israel, salgan
en libertad y regresen a su patria con la misión de reconstruir el templo y la
ciudad de Jerusalén que están en ruinas.
No todos lo hicieron, muchos se quedaron a vivir en Babilonia. El éxodo
de regreso a la patria fue protegido por el rey de Persia.
EL REGRESO A JORNALEN, UNA HISTORIA QUE SE REPITE EN CADA UNO DE NOSOTROS.
Entonces los cabezas de familia de Judá y Benjamín,
los sacerdotes y los levitas, todos aquellos cuyo ánimo había movido Dios, se
pusieron en marcha para subir a edificar la Casa de Yahveh en Jerusalén; y
todos sus vecinos les proporcionaron toda clase de ayuda: plata, oro, hacienda,
ganado, objetos preciosos en cantidad, además de toda clase de ofrendas
voluntarias. El rey Ciro mandó tomar los utensilios de la Casa de Yahveh que
Nabucodonosor se había llevado de Jerusalén y había depositado en el templo de
su dios. Ciro, rey de Persia, los puso en manos del tesorero Mitrídates, el
cual los contó para entregárselos a Sesbassar, el príncipe de Judá. Este es el
inventario: fuentes de oro: 30; fuentes de plata: 1.000; reparadas: 29; copas
de oro: 30; copas de plata: 1.000; estropeadas: 410; otros utensilios: 1.000.
Total de los utensilios de oro y plata: 5.400. Todo esto se lo llevó Sesbassar
cuando se permitió a los deportados volver de Babilonia a Jerusalén. (Esd 1, 5-
10)
La reconstrucción del
templo comenzó el año 521 y fue terminado el año 515. “Esta Casa fue terminada
el día veintitrés del mes de Adar, el año sexto del reinado del rey
Darío. Los israelitas - los sacerdotes, los levitas y el resto de los
deportados - celebraron con júbilo la dedicación de esta Casa de Dios;
ofrecieron para la dedicación de esta Casa de Dios cien toros, doscientos
carneros, cuatrocientos corderos y, como sacrificio por el pecado de todo
Israel, doce machos cabríos, conforme al número de las tribus de Israel.” (Esd
6, 15- 17)
La
Obra de la reconstrucción del templo no fue fácil.
El año segundo del rey Darío, el día uno del sexto mes, fue dirigida la palabra
de Yahveh, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Sealtiel,
gobernador de Judá, ya a Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote, en estos
términos: Así dice Yahveh Sebaot: Este pueblo dice: «¡Todavía no ha llegado el
momento de reedificar la Casa de Yahveh!» (Fue, pues, dirigida la palabra de
Yahveh, por medio del profeta Ageo, en estos términos:) ¿Es acaso para vosotros
el momento de habitar en vuestras casas artesonadas, mientras esta Casa está en
ruinas? Ahora pues, así dice Yahveh Sebaot: Aplicad vuestro corazón a
vuestros caminos. Habéis sembrado mucho, pero cosecha poca; habéis comido, pero
sin quitar el hambre; habéis bebido, pero sin quitar la sed; os habéis vestido,
mas sin calentaros, y el jornalero ha metido su jornal en bolsa rota. Así dice
Yahveh Sebaot: Aplicad vuestro corazón a vuestros caminos. (Hageo 1, 1- 7)
Entonces Ageo, el
mensajero de Yahveh, habló así al pueblo, en virtud del mensaje de Yahveh: «Yo estoy
con vosotros, oráculo de Yahveh.» Y movió Yahveh el espíritu de Zorobabel, hijo
de Sealtiel, gobernador de Judá, el espíritu de Josué, hijo de Yehosadaq, sumo
sacerdote, y el espíritu de todo el Resto del pueblo. Y vinieron y emprendieron
la obra en la Casa de Yahveh Sebaot, su Dios. Era
el día veinticuatro del sexto mes. (Hageo 1, 13- 15)
La
Oración de Nehemías: Y dije: «Ah, Yahveh, Dios del
cielo, tú, el Dios grande y temible, que guardas la alianza y el amor a los que
te aman y observan tus mandamientos; estén atentos tus oídos y abiertos tus
ojos para escuchar la oración de tu siervo, que yo hago ahora en tu presencia
día y noche, por los hijos de Israel, tus siervos, confesando los pecados que
los hijos de Israel hemos cometido contra ti; ¡yo mismo y la casa de mi padre
hemos pecado! Hemos obrado muy mal contigo, no observando los
mandamientos, los preceptos y las normas que tú habías prescrito a Moisés tu
siervo. Pero acuérdate de la palabra que confiaste a Moisés tu siervo: “Si sois
infieles, yo os dispersaré entre los pueblos; pero si, volviéndoos a mí
guardáis mis mandamientos y los ponéis en práctica, aunque vuestros desterrados
estuvieron en los confines de los cielos, yo los reuniré de allí y los
conduciré de nuevo al Lugar que he elegido para morada de mi Nombre.” (Neh 1,
5- 9)
La
exhortación de Nehemías a su pueblo para reconstruir la ciudad: «Vosotros mismos veis la
triste situación en que nos encontramos, pues Jerusalén está en ruinas, y sus
puertas devoradas por el fuego. Vamos a reconstruir la muralla de Jerusalén, y
no seremos más objeto de escarnio.» Y les referí cómo la mano bondadosa de mi
Dios había estado conmigo, y les relaté también las palabras que el rey me
había dicho. Ellos dijeron: «¡Levantémonos y construyamos!» Y se afianzaron en
su buen propósito.
Comienza
la lucha con los enemigos del pueblo: Al enterarse de ello
Samballat el joronita, Tobías el siervo ammonita y Guésem el árabe, se burlaron
de nosotros y vinieron a decirnos: «¿Qué hacéis? ¿Es que os habéis rebelado
contra el rey?»
La
respuesta del hombre de Dios: Yo les respondí: «El
Dios del cielo nos hará triunfar. Nosotros sus siervos, vamos a ponernos a la
obra. En cuanto a vosotros, no tenéis parte ni derecho ni recuerdo en
Jerusalén.» (Neh 2, 17- 20)
Si el éxodo es el
regreso a la Casa de Dios, el exilio es la inversa, es salir de la casa de Dios
para ir a un país lejano, a una situación de servidumbre que no es querida por
Dios por la opresión y la lejanía en la que se encuentra su pueblo. Recordemos
al hijo pródigo (Lc 15, 11) Reconstruir nuestra casa, nuestra ciudad es
reconstruir nuestra vida con la ayuda de los hermanos de la comunidad.
Regresamos para servir, para ayudarnos mutuamente a reconstruirnos como
personas, como familia y como Iglesia. “Todos
son importantes y valiosos que nadie se quede fuera. A todo el resto del
pueblo, donde residan, que las gentes del lugar les ayuden proporcionándoles
plata, oro, hacienda y ganado, así como ofrendas voluntarias para la Casa de
Dios que está en Jerusalén” ( Esd 1, 4) Pablo en la carta a Timoteo nos
dice: En una casa grande no hay
solamente utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y
unos son para usos nobles y otros para usos viles. (2 Tim 2, 20) En la casa de
Dios todos somos llamados a trabajar para el bien común, hay un llamado a todos
para servir, para compartir, para darse donarse y entregarse unos a los otros
al estilo de Jesús (cf Mt 20, 28) “El que quiera ser de uso especial que se
consagre al Señor” Al igual que el apóstol Pedro que se deje lavar los pies por
su Maestro para que después pueda lavar los pies a sus hermanos (Jn 13, 6, 14)
Lavar pies es servir, ayudar y compartir para que los otros lleven una vida
digna según la libertad de los hijos de Dios y puedan crecer en fe, esperanza y
caridad.
«Nadie enciende una
lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre el candelero,
para que los que entren vean el resplandor. (Lc 11, 33) El Señor Jesús enciende
fuego en nuestro corazón cuando nos justifica: perdona nuestros pecados y nos
dona el Espíritu Santo (Rm 5, 1- 5) para que con la ayuda de Dios y nuestros
esfuerzos quedemos limpios de corazón y portadores de una fe sincera y de una
conciencia recta (cf 1 Tim 1, 5) nos pongamos a trabajar la “Construcción de
nuestro templo espiritual” Dios nos ha dado los medios para vencer nuestro
enemigo: el pecado y sus aliados. Todos somos testigos de la lucha interior y
exterior: el ego contra el Amor: “el hombre viejo contra el hombre nuevo”.
Vencer al hombre viejo es despojarse de los vicios, revistiéndose de las
virtudes cristianas. Es una lucha entre vicios
y virtudes, entre el bien y el mal. En esta lucha entran todas nuestras
dimensiones humanas: la corporal, la intelectual, la espiritual, lo social y lo
histórico. En la armonía de nuestras dimensiones vamos obteniendo “la unidad,
la libertad, la reconciliación, la fraternidad, la reciprocidad, el compartir,
la dignidad humana, la solidaridad y el servicio. En esto alcanzamos la
práctica de los Mandamientos de Dios, especialmente los del amor: A Dios y al
prójimo. (Mt 22, 39; Jn 13, 34- 35)
Construir nuestra
Comunidad fraterna, solidaria, misionera y servicial, no es fácil, sólo con la
ayuda de Dios y con nuestros esfuerzos vamos venciendo a nuestros vicios, los
sensuales y los correspondientes a la soberbia. Para vencer los vicios hay que
renunciar, en cada renuncia, hay una muerte, hay una ofrenda y una victoria.
Pablo llamo a esta acción: un sacrifico, vivo y santo (Rm 12, 1) Sin renuncias
no hay libertad, no hay vida no hay virtudes. Toda virtud está al servicio del
bien común, es don de Dios y conquista nuestra. Como ciudad amurallada hemos de
ponernos a la obra, a trabajar por amor en construir nuestra muralla que
significa revestirnos de Jesucristo (cf Rm 13, 14) Se trata de una “Obra de
toda la vida” Recordando las palabras del Maestro: “Sin mí, no podéis nada” (Jn
15, 1s) Cristo es nuestra fe y crecer en Cristo es crecer en fe, esperanza y
caridad. Para crecer en fe (en Cristo) hay que disminuir en egoísmo. Hay que cambiar
la mente embotada por el ego y el corazón duro; hay que volver al amor, ponerse
de pie y dejar la vida arrastrada (cf Ef 4, 18, 19)
Todos
somos llamados a servir y cada uno se nos dan los dones según la gracia de
Dios: A cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida
de los dones de Cristo. El mismo «dio» a unos el ser apóstoles; a otros,
profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto
ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para
edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la
fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a
la madurez de la plenitud de Cristo. (Ef 4, 7. 11- 13) Para que trabajemos en
la “edificación del Cuerpo de Cristo” Cristo ha hecho de su Pueblo un
sacerdocio regio, una nación consagrada, un pueblo adquirido a precio de sangre
(1 Pe 2, 9) para que todo bautizado sea un sacerdote, un profeta y un rey. Como
sacerdote puede ofrecer oraciones y sacrificios por sí mismo y por los demás.
Como profeta puede anunciar y enseñar sobre los caminos de Dios y como rey
puede servir para ayudar a los demás alcanzar su madurez en Cristo.
Nuestra muralla es
construida con la práctica de las virtudes que nacen de la fe: La continencia,
(la templanza, la castidad, el dominio propio) la sencillez de corazón, (la
humildad y la mansedumbre) la pureza de corazón, (corazón limpio) la santidad,
(el amor, la verdad, la libertad y la justicia) la ciencia (el conocimiento de
Dios, la sabiduría) y el amor, es decir la caridad. Cada una de estas virtudes
son armas de luz, son armadura de Dios (Rm 13, 12-13) Nos hacen fuertes en la
fe (Ef 6, 10) y nos hace gratos a Dios (cf Col 1, 10) Son armas poderosas para
vencer el mal (cf Rm 12, 21) y construir nuestra Comunidad, trabajando en la
construcción de la “Civilización del amor” cimentada en la “Verdad, el Amor y
la Vida” (Jn 14, 6) Son la fuerza para salir del “ego” y convertirse en
nosotros; salir de lo mío y convertirse en lo nuestro. Es el camino para
hacernos personas originales, responsables, libres, capaces de amar y de servir
a la humanidad.
La clave de todo lo
anterior es salir del exilio para ponerse en camino de éxodo, e ir a Cristo
Jesús y aceptar su Alianza, y para pertenecer a Cristo, amarlo y servirlo en
los hermanos. Es ponerse en camino de éxodo hacia la Casa del Padre,
recorriendo el camino de la fe, e ir con alegría despojándose de todo aquello
que intenta obstaculizar lo que nos hace ser más personas y más humanos. A lo
que llamamos vicios para revestirnos con vestiduras de salvación, las virtudes
de Cristo.
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